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Full text of "Los comentarios reales de los incas"

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F  3442   .G246  1918  v.6 
Vega,  Garcilaso  de  la,  1539 
1616. 

Los  comentarios  reales  de 
los  incas 


COLECCION  D  HISTORIADORES  CLÁSICOS  DEL  PEPV 


TOMO  VI 


ESCRITOS 


?  ,  .  .  . — —  — i 

LIMA 

IMP  y  LIBRERIA  SANMARTI  y  Cía. 
MCMXXI 


COLECCION  DE  HISTORIADORES  CLASICOS 
DEL  PERU,  T.  VI. 


COMENTARIOS  REALES 
DE  ÜOS  INCAS 

POR 

GARCILASO  DE  LA  VEGA 

TOMO  VI 


Anotaciones  y  Concordancias  con  las  Crónicas  de  Indias 

por 

HORACIO  H.  URTEAGA 

Miembro  de  Número  del  Instituto  Histórico  del  Perú. 


LIBRARY  OF  PRINCETON 

FEB    3  2004 

THEOLOGICAL  SEMINARY 

LIMA 

IMPRENTA  y  LIBRERIA  SANMARTI  y  Cia. 
MCMXX 


7379Q 


SEGUNDA  PAKTE 
de  los  Comentarios  Reales 
d¿l  Inca 
Garcilaso  de  la  Vega 


TOMO  VI. 


Digitized  by  the  Internet  Archive 
in  2014 


https://archive.org/details/loscomentariosre06vega 


LIBRO  SEPTIMO 


Contiene  ta  rebelión  de  Francisco  Hernández  Girón  Las  prevenciones  que  hizo 
para  llevar  su  tiranía  adelante  Su  ida  en  busca  de  los  oidores  La  elección 
que  ellos  hacen  de  capitanes  contra  el  tirano  Sucesos  desgraciados  de  la  una 
parte  y  de  la  otra  El  alcance  y  ricloria  de  Francisco  Hernández  Girón  en 
Villacori  La  i<emda  del  mariscal  Alonso  de  Alvarado  con  ejército,  en  busca 
del  enemigo  Los  sucesos  de  aquella  jornada  hasta  la  batalla  de  Chuquinca . 
que  el  mariscal  perdió  Los  ministros  que  Francisco  Hernández  envió  a  di- 
versas parles  del  reino  Los  robos  que  los  ministros  hicieron  La  ida  de  los 
oidores  en  seguimiento  del  tirano  Los  sucesos  que  de  ambas  partes  hubo  en 
aquel  viage  hasta  la  batalla  de  Pucará  La  huida  de  Francisco  Hernández  y 
de  los  suyos  por  haber  errado  el  tiro  de  la  batalla.  La  prisión  y  muerte  de 
todos  ellos.  Contiene  treinta  capítulos 


CAPULLO  PRIMERO 


CON  LA  NUEVA  EL  RIGUROSO  CASTIGO  QUE  EN  LOS  CHARCAS  SE  HACIA 
SE  CONJURA  FRANCISCO  HERNANDEZ  GIRON  CON  CIERTOS  VECINOS 
Y  SOLDADOS  PARA  REBELARSE  EN  AQUEL  REINO. 


A  fama  publicó  por  todo  aquel  imperio  el 
castigo  severo  y  riguroso  que  en  los  Charcas 
se  hacía  de  la  urania  de  Vasco  Godinez  y 
don  Sebastián  de  Castilla,  y  de  sus  consor- 
tes:  juntamente  publicaba  con  verdad  o  con 

^mentira  (que  ambos  oficios  sabe  hacer  esta 
gran  reina)  que  el  mariscal  hacía  informa- 
ción contra  otros  delincuentes  de  los  que' 
vivían  fuera  de  su  jurisdicción  ,  y  que  decía 
como  lo  refiere  el  Palentino  por  estas  pala- 
bras, capítulo  veinte  y  cuatro,  que  en  Po- 
tocsi  se  cortaban  las  ramas:  empero  que  en 
el  Cosco  se  destroncarían  las  raíces,  y  dello 
había  venido  carta  al  Cosco:  la  cual  dijeron 


haber  escrito  sin  malicia  alguna  Juan  de  la  Arreynaga.  Venidas  estas 
nuevas  Francisco  Hernández  Girón  vivía  muy  recatado,  y  velábase, 
poniendo  espías  por  el  camino  del  Potocsi  para  tener  aviso  de  quien 
venía,  por  tener  temor  que  el  mariscal  enviara  gente  para  perderle. 

Y  tenía  prevenidos  sus  amigos  para  que  asimismo  tuviesen  cuenta  si 
al  corregidor  Gil  Ramírez,  que  a  la  sazón  era,  le  venían  algunos  des- 
pachos de  el  Mariscal.  Hasta  aquí  es  de  aquel  autor  sacado  a  la  letra. 

Y  poco  más  adelante  dice  que  se  alborotaron  todos  los  vecinos  del 
Cosco  por  un  pregón  que  en  él  se  dió  acerca  de  quitar  el  servicio  per- 
sonal de  los  indios:  y  que  el  corregidor  les  rompió  una  petición  fir- 
mada de  todos  ellos,  que  acerca  desto  le  dieron,  &¿c. 

Cierto  me  espanto  de  quien  pudiese  darle  relaciones  tan  agenas 
de  toda  verisimilitud :  que  ningún  vecino  de  toda  aquella  ciudad  se 
escandalizó  por  el  castigo  ageno,  sino  Francisco  Hernández  Girón 
por  los  dos  indicios  de  tiranía  y  rebelión  que  había  dado,  de  que  la 
historia  ha  hecho  mención.  Ni  el  corregidor,  que  era  un  caballero  muy 
principal  y  se  había  criado  con  un  príncipe  tan  santo  y  tan  bueno  co- 
mo el  visorrey  don  Antonio  de  Mendoza,  había  de  hacer  una  cosa  tan 
odiosa  y  abominable,  como  era  romper  la  petición  de  una  ciudad  que 
tenía  entonces  ochenta  señores  de  vasallos,  y  era  la  cabeza  de  aquel 
imperio.  Que  si  tal  pasara,  no  fuera  mucho  que  (salva  la  magestad 
real)  y  le  dieran  cincuenta  puñaladas,  como  el  mismo  autor  y  en  el 
mismo  capítulo  alegado,  una  columna  más  adelante  dice:  que  Fran- 
cisco Hernández  Girón  y  sus  conjurados  tenían  concertado  de  dársela 
dentro  en  el  cabildo,  o  en  el  oficio  de  un  escribano  do  solía  el  corregi- 
dor hacer  audiencia. 

Hasta  aquí  es  del  Palentino.  Y  porque  no  es  razón  que  contradi- 
gamos tan  al  descubierto  lo  que  este  autor  escribe,  y  que  en  muchas 
partes  debió  de  ser  de  relación  vulgar  y  no  auténtica,  será  bien  lo  de- 
jemos y  digamos  lo  que  conviene  a  la  historia,  y  lo  que  sucedió  en  el 
Cosco,  que  lo  vi  yo  todo  personalmente.  El  escándalo  de  la  justicia 
que  se  hacía  de  la  tiranía  que  hubo  en  los  Charcas,  no  tocó  a  otro  ve- 
cino del  Cosco,  sino  a  Francisco  Hernández  Girón,  por  lo  dicho, y  por 
la  mucha  comunicación  y  amistad  que  tenía  con  soldados,  y  ninguna 
con  los  vecinos,  que  era  bastante  indicio  para  sospechar  mal  de  su 
intención  y  ánimo.  Por  lo  cual  se  rescató  con  las  nuevas  que  le  dieron 
de  que  el  mariscal  hacía  pesquisa  contra  él:  y  así  acusado  de  sus  mis- 
mos hechos,  procuró  ejecutar  en  breve  su  tiranía.  Para  lo  cual  habló 
a  algunos  soldados  amigos  suyos,  que  no  pasaron  de  doce  a  trece,  que 
fueron  Juan  Cobo,  Antonio  Carrillo,  de  quien  hicimos  mención  en 
nuestra  Florida,  Diego  Gavilán  y  J  uan  Gavilán,  su  hermano,  Ñuño 
Mendiola,  y  el  licenciado  Diego  de  Alvarado  que  presumía  más  de 
soldado  valentón  que  de  jurista ;  y  tenía  razón  que  no  había  que  hacer 
caso  de  sus  letras,  porque  nunca  en  paz  ni  en  guerra  se  mostraron. 
Estos  eran  soldados  y  pobres,  aunque  nobles  y  honrados.  Sin  estos 
habló  Francisco  Hernández  a  Tomás  Vasquez,  que  era  un  vecino  rico 


y  de  los  principales  de  aquella  ciudad,  de  los  primeros  conquistadores 
que  se  hallaron  en  la  prisión  de  Atahuallpa.  Tuvo  ocasión  de  hablarle 
para  su  tiranía,  por  cierta  pasión  que  Tomás  Vasquez  y  el  corregidor 
Gil  Ramírez  de  Avalos  tuvieron  pocos  meses  antes.  En  la  cual  el  co- 
rregidor se  hubo  apasionadamente,  que  con  poca  o  ninguna  razón 
prendió  a  Tomás  Vasquez.  y  lo  puso  en  la  cárcel  pública,  y  procedió 
más  como  parte  que  como  juez.  De  lo  cual  Tomás  Vasquez  se  dió  por 
agraviado,  porque  a  los  vecinos  de  su  calidad  y  antigüedad  se  les  hacía 
mucha  honra  y  estima.  Por  esta  vía  le  entró  Francisco  Hernández 
incitándole  con  la  venganza  de  sus  agravios:  y  Tomás  Vasquez, c  ego 
de  su  pasión,  aceptó  ser  de  su  bando.  También  habló  Francisco  Her- 
nández a  otro  vecino,  llamado  Juan  de  Piedrahita,  era  que  de  los  me- 
nores de  la  ciudad,  de  poca  renta  ,  y  así  lo  más  del  año  vivía  fuera  della, 
allá  con  sus  indios.  Era  hombre  fácil,  con  más  presunción  de  soldado 
belicoso  que  de  vecino  pacífico.  Alióse  con  Francisco  Hernández  con 
mucha  facilidad,  porque  su  ánimo  inquieto  no  pretendía  otra  cosa. 

Estos  dos  vecinos,  y  otro  que  se  decía  Alonso  Díaz,  fueron  con 
Francisco  Hernández  en  su  levantamiento,  aunque  el  Palentino  nom- 
bra a  otro  que  se  decía  Rodrigo  de  Pineda.  Pero  éste  y  otros  que  fueron 
con  él  a  la  ciudad  de  los  Reyes,  no  se  hallaron  con  Francisco  Hernán- 
dez en  su  conjuración  y  levantamiento,  sinoque  después  le  siguieron, 
(como  la  historia  lo  dirá)  más  de  miedo  que  por  otro  respecto  ni  inte- 
rés alguno;  y  así  le  negaron  todos  en  pudiendo,  y  se  pasaron  al  bando 
de  su  magestad.  y  fueron  causa  de  la  destruicion  de  Francisco  Her- 
nández Girón. 

El  Palentino  habiendo  nombrado  sin  distinción  de  vecinos  a  sol- 
dados,todos  los  que  en  la  conjuración  de  Francisco  Hernández  hemos 
nombrado,  dice  que  se  conjuró  con  otros  vecinos  y  soldados  de  matar 
al  corregidor  y  alzarse  con  la  ciudad  y  el  reino.  Lo  cual  cierto  debió 
de  escribir  la  relación  de  algún  mal  intencionado,  o  ofendido  de  algún 
vecino  o  vecinos  del  Perú:  que  siempre  que  habla  dellos  procura  ha- 
cerlos traidores,  o  a  lo  menos  que  queden  indiciados  o  sospechosos  por 
tales. 

Yo  soy  hijo  de  aquella  ciudad,  y  asimismo  lo  soy  de  todo  aquel 
imperio:  y  me  pesa  mucho  de  que  sin  culpa  dellos,  ni  ofensa  de  la  ma- 
gestad real  condenen  por  traidores,  o  a  lo  menos  hagan  sospechosos 
della  a  los  que  ganaron  un  imperio  tangrand  y  tan  rico  que  ha  enri- 
quecido a  todo  el  mundo,  como  atrás  queda  largamente  probado. 
Yo  protesto  como  cristiano  decir  verdad  sin  pasión  ni  afición  alguna; 
y  en  lo  que  Diego  Hernández  anduviere  en  la  verdad  del  hecho  le 
alegaré,  y  en  lo  que  anduviere  oscuro,  y  confuso,  y  equívoco,  lo  decla- 
raré :  y  no  seré  tan  largo  como  él,  por  huir  de  impertinencias.  Francisco 
Hernández  Girón  se  conjuró  con  los  que  hemos  nombrado,  y  con  otro 
soldado  llamado  Bernardino  de  Robles,  y  otro  que  se  decía  Alonso 
González,  un  hombre  vil  y  bajo,  así  de  su  calidad  como  de  su  persona, 
rostro  y  talle.  Salió  después  andando  la  tiranía  el  mayor  verdugo  del 


mundo,  que  con  su  espada  mataba  a  los  que  Francisco  Hernández 
perdonaba,  y  los  degollaba  antes  que  llegase  a  él  la  nueva  del  perdón, 
por  decir  que  ya  lo  había  muerto  cuando  llegó  el  mandato.  Vivía  an- 
tes de  la  tiranía  de  criar  puercos  en  el  valle  de  Sacsahuana,  reparti- 
miento de  indios  del  mismo  Francisco  Hernández  Girón;  y  de  aquí  se 
conocieron,  para  ser  después  tan  grandes  amigos  como  lo  fueron. 

Hecha  la  conjuración,  aguardaron  a  ejecutarla  el  día  de  una  boda 
solemne  que  se  celebraba  a  los  trece  de  noviembre  de  el  año  de  mil  y 
quinientos  y  cincuenta  y  tres.  Eran  los  velados  Alonso  de  Loayza, 
sobrino  del  arzobispo  de  los  Reyes,  que  era  de  los  principales  y  ricos 
vecinos  de  aquella  ciudad,  y  doña  María  de  Castilla,  sobrina  de  don 
Baltasar  de  Castilla  hija  de  su  hermana  doña  Leonor  de  Bobadilla,  y 
de  Ñuño  Tovar,  caballero  de  Badajoz ;  de  los  cuales  hicimos  larga  men- 
ción en  nuestra  Historia  de  la  Florida.  Y  en  el  capítulo  siguiente  dire- 
mos el  principio  de  aquella  tiranía,  tan  costosa,  trabajosa  y  lamenta- 
ble para  todo  aquel  imperio.  (1) 


(I)  Todos  los  pormenores  de  la  novelczca  revelion  de  Hernández  Girón 
se  encuentran  con  lujo  de  detalles,  espuestos  en  la  Relación  cierta  y  breve  de  los 
desasocíenos  sucedidos  en  el  Perú,  después  de  la  muerte  del  Virrey  D  Antonio  de 
Mendoza.  Inserta  en  el  t  3"  pág  246  sigs  de  La  Colección  de  Documen- 
tos inéditos  para  la  Historia  de  España  Véase  además  Mendiburu,  Dic- 
cionario Histórico  Biógrájico.  t  IV,  p  107  y  sigs  Pedro  Pizarro  Relación,  Col 
Urteaga  Romero,  t.  VI,  pags.  177  y  sigs.  G.  Leguía  y  Martínez  Historia  de 
Arequipa  t.  II. 


CAPITULO  II 


FRANCISCO  HERNANDEZ  SE  REBELA  EN  EL  COSCO.  LOS  SUCESOS  DE  LA 
NOCHE  DE  SU  REBELION.  LA  HUIDA  DE  MUCHOS  VECINOS  DE  AQUE- 
LLA CIUDAD. 


LEGADO  el  día  de  la  boda  salieron  a  ella  todos  los  vecinos  y  sus 


mujeres  lo  más  bien  aderezados  que  pudieron  para  acompañar 


los  novios;  porque  en  todas  las  ocasiones  que  se  le  ofrecían  de  con- 
tento y  placer,  o  de  pesar  y  trizteza,  se  acudían  todos,  honrándose 
unos  a  otros  como  si  fueran  hermanos;  sin  que  entre  ellos  se  sin- 
tiese bando  ni  parcialidad  ni  enemistad,  pública  ni  secreta.  Muchos 
de  los  vecinos  y  sus  mugeres  comieron  y  cenaron  en  la  boda,  porque 
hubo  banquete  solemne.  Después  de  comer  hubo  en  la  calle  un  juego 
de  alcancías  de  pocos  caballeros,  porque  la  calle  es  angosta.  Yo  miré 
la  fiesta  de  encima  de  una  pared  de  cantería  de  piedra,  que  está  de 
frente  de  las  casas  de  Alonso  de  Loayza.  Vide  a  Francisco  Hernández 
en  la  sala  que  sale  a  la  calle,  sentado  en  una  silla,  los  brazos  cruzados 
Sffbre  el  pecho,  y  la  cabeza  baja,  más  suspenso  e  imaginativo  que  la 
misma  melancolía.  Debía  de  estar  imaginando  en  lo  que  había  de  ha- 
cer aquella  noche;  aunque  aquel  autor  diga  que  Francisco  Hernández 
se  había  regocijado  aquel  día  en  la  boda,  &c. 

Quizá  lo  dijo  porque  se  halló  en  ella,  más  no  porque  mostrase  re- 
gocijo alguno.  Pasadas  las  alcancías,  y  llegada  la  hora  de  la  cena,  se 
pusieron  a  cenar  en  una  sala  baja,  donde  hubo  más  de  sesenta  de 
mesa,  y  la  sala  era  muy  larga  y  ancha.  Las  damas  cenaban  mas  aden- 
tro en  otra  sala  grande;  y  de  una  cuadra  que  había  entre  las  dos  sa- 
las, servían  con  las  viandas  las  dos  mesas.  Don  Baltasar  de  Castilla, 
que  era  tío  de  la  novia,  y  de  suyo  muy  galán,  hacía  oficio  de  maestre 
sala.  Yo  fui  a  la  boda  casi  al  fin  de  la  cena  para  volverme  con  mi  padre 
y  con  mi  madrastra, que  estaba  en  ella.  Y  entrando  por  la  sala, fui  hasta 
la  cabecera  de  la  mesa  donde  estaba  el  corregidor  sentado.  El  cual 
por  ser  caballero  tan  principal  y  tan  cortesano  (aunque  yo  era  mucha- 


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cho  que  andaba  en  los  catorce  años)  echó  de  ver  en  mí,  y  me  llamó  que 
me  acercase  a  él,  y  me  dijo:  no  hay  silla  en  que  os  sentéis,  arrimaos  a 
esta  donde  yo  estoy,  alcanzad  de  estas  suplicaciones  y  clarea,  que  es 
fruta  de  muchachos.  A  este  punto  llamaron  a  la  puerta  de  la  sala, 
diciendo  que  era  Francisco  Hernández  Girón  el  que  venía.  Don  Bal- 
tasar de  Castilla  que  se  halló  cerca,  dijo:  ¿tan  tarde  aguardó  vuesa 
merced  a  hacernos  merced1  Y  mandó  abrir  la  puerta.  Francisco  Her- 
nández entró  con  su  espada  desnuda  en  la  mano,  y  una  rodela  en  la 
otra,  y  dos  compañeros  de  los  suyos  entraron  con  él  a  sus  lados  con 
partesanas  en  las  manos. 

Los  que  cenaban,  como  vieron  cosa  tan  no  imaginada,  se  alboro- 
taron todos, y  se  levantaron  de  sus  asientos.  Francisco  Hernández  dijo 
entonces:  estense  vuesas  mercedes  quedos,  que  esto  por  todos  va.  El 
corregidor  sin  oír  más  se  entró  por  una  perta  que  estaba  a  su  lado  iz- 
quierdo, y  se  fué  donde  estaban  las  mujeres.  Al  otro  rincón  de  la  sala 
había  otro  puerta  por  donde  entraban  a  la  cocina  y  a  todo  lo  interior 
de  la  casa.  Por  estas  dos  puertas  se  entraron  todos  los  que  estaban  en 
la  acera  dellas. 

Los  que  estaban  a  la  otra  acera, hacia  la  puerta  principal  de  la  sa- 
la, corrieron  mucho  peligro,  porque  no  tuvieron  por  donde  irse.  Juan 
Alonso  Palomino  estaba  sentado  de  frente  a  la  puerta  de  la  sala,  las 
espaldas  a  ella;  y  como  el  licenciado  Diego  de  Alvarado  y  los  que  con 
él  iban  le  conocieron,  le  dieron  cinco  heridas;  porque  todos  ellos  iban 
avisados  que  lo  matasen,  y  a  Gerónimo  Castilla  su  cuñado,  por  el 
alboroto  que  causaron  en  el  otro  motín  que  Francisco  Hernández  hizo 
como  atrás  se  ha  referido.  De  las  heridas  murió  Juan  Alonso  Palomino 
otro  día  siguiente  en  las  casas  de  Loayza,  que  no  pudo  ir  a  las  suyas 
a  curarse. 

Mataron  asimismo  a  un  mercader  rico,  muy  hombre  de  bien, 
que  decía  Juan  de  Morales,  que  cenaba  en  la  boda,  y  cabía  por  su 
bondad  entre  aquellos  vecinos.  El  cual  sin  saber  lo  que  se  hacía,  quiso 
apagar  las  velas  que  había  en  la  mesa,  por  parecerle  que  a  oscuras 
podría  escaparse  mejor.  Tiró  de  los  manteles,  y  de  once  velas  cayeron 
las  diez,  y  se  apagaron  todas:  solo  una  quedó  encendida.  Uno  de  los 
de  Francisco  Hernández  que  llevaba  una  partesana  ,le  dió  por  la  boca, 
diciendo:  o  traidor'  ¿quieres  que  nos  matemos  aquí  todos?  Y  le  abrió 
la  boca  por  un  lado  y  por  el  otro  hasta  las  orejas.  Y  otro  soldado  de 
los  tiranos  le  dió  una  estocada  por  la  tetilla  izquierda,  de  que  cayó 
luego  muerto.  Y  así  no  tuvo  el  triste  tiempo  ni  lugar  de  atarse  a  la 
cinta  el  jarro  de  oro  que  los  maldicientes  dieron  en  relación,  a  quien 
lo  escribió,  como  ellos  dijeron.  Yo  le  vi  otro  día  las  heridas  como  se  ha 
dicho.  Y  después  lo,  mismos  que  hicieron  estas  cosas  las  hablaban 
muy  largamente,  como  loándose  de  haberlas  hecho. 

Mi  padre  y  Diego  de  los  Rios,  y  Vasco  de  Guevara  y  dos  caballe- 
ros hermanos  cuñados  suyos,  que  se  decían  los  Escalantes  y  Rodrigo 
de  León,  hermano  de  Pedro  López  de  Cazalla,  y  otros  vecinos  y  sol- 


—  li- 


jados que  por  todos  llegaban  al  número  de  treinta  y  seis,  entraron  por 
la  puerta  que  el  corregidor  entró,  y  yo  con  ellos;  más  no  fueron  donde 
estaban  las  mujeres,  sino  que  echaron  a  mano  derecha  a  buscar  salida 
por  los  corrales  de  la  casa.  Hallaron  una  escalera  de  mano  para  poder 
subir  a  los  tejados.  Supieron  que  la  casa  pared  en  medio,  era  la  de 
Juan  de  Figueroa,  otro  vecino  principal  cuya  puerta  salía  a  otra  calle 
diferente  de  la  de  Alonso  de  Loaisa.  Mi  padre  viendo  que  había  buena 
salida,  dijo  a  los  demás  compañeros:  vuesas  mercedes  me  esperen, 
que  yo  voy  a  llamar  al  corregidor  para  que  remedie  este  mal  hecho. 
Diciendo  esto  fué  donde  estaba  el  corregidor,  y  le  dijo  que  tenía  salida 
de  la  casa,  y  gente  que  le  sirviese  y  socorriese:  que  se  remediaría  aquel 
alboroto  en  llegando  su  merced  a  la  plaza,  y  repicando  las  campanas 
y  tocando  arma,  porque  los  rebelados  habían  de  huir  luego.  El  corre- 
gidor no  admitió  el  consejo,  ni  dió  otra  respuesta  sino  que  le  dejasen 
estar  allí.  Mi  padre  volvió  a  sus  compañeros,  y  hallólos  subidos  todos 
en  un  tejado  que  salía  a  la  casa  de  Juan  de  Figueroa.  Volvió  a  rogarles 
que  le  esperasen,  que  quería  volver  a  importunar  al  corregidor.  Y  así 
entró  segunda  vez,  pero  no  alcanzó  más  que  la  primera,  por  mucho  que 
se  lo  porfió  e  importunó,  dándole,  razones  bastantes  para  salir  de  donde 
estaba.  Más  el  corregidor  cenó  los  oídos  a  todo,  temiendo  que  le  que- 
rían matar,  y  que  eran  todos  en  la  trampa,  como  lo  dijo  Francisco 
Hernández  a  la  puerta  de  la  sala. 

Garcilaso,  mi  señor,  salió  perdida  toda  su  esperanza,  y  al  pie  de. 
la  escalera  se  quitó  los  pantufos  que  llevaba  calzados,  y  quedó  en 
plantillas  de  borceguíes  como  había  jugado  las  alcancías.  Subió  al  te- 
jado y  yo  en  pos  de  él.  Subieron  luego  la  escalera, y  la  llevaron  por  el 
tejado  adelante  y  la  echaron  en  la  casa  de  Juan  de  Figueroa,  y  a  ella 
bajaron  todos,  y  yo  con  ellos.  Y  abriendo  la  puerta  de  la  calle,  me 
mandaron  que  yo  fuese  adelante  haciendo  oficio  de  centinela,  que  por 
ser  muchacho  no  echarían  de  ver  en  mi.  y  que  avisase  con  un  silbo  a 
cada  encrucijada  de  calle,  para  que  ellos  me  siguiesen.  Así  fuimos  de 
«^ille  en  calle,  hasta  llegar  a  la  casa  de  Antonio  de  Quiñones,  que  era 
cuñado  de  Garcilaso,  mi  señor,  casados  con  dos  hermanas.  Hallárnosle 
dentro,  de  que  mi  padre  recibió  grandísimo  contento,  porque  tenía 
mucha  pena  de  no  saber  qué  se  hubiese  hecho  dél.  A  Antonio  de  Qui- 
ñones le  valió  uno  de  los  conjurados  que  se  decía  Juan  Gavilán  a 
quien  el  Quiñones  había  hecho  amistades  en  ocasiones  pasadas.  Él 
cual  hallándole  junto  a  la  puerta  principal  de  la  sala,  lo  sacó  fuera  a 
la  calle,  y  a  Juan  de  Saavedra  con  él,  que  estaban  juntos:  y  hablando 
con  Antonio  de  Quiñones  le  dijo:  váyase  vuesa  su  merced  a  su  casa  y 
llévese  consigo  a  Juan  de  Saavedra,  y  no  salgan  della  hasta  que  yo 
vaya  allá  mañana:  y  así  los  halló  mi  padre  en  ella,  de  que  todos  reci- 
bieron contento.  Apenas  habían  entrado  en  la  casa  de  Antonio  de  Qui- 
ñones, cuando  acordaron  todos  de  irse  aquella  misma  noche  a  la  ciudad 
de  los  Reyes. 


—  12  - 


A  Juan  de  Saavedra  convidaron  con  lo  necesario  para  la  jornada, 
ofreciéndole  cabalgadura,  sombrero,  capa  de  grana,  y  botas  de  camino : 
porque  al  principio  se  escusaba  con  decir  que  le  faltaban  aquellas 
cosas  para  caminar;  más  cuando  se  las  trujeron  delante,  se  escusó  con 
achaques  de  poca  salud,  e  imposibilitó  el  viaje,  de  manera  que  no  le 
porfiaron  más  en  la  jornada,  y  así  se  quedó  en  la  ciudad.  Adelante  di- 
remos la  causa  principal  de  su  escusa,  por  la  cual  perdió  su  hacien- 
da y  su  vida.  Los  demás  vecinos  y  soldados  que  iban  con  mi  padre,  se 
fueron  a  sus  casas  para  apercibirse  y  hacer  su  jornada  a  la  ciudad  de 
los  Reyes.  Garcilaso,  mi  señor,  me  envió  a  su  casa,  que  estaba  cerca 
de  estotra,  a  que  le  llevasen  un  caballo  el  mejor  de  los  suyos,  el  cual 
todavía  estaba  ensillado  de  las  alcancías  pasadas.  A  la  ida  a  pedir 
el  caballo  pasé  por  la  puerta  de  Tomás  Vasquez  y  vi  en  la  calle  dos 
caballos  ensillados,  y  tres  o  cuatro  negros  con  ellos  que  estaban  ha- 
blando unos  con  otros,  y  a  la  vuelta  de  haber  pedido  el  caballo  los 
hallé  como  los  dejé.  De  lo  cual  di  cuenta  a  mi  padre  y  a  los  demás, 
v  todos  se  escandalizaron  sospechando  si  los  caballos  y  esclavos  eran 
de  los  conjurados.  A  este  punto  me  llamó  Rodrigo  de  León,  herma- 
no de  Pero  López  de  Cazalla,  y  me  dijo  que  fuese  a  casa  de  su  herma- 
no, que  era  en  la  misma  calle,  aunque  lejos  de  donde  estábamos.  Y 
que  al  indio  portero  le  dijese,  que  la  cota  y  celada  que  tenía  en  su  apo- 
sento la  escondiese,  temiendo  que  los  tiranos  habían  de  saquear  la  ciu- 
dad aquella  noche.  Yo  fui  apriesa  al  mandado,  y  cuando  volví  ha- 
llé que  mi  padre  y  sus  dos  parientes  Diego  de  los  Ríos  y  Antonio  Qui- 
ñones se  habían  ido  y  rodeado  mucha  tierra  y  malos  pasos  por  no 
pasar  por  la  puerta  de  Tomás  Vasquez  ,  y  yo  me  volví  a  casa  de  mi 
padre,  que  está  enfrente  de  las  dos  plazas;  y  entonces  no  estaban  la- 
bradas las  casas  qué  hoy  están  el  arroyo  abajo,  en  la  una  plaza  y 
en  la  otra.  Allí  estuve  mirando  y  esperando  el  suceso  de  aquella  te- 
rrible y  desventurada  noche. 


—  :9í*  


CAPITULO  III 


FRANCISCO  HERNANDEZ  PRENDE  AL  CORREGIDOR,  SALE  A  LA  PLAZA, 
SUELTA  LOS  PRESOS  DE  LA  CARCEL,  HACE  MATAR  A  DON  BALTASAR 
DE  CASTILLA  Y  AL  CONTADOR  JUAN  DE  CACERES. 


RANCISCO  Hernández  Girón  y  los  suyos,  que  quedaron  en  casa 


de  Alonso  de  Loaysa  con  deseo  de  prender  al  corregidor,  parecién- 


doles  que  teniéndoles  preso,  toda  la  ciudad  se  le  rendiría,  hicieron 
gran  instancia  por  saber  del .  Y  siendo  avisado  que  estaba  en  la  sala 
de  las  mugeres,  rompieron  las  primeras  puertas  con  un  banco,  y  lle- 
gando a  las  segundas  les  pidieron  de  dentro  que  les  diesen  la  palabra 
que  no  matarían  al  corregidor  ni  le  harían  otro  daño;  y  habiéndosela 
dado  Francisco  Hernández,  le  abrieron  las  puertas  y  él  prendió  al  co- 
rregidor, y  lo  llevó  a  su  casa  donde  le  dejó  debajo  de  huenas  guardas 
y  prisiones,  y  salió  a  la  plaza  con  todos  sus  compañeros  que  no  pasa- 
ban de  doce  o  trece. 

La  prisión  del  corregidor,  y  llevarlo  Francisco  Hernández  a  su 
casa,  y  dejarlo  a  recaudo,  y  salir  a  la  plaza  no  se  hizo  tan  en  breve 
que  no  pasaron  más  de  tres  horas  en  medio.  De  donde  se  ve  claro  que 
si  el  corregidor  saliera  cuando  se  lo  pidieron  mi  padre  y  sus  compa- 
ñeros, y  tomara  la  plaza  y  tocara  el  arma  llamando  a  los  del  rey,  hu- 
yeran los  tiranos  y  se  escondieran  donde  pudieran.  Así  lo  decían  des- 
pués todos  los  que  supieron  todo  el  hecho.  A  este  tiempo  fui  yo  a  la 
plaza  a  ver  lo  que  en  ella  pasaba.  Hallé  aquellos  pocos  hombres  bien 
desamparados  si  hubiera  quien  los  contradijera;  pero  la  oscuridad  de 
la  noche,  y  la  osadía  que  tuvieron  de  entrar  en  una  casa  tan  llena  de 
gente  como  estaba  la  de  Alonso  de  Loaysa,  acobardó  al  corregidor  y 
ahuyentó  de  la  ciudad  a  los  vecinos  y  soldados  que  pudieron  acudir 
a  servir  a  su  magestad  y  favorecer  a  su  corregidor.  Más  de  media  hora 
después  que  vo  estuve  en  la  plaza,  vino  Tomás  Vasquez  a  caballo, 
y  otro  con  él  con  sus  lanzas  en  las  manos,  y  Tomás  Vasquez  dijo  a 
Francisco  Hernández;  ¿qué  manda  vuesa  merced  que  hagamos? 


Francisco  Hernández  les  dijo:  ronden  vuesas  mercedes  esas  plazas,  y 
a  las  gentes  que  saliera  a  ella  les  digan,  que  no  hayan  miedo,  que  se 
vengan  a  la  plaza  mayor,  que  yo  estoy  en  ella  para  servir  a  todos  mis 
señores  y  amigos.  Poco  después  vino  Alonso  Díaz,  otro  vecino  de  la 
ciudad,  encima  de  su  caballo,  y  su  lanza  en  la  mano,  al  cual  le  dijo 
Francisco  Hernández  lo  mismo  que  a  Tomás  Vasquez.  Solo  estos  tres 
vecinos  que  fueron  Tomás  Vasquez,  Juan  de  Piedrahita  y  Alonso  Díaz 
acudieron  aquella  noche  a  Francisco  Hernández;  y  el  otro  que  vino 
con  Tomás  Vasquez  no  era  vecino  sino  uno  de  sus  huéspedes;  de  don- 
de se  ve  claro  que  no  fueron  más  los  conjurados  con  él ;  y  aunque  des- 
pués le  siguieron  otros  vecinos,  más  fué  (como  lo  hemos  dicho)  de 
temor,  que  de  amistad,  así  le  negaron  en  pudiendo.  Los  pobres  rebe- 
lados viéndose  tan  pcos  y  que  no  les  acudía  nadie,  fueron  a  la  cárcel 
y  soltaron  todos  los  presos,  y  los  trujeron  consigo  a  la  plaza  por  ha- 
cer mayor  número  y  más  bulto  de  gente,  y  en  ella  estuvieron  hasta 
el  día,  y  entre  todos  no  pasaban  de  cuarenta  hombres.  Y  aunque 
el  Palentino,  capítulo  veinte  y  cuatro,  diga  que  salieron  a  la  plaza 
apellidando  libertad,  y  que  trujeron  número  de  picas  y  arcabuces  y 
que  arbolaron  bandera,  y  que  Francisco  Hernández  mandó  dar  ban- 
do, que  so  pena  de  la  vida  todos  acudiesen  a  la  plaza;  y  que  aquella 
noche  acudió  alguna  gente,  y  que  pusieron  velas  y  guardas  por  la 
ciudad  porque  nadie  se  huyese. 

Digo  que  aquella  noche  no  hubo  más  de  lo  que  hemos  dicho,  que 
yo  como  muchacho  anduve  toda  la  noche  con  ellos;  que  ni  aún  para 
guardarse  ellos  tenían  gente,  cuanto  más  para  poner  velas  y  guar- 
das por  la  ciudad,  la  cual  tenía  entonces  más  de  una  legua  de  circuito. 
Otro  día  fueron  a  la  posada  del  corregidor,  y  le  tomaron  su  escritorio, 
donde  dijeron  que  hallaron  diez  y  siete  provisiones  de  los  oidores,  en 
las  cuales  mandaban  cosas  contra  los  vecinos  y  soldados  en  perjuicio 
dellos,  acerca  del  servicio  personal,  y  que  no  echasen  indios  a  las  mi- 
nas, ni  tuviesen  soldados  por  huéspedes,  ni  los  mantuviesen  en  pú- 
blico ni  en  secreto.  Todo  lo  cual  fué  inventado  por  los  amotinados, 
para  indignar  los  soldados  y  provocarlos  a  su  opinión. 

El  día  tercero  de  su  levantamiento,  dió  Francisco  Hernández  en 
visitar  los  vecinos  más  principales  en  sus  mismas  casas;  y  entre  otras 
a  la  de  mi  padre;  y  yo  presente  habló  a  mi  madrastra;  y  entre  otras 
cosas  le  dijo:  que  él  había  hecho  aquel  hecho,  que  era  en  beneficio  de 
todos  los  soldados  y  vecinos  de  aquel  imperio;  pero  que  el  cargo  prin- 
cipal pensaba  darlo  a  quien  tuviese  más  derecho,  y  lo  mereciese  me- 
jor que  no  él.  Y  que  le  rogaba  hiciese  con  mi  padre  que  saliese  a  la 
plaza,  y  no  estuviese  retirado  en  su  casa, en  tiempo  que  tanta  necesi- 
dad tenían  dél. 

Estas  mismas  razones  dijo  en  otras  casas  que  visitó,  sospechando 
que  estaban  escondidos  los  que  decían  haberse  huido  a  la  ciudad  de 
los  Reyes,  porque  no  creyó  que  tal  hubiese  sido.  Y  así  cuando  mi  ma- 
drastra le  certificó  que  dende  la  noche  de  la  boda  no  le  había  visto  ni  él 


—  15  — 


había  entrado  en  su  casa,  se  admiró  Francisco  Hernández,  y  para  que 
lo  creyese  se  lo  dijo  mi  madrastra  cuatro  veces, y  la  postrera  con  gran- 
des juramentos,  pidiéndole  que  mandase  buscar  la  casa,  y  cualquier 
otro  lugar  do  sospechase  que  podía  estar  mi  padre.  Entonces  lo  creyó 
y  se  mostró  muy  sentido  dello;  y  acortando  razones  se  fué  a  hacer  las 
demás  visitas,  y  en  todas  halló  lo  mismo.  Verdad  es  que  no  todos  los 
que  faltaban  se  fueron  aquella  noche,  sino  tres  y  cuatro  y  cinco  no- 
ches después;  que  como  no  había  quien  guardase  la  ciudad,  tuvieron 
lugar  de  irse  cuando  pudieron. 

Pasados  ocho  días  de  la  rebelión  de  Francisco  Hernández  Girón 
le  dió  aviso  uno  de  los  suyos,  que  se  decía  Bernardino  de  Robles,  hom- 
bre bullicioso  y  escandaloso, que  don  Baltasar  de  Castilla  y  el  contador 
Juan  de  Cáceres,  trataban  de  huirse  y  de  llevar  consigo  alguna  gente 
de  la  que  tenía,  de  la  cual  tenían  hecha  copia,  y  que  tenían  su  plata 
labrada,  y  la  demás  hacienda  de  sus  muebles  puesta  en  un  monasterio. 
Francisco  Hernández  habiéndolo  oído,  envió  a  llamar  a  su  licenciado 
Diego  de  Alvarado,  y  consultándolo  con  él.  le  remitió  la  causa  para 
que  castigase  los  culpables.  El  licenciado  no  tuvo  necesidad  de  mu- 
cha averiguación,  porque  dos  meses  antes  había  reñido  en  la  plaza 
principal  de  aquella  ciudad  él  y  don  Baltasar  de  Castilla,  y  salieron 
ambos  heridos  de  la  pendencia  ,  y  aunque  no  hubo  ofensa  de  parte 
alguna,  el  licenciado  quedó  enojado  de  no  haberlo  muerto:  porque 
como  hemos  dicho  presumía  más  de  valiente  que  de  letrado  Y  usan- 
do de  la  comisión  ejecutó  su  enojo  aunque  sin  culpa  de  los  pobres 
acusados;  porque  fué  general  fama  que  no  la  tuvieron.  El  mismo  li- 
cenciado fué  por  ellos  aquella  noche  y  los  llevó  a  su  casa,  y  les  man- 
dó confesar  brevemente;  y  no  dándoles  todo  el  término  que  había  me- 
nester para  la  confesión,  mandó  darles  garrote, y  se  lo  dió  Juan  Enn- 
quez,  pregonero,  el  verdugo  que  degolló  a  Gonzalo  Pizarro,  y  ahorcó 
y  hizo  cuartos  a  sus  capitanes  y  maese  de  campo.  El  cual  luego  que 
Francisco  Hernández  se  rebeló,  salió  otro  día  (presumiendo  de  su 
buen  oficio) .cargado  de  cordeles  y  garrotes  para  ahogar  y  dar  tormen- 
to a  los  que  los  tiranos  quisiesen  matar  y  atormentar.  También  sacó 
un  alfange  para  cortar  las  cabezas  que  le  mandasen  cortar;  pero  él  lo 
pagó  después,  como  adelante  veremos.  El  cual  ahogó  brevemente  a 
aquellos  pobres  caballeros,  y  por  gozar  de  sus  despojos  los  desnudó  ;  a 
don  Baltasar  hasta  dejarlo  como  nació;  y  a  J  uan  de  Cáceres  le  dejó 
solo  la  camisa,  porque  no  era  tan  galana  como  la  de  su  compañero. 
Y  así  los  llevaron  a  la  plaza, y  los  pusieron  al  pie  del  rollo  donde  yo  los 
vi,  y  sería  esto  a  las  nueve  de  la  noche.  Otro  día,  según  se  dijo,  repren- 
dió Francisco  Hernández  a  su  letrado,  por  haber  muerto  a  aquellos 
caballeros  sin  comunicarlo  con  él.  Pero  más  fué  por  acreditarse  con  la 
gente  que  porque  le  pesase  de  que  los  hubiese  muerto,  y  que  en  su 
secreto  antes  se  holgó  de  ver  el  temor  y  asombro  que  causó  aquel 
buen  hecho;  porque  el  uno  dellos  era  contador  de  su  magestad,  v  el 


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otro  había  sido  su  capitán  en  las  guerras  pasadas;  y  tenía  cincuenta 
mil  ducados  de  renta  en  un  repartimiento  de  indios.  Por  este  hecho 
tan  cruel  se  rindieron  todos  los  vecinos  de  la  ciudad,  y  juzgaron  que 
los  mejores  librados  eran  los  que  se  habían  huido  della,  pues  los  ma- 
taban tan  sin  culpa;  y  que  los  matadores  se  quedaban  más  ufanos  y 
más  soberbios  que  antes  estaban. 


—   


CAPITULO  IV 


FRANCISCO  HERNANDEZ  NOMBRA  MAESE  DE  CAMPO  Y  CAPITANES  F..R 
SU  EJERCITO.  DOS  CIUDADES  LE  ENVIAN  EMBAJADORES.  EL  NUME- 
RO DE  LOS  VECINOS  QUE  SE  HUYERON  A  RIMAC. 


RANCISCO  Hernández  Girón,  habiéndosele  juntado  alguna  gen- 


te de  los  soldados  de  la  comarca  de  la  ciudad    viéndose  ya  po- 


deroso, porque  tenía  más  de  ciento  y  cincuenta  compañeros, 
acordó  nombrar  maese  de  campo  y  elegir  capitanes,  ministros  y  ofi- 
ciales para  su  ejército.  Nombró  por  maece  de  (.ampo  al  licenciado  Die- 
go de  Alvarado;  y  por  capitanes  de  caballo  a  Tomás  Vasquez,  y  a 
Francisco  Nuñez.y  a  Rodrigo  de  Pineda.  A  estos  dos  últimos  que  eran 
vecinos  de  la  ciudad,  acarició  Francisco  Hernández  después  de  su  le- 
vantamiento; y  por  les  obligar,  'es  convidó  con  los  oficios  de  capi- 
tán; y  ellos  lo  aceptaron,  más  por  temor  de  la  tiranía,  que  por  la  honra 
ni  provecho  de  las  condutas.  Eligió  por  capitán  de  infantería  a  Juan 
de  Piedrahita,  y  a  Ñuño  Mendiola,  y  a  Diego  Gavilán;  y  por  alférez 
general  a  Alberto  de  Orduña;  y  por  sargento  mayor  a  Antonio  Ca- 
rrillo. Los  cuales  con  toda  diligencia  acudieron  a  sus  oficios,  llamando 
y  acariciando  gente  y  soldados  para  sus  compañías. 

Hicieron  banderas  muy  galanas, con  blasones  y  apellidos  muy  bra- 
vatos, que  todos  atinaban  a  libertad,  y  así  llamaron  a  su  ejército  de  la 
libertad.  Estos  mismos  días,  habiéndose  publicado  por  las  ciudades 
comarcanas, que  el  Cosco  se  había  alzado,  no  diciendo,  cómo  ni  quién, 
entendiendo  que  toda  la  ciudad  era  a  una  .  la  de  Huamanca  y  la  de 
Arequepa  enviaron  sus  embajadores  pidiendo  al  Cosco  las  admitiese 
debajo  de  su  hermandad  y  protección :  pues  era  madre  y  cabeza  dellas 
y  de  todo  aquel  imperio:  que  juntamente  con  ella  querían  hacer  a  su 
magestad  la  súplica  de  tantas  provisiones,  tan  perjudiciales  como  lo* 
oidores  les  enviaban  a  notificar  cada  día.  El  embajador  de  Arequep  . 
se  decía  fulano  de  Yaldecabras.  que  yo  conocí;  aunque  el  Palentino 
dice,  que  un  fraile  llamado  fray  Andrés  de  Talavera:  pudo  ser  que 


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viniesen  ambos.  El  de  Huamanca  se  decía  Hernando  del  Tiemblo. 
Los  cuales  embajadores  fueron  muy  bien  recebidos,  y  acariciados 
por  Francisco  Hernández  Girón,  que  se  ufanaba  y  jactaba  de  haber 
tomado  una  empresa  tal  y  tan  importante,  que  acudía  todo  el  reino 
con  tanta  brevedad  y  prontitud  a  favorecerla.  Y  para  más  engran- 
decer su  hecho,  publicó  y  echó  fama  que  en  los  Charcas  habían  muerto 
al  mariscal  Alonso  de  Alvarado,  por  acudir  los  matadores  al  hecho 
de  Francisco  Hernández.  Las  ciudades  de  Huamanca  y  Arequepa, 
certificadas  de  que  el  levantamiento  del  Cosco  no  había  sido  general 
en  oda  la  ciudad,  sino  particular  de  un  hombre,  temeroso  de  sus  de- 
litos pasados,  y  que  los  más  de  los  vecinos  se  habían  huido  della: 
y  sabiendo  quiénes  y  cuántos  eran,  mudaron  parecer,  y  de  común 
consentimiento  los  de  una  ciudad  y  de  la  otra  se  fueron  todos  los  que 
pudieron  a  servir  a  su  magestad,  como  lo  habían  hecho  los  del  Cosco. 
Los  cuales  fueron  Garcilaso  de  la  Vega,  mi  señor,  Antonio  de  Quiño- 
nes, Diego  de  los  Ríos,  Gerónimo  Costilla,  Garci  Sánchez  de  Figue- 
roa,  primo  hermano  de  mi  padre,  que  no  era  vecino  sino  soldado  anti- 
guo y  benemérito  de  la  tierra.  Estos  cinco  caballeros  salieron  de  la 
ciudad  del  Cosco  para  la  de  los  Reyes  la  misma  noche  del  levanta- 
miento de  Francisco  Hernández  Girón.  Los  demás  que  nombraremos 
salieron,  dos,  tres, cuatro, cinco  noches  después,  como  se  les  aliñaba  la 
¡ornada.  Vasco  de  Guevara, vecino,  y  los  dos  Escalantes  sus  cuñados, 
que  no  eran  vecinos,  salieron  dos  noches  después.  Alonso  de  Hinojosa, 
y  Juan  de  Pancorvo,  que  eran  vecinos,  salieron  a  la  cuarta  noche;  y 
Alonso  de  Mesa,  vecino,  a  la  quinta,  porque  se  detuvo  poniendo  en 
cobro  una  poca  de  plata  que  después  gozaron  los  enemigos,  como  di- 
remos a  su  tiempo.  Garcilaso,  mi  señor,  y  sus  compañeros,  siguiendo 
su  camino  a  nueve  leguas  de  la  ciudad  hallaron  a  Pedro  Lcpez  de  Ca- 
zalla  en  una  heredad  suya  que  allí  tenía;  de  la  cual  hicimos  mención 
en  el  libro  nono  de  la  primera  parte  de  nuestra  Historia, capítulo  vein- 
te y  seis.  Estaba  con  él  Sebastian  de  Cazalla.  su  hermano  y  ambos 
eran  vecinos.  Los  cuales  sabiendo  Jo  que  pasaba  en  el  Cosco,  deter- 
minaron irse  en  compañía  de  aquellos  caballeros  a  servir  a  su  mages- 
tad. La  muger  de  Pedro  López  que  se  decía  doña  Francisca  de  Zúñiga 
muger  noble  v  hermosa  de  toda  bondad  y  discreción,  quiso  hacer  la 
misma  jornada  por  servir  no  a  su  magestad.  sino  a  su  marido;  y  aun- 
que era  muger  delicada  y  de  poca  salud,  se  esforzó  en  ir  en  una  muía 
ensillada  con  un  sillón;  y  pasó  toda  la  aspereza  y  malos  pasos  de  aque- 
llos caminos  con  tanta  facilidad  y  buen  suceso,  como  cualquiera  de 
los  de  la  compañía.  Y  a  las  dormidas  les  regalaba  a  todos  con  prove- 
erles la  cena  y  el  almuerzo  de  otro  día.  pidiendo  recaudo  a  'os  in- 
dios, y  dando  traza  y  orden  a  las  indias  como  lo  habían  de  aderezar. 

Todo  esto  y  mucho  más  oí  contar  de  aquella  famosa  señora  a 
sus  propios  compañeros.  Siguiendo  estos  caballeros  su  viaje,  hallaron 
en  Curampa,  veinte  leguas  de  la  ciudad,  a  Hernán  Bravo  de  Laguna, 
y  a  Gaspar  de  Sotelo,  vecinos  della,  que  tenían  sus  indios  en  aquel 


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parage  y  lo  llevaron  consigo;  y  así  hicieron  a  los  demás  vecinos  y  sol- 
dados que  toparon  por  el  camino  hasta  llegar  a  Huamanca.  Los  de 
aquella  ciudad  se  esforzaron  muy  mucho  de  ver  hombres  tan  princi» 
pales  en  ella,  y  se  ratificaron  en  su  primera  determinación  de  ir  a  ser- 
vir a  su  magestad  en  compañía  de  tales  varones.  Y  así  fueron  con  ellos 
todos  los  que  pudieron;  y  los  que  entonces  no  pudieron,  fueron  des- 
pués,como  se  les  había  aliñado  la  jornada.  Volviendo  algo  atrás  deci- 
mos que  cuando  Garcilaso,  mi  señor,  y  sus  compañeros  pasaron  la 
puente  del  río  Apurimac,  considerando  que  había  de  salir  gente  de  la 
ciudad  de  el  Cosco,  y  de  otras  partes,  e  ir  en  pos  de  ellos  a  servir  a 
su  magestad.  y  que  no  era  bien  cortarles  el  camino  con  quemar  la 
puente,  porque  quedaban  atajados  y  en  poder  de  los  tiranos,  acorda- 
ron que  quedasen  dos  compañeros  en  guarda  della  para  recebir  los 
que  viniesen  aquellos  cinco  o  seis  dias  primeros,  y  después  la  quema- 
sen, porque  caminasen  seguros  de  que  los  tiranos  no  pudiesen  seguir- 
los. Así  se  hizo  como  se  ordenó;  de  manera  que  los  que  salieron  tarde 
de  la  ciudad  del  Cosco  pudieron  pasar  la  puente  aunque  llevaban  mu- 
cho temor  de  hallarla  quemada.  Otros  vecinos  principales  del  Cosco 
fueron  a  los  Reyes  por  otros  caminos;  porque  se  hallaron  en  aquella 
coyuntura  en  sus  repartimientos  de  indios  hácia  el  Poniente  de  la  ciu- 
dad. Los  cuales  fuerom,  Juan  Julio  de  Hojeda,  Pedro  de  Orve,  Martín 
de  Arbieto  y  Rodrigo  de  Esquivel;  los  cuales  pasando  por  el  reparti- 
miento de  don  Pedro  de  Cabrera,  se  juntaron  con  él  para  irse  juntos. 


CAPITULO  V 


CARTAS  QUE   SE   ESCRIBEN   AL   TIRANO,    Y   EL     DESTIERRA    AL  CORRE- 
GIDOR   DEL  COSCO 


EL  Palentino  en  este  paso,  capítulo  veinte  y  cinco,  dice  lo  que  se 
sigue:  Llegó  en  esta  sazón  al  Cosco  Miguel  de  Villafuerte  con  una 
carta  de  creencia  para  Francisco  Hernández,  de  don  Pedro  Luis 
de  Cabrera,  que  estaba  en  Cotabamba  al  tiempo  del  alzamiento  con 
algunos  soldados  amigos  suyos.  Entre  los  cuales  estaban  Hernando 
Guillada,  y  Diego  Méndez,  y  otros  algunos  de  los  culpados  en  la  rebe- 
lión de  don  Sebastián  de  Castilla.  La  creencia  era  en  efecto, que  pues 
don  Pedro  no  había  podido  ser  el  primero,  y  le  había  ganado  por  cua- 
tro días  y  la  mano,  que  Francisco  Hernández  prosiguiese  a  tomar  la 
empresa  por  todo  el  reino  para  la  suplicación  general;  y  que  él  había 
alzado  bandera  en  su  nombre,  y  se  iba  camino  de  la  ciudad  de  los  Re- 
yes; y  procuraría  el  nombramiento  de  capitán  general  por  el  audien- 
cia. Y  luego  como  estuviese  en  el  cargo,  prendería  los  oidores  y  los 
embarcaría  para  España.  Después  de  recibida  esta  carta,  le  envió 
otra  don  Pedro  con  un  hijo  de  Gómez  de  Tordoya,  la  cual  asimismo 
era  óc  creencia.  Y  envió  a  decir  a  Francisco  Hernández  que  tuviese 
por  cierto, que  si  Garcilaso  de  la  Vega,  y  Antonio  Quiñones  y  otros  se 
habían  ido  a  la  ciudad  de  los  Beyes,  no  era  por  favorecer  este  negocio, 
sino  porque  no  pudieron  ellos  y  don  Pedro  efectuar  lo  que  tenían  pen- 
sado, por  haberse  él  anticipado.  Y  así  mismo  decía  que  al  tiempo  que 
salió  de  sus  pueblos, había  hecho  decir  misa  y  que  después  de  haberla 
oído,  había  hecho  sacramento  sobre  una  ara  consagrada,  diciendo  a 
los  que  con  él  estaban  se  sosegasen  con  él ;  porque  el  no  iba  a  Lima 
para  otro  efecto  que  para  prender  los  oidores  y  enviarlos  a  España. 
Empero  Francisco  Hernández,  teniendo  a  don  Pedro  por  hombre  sa- 
gaz y  doblado,  consideró  en  sí  ser  estos  recaudos,  para  le  asegu  _ar,  y 
poder  mejor  a  su  salvo  (y  sin  contraste)  irse  con  los  soldados  que  allí 
consigo  tenía  Por  lo  cual  despachó  a  Juan  de  Piedrahita  con  algunos 


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arcabuceros  para  que  sacase  de  la  ciudad  a  Gil  Ranrrez,  quitada  :a 
Vara  de  justicia,  y  llevase  a  buen  recaudo  hasta  le  poner  más  de  veinte 
leguas  de!  Cosco,  para  que  libremente  se  fuese  a  la  ciudad  de  los  Re- 
yes, sin  le  haber  tomado  Francisco  Hernández  cosa  alguna.  Y  dióle 
a  Piedrahita  instrucción  que  procurase  alcanzar  a  don  Pedro  y  le  di- 
jese que  no  curase  de  tomar  el  camino  de  Lima, y  que  le  hiciese  merced 
de  volverse'  al  Cosco.  Y  que  si  don  Pedro  esto  rehusase  y  no  lo  quisiese 
le  trújese  preso  conmigo  y  a  buen  recaudo.  Empero  ya  don  Pedro  era 
partido,  y  dificultosamente  lo  podía  alcanzar.  Por  lo  cual  Piedrahita 
se  volvió  con  la  gente  al  Cosco,  &c. 

Hasta  aquí  es  dé"  aquel  autor,  sacado  a  la  letra.  Y  porque  unas 
cosas  están  anticipadas  y  otr  S  pospuestas. declar  mdo  al  autor  dellas, 
diremos  como  sucedieron  aquellos  hechos,  y  por  qué  camino  llevó 
Piedrahita  preso  al  corregidor.  Es  así  que  don  Pedro  de  Cabrera  no  te- 
nía necesidad  de  enviar  recaudos  a  Francisco  Hernández  para  ser  con 
él  ,  porque  nunca  tal  pensó  ni  imaginó,  por  la  contradicción  que  en  su 
persona,  y  en  su  trato,  conversación  y  manera  de  vivir  tenía  para  no 
conseguir  la  guerra;  porque  de  su  persona  era  el  más  grueso  hombre 
que  allá  ni  acá  he  visto,  particularmente  del  vientre.  En  cuya  prueba 
digo,  que  dos  años  poco  más  o  menos,  después  de  la  batalla  de  Sacsa- 
huana,  un  negro,  esc'avo  de  mi  padre,  lindo  oficial  sastre,  hacía  un 
coleto  de  cordobán  para  don  Pedro  de  Cabrera,  guarnecido  con  mu- 
chas frajas  de  oro.  Teniéndolo  ya  a  punto  para  lo  guarnecer, entramos 
tres  muchachos,  y  yo  con  ellos,  casi  tedos  de  una  edad.de  diez  a  once 
años,  en  el  aposento  del  maestro,  y  hallamos  el  coleto  sobre  una  mesa 
cerrado  por  delante  con  un  cordón  de  seda,  y  viéndolo  tan  ancho 
(como  muchachos  traviesos)  entramos  en  él  todos  cuatro  y  nos  arri- 
mamos a  las  paredes  del  coleto,  y  enmedio  del  quedaba  campo  y 
lugar  para  otro  muchacho  de  nuestro  tamaño.  Sin  lo  dich  por  el 
mucho  vientre  no  podía  andar  a  caballo  en  silla  gineta,  porque  el  ar- 
zón delantero  no  lo  consentía.  Andaba  siempre  a  la  brida  o  en  muía. 
Nunca  jugó  cañas  ni  corrió  a  caballo  a  la  gineta  ni  a  la  brida.  Y  aun- 
que en  la  guerra  de  Gonzalo  Pizarro  fué  capitán  de  caballos  fué  por- 
que se  halló  en  la  ent  ega  de  la  armada  de  Gonzalo  Pizarro  al  presi- 
dente y  le  cupo  en  suerte  la  compañía  de  caballos,  y  después  de  la 
guerra,  el  repartimiento  de  indios  tan  aventajado  de  que  atrás  dimos 
cuenta  Y  en  lo  que  toca  al  regalo  y  manera  de  vivir  y  su  trato  y  con- 
versación, era  el  hombre  más  regalado  en  su  comida,  y  de  mayores 
donaires  y  mejor  entretenimiento  que  se  puede  imaginar,  con  cuentes 
y  entr  meses  graciosísimos  que  los  inventaba  él  mismo,  burlándose 
con  sus  pages  lacayos  y  esclavos,  que  pudiéramos  contar  algunos  de 
muchos  donaires  y  de  mucha  risa  que  se  me  acuerdan  ;  pero  no  es  bien 
que  digamos  ni  contemos  niñerías:  baste  la  del  coleto.  Su  casa  era 
cerca  de  la  de  mi  padre  y  entre  ellos  había  deudo;  porque  mi  señora 
Elena  de  Figueroa  su  madre,  era  de  la  casa  de  Feria  por  lo  cual  había 
mucha  comunicación  entre  los  dos;  y  a  mi  me  llamaba  sobrino,  y  no 


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sabia  darme  otro  nombre.  Adelante  cuando  tratemos  de  su  fallecimien- 
.;,  que  fué  en  Madrid,  año  de  mil  y  quinientos  y  sesenta  y  dos  repe- 
tiremos algo  desto  que  hemos  dicho.  Por  todo  lo  cual  afirmo,  que  es- 
aba  muy  lejos  de  seguir  a  Francisco  Hernández  Girón,  ni  de  ser  ti- 
rano, que  no  tenía  para  qué  pretenderlo;  porque  tenía  todo  el  regalo, 
contento  y  descanso  que  se  podía  desear,  y  no  tuvo  trato  ni  conversa- 
ción con  Francisco  Hernández  Girón,  porque  mucha  parte  del  año  se 
estaba  en  sus  indios  con  media  docena  de  amigos.  Los  mensageros 
que  envió  fué  para  que  supiesen,  certificadamente,  cómo  había  sido  el 
1  vantamiento  de  Francisco  Hernández  Girón,  y  lo  que  después  dél 
había  sucedido,  y  qué  vecinos  habían  huido,  y  quienes  eran  con  el 
tirano;  porque  como  él  y  sus  compañeros  deseaban  ir  a  los  Reyes, 
querían  saber  lo  que  había  pasado  en  el  Cosco,  para  dar  cuenta  dello 
por  los  caminos, y  no  ir  tan  a  ciegas.  Y  para  que  Francisco  Hernández 
no  sospechase  de  los  mensageros,  los  envió  con  cartas  de  creencia;  y 
también  para  que  con  la  respuesta  se  los  volviese  a  enviar.  El  camino 
para  ir  a  los  Reyes  lo  tenía  don  Pedro  muy  seguro;  porque  sus  indios 
donde  él  estaba,  están  más  de  quince  leguas  del  Cosco  hacia  los  Reyes, 
y  el  río  Apurimac  está  en  medio  de  aquel  camino,  y  teniendo  que- 
madas las  puentes  como  las  tenía,  aseguraba  que  no  pasasen  los  ene- 
migos; y  así  don  Pedro  y  los  suyos,  con  la  nueva  de  lo  que  deseaban 
saber,  se  fueron  a  los  Reyes  haciendo  burla  de  los  tiranos. 

A  Juan  de  Piedrahita  dió  orden  Francisco  Hernández,  que  con 
una  docena  de  arcabuceros  llevase  al  Corregidor  Gil  Ramírez  de  Ava- 
los,  no  por  el  camino  de  Lima,  que  es  hacia  el  Norte,  sino  por  el  de 
Arequepa,  que  es  al  Mediodía;  mandóle  que  habiéndole  sacado  cua- 
renta leguas  de  la  ciudad,  lo  dejase  ir  libre  donde  quisiese.  Y  este  viaje 
de  Piedrahita  no  fué  en  aquellos  primeros  días  del  levantamiento, 
cuando  vinieron  los  mensageros  de  don  Pedro  de  Cabrera,  que  vinie- 
ron y  se  fueron  dentro  de  los  ocho  o  diez  días  después  del  levantamien- 
to; y  el  viaje  de  Piedrahita  fué  más  de  cuarenta  días  después.  Y  en- 
viar al  corregidor  por  Arequepa  y  no  por  el  camino  derecho,  fué  por- 
que no  llegase  tan  presto  a  los  Reyes  ni  fuese  tan  a  su  placer,  como  fuera 
ir  en  compañía  de  los  vecinos  que  iban  a  Rimac.  Por  todo  lo  cual  se 
ve  claro  que  la  relación  que  dieron  a  Diego  Hernández  fué  la  del 
vulgo,  que  por  la  mayor  parte  habla  cada  uno  lo  que  se  le  antoja,  y 
lo  que  se  oye  a  otros  que  no  lo  vieron,  y  no  lo  que  pasa  en  hecho  de 
ve  rda. i 





CAPITULO  VI 


FRANCISCO  HERNANDEZ  SE  HACE  ELEGIR  PROCURADOR  Y  CAPITa; 
GENERAL  DE  AQUEL  IMPERIO.  LOS  OIDORES  ELIGEN  MINISTRO 
PARA  LA  GUERRA    EL  MARISCAL  HACE  LO  MISMO. 


ASADOS  los  quince  días  del  levantamiento  de  Francisco  Her- 


nández Girón,  viéndose  él  ya  con  pujanza  de  gente    y  temido  de 


todos  por  la  crueldad  que  en  don  Baltasar  de  Castilla  ejecutó, 
'e  pareció  sería  bien  dar  más  autoridad  a  su  tiranía  para  proceder  en 
el'a  (según  su  poco  juicio)  con  mejor  título  y  mejor  nombre, para  que 
BS  gentes  v  iéndole  elegido  y  abonado  por  aquella  ciudad,  cabeza  del 
imperio,  siguiese  su  profesión,  que  él  mismo  no  sabía  cuál  era.  Para 
lo  cual  mandó  que  hubiese  cabildo  abierto  de  toda  la  ciudad,  en  el 
cual  se  hallaron  veinte  y  cinco  vecinos,  señores  de  indios, que  nombra 
Diego  Hernández;  y  yo  los  conocí  todos.  Entre  ellos  no  hubo  más  de 
un  alcalde  ordinario,  y  dos  regidores,  que  todos  los  demás  no  eran 
ministros  del  cabildo.  Pidióles  que  para  librarse  de  las  molestias  que 
cada  día  los  oidores  les  hacían  con  sus  provisiones. le  nombrasen  y  eli- 
giesen por  procurador  general  de  todo  el  imperio,  para  que  ante  su 
magestad  suplicase  y  pidiese  lo  que  bien  les  estuviese.  Asimismo  pidió 
que  le  nombrasen  por  capiian  general  y  justicia  mayor  de  aquella  ciu- 
dad y  de  todo  el  reino,  para  que  los  gobernase  y  mantuviese  en  paz 
y  justicia.  Todo  lo  cual  se  le  concedió  muy  cumplidamente,  (como 
dicen  los  niños)  más  de  miedo  que  de  vergüenza;  porque  tenía  en  la 
plaza  delante  de  la  puerta  del  cabildo  un  escuadrón  de  más  de  ciento 
y  cincuenta  arcabuceros, con  dos  capitanes;  el  uno  era  Diego  Gavilán, 
y  el  otro  Ñuño  Mendiola.  Apregonose  luego  en  la  plaza  (pasado  el 
cabildo)  el  poder  que  se  le  habí  i  dado  a  Francisco  Hernández  Girón. 
El  cual  no  solamente  pretendió  ser  nombrado  por  cabildo,  para  tener 
más  autoridad  y  mando,  pero  su  principal  intención  fué  que  todos  los 
vecinos  y  moradores  de  aquella  ciudad  metiesen  prendas,  fiasen  y 
abonasen  su  buen  hecho  como  si  ellos  de  su  libre  voluntad  se  hubieran 


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convidado  con  lo  que  él  les  pidió  y  forzó  que  hiciesen.  Entretanto  que 
en  la  ciudad  del  Cosco  pasaban  estas  cosas,  llegó  a  la  ciudad  de  los 
Reyes  la  nueva  dellas:  los  oidores  al  principio  la  tuvieron  por  falsa, 
entendiendo  que  era  algún  trato  doble:  porque  el  que  la  llevó  era  gran- 
dísimo amigo,  y  según  decían,  hermano  de  leche  de  Francisco  Her- 
nández Girón. 

Imaginaron  que  iba  a  tentar  la  ciudad,  a  ver  como  tomaban  los 
vecinos  aquel  hecho;  y  cuáles  se  mostraban  del  bando  de  Francisco 
Hernández,  y  cuales  eran  en  contra.  Y  con  esta  sospecha  prendieron 
a  Hernando  Chacón,  que  fué  el  que  llevó  la  buena  nueva,  más  luego 
lo  soltaron  ;  porque  por  otras  muchas  partes  vino  la  certificación  della. 
Con  la  cual  los  oidores  nombraron  capitanes,  y  proveyeron  ministros 
para  la  guerra  que  se  temía  :  no  decimos  quiénes  fueron  los  nombrados, 
porque  algunos  dellos  no  quisieron  aceptar  los  oficios  y  cargos;  por- 
que les  parecía  que  merecían  ser  generales,  y  aún  más  y  más.  Dejarlos 
hemos  así,  porque  adelante  diremos  los  que  se  eligieron.y  sirvieron  en 
toda  la  guerra,  aunque  las  elecciones  fueron  con  muchas  pasiones, 
bandos  y  molestias,  como  los  suele  haber  donde  no  hay  cabeza,  y 
pretenden  mandar  muchos  que  no  lo  son.  También  llegaron  las  nuevas 
del  levantamiento  de  Francisco  Hernández  a  Potocsi,  donde  el  maris- 
cal Alonso  de  Alvarado  estaba  ejecutando  el  castigo  en  1  s  delincuen- 
tes de  la  muerte  del  general  Pedro  de  Hinojosa  y  secuaces  de  don  Se- 
bastián de  Castilla;  la  cual  ejecución  paró  luego,  aunque  habían  mu- 
chos culpados  que  merecían  pena  de  muerte  como  la  habían  llevado 
los  pasados  que  hasta  entonces  habían  sido  castigados.  Pero  con  el 
nuevo  levantamiento  convenía  perdonar  a  los  culpados,  y  aplacar  a 
los  leales:  que  los  unos  y  los  otros  estaban  escandalizados  de  tanto 
rigor  y  muerte  como  se  habían  hecho.  A  los  que  estaban  condenados  a 
muerte  les  conmutaron  la  pena  en  que  sirviesen  a  su  magestad  a  su 
costa.  Entre  estos  condenados  a  muerte,  estaba  un  soldado  que  se 
decía  fulano  de  Bilbao,  al  cual  visitó  un  amigo  suyo,  y  le  dió  el  para- 
bien  de  su  vida  y  libertad:  y  le  dijo  que  diese  muchas  gracias  a  Dios 
nuestro  Señor  que  tanta  merced  le  había  hecho;  el  soldado  dijo,  yo 
se  las  doy  a  su  divina  Magestad,  y  a  San  Pedro,  y  a  San  Pablo,  y  a 
San  Francisco  Hernández  Girón,  por  cuyos  méritos  se  me  hizo  la  mer- 
ced; y  propuso  de  irse  a  servirle  donde  quiera  que  le  viese;  y  as!  lo 
hizo  como  adelante  veremos. 

Sin  este  soldado,  salieron  libres  de  la  cárcel  otros  cuarenta  y  tan- 
tos.de  los  cuales  se  temía  que  los  más  dellos  habían  de  llevar  pena  de 
muerte;  y  los  mejor  librados  habían  de  remar  en  galeras.  A  los  vecinos 
y  a  otros  muchos  soldados  que  no  merecían  tanta  pena,  quiso  soltar 
libres  sin  sentenciarlos;  más  no  lo  consintieron  los  presos,  como  lo 
dice  el  Palentino,  capítulo  cuarenta,  por  estas  palabras. 

Entendiendo  esto  algunos  de  los  presos,  sospecharon  que  los  que- 
rían soltar  sin  sentencia,  a  fin  de  poder  después  (en  cualquier  tiempo) 
volver  al  castigo.  Y  ansí  algunos  de  los  principales  no  quisieron  que 


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ansí  se  hiciese, sin  tener  primero  sentencia  en  su  causa.  Visto  esto.co- 
menzó  a  despachar  los  presos,  y  condenó  a  Gómez  de  Solís  en  quinien- 
tos pesos  para  tas  guardas  que  habían  tenido.  Martín  de  Almendras 
fué  condenado  en  otro  tanto,  y  lo  mismo  Martín  de  Robles.  Otros 
fueron  condertados  a  doscientos,  otros  a  ciento,  otros  a  cincuenta,  y 
Veinte,  según  se  juzgaba  la  posibilidad  de  cada  uno;  y  no  según  la  pe- 
na que  merecían. 

Hasta  aquí  es  de  Diego  Hernández.  Sin  esto  se  apercibió  el  ma- 
riscal de  armas  mandó  que  en  las  provincias  comarcanas  donde  había 
madera,  se  labrasen  picas  y  se  hiciese  pólvora  para  lo  que  sucediese. 
Pocos  días  después  le  llegaron  dos  provisiones  de  los  oidores;  la  una 
en  que  mandaban  suspender  por  dos  años  el  servicio  personal  de  los 
indios,  y  las  demás  cosas  que  habían  proveído  en  daño  y  perjuicio 
de  los  vecinos  y  soldados  de  aquel  imperio:  que  bien  veían  los  mismos 
gobernadores  que  estas  cosas  eran  las  que  alteraban  la  tierra,  y  no  los 
ánimos  de  los  moradores  della  La  otra  provisión  era  que  nombraban 
al  mariscal  por  capitán  general  de  aquella  guerra  contra  Francisco 
Hernández  con  poder  y  general  administración  para  gastar  de  la 
hacienda  de  su  magestad  lo  que  fuese  menester;  y  pedir  prestado  cuan- 
do faltase  la  del  rey.  El  mariscal  eligió  capitanes  de  infantería  y  caba- 
llería, y  los  demás  ministros  que  adelante  nombraremos.  Convidó  a 
Gómez  de  Alvarado  con  la  plaza  de  maese  de  campo,  más  él  no  la 
aceptó,  porque  la  pret  ndía  un  caballero,  cuñado  del  mismo  mariscal, 
hermano  de  su  mujer,  que  se  decía  don  Martín  de  Avendaño.  por 
quien  la  muger  hacía  grandes  instancias;  de  manera  que  el  marido  le 
concedió  la  plaza  aunque  contra  su  voluntad,  porque  era  muy  mozo 
y  con  poca  o  ninguna  apari  ncia  de  milicia.  Más  él  la  proveyó  así  por 
no  meter  la  guerra  dentro  en  su  casa.  Mandó  a  los  curacas  que  aper- 
cibiesen mucho  bastimento  para  la  gente  y  previniesen  ocho  o  nueve 
mil  indios  para  llevar  cargas  cuando  caminase  el  ejército  Envió 
ministros  a  diversas  partes  a  recoger  la  gente,  armas  y  caballos,  y 
esclavos  que  hallasen.  Dejarlos  hemos  en  sus  prevenciones  por  decir 
de  Francisco  Hernández  Girón,  que  nos  conviene  acudir  aquí,  allí,  y 
acullá,  por  ir  ccn  la  sucesión  de  la  historia. 

Entretanto  que  en  la  ciudad  de  los  Reyes  y  en  Potocsi  pasaban 
las  cosas  referidas.  Francis  o  Hernández  Girón  no  se  descuidaba  de 
lo  que  convenía  a  su  empresa.  Envió  a  Tomás  Vasquez  con  cincuenta 
soldados  bien  armados  a  la  ciudad  de  Arequepa,  pa  a  que  en  su  nom- 
bre tomase  la  posesión  della  y  tratase  con  los  vecinos,  que  el  cabildo 
lo  eligiese  por  capitán  general  y  justicia  mayor  del  reino,  como  lo  ha- 
bía hecho  en  el  Cosco,  a  quien  con  caricias  y  aplauso, y  con  una  com- 
pañía de  hombres  de  a  caballo  que  dió  lo  hizo  de  su  bando.  Empero 
para  hacer  estas  amistades,  más  podía  el  miedo  que  los  beneficios. 
Envió  con  él  a  Juan  Gavilán,  y  otros  cuarenta  soldados  que  fuesen  a 
la  ciudad  de  Huamanca.y  a  que  procurase  y  hiciese  lo  propio  que  To- 
más Vasquez,  y  que  dijese  a  aquella  ciudad,  que  pues  la  una  y  la  otra 


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se  habían  conformado  con  su  intención  y  le  habían  enviado  embaja- 
dores acerca  dello,  le  concediesen  por  cabildo  lo  que  ahora  les  pedían: 
porque  era  autorizar  y  calificar  más  su  hecho.  Envió  Francisco  Her- 
nández estos  sus  capitanes  a  lo  que  hemos  dicho,  más  por  dar  nombre 
y  fama  por  todo  el  imperio  de  que  aquellas  ciudades  eran  con  él  y  de 
su  bando,  que  por  esperar  ni  imaginar  que  le  habían  de  conceder  lo 
que  les  pedía;  porque  bien  sabía  que  aquellas  dos  ciudades  se  habían 
apartado  y  revocado  todo  lo  que  al  principio  de  su  levantamiento  le 
habían  enviado  a  decir  y  a  ofrecer.  Sin  la  comisión  que  dio  a  estos  ca^ 
pitanes,  les  dió  muchas  cartas  para  personas  particulares,  vecinas  de 
aquellas  ciudades,  y  él  escribió  a  lo  cabildos  en  su  nombre,  aparte; 
y  mandó  que  la  ciudad  del  Cosco  también  les  escribiese  que  favore- 
ciesen aquel  b  ndo;  pues  era  tan  en  provecho  de  todos  ellos  y  de 
todo  el  imperio.  Hizo  asimismo  que  también  escribiese  a  la  ciudad 
de  la  Plata  lo  que  a  las  otras;  y  a  Francisco  Hernández  en  particular 
escribió  a  muchos  vecinos  de  los  Charcas,  y  al  mariscal  Alonso  de 
Al  varado  y  a  su  muger  doña  Ana  de  Velasco;  cosas  que  son  más  para 
reir  que  para  hacer  caso  dellas;  y  ansí  ninguno  le  respondió.  Quien  'as 
quisiere  ver  estas  cartas  las  hallará  en  la  historia  de  Diego  Hernán- 
dez, pasado  el  capítulo  veinte  y  siete 


 -ffo*  


CAPITULO  VII 


LOS  CAPITANES  Y  MINISTROS  QUE  LOS  OIDORES  NOMBRARON  PARA  LA 
GUERRA.  LOS  PRETENSORES  PARA  EL  OFICIO  DE  CAPITAN  CENERAL. 
FRANCISCO   HERNANDEZ   SALE   DEL   COSCO   PARA   IR   CONTRA  LOS 


OS  oidores  determinaron  elegir  capitanes,    oficiales  y  ministros 


para  el  ejército,  porque  supieron  que  Francisco  Hernández  iba 


creciendo  de  día  en  día  en  gente,  reputación  y  autoridad.  Nom- 
braron a  Pablo  de  Meneses  por  maese  de  campo,  y  por  capitanes  de  ca- 
ballos, a  don  Antonio  de  Rivera,  y  a  Diego  de  Mora,  y  a  Melchor 
Verdugo, del  hábito  de  Santiago,  y  a  don  Pedro  Luis  de  Cabrera.  Estos 
dos  últimos,  repudiaron  la  conductas,  por  parecerles  que  merecían  ser 
generales  de  otros  mayores  ejércitos.  Por  capitanes  de  infantería  fue- 
ron nombrados,  Rodrigo  Niño, el  de  los  galeotes,  Luis  de  Avalos,  Diego 
López  de  Zúñiga,  Lope  Martín,  Lusitano,  Antonio  de  Lujan,  y  Bal- 
tasar Velasquez  (el  que  en  la  rebelión  pasada  de  don  Sebastián  de 
Castilla  se  escapó  de  la  justicia  del  mariscal  Alonso  de  Alvarado.  co- 
mo atrás  quedó  £  puntado).  Salió  por  alférez  general  López  de  Zuazo; 
Melchor  \  erdugo  que  repudió  su  conducta,  alcanzó  que  en  su  lugar 
entrase  Petiro  de  Zarate.  Y  un  vecino  de  Arequepa  llamado  Alonso 
de  Zárate,  también  fué  nombrado  por  capitán  de  caballos.  Eligieron 
por  sargento  mayor  a  Francisco  de  Piña;  y  por  capitán  de  la  guardia 
de  los  oidores  a  Nicolás  de  Rivera, el  mozo ;  aunque  por  que  no  parecie- 
se la  presunción  tan  al  descubierto,  dice  el  Palentino,  que  fué  con  cu- 
bierta y  nombre  de  capitán  de  la  guardia  de  el  sello  real.  Todas  son 
palabras  suyas  del  capítulo  veinte  y  ocho.  A  la  elección  de  capitán 
general  hubo  mucha  confusión,  escándalo  y  alboroto,  porque  se  de- 
clararon tres  graves  pretendientes, que  cada  uno  de  por  sí  escandalizó 
su  parte.  El  uno  fué  el  licenciado  Santillan  oidor  de  su  magestad. 
Este  lo  prentendía  porque  era  el  más  bien  quisto  de  todos  los  oidores, 
y  emparentado  con  muchos  caballeros  nobles  que  ganaron  aquel  im- 


OIDORES 


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perio,  que  deseaban  su  elección.  El  segundo  pretensor  fué  el  arzo- 
bispo de  los  ReVes  don  Gerónimo  de  Loaysa.  La  causa  que  inci  ase  a 
un  religioso  de  ia  orden  de  ios  predicadores  y  arzobispo  de  ia  Iglesia 
de  Dios,  a  pretender  ser  capitán  genefai  de  Un  ejército  de  cristianos, 
para  hacer  guerra  a  otros  cristianos, no  se  supo.  Los  soldados  rnás  átré= 
vidos,  y  con  ellos  casi  todos,  decían  que  no  había  sido  otra  ¡a  causa, 
sino  ambición  y  vanidad,  que  aun  arzobispo  y  religioso,  mejor  le  es- 
taba estarse  en  su  iglesia  orando  por  la  paz  de  aquellos  cristianos, 
y  por  la  predicación  y  conversión  del  Evangelio  a  los  naturales  de 
aquel  imperio,  que  tan  atajado  lo  tenía  el  demonio  con  aquellas  gue- 
rras civiles.  El  tercer  pretendiente  fué  el  doctor  Saravia,  oidor  de  su 
magestad.de  la  misma  audiencia.  El  cual  aunque  estaba  desengañado 
de  que  no  le  habían  de  elegir,  hizo  mucha  instancia  en  su  pretensión, 
así  por  favorecer  con  los  de  su  bando  al  arzobispo  Loaysa,  como 
porque  hubiese  más  pretensores  contra  el  licenciado  Santillán,  para 
que  no  fuese  elegido;  porque  entre  estos  dos  oidores  había  emulación 
y  pasión  secreta  en  su  tribunal,  y  quisiera. que  ya  que  él  no  había  de  sa- 
lir elegido, saliera  el  arzobispo  y  no  el  licenciado  Santillán,  En  esta  cott= 
fusión  estuvieron  algunos  días, sin  determinarse  a  ninguna  de  las  par= 
tes.  Más  viendo  los  electores,  que  eran  dos  oidores  y  algunos  vecinos 
graves  de  los  Reyes,  que  se  perdía  tiempo  y  se  menoscababa  la  auto- 
ridad del  ejército. acordaron  por  bien  de  paz  elegir  dos  generales,  por- 
que se  aplacasen  los  pretensores  y  sus  bandos.  El  uno  fué  el  licenciado 
Santillán  y  el  otro  el  arzobispo  de  les  Reyes,  que  en  elegirlo  a  él  les 
pareció  que  satisfacían  al  doctor  Saravia,  pues  era  de  su  bando.  En 
esta  coyuntura  les  llegó  nueva  a  los  oidores  y  aún  cartas  de  los  veci- 
nos del  Cosco,  de  quiénes  y  cuántos  iban  a  servir  a  su  magestad. 
Más  los  oidores  estaban  tan  temerosos  y  tan  sospechosos  en  aquella 
rebelión,  que  unos  de  otros  no  se  fiaban;  cuanto  más  de  los  que  venían 
de  fuera,  y  de  la  parte  rebelada  que  era  el  Cosco;  y  así  les  enviaron  a 
mandar  que  hiciesen  alto  y  no  pasasen  adelante  hasta  que  otra  cosa  se 
proveyese.  Apenas  habían  despachado  el  mensagero  con  este  recaudo, 
cuando  cayeron  en  el  yerro  que  hacían  en  repudiar  y  despedir-de  sí  y 
del  servicio  de  su  Magestad  hombres  tan  principales  como  los  que  ve- 
nían, que  habían  dejado  desamparadas  sus  casas,  mugeres  e  hijos 
por  no  ser  con  el  tirano.  Temieron  que  el  desdén  y  el  menosprecio  que 
ellos  hacían,  los  volviese  al  tirano,  a  mirar  por  sus  casas  y  haciendas, 
mugeres  y  hijos,  que  tan  sin  respeto  del  oficio  paternal  los  habían  de- 
jado y  desamparado  en  poder  de  sus  enemigos.  Y  así  luego  a  la  misma 
hora  despacharon  un  mensagero  con  un  recaudo  muy  amigable,  agra- 
deciéndoles mucho  su  venida  con  las  mejores  palabras  que  se  sufrió 
decir.  Mandaron  al  mensagero  que  se  diese  priesa  en  su  camino,  y 
alcanzando  al  primero  le  pidiese  los  recaudos  que  llevaba,  y  los  consu- 
miese que  nadie  supiese  dellos;  y  así  se  hizo  con  todo  como  se  ordenó, 
y  los  vecinos  del  Cosco  llegaron  a  los  Reyes,  do  fueron  muy  bien  re- 
cebidos  y  acariciados,  como  lo  merecían. 


—  29  — 


Hecha  la  elección  de  los  capitanes  y  generales,  enviaron  los  oi- 
dores provisiones  a  todas  las  demás  ciudades  del  imperio,  avisándolas 
del  levantamiento  de  Francisco  Hernández  Girón,  y  previniéndoles 
se  aprestasen  para  el  servicio  de  su  magestad.  Enviaron  nombrados 
los  capitanes  que  en  cada  pueblo  habían  de  ser,  así  de  caballos  como 
de  infantes.  Mandaron  pregonar  un  perdón  general  para  todos  los  que 
hubiesen  sido  culpados  en  las  guerras  pasadas  de  Gonzalo  Pizarro  y 
en  las  de  don  Sebastián  de  Castilla,  con  que  viniesen  a  servir  a  su 
magestad;  porque  supieron  que  de  los  unos  y  de  los  otros  habían  mu- 
chos escondidos  entre  los  indios,  que  no  osaban  vivir  en  pueblo  de 
españoles.  Entre  estas  provisiones  y  prevenciones,  la  primera  fué  po- 
ner recaudo  en  la  mar  y  señorearse  de  ella:  para  lo  cual  nombraron  a 
Lope  Martín  que  con  cuarenta  soldados  se  metiese  en  un  buen  galeón 
que  había  en  el  puerto  de  aquella  ciudad  y  mirase  por  los  demás  na- 
vios que  en  él  había.  Lope  Martín  lo  hizo  así,  más  duró  pocos  días  en 
el  oficio,  que  no  fueron  ocho:  porque  su  condición  era  más  colérica  que 
flemática.  Sucedióle  en  el  cargo  Gerónimo  de  Silva,  el  cual  lo  admi- 
nistró como  caballero  y  soldado  de  mar  y  tierra;  y  Lope  Martín  se 
volvió  a  su  conducta  de  infantería,  donde  los  dejaremos,  por  decir 
de  Francisco  Hernández  Girón. 

El  cual  viéndose  poderoso  de  gente,  que  le  habían  acudido  de 
diversas  partes,  más  de  cuatrocientos  hombres,  sin  los  que  envió  a 
Huamanca  y  Arequepa,  determinó  ir  a  la  ciudad  de  los  Reyes  a  buscar 
el  ejército  de  los  oidores;  que  él  nunca  le  llamó  de  otra  manera  sino 
ejército  de  los  oidores:  por  decir  que  si  fuera  de  su  magestad  no  fuera 
contra  él.  Sacó  más  de  cuatrocientos  hombres  consigo  bien  armados 
y  encabalgados,  con  mucha  munición  y  bastimento,  y  todo  recaudo 
de  armas.  Aunque  por  otra  parte  iba  con  pena,  dolor  y  angustia,  de 
ver  que  no  le  acudían  las  ciudades,  pueblos  y  lugares  de  aquel  imperio 
como  lo  había  imaginado;  siendo  su  demanda,  como  él  decía,  en  fa- 
vor y  honra  de  todos  ellos.  Antes  que  se  determinasen  de  ir  a  los  Reyes, 
estuvo  dudoso  si  iría  primero  contra  el  mariscal,  lo  cual  le  fuera  más 
acertado  para  su  empresa;  porque  toda  la  gente  que  el  mariscal  tenía 
estaba  descontenta,  así  los  leales  servidores  de  su  magestad  como  los 
no  leales, por  el  rigor  de  la  justicia  pasada ;  porque  muchos  de  los  muer- 
tos eran  parientes,  amigos,  y  de  una  misma  patria  de  los  leales.  Los 
cuales  habían  sentido  muy  mucho  la  pérdida  de  los  más  dellos,  que 
como  ellos  decían,  había  sido  más  por  sobra  de  castigo,  que  por  abun- 
dancia de  delitos.  Decían  todos  los  más  experimentados  de  la  milicia, 
que  si  Francisco  Hernández  acometiera  primero  al  mariscal,  le  fuera 
mejor;  porque  con  gente  descontenta  ningún  capitán  puede  hacer 
cosa  buena.  El  Palentino  hablando  en  esto,  capítulo  sesenta,  dice 
lo  que  se  sigue:  tuvo  Francisco  Hernández  adversidad  y  revés  en  no 
elegir  antes  la  ida  de  Potocsi  que  de  Lima,  para  señorearse  de  aque- 
llas provincias,  lo  cual  sin  duda  lo  estuviera  mejor;  porque  si  fuera 
contra  el  mariscal  (que  tan  mal  quisto  era  en  aquella  sazón)  ninguno 


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de  los  que  con  él  iban  le  dejara,  como  lo  hicieron  viniendo  a  Lima. 
Ni  aún  tampoco  los  del  mariscal  le  resistieran,  ni  tuvieran  aparejo 
para  ello  por  la  tardanza  que  hubo  en  aprestarse  para  la  guerra,  y 
por  los  muchos  enemigos  que  el  mariscal  cabe  si  tenía.  &c. 

Hasta  aquí  es  de  aquel  autor.  No  permitió  Dios  que  Francisco 
Hernández  acertase  en  este  paso;  porque  los  males  y  daños  que  suce- 
dieran fueran  irremediables.  Siguió  el  viaje  a  Lima,  como  lo  dirá  la 
historia.  El  licenciado  Alvarado,  su  maese  de  campo,  se  quedó  en  la 
ciudad  a  sacar  la  demás  gente  que  quedaba,  porque  no  pudieron  salir 
todos  juntos.  Francisco  Hernández  Girón  antes  de  salir  del  Cosco, 
usó  de  una  genorosidad,  y  fué  dar  licencia  y  permitir  que  todos  los 
vecinos  que  quisiesen  quedarse  en  sus  casas  y  no  ir  con  el,  lo  pudiesen 
hacer  libremente.  Hizo  esto  por  parecerle  que  no  Ies  había  agradado 
su  empresa;  porque  no  se  le  mostraron  buenos  amigos,  y  no  quería 
en  su  compañía  gente  sospechosa,  principalmente  si  eran  vecinos; 
porque  era  gente  poderosa  y  habían  de  ser  muchos  soldados  con  ellos 
en  cualquiera  ocasión  que  se  ofreciese.  Solo  a  Diego  de  Silva  rogó  e  im- 
portunó que  acompañase  su  ejército  para  darle  valor  y  autoridad  con 
la  de  su  persona.  Diego  de  Silva  obedeció  más  de  temor  que  de  amor, 
y  así  en  pudiendo  se  fué  a  los  suyos  como  adelante  veremos.  De  ma- 
nera que  fueron  seis  los  vecinos  que  salieron  del  Cosco  con  Francisco 
Hernández,  los  tres  que  con  el  se  hallaron  la  noche  de  su  rebelión  que 
fueron  Tomás  Vasquez  y  Juan  de  Piedrahita.  Alonso  Díaz;  y  los  otros 
tres  los  adquirió  después  con  caricias  y  oficios  de  capitanes;  a  Fran- 
cisco Nuñez  con  una  compañía  de  caballos  ;  y  a  Rodrigo  de  Pineda  con 
otra  de  infantería;  y  a  Diego  de  Silva,  como  hemos  dicho,  con  pala- 
bras de  amistad  que  encubrían  la  amenaza.  Pasados  ocho  días  de  la 
ida  de  Francisco  Hernández,  salió  de  la  ciudad  su  maese  de  campo  con 
unos  doscientos  soldados.  Entre  ellos  llevó  a  Francisco  de  Hinojosa, 
que  pocos  días  antes  habia  venido  de  Contisuyu  con  más  de  veinte 
soldados,  que  todos  los  que  tenían  este  nombre, soldado,  deseaban  favo- 
recer y  seguir  el  bando  de  Francisco  Hernández  Girón;  y  así  le  acu- 
dieron muchos,  porque  eran  en  favor  dellos  contra  las  muchas  provi- 
siones que  los  oidores  pregonaban  en  perjuicio  de  soldados  y  vecinos. 
Sin  Hinojosa, vino  otro  soldado  de  la  parte  de  Arequepa,  que  se  decía 
Juan  de  Vera  de  Mendoza  que  había  estado  en  los  del  bando  del  rey; 
era  mozo  y  muy  caballero;  y  como  mozo,  aunque  no  tenía  grados  de 
soldado,  deseaba  con  grande  ansia  ser  capitán;  y  como  los  del  rey  no 
lo  eligieron  por  tal,  vino  con  un  amigo  suyo,  que  se  decía  Mateo 
Sánchez  al  Cosco,  donde  estaba  Francisco  Hernández;  y  esto  pasó 
pocos  días  antes  de  la  salida  de  Francisco  Hernández,  por  gozar  de 
nombre  de  capitán,  y  su  compañero  de  nombre  de  alférez;  trujeron 
un  paño  de  manos  puesto  en  una  vara  en  lugar  de  bandera,  con  in- 
tención y  deseo  de  que  Francisco  Hernández,  como  capitán  general 
les  confirmase  los  nombres  al  uno  y  al  otro.  Diremos  en  el  capítulo 
que  se  sigue  el  suceso  de  aquellas  jornadas. 


CAPITULO  VIII 


JUAN  DE  VERA  DE  MENDOZA  SE  HUYE  DE  FRANCISCO  HERNANDEZ . 
LOS  DEL  COSCO  SE  VAN  EN  BUSCA  DEL  MARISCAL.  SANCHO  DUGAR- 
TE  HACE  GENTE  Y  SE  NOMBRA  GENERAL  DE  ELLA.  EL  MARISCAL 
LO  REPRIME.  FRANCISCO  HERNANDEZ  LLEGA  A  HUAMANCA  TO- 
PANSE  LOS  CORREDORES  DE  EL  UN  CAMPO  Y  DE  EL  OTRO. 


EL  maese  de  campo  Alvarado  alcanzó  a  su  general  ocho  leguas  de 
la  ciudad  del  Cosco^,  porque  le  esperó  allí  hasta  que  llegase:  si- 
guieron todos  juntos  su  camino,  y  pasaron  el  río  Apurimac,  y 
pararon  dos  leguas  dél  a  hacer  noche.  Tardaron  en  pasar  la  puen- 
te cuatro  días,  por  la  mucha  gente,  cabalgaduras,  munición  y  basti- 
mento que  llevaban.  Viendo  Juan  de  Vera  de  Mendoza  que  había 
más  de  quince  días  que  había  entrado  en  el  ejército  de  Francisco 
Hernández  Girón,  y  que  no  le  promovían  ni  confirmaban  el  nom- 
bre de  capitán  que  traía,  le  pareció  dejar  a  Francisco  Hernández, 
y  volverse  a  los  del  rey :  que  parece  más  entremés  de  farsan- 
tes, que  hecho  de  soldados,  y  por  tal  lo  contamos.  Concertó 
Juan  de  Vera  con  otros  cuatro  soldados  tan  mozos  como  él,  y  con  su 
compañero,  que  por  todos  íueron  seis,  de  huirse  aquella  noche;  y  así 
lo  pusieron  por  obra,  y  volvieron  hacia  la  puente  a  toda  diligencia,  y 
habiéndola  pasado  la  quemaron  luego  para  asegurarse  de  los  que  po- 
dían seguirle.  Llegaron  al  Cosco  la  noche  siguiente,  y  entraron  dando 
arma;  de  manera  que  toda  la  ciudad  se  alborotó,  temiendo  que  vol- 
vían los  tiranos  a  hacer  algún  mal;  y  así  no  osó  salir  nadie  a  la  plaza. 
Luego  que  amaneció  sabiendo  que  era  el  capitán  Juan  de  Vera  de 
Mendoza,  que  todavía  traía  su  bandera  alzada,  salieron  los  vecinos 
a  él,  acordaron  entre  todos  de  irse  donde  el  mariscal  estaba,  que  bien 
sabían  que  tenía  hecho  un  buen  ejército.  Eligieron  por  capitán  que 
los  gobernase  a  Juan  de  Saavedra,  vecino  de  la  ciudad.  Juan  de  Vera 
de  Mendoza,  determinó  aderezarse  con  los  suyos  por  no  ir  debajo  de 
otra  bandera  sino  de  la  suya;  y  auncju  llegó  donde  estaba  el  mariscal, 


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no  le  mejoraron  la  bandera,  ni  le  dieron  nombre  de  capitán.  Así  que 
sus  diligencias  no  le  aprovecharon  más  que  de  publicar  sus  deseos 
pueriles.  Los  del  Cosco  se  juntaron,  y  entre  todos  se  hallaron  menos 
de  cuarenta  hombres;  los  quince  eran  vecinos  que  tenían  indios;  y  los 
demás  eran  mercaderes  y  oficiales,  que  por  inútiles  los  habían  dejado 
los  tiranos.  Todos  caminaron  hacia  el  Collao  donde  estaba  el  Mariscal 
Alonso  de  Alvarado.  El  cual  sabiendo  que  los  vecinos  del  Cosco  iban 
a  buscarle,  envió  a  mandarles  que  no  saliesen  de  su  jurisdicción,  sino 
que  lo  esperasen  en  ella,  que  él  iba  en  busca  de  ellos. 

Sancho  Dugarte,  que  entonces  era  corregidor  de  la  ciudad  de  la 
Paz,  hizo  gente  para  servir  a  su  magestad;  alzó  bandera,  fué  hacia  el 
Cosco  con  más  de  doscientos  hombres  en  dos  compañías,  la  una  de 
infantes  y  por  capitán  Martín  de  Olmos;  y  la  otra  de  caballos,  de  los 
cuales  se  nombró  capitán  con  renombre  de  general.  Llegó  a  la  puente 
de  el  Desaguadero, donde  estuvo  pocos  días;  y  sabiendo  que  Francisco 
Hernández  había  salido  del  Cosco,  y  que  iba  a  los  Reyes,  pasó  adelan- 
te en  su  camino  con  intención  de  llegar  al  Cosco,  e  ir  adelante  en  se- 
guimiento de  Francisco  Hernández;  porque  cada  uno  pretendía  man- 
dar, y  no  ser  mandado  ,  y  su  intención  era  ir  huyendo  del  mariscal  poí- 
no ser  su  soldado.  Lo  cual  sabido  por  él,  le  envió  un  recaudo  duplica- 
do. El  primero  fué  una  carta,  pidiéndole  por  ella  que  se  volviese  a  su 
jurisdicción,  y  le  esperase  en  ella,  porque  no  convenía  al  servicio  de 
su  magestad  que  hubiese  tantos  ejércitos  disminuidos.  Con  la  carta 
dió  al  mensagero  (como  capitán  general)  un  mandamiento  riguroso; 
y  mandó  al  que  lo  llevaba,  que  si  Sancho  Dugarte  no  hiciese  lo  que 
por  la  carta  le  pedía, le  notificase  el  mandamiento.  Lo  cual  se  hizo  así: 
y  Sancho  Dugarte  volvió  muy  obediente  a  entrarse  en  su  jurisdicción; 
aunque  antes  de  ver  el  mandamiento  había  tentado  eximirse  de  la  car- 
ta y  seguir  su  pretensión.  Dejarlos  hemos  en  este  puesto,  por  decir  de 
Francisco  Hernández  Girón  que  lo  dejamos  en  Apurimac;  el  cual  si- 
guió su  camino  y  en  Atahuaylla  supo  que  todos  los  vecinos  y  soldados 
de  Huamanca  se  habían  ido  a  servir  al  rey;  y  que  Juan  Alonso  de  Ba- 
dajoz, maese  de  campo  que  se  había  nombrado  de  aquella  gente, 
iba  con  el  capitán  Francisco  Núñez,  y  con  los  pocos  soldados  que  este 
capitán  sacó  del  Cosco  para  venir  a  Huamanca.  De  lo  cual  Francisco 
Hernández  se  sintió  malamente,  y  se  quejó  a  los  suyos  de  que  las  ciu- 
dades que  a  los  principios  habían  aprobado  su  hecho,  ahora  le  negasen 
con  tanta  facilidad  y  sin  causa  alguna.  Pasó  en  su  viaje  hasta  el  río 
Villca,  donde  los  suyos  descubrieron  corredores  del  ejército  de  su 
magestad;  porque  los  oidores  sabiendo  que  Francisco  Hernández  iba 
hacia  ellos,  proveyeron  al  capitán  Lope  Martín  que  fuese  cuadrillero 
de  treinta  soldados,  y  procurase  saber  nuevas  del  enemigo,  y  en  que 
parage  quedaba;  y  volviese  con  diligencia  a  dar  aviso  de  todo.  Así  lo 
cumplió  Lope  Martín,  que  luego  que  vió  los  contrarios.se  volvió  reti- 
rando, y  dió  nuevas  de  donde  quedaban.  Francisco  Hernández  siguió 
su  camino  hasta  la  ciudad  de  Huamanca,  donde  paró  por  esperar  a 


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Tomás  Vasquez;  porque  cuando  le  envió  a  Arequepa  le  dijo  que  no 
pasaría  de  aquella  ciudad  hasta  que  el  volviese.  Vasquez  habiendo 
hecho  poco  más  que  nada  en  Arequepa.  se  volvió  por  la  costa  hasta 
alcanzar  a  Francisco  Hernández;  que  aunque  aquella  ciudad  al  prin- 
cipio de  este  levantamiento,  entendiendo  que  todos  los  vecinos  de  el 
Cosco  eran  a  una  para  elegir  procurador  general  que  hablase  y  pidie- 
se a  su  magestad  y  a  la  audiencia  real  lo  que  bien  les  estuviese,  envió 
su  embajador  al  Cosco,  como  atrás  se  dijo;  sabiendo  después  que 
era  particular  tiranía,  se  arrepintió  de  lo  hecho,  y  todos  sus  vecinos 
se  fueron  a  servir  a  su  magestad ;  y  así  Tomás  Vasquez  no  hallando  con 
quién  negociar,  se  volvió  a  su  general  en  blanco;  y  por  no  ir  tan  en 
blanco  mató  en  el  camino  a  Martín  de  Lezcano.  que  era  gran  compa- 
ñero suyo,  porque  tuvo  sospecha  dél  que  quería  matarle  y  alzar  ban- 
dera por  su  magestad.  Ahorcó  a  otro  soldado  principal,  que  se  decía 
Alonso  de  Mur,  porque  imaginó  que  se  quería  huir,  habiendo  recebi- 
do  de  Francisco  Hernández  cabalgadura  y  socorro.  Sabiendo  Fran- 
cisco Hernández  que  Tomás  Vasquez  iba  cerca  de  la  ciudad,  salió  a 
recebirle  con  golpe  de  gente,  sin  orden  de  guerra  ni  concierto,  y  así 
entraron  todos  juntos.  Hizo  esto  Francisco  Hernández  porque  no  se 
viese  ni  se  supiese  la  poca  gente  que  Tomás  Vasquez  traía  consigo. 
El  capitán  Francisco  Núñez.  que  salió  del  Cosco  con  cuarenta  solda- 
dos para  tomar  posesión  de  Huamanca.  y  hacer  los  demás  autos  que 
le  fué  mandado,  halló  en  ella  lo  mismo  que  Tomás  Vasquez  en  Areque- 
pa, que  todos  los  vecinos  arrepentidos  de  su  primera  determinación,  se 
huyeron  a  los  Reyes  a  servir  a  su  magestad  .  solo  quedó  con  él  Juan 
Alonso  de  Badajoz,  y  Sancho  de  Tudela.  un  viejo  de  ochenta  y  seis 
años  que  siguió  a  Francisco  Hernández  hasta  que  se  acabó  su  tiranía 
y  después  della  le  mataron  por  él. 

Con  estos  dos  y  con  sus  pocos  soldados  salió  Francisco  Núñez 
a  recebir  a  su  general,  y  le  halló  muy  sentido  de  que  le  negasen  los 
que  al  principio  habían  aprobado  su  empresa.  Para  alivio  de  esta  con- 
goja de  Francisco  Hernández,  se  fueron  a  él  dos  soldados  famosos  de 
Lope  Martín,  que  el  uno  dellos  fué  después  alférez  del  maese  de  cam- 
po licenciado  Alvarado;  de  los  cuales  soldados  se  informó  Francisco 
Hernández  de  todo  lo  que  deseaba  saber  del  campo  de  su  magestad; 
y  habiéndose  informado  salió  de  Huamanca  con  más  de  setecientos 
hombres  de  guerra;  llegó  al  valle  de  Sausa,  envió  dos  cuadrilleros  ca- 
pitanes suyos,  que  se  fuesen  a  correr  por  diversas  partes.  El  uno  fué 
Juan  de  Piedrahita,  que  llevó  sesenta  soldados,  y  el  otro  Salvador  de 
Lozana,  que  llevó  otros  cuarenta.  Del  campo  de  su  magestad  enviaron 
a  Gerónimo  Costilla,  vecino  del  Cosco,  con  veinte  y  cinco  soldados, 
que  fuese  a  correr  la  tierra  y  saber  donde  quedaba  el  enemigo.  Acertó 
a  ir  por  el  camino  que  Juan  de  Pidrahita  traía ;  y  sabiendo  que  estaba 
cuatro  leguas  de  allí,  y  que  eran  sesenta  soldados  los  del  enemigo,  se 


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retiró  no  pudiendo  resistirte.  Por  otra  parte,  sabiendo  Piedrahita  por 
el  aviso  de  los  indios  (que  como  hemos  dicho  hacen  a  dos  manos) 
que  Gerónimo  Costilla  estaba  tan  cerca  del,  y  la  poca  gente  que  traía, 
dió  una  trasnochada,  y  al  amanecer  llegó  donde  estaban;  y  hallán- 
dolos desapercibidos  los  desbarató  yprendió  tresdellos  y  se  volvió 
con  ellos  a  su  ejército. 


CAPITULO  ÍX 


TRES  CAPITANES  DEL  REY  PRENDEN  A  OTRO  DEL  TIRANO,  Y  A  CUARENTA 
SOLDADOS.  REMITENLOS  A  UNO  DE  LOS  OIDORES.  FRANCISCO  HER- 
NANDEZ DETERMINA  ACOMETER  AL  EJERCITO  REAL:  HUYENSELE 
"MUCHOS  DE  LOS  SUYOS. 


OMO  los  sucesos  de  la  guerra  sean  varios  y  mudables,  sucedió 


que  yéndose  retirando  Gerónimo  Costilla,  topó  con  Gerónimo  de 


Silva  que  los  oidores  habían  enviado  en  pos  dél;  y  retirándose 
ambos,  porque  sospechaban  que  Francisco  Hernández  con  todo  su 
ejército  iba  en  seguimiento  dellos,  acertaron  a  prender  un  indio  de 
servicio  del  capitán  Salvador  de  Lozana,  y  apretándole  en  las  pregun- 
tas que  le  hicieron,  supieron  que  su  señor  Lozana  estaba  en  tál  puesto, 
y  el  número  de  la  gente  que  tenía.  Con  lo  cual  avisaron  a  los  oidores, 
y  pidieron  gente  para  ir  sobre,  él  y  prenderle.  Los  oidores  proveyeron 
que  Lope  Martín  fuese  con  sesenta  hombres  al  socorro;  los  cuales  jun- 
tándose con  Gerónimo  Costilla,  y  Gerónimo  de  Silva,  se  dieron  tan 
buena  maña,  que  aunque  los  contrarios  eran  famosos  soldados,  y 
todos  llevaban  arcabuces  y  estaban  en  un  fuerte,  los  rindieron,  prome- 
tiéndoles perdón  de  sus  delitos  si  se  pasaban  al  rey.  Los  cuales  se  des- 
ordenaron y  salieron  de  su  fuerte,  y  se  dejaron  prender  todos,  que 
no  escapó  más  de  uno  que  llevó  la  nueva  a  Francisco  Hernández  Girón. 
El  cual  sintió  aquella  pérdida  muy  mucho;  porque  hacía  mucha  con- 
fianza de  Lozana,  y  los  soldados  eran  de  los  escogidos  de  su  campo. 
Llevaron  los  presos  al  ejército  del  rey:  los  oidores  mandaron  que  los 
ahorcasen  todos.  Lo  cual  sabido  por  los  soldados  de  su  magestad,  se 
querellaron  del  auto,  diciendo  que  ellos  no  saldrían  a  correr  la  tierra, 
ni  hacer  cosa  alguna  que  contra  los  enemigos  se  les  mandase;  porque 
también  los  contrarios  como  los  oidores,  ahorcarían  los  que  prendiesen 
aunque  no  hubiesen  hecho  por  qué.  Esta  querella  de  los  soldados  favo- 
recieron algunos  capitanes  por  dar  contento  a  sus  soldados,  y  supli- 
caron a  la  audiencia  se  moderase  el  mandato.  Con  lo  cual  por  quitar- 


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los  del  ejercito,  enviaron  a  Lozana  y  a  los  suyos  al  licenciado  Altami- 
rano,  oidor  de  su  magestad  que  estaba  en  la  mar,  que  hiciese  dellos 
lo  que  bien  visto  le  fuese.  El  cual  mandó  ahorcar  a  Lozana  y  a  otros 
dos  de  los  más  culpados;  y  los  demás  desterró  del  reino 

Francisco  Hernández  Girón,  aunque  lastimado  de  la  pérdida  del 
capitán  Lozana  y  de  sus  soldados,  pasó  adelante  con  su  ejército,  con- 
fiado en  las  trazas  y  ardides  de  guerra  que  llevaba  imaginadas.  Llegó 
al  valle  de  Pachacamac,  cuatro  leguas  de  la  ciudad  de  los  Reyes, 
donde  llamó  a  consulta  para  determinar  lo  que  se  hubiese  de  hacer. 
Entre  otras  cosas  determinó  con  los  de  su  consejo,  que  una  noche  de 
aquellas  primeras  acometiesen  al  ejército  real  (que  estaba  fuera  de 
la  ciudad)  llevando  por  delante  las  vacas  que  había  en  aquel  valle, 
que  eran  muchas,  con  mechas  encendidas  atadas  a  las  cuernas,  y 
con  muchos  indios  y  negros,  y  algunos  soldados  arcabuceros  que  fue- 
sen con  ellas  aguijándolas  para  divertir  el  escuadrón  del  rey.  y  aco- 
meterle por  donde  mejor  les  estuviese  Esto  quedó  determinado  entre 
ellos  para  ejecutarlo  de  allí  a  cuatro  noches. 

Hallóse  en  esta  consulta  Diego  de  Silva,  vecino  del  Cosco,  a 
quien  Francisco  Hernández,  como  atrás  dijimos,  pidió  que  autorizase 
su  campo  con  su  compañía,  y  por  obligarle  más  le  llamaba  a  todas  sus 
consultas.  Los  corredores  del  un  ejército  y  del  otro  se  vieron  luego  y 
avisaron  de  lo  que  había.  Los  oidores  y  sus  dos  generales  se  apercibie- 
ron para  cualquier  suceso  que  se  ofreciese,  los  capitanes  hicieron  lo 
mismo,  que  tenían  sus  soldados  bien  ejercitados,  que  muchos  días 
había  escaramuzas  entre  ellos;  y  otros  días  le  mandaban  tirar  al  terre- 
ro, señalando  joyas  y  preseas  para  Jos  mejores  tiradores.  Había  en 
este  campo  más  de  mil  y  trescientos  soldados,  los  trecientos  de  a  ca- 
ballo, y  cerca  de  seiscientos  arcabuceros,  y  otros  cuatrocientos  y 
cincuenta  piqueros. 

Es  de  saber  que  teniendo  nueva  los  oidores  que  Francisco  Her- 
nández Girón  pasaba  de  Huamanca  y  que  iba  a  buscalles,  les  pareció 
que  sería  bien  agradar  a  los  suyos,  y  aplacar  toda  la  demás  comunidad 
de  vecinos  y  soldados  de  la  tierra,  con  suspender  las  provisiones  que 
habían  mandado  pregonar  acerca  del  servicio  personal  de  los  indios, 
y  de  que  no  los  cargasen  por  los  caminos,  ni  caminasen  los  españoles 
con  indias  ni  indios,  aunque  fuesen  criados  suyos  y  otras  cosas  de  que 
todos  los  moradores  de  aquel  imperio  estaban  muy  agraviados  y 
descontentos.  Por  lo  cual  acordaron  los  oidores  suspenderlo  todo,  y 
consultaron  con  todos  los  vecinos  que  consigo  tenían,  y  acordaron  que 
para  mayor  satisfacción  dellos,  eligiesen  dos  procuradores  que  en 
nombre  de  todo  aquel  imperio  viniesen  a  España  a  suplicar  a  su  ma- 
gestad, y  pedirle  lo  que  bien  les  estuviese.  Eligieron  a  don  Pedro  Luis 
de  Cabrera,  vecino  del  Cosco,  que  como  atrás  hemos  dicho,  por  su 
mucho  vientre  era  impedido  para  andar  en  la  guerra,  y  a  don  Antonio 
de  Rivera,  vecino  de  Rimac  por  tales  procuradores. los  cuales  se  apres- 


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taron  para  venir  a  España.  Don  Antonio  de  Rivera  llegó  a  ella,  y  Don 
Pedro  Cabrera  paró  en  el  camino  y  no  pasó  adelante 

Dos  días  después  que  Francisco  Hernández  llegó  a  Pachacamac, 
salió  parte  de  su  gente  a  escaramuzar  con  los  del  rey  :  trabóse  poco  a 
poco  la  escaramuza,  y  fué  creciendo  más  y  más;  porque  de  la  una  parte 
y  de  la  otra  había  muy  buenas  ganas  de  probar  las  fuerzas  del  contra- 
rio. Salió  a  ella  Diego  de  Silva,  mostrándose  mucho  del  bando  de 
Francisco  Hernández;  más  viendó  buena  coyuntura  se  pasó  al  campo 
de  su  magestad.  y  llevó  consigo  otros  cuatro  soldados  famosos;  uno 
dellos  llamado  fulano  Gamboa,  era  alférez  del  capitán  Ñuño  Mendiola : 
el  alférez  con  su  huida  causó  mucho  mal  a  su  capitán,  como  adelante 
diremos.  Sin  los  de  Diego  de  Silva  se  huyeron  aquel  día  otros  muchos 
soldados,  y  se  pasaron  al  rey,  con  lo  cual  cesó  la  escaramuza. 

Lo  mismo  hicieron  el  día  siguiente,  y  los  demás  que  Francisco 
Hernández  estuvo  en  Pachacamac, que  de  veinte  en  veinte  y  de  trein- 
ta en  treinta,  se  pasaban  al  rey  sin  poderlo  remediar  los  contrarios; 
lo  cual  visto  por  Francisco  Hernández  Girón  determinó  retirarse  y 
volverse  al  Cosco  antes  que  todos  los  suyos  le  desamparasen;  por 
que  la  traza  de  acometer  con  las  vacas  por  delante,  le  pareció  que  no 
sería  de  ningún  provecho;  porque  ya  Diego  de  Silva  habría  dado  aviso 
della,  y  los  oidores  estarían  prevenidos  para  resistirle  y  ofenderle. 

Con  esta  determinación  hizo  una  liberalidad,  más  por  tentar  y 
descubrir  los  ánimos  de  los  suyos,  que  por  hacer  magnificencia.  Dí- 
joles  que  los  que  no  gustasen  de  seguirle  se  pasasen  luego  al  campo 
de  los  oidores,  que  él  les  daba  toda  libertad  y  licencia.  Algunos  la  to- 
maron, pero  de  los  muy  inútiles;  más  no  por  eso  dejó  el  maese  de  cam- 
po licenciado  Alvarado  de  quitarles  las  cabalgaduras,  y  las  armas,  y  los 
vestidos,  si  eran  de  algún  provecho  para  los  suyos.  Así  salió  Francis- 
co Hernández  del  valle  de  Pachacamac  con  el  mejor  concierto  que 
pudo,  que  lo  ordenó  más  de  miedo  de  los  suyos,  que  no  se  le  huyresen, 
que  de  temor  de  los  contrarios  que  le  siguiesen:  porque  era  notorio 
que  por  haber  tantos,  que  mandaban  en  el  campo  de  los  oidores,  no 
se  determinaba  cosa  alguna  con  tiempo  y  sazón  como  era  menester, 
según  veremos  luego. 


CAPITULO  X 


FRANCISCO  HERNANDEZ  SE  RETIRA  CON  SU  EJERCITO.  EN  EL  DE  SU  MO- 
DESTAD HAY  MUCHA  CONFUSION  DE  PARECERES.  UN  MOTIN  QUE  HU- 
BO EN  LA  CIUDAD  DJE  PIURA,  Y  COMO  SE  ACABO 


RANCISCO  1  lernandez  salió  de  Pachacamac  con  determinación 


de  retirarse,  y  así  lo  hizo;  dejaron  en  el  alojamiento  sus  soldados 


cosas  inútiles  que  no  pudieron  llevar:  todo  lo  cual  saquearon  los 
del  rey,  saliendo  desmandados  de  su  ejército.  Los  oidores  entraron  en 
consulta  con  los  que  eran  del  consejo  de  guerra,  que  demás  de  los  ca- 
pitanes llamaban  muchos  vecinos  del  r  eino,  los  cuales  como  más  espe- 
nmentados  eran  más  acertados;  pero  en  tanta  multitud  de  pareceres 
cada  uno  pretendía  y  hacía  fuerza  para  que  el  suyo  saliese  de  plaza. 
Determinaron  al  fin  de  muchos  pareceres  que  Pablo  de  Meneses  con 
seiscientos  hombres,  los  mejores  de  el  campo,  siguiese  a  Francisco 
Hernández  a  la  ligera.  Estando  otro  día  la  gente  apercibida  para  sa- 
lir, mandaron  los  dos  generales  que  no  llevase  más  de  cien  hombres, 
diciendo  que  no  era  bien  que  el  campo  quedase  tan  desflorado  de 
gente  útil  y  lucida.  Los  oidores  y  los  consejeros  remediando  esta  va- 
riedad, volvieron  a  mandar  que  llevasen  los  seiscientos  hombres  que 
estaban  elegidos.  Sobre  lo  cual  sucedió  lo  mismo  que  el  día  antes,  que 
los  generales  desmandaron  lo  mandado,  y  que  no  llevase  más  de  cien 
hombres  para  dar  arma  al  enemigo,  y  recoger  los  que  quisiesen  huirse, 
dél.  Así  salió  Pablo  de  Meneses  bien  desabrido  y  descontento  de  tanta 
mudanza  de  provisiones,  y  de  tanto  rigor  de  los  generales,  que  aún  no 
consintieron  que  fuesen  con'élTalgunas  personas  particulares,  amigos 
suyos,  que  deseaban  acompañarle.  Dejarlos  hemos  por  contar  lo'que 
en  estos  mismos  días  pasó'cn  la  ciudad  de  San'Miguel'de  Piura. 

En  aquella  ciudad  vivía  un  soldado  de  buen  nombre,  y  de  buena 
reputación,  llamado  Francisco  de  Silva.  Los  oidores,  como  atrás  se 
dijo  enviaron  sus  provisiones  a  todos  los  corregidoreslde  aquel  reino, 
avisándoles  del  levantamiento  de  Francisco  Hernández  Girón,  man- 


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dándoles  que  se  apercibiesen  y  llamasen  gente  para  resistir  y  castigar 
al  tirano.  El  corregidor  de  Piura,  llamado  Juan  Delgadillo.  dió  su  co- 
misión a  Francisco  de  Silva,  y  le  mandó  que  fuese  a  Tumpis,  y  por 
aquella  costa  recogiese  los  soldados  que  hallase,  y  los  trújese  consigo. 
Francisco  de  Silva  fué  como  se  le  mandó,  y  se  volvió  a  Piura  con  una 
cuadra  de  veinte  y  seis  o  veinte  y  siete  soldados:  los  cuales  habiendo 
estado  en  aquella  ciudad  doce  o  trece  días,  viendo  que  no  les  daban 
posada,  ni  de  comer,  y  que  ellos  eran  pobres  que  no  podían  mantenerse 
fueron  al  corregidor,  llevando  por  caudillo  a  Francisco  de  Silva,  y  le 
suplicaron  les  diese  licencia  para  ir  a  la  ciudad  de  los  Reyes  a  servir 
a  su  magestad  en  aquella  ocasión.  El  corregidor  se  la  dió,  aunque  for- 
zado de  ruegos  e  importunidades  que  toda  la  ciudad  le  hizo.  Estando 
los  soldados  otro  día  para  caminar, el  corregidor  sin  ocasión  alguna, re- 
vocó la  licencia  y  les  mandó  en  particular  que  se  fuesen  a  sus  posadas 
y  no  saliesen  dellas  ni  de  la  ciudad  sin  licencia  suya.  Francisco  de 
Silva  y  sus  compañeros,  viendo  que  no  les  aprovechaban  ruegos  ni 
protestaciones  que  al  corregidor  hicieron,  acordaron  entre  todos  de 
matarle,  y  saquear  la  ciudad,  e  irse  a  servir  a  Francisco  Hernández 
Girón,  pues  no  les  dejaban  ir  a  servir  a  su  magestad.  Con  este  concierto 
y  bien  apercibidos  de  sus  armas,  fueron  doce  o  trece  dellos  a  casa  del 
corregidor,  y  lo  prendieron,  y  mataron  a  un  alcalde  de  los  ordinarios. 
Robaron  la  casa  del  corregidor,  donde  hallaron  arcabuces,  montantes, 
espadas  y  rodelas,  lanzas  y  partesanas,  y  pólvora  en  cantidad.  Sa- 
caron el  estandarte  real  ;  pregonaron  que  saliesen  todos  so  pena  de  la 
vida  a  meterse  debajo  de  la  bandera.  Descerrajaron  la  caja  real, roba- 
ron lo  que  había  dentro,  hasta  la  hacienda  de  difuntos:  lo  mismo  hi- 
cieron por  todas  las  casas  de  la  ciudad,  que  las  saquearon  sin  dejar 
en  ellas  cosa  que  les  fuese  de  provecho;  y  con  la  venida  de  un  soldado, 
que  en  aquella  coyuntura  llegó  a  Piura,  que  iba  desterrado  de  Rimac 
y  se  huyó  en  el  camino,  publicaron  y  echaron  fama  (concertándolo 
primero  con  el  soldado"!  que  dijese  que  Francisco  Hernández  Girón 
venía  muy  pujante  a  la  ciudad  de  los  Reyes,  y  que  todo  el  reino  era 
en  su  favor  hasta  el  oidor  Santillán  que  se  le  había  pasado  con  muchos 
amigos,  y  deudos  suyos.  Sin  esto  dijo  otras  mentiras  tan  grandes  y 
mayores,  si  mayores  podían  ser.  Con  lo  cual  quedaron  los  tiranillos 
más  ufanos  que  si  fueran  verdades,  y  ellos  señores  del  Perú.  Y  porque 
el  soldado  dijo  que  deseaba  ir  en  busca  de  Francisco  Hernández  Girón 
para  servirle,  tomaron  todos  el  mismo  deseo  y  lo  pusieron  por  obra. 

Llevaron  al  corregidor  preso  con  una  buena  cadena  de  hierro,  y 
otros  ocho  o  nueve  vecinos  y  hombres  principales  de  aquella  ciudad  en 
colleras  y  cadenas,  como  los  que  llevan  a  galeras.  Así  caminaron  más  de 
cincuenta  leguas  con  toda  la  desvergüenza  posible,  hasta  que  llegaron 
a  Casamarca;  donde  hallaron  dos  españoles  que  vivían  de  su  trabajo 
y  grangería,  de  los  cuales  supieron  el  estado  de  Francisco  Hernández 
Girón;  y  como  iba  huyendo  y  los  oidores  en  pos  dél,  y  que  a  aquella 
hora  estaría  ya  el  tirano  muerto  y  consumido.  Con  las  nuevas  quedaron 


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del  todo  perdidos.  Francisco  de  Silva  y  sus  compañeros  lloraron  su 
locura  y  desatino,  acordaron  volverse  a  la  costa  para  huirse  en  algún 
navio  si  lo  pudiesen  haber  Soltaron  al  corregidor  y  a  los  demás  presos 
bien  desacomodados,  porque  no  pudiesen  hacerles  daño.  Y  los  tiranos, 
que  eran  más  de  cincuenta,  se  dividieron  en  cuadrillas  pequeñas  de 
tres,  cuatro  compañeros  cada  una,  por  no  ser  sentidos  por  do  quiera 
que  pasasen. 

El  corregidor  viéndose  libre  llamó  gente  con  la  voz  del  rey.  pren- 
dió a  algunos  dellos  y  los  hizo  cuartos.  Los  oidores  sabiendo  las  des- 
vergüenzas y  atrevimientos  de  aquellos  hombres,  enviaron  un  juez 
llamado  Bernardino  Romani  a  que  los  castigase;  el  cual  prendió  y 
ahorcó  casi  todos  ellos;  algunos  echó  a  galeras.  Francisco  de  Silva  y 
otros  compañeros  suyos,  se  fueron  a  Trujillo,  y  entraron  en  el  con- 
vento del  divino  San  Francisco,  y  tomaron  su  hábito,  y  con  él  salieron 
de  aquella  ciudad  y  fueron  a  la  mar,  y  se  embarcaron  en  un  navio  que 
los  sacó  fuera  de  aquel  imperio  con  que  escaparon  sus  vidas. 

Fn  estos  mismos  días  vino  del  reino  de  Chile  un  vecino  de  la  ciu- 
dad de  Santiago,  llamado  Gaspar  Orense,  con  las  nuevas  tristes  y  la- 
mentables de  los  levantamientos  de  los  indios  Araucos  de  aquel  reino, 
y  la  muerte  del  gobernador  Pedro  de  Valdivia  y  de  los  suyos:  de  que 
dimos  larga  (cuenta  en  el  libro  séptimo  de  la  primera  parte  de  estos 
nuestros  Comentarios).  Las  cuales  nuevas  sintieron  muy  mucho  todos 
los  del  Perú  por  la  alteración  de  los  indios:  la  cual  se  principió  a  los 
postreros  días  del  año  de  mil  y  quinientos  y  cincuenta  y  tres,  y  hoy 
es  casi  el  fin  del  año  de  mil  y  seiscientos  once  (cuando  escribimos  esto) 
no  se  ha  acabado  la  guerra,  antes  están  aquellos  indios  más  soberbios 
y  pertinaces  que  a  los  principios,  por  las  muchas  victorias  que  han  ha- 
bido, y  ciudades  que  han  destruido.  Dios  nuestro  Señor  lo  remedie 
como  más  a  su  servicio  convenga.  Quizá  en  el  libro  siguiente  diremos 
algo  de  aquellas  hazañas  de  los  Araucos. 


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CAPITULO  XI 


SUCESOS  DESGRACIADOS  EN  EL  UN  EJERCITO  Y  EN  EL  OTRO.  LA  MUERTE 
DE  ÑUÑO  MENDIOLA,  CAPITAN  DE  FRANCISCO  HERNANDEZ  Y  LA  DE 
LOPE  MARTIN,  CAPITAN  DE  SU  MAGESTAD 


l"^OLVIENDO  a  los  sucesos  del  Perú,  decimos:  que  Francisco 
\/  Hernández  Girón  habiendo  salido  de  Pachacamac,  caminaba  muy 
rescatado  con  escuadrón  formado  y  recogida  su  gente  y  bagage, 
como  hombre  temeroso  que  sus  contrarios  no  le  siguiesen,  y  persiguie- 
sen hasta  acabarle.  Más  cuando  vió  que  los  primero  tres  y  cuatro  días 
no  le  seguían,  y  supo  por  sus  espías  la  mucha  variedad  de  opiniones 
que  había  en  cada  consulta  que  sus  contrarios  hacían,  y  que  lo  que  los 
oidores  ordenaban  y  proveían,  los  generales  lo  desmandaban  y  descom- 
ponían, y  que  en  todo  había  confusión,  bandos  y  diferencias,  se  alentó 
y  caminó  con  más  seguridad  y  menos  sobresalto.  Más  no  por  eso 
dejaron  de  sucederle  enojos  y  pesadumbre  con  sus  mayores  amigos: 
que  en  llegando  al  valle  llamado  Huarcu,  ahorcó  dos  soldados  prin- 
cipales de  los  suyos,  no  más  de  por  sospecha  que  se  querían  huir  o  que 
ya  entre  ellos  no  era  menester  otro  fiscal  sino  la  sospecha  para  ma- 
tar al  más  confiado.  Pasando  Francisco  Hernández  más  adelante  en 
su  jornada,  llegó  al  valle  llamado  Chincha,  abundante  de  comida  y 
de  todo  regalo,  donde  el  capitán  Ñuño  Mendiola  le  dijo:  que  sería  bien 
que  pasasen  allí  tres  o  cuatro  días  para  que  la  gente  descansase  y  se 
proveyese  de  lo  necesario  para  el  camino.  Francisco  Hernández  no 
quiso  admitir  el  consejo,  y  mirando  en  quien  se  lo  daba,  le  pareció 
que  el  Mendiola  no  había  hecho  buen  semblante  al  repudio  del  consejo : 
a  lo  cual  no  faltaron  otros  buenos  terceros  que  dijeron  a  Francisco 
Hernández  que  el  Mendiola  se  quería  pasar  al  rey.  Lo  cual  creyó  el 
tirano  con  mucha  facilidad,  trayendo  a  la  memoria  que  su  alférez 
Gamboa  se  había  huido  con  Diego  de  Silva  pocos  días  antes,  y  que 
debió  de  llevar  recaudos  a  los  oidores,  para  asegurar  la  ida  de  su  capi- 
tán cuando  se  huyese.  Solo  esta  sospecha  bastó  para  que  Francisco 
Hernández  mandase  a  su  maese  de  campo  que  le  quitase  las  armas  y 


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..aballo,  y  le  dejase  ir  donde  quisiese.  Más  el  maese  de  campo  cumplió 
el  mandato  hasta  quitarle  la  vida  :  y  así  acabó  el  p  obre  capitán  Ñuño 
Mendiola.que  tal  paga  le  dieron,  con  ser  de  los  primeros  confederados 
con  el  tirano.  Demás  de  lo  dicho  no  dejaron  de  írsele  algunos  solda- 
dos a  Francisco  Hernández  Girón,  que  fueron  a  parar  con  Pablo  de 
Meneses,  y  le  dijeron  que  Francisco  Hernández  iba  muy  desbarata- 
do; que  se  la  había  huido  mucha  gente,  que  casi  no  llevaba  trescien- 
tos hombres,  llevando  más  de  quinientos. 

Con  estas  nuevas  se  esforzó  Pablo  de  Meneses  y  consultó  con 
los  suyos  de  dar  una  trasnochada  en  los  enemigos  y  desbaratarlos;  y 
teniéndolo  así  determinado,  yendo  ya  marchando  en  su  jornada, 
advirtieron  en  lo  que  fuera  razón  que  miraran  antes,  que  fué  ver  que 
no  llevaban  maíz  para  sus  cabalgaduras  ni  sabían  de  donde  haber- 
lo. Entonces  se  ofreció  un  soldado  de  los  que  se  habían  huido  de  Fran- 
cisco Hernández,  llamado  Francisco  de  Cuevas:  diciendo  que  él  sabía 
donde  había  mucho  maíz  y  traería  cuanto  fuese  menester.  Pablo  de 
Meneses  lo  envió  con  una  docena  de  indios  que  los  trújese  cargados  de 
maiz.  El  soldado  hizo  su  viagey  envió  los  indios  con  el  maiz  y  les  dijo 
que  en  acabando  de  comer  su  caballo  iría  en  pos  dellos.y  cuando  se  vió 
solo,  en  lugar  de  irse  a  Pablo  de  Meneses  se  fué  a  Francisco  Hernández 
y  le  dió  cuenta  de  los  enemigos,  cuantos  eran,  y  como  iban  determi- 
nados a  dar  sobre  él  la  noche  venidera;  pidióle  perdón  de  habérsele 
huido;  dijo  que  entendía  que  había  sido  permisión  de  Dios,  para  que 
le  diese  noticia  de  la  venida  de  sus  enemigos,  porque  no  le  tomasen 
de  sobresalto.  El  volverse  aquel  soldado  a  Francisco  Hernández,  fué 
porque  uno  de  los  de  Pablo  de  Meneses  hablando  en  general  de  los 
tiranos,  dijo  que  el  mejor  librado  dellos  acabada  la  guerra,  aunque  se 
hubiese  pasado  al  rey.  habían  de  ir  azotado  a  galeras.  Lo  cual  oido 
por  aqueridado,  acordó  volverse  a  su  capitán,  y  para  merecer  per- 
don,  le  dió  cuenta  de  todo  lo  que  sabía.  Francisco  Hernamdez  se  aper- 
cibió luego  y  estuvo  toda  aquella  tarde  y  la  noche  siguiente  puesto  en 
escuadrón  esperando  sus  enemigos.  Pablo  de  Meneses  y  Lope  Martín 
y  todos  los  suyos,  viendo  que  Francisco  de  Cuevas  no  volvía  sospe- 
chando que  fué  que  se  había  vuelto  a  Francisco  Hernández  y  avisá- 
dole  de  cómo  iban  a  buscarle,  y  que  el  enemigo  sabiendo  cuán  pocos 
eran,  vendría  a  buscarlos,  acordaron  retirarse;  mandaron  que  cami- 
nase luego  la  gente  a  un  pueblo  llamado  Villacori,  que  está  cinco  le- 
guas de  donde  ellos  estaban,  que  era  en  el  río  de  lea :  y  que  treinta  de 
a  caballo  de  los  mejores  caballos  quedasen  en  retaguardia,  para  dar 
aviso  de  lo  que  fuese  menester.  A  esto  se  ofreció  el  capitán  Lope  Mar- 
tín de  quedar  con  otros  tres  compañeros,  para  mirar  por  los  enemigos 
y  servir  de  centinela  y  corredores,  pra  dar  aviso  de  lo  que  fuese  menes- 
ter. Con  esto  se  fué  Pablo  de  Meneses,  y  todos  los  suvos  le  siguieron 
hasta  Villacori,  y  Lope  Martín  y  sus  compañeros  se  subieron  a  un 
cerro  alto  que  está  sobre  el  río  de  lea,  para  descubrir  mejor  a  los  ene- 
migos. Pero  salióles  en  contra  porque  todo  aquel  valle  tiene  mucha 


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arboleda,  que  no  deja  de  ver  lo  que  hay  debajo  della.  Estando  así 
atentos  acertó  un  indio  Cañari  de  los  de  Francisco  Hernández  a  ver 
a  Lope  Martín  y  a  sus  tres  compañeros,  y  dió  aviso  dello  a  los  suyos. 
Los  cuales  salieron  por  la  una  banda  y  por  la  otra  del  cerro  lo  estaba 
Lope  Martín  para  tomarle  las  espaldas:  y  así  lo  hicieron,  que  Lope 
Martín  y  los  suyos  mirando  a  lo  lejos  no  vieron  lo  que  tenían  cerca  de 
sí.  Pudieron  los  enemigos  hacer  bien  este  lance,  porque  aquel  río  pasa 
por  debajo  del  cerro  (donde  estaba  Lope  Martín)  y  se  entra  tan  deba- 
jo del.  que  de  lo  alto  no  se  descubre  la  gente  que  por  el  un  lado  y  el 
otro  del  cerro  pasa  hasta  que  están  en  lo  alto  dél.  Yo  y  otros  compa- 
ñeros, caminando  por  aquel  camino,  subimos  aquel  cerro  para  ver 
como  le  sucedió  a  Lope  Martín  y  a  los  suyos  la  desgracia  que  luego  di- 
remos, y  vimos  que  habiéndose  puesto  donde  se  pusieron,  no  pudieron 
ver  los  enemigos  hasta  que  les  tuvieron  ganadas  las  espaldas.  Vién- 
dose atajados  Lope  Martín  y  sus  compañeros,  dieron  en  huir  por  una 
parte  y  otra  del  camino,  y  aunque  hicieron  sus  diligencias.no  pudieron 
escaparse  los  tres  dellos,  que  fueron  presos,  y  entre  ellos  Lope  Martín: 
y  no  le  conociendo  los  enemigos,  llegó  un  moro  berberisco  que  había 
sido  de  Alonso  de  Toro,  cuñado  de  Tomás  Vasquez,  que  eran  casados 
con  dos  hermanas,  y  dijo  a  Alonso  González  que  mirase  que  era 
Lope  Martín  el  que  llevaban  preso.  Regocijáronse  con  la  buena  nueva 
del  prisionero,  y  lleváronselo  a  Francisco  Hernández  Girón;  más  él 
no  lo  quiso  ver :  antes  acordándose  de  la  muerte  de  su  capitán  Lozana, 
que  el  oidor  Altamirano  mandó  ahorcar,  dijo,  que  con  toda  brevedad 
lo  matasen  y  a  otro  soldado  de  los  que  con  él  prendieron,  que  se  le 
había  huido  a  Francisco  Hernández :  todo  se  cumplió  así. 

A  Lope  Martín  cortaron  la  cabeza  y  la  pusieron  en  la  punta  de 
una  lanza,  y  la  llevaron'por  trofeo  y  estandarte  a  la  jornada  de  Villa- 
cori.que^luego  diremos.  Así  acabó  el  buen  Lope  Martín,  de  los  prime- 
ros conquistadores  de  aquel  imperio,  que  se  halló  en  la  prisión  de  Ata- 
huallpa,  y  fué  vecino  de  la  ciudad  del  Cosco. 


— 


CAPITULO  X. 


LOS  OIDORES  ENVIAN  GENTE  EN  SOCORRO  DE  PABLO  DE  MENESES. 
FRANCISCO  HERNANDEZ  REVUELVE  SOBRE  EL  ;  Y  LE  DA  UN  BRAVO 
ALCANCE.  LA  DESGRACIADA  MUERTE  DE  MIGUEL  CORNEJO  LA 
LEALTAD  DE  UN  CABALLO  CON  SU  DUEÑO. 


iENDO  Pablo  de  Meneses  como  atrás  se  dijo  siguiendo  a  Fran- 


cisco Hernández  Girón,  escribió  a  los  generales  del  ejército,  que 


[  eran  el  oidor  Santillán,  y  el  arzobispo  de  los  Reyes  don  Gerónimo 
de  Loaysa;  que  porque  el  enemigo  llevaba  mucha  gente,  y  él  iba  con 
falta  della,  le  enviasen  socorro  con  toda  brevedad;  porque  pensaba 
de  aquel  viage  destruir  al  tirano.  Los  generales  cumplieron  luego  su 
demanda,  que  le  enviaron  más  de  cien  hombres  muy  bien  armados  y 
apercibidos,  y  entre  ellos  fueron  muchos  vecinos  de  los  Reyes  del  Cos- 
co, Huamanca  y  Arequepa;  y  con  la  diligencia  que  en  su  camino  hi- 
cieron, llegaron  a  Villacori  poco  antes  que  Pablo  de  Meneses  entrase 
en  él,  Jonde  se  alentaron  los  unos  y  los  otros  con  verse  juntos :  supieron 
que  el  enemigo  estaba  cinco  leguas  de  allí,  y  que  Lope  Martín  y  tres 
compañeros  con  él  quedaban  por  atalayas  y  corredores  para  avisar  de 
lo  que  fuese  menester.  Con  esta  nueva  se  aquietaron  todos  entendien- 
do que  estaban  seguros;  pero  en  la  guerra  los  capitanes  para  hacer  bien 
su  oficio,  no  deben  asegurarse  aunque  estén  los  enemigos  lejos,  cuanto 
más  cerca,  porque  no  les  suceda  lo  que  a  los  presentes.  Francisco 
Hernández  habiendo  sabido  de  Lope  Martín  y  de  sus  compañeros, 
donde  y  como  estaba  Pablo  de  Meneses,  apercibió  su  gente  para  ir 
en  pos  dél  a  toda  diligencia.  A  lo  cual  para  que  saliese  con  la  victo- 
ria le  ayudó  su  buena  ventura,  porque  el  soldado  compañero  de  Lope 
Martín  que  escapó  de  los  tiranos  con  el  miedo  que  les  cobró,  se  metió 
en  un  algarrobal,  para  esconderse  y  librarse  de  la  muerte,  y  no  pudo 
ir  a  dar  aviso  a  Pablo  de  Meneses,  que  le  fuera  de  mucha  importancia. 
El  cual  estaba  bien  descuidado  de  pensar  que  viniesen  los  enemigos, 
porque  teniendo  a  Lope  Martín  y  a  sus  compañeros  por  atalayas. 


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que  los  tenía  por  hombres  diligentes  y  de  todo  buen  recaudo,  dormían 
descuidados  y  sin  recelo  alguno  y  sin  centinelas.  Al  amanecer,  un  sol- 
dado que  había  salido  del  real,  a  buscar  por  aquellas  hoyas  un  poco 
de  maiz  que  les  faltaba,  sintió  ruido  de  gente,  y  mirando  en  ello  vió 
una  cuadrilla  de  treinta  caballos,  que  Francisco  Hernández  envió  de- 
lante para  dar  arma  a  Pablo  de  Meneses,  y  que  los  entretuviesen  esca- 
ramuzando con  los  del  rey  hasta  que  él  y  todos  los  suyos  llegasen  a 
pelear  con  ellos.  El  soldado  tocó  arma  y  dió  aviso  de  los  que  venían  Pa- 
blo de  Meneses  entendiendo  que  no  iba,  en  pos  dél  más  gente  que  la 
que  el  soldado  decía,  no  quiso  retirarse,  antes  mandó  hacer  alto  para 
pelear  con  los  que  le  seguían,  y  no  quiso  creer  a  los  que  se  lo  contra- 
decían, que  les  fué  de  mucho  daño,  porque  dieron  lugar  a  que  los  ene- 
migos se  le  acercasen.  Estando  en  esto,  vieron  asomar  por  aquellos 
arenales  más  y  más  gente  de  los  enemigos.  Entonces  mandó  Pablo  de 
Meneses  que  se  retirasen  a  toda  prisa,  y  él  quedó  en  la  retaguardia  a 
detener  los  contrarios.  Los  cuales  escaramuzaron  con  los  del  rey,  don- 
de hubo  algunos  heridos  y  muertos  de  una  parte  y  otra:  fueron  así 
escaramuzando  muy  gran  parte  del  día,  que  los  enemigos  no  lo  deja- 
ban caminar;  en  esto  llegó  todo  el  escuadrón  de  Francisco  Hernández 
Girón  donde  hubo  mucha  revuelta  y  confusión  de  gente,  así  de  la 
que  huía  como  de  la  que  seguía;  que  con  el  polvo  y  alboroto  no  se 
conocían  unos  a  otros.  Duró  el  alcance  más  de  tres  leguas  :  salió  herido 
el  capitán  Luis  de  Avalos,  y  otros  cinco  o  seis  con  él;  quedaron  muer- 
tos catorce  o  quince,  y  entre  ellos  el  buen  Miguel  Cornejo,  vecino  de 
Arequepa  de  los  primeros  conquistadores,  a  quien  Francisco  de  Car- 
vajal, maese  de  campo  de  Gonzalo  Pizarro  por  las  obligaciones  que  le 
tenía,  le  hizo  la  amistad  que  atrás  contamos.  El  cual  llevaba  una  ce- 
lada borgoñona,  calada  la  visera,  y  con  el  mucho  polvo  de  los  que 
huían  o  seguían,  y  con  el  mucho  calor  que  en  aquellos  valles  y  su  re- 
gión perpetuamente  hace,  le  faltó  el  aliento,  y  no  acertando  a  alzar 
la  visera,  por  la  priesa  y  temor  de  los  enemigos,  se  ahogó  dentro 
en  la  celada,  que  lastimó  a  los  que  le  conocían,  porque  era  un  hombre 
de  mucha  estima  y  de  mucha  bondad,  como  lo  usó  con  Francisco  de 
Carvajal  con  su  mujer  y  familia,  viéndolos  desamparados  en  la  plaza 
de  Arequepa,  sin  posada  ni  quien  se  la  diese.  Los  enemigos  llamaron  a 
recoger,  porque  sintieron  que  aunque  iban  victoriosos,  iban  perdiendo 
de  su  gente  porque  vieron  que  mucha  della,  a  vuelta  de  los  que  huían 
se  les  iba  al  rey,  con  lo  cual  cesaron  de  su  alcance  y  a  toda  priesa  vol- 
vieron atrás  antes  que  entre  ellos  hubiese  algún  motín.  Entre  los 
que  se  le  huyeron  a  Francisco  Hernández  aquel  día,  fué  un  vecino  del 
Cosco,  llamado  Juan  Rodríguez  de  Villalobos,  a  quien  Francisco  Her- 
nández después  de  su  levantamiento  por  prendarle,  casó  en  el  Cosco 
con  una  cuñada  suya  hermana  de  su  muger:  pero  no  le  aprovechó  al 
tirano  el  parentesco,  que  con  la  revuelta  de  aquel  día  se  pasó  al  bando 
de  su  magestad.  Francisco  Hernández  cuando  lo  supo,  en  satisfacción 
de  que  le  hubiese  negado,  dijo  por  desdén  y  menosprecio,  que  votaba 


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a  tal  que  le  pesaba  más  por  una  espada  que  le  llevaba  que  no  por  su 
ausencia :  y  engrandeciendo  más  su  presunción,  dijo  que  todos  los  que 
no  quisiesen  seguirle  se  fuesen  libremente  a  los  oidores,  que  él  les  daba 
libertad;  que  no  quería  compañía  de  hombres  forzados,  sino  de  amigos 
voluntarios.  Pablo  de  Meneses  con  la  priesa  que  los  enemigos  le  die- 
ron, se  apartó  de  los  suyos  con  otros  tres  compañeros  y  fueron  a  parar 
a  Chincha;  como  lo  dice  el  Palentino,  capítulo  treinta  y  ocho,  por  es- 
tas palabras: 

Viendo  Pablo  de  Meneses  perdida  su  gente,  y  que  iba  huyendo  a 
rienda  suelta,  desvióse  del  camino  y  fué  por  léganos  de  arena  al  rio 
de  Pisco  con  otros  tres  que  le  siguieron,  y  de  allí  se  fué  a  Chincha. 

Hasta  aquí  es  de  aquel  autor.  Los  enemigos  a  la  vuelta  de  su  al- 
cance fueron  recogiendo  cuanto  por  el  camino  hallaron,  que  los  leales 
por  aligerar  sus  caballos  y  muías,  habían  echado  de  sí  cuanto  llevaban 
hasta  las  capas  y  capotes,  y  las  armas  como  hacen  los  navegantes 
cuando  temen  anegarse  con  la  tormenta.  Tal  la  llevaban  estos  capi- 
tanes y  soldados  reales,  que  en  un  punto  se  hallaron  poderosos  para 
destruir  y  arruinar  al  tirano,  y  en  aquel  mismo  punto  iban  huyendo 
dél  como  acaeció  en  esta  jornada.  Ofrecéseme  contar  un  caso  que  acae- 
ció en  ella,  que  porque  semejantes  cosas  se  hallan  pocas  en  el  mundo, 
se  me  dará  licencia  que  la  diga  (que  fué  la  lealtad  de  un  caballo  que 
yo  conocí)  En  aquel  trance  de  armas  se  halló  un  caballero  de  la  parte 
de  su  magestad,  vecino  del  Cosco  de  los  primeros  conquistadores  de 
aquel  imperio,  que  se  decía  Juan  Julio  de  Hojeda,  el  cual  ¿entre  otros 
caballos  suyos,  tenía  uno  bayo  de  cabos  negros:  hallóse  en  él  aquel 
día  del  alcance  de  Villacori.  Yendo  huyendo  todos  a  rienda  suelta 
(como  lo  ha  dicho  el  Palentino)  Juan  Julio  de  Hojeda  cayó  de  su  caba- 
llo, el  cual  viéndole  caído  aunque  iba  corriendo  entre  más  de  otras 
trecientas  cabalgaduras,  paró,  que  no  se  meneó  hasta  que  su  dueño  se 
levantó  y  subió  en  él,  y  escapó  con  la  vida  por  la  lealtad  del  caballo; 
lo  cual  se  tuvo  a  mucho  por  ser  cosa  tan  rara.  Otro  paso  casi  al  propio 
vi  yo,  que  este  mismo  caballo  hizo  en  la  ciudad  del  Cosco,  y  fué  que 
acabada  esta  guerra,  ejercitándose  los  caballeros  de  aquella  ciudad  en 
su  gineta,  que  por  lo  menos  había  cada  domingo  carrera  pública. 
Un  día  de  aquellos  yendo  a  correr  un  discípulo  mío,  mestizo,  llamado 
Pedro  Altamirano  hijo  de  Antonio  Altamirano,  conquistador  de  los 
primeros,  vió  a  una  ventana  a  mano  izquierda,  de  como  él  iba  una 
moza  hermosa,  que  vivía  en  las  casas  de  Alonso  de  Mesa;  con  cuya 
vista  se  olvidó  de  la  carrera  que  iba  a  dar;  y  aunque  había  pasado  de 
el  derecho  de  la  ventana,  volvió  dos  y  tres  veces  el  rostro  a  ver  la  her- 
mosa. A  la  tercera  vez  que  lo  hizo,  el  caballo  viéndose  ya  en  el  puesto 
de  donde  partían  a  correr,  sintiendo  que  el  caballero  se  rodeaba  para 
apercibirle  y  llamarle  a  la  carrera,  revolvió  con  grandísima  furia  para 
correr  su  carrera.  El  caballero  que  tenía  más  atención  en  mirar  la 
hermosa  que  en  correr  su  caballo,  salió,  por  el  lado  derecho  dél,  y  ca- 
yó en  el  suelo.  El  caballo  viéndole  caído,  aunque  había  partido  con 


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la  furia  que  hemos  dicho,  y  llevaba  puesto  su  pretal  de  cascabeles, 
paró  sin  menearse  a  parte  alguna.  El  galán  se  levantó  en  el  suelo  y 
subió  su  caballo,  y  corrió  su  carrera  con  harto  empacho  de  los  pre- 
sentes. Todo  lo  cual  vi  yo  desde  el  corredorcillo  de  las  casas  de  Gar- 
cilaso  de  la  Vega,  mi  señor:  y  con  este  segundo  hecho  del  caballo,  se 
certificó  el  primero,  para  que  lo  creyésemos  los  que  entonces  no  lo  vi- 
mos. Y  con  esto  volveremos  al  ejército  de  los  oidores,  donde  hubo 
mucha  pasión  y  pesadumbre,  y  novedades  de  cargos  y  oficios,  como 
luego  se  verá. 


CAPITULO  XIII 


DEPONEN  LOS  OIDORES  A  LOS  DOS  GENERALES.  FRANCISCO  HERNANDEZ 
LLEGA  A  NANASCA.  UN  ESPIA  DOBLE  LE  DA  AVISO  DE  MUCHAS  NO- 
VEDADES. EL  TIRANO  HACE  UN  EJERCITO  DE  NEGROS. 


eN  el  campo  de  su  magestad  entre  los  dos  generales  había  mucha 
contradicción  y  división,  tanto  que  publicamente  lo  murmuraban 
y  blasfemaban  los  capitanes  y  soldados,  de  ver  huir  el  uno  del 
otro  en  todas  ocasiones  y  provisiones.  Sabida  la  murmuración  por  los 
generales,  comieron  un  día  ambos  juntos,  por  intercesión  de  muchos 
hombres  principales  que  trujeron  al  licenciado  y  oidor  Santillán  de 
dos  leguas  de  allí,  que  estaba  en  otro  pueblo  retirado  aparte,  y  de  que 
comiesen  juntos,  y  hubiese  amistad  entre  ellos,  dice  el  Palentino, 
capítulo  treinta  y  nueve,  que  el  campo  recibió  mucho  contento,  &c. 
Luego  aquel  mismo  día  ya  tarde,  llegó  la  nueva  al  campo  del  desba- 
rate y  alcance  de  Villacori,  de  que  se  admiraron  todos,  porque  enten- 
dían, según  las  nuevas  que  por  horas  tenían,  que  Pablo  de  Meneses 
hacía  ventaja  al  enemigo.  Los  oidores  y  capitanes  y  los  demás  conse- 
jeros, se  alteraron  mucho  de  la  pérdida  de  Pablo  de  Meneses  y  vieron 
por  esperiencia  que  la  división  y  contradicción  de  los  generales  había 
causado  aquella  pérdida  de  la  reputación  del  ejército  imperial:  que 
el  daño  no  se  debía  estimar  en  nada,  porque  en  la  gente  antes  ganaron 
que  perdieron  con  los  que  del  tirano  se  le  pasaron.  Pero  encarecían 
mucho,  como  es  razón,  el  menoscabo  de  la  reputación  y  autoridad  del 
ejército  real.  Por  lo  cual  juntándose  todos,  acordaron  de  deponer  por 
provisión  real  a  los  dos  generales,  y  que  Pablo  de  Meneses  hiciese 
el  oficio  de  capitán  general;  y  don  Pedro  Portocarrero  fuese  maese 
de  campo.  Lo  cual  también  se  murmuró  y  blasfemó  en  todo  el  campo, 
diciendo  que  a  un  ministro  que  había  perdido  una  jornada  como  aque- 
lla en  lugar  de  le  castigar  y  descomponer,  le  aumentasen  en  honra  y 
provecho  subiéndole  de  maese  de  campo  a  general,  en  lugar  de  bajarle 


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hasta  el  menor  soldado  del  campo.  Notificáronse  las  provisiones  del 
audiencia  a  los  generales,  en  los  cuales  hubo  alteración,  y  no  poca; 
más  ellos  se  apaciguaron  y  pasaron  por  lo  proveído.  Mandóse  que  si- 
guiesen al  tirano  a  la  ligera  con  ochocientos  hombres.  Más  en  esto 
también  hubo  diferencia  como  en  lo  pasado,  de  manera  que  no  salie- 
ron de  aquel  puesto  en  aquellos  tres  días  primeros;  y  porque  el  licen- 
ciado Santillán  se  volvía  a  los  Reyes,  sus  parientes  y  amigos,  que  eran 
muchos,  le  acompañaron  en  gran  número,  que  eran  cerca  de  ciento  y 
cincuenta  personas.  No  faltó  entonces  uno  de  sus  amigos  que  le  avisó 
que  no  les  llevase  consigo,  porque  causaría  escándalo,  y  dirían  sus 
émulos  y  contrarios  que  caminaba  como  hombre  temeroso  dellos,  o 
que  pretendía  rebelarse;  por  lo  cual  el  licenciado  Santillán  despidió 
sus  parientes  y  amigos;  y  les  rogó  fuesen  al  ejército  a  servir  a  su  ma- 
gestad,  que  aquello  era  lo  que  convenía :  y  así  se  fué  a  la  ciudad  con  no 
más  compañía  que  la  de  sus  criados. 

En  estos  días  estaba  Francisco  Hernández  en  Nanasca,  sesenta 
leguas  de  los  Reyes,  donde  llegó  sin  pesadumbre  alguna;  porque  con 
la  confusión  que  en  el  campo  de  su  magestad  había,  le  dejaron  cami- 
nar en  paz  sin  pesadumbre:  y  para  su  mayor  contento  ordenó  el  ene- 
migo que  un  sargento  de  los  del  rey,  que  había  sido  soldado  de  los  de 
la  entrada  de  Diego  de  Rojas,  se  ofreció  de  suyo  a  ir  en  hábito  de  in- 
dio al  campo  de  Francisco  Hernández,  y  saber  lo  que  en  él  había,  y 
volver  con  la  nueva  de  todo  ello.  Los  oidores  fiaron  del  soldado,  y  le 
dieron  licencia  para  que  hiciese  su  viage:  el  cuaFlo  hizo  como  espía 
doble  porque  se  fué  a  Francisco  Hernández,  y  le  dijo  que  había  hecho 
aquel  trato  doble  por  venirse  a  su  ejército;  porque  en  el  campo  del 
rey  había  tanta  discordia  entre  los  superiores,  y  tanto  descontento 
entre  los  soldados,  y  ninguna  gana  de  pelear,  que  se  entendía  por  cosa 
cierta  que  se  habían  de  perder  todos,  y  que  él  quería  asegurar  su  per- 
sona, y  por  tanto  se  venía  a  servirle. 

Con  esto  le  dijo  que  los  oidores  estaban  tristes  y  confusos,  por- 
que tenían  nuevas  que  la  ciudad  de  San  Miguel  de  Piura  se  había 
rebelado  contra  su  magestad  en  favor  de  Francisco  Hernández  Girón; 
y  que  del  nuevo  reino  venía  otro  capitán  llamado  Pedro  de  Orsúa  con 
mucha  gente  a  lo  mismo;  y  que  el  reino  de  Quitu  estaba  alzado  por 
Francisco  Hernández ;  y  de  todo  lo  cual  él  y  toda  su  gente  se  holgaron 
muy  mucho,  y  lo  publicaron  a  pregones  como  si  fueran  grandes  ver- 
dades. Asimismo  le  dijo  que  los  oidores  tenían  nueva  que  el  mariscal 
venía  de  los  Charcas  con  un  ejército  muy  lucido  y  poderoso  de  más  de 
mil  y  doscientos  hombres;  pero  esto  se  calló  y  mandó  a  la  espía  doble 
que  dijese  que  no  traía  más  de  seiscientos  hombres,  porque  los  suyos 
no  se  acobardasen  y  perdiesen  el  ánimo.  Juntamente  con  esto  se  descu- 
brió,que  un  indio  del  campo  de  los  oidores  traía  cartas  y  recaudos  para 
un  soldado  de  Francisco  Hernández.  Prendieron  al  indio  y  al  soldado, 
y  los  ahorcaron  a  ambos,  aunque  el  soldado  no  confesó  en  dos  tormen- 
tos que  le  dieron;  pero  después  de  muerto  le  hallaron  al  cuello  una  nó- 


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mina,  y  dentro  un  perdón  de  los  oidores  para  Tomás  Vasquez.  El  per- 
dón publicó  luego  Francisco  Hernández,  añadiendo  grandes  dádivas 
y  mercedes  de  repartimientos  de  indios,  que  en  nombre  de  los  oidores 
prometía  a  quien  lo  matase  a  él  y  a  otros  personages  de  su  campo.  En 
este  viage  antes  del  rompimiento  de  Villacori,  hizo  Francisco  Hernán- 
dez una  compañía  de  negros  de  más  de  ciento  y  cincuenta  de  los  es- 
clavos y  que  prendieron  y  tomaron  en  los  pueblos  y  posesiones  y  here- 
dades que  saquearon.  Después  adelante,  siguiendo  su  tiranía,  tuvo 
Francisco  Hernández  más  de  trecientos  soldados  etíopes,  y  para  más 
honrarlos  y  darles  ánimo  y  atrevimiento,  hizo  dellos  ejército  formado; 
dióles  un  capitán  general  que  yo  conocí,  que  se  decía  maese  Juan:  era 
lindísimo  oficial  de  carpintería;  fué  esclavo  de  Antonio  Altamirano, 
ya  otras  veces  nombrado.  El  maese  de  campo  se  llamaba  maese  An- 
tonio, a  quien  en  la  de  Villacori  rindió  las  armas  un  soldado  de  los 
muy  principales  del  campo  del  rey,  que  yo  conocí ;  pero  no  es  bien  que 
digamos  su  nombre,  aunque  la  fama  del  maese  de  campo  que  se  las 
quitó,  llegó  hasta  España,  y  obligó  a  un  caballero  que  en  Indias  ha- 
bía conocido  al  soldado,  y  había  sido  su  amigo,  a  que  le  enviase  una 
espada  y  una  daga  muy  dorada;  pero  fué  más  por  vituperar  su  co- 
bardía, que  por  la  amistad  pasada,  y  de  todo  lo  cual  se  hablaba  muy 
largamente  en  el  Perú  después  de  aquella  guerra  de  Francisco  Her- 
nández. Sin  los  oficiales  mayores  les  nombró  capitanes,  y  les  mandó 
que  nombrasen  alférez  y  sargentos  y  cabos  de  escuadra,  pífanos  y  a 
tambores,  y  que  hiciesen  banderas.  Todo  lo  cual  hicieron  los  negros 
muy  cumplidamente,  y  de  los  campos  del  rey  se  huyeron  muchos  al 
tirano,  viendo  a  sus  parientes  tan  honrados  como  los  traía  Francisco 
Hernández;  y  fueron  contra  sus  amos  en  toda  la  guerra.  De  estos  sol- 
dados se  sirvió  el  tirano  muy  largamente,  que  los  enviaba  con  cabos 
de  escuadra  españoles  a  recoger  bastimentos;  y  los  indios  por  no  pa- 
dece! las  crueldades  que  con  ellos  hacían,  se  lo  daban  quitándoselo  a 
sí  propios, y  a  sus  mugeres  y  hijos;  de  que  adelante  se  causó  mucha 
necesidad  y  hambre  entre  ellos. 


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CAPITULO  XIV 


EL  MARISCAL  ELIGE  CAPITANES  PARA  SU  EJERCITO.  LLECA  AL  COSCO. 
SALE  EN  BUSCA  DE  FRANCISCO  HERNANDEZ.  LA  DESGRACIADA 
MUERTE  DE  EL  CAPITAN  DIEGO  DE  ALMENDRAS. 


ENTRE  tanto  que  en  el  Cosco  y  en  Rimac  y  en  Villacori  sucedie- 
ron las  cosas  que  se  han  referido,  el  mariscal  Alonso  de  Alvarado, 
que  estaba  en  el  reino  y  provincia  de  los  Charcas  no  estaba  ocioso; 
antes  como  atrás  se  ha  dicho,  entendía  en  llamar  gente  al  servicio 
de  su  magostad,  y  prevenirse  de  picas  y  arcabuces,  y  otras  armas, 
munición  de  pólvora  y  bastimento  y  cabalgaduras  para  proveer  de- 
llas  a  los  soldados.  Nombró  capitanes  y  oficiales  que  le  ayudasen  en 
las  cosas  dichas.  Eligió  por  maese  de  campo  a  un  caballero  cuñado 
suyo  que  se  decía  don  Martín  de  Avendaño,  y  por  alférez  general  a 
un  valeroso  soldado  llamado  Diego  de  Porras;  y  por  sargento  mayor  a 
Diego  de  Villavicencio,  que  también  lo  fué  del  presidente  Casca,  con- 
tra Gonzalo  Pizarro.  Nombró  por  capitanes  de  caballo  deis  vecinos 
de  los  Charcas,  que  son  Pedro  Hernández  Paniagua,  y  Juan  Ortiz  de 
Zarate,  y  otro  caballero  nobilísimo  de  sangre  y  condición,  llamado 
don  Gabriel  de  Guzmán.  Estos  tres  fueron  capitanes  de  caballo.  Al 
licenciado  Gómez  Hernández  nombró  por  auditor  de  su  campo,  y  a 
Juan  de  Riba  Martín  por  alguacil  mayor.  Eligió  seis  capitanes  de  in- 
fantería, los  tres  fueron  vecinos,  que  son  el  licenciado  Polo,  Diego  de 
Almendras,  y  Martín  de  Alarcón.  Los  no  vecinos  fueron  Hernando  Al- 
varez  de  Toledo,  Juan  Ramos  y  Juan  de  Arreynaga.  Los  cuales  todos 
entendieron  en  hacer  sus  oficios  con  mucha  diligencia;  de  manera  que 
en  muy  pocos  días  se  halló  el  mariscal  con  cerca  de  ochocientos  hom- 
bres, de  los  cuales  dice  el  Palentino  lo  que  se  sigue,  capítulo  cuarenta 
y  uno. 

Halláronse  setecientos  y  setenta  y  cinco  hombres  de  la  más  buena 
y  lucida  gente,  así  de  buenos  soldados,  armas  y  ricos  vestidos,  y  de 
mucho  servicio  que  jamás  se  vió  en  el  Perú.  Que  cierto  mos  raron  bien 


bajar  cié  la  parte  de  aquel  cerro  que  de  otro  más  rico  que  él,  en  el 
mundo  no  se  tiene  noticia,  6ic.  Hasta  aquí  es  del  Palentino,  el  cual  lo 
dice  muy  bien,  porque  yo  los  vi  pocos  días  después  en  el  Cosco,  e 
iban  tan  bravos  y  tan  bien  aderezados,  como  aquel  autor  lo  dice 
El  mariscal  viéndose  tan  poderoso  de  gente  y  armas,  y  de  lo  demás  ne- 
cesario para  su  ejército,  caminó  hacia  el  Cosco.  Por  el  camino  le  sa- 
lían al  encuentro  los  soldados  que  se  juntaban  para  servir  a  su  mages- 
tad,  de  diez  en  diez  y  de  veinte  en  venite,  como  acertaban  a  hallarse. 
Y  de  Arequepa  con  haber  pasado  aquella  ciudad  los  trabajos  referi- 
dos vinieron  cerca  de  cuarenta  soldados.  Sancho  Dugarte  y  el  capitán 
Martín  de  Olmos,  que  estaban  en  la  ciudad  de  la  Paz,  salieron  a  rece- 
bir  al  mariscal  con  más  de  doscientos  buenos  soldados  que  habían  re- 
cogido, donde  hubo  mucha  salva  de  arcabuces  de  una  parte  y  otra, 
y  mucho  placer  y  regocijo  que  sintieron  de  verse  juntos  y  tan  lucidos. 
El  ejército  pasó  adelante  hasta  llegar  a  la  jurisdicción  de  la  gran  ciu- 
dad del  Cosco,  donde  halló  al  capitán  J  uan  de  Saavedra  con  su  cuadri- 
lla, que  aunque  pequeña  en  número,  grande  en  valor  y  autoridad, 
que  no  pasaban  de  ochenta  y  cinco  hombres;  y  entre  ellos  iban  irece 
o  catorce  vecinos  del  Cosco,  todos  de  los  primeros  y  segundos  conquis- 
tadores de  aquel  imperio,  los  sesenta  de  a  caballo,  y  los  demás  infan- 
tes, con  los  cuales  holgó  el  mariscal  muy  mucho:  y  más  cuando  supo 
quienes  y  cuántos  eran  los  vecinos  del  Cosco,  que  huyeron  del  tirano 
y  se  fueron  a  los  Reyes  a  servir  a  su  magestad.  Con  lo  cual  se  alentó 
mucho  el  mariscal,  considerando  cuán  desvalido  andaría  Francisco 
Hernández  Girón,  viéndose  desamparado  de  los  que  él  pensaba  te- 
ner por  suyos;  y  así  caminó  el  mariscal  con  más  aliento  hasta  entrar 
en  la  ciudad  del  Cosco  con  más  de  mil  e  docientos  soldados:  los  tre- 
cientos de  a  caballo,  y  otros  trecientos  y  cincuenta  arcabuceros,  y 
los  quinientos  y  cincuenta  con  picas  y  alabardas.  Entró  cada  compa- 
ñía en  forma  de  escuadrón  de  cinco  en  hilera,  y  en  la  plaza  se  hizo  un 
escuadrón  grande  de  todos  ellos,  donde  escaramuzaron  infantes  y  ca- 
balleros, y  de  todo  hubo  mucha  fiesta  y  regocijo,  y  los  aposentaron  en 
la  ciudad.  El  obispo  del  Cosco,  don  fray  Juan  Solano  con  todo  su  ca- 
bildo salió  a  recibir  al  mariscal  y  a  su  ejército,  y  les  echó  su  bendición ; 
pero  escarmentado  de  las  jornadas  que  con  Diego  Centeno  anduvo, 
no  quiso  seguir  la  guerra,  sino  quedarse  en  su  Iglesia  rogando  a  Dios 
por  todos.  De  la  ciudad  del  Cosco  envió  el  mariscal  a  mandar  que  se 
hiciesen  las  puentes  del  río  Apurimac  y  Amancay,  con  determinación 
de  ir  a  buscar  a  Francisco  Hernández,  que  no  sabía  donde  estaba,  ni 
qué  se  había  hecho  del.  En  esta  coyuntura  le  llegó  aviso  de  la  audien- 
cia con  el  mal  suceso  de  Pablo  de  Meneses  en  Villacori,  y  como  queda- 
ha  el  tirano  en  el  valle  de  Nanasca.  con  lo  cual  mudó  propósito  en  su 
viage,  que  determinó  volver  para  atrás  atajar  a  Francisco  Hernández, 
porque  no  se  le  fuese  por  la  costa  adelante  hasta  Arequepa;  y  de  allí 
a  los  Charcas,  que  fuera  causa  de  mucho  daño  a  toda  la  tierra,  y  la 
guerra  se  alargara  por  largo  tiempo.  Y  así  salió  del  Cosco  habiendo 


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mandado  que  las  puentes  hechas  se  quemasen,  porque  si  el  enemigo 
volviese  al  Cosco,  no  pasase  por  ellas,  y  fué  hacia  el  Collao,  y  habiendo 
caminado  catorce  o  quince  leguas  por  el  camino  real,  echó  a  mano  de- 
recha de  como  iba.  para  ponerse  a  la  mira  de  Francisco  Hernández, 
y  ver  por  donde  salía  de  Nanasca  para  salirle  al  encuentro;  y  no  te- 
niendo nueva  del,  caminó  hacia  Parihuanacocha,  aunque  para  llegar 
allá  había  de  pasar  un  despoblado  muy  áspero,  de  más  de  treinta  le- 
guas de  travesía.  En  este  camino  se  le  huyeron  cuatro  soldados,  y  se 
fueron  a  Francisco  Hernández:  llevaron  hurtadas  dos  buenas  muías, 
la  una  de  Gabriel  de  Pernia,  y  la  otra  de  Pedro  Franco,  dos  soldados 
famosos.  El  mariscal  habiendo  sabido  cuyas  eran  las  muías, mandó  dar 
garrote  a  sus  dueños  con  sospecha  de  que  ellos  se  la  hubiesen  dado, 
de  lo  cual  se  alteró  el  ejército  y  blasfemaban  del  mariscal  por  ello,  y 
fué  juzgado  por  hecho  y  justicia  cruel,  como  lo  dice  el  Palentino  ca- 
pítulo cuarenta  y  uno.  Los  cuatro  soldados  que  se  huyeron  toparon 
con  los  corredores  de  Francisco  Hernández  Girón,  y  se  fueron  con  ellos 
hasta  Nanasca,  y  en  secreto  dieron  cuenta  de  la  pujanza  con  que  el 
mariscal  iba  a  buscarle,  y  que  iba  camino  de  Parihuanacocha:  más  en 
público  por  no  los  desanimar,  dijeron  que  traía  muy  poca  gente;  em- 
pero Francisco  Hernández  desengañó  a  los  suyos,  como  lo  dice  el 
Palentino  por  estas  palabras: 

Señores,  no  os  engañen,  que  yo  os  prometo  que  nos  cumple 
apretar  bien  los  puños,  que  mil  hombres  tenéis  por  el  lado  de  abajo,  y 
mil  y  docientos  por  el  de  arriba,  y  con  la  ayuda  de  Dios  todos  serán 
pocos;  que  yo  espero  en  él,  si  cien  amigos  no  me  faltan,  desbaratallos 
a  todos.  Luego  mandó  aparejar  su  gente  para  la  partida,  y  a  ocho  de 
mayo  partió  de  la  Nanasca,  para  los  Lucanos  por  el  camino  de  la  sie- 
rra, con  intento  de  tomar  a  Parihuanacocha  primero  que  el  maris- 
cal, &c. 

Hasta  aquí  es  de  Diego  Hernández,  capítulo  cuarenta  y  uno. 
El  mariscal  Alonso  de  Alvarado  siguiendo  su  camino,  entró  en  el 
despoblado  de  Parihuanacocha,  donde  por  la  aspereza  de  la  tierra  e 
inclemencias  del  cielo,  se  le  murieron  más  de  sesenta  caballos  de  los 
mejores  y  más  regalados  del  ejército,  que  yendo  caminando  llevándolos 
de  diestro,  bien  cubiertos  con  sus  mantas  se  caían  muertos,  sin  que  los 
albéitares  atinasen  a  saber  qué  era  la  causa.  Decían  que  les  falta  el 
anhélito  de  que  todos  iban  admirados:  y  los  indios  lo  tomaron  por 
mal  agüero.  Diego  Hernández  en  este  paso  dice  lo  que  se  sigue,  capí- 
tulo cuarenta  y  dos  Llegado  que  fué  el  mariscal  a  Chumbivilcas,  y 
hubo  proveído  su  campo  de  lo  necesario,  tomó  el  despoblado  de  Pari- 
huanacocha, que  son  treinta  y  dos  leguas  de  sierras,  ciénagas,  nieves  y 
caminos  tan  ásperos  y  malos,  y  de  tantas  quebradas,  que  muchos  ca- 
ballos perecieron  de  frío  por  ser  en  aquella  tierra  (por  entonces)  el 
riñon  del  invierno,  y  se  padeció  grande  hambre,  &c. 

Hasta  aquí  es  de  aquel  autor  sacado  a  la  letra,  como  ha  sido  y 
seré  lo  que  alegaremos  de  los  historiadores  españoles.  El  mariscal  dejó 


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enfermo  de  flujo  de  vientre  en  Parihuanacocha  al  capitán  Sancho  Du- 
garte,  donde  falleció  en  pocos  días.  Siguiendo  su  viaje  el  ejército,  sus 
corredores  prendieron  un  corredor  de  los  de  Francisco  Hernández,  y 
se  lo  llevaron  al  mariscal,  y  porque  no  lo  mandase  matar,  le  dijeron 
que  se  había  venido  a  ellos  por  servir  a  su  magestad.  De  este  prisio- 
nero supo  el  mariscal  que  Francisco  Hernández  estaba  menos  de 
veinte  leguas  de  aquel  puesto.  El  mariscal  mandó  a  los  suyos  que  ca- 
minasen con  todo  recato,  porque  los  enemigos  no  se  atreviesen  a  darle 
alguna  trasnochada.  Dos  jornadas  de  Parihuanacocha  caminando  el 
ejército  real,  dieron  una  arma  bravísima ;  y  fué  que  el  capitán  Diego 
de  Almendras  caminando  con  el  campo,  solía  apartarse  del  a  tirar  por 
aquellos  campos  a  los  animales  bravos  que  hay  por  aquellos  desiertos. 
Topóse  entre  unas  peñas  con  un  negro  del  sargento  mayor  Villavicen- 
cio  que  andaba  huido:  quísole  atar  las  manos  para  llevárselo  a  su  amo. 
El  negro  se  estuvo  quedo  para  descuidar  a  Diego  de  Almendras,  y 
cuando  lo  vió  cerca  de  sí  con  la  mecha  en  la  mano,  se  abajó  al  suelo,  y 
le  asió  de  ambas  piernas  por  lo  bajo  dellas;  y  con  la  cabeza  le  rempujó 
para  adelante  y  le  hizo  caer  de  espaldas,  y  con  su  propia  daga  y  espa- 
da le  dió  tantas  heridas,  que  le  dejó  casi  muerto,  y  el  negro  se  huyó  y 
se  pasó  a  los  parientes  que  andaban  con  Francisco  Hernández,  y  le 
contó  la  hazaña  que  dejaba  hecha,  de  que  todos  ellos  se  jactaban 
como  si  cada  uno  la  hubiera  hecho.  Un  mestizo  mozuelo  que  iba  con 
Diego  de  Almendras,  viendo  a  su  amo  caído  en  el  suelo,  y  que  el  negro 
lo  maltrataba,  asió  de  él  por  las  espaldas  con  deseo  de  librar  a  su  señor. 
El  cual  viéndose  ya  herido  de  muerte,  dijo  al  mozo  que  se  huyese  an- 
tes que  el  negro  lo  matase:  así  lo  hizo  y  los  gritos  que  fué  dando 
causaron  el  arma  y  alboroto  que  hemos  dicho.  Al  capitán  Diego  de 
Almendras  llevaron  a  Parihuanacocha,  que  no  le  sirvió  más  que  de 
apresurarle  la  muerte,  donde  en  llegando  falleció  luego  el  pobre  caba- 
llero por  querer  cazar  un  negro  ageno;  cuya  desgracia,  indios  y  es- 
pañoles, tomaron  por  mal  agüero  para  su  jornada. 


CAPITULO  XV 


EL  MARISCAL  TIENE  AVISO  DEL  ENEMIGO.  ENVIA  GENTE  CONTRA  EL. 
ARMASE  UNA  ESCARAMUZA  ENTRE  LOS  DOS  BANDOS.  EL  PARECER 
DE  TODOS  LOS  DEL  REY  ES  QUE  NO  SE  LE  DE  BATALLA  AL  TIRANO. 


TRO  día  siguiente  a  la  desgracia  del  capitán  Diego  de  Almendras. 


el  mariscal  Alonso  de  Alvarado  sabiendo  que  estaban  cerca  los 


enemigos,  caminó  ocho  leguas  con  su  ejército  en  demanda  dellos, 
porque  iba  muy  a  la  ligera,  que  a  la  partida  mandó  que  nadie  llevase 
más  que  sus  armas,  y  de  comer  para  tres  días.  Caminaron  como  lo 
dice  el  Palentino,  por  un  despoblado  muy  perverso  de  ciénagas  y 
nieves.  Aquella  noche  durmieron  sin  algún  reparo  de  tiendas  ni  tol- 
dos: otro  día  siguiente  anduvo  otras  ocho  leguas.  Llegó  con  grande 
trabajo  a  Guallaripa.  donde  tuvo  nueva  que  Francisco  Hernández 
.había  pasado  tres  días  había. y  que  estaba  en  Chuquinga, cuatro  leguas 
de  allí,  reformando  su  campo:  que  por  causa  del  áspero  camino  y  des- 
poblado había  asimismo  traídole  muy  fatigado.  Luego  llegó  al  maris- 
cal el  comendador  Romero  y  García  de  Meló,  con  mil  indios  de  guerra 
cargados  de  comida,  y  algunas  picas  de  la  provincia  de  Andahuailas. 
Y  túvose  larga  relación  de  Francisco  Hernández:  y  de  como  había 
dado  garrote  a  Diego  de  Orihuela  (natural  de  Salamanca)  porque 
venía  al  campo  del  mariscal  a  servir  a  su  magestad. 

Hasta  aquí  es  del  Palentino.  El  mariscal  sabiendo  que  los  enemi- 
gos estaban  tan  cerca,  con  el  deseo  que  llevaban  de  verse  con  ellos, 
determinó  de  enviar  dos  capitanes  con  ciento  y  cincuenta  arcabuceros 
escogidos,  que  a  la  madrugada  siguiente  le  diesen  una  arma,  y  reco- 
giesen los  que  se  quisiesen  pasar  al  servicio  del  rey.  Los  capitanes  y 
los  vecinos  que  entraban  en  consulta,  que  sabían  cuán  fuerte  era  el 
sitio  que  Francisco  Hernández  tenía,  se  lo  contradijeron  dándole 
razones  muy  bastantes  que  no  se  debía  acometer  al  enemigo  en  el 
tuerte  ;  porque  estaba  tan  seguro,  que  muy  al  descubierto  iba  perdido 
el  que  le  acometiese,  y  que  no  era  bien  aventurar  ciento  y  cincuenta 


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arcabuceros  los  mejores  del  campo:  que  perdidos  aquellos  era  perdido 
todo  el  ejército.  El  mariscal  replicó,  diciendo,  que  él  iría  con  todo  el 
campo  a  las  espaldas  dellos,  dándoles  calor,  porque  el  enemigo  no  los 
ofendiese.  Y  así  resolutamente  pidió  a  los  capitanes  la  copia  de  sus 
compañías  para  escoger  los  ciento  y  cincuenta  arcabuceros,  y  mandó 
que  el  maese  de  campo  y  el  capitán  Juan  Ramón  fuesen  con  ellos,  y 
llegasen  lo  más  cerca  que  pudiesen  del  enemigo.  Los  capitanes  salie- 
ron con  los  ciento  y  cincuenta  arcabuceros  a  las  doce  de  la  noche,  y 
el  mariscal  salió  con  todo  el  campo  tres  horas  después,  y  todos  cami- 
naron en  busca  de  Francisco  Hernández.  El  cual  sabiendo  que  tenía 
tan  cerca  un  enemigo  tan  riguroso,  estaba  con  cuidado  de  que  no  le 
tomase  desapercibido;  y  así  estaba  siempre  en  escuadrón  guardados 
los  pasos  por  donde  podían  entrarle,  que  no  eran  más  de  dos,  que  to- 
do lo  demás  (según  era  el  fuerte)  estaba  muy  seguro. 

Antes  de  amanecer  llegaron  los  del  rey  donde  el  enemigo  estaba 
y  procuraron  acercársele  lo  más  que  pudiesen  sin  que  lo  sintiesen  los 
contrarios,  que  estaban  de  la  otra  parte  de  el  río  Amancay.  Estando 
así  quietos  los  descubrió  un  indio  de  los  de  Francisco  Hernández,  que 
dió  aviso  a  su  amo  que  los  enemigos  estaban  cerca.  Francisco  Hernán- 
dez mandó  tocar  arma  a  toda  priesa,  y  puso  gente  donde  le  convenía 
para  si  le  acometiesen.  De  la  una  parte  y  de  la  otra  se  saludaron  con 
muchos  arcabuzasos  sin  ningún  daño,  porque  estaban  lejos  los  unos 
de  los  otros.  A  las  nueve  del  día  asomó  el  mariscal  con  su  ejército  a 
vista  de  Francisco  Hernández,  y  como  los  suyos  le  vieron,  trabaron 
la  escaramuza  con  los  enemigos  con  más  presunción  y  soberbia  que 
buena  malicia.  Los  enemigos  habiendo  mirado  despacio  el  sitio  que 
tenían,  habían  visto  dónde  y  cómo  se  habían  de  poner  si  sus  contra- 
rios los  acometiesen.  En  aquel  sitio  donde  los  unos  y  los  otros  estaban, 
no  hay  llano  alguno  sino  muchos  riscos  y  mucha  arboleda,  peñas  gran- 
des, y  barrancas  altas  por  donde  pasa  el  rio  Amancay.  Los  de  Fran- 
cisco Hernández  se  pusieron  derramados  y  cubiertos  con  los  árboles 
Los  del  mariscal  bajaron  muy  lozanos  por  una  cuesta  abajo  a  trabar 
la  escaramuza;  y  llegados  a  tiro  de  arcabuz  por  señalarse  más,  dijeron 
quiénes  eran  y  cómo  se  llamaban. 

El  alférez  de  Juan  Ramón  que  se  decía  Gonzalo  de  Mata,  dió 
grandes  voces  poniéndose  cerca  de  los  enemigos,  y  dijo:  yo  soy  Mata, 
yo  soy  Mata.  Uno  dellos  que  estaba  encubierto  viéndole  a  buen  tiro 
le  dijo:  yo  te  mato,  yo  te  mato;  y  le  dió  un  arcabuzaso  en  los  pechos, 
y  lo  derribó  muerto  en  tierra.  Lo  mismo  les  acaeció  a  otros  que  sin 
ver  quién  les  ofendía,  se  hallaron  muertos  y  heridos;  y  aunque  el  ma- 
riscal envió  gente  y  capitanes  a  reforzar  la  escaramuza,  y  ella  duró 
hasta  las  tres  de  la  tarde,  no  ganaron  los  suyos  nada  en  la  pelea,  por- 
que salieron  entre  muertos  y  heridos  más  de  cuarenta  personas  de  los 
más  principales  que  escogieron  para  dar  esta  arma.  Entre  ellos  fué 
un  caballero  mozo  de  diez  y  ocho  años,  que  se  decía  don  Felipe  Enri- 
quez;  hizo  mucha  lástima  al  un  ejército  y  al  otro;  saltó  herido  el  ca- 


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pitan  Arreynaga.  Con  tanto  daño  como  en  la  escaramuza  recibieron 
los  del  rey,  perdieron  parte  de  la  bravata  que  traían  consigo.  Durante 
la  pelea  se  huyeron  dos  soldados  de  los  de  Francisco  Hernández;  el 
uno  se  llamaba  Sancho  de  Bayona,  y  se  pasaron  al  mariscal;  y  de  la 
parte  del  mariscal  se  pasó  a  Francisco  Hernández  aquel  soldado  lla- 
mado fulano  de  Bilbao,  de  quien  atrás  hicimos  mención,  que  prome- 
tió de  pasarse  a  Francisco"  Hernández  donde  quiera  que  le  viese. 

Retirada  la  gente  de  la  escaramuza,  sucedió  lo  que  se  sigue,  como 
lo  dice  el  Palentino,  capítulo  cuarenta  y  cuatro  por  estas  palabras: 
El  mariscal  platicó  luego  con  Lorenzo  de  Aldana,  Gómez  de  Alvarado, 
Diego  Maldonado,  Gómez  de  Solís  y  con  otras  personas  principales 
de  su  campo,  lo  que  se  debía  hacer.  Y  mostró  tener  gran  voluntad  de 
acometer  al  tirano.  Porque  Bayona  (el  soldado  que  pasó  de  Francisco 
Hernández)  le  había  dicho  que  sin  duda  Francisco  Hernández  huiría 
Lo  cual  referido  por  el  mariscal,  Lorenzo  de  Aldana  y  Diego  Maldo- 
nado le  tomaron  aparte,  y  le  persuadieron  a  que  no  diese  batalla,  ro- 
gándole mucho  tuviese  sufrimiento, pues  tenía  tan  conocidas  ventajas 
al  tirano,  así  en  la  gente  como  en  la  opinión,  y  sitio  tan  fuerte  como 
el  suyo.  Y  que  allende  desto.  a  él  le  servían  todos  los  indios  y  toda  la 
tierra;  y  que  los  enemigos  no  tenían  más  de  su  fuerte,  y  que  desasose- 
gándolos con  indios  (que  por  todas  partes  les  diesen  su  chaya)  los  trae- 
rían a  términos  que  el  hambre  y  necesidad  los  constreñiría  a  una  de 
dos  cosas,  o  a  salir  huyendo  del  fuerte  (adonde  fácilmente  los  desba- 
ratase) y  él  mesmo  se  desharía,  o  a  que  todos  o  la  mayor  parte  de  la 
gente  se  le  pasase  sin  aventurar  un  hombre  solo  de  los  leales  que  con- 
sigo traía.  Y  que  esto  lo  podía  bien  hacer  estándose  quedo  y  holgando, 
solo  con  tener  cuidado  de  guarda  y  de  buena  vela  sobre  el  tirano; 
principalmente  en  lo  alto  de  la  quebrada  o  punta  que  salía  hasta  el 
río  sobre  los  dos  campos;  y  que  guardando  aquel  paso  estaba  muy 
más  fuerte  y  seguro  que  no  su  contrario.  Muy  bien  pareció  a  muchos 
de  los  principales  tal  parecer,  aunque  Martín  de  Robles  (a  quien  ya 
el  mariscal  había  encomendado  la  compañía  de  Diego  de  Almendras") 
con  otros  algunos  insistían  en  que  se  diese  batalla.  Empero  Lorenzo 
de  Aldana  insistió  tanto  en  esto,  que  el  mariscal  le  prometió  y  dió  su 
palabra  de  no  les  dar  batalla.  Y  ansí  con  este  presupuesto  despachó 
luego  para  el  campo  que  los  oidores  habían  hecho,  pidiendo  algunos 
tiros  pequeños  de  artillería  y  arcabuceros,  con  intento  de  ojear  de  la 
punta  de  aquella  quebrada  los  enemigos  para  necesitarlos  a  salir  de 
su  fuerte  y  fatigarlos  de  tal  manera,  que  se  rindiesen  o  les  viniesen  a 
las  manos. 

Hasta'aquí  es  del  Palentino,  donde  muestra  muy  bien  la  mucha 
gana  que  el  mariscal  tenía  de  dar  batalla  al  tirano,  y  la  ninguna  que 
los  suyos  tenían  de  que  se  la  diese,  y  las  buenas  razones  que  para 
ello  le  alegaron;  las  cuales  no  se  guardaron,  y  así  se  perdió  todo,  como 
luego  veremos. 


CAPITULO  XVI 


JUAN  DE  PIEDRAHITA  DA  UN  ARMA  AL  CAMPO  DEL  MARISCAL.  RODRIGO 
DE  PINEDA  SE  PASA  AL  REY,  PERSUADE  A  DAR  LA  BATALLA;  LAS 
CONTRADICCIONES  QUE  SOBRE  ELLO  HUBO.  LA  DETERMINACION 
DEL  MARISCAL  PARA  DARLA . 


1~"}ENIDA  la  noche  Juan  de  Piedrahita  salió  con  tres  docenas  de 
\/ arcabuceros  a  dar  arma  a  los  del  mariscal,  y  porque  estaban  di- 
vididos la  dió  en  tres  o  cuatro  partes,  sin  hacer  otro  efecto  alguno 
de  importncia;  y  los  del  mariscal  aunque  le  respondieron  con  los  arca- 
buces, porque  viese  que  no  dormían,  no  hicieron  caso  dél,  y  así  al 
amanecer  se  volvió  Piedrahita  a  los  suyos  sin  haber  ganado  cosa  al- 
guna, más  que  haber  dado  ocasión  y  lugar  a  que  Rodrigo  de  Pineda, 
vecino  del  Cosco,  capitán  de  caballos  que  era  de  Francisco  Hernán- 
dez, se  huyese  al  mariscal  con  achaque  de  ir  a  reforzar  las  armas  que 
Piedrahita  andaba  dando  en  diversas  partes.  Rodrigo  de  Pineda,  como 
lo  dice  el  Palentino  en  el  mismo  capítulo  alegado,  habló  lo  que  se 
sigue. 

Llegado  que  fué,  dijo  al  mariscal,  y  le  certificó,  que  muchos  y  la 
mayor  parte  de  los  de  Francisco  Hernández  se  pasarían  si  no  fuese  por 
la  mucha  guarda  que  tenían.  Y  asimismo  que  aquella  noche  huiría,  y 
que  el  río  se  podía  fácilmente  vadear.  Luego  e!  mariscal  llamó  a  con- 
sulta los  vecinos  y  capitanes,  y  venidos,  el  mariscal  propuso  lo  que 
Rodrigo  de  Pineda  le  había  dicho.  Por  lo  cual  dijo  que  estaba  deter- 
minado de  acometer  al  enemigo,  dando  algunas  razones  para  ello. 
Muchos  de  la  consulta  la  repugnaron,  dando  causas  bastantes  que  no 
convenía  acometerle  por  ninguna  manera  en  su  fuerte.  Viendo  el 
mariscal  la  contradicción  de  los  principales,  dijo  a  Rodrigo  Pineda 
que  propusiese  allí  ante  todos  lo  que  a  él  le  había  dicho,  y  lo  que 
sentía  de  Francisco  Hernández  y  de  su  campo,  y  lo  que  creía  que 
Francisco  Hernández  quería  hacer,  y  la  gente  que  tenía.  Rodrigo  Pi- 
neda dijo:  que  la  gente  que  Francisco  Hernández  tenía,  sería  hasta 
trecientos  y  ochenta  hombres,  entre  ellos  doscientos  y  veinte  arcabu- 
ceros, y  estos  desproveídos  y  algunos  contra  su  voluntad,  y  que  tenía 
más  de  mil  cabalgaduras.  Y  que  lo  que  de  Francisco  Hernández  en- 
tendía, era  que  si  no  se  le  daba  batalla,  huiría  aquella  noche  por  no 


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tener  comida,  y  tener  la  gente  atemorizada,  y  que  si  se  huyesen  y  le 
quisiesen  seguir,  haría  mucho  daño  a  los  que  le  siguiesen  por  la  grande 
aspereza  de  la  tierra  y  los  grandes  caminos,  de  que  resultaría  gran 
daño  en  el  reino.  Y  que  la  gente  podía  fácilmente  vadear  el  río  para 
pasar  a  darle  la  batalla.  El  mariscal  dijo  que  luego  quería  él  aquel 
día  acometerle,  por  evitar  no  se  le  huyese  como  a  los  oidores,  y  por 
que  no  hiciese  más  daño  de  lo  hecho,  pues  no  le  podía  seguir  después 
sin  mucho  daño.  A  lo  cual  le  tornaron  a  replicar  diciendo:  que  les 
parecía  que  estando  Francisco  Hernández  en  el  fuerte  en  que  estaba, 
era  más  acertado  dejarle  huir,  porque  huyendo  se  desbarataría  a  me- 
nos daño  y  sin  aventurar  un  solo  soldado.  Empero  no  satisfaciendo 
esto  al  mariscal,  dijo  que  no  era  cosa  acertada  ni  cumplía  con  la  obli- 
gación que  él  tenía;  y  que  mucho  menos  convenía  a  la  honra  de  tan- 
tos caballeros  y  buenos  soldados  como  allí  estaban,  que  Francisco 
Hernández  anduviese  con  la  gente  que  tenía  desasosegando  e  inquie- 
tando el  reino,  y  robándole.  Y  que  no  obstante  cualquier  inconvenien- 
te, él  estaba  dispuesto  y  determinado  darle  batalla.  Con  esto  se  salie- 
ron descontentos  muchos  de  los  principales  capitanes  del  campo  del 
toldo  del  mariscal, donde  la  consulta  se  hacía.  Y  al  salir  dijo  Gómez  de 
Alvarado  muy  desabrido :  vamos  pues  ya, que  bien  sé  que  tengo  de  mo- 
rir Hasta  aquí  es  del  Palentino  sacado  a  la  letra.  Salidos  de  aquella 
consulta  volvieron  los  vecinos  del  Cosco  y  de  los  Charcas,  que  por  to- 
dos eran  más  de  treinta,  y  entre  ellos  Lorenzo  de  Aldana,  Juan  de  Saa- 
vedra, Diego  Maldonado, Gómez  Alvarado,  Pero  Hernández  Paniagua, 
el  licenciado  Polo,  Juan  Ortiz  de  Zárate,  Alonso  de  Loaysa,  el  fator 
Juan  de.  Salas,  Martín  de  Meneses,  García  de  Meló,  Juan  de  Berrio, 
Antón  Ruiz  de  Guevara,  Gonzalo  de  Soto,  Diego  de  Trujillo,  que  to- 
dos eran  de  los  ganadores  del  Perú;  los  cuales  hablaron  aparte  al  ma- 
riscal Alonso  de  Alvarado,  y  le  suplicaron  diciendo  se  reportase  en  la 
determinación  de  la  batalla:  mirase  que  el  sitio  del  enemigo  era  fuñí- 
simo, y  que  el  suyo  no  era  menos  para  asegurarse  del  contrario;  que 
advirtiese  que  el  mismo  Rodrigo  de  Pineda  decía,  que  Francisco  Her- 
nández carecía  de  bastimento  por  lo  cual  la  hambre  los  había  de  echar 
del  fuerte,  dentro  de  tres  días;  que  esperase  aquellos  siquiera,  que  con- 
forme a  las  ocasiones  se  podían  aconsejar  mejor,  que  al  enemigo  te- 
nían adelante,  que  cuando  huyese  no  había  de  ir  volando  por  los  aires 
sino  por  tierra,  como  ellos  siguiéndole,  y  que  con  mandar  a  los  indios 
que  les  cortasen  los  caminos,  pues  eran  tan  dificultosos,  los  atajaban 
para  que  no  se  fuesen;  y  que  acometer  al  enemigo  en  lugar  tan  fuerte 
(demás  de  aventurar  a  perder  el  juego,  pues  en  las  batallas  no  había 
cosa  cierta  ni  segura)  era  enviar  sus  capitanes  y  soldados  al  matadero, 
para  que  el  enemigo  los  degollase  todos  con  sus  arcabuces.  Que  mirase 
bien  las  ventajas  que  a  su  enemigo  tenía,  pues  le  sobraba  lo  que  al 
contrario  le  faltaba  de  bastimento,  de  servicio  de  indios,  y  de  todo  lo 
demás  necesario  para  estarse  quedos;  y  que  la  victoria  se  debía  alcan- 
zar sin  daño  de  los  suyos,  principalmente  teniendo  al  contrario  tan 


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sujeto  y  rendido  como  estaba;  que  no  era  hien  aventurar  a  perder  lo 
que  tenían  tan  ganado.  El  mariscal  (no  acordándose  de  lo  que  en  aquel 
mismo  rio,  como  atrás  se  dijo,  perdió  otra  batalla  semejante  a  esta) 
respondió  con  cólera  diciendo:  que  él  lo  tenía  bien  mirado  todo,  y 
que  su  oficio  le  obligaba  a  ello,  y  que  no  era  razón  ni  decente  a  la  re- 
putación suya  y  de  todos  ellos  que  aquellos  tiranillos  anduviesen  tan 
desvergonzados,  dándoles  arma  cada  noche  con  que  lo  tenían  muy  eno- 
jado, y  que  él  estaba  determinado  darles  batalla  aquel  día :  que  a  true- 
que de  queje  matasen  trescientos  hombres,  los  que  quería  tener  hechos 
cuartos  antes  que  el  sol  se  pusiese;  que  no  le  hablasen  más  en  excusar 
y  prohibir  la  batalla,  sino  que  se  fuesen  luego  a  aprestarse  para  ella, 
que  se  lo  mandaba  por  su  capitán  general,  so  pena  de  darlos  por 
traidores. 

Con  esta  resolución  se  acabó  la  consulta;  y  los  vecinos  salieron 
della  bien  enfadados,  y  algunos  dellos  dijeron:  que  como  los  soldados 
no  eran  sus  hijos,  parientes  ni  amigos,  ni  le  costaba  nada,  los  quería 
poner  al  terreno  para  que  el  enemigo  los  matase;  y  que  la  desgracia  y 
desdicha  dellos  les  había  dado  capitán  general  tan  apasionado  y  me- 
lancólico, que  la  victoria  que  tenía  en  las  manos  (sin  propósito  al- 
guno y  sin  necesidad  que  le  forzase)  se  la  quería  dar  al  enemigo  a  costa 
de  ellos.  Sin  esto  diieron  otras  muchas  cosas  pronosticando  su  mal  y 
daño  como  sucedió  dentro  de  seis  horas.  Con  la  desesperación  dicha  se 
apercibieron  para  la  batalla  los  vecinos, capitanes  y  soldados  más  bien 
considerados:  otros  hubo  que  les  parecía  que  llevarían  a  los  enemigos 
en  las  uñas;  pues  no  llegaban  a  cuatrocientos  hombres,  ni  a  trescien- 
tos y  cincuenta,  y  ellos  pasaban  de  mil  y  docientos;  pero  no  miraban 
el  sitio  del  enemigo,  ni  las  dificultades  que  habían  de  pasar  para  aco- 
meterle y  llegar  a  vencerle:  que  era  un  río  caudaloso,  y  tantos  andenes 
y  estrechuras  y  malos  pasos  como  el  enemigo  tenía  por  delante  en  su 
defensa.  Por  las  cuales  dificultades,  los  de  a  caballo  de  la  parte  del 
mariscal  eran  inútiles,  porque  no  podían  ni  había  por  donde  acometer 
al  enemigo;  que  los  arcabuces  eran  los  que  habían  de  hacer  el  hecho, 
y  los  enemigos  los  traían  muchos  y  muy  buenos,  y  ellos  eran  grandes 
tiradores,  que  presumían  matar  pájaros  con  una  pelota;  y  entre  ellos 
había  algunos  mestizos,  particularmente  un  fulano  Granado,  de  tierra 
de  Méjico  que  era  maestro  de  todos  ellos  para  enseñarles  a  tirar  de 
mampuesto,  o  sobre  brazo,  o  como  quiera  que  se  hallasen.  Sin  esto 
había  sospecha  y  casi  certidumbre  que  Francisco  Hernández  echaba 
alguna  manera  de  tósigo  en  la  pólvora  que  hacía,  porque  los  cirujanos 
decían  que  las  heridas  de  arcabuz  (como  no  fuesen  mortales)  sanaban 
con  más  facilidad  y  en  menos  tiempo  que  las  que  hacían  las  otras  ar- 
mas, como  lanza  o  espada,  pica  o  partesana.  Pero  que  las  que  los  ene- 
migos presentes  hacían  con  arcabuces  eran  incurables  por  pequeñas 
que  fuesen  las  heridas;  y  que  aquello  le  causaba  la  maldad  y  tósigo 
de  la  pólvora.  Con  todas  estas  dificultades  salieron  a  la  batalla,  que 
a  muchos  dellos  costó  la  vida. 


CAPITULO  XVI] 


EL  MARISCAL  ORDENA  SU  GENTE  PARA  DAR  LA  BATALLA  FRANCISCO 
HERNANDEZ  HACE  LO  MISMO  PARA  DEFENDERSE.  LOS  LANCES  QUE 
HUBO  EN  LA  PELEA.  LA  MUERTE  DE  MUCHOS  HOMBRES  PRINCIPALES 


OCO  antes  del  mediodía  era  cuando  el  mariscal   mandó  tocar 


arma,  y  habiéndose   recogido    toda  la  gente  a  sus  compañías, 


mandó  al  capitán  Martín  de  Robles,  que  con  la  suya  de  arcabu- 
ceros, pasando  el  rio,  se  pusiese  a  la  parte  siniestra  del  enemigo  para 
acometerle  por  aquella  banda:  y  a  los  capitanes  Martín  de  Olmos  y 
Juan  Ramón  les  mandó,  que  asimismo  pasando  el  rio,  se  pusiesen  a 
la  mano  derecha  del  contrario  para  acometerle  juntamente  con  Martín 
de  Robles;  y  a  los  unos  y  a  los  otros  mandó  que  no  acometiesen  sino 
a  la  par;  y  que  fuese  cuando  oyesen  una  trompeta  que  les  daba  por 
señal  para  la  arremetida.  Dióles  esta  orden  porque  el  enemigo  acome- 
tido por  dos  partes,  se  divirtiese  a  la  una  banda  y  a  la  otra  para  defen- 
derse, y  tuviese  menos  fuerza  para  ofenderles.  Demás  desto  mandó  que 
la  demás  infantería  y  los  caballos  todos  bajasen  por  una  senda  muy 
estrecha,  que  no  había  otro  camino  para  bajar  al  rio;  y  que  habién- 
dolo pasado  armasen  su  escuadrón  en  un  llano  pequeño  que  estaba 
cerca  de  los  enemigos,  y  de  allí  los  acometiesen  a  toda  furia.  Con  esta 
orden  salieron  todos  a  la  batalla;  Francisco  Hernández  Girón  que  de 
su  puesto  miraba  el  orden  que  sus  enemigos  llevaban,  que  parecía  le 
habían  de  acometer  por  tres  partes,  dijo  a  los  suyos:  ea,  señores,  que 
ho\  nos  conviene  vencer  o  morir,  porque  los  enemigos  vienen  ya  a 
buscarnos  con  mucha  furia.  Un  soldado  plático  y  de  mucha  esperien- 
cia  que  Francisco  Hernández  y  los  suyos  llamaban  el  coronel  Villalva, 
por  esforzar  a  su  general  y  a  los  demás  sus  compañeros,  que  le  pareció 
que  estaban  algo  tibios,  les  dijo,  como  lo  refiere  el  Palentino,  que  no 
tuviesen  temor  alguno,  porque  el  mariscal  por  ninguna  vía  podía 
traer  orden;  y  que  al  pasar  el  río  forzosamente  se  había  de  desbaratar; 
y  que  por  esto  y  por  la  aspereza  de  la  tierra  se  había  de  quebrar  su 


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orden:  cuanto  más  que  ellos  venían  por  diversas  partes  repartidos,  y 
que  el  fuerte  donde  estaban  era  el  real,  que  podían  muy  bien  esperar, 
ofender  y  defender  aunque  fuesen  diez  mil  hombres,  y  que  todos  se 
perderían  si  le  acometiesen.  Con  esto  que  dijo  Villalva,  Francisco 
Hernández  y  toda  su  gente  se  regocijó,  &c.  Lo  que  el  coronel  V  illalva 
dijo  sucedió  sin  faltar  punto.  Francisco  Hernández  puso  parte  de  sus 
arcabuceros,  y  todos  los  piqueros  en  un  andén  en  forma  de  escuadrón; 
y  por  capitanes  a  Juan  de  Piedrahita  y  a  Sotelo  para  que  tuviesen  cui- 
dado de  acudir  a  la  defensa,  divididos,  o  ambos  juntos,  como  viesen  la 
necesidad.  Otra  gran  banda  de  más  de  cien  arcabuceros  puso  derrama- 
dos de  cuatro  en  cuatro,  y  de  seis  en  seis,  por  los  andenes  y  peñascales, 
barrancas  y  arboledas  que  había  a  la  orilla  del  rio,  porque  no  había 
sitio  para  formar  su  escuadrón,  y  los  enemigos  habían  de  venir  suel- 
tos de  uno  en  uno,  y  les  podían  tirar  de  mampuesto  sin  ser  ofendidos, 
como  ello  pasó.  Martín  de  Robles  con  su  compañía  de  arcabuceros 
pasó  el  rio.  e  imaginándose  vencedor  según  estimaba  en  poco  el  ene- 
migo (porque  no  participase  otro  alguno  de  la  honra  de  la  victoria) 
le  acometió  con  tanta  priesa,  que  aún  no  aguardó  a  que  todos  sus  sol- 
dados pasasen  el  rio,  sino  que  empezó  la  batalla  con  los  que  lo  habían 
pasado;  y  el  agua  a  los  que  iban  por  ella  les  daba  a  la  cintura  y  a  los 
pechos,  y  a  muchos  que  no  se  apercibieron,  les  mojó  la  pólvora  en  los 
frascos;  los  más  diligentes  la  llevaban  en  las  manos,  alzándolas  so- 
bre la  cabeza  con  los  arcabuces  juntamente.  El  capitán  Piedrahita  y 
sus  compañeros  viendo  ir  a  Martín  de  Robles  tan  a  priesa  y  tan  sin 
orden,  le  salieron  al  encuentro  con  grande  ánimo,  y  le  dieron  muy  bue- 
na rociada  de  arcabuces,  y  le  mataron  muchos  soldados;  de  manera 
que  el  capitán  y  los  suyos  huyeron  hasta  volver  a  pasar  el  rio ;  y  Piedra- 
hita  se  volvió  al  primer  puesto.  A  este  punto  llegaban  cerca  del  fuer- 
te de  Piedrahita  los  capitanes  Martín  de  Olmos,  y  Juan  Ramón;  los 
cuales  viendo  que  Martín  de  Robles  no  había  hecho  nada  con  su  arre- 
metida, quisieron  ellos  ganar  lo  que  el  otro  había  perdido,  y  así  arre- 
metieron a  los  enemigos  con  mucha  furia;  más  ellos  que  estaban  vic- 
toriosos del  lance  pasado,  lo  recibieron  con  otra  gran  rociada  de  arca- 
buces, y  aunque  la  pelea  duró  algún  rato,  al  fin  hubo  la  victoria  el 
capitán  J  uan  de  Piedrahita,  que  los  hizo  retirar  hasta  el  rio  con  muerte 
y  heridas  de  muchos  dellos,  y  algunos  volvieron  a  pasar  el  rio,  viendo 
cuán  mal  los  trataba  el  enemigo.  El  capitán  Juan  de  Piedrahita,  muy 
ufano  de  sus  dos  buenos  lances,  se  volvió  a  su  puesto  para  acudir  de 
allí  adonde  le  conviniese.  Entretanto  que  al  mariscal  le  sucedieron 
estas  dos  desgracias  por  no  queret  Martín  de  Robles  esperar  el  sonido 
de  la  trompeta,  ni  guardar  el  orden  que  se  le  había  dado,  los  demás 
capitanes  y  soldados  reales  bajaron  al  río.  y  procuraron  pasarlo  aun- 
que con  mucho  trabajo;  porque  estaba  por  allí  el  agua  más  honda 
que  por  las  otras  partes,  y  les  mojaba  a  los  infantes  los  arcabuces  y 
la  pólvora,  y  los  piqueros  perdían  sus  picas.  Los  arcabuces  de 
Francisco  Hernández,  que  como  atrás  dijimos  estaban  derramados 


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por  los  andenes,  barrancas  y  peñascales  de  el  rio,  viendo  que  sus  ene- 
migos lo  pasaban  con  tanto  trabajo,  les  salieron  al  encuentro  y  los 
recibieron  con  sus  arcabuces,  y  mataron  muchos  dellos  dentro  en 
el  mismo  rio,  que  no  los  dejaron  pasar,  porque  les  tiraban  de  mam- 
puesto, y  les  daban  con  las  pelotas  donde  querían:  fueron  muchos 
los  muertos  y  heridos  en  aquel  paso,  y  en  el  llano  que  iban  a  tomar  para 
plantar  su  escuadrón,  que  no  lo  dejaron  poner  en  efecto.  Los  hombres 
principales  que  allí  murieron  fueron  Juan  de  Saavedra,  y  el  sargento 
mayor  Villavicencio,  Gómez  de  Alvarado.  el  capitán  Hernando  Al- 
varez  de  Toledo,  don  Gabriel  de  Guzman,  Diego  de  Ulloa,  Francisco 
Je  Barrientos,  vecino  del  Cosco,  y  Simón  Pinto,  alférez:  todos  estos 
fueron  muertos.  Salieron  heridos  el  capitán  Martín  de  Robles,  y 
capitán  Martín  de  Alarcón,  y  Gonzalo  Silvestre,  de  quien  atrás  he- 
mos hecho  larga  mención,  el  cual  perdió  en  aquel  lance  un  caballo 
que  le  mataron,  por  el  cual  dos  días  antes  le  daba  Martín  de  Robles 
(a  quien  el  presidente,  como  atrás  dijimos,  dió  cuarenta  mil  pesos  de 
renta)  doce  mil  ducados,  y  él  no  lo  quiso  vender,  por  hallarse  en  la 
batalla  en  un  buen  caballo.  Este  paso  referimos  en  el  libro  nueve, 
capítulo  diez  y  seis  de  la  primera  parte  de  estos  Comentarios,  y  no 
nombramos  a  los  susodichos,  y  ahora  se  ofreció  poner  aquí  sus  nom- 
bres. Gonzalo  Silvestre  con  una  pierna  quebrada,  que  su  caballo  se 
la  quebró  al  caer  en  el  suelo,  se  escapó  de  la  batalla,  porque  un  indio 
suyo  que  traía  otro  caballo  no  tan  bueno, le  socorrió  con  el.  y  le  ayudó 
a  subir,  y  fué  con  él  hasta  Huamanca:  y  le  sirvió  en  toda  esta  guerra 
hasta  el  fin  della  como  propio  hijo.  Sin  los  principales  que  hemos  nom- 
brado que  mataron  y  hirieron  los  enemigos,  mataron  mas  de  otro^ 
sesenta  soldados  famosos  que  no  llegaron  a  golpe  de  espada  ni  de  pica. 
Estos  lances  fueron  los  más  notables  que  en  aquel  rompimiento  de  la 
batalla  sucedieron,  que  todo  lo  demás  fué  desorden  y  confusión:  de 
manera  que  mucha  parte  de  los  soldados  del  mariscal  no  quisieron 
pasar  el  rio  a  pelear  con  los  enemigos  de  miedo  de  sus  arcabuces, 
porque  en  hecho  de  verdad  desde  la  escaramuza  que  tuvieron  el  pri- 
mer día  que  se  vieron  los  dos  ejércitos,  quedaron  amedrentados  los 
del  mariscal  de  los  arcabuces  contrarios;  y  aquel  miedo  les  duró  siem- 
pre hasta  que  se  perdieron.  Un  soldado  que  se  decía  fulano  Perales, 
se  pasó  a  los  del  mariscal  y  les  pidió  un  arcabuz  cargado  para  tirar 
a  Francisco  Hernández,  diciendo  que  le  conocía  bien  y  sabía  de  qué 
color  andaba  vestido;  y  habiéndosele  dado  tiró  y  mató  a  Juan  Alonso 
de  Badajoz,  creyendo  que  era  Francisco  Hernández,  porque  estaba 
vestido  del  mismo  color,  y  le  semejaba  en  la  disposición  de  la  perso- 
na. Loóse  en  público  de  haberlo  muerto;  y  después  cuando  se  reco- 
noció la  victoria  por  Francisco  Hernández  se  volvió  a  él  diciendo  que 
le  habían  rendido;  más  no  tardó  mucho  en  pagar  su  traición,  que  po- 
cos días  después  estando  Perales  en  el  Cosco  con  su  maese  de  campo, 
el  licenciado  Diego  de  Alvarado,  Francisco  Hernández,  habiendo  sa- 
bido que  Perales  se  había  loado  de  haberle  muerto,  escribió  al  licen- 


—  64  — 


ciado  Alvarado  que  lo  ahorcase;  y  así  se  hizo,  que  yo  lo  vi  ahorcado 
en  la  picota  de  aquella  ciudad.  Volviendo  a  la  batalla,  decimos,  que 
viendo  el  capitán  Juan  de  Piedrahita  el  desorden,  confusión  y  temor 
que  en  el  campo  del  mariscal  andaba,  mandó  que  los  suyos  le  siguie- 
sen a  priesa.  \  con  los  arcabuceros  que  pudieron  seguirle,  que  fueron 
menos  de  cincuenta,  salió  corriendo  de  su  fuerte  cantando  victoria,  y 
disparando  sus  arcabuces,  donde  quiera  que  había  junta  de  veinte  o 
treinta  hombres,  y  más  o  menos,  y  todos  se  le  rendían  hasta  darle 
las  armas,  y  la  pólvora  que  era  lo  que  los  enemigos  más  habían  me- 
nester :  y  desta  manera  rindió  más  de  trescientas  hombres,  y  los  volvió 
consigo,  y  los  rendidos  no  osaban  apartarse  dél,  porque  otros  de  los 
enemigos  no  los  maltratasen. 


 «¡i*  


CAPITULO    XVII 1 


FRANCIS<  O  HERNANDEZ  ALCANZA  VICTORIA.  EL  MARISCAL  Y  LOS  SUYOS 
HUYEN  Dli  LA  BATALLA.  MUCHOS  DELLOS  MAIAN  LOS  INDIOS  POR 
LOS  CAMINOS. 


EL  mariscal  don  Alonso  de  Alvarado  viendo  que  muchos  de  los 
suyos  no  acudían  a  la  batalla  ni  querían  pasar  el  río.  lo  volvió  él 
a  pasar  con  deseo  de  recogerlos  y  traerlos  a  la  pelea.  Empero 
cuando  él  más  lo  procuraba  con  voces  y  gritos,  tanto  menos  le  obede- 
cían, y  tanto  más  huían  del  enemigo,  que  era  el  capitán  Juan  de  Pie- 
drahita,  que  iba  en  los  alcances  en  pos  dellos.  Algunos  amigos  del  ma- 
riscal le  dijeron  que  no  se  fatigase  por  recogerlos. que  gente  que  empe- 
zaba a  huir  del  enemigo,  nunca  jamás  volvía  a  la  batalla,  si  no  se 
ofrecía  nuevo  accidente  o  nuevo  socorro. 

Con  esto  se  alejó  el  mariscal  y  le  siguieron  los  que  pudieron,  y 
los  demás  huyeron  por  diversas  partes,  donde  Ies  parecía  tener  mejor 
guarida.  Unos  fueron  a  Arequepa  y  otros  a  los  Charcas,  otros  al  Pue- 
blo Nuevo,  otros  a  Huamanca,  otros  fueron  por  la  costa  a  juntarse 
con  el  ejército  de  su  magestad  donde  estaban  los  oidores.  Los  menos 
fueron  al  Cosco,  que  no  fueron  más  de  siete  soldados,  de  los  cuales 
daremos  cuenta  adelante. 

Por  aquellos  caminos,  tantos  y  tan  largos,  mataron  los  indios 
muchos  españoles  de  los  que  iban  huyendo,  que  como  iban  sin  armas 
ofensivas, pudieron  matarlos  sin  que  hiciesen  defensa  alguna.  Mataron 
entre  ellos  a  un  hijo  de  don  Pedro  de  Alvarado,  aquel  gran  caballero 
que  fué  al  Perú  con  ochocientos  hombres  de  guerra,  de  quien  dimos 
larga  cuenta  en  su  lugar.  Llamábase  el  hijo  don  Diego  de  Alvarado 
que  yo  conocí,  hijo  digno  de  tal  padre:  cuya  muerte  tan  desgraciada, 
causó  mucha* lástima  a  todos  los  que  conocían  a  su  padre.  Atreviéron- 
se los  indios  a  hacer  esta  insolencia  y  maldad,  porque  los  ministros 
del  campo  del  mariscal  (no  nombraremos  a  nadie  en  particular)  te- 
niendo la  victoria  por  suya,  deseando  que  no  se  escapase  alguno  de 


—  bo- 


los tiranos,  mandaron  a  los  indios  que  matasen  por  los  caminos  Lodos 
los  que  huyesen  ;  y  así  lo  hicieron  que  fueron  más  de  ochenta  los  muer- 
tos. Los  que  murieron  en  la  batalla  y  en  la  escaramuza  del  primer  día 
fueron  más  de  ciento  \  veinte,  y  de  los  que  quedaron  heridos,  que  (se- 
gún  el  Palentino)  fueron  docientos  y  ochenta,  murieron  otros  cuarenta 
por  mala  cura  y  falta  de  cirujanos,  medicinas  y  regalos,  que  en  todo 
hubo  mucha  mala  ventura,  De  manera  que  fueron  los  muertos  de  la 
parte  del  mariscal  cerca  de  docientos  y  cincuenta  hombres,  y  de  los 
tiranos  no  murieron  más  que  diez  \  siete.  Robaron,  como  lo  dice 
aquel  autor,  el  campo  más  rico  que  jamás  hubo  en  el  Perú,  a  causa  de 
que  el  mariscal  metió  en  la  batalla  cien  vecinos  de  los  ricos  y  princi- 
pales de  los  de  arriba,  y  muchos  soldados  que  habían  gastado  seis  y 
siete  mil  pesos,  y  otros  a  cuatro  y  a  tres,  y  a  dos  mil 

Al  principio  desta  batalla  mandó  Francisco  1  lernandez  a  su  sar- 
gento mayor  Antonio  ("atrillo,  que  con  otros  ocho  o  nueve  de  caballo 
guardasen  un  portillo  por  donde  temía  se  huirían  algunos  de  los  suyos; 
porque  estaha  algo  lejos  de  la  batalla.  Andando  la  furia  della  más  en- 
cendida, llegó  a  ellos  Albertos  de  Orduña,  alférez  general  de  Fran- 
cisco Hernández  con  el  estandarte  arrastrando,  \  les  dijo  que  huye- 
sen que  ya  su  general  era  muerto,  >  su  campo  destruido;  con  lo  cual 
huyeron  lodos  y  caminaron  aquella  noche  ocho  o  nueve  leguas:  otro 
día  supieron  de  los  indios  que  el  mariscal  era  el  vencido,  y  Francisco 
Hernández  vencedor.  Con  esta  nueva  volvieron  a  su  real  con  harta 
vergüenza  de  su  flaqueza,  aunque  dijeron  que  habían  ido  en  alcance 
de  muchos  del  mariscal  que  huían  por  aquellas  sierras.  Empero  bien 
se  entendió  que  ellos  eran  los  huidos:  y  Francisco  Hernández  por  abo- 
narlos, dijo,  que  él  los  había  mandado  que  rindiesen  y  volviesen  a  los 
que  por  aquella  parte  huyesen.  Habida  la  victoria  por  Francisco  Her- 
nández, su  maese  de  campo  Alvarado,  aunque  en  la  batalla  no  se 
mostró  en  nada  maese  de  campo,  ni  aun  soldado  con  los  menores, 
quiso  con  la  victoria  mostrarse  bravo  y  hazañoso;  que  trayendo  los 
suyos  preso  un  caballero  de  Zamora,  que  llamaban  el  comendador 
Romero,  que  cuatro  días  antes  llegó  al  campo  del  mariscal  con  mil 
indios  cargados  de  bastimento,  como  atrás  dijimos,  sabiendo  el  mae- 
se de  campo  que  lo  traían,  envió  a  su  ministro  Alonso  Gonzales  (mi- 
nistro de  tales  hazañas)  con  orden  que  antes  que  entrase  en  el  real  lo 
matase:  que  sabía  que  Francisco  Hernández  lo  había  de  perdonar  si 
intercediesen  por  él.  El  verdugo  cruel  lo  hizo  como  se  lo  mandó.  Luego 
truieron  otro  prisionero  ante  Francisco  Hernández,  llamado  Pero  Her- 
nández el  leal,  que  por  haberlo  sido  tanto  en  el  servicio  de  su  mages- 
tad  mereció  este  renombre :  porque  sirvió  con  muchas  veras  en  toda  la 
guerra  de  Gonzalo  Pizarro.  y  fué  uno  de  los  que  fueron  con  el  capitán 
Juan  Vasquez  Coronado,  vecino  de  Méjico,  a  descubrir  las  siete  ciu- 
dades, de  la  cual  entrada  dimos  cuenta  en  nuestra  Historia  de  la  Fio 
••Ida"  y  en  aquella  jornada  sirvió  como  muy  buen  soldado,  y  después 
como  se  ha  Jicho  en  la  de  Gonzalo  Pizarro,  y  en  la  presente  contra 


—  67  — 


Francisco  Hernández  Girón,  en  el  ejército  del  mariscal.  También  le 
dieron  el  apellido  Leal,  por  diferenciarle  de  otros  que  se  llamaban  Pero 
Hernández, como  Pero  Hernández  el  de  la  Entrada,  de  quien  poco  ha 
hicimos  mención,  que  le  llamaron  así  por  haber  ido  a  la  entrada  de 
Musu  con  Diego  de  Rojas,  de  quein  atrás  se  dió  larga  cuenta. 
\  L'stc  Pero  Hernández  el  leal  dice  el  Palentino  que  era  sastre,  \  que 
Francisco  Hernández  después  de  haberle  perdonado  por  intercesión 
de  Cristóbal  de  Funes,  vecino  de  Huamanca,  le  dió  una  mala  repren- 
sión llamándole  bellaco,  sastre  vil  y  bajo;  y  que  siendo  tal.  había 
alzado  bandera  como  de  taberna  en  el  Cosco  en  nombre  de  su  mages- 
tad.  Todo  lo  cual  fué  relación  falsa  que  dieron  al  autor;  porque  yo 
conocí  a  Pero  1  lernandez  el  leal,  que  todo  e!  tiempo  que  estuvo  eri  el 
Perú  fué  huésped  de  mi  padre;  posaba  en  su  casa,  y  comía  y  cenaba 
a  su  mesa;  porque  ames  de  pasar  a  las  Indias  .  fué  criado  muy  familiar 
de  la  ilustrísima  y  excelentísima  casa  de  Feria;  de  la  cual  por  la  mise- 
ricordia div  ina,  descendía  mi  padre,  de  hijo  segundo  della;  >  porque 
Pero  1  lernandez  había  sido  criado  Je  ella,  y  vasallo  de  aquellos  seño- 
ñores,  natural  Je  Oliva  de  Valencia,  le  hacía  mi  padre  la  honra  y  el 
trato  que  si  fuera  su  propio  hermano;  y  Pero  Hernández  se  trataba  co- 
mo tal, noble  y  muy  honrado,  que  siempre  le  conocí  uno  o  dos  caballos  : 
y  me  acuerdo  que  uno  dellos  se  llamaba  Pajarillo.  por  la  ligereza  de 
su  correr:  y  con  el  caballo  me  acaeció  después  de  la  guerra  de  Francis- 
co Hernández  un  caso  estraño.  en  que  nuestro  Señor  por  su  m  seri- 
cordia  me  libró  de  la  muerte.  De  este  hombre  tal, dice  el  Palentino  que 
era  sastre:  no  puedo  creer  sino  que  el  que  le  dió  la  relación  debía  co- 
nocer otro  del  mismo  nombre  con  oficio  de  sastre;  y  añadió,  que  alzó 
bandera  en  el  Cosco  contra  Francisco  Hernández.  No  pasó  tal.  por- 
que en  todo  aquel  tiempo  desta  guerra  yo  no  salí  de  aquella  ciudad,  y 
Pero  Hernández,  como  lo  he  dicho,  posaba  en  casa  de  mi  padre;  y 
si  algo  hubiera  de  bandera  o  de  otra  cosa  lo  supiera  yo  como  cualquier 
otro,  y  mejor  que  el  autor,  pero  cierto  que  no  hubo  nada  de  aquello  El 
muchacho  de  quien  dimos  cuenta  en  el  libro  segundo,  capítulo  veinte 
y  cinco  de  la  primera  parte  de  estos  comentarios,  a  quien  yo  puse  la 
yerba  medicinal  en  el  ojo  que  tenía  enfermo  para  perderlo,  era  hijo 
de  este  buen  soldado,  y  nació  en  casa  de  mi  padre;  y  hoy  que  es  año 
de  mil  sesicientos  once,  vive  en  Oliva  de  Valencia,  tierra  de  su  paJre. 
y  se  llama  Martín  Leal;  y  el  escelentísimo  duque  de  Feria,  y  el  üus- 
trísimo  marqués  de  Villa  Nueva  de  Barca-Rota,  le  ocupan  en  su  ser- 
vicio, que  cuando  han  menester  adestrar  caballos  o  comprarlos,  le 
envian  a  buscarlos,  porque  salió  muy  buen  hombre  de  a  caballo  de 
la  gineta.  que  es  la  silla  con  que  se  ganó  aquella  nuestra  tierra,  &ic. 

Pero  Hernández  el  leal,  cuando  supo  el  levantamiento  áz  Fran- 
cisco Hernández  Girón  en  los  Antis,  donde  trataba  y  contrataba  en  la 
yerba  llamada  Cuca,  y  administraba  una  gruesa  hacienda  de  su  ma- 
gestad  llamada  Tunu,  que  en  aquel  distrito  tiene  de  la  dicha  yerba, 
se  fué  dende  allí  al  campo  del  mariscal  donde  anduv  o  como  leal  ser- 


—  b8  — 


vidor  del  rey,  hasta  que  le  prendieron  en  la  batalla  de  Chuquinea. 
y  lo  presentaron  a  Francisco  Hernández  Girón  por  prisionero  de  ca- 
lidad, por  su  lealtad  y  muchos  serv  icios  hechos  a  la  magéstad  imperial. 
Francisco  Hernández  porque  era  enemigo  de  los  leales,  mandó  que  le 
matasen  luego,  y  así  lo  llevaron  al  campo  para  matarle,  lil  verdugo 
le  mandó  hincarse  de  rodillas  y  le  puso  la  soga  al  pescuezo  para  darle- 
garrote.  A  este  tiempo  habló  un  soldado  al  verdugo  preguntándole 
cierta  cosa;  el  verdugo  para  responderle  volvió  el  rostro  a  él  y  se  puso 
de  espaldas  a  Pero  Hernández  el  leal  ;  el  cual  viéndole  ocupado  con  el 
soldado,  y  que  no  le  miraba,  se  atrevió  a  levantarse:  y  aunque  era 
hombre  mayor  echó  a  correr  con  tanta  ligereza,  que  no  le  alcanzara 
un  caballo  porque  no  iba  en  ello  menos  que  la  vida.  Así  llegó  donde 
estaba  Francisco  Hernández  y  se  echó  a  sus  piés  abrazándole  las  pier- 
nas, suplicándole  hubiese  misericordia  de  él.  Lo  mismo  hicieron  todos 
los  que  se  hallaron  presentes,  que  uno  de  ellos  fué  Cristóbal  de  Funes 
vecino  de  Huamanca.  Y  entre  otras  cosas  le  dijeron  que  ya  el  triste 
había  tragado  la  muerte,  pues  traía  la  soga  al  pescuezo.  Francisco 
Hernández  por  dar  contento  a  todos  le  perdonó,  aunque  contra  su 
voluntad,  Esto  pasó  como  hemos  dicho:  y  en  casa  de  mi  padre  (des- 
pués en  sana  paz)  se  refirió  vez  y  veces  unas  en  presencia  de  Pero 
Hernández  el  leal  y  otras  en  ausencia,  y  adelante  diremos  como  se 
huyó  del  tirano,  y  se  fué  al  rey 


 «te*  


CAPI  TILO  XIX 


EL  ESCANDALO  OL  E  LA  PERDIDA  DEL  MARISCAL  CAL  SO  EN  EL  CAMPO 
DE  SU  MAGESTAD.  LAS  PROVISIONES  QUE  LOS  OIDORES  HICIERON 
P\RA  REMEDIO  DEL  DAÑO.  LA  DISCORDIA  QUE  ENTRE  ELLOS  HUBO 
SOBRE  IR  O  NO  IR  CON  EL  EJERCITO  REAL.  LA  HUIDA  DE  UN  CAPI- 
TAN DEL  TIRANO  A  LOS  DE  EL  REY 


E  la  misimi  manera  que  sucedió  el  hecho  de  la  batalla  de  Chu- 


quinca,  que  Antonio  Carrillo  sargento  mayor  de  Francisco  Her- 


nández y  Albertos  de  Orduña  su  alférez  genera!,  huyeron,  porque 
se  dijo  a  voces  que  Francisco  Hernández  era  muerto  en  la  batalla,  y 
luego  a  poco  rato  «alió  por  vencedor  della :  ni  mas  ni  menos  llegó  a! 
campo  de  su  magestad  la  nueva  del  suceso  de  aquel  rompimiento, 
que  alguno*  españoles  que  estaban  en  la  comarca,  teniendo  nueva 
por  los  indios  que  Francisco  Hernández  era  vencido  y  muerto,  lo  es- 
cribieron a  los  oidores  a  toda  diligencia, pidiendo  albricias  por  la  buena 
nueva  que  les  enviaban;  mas  porque  no  se  diesen  las  albricias  de  valde, 
llegó  muy  aína  la  fama  verdadera  de  la  pérdida  del  mariscal  y  de  todos 
los  suyos:  la  cual  causó  grandísimo  alboroto  y  escándalo  en  el  ejército 
de  su  magestad.  tanto  que  (sin  dar  causa  ni  razón  para  ello)  escribe 
el  Palentino,  capítulo  cuarenta  y  seis,  que  consultaron  entre  los  tres 
oidores  de  matar  al  licenciado  y  oidor  Santillán,  o  prenderlo  y  enviar- 
lo a  España,  y  que  no  se  efectuó  por  la  contradicción  del  doctor  Sa- 
ravia.  como  si  el  licenciado  Santillán  hubiera  causado  la  pérdida  de 
aquella  batalla.  Y  no  hay  que  espantarnos  desto.  porque  la  victoria 
de  Francisco  Hernández  Girón  fué  tan  en  contra  de  la  imaginación 
y  esperanza  de  todos  los  hombres  prácticos  del  Perú,  que  todos  sos- 
pecharon y  aún  creyeron  que  los  suyos  habían  vendido  al  mariscal 
e  imaginaban  en  lo  que  pudieran  haberlo  hecho:  y  en  esta  imaginación 
estuvieron  tan  firmes  y  certificados,  como  que  hubiera  sido  revela- 
ción de  algún  ángel,  hasta  que  vieron  muchos  de  los  sospechados 
que  huvendo  de  la  batalla  fueron  a  parar  al  campo  de  su  magestad  ; 


—  70  — 

y  los  más  dellos  iban  heridos  y  muy  maltratado?.  Con  lo  cual  se  acre- 
ditaron en  su  lealtad,  y  desengañaron  a  los  sospechosos,  que  no  habia 
sido  traición  sino  desventura,  de  todos  ellos.  Aplacado  el  alboroto 
mandaron  los  oidores  que  Antonio  de  Quiñone?,  vecino  de  el  Cosco, 
tuese  con  sesenta  arcabuceros  a  la  ciudad  de  Huamanca.  a  socorrer  y 
amparar]  os  que  por  aquella  vía  viniesen  huyendo  de  los  perdido- 
sos Je  la  batalla  .  y  también  para  que  la  ciudad  tuviese  quien  la  defen- 
diese si  Francisco  Hernández  enviase  gente  a  ella,  que  era  cierto  la 
había  de  enviar,  para  que  le  llevaran  algunas  cosas  de  las  muchas 
que  había  menester  para  socorrer  su  gente.  Y  es  así  que  poco 
después  de  la  batalla.  Francisco  Hernández  envió  a  su  capitán  Juan 
Cobo  a  la  dicha  ciudad  para  que  le  llevara  algún  socorro  de  medicinas 
para  los  heridos  y  enfermos:  más  Juan  Cobo  sabiendo  que  Antonio 
de  Quiñones  iba  sobre  él.  se  retiró  de  Huamanca  sin  haber  hecho  cosa 
alguna  en  ella.  En  este  tiempo  llegaron  dos  cartas  de  diversas  partes 
a  manos  de  les  oidores,  casi  en  una  misma  hora  ,  la  una  del  mariscal 
don  Alonso  de  Alvarado,  en  que  se  quejaba  de  su  mala  fortuna  y  de 
su  gente,  que  no  le  hubiese  querido  obedecer  ni  guardar  el  orden  que 
les  había  dado  para  la  batalla,  como  ello  pasó  en  hecho  de  verdad. 
La  otra  carta  era  de  Lorenzo  de  Aldana,  en  la  cual  escribe  en  muy 
pocas  palabras  todo  el  suceso  de  la  batalla,  y  como  se  dió  contra  la 
opinión  de  todos  los  principales  del  campo,  que  según  lo  escribe  el 
Palentino,  capítulo  cuarenta  y  siete,  es  la  que  se  sigue  sacada  a  la 
letra. 

El  lunes  pasado  escribí  a  vuesa  señoría  y  dije  lo  que  sospechaba 
y  temía.  Y  acabado  de  despachar  entró  lucifer  en  el  mariscal,  y  luego 
se  determinó  de  dar  la  batalla  a  Francisco  Hernández  en  el  fuerte  en 
que  estaba,  contra  el  parecer  y  opinión  de  todos  y  más  de  la  mía;  y 
r.o  obstante  tedo  esto  lo  hizo  de  manera  que  Francisco  Hernández  de 
su  fuerte  nos  desbarató  y  mató  mucha  gente  y  harto  principal  en 
ella;  la  cantidad  no  sabré  decir,  porque  como  era  en  su  mismo  fuerte 
y  se  retiró  el  mariscal,  no  se  pudo  entender.  El  salió  herido,  y  no  por 
pelear  ni  por  animar  su  gente,  &c.  Hasta  aquí  es  del  Palentino. 

Con  la  certificación  de  la  pérdida  del  mariscal,  ordenaron  los 
oidores  que  el  campo  marchase  y  siguiese  a  Francisco  Hernández  Gi- 
rón, y  que  la  .nidiencia  fuese  con  el  ejército,  como  lo  dice  el  Palentino 
por  estas  palabras:  Así  por  le  dar  mayor  autoridad  como  porque  la 
gente  no  murmurase  de  que  ellos  se  quedaban  holgando;  y  tratado 
esto  en  su  acuerdo,  hubo  contradicción  por  el  licenciado  Altamirano 
diciendo  que  la  audiencia  no  podía  salir  fuera  porque  su  magestad  los 
mandaba  residir  en  Lima.  Y  que  sin  expreso  mandamiento  no  podían 
salir,  ni  tampoco  valdría  lo  que  el  audiencia  fuera  de  la  ciudad  man- 
dase. E  insistiendo  el  doctor  Saravia  sobre  que  la  audiencia  había  de 
salir,  dijo  el  licenciado  Altamirano  que  por  alguna  vía  él  no  saldría, 
porque  el  rey  no  le  había  mandado  venir  a  pelear,  sino  a  sentarse  en 
los  estrados  \  sentenciar  los  procesos  v  causas  que  hubiese.  El  doctor 


—  71 


Saravia  dijo  que  le  suspendería  del  oficio  si  no  iba  con  el  campo,  y 
mandaría  a  los  oficiales  reales  no  le  pagasen  malario  alguno.  Y  así  se 
le  notificó,  aunque  después  hubo  cédula  de  su  magestad  para  que 
se  le  pagase. 

Hasta  aquí  es  de  Diego  Hernández  Palentino.  Con  las  dificulta- 
des dichas  determinaron  que  los  tres  oidores,  el  doctor  Saravia.  el 
licencida  Santillán  y  el  licenciado  Mercado,  fuesen  con  el  ejercito 
real,  y  que  el  licenciado  Altamirano,  pues  se  daba  por  rendido  a  las 
armas  y  que  no  quería  sino  guerra  civil,  mandaron  que  quedase  en  la 
ciudad  de  los  Reyes  por  justicia  mayor  della;  y  a  Diego  de  Mora, 
vecino  de  Trujillo,  que  vino  como  se  ha  dicho  con  una  buena  compañía 
de  arcabuceros,  dejaron  por  corregidor  de  aquella  ciudad;  y  su  com- 
pañía dieron  a  otro  capitán  llamado  Pedro  de  Zárate.  Ordenado 
todo  esto  y  lo  que  convenía  a  la  guarda  de  la  mar,  caminó  el  ejército 
real  hasta  Huamanca.  En  aquel  viaje  se  les  vino  un  soldado  famoso, 
que  se  decía  Juan  Chacón,  que  habían  preso  los  tiranos  en  la  rota  de 
Yillacori,  al  cual  por  ser  tan  buen  soldado,  Francisco  Hernández 
Girón,  por  obligarle  a  que  fuese  su  amigo,  le  había  dado  una  compañía 
de  arcabuceros ;pero  Juan  Chacón  siendo  leal  servidor  de  su  magestad, 
trataba  en  secreto  con  otros  amigos  suyos  de  matar  al  tirano;  y  como 
entonces  no  se  usaba  otra  lealtad  sino  venderse  unos  a  otros,  dieron 
noticia  dello  a  Francisco  Hernández,  la  cual  supo  Chacón,  y  antes 
que  le  prendiesen,  se  huyó  a  vista  de  Francisco  Hernández  y  de  todos 
los  suyos;  y  en  el  camino  corrió  mucho  peligro  de  su  vida,  porque 
como  los  indios  tenían  mandado  de  atrás  que  matasen  todos  los  que 
se  huyesen,  tomándolos  ellos  sin  distinción  de  leales  a  traidores,  apre- 
taron malamente  a  Juan  Chacón  y  le  mataran,  sino  fuera  por  un  ar- 
cabuz que  llevó,  con  que  los  ojeaba  a  lejos;  pero  con  todo  eso  llegó 
herido  al  campo  de  su  magestad,  donde  dió  cuenta  de  todo  lo  que 
Francisco  Hernández  pensaba  hacer,  con  que  los  oidores  y  todo  su 
ejercito  recibieron  mucho  contento,  y  así  caminaron  hasta  Huamanca 
donde  los  dejaremos  por  decir  lo  que  Francisco  Hern  indcz  hizo  en 
aquellos  mismos  días 


—  


CAPITULO  XX 


LO  QUE  FRANCISCO  HERNANDEZ  HIZO  DESPUES  DE  LA  BATALLA.  ENVIA 
MINISTROS  A  DIVERSAS  PARTES  DEL  REINO  A  SAQUEAR  LAS  CIUDA- 
DES. LA  PLATA  QUE  EN  EL  COSCO  ROBARON  A  DOS  VECINOS  DELLA, 


RANCISCO  Hernández  Girón  estuvo  más  de  cuarenta  días  en 


el  sitio  donde  venció  aquella  batalla  por  gozar  de  la  gloria  que 


sentía  de  verse  en  él,  como  por  la  necesidad  de  los  muchos  heri- 
dos que  quedaron  de  los  del  rey,  a  los  cuales  regalaba  y  acariciaba 
todo  lo  más  que  podía  por  hacerse  amigos,  y  así  ganó  a  muchos  dellos 
que  le  siguieron  hasta  el  fin  de  su  jornada.  En  aquel  tiempo  proveyó 
que  su  rraese  de  campo  Alvarado  fuese  al  Cosco  en  alcance  de  los  que 
hubiesen  huido  hacia  allá.  Proveyó  asimismo  que  su  sargento  mayor 
Antonio  Carrillo  (porque  perdiese  algo  de  la  mucha  melancolía  que 
traía  por  haber  huido  de  la  batalla  de  Chuquinca)  fuese  a  la  ciudad 
de  la  Paz,  a  Chucuito,  a  Potocsi  y  a  la  ciudad  de  la  Plata,  y  corriese 
todas  aquellas  provincias,  recogiendo  la  gente,  armas  y  caballos  que 
hallase.  Particularmente  le  envió  a  que  recogiese  la  plata  y  oro,  y 
mucho  vino  escondido,  que  un  soldado  de  los  del  mariscal,  llamado 
Francisco  Boloña,  le  dijo  que  sabía  donde  todo  aquello  estaba  escon- 
dido. A  lo  cual  fué  Antonio  Carrilo  con  veinte  soldados,  y  llevó  con- 
sigo a  Francisco  Boloña;  y  de  los  veinte  soldados  que  fueron  con  él, 
no  fueron  más  de  dos  de  los  prendados  de  Francisco  Hernández,  que 
todos  los  demás  eran  de  los  del  mariscal  ;  por  lo  cual  se  sospechó  en 
público  y  se  murmuró  en  secreto,  que  Francisco  Hernández  enviaba 
su  sargento  mayor  a  que  lo  maltratasen, y  no  a  cosa  de  provecho  suyo, 
como  ello  sucedió  según  veremos  adelante.  Asimismo  proveyó  Fran- 
cisco Hernández  que  su  capitán  Juan  de  Piedrahita,  fuese  a  la  ciudad 
de  Arequepa  a  recoger  la  gente,  armas  y  caballos  que  hallase.  ^  para 
este  viaje  le  nombró  y  dió  título  de  maese  de  campo  del  ejército  de  la 
libertad,  que  así  llamaba  Francisco  Hernández  al  suyo;  y  a  su  maese 
de  campo  Alvarado  le  dió  nombre  de  teniente  general.  Con  estos  tí 


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tulos  mejoró  a  estos  dos  ministros  suyos,  para  que  con  mas  soberbia 
y  vanagloria  hiciesen  lo  que  después  hicieron. 

El  teniente  general,  licenciado  Alvarado  fué  al  Cosco,  en  alcance 
de  los  que  huyeron  de  la  batalla  de  Chuquinca.  y  un  día  antes  que 
entrase  en  la  ciudad  llegaron  siete  soldados  de  los  del  mariscal,  y  uno 
dellos  que  iba  por  cabo  se  decía  Juan  de  Cardona,  los  cuales  dieron 
aviso  de  la  pérdida  del  mariscal,  de  que  toda  la  ciudad  se  dolió  mucho; 
porque  nunca  se  imaginó  que  tal  victoria  pudiera  alcanzar  un  hombre 
que  venía  tan  roto  y  perdido  como  Francisco  Hernández.  Acordaron 
de  huirse  todos  antes  que  el  tirano  los  matase.  Francisco  Rodrigue: 
de  Yillafuerte  que  entonces  era  alcalde  ordinario,  recogió  la  gente  que 
en  la  ciudad  había,  que  con  los  siete  soldados  huidos  apenas  llegaban 
a  número  de  cuarenta,  y  todos  fueron  camino  del  Collao.  Unos 
pararon  a  hacer  noche  legua  y  media  de  la  ciudad,  y  el  alcalde  fue 
uno  dellos:  otros  pasaron  adelante  tres  y  cuatro  leguas  y  fueron  los 
mejor  librados, porque  el  bueno  Juan  de  Cardona  viendo  que  el  alcal- 
de paraba  tan  cerca  de  la  ciudad,  en  pudiendo  escabullirse  huyó  dellos 
y  llegó  al  Cosco  a  media  noche,  y  dió  cuenta  al  licenciado  Alvarado. 
como  Yillafuerte  y  otros  veinte  con  él  quedaban  legua  y  media  de  allí. 
El  licenciado  mandó  que  luego  a  la  hora  saliese  el  verdugo  general, 
Alonso  Gonzales  por  capitán  de  otros  veinte  soldados  y  fuese  a  pren- 
der a  Yillafuerte:  en  lo  cual  puso  tan  buena  diligencia  Alonso  Goma- 
les, que  otro  día  a  las  ocho  K  s  tenía  a  todos  en  el  Cosco  entregados  a 
su  teniente  general.  El  cual  hizo  ademanes  de  matar  a  Francisco  de 
Yillafuerte  y  a  alguno  de  los  suyos,  pero  no  hallando  culpa  los  perdonó 
por  intercesión  de  los  suegros  y  amigos  de  Francisco  Hernández  Gi- 
rón. Entre  otras  maldades  que  por  orden  y  mandado  de  su  capitán 
general  hizo  el  licenciado  Alvarado  en  la  ciudad  del  Cosco,  fué  des- 
pojar y  robar  las  campanas  de  la  iglesia  catedral  y  de  los  monasterios 
de  aquella  ciudad :  que  al  convento  de  nuestra  Señora  de  las  Mercedes 
de  dos  campanas  que  tenía  le  quitó  la  una :  y  al  convento  del  divino 
Santo  Domingo  hizo  lo  mismo,  y  fueron  las  mayores  que  tenían.  Al 
convento  del  seráfico  San  Francisco  no  quitó  ninguna,  porque  no  te- 
nía más  de  una.  \  esto  fué  a  ruego  de  los  religiosos,  que  también  la 
quería  llevar.  A  la  catedral  de  cinco  campanas  quitó  las  dos.  \  las 
llevara  todas  cinco  sino  acudiera  el  obispo  con  su  clerecía  a  defenderlas 
con  descomuniones  y  maldiciones.  Y  estas  de  la  catedral  estaban  ben- 
ditas de  mano  del  obispo,  y  tenían  oleo  y  crisma. y  eran  muy  grandes 
De  todas  las  cuatro  campanas  hizo  seis  tiros  de  artillería,  y  el  uno  de- 
llos reventó  cuando  los  probaron,  y  al  mayor  dellos  pusieron  en  la 
fundición  unas  letras  que  decían  Libertas,  que  este  fué  el  apellido  de 
aquella  tiranía.  Estos  tiros  como  hechos  de  metal  que  fué  dedicado  y 
consagrado  al  servicio  divino,  no  hicieron  daño  en  persona  alguna 
según  adelante  veremos.  Con  esta  maldad  hizo  aquel  teniente  generel 
otros  muchos  sacos  y  robos  de  la  hacienda  de  los  vecinos  que  se  huya- 
pon,  y  de  otros  que  murieron  en  la  batalla  de  Chuquinca  que  tenían 


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fama  de  ricos,  porque  no  eran  tan  gastadores  (como  otros  que  había 
en  aquella  ciudad)  y  se  sabía  que  tenían  guardadas  muchas  barras 
de  plata.  Con  su  buena  diligencia  y  amenazas,  descubrió  el  licenciado 
Alvarado,  por  vía  de  los  indios,  dos  hoyos  que  Alonso  de  Mesa  tenía 
en  un  hortezuelode  su  casa,  y  de  cada  uno  dellos  sacó  sesenta  barras 
de  plata, tan  grandes  que  pasaba  cada  una  de  a  trescientos  ducados  de 
valor.  Yo  las  vi  sacar,  que  como  la  casa  de  Alonso  de  Mesa  estaba  calle 
en  medio  de  la  de  mi  padre,  me  pasé  a  ella  a  las  gritas  que  había  con 
las  barras  de  plata.  Pocos  días  después  trajeron  con  los  indios  del  ca- 
pitán Juan  de  Saavedra  ciento  y  cincuenta  carneros  de  aquella  tierra 
cargados  con  trecientas  barras  de  plata,  todas  del  mismo  tamaño  y 
precio  que  las  primeras.  Sospechóse  entonces  que  no  haber  querido 
salir  Juan  de  Saavedra  de  la  ciudad  del  Cosco  la  noche  del  levanta- 
miento de  Francisco  Hernández  Girón,  como  se  lo  rogaron  mi  padre 
y  sus  compañeros,  había  sido  por  guardar  y  poner  en  cobro  aquella 
cantidad  de  plata,  y  por  mucho  guardar  no  guardó  nada,  pues  la  per- 
dió, y  la  vida  por  ella.  Estas  dos  partidas, según  e!  precio  común  de  las 
barras  de  aquel  tiempo,  montaron  ciento  y  veinte  y  seis  mil  ducados 
castellanos  de  a  trecientos  y  setenta  y  cinco  maravedís:  y  aunque  el 
Palentino  dice  que  entró  a  la  parte  de  la  pérdida  Diego  Ortiz  de  Guz- 
man,  vecino  de  aquella  ciudad,  yo  no  lo  supe  más  que  de  los  dos  re 
feridos, 





CAPITULO  XXI 


EL  ROBO  QUE  ANTONIO  CARRILLO  HIZO  Y  SU  MUERTE.  LOS  SUCESOS  DE 
PIEDRAH1TA  EN  AREQUEPA.  LA  VICTORIA  QUE  ALCANZO  POR  LAS 
DISCORDIAS  QUE  EN  ELLA  HUBO. 


|0  anduvo  menos  bravo  (si  le  durara  más  la  vida)  el  sargento  ma- 


yor Antonio  Carrillo,  que  fué  a  saquear  el  Pueblo  Nuevo  y  las 


demás  ciudades  del  distrito  Collasuyu.  que  en  la  ciudad  de  la 
Paz  en  muy  pocos  días  sacó  de  los  caciques  de  aquella  jurisdicción 
de  los  tributos  que  debían  a  sus  amos,  y  de  otras  cosas,  una  suma  in- 
creíble, como  lo  dice  el  Palentino  por  estas  palabras,  capítulo  cuarenta 
y  nueve.  Prendió  Antonio  Carrillo  los  mayordomos  de  los  vecinos 
y  todos  los  caciques,  y  túvoles  presos  poniéndoles  grandes  temores, 
hasta  que  dieron  todas  las  haciendas  y  tributos  de  sus  amos.  Y  ansí 
desto  como  de  muchos  hoyos  de  barras  de  plata,  que  sacó  del  monas- 
terio del  señor  San  Francisco,  y  de  otras  partes,  ansí  dentro  de  la 
ciudad  como  de  fuera,  en  término  de  cinco  días  que  allí  estuvo,  había 
recogido  y  robado  más  de  quinientos  mil  castellanos  en  oro  y  plata, 
vino  y  otras  cosas.  &c. 

Hasta  aquí  es  de  aquel  autor.  Todo  lo  cual  se  hizo  por  orden  y 
aviso  de  Francisco  Boloña.que  sabía  bien  aquellos  secretos;  y  pasara 
adelante  el  robo  y  saco,  sino  que  el  mismo  denunciador, acusado  de  su 
conciencia  y  por  persuación  de  Juan  \  asquez.  corregidor  de  Chucuito 
lo  restituyó  a  sus  dueños;  con  que  el  y  otros  amigos  suyos  mataron  al 
pobre  Antonio  Carrillo  a  estocadas  y  cuchilladas  que  le  dieron  dentro 
en  su  aposento. y  redujeron  aquella  ciudad  al  servicio  de  su  magestad. 
como  antes  estaba:  así  acabó  el  triste  Antonio  Carrillo.  Al  maese  de 
campo  de  Francisco  Hernández  Cirón,  que  dijimos  que  era  Juan  de 
Piedrahita.  le  fué  mejor  en  la  ciudad  de  Arequepa  que  a  su  sargento 
mayor  Antonio  Carrillo,  por  la  discordia  que  hubo  entre  el  corregidor 
de  Arequepa  y  el  capitán  Oomez  de  Solís.  a  quien  los  oidores  enviaron 
¿i  ella  por  general. para  seguir  por  aquella  parte  la  guerra  contra  Fran- 


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cisco  Hernández  Girón,  de  la  cual  se  enfadó  el  corregidor  muy  mucho, 
porque  le  hicieron  superior  sobre  él.  teniéndose  por  soldado  más  prác- 
tico para  la  guerra  que  Comer  de  Solís. como  lo  refiere  Diego  Hernán- 
dez, capítulo  cincuenta  \  uno  por  estas  palabras:  Partido  que  fué 
Gómez  de  Solís  del  campo  de  su  magestad  llevando  sus  provisiones, y 
por  su  alférez  a  Yicencio  de  Monte,  untes  que  llegase  a  la  ciudad  m 
tuvo  aviso  de  su  Venida,  v  apercibiéronse  mucho  para  le  salir  a  rece- 
bir.  Empero  el  corregidor  Gonzalo  de  Torres  lo  eMorbó,  rnOltfahdfl 
tener  resabio  de  aquel  proveimiento,  diciendo,  que  los  oidores  jamás 
acertaban  a  proveer  cosa  alguna.  Y  ansímismo  publicaba  Gómez  de 
Solís  no  era  capar  para  tal  cargo  como  se  le  había  dado;  y  que  estando 
él  por  corregidor  en  aquella  ciudad  no  se  debía  proveer  otra  persona 
de  todo  el  reino;  por  lo  cual  mostrando  en  público  su  pación,  no  quiso 
ni  consintió  que  le  saliesen  a  recebir,  cVc. 

Hasta  aquí  es  de  Diego  Hernández.  Estando  en  estas  pasiones  y 
bandos  los  de  Arequepa  tuvieron  nueva  de  la  ida  de  Juan  de  Piedra- 
hita,  y  que  llevaba  más  de  ciento  y  cincuenta  hombres, y  que  más  de 
los  ciento  eran  arcabuceros  de  los  famosos  de  Francisco  Hernández 
Por  lo  cual  se  recogieron  todos  en  la  iglesia  mayor,  llevando  sus  mU= 
geres  y  hijos  y  los  muebles  de  sus  casas. y  la  cercaron  toda  en  derredor 
Je  una  pared  alta,  porque  el  enemigo  no  les  entrase,  y  pusieron  los 
pocos  arcabuceros  que  tenían  a  la  boca  de  dos  calles  por  donde  los  ene= 
migos  podían  entrar,  para  que  los  ofendiesen  dende  las  puertas  y 
ventanas  sin  que  los  viesen.  Pero  como  en  tierra  donde  hay  pasión 
y  bando  no  hay  cosa  segura,  tuvo  Piedrahita  aviso  de  la  emboscada 
que  le  tenían  armada,  y  torciendo  su  camino  entró  por  otra  calle, 
hasta  ponerse  en  la  casa  episcopal,  cerca  de  la  iglesia  donde  hubo  al- 
guna pelea,  pero  de  poco  momento.  Entonces  vino  a  ellos  de  parte  de 
Piedrahita  un  religioso  dominico,  y  les  dijo  que  Piedrahita  no  quería 
romper  con  ellos,  sino  que  hubiese  paz  y  amistad,  y  que  los  soldados  de 
una  parte  y  otra  quedasen  libres  para  irse  a  servir  al  rey  o  a  Francisco 
Hernander.y  que  le  diesen  las  armas  que  les  sobrasen.  Gómez  de  Solís 
no  quiso  aceptar  este  partido, por  parecerle  infamia  entregar  las  armas 
al  enemigo,  aunque  fuesen  de  las  que  le  sobrasen;  pero  otro  día  aceptó 
el  partido,  y  aun  rogando,  porque  aquella  noche  le  quemaron  unas 
casas  que  allí  tenía( aunque  él  era  vecino  de  los  Charcas)  y  otras  prin- 
cipales de  la  ciudad:  y  aunque  había  treguas  puestas  por  tres  días, 
los  tiranos  la  quebrantaron,  porque  tuvieron  aviso  que  se  habían 
huido  algunos  de  los  de  Gómez  de  Solís,  y  que  los  que  quedaban  no 
querían  pelear.  Con  esto  se  desvergonzaron  tanto  que  salieron  a  com- 
batir el  fuerte.  Gómez  de  Solís  y  los  vecinos  que  con  él  estaban, 
viendo  que  no  había  quien  pelease,  se  huyeron  como  mejor  pudieron 
y  dejaron  a  Piedrahita  toda  la  hacienda  que  habían  recogido  para  guar- 
della.  la  cual  tomaron  los  enemigos  y  se  volvieron  ricos  y  prósperos 
na  busca  de  su  capitán  general  Francisco  Hernández  Girón;  y  aunque 
en  el  camino  se  le  huyeron  a  Piedrahita  más  de  veinte  soldados,  que 


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de  los  del  mariscal  llevaba  consigo,  no  se  le  dió  nada,  por  la  buena 
presa  de  mucho  oro.  plata,  joyas  y  preseas,  armas  y  caballos,  que  en 
lugar  de  los  huidos  le  quedaba,  y  no  hizo  caso  dellos  porque  eran  de  los 
rendidos. 

Francisco  Hernández  Girón,  que  lo  dejamos  en  el  sitio  de  la  ba- 
talla de  Chuquinca  estuvo  en  el  cercado  mes  y  medio  por  los  muchos 
heridos  que  de  parte  del  mariscal  quedaron.  Al  cabo  deste  largo  tiem- 
po caminó  con  ellos  como  mejor  pudo  hasta  el  valle  de  Antahuaylla, 
con  enojo  que  llevaba  de  los  indios  de  las  provincias  de  los  Charcas, 
por  la  mucha  pesadumbre  que  en  la  batalla  de  Chuquinca  le  dieron, 
que  se  atrevieron  a  pelear  con  los  suyos,  y  les  cargaron  de  mucha  can- 
tidad de  piedras  con  las  hondas,  y  descalabraron  algunos  de  los  de 
Francisco  Hernández.  Por  lo  cual,  luego  que  llegó  a  aquellas  provin- 
cias, mandó  a  sus  soldado  así  negros  como  blancos,  que  saqueasen  los 
pueblos,  y  los  quemasen,  y  talasen  los  campos,  y  hiciesen  todo  el  mal 
y  daño  que  pudiesen.  De  Antahuaylla  envió  por  doña  Mencia  su 
muger.  y  por  la  de  Tomás  \  asquez.  a  las  cuales  hicieron  los  soldados 
solemne  recebimiento :  \  a  la  muger  de  Francisco  Hernández,  llama- 
ban muy  desvergonzadamente,  como  lo  dice  el  Palentino,  reina  del 
Perú.  Estuvieron  pocos  días  en  la  provincia  de  Antahuaylla :  conten- 
táronse con  haberse  satisfecho  del  enojo  que  contra  aquellos  indios 
tenían.  Caminaron  hacia  el  Cosco  porque  supieron  que  el  ejército 
real  caminaba  en  busca  dellos;  pasaron  los  dos  ríos  Amancay  y  Apu- 
rimac  Viendo  Francisco  Hernández  los  pasos  tan  dificultosos  que 
hay  por  aquel  camino,  tan  dispuesto  para  los  defender  y  resistir  a 
los  que  contra  él  fuesen.  Decía  muchas  veces,  que  si  no  hubiera  en- 
viado a  su  maese  de  campo  Juan  de  Piedrahita  con  la  gente  escogida 
que  llevó,  que  esperara,  y  aún  diera  la  batalla  a  los  oidores  en  algún 
paso  fuerte  de  aquellos.  Caminando  Francisco  Hernández  un  día  de 
aquellos,  se  atrevieron  seis  soldados  principales  de  los  del  mariscal 
a  huirse  a  vista  de  todos  los  contrarios,  llevaban  cabalgaduras  esco- 
gidas, y  sus  arcabuces,  y  todos  buen  recaudo  para  ellos.  Salieron  con 
su  pretensión  porque  Francisco  Hernández,  no  quiso  que  fuesen  en 
pos  dellos,  porque  no  se  huyesen  todos:  contentóse  con  que  no  fuesen 
más  de  seis  los  que  le  negaban:  que  al  principio  de  la  revuelta  temió 
que  la  huida  era  de  mucha  gente,  pues  se  hacía  tan  al  descubierto  y 
con  tanto  atrevimiento.  Aquellos  seis  soldados  llegaron  al  campo  de 
su  magestad  y  dieron  aviso  de  como  Francisco  Hernández  iba  al 
Cosco,  y  que  pretenriía  pasar  adelante  al  Collao.  Los  oidores  con  la 
nueva  mandaron  que  el  ejército  caminase  con  diligencia  y  recato,  y 
así  caminaron  aunque  por  las  diferencias  y  pasiones  que  entre  los 
superiores  y  ministros  principales  había,  se  cumplía  mal  y  tarde  lo 
que  al  servicio  de  su  magestad  convenía. 


CAPITULO  XXII 


FRANCISCO  HERNANDEZ  HUYE  DE  ENTRAR   EN   EL  COSCO.   LLEVA  SU 
MUGER  CONSIGO. 


FRANCISCO  1  lernandez  con  todo  su  ejército  pasó  el  rio  de  Apu- 
rimac  por  la  puente  y  dejó  en  guarda  della  un  soldado  llamado 
fulano  de  Valderrábano  con  otros  veinte  en  su  compañía  Dos 
días  después,  no  fiando  de  Valderrábano.  envió  a  Juan  Cavilan  y  que 
Valderrábano  se  volviese  donde  Francisco  Hernández  estaba.  J  uan  Ga- 
vilán quedó  guardando  la  puente. y  dos  días  después  vió  asomar  corre- 
dores del  ejército  de  su  magestad :  y  sin  aguardar  a  ver  qué  gente  era, 
cuánta  y  cómo  venía, quemó  la  puente  y  se  retiró  a  toda  priesa  donde 
estaba  su  capitán  general.  Al  cual  según  lo  dice  el  Palentino,  le  pesó 
mucho  que  la  hubiese  quemado,  y  que  por  ello  trató  ásperamente  de 
palabra  a  Juan  Cavilan,  &'c.  No  sé  que  razón  tuviese  para  ello, porque 
no  habiendo  de  volver  a  pasar  la  puente,  pues  se  iba  retirando,  no 
había  hecho  mal  Juan  Gavilán  en  quemarla,  antes  había  hecho  bien 
en  dar  pesadumbre  y  trabajo  a  sus  contrarios, para  haberla  de  hacer  y 
pasar  por  ella.  Francisco  Hernández  pasó  el  valle  de  Yucay,  por  go- 
zar aunque  pocos  días  de  los  deleites  y  regalos  de  aquel  valle  ameno. 
Su  ejército  caminó  hasta  una  legua  cerca  del  Cosco;  de  allí  rodeó  a 
mano  izquierda  de  como  iba  por  no  entrar  en  aquella  ciudad:  porque 
de  sus  adivinos,  hechiceros,  astrólogos  y  pronosticadores  (que  dió 
mucho  en  tratar  con  ellos),  estaba  Francisco  Hernández  persuadido 
a  que  no  entrase  en  ella,  porque  por  sus  hechicerías  sabían  que  el  po- 
trero que  de  ella  saliese  a  dar  batalla  había  de  ser  vencido;  para  lo 
cual  daban  ejemplos  de  capitanes,  así  indios  en  sus  tiempos,  como  es- 
pañoles en  los  suyos  que  habían  sido  vencidos;  pero  no  decían  los  que 
habían  sido  vencedores,  como  lo  pudiéramos  decir  si  importara  algo. 
En  confirmación  de  lo  cual  escribe  Diego  Hernández  (capítulo  treinta 
y  dos  y  cuarenta  y  cinco)  que  en  ellos  nombra  cuatro  españoles  y  una 
morisca  que  eran  tenidos  por  hechiceros  y  nigrománticos,  y  que 
daban  a  entender  que  tenían  un  familiar  que  les  descubría  lo  que  pa- 
saba en  el  campo  de  su  magestad.  y  lo  que  se  trataba  y  comunicaba 
en  el  campo  de  Francisco  Hernández;  con  lo  cual  dice  que  no  osaban 


—  79  — 


los  suyos  tratar  de  huirse,  ni  de  otra  cosa  en  perjuicio  del  tirano, 
porque  el  diablo  no  se  lo  revelase.  Yo  vi  una  carta  suya  que  se  la  es- 
cribió a  Juan  de  Piedrahita  cuando  había  de  ir  a  Arequepa,  como  atrás 
se  ha  dicho,  y  se  la  envió  al  Cosco,  en  que  le  decía :  vuesa  merced  no 
saldrá  de  esa  ciudad  tal  día  de  la  semana,  sino  tal  día  poique  el  nom- 
bre Juan  no  se  ha  de  escribir  con  V,  sino  con  O.  1  a  este  tono  decía 
otras  cosas  en  la  carta  de  que  no  me  acuerdo  para  poderlas  escribir; 
solo  puedo  afirmar,  que  públicamente  era  notado  de  embaidor  y  em- 
bustero. Y  este  mismo  trato  y  contrato  (como  paga  cierta  de  los  tales) 
le  hizo  perderse  más  aína,  como  adelante  veremos. 

Los  mismos  de  Francisco  Hernández  Girón  que  sabían  estos 
tratos  y  conciertos  que  con  los  hechiceros  tenía,  decían  unos  con  otros 
que  ¿porqué  no  se  valía  de  la  hechicería  y  pronóstico  de  los  indios  de 
aquella  tierra,  pues  tenían  lama  de  grandes  maestros  en  aquellas  dia- 
bólicas artes1  Respondían  que  su  general  no  hacía  cavo  de  las  hechi- 
cerías  de  los  indios,  porque  las  más  del  las  eran  niñerías, antes  que  tra- 
tos ni  contratos  con  el  demonio.  Y  en  parte  tenían  razón,  según  diji- 
mos de  algunas  deltas  en  la  primera  parte  de  estos  Comentarios,  libro 
cuarto  capítulo  diez  y  seis,  sobre  el  mal  agüero  o  bueno  que  tan  de 
veras  tomaban  en  el  palpitar  de  los  ojos,  a  cuya  semejanza  diremos 
otra  adivinación  que  sacaban  del  zumbar  de  los  oídos,  que  lo  apunta- 
mos en  el  dicho  capítulo,  y  lo  diremos  ahora;  y  dános  autoridad  a 
ello  el  confesionario  católico,  que  por  mandado  de  un  sínodo  que  en 
aquel  imperio  hubo,  se  hizo. 

El  cual  entre  otras  advertencias  que  da  a  los  confesores,  dice, 
que  aquellos  indios  tienen  supersticiones  en  la  vista  y  en  los  oídos. 
La  que  tenían  en  los  oídos  es  la  que  se  sigue,  que  yo  la  vi  hacer  a  al- 
gunos dellos;  y  era  que  zumbando  el  oído  derecho,  decían  que  algún 
pariente  o  amigo  hablaba  bien  del;  y  para  saber  quién  era  el  tal 
amigo  (tomándolo  en  la  imaginación)  abanaban  con  el  anhélito  la 
mano  derecha,  y  tan  presto  como  la  apartaban  de  la  boca  la  ponían 
sobre  el  oído;  y  no  cesando  el  zumbido,  tomaban  en  su  imaginación 
otro  amigo,  y  hacían  lo  mismo  que  con  el  primero,  y  así  con  otros  \ 
otros  hasta  que  cesase  el  zumbido,  y  del  postrer  amigo  con  quien  cesa- 
ba el  zumbido,  certificaban  que  aquel  amigo  era  el  que  decía  bien  dél. 

Lo  mismo  en  contra  tenían  del  zumbido  del  oído  siniestro,  que 
decían,  que  algún  enemigo  hablaba  mal  dél;  y  para  saber  quién  era, 
hacían  en  el  dicho  oído  las  mismas  niñerías  que  en  el  pasado,  hasta 
que  cesase  de  zumbar;  y  al  postrero  con  quien  cesaba,  tenían  que 
había  sido  el  maldiciente,  y  se  confirmaba  en  su  enemistad  si  habían 
tenido  alguna  pasión. 

Por  ser  estas  hechicerías  y  otras  que  aquellos  indios  tuvieron  tan 
de  reir.  decían  los  amigos  de  Francisco  Hernández,  que  no  hizo  caso 
dellas  para  valerse  de  aquellos  hechiceros. 

El  tirano  siguiendo  su  camino,  alcanzó  su  ejército  en  un  llano  que 
está  a  las  espaldas  de  la  fortaleza  del  Cosco,  donde  dice  el  Palentino 


—  80- 


que  le  fué  a  visitar  Francisco  Rodríguez  de  Villafuerte,  alcalde  ordi- 
nario de  aquella  ciudad,  a  quien  dijo  Francisco  Hernández  grandes 
maldades  de  los  vecinos  del  Cosco,  y  les  hizo  muchos  fieros,  que  los 
había  de  matar  y  destruir  porque  no  fueron  con  él  en  su  tiranía,  y 
todo  fué  mentir  y  querer  hacer  culpados  a  los  que  no  quisieron  se- 
guirle. De  allí  siguió  su  camino  con  su  ejército  por  cima  de  la  ciudad 
del  Cosco  al  Oriente  della.  como  se  lo  mandaron  sus  hechiceros;  llevó 
consigo  su  muger.  a  pesar  de  sus  suegros,  que  les  dijo  que  no  quería 
dejarla  en  poder  de  sus  enemigos  para  que  se  vengasen  en  ella  de  lo 
que  él  pudiese  haberles  ofendido.  Y  así  pasó  hasta  el  valle  de  Orcos, 
cinco  leguas  de  la  ciudad,  donde  lo  dejaremos  por  decir  lo  que  un  hijo 
de  este  caballero  Francisco  Rodríguez  de  Villafuerte  ha  hecho  conmi- 
go en  España,  sin  habernos  visto,  más  de  comunicarnos  por  nuestras 
cartas. 

Es  su  hijo  segundo :  vino  a  España  a  estudiar,  vive  en  Salamanca 
años  ha,  donde  florece  en  todas  ciencias:  llámase  don  Feliciano  Ro- 
dríguez de  Villafuerte,,  nombre  bien  apropiado  con  su  galano  ingenio. 
Este  año  de  seiscientos  y  once  al  principio  del,  me  hizo  merced  de  un 
retablo  pequeño  tan  ancho  y  largo  como  un  medio  pliego  de  papel, 
lleno  de  reliquias  santas,  cada  una  con  su  título,  y  entre  ellas  un  poco 
de  Lignum  Crucis,  todo  cubierto  con  una  vidriera  y  guarnecido  de 
madera  por  todas  las  cuatro  partes,  muy  bien  labrado  y  dorado  a  las 
maravillas,  que  hay  bien  que  mirar  con  él.  Con  el  relicario  me  envió 
dos  relojes  hechos  de  su  mano,  uno  de  sol  como  los  ordinarios  con  su 
aguja  del  Norte,  y  su  sombra  para  ver  por  ella  las  sombras  del  día. 
El  otro  relox  es  de  la  luna  galamente  obrado,  en  toda  perfección  de  la 
astrología,  en  su  movimiento  circular  repartido  en  veinte  y  nueve 
partes, que  son  los  días  de  la  luna.  Tiene  la  figura  de  la  misma  luna  con 
su  creciente  y  menguante,  conjunción  y  llena:  todo  lo  cual  se  ve  muy 
claro  en  el  movimiento  que  tiene  hecho  circular  para  que  por  él  le 
muevan.  Tiene  su  sombra  para  ver  por  ella  las  sombras  de  la  noche 
poniéndolo  conforme  a  la  edad  de  la  luna.  Tiene  otras  cosas  que  por 
no  saber  dallas  a  entender,  las  dejo  de  escrebir.  Todo  lo  cual  es  hecho 
por  sus  propias  manos  sin  ayuda  agena.  así  lo  que  es  material  como  lo 
que  es  de  ciencia  ;  y  que  ha  dado  bien  que  admirar  a  los  hombres  cu- 
riosos que  han  visto  lo  uno  y  lo  otro.e  yo  me  he  llenado  de  vanagloria 
de  ver  que  un  hombre  nacido  en  mi  tierra  y  en  mi  ciudad,  haga  obras 
tan  galanas  y  tan  ingeniosas  que  admiren  a  muchos  de  los  de  acá;  lo 
cual  es  prueba  del  galano  ingenio  y  mucha  habilidad,  que  los  natura- 
les del  Perú,  así  mestizos  como  criollos,  tienen  para  todas  ciencias  y 
artes,  como  atrás  lo  dejamos  apuntado  con  la  autoridad  de  nuestro 
preceptor  y  maestro  el  licenciado  Juan  de  Cuellar.  canónigo  que  fué 
de  la  santa  iglesia  del  Cosco,  que  leyó  gramática  en  aquella  ciudad, 
aunque  breve  tiempo.  Sea  Dios  nuestro  Señor  loado  por  todo.  Amen. 
V  con  tanto,  nos  volveremos  al  Perú  a  decir  lo  que  el  ejército  de  su 
magestad  hizo  en  su  viage,  que  lo  dejamos  en  la  ciudad  de  Huamanca. 


CAPI  r LLO  xxiri 


BL  EJERCITO  REAL  PASA  LL  RIO  Di    VMANGA1   Y  I  I    DE     U'l'RIMAC  CON 
FACILIDAD,  LO  QUE  NO  SE  ESPERABA    SUS  CORREDORES  LLEGAN  A 
L  A  CIUDAD  T)bL  COSCO. 


EL  ejército  Je  su  rnagestad  salió  de  Hiiarhanca  en  seguimiento  de 
Francisco  Hernández  Giron,porque  supo  que  iha  camino  del  Coi- 
co; caminaba  con  mucho  recato  con  sus  corredores-  delante  Pasó 
el  río  de  \mancay  por  c!  vado,  y  para  la  gente  de  a  pie  y  !a  artillería 
hicieron  la  puente,  que  allí  es  fácil  porque  en  aquella  pane  es  angosto 
el  río;  en  el  cual  acaeció  una  desgracia  que  lastimó  mucho  a  todos 
Y  fué  que  el  capitán  Antonio  Luján, habiéndolo  pasado.se  puso  a  beber 
con  las  manos  del  agua  del  río,  y  al  tiempo  de  levantarse  se  deslizaron 
ambos  pies  de  la  peña  en  que  se  había  puesto,  y  cayó  Je  espaldas  y 
dió  con  el  colodrillo  JonJe  tenía  lo  piés.  y  Je  allí  en  el  río  JonJe  riunca 
más  pareció,  aunque  hicieron  toja  la  Jiligencia  posible  por  sacarle. 
Una  cota  que  llevaba  puesta,  llevaron  los  inJios  JenJe  a  Jos  años 
al  Cosco,  sienJo  corregiJor  mi  paJre  en  aquella  ciudad.  La  compañía 
del  capitán  Lujan  que  era  de  arcabuceros  dieron  a  Juan  Ramón, 
aunque  perdió  la  suya  en  Chuquinca. 

Con  esta  desgracia  llegó  el  ejército  al  rio  Apurimac.  y  supo  que 
uno  de  los  corredores  llamado  Francisco  \lenacho  que  se  había  ade- 
lantado con  otros  cuarenta  compañeros,  como  soldado  bravo  y  teme- 
rario, sin  haber  habido  antes  de  él  quien  se  hubiese  atrevido  a  pasar 
el  rio,  se  había  arrojado  a  él  por  el  sitio  que  ahora  llaman  el  vado,  y 
lo  había  pasaJo  sin  peligro  alguno,  y  que  así  lo  había  hecho  otras  I  res 
o  cuatro  veces,  entre  tanto  que  llegaba  allí  el  campo  Je  su  magestaJ. 
Con  esta  nueva  aunque  temerosa,  se  atrevió  a  pasarlo  tojo  el  ejército 
por  no  estar  JeteniJo  en  tan  mal  puesto  mientras  hacían  la  puente, 
que  se  perJia  mucho  tiempo;  y  para  más  según  Ja  J  Je  los  peones, 
indios  Je  carga,  y  Je  los  que  llevaban  e!  artillería,  que  la  llevaban  a 
cuestas  pusieron  la  caballería  por  tod'>  c!  rio  adelante  en  quien  quebresa 


—  82  — 


la  furia  de  su  corriente;  y  por  las  espaldas  de  la  caballería  pasó  la  in- 
fantería hasta  los  indios  cargados,  y  la  artillería  que  la  llevaban  en 
hombros,  y  todos  pasaron  tan  sin  peligro  como  lo  dice  el  Palentino, 
capítulo  cincuenta.  Y  es  mucho  de  estimar  la  merced  que  Dios  nues- 
tro señor  les  hizo  aquel  día  en  facilitarles  aquel  paso  tan  peligroso, 
que  aunque  entonces  lo  pasó  todo  un  ejercito,  después  acá  no  se  atre- 
vido nadie  a  pasarlo.  Luego  caminaron  por  aquella  cuesta  tan  áspera 
con  mucho  trabajo  y  dificultad  por  la  aspereza  del  camino.  Llegaron 
el  segundo  día  a  Rimactampu,  siete  leguas  de  la  ciudad.  De  allí  pasa- 
ion  adelante  la  misma  noche,  que  llegaron  con  mucha  pesadumbre 
de  los  ministros  del  ejercito,  porque  casi  siempre  en  lo  que  convenía 
mandar  y  ordenar  que  hiciese  el  ejército,  se  mostraba  la  pasión  y 
bando  que  entre  ellos  había;  unos  en  mandar  y  otros  en  desmandar; 
y  esto  lo  causó  entonces  que  los  corredores  de!  ejército  de  su  mages- 
tad  y  los  de  Francisco  Hernández  caminaban  siempre  a  vista  unos  de 
otros,  y  el  tirano  tenía  cuidado  de  remudar  'os  suyos  a  menudo. por- 
que no  pareciese  que  iba  huyendo  sino  que  caminaba  a  su  gusto  y 
pl  ;ccr.  Así  llegó  el  ejército  a  Sacsahuana.  cuatro  leguas  de  la  ciudad; 
de  allí  quisieron  ser  corredores  del  campo  los  vecinos  del  Cosco,  por 
visitar  sus  casas,  mugeres  y  hijos;  llegaron  a  medio  día,  y  aquella 
mañana  había  salido  de  ella  el  teniente  general  licenciado  Alvarado. 
Los  vecinos  no  quisieron  dormir  la  noche  siguiente  en  sus  casas,  per- 
qué el  enemigo  no  revolviese  sobre  ellos  y  los  hallase  divididos;  jun- 
táronse todos  con  los  pocos  soldados  que  llevaron,  en  las  casas  que 
eran  de  Juan  de  Paneorvo,  que  son  fuertes, y  no  tienen  por  donde  en- 
trarle sino  por  la  puerta  principal  de  la  calle.  En  ella  hicieron  un  re- 
paro con  adobes  que  salía  siete  o  ocho  pasos  fuera  de  la  puerta.  Lli- 
cicron  sus  troneras  para  tirar  sobre  ellas  con  sus  arcabuces  a  los  que 
les  arremetiesen,  por  tres  calles  que  van  a  dar  a  la  puerta,  la  una  por 
derecho  y  las  dos  por  los  lados.  Allí  estuvieron  seguros  toda  la  noche 
con  sus  centinelas  puestas  por  las  calles  que  iban  a  dar  a  la  casa.  Y  yo 
estuve  con  ellos  y  hice  tres  o  cuatro  recaudos  a  casas  donde  me  en- 
viaban sus  dueños,  y  en  esto  gasté  la  noche. 

Id  día  siguiente. estando  yo  en  un  corredor  de  la  casa  de  mi  padre 
a  las  tres  de  la  tardé,  vi  entrar  por  la  puerta  de  la  calle  a  Pero  Her- 
nández el  leal,  en  su  caballo  Pajarillo,  y  sin  hablarle  entré  corriendo 
al  aposento  de  Garciláso,  mi  señor,  a  darle  ta  buena  nueva.  El  cual 
salió  a  priesa,  y  abrazó  a  Pero  Hernández  con  grandísimo  regocijo  de 
ambos.  El  cual  elijo  que  el  día  antes  caminando  el  ejército  del  tirano 
poco  más  de  una  legua  de  la  ciudad,  se  apartó  dellos  fingiendo  nece- 
sidad, y  se  entró  por  entre  unas  peñas  que  hay  a  mano  izquierda  del 
cimino,  y  que  encubriéndose  con  ellas  subió  por  aquella  sierra  hasta 
alejarse  de  los  enemigos  \  que  desta  manera  escapó  dellos.  Después 
fué  cón  un  padre  en  el  ejército  de  su  magestad,  y  sirvió  en  aquella 
guerra  hasta  que  se  acabó,  y  volvió  con  Garciláso,  mi  señor,  al  Cosco; 
de  todo  lo  cual  soy  testigo  de  vista,  \  como  tal  lo  digo. 


CAPITULO  XXIY 


EL  CAMPO  DE  SU  MAGESTAD  ENTRA  EN  EL  COSCO  Y  PASA  ADELANTE. 
DASE  CUENTA  DE  COMO  LLEVABAN  LOS  INDIOS  LA  ARTILLERIA 
A  CUESTAS.  LLECA  PARTE  DE  LA  MUNICION  AL  EJERCITO  REAL. 


f\  tercero  día  de  comg  entraron  los  vecinos  en  la  ciudad,  entró  el 
/j  campo  desu  magestad,  cada  compañía  por  su  orden.  Armaron  su 
escuadrón  de  infantería  en  la  plaza  principal;  les  caballeros  esca- 
ramuzaron con  los  infantes  con  muy  buen  orden  militar,  donde 
hubo  mucha  arcabucería  muy  bien  ordenada;  que  les  soldados  esta- 
ban diestros  en  todo  lo  que  convenía  a  su  milicia:  y  aunque  el  Palen- 
tino, capítulo  cincuenta,  dice  que  al  pasar  por  la  plaza  don  Felipe  de 
Mendoza,  que  era  capitán  de  la  artillería, jugó  con  toda  ella,  y  que  la 
gente  dió  vuelta  en  contorno  de  la  plaza,  salvando  siempre  galana- 
mente los  arcabuceros. 

En  este  paso  le  engañaron  sus  relatores  como  en  otros,  que  he- 
mos apuntado  y  apuntaremos  adelante;  porque  la  artillería  no  iba 
por  usar  della  a  cada  paso  ni  a  cada  repique,  porque  no  caminaba  en 
sus  carretones,  sino  cjue  los  indios,  como  lo  hemos  dicho,  llevaban  lo 
uno  y  lo  otro  a  cuestas, que  para  solo  llevar  sus  artillería  y  carretones, 
iban  señalados  diez  mil  indios,  que  todos  ellos  eran  menester  para 
llevar  once  piezas  de  artillería  gruesa.  Y  para  que  se  sepa  cómo  la 
llevaban,  lo  diremos  aquí;  que  aquel  día  que  entraron  en  el  Cosco, 
yo  me  hallé  en  la  plaza  y  los  vi  entrar  dende  el  primero  hasta  el  pos- 
trero. k 

Cada  pieza  de  artillería  llevaban  atada  a  una  viga  gruesa  de  más 
de  .cuarenta  pies  de  largo.  A  la  viga  atravesaban  otros  palos  grue- 
sos como  <:1  brazo;  iban  atados  espacios  de  dos  pies  unos  de  otros,  y 
salían  estos  palos  como  media  braza  en  largo  a  cada  lado  de  lu  viga 
Debajo  de  cada  palo  destos  entraban  dos  indios,  uno. al  un  lado  y 
otro  al  otro,  al  modo  de  los  palanquines  de  España.  Recibían  la  carga 
tobre  Id  cerviz,  donde  llevaban  puesta  su  defensa  para  crae  !o$  palo.; 


-t}4- 


con  el  peso  de  la  carga  no  les  lastimasen  tanlo.  y  a  cada  doscientos 
pasos  se  remudaban  los  indios,  porque  no  podían  sufrir  la  carga  más 
trecho  de  camino.  Ahora  es  de  considerar  con  cuanto  afán  y  trabajo 
Caminarían  los  pobres  indios  con  cargas  tan  grandes  y  tan  pesadas, 
y  por  caminos  tan  ásperos  y  dificultosos  como  los  hay  en  aquella  mi 
(ierra,  que  ha\  cuestas,  de  dos,  tres  leguas  de  subida  y  bajada:  que 
mtichus  españoles  vi  yo  caminando  que  por  no  fatigar  tanto  sus  cabal- 
gaduras se  apeaban  dellas,  principalmente  al  bajai  de  la  cuestas, 
que  muchas  dellas  son  tan  derechas  que  les  conviene  a  los  caminantes 
hacer  esto,  porque  las  sillar  se  le  van  a  los  cuellos  ele  las  cabalgaduras, 
\  n<  i  bastan  los  guruperas  a  defenderlas,  e|uc  las  más  Jellas  se  quiebran 
por  aquellos  caminos.  Esto  es  desde  QuitU  hasta  el  Cosco,  donde 
ha\  quinientas  leguas  de  camino,  pero  del  Cosco  a  los  Charcas  es 
tierra  llana  y  se  camina  con  menos  trabajo.  Por  lo  cual  se  puede  en- 
tender, que  lo  que  el  Palentino  dice  que  <il  pasar  de  la  piara  don  Fe- 
lipe de  Mendoza  jugó  con  toda  la  artillería,  fué  más  por  afeitar,  com- 
pone! >  hermosear  su  historia  que  no  porque  pasó  asi.  sino  como  lu 
hemos  dicho. 

El  ejército  de  su  magestad  paso  una  legua  de  la  ciudad,  donde 
Cst  uvo  cinco  días  aprestando  lo  que  era  menester  para  pasar  adelante, 
principalmente  el  bastimento,  que  lo  proveían  los  indios  ele  aquella 
comarca,  y  hacer  el  herrage,  que  llevaba  mucha  necesidad  del,  y  fué 
menester  todo  aquel  tiempo  para  juntar  lo  uno  y  labrar  lo  otro;  y  no 
por  lo  une  aquel  autor  dice,  capítulo  cincuenta,  por  cst  as  palabras. 
Estuvo  el  campo  en  las  salinas  cinco  o  seis  días, esperando  indios  para 
aviar  la  gente,  y  al  fin  se  partió  el  campo  sin  ellos,  más  antes  huyeron 
algunos  de  los  que  antes  llevaba  la  gente.de  aquellos  e|ue  eran  de  repar- 
timiento de  los  vecinos  del  Cosco  y  sospechóse  y  aún  túvose  por  cierto 
que  los  mismos  vecinos  sus  amos  los  hacían  huir,  cve. 

Mucho  me  pesa  de  topar  semejantes  pasos  en  aquella  historia 
que  arguyen  pasión  del  autor  u  del  que  le  daba  la  relación,  particu- 
larmente contra  los  vecinos  del  Cosco,  que  siempre  los  hace  culpados 
en  cosas  que  ellos  no  imaginaron,  como  en  este  paso  y  en  otros  seme- 
jantes. Que  a  los  vecinos  mejor  les  estaba  dar  priesa  a  que  el  ejército 
pasase  adelante,  que  no  estorbarle  su  camino  con  mandar  que  los  in- 
dios se  huyesen;  porque  era  en  daño  y  perjuicio  de  los  mismos  vecinos, 
que  estando  el  ejército  tan  cerca*-  de  la  ciudad,  recibían  molestias  y 
agravios  en  sus  casas  y  heredades.  Y  el  mismo  autor  parece  que  se 
contradice,  que  habiendo  dicho  que  esperaba  el  ejército  indios  de 
carga,  y  que  de  los  que  traían  se  le  huyeron  algunos,  dice,  al  fin  se 
partió  el  campo  sin  ellos.  Luego  no  los  había  menester,  pues  pudo 
caminar  sin  que  viniesen  lus  ejue  esperaban.  Lo  que  pasó  fué  lo  que 
hemos  dicho,  >  lo  que  el  autor  dice,  que  los  mismos  vecinos  sus  amos 
los  hacían  huir,  fué  que  despidieron  muchos  indios  de  carga;  porque 
Je  allí  adelante  por  ser  la  tierra  llana,  sin  cuestas  ni  barrancos,  se 
ca^-n^nujpa  Con  más  facilidad  y  menos  pesadumbre,  y  así  no  fueron 


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menester  tantos  indios  como  hasta  allí  traían.  El  ejército,  pasados  los 
cinco  días,  salió  de  aquel  sitio  caminando  siempre  con  buena  orden, 
y  apercibida  la  gente  para  sí  fuesen  menester  pelear;  porque  iba  con 
sospecha  y  recelo  «¡  el  tirano  esperaría  para  dar  batalla  en  tres  pasos 
estrechos  que  hay  hasta  llegar  a  Quequesana.  Más  el  enemigo  no  ima- 
ginaba tal,  y  así  caminó  sin  pesadumbre  alguna  hasta  llegar  al  pueblo 
que  llaman  Pucará,  cuarenta  leguas  del  Cosco,  sirviéndose  de  sus  sol- 
dados los  negros,  los  cuales  apartándose  a  una  mano  y  a  otra  del  ca- 
mino real. le  traían  cuanto  ganado  y  bastimento  había  por  la  ermarca, 
y  el  ejército  real  caminaba  con  necesidad, porque  le  llevaban  la  comi- 
da de  lejas  tierras,  por  estar  saqueados  los  pueblos  que  hallaban  por 
delante.  Por  el  camino  no  dejaban  de  encontrarse  los  corredores  de! 
un  campo  y  del  otro,  aunque^ no  llegaron  a  pelear.  Pero  los  del  rey 
supieron  que  Francisco  Hernández  los  esperaba  en  Pucará  para  dar- 
les allí  la  batalla.  Por  aquel  camino  no  faltaron  traidores  de  la  una 
parte  y  de  la  otra,  que  de  los  del  rey  se  huyeron  algunos  soldados  al 
tirano,  y  del  tirano  otros  a  los  del  rey.  Los  oidores  enviaron  del  ca- 
mino un  personaje  que  volviese  atrás  por  la  munición  de  pólvora, 
mecha  y  plomo  que  habían  dejado  en  Antahuaylla,  porque  los  que 
allí  habían  quedado  para  llevarla,  habían  sido  negligentes  en  cami- 
nar; pero  con  solicitud  y  diligencia  que  puso  Pedro  de  Cianea,  que 
fue  el  comisario  a  darle  priesa,  llegó  al  real  parte  de  la  munición  un 
día  antes  de  la  batalla. que  se  estimó  en  muy  mucho,  y  dió  gran  con- 
tento a  todo  el  ejército,  porque  estaba  con  falta  della. 


CAPITULO  XXV 


Fl.  CAMPO  DE  SU  MAGÉSTAD  LLEGA  DONDE  EL  ENE-MIGO  ESTA  FORTIFI- 
CADO. ALOJASE  EN  UN  LLANO  Y  SE  FORTIFICA.  HAY  ESCARAMUZAS 
Y  MALOS  SUCESOS  h\  Los  DE  LA  PARTE  REAL. 


EN  este  camino  supieron  los  oidores  la  pérdida  de  Comer  de  Solís 
en  Arequepa,  de  que  recibieron  mucha  pesadumbre;  pero  tío 
pudiendo  remediarla  disimularon  su  enojo  como  mejor  supieron  y 
siguieron  su  camino  hasta  Pucará,  Junde  el  enemigo  estaba  alojado 
con  mucha  ventaja;  porque  el  sitió  era  tan  fuerte  que  no  podían  aco- 
meterle por  pane  alguna,  que  todo  él  estaba  rodeado  de  una  siena 
áspera  y  dificultosa  de  andar  por  ella,  que  parecía  muro  fuerte  hecho 
a  mano;  y  la  entrada  Jel  Sitio  era  por  luí  callejón  estrecho  que  iba 
dando  vueltas  a  una  mano  y  a  otra.  El  sitio  allá  dentro  era  muy  gran- 
de, capar  de  la  gente  y  cabalgaduras  que  tenía, y  de  otra  mucha  más, 
donde  tenían  su  bastimento  y  munición  en  gran  abundancia,  como 
gente  que  había  alcanzado  y  gozado  de  una  de  las  mayores  victorias 
que  en  aquel  imperio  ha  habido,  que  fué  la  de  Chuquinca.  Y  los  sol- 
dados etíopes  traían  cada  día  cuanto  hallaban  por  toda  aquella  co- 
marca. \  *MI 

El  campo  de  su  magestad  estaba  en  contra,  en  un  campo  raso  de 
todas  partes,  sin  fortaleza  \ilguna  que  le  amparase,  con  pocos  basti- 
mentos y  menos  munición  como  se  ha  dicho;  más  con  todo  eso  por 
no  estar  tan  descubiertos,  se  fortificaron  lo  mejor  que  pudieron. 
Echaron  unas  cercas  de  tapias  a  todo  e!  real  que  daba  hasta  los  pe- 
chos, que  como  llevaban  tantos  indios  con  las  cargas  y  con  la  artillería 
servían  de  gastadores  cuando  era  menester.  Hicieron  en  breve 
tiempo  la  cerca  (aunque  tan  grande)  que  abrazaba  todo  el  ejército. 
Francisco  Hernández  viendo  alojado  el  ejército  de  su  magestad,  puso 
su  artillería  en  lo  alto  del  cerro  que  tenía  delante  de  su  campo  para 
ofenderle  con  ella,  y  así  lo  hacía,  que  por  inquietar  a  los  oidores  y  a 
todos  los  suyos  no  cesaba  de  día  ni  de  noche  de  jugar  y  tirar  con  ella. 


—  87  — 


y  metía  cuantas  balas  quería  en  el  campo  real;  y  muchas  veces  por 
bizarría  y  vanagloria  tiraba  por  alto  a  tira  más  tira,  y  pasaban  las 
pelotas  de  la  otra  parte  del  ejército  en  mucha  distancia  de  tierra; 
pero  ni  las  unas  ni  las  otras  hicieron  daño,  ni  en  la  gente  ni  en  las 
cabalgaduras,  que  parecían  pelotas  de  viento,  que  iban  dando  saltos 
por  todo  el  campo.  Túvose  a  misterio  divino  que  lo  que  estaba  dedi- 
cado a  su  servicio,  como  eran  las  campanas  de  que  se  hicieron  aquellos 
tiros,  no  permitiese  que  hiciesen  daño  a  los  que  en  aquel  particular  no 
le  habían  ofendido,  y  esto  se  notó  por  los  hombres  bien  considerados 
que  en  el  un  campo  y  en  el  otro  había.  Alojados  los  dos  ejércitos  el 
uno  a  vista  del  otro,  luego  procuraron  los  capitanes  y  soldados  famo- 
sos de  ambos  bandos  mostrar  cada  cual  su  valentía.  En  las  primeras 
escaramuzas  murieron  dos  soldados  principales  de  la  parte  del  rey,  y 
otros  cinco  o  seis  no  tales  se  pasaron  a  Francisco  Hernández  y  le  dieron 
cuenta  de  todo  lo  que  en  el  ejército  real  había,  y  le  dijeron  que  pocos 
«-lías  antes  que  llegasen  a  Pucará,  había  pretendido  el  general  Pablo 
de  Metieses  dejar  el  oficio:  porque  por  las  diferencias  y  bandos  que 
había  entre  los  ministros  dél,  no  obedecían  lo  que  él  mandaba;  antes 
lo  contradecían,  y  que  no  quería  cargo  .aunque  tan  honroso  con  carga 
tan  pesada.  Y  que  el  doctor  Saravia  le  había  persuadido  que  no  pre- 
tendiese tal  cosa,  que  antes  era  perder  honra  que  ganar  reputación. 
De  lo  cual  holgaron  mucho  Francisco  Hernández  y  todos  los  suyos,  es- 
perando que  la  discordia  agena  les  había  de  ser  muy  favorable  hasta 
darles  la  victoria. 

En  aquellas  escaramuzas  se  dijeron  algunos  dichos  graciosos  en- 
tre los  soldados  de  la  tina  parte  y  de  la  otra, como  lo  escribe  Diego  Her- 
nández, que  por  ser  dichos  de  soldados  me  pareció  poner  aquí  algunos 
dellos,  sacados  a  la  letra  del  capítulo  cincuenta  y  uno.  declarando  lo 
que  el  autor  dejó  confuso,  para  que  se  entienda  mejor  que  es  lo  que  se 
sigue. 

Y  como  a  estas  escaramuzas  salían  algunos  de  la  una  parte  que 
tenían  amigos  de  la  otra,  siempre  se  platicaban  y  hablaban. asegurán- 
dose de  no  se  hacer  daño  los  unos  a  los  otros.  Scinio  Ferrara,  que  era 
del  rey.  habló  a  Pavía,  que  habían  sido  los  dos  criados  del  buen  viso- 
rey  don  Antonio  de  Mendoza  y  atrayendo  Scipio  a  Pavía  con  palabras 
persuasorias  al  servicio  del  rey,  dijo  Pavia ;  que  de  buena  guerra  le  ha- 
bían ganado,  y  que  así  de  buena  guerra  le  habían  de  volver  a  ganar.  &. 

Dijo  esto  Pavia  porque  en  la  batalla  de  Chuquinca  le  rindieron 
los  tiranos,  \  el  se  halló  bien  con  ellos,  y  por  no  negarles  dijo:  que  de 
buena  guerra  le  habían  ganado,  y  que  así  de  buena  guerra  le  habían 
de  volver  a  ganar.  También  dice:  el  capitán  Rodrigo  Niño  habló  con 
Juan  de  Piedrahita.  y  persuadiéndole  para  que  viniese  al  servicio  del 
rey.  ofreciéndole  de  parte  de  la  audiencia  mucha  gratificación,  le  res- 
pondió: que  ya  él  sabía  las  mercedes  que  los  oidores  hacían,  y  que  si 
otra  vez  se  había  de  volver  a  armar,  que  ahora  la  tenía  bien  enta- 
blada. &C 


—  88  — 


Esto  dijo  Piedrahita,  porque  él  y  otros  aficionados  a  Francisco 
Hernández  Girón  estaban  enhechizados  con  las  mentiras  que  sus  he- 
chiceros les  decían,  que  habían  de  vencer  a  los  del  rey ;  pero  pocos  días 
después  mudó  parecer  como  adelante  se  verá.  Prosiguiendo  el  autor 
dice:  asimismo  se  hablaron  Diego  Méndez,  y  Hernando  Guillada,  y 
el  capitán  Ruibarba.  con  Bcrnardino  de  Robles  su  yerno.  Y  viendo 
los  oidores  que  de  estas  pláticas  no  resultaba  fruto  alguno,  diose  bando 
que  ninguno  so  pena  de  la  vida  hablase  con  los  enemigos.  Habíase 
concertado  entre  el  capitán  Ruibarba  y  Bernardino  de  Robles  que 
para  otro  día  se  hablasen  dándose  contraseñas  que  fuesen  conocidas, 
que  fué  llevar  capas  de  grana,  y  así  salieron.  Y  teniendo  Bernardino 
de  Robles  prevenidos  diez  o  doce  capitanes  y  soldados,  engañosamente 
lo  prendió  y  llevó  a  Francisco  Hernández,  diciendo  públicamente  que 
se  había  pasado  de  su  voluntad. 

Lo  cual  oyendo  Ruibarba  dijo,  que  cualquiera  que  dijese  que  él 
l!c  su  voluntad  se  venía,  no  decía  verdad  en  ello,  y  que  él  se  lo  haría 
hueno  a  pie  o  a  caballo, dándole  por  ello  licencia  Francisco  Hernández; 
salvo  que  su  yerno  Robles  le  había  prendido  con  engaño  Francisco 
Hernández  se  holgó  mucho  de  su  venida,  y  fuése  con  él  a  doña  Mencia, 
y  Jijóle :  Ved.  señora,  que  buen  prisionero  os  traigo,  mirad  bien  por 
el,  que  a  vos  le  doy  en  guarda.  Doña  Mencia  dijo:  que  era  bien  con- 
tenta, y  que  así  lo  haría.  Después  desto  habiendo  salido  al  campo. 
Raudona,  habló  con  Juan  de  lllanes.  sargento  mayor  de  Francisco 
Hernández:  y  creyendo  e!  Raudona  cogerle  a  carrera  de  caballo,  arre- 
metió para  él.  Y  a  causa  de  traer  el  caballo  mal  concertado,  le  tomaron 
preso.  Y  en  el  camino  dijo  a  los  que  le  llevaban:  que  había  prometido 
a  los  oidores  de  ño  volver  sin  presa  de  uno  de  los  principales,  y  que 
por  eso  hahía  arremetido  con  el  sargento  mayor.  De  que  fué  tanto  el 
enojo  que  hubieron  algunos  de  los  más  prendados,  que  decían:  que 
si  no  le  mataban  no  habían  de  pelear:  porque  semejantes  prctensores 
como  aquel  \  tan  desvergonzado  no  era  bien  dejarlos  con  la  vida.  E 
ansí  luego  le  pusieron  en  toldo  del  licenciado  Alvarado,  y  le  mandaron 
confesar,  guardando  el  toldo  Alonso  Gonzales  para  que  si  Francisco 
I  lernandez  o  su  embalada  viniese,  matarle  primero  que  llegase.  El 
licenciado  Toledo  alcalde  mayor  de  Francisco  Hernández,  y  el  capi- 
tán Ruibarba  rogaron  a  Francisco  I  lernandez  por  la  vicia  de  Raudona  ; 
\  él  dió  sus  nuantes  para  ello  V  como  Alonso  Gonzales  vió  venir  el 
recaudo,  entró  dentro  del  toldo,  v  dijo  al  clérigo  acaba,  padre,  de 
absolverle,  si  no  así  se  habrá  de  ir  Por  lo  cual  apresurando  el  clérigo 
la  absolución,  luego  Alonso  Gonzales  le  cortó  la  cabeza  con  un  gran 
cuchillo  que  traía  Lo  cual  hecho  salióse  del  toldó  diciendo:  ya  yo 
hice  que  el  señor  marquesoic  cumpla  su  palabra;  porque  él  prometió 
llevar  una  cabeza,  o  dejar  la  suya,  \  ansí  lo  cumplió.  II  diciendo  esto, 
le  hizo  sacar  fuera  del  toldo  que  cierto  hizo  lástima  de  muchos  que 
allí  estaban  \  mucho  más  en  el  campo  del  rey  cuando  supieron  su 
muerte,  8¿c 


—  &)  — 


Raudona,  decimos  que  era  un  soldado  que  presumía  más  de  va- 
liente que  de  discreto.  Tenía  un  buen  caballo  si  le  tratara  como  era 
menester;  pero  traíalo  por  mostrar  su  destreza  tan  acosado,  que  en 
todo  el  día  no  le  dejaba  holgar  una  hora  con  carreras  y  corvetas;  y 
así  cuando  lo  hubo  menester,  le  faltó  por  mal  concertado,  como  lo 
dice  el  Palentino.  Y  su  buena  discreción  la  mostró  en  decir  a  sus  ami- 
gos que  había  prometido  a  los  oidores  no  volver  sin  presa;  lo  cual  le 
causó  la  muerte  por  la  mucha  crueldad  de  Alonso  Gomales,  el  ver- 
dugo mayor.  El  autor  pasa  adelante  diciendo:  enviaron  en  esta  sazón 
los  oidores  algunos  perdones  para  particulares,  los  cuales  se  enviaban 
con  negros  y  con  yanaconas,  que  a  la  continúan  iban  y  venían  del  un 
campo  al  otro,  y  todos  vinieron  a  poder  de  Francisco  Hernández,  que 
los  hacía  luego  pregonar  públicamente,  diciendo:  tanto  dan  por  los 
perdones.  Y  no  contento  con  esto,  hizo  a  los  que  lo  llevaron  cortar  las 
manos  y  narices;  y  ponérselas  al  cuello;  y  desta  suerte  les  tornaba  a 
enviar  al  campo  del  rey.  Hasta  aquí  e^  de  aquel  autor  con  que  acaba 
el  capítulo  alegado. 


CAPITULO  XXVJ 


i  W  II  I  AS  DE  M  ALOS  SOLDADOS.  PIEDRA]  UTA  DA  ARMA  AL  EJERCITO 
REAL.  FRANCISCO  HERNANDEZ  DETERMINA  DAR  BATALLA  \  LOS 
OIDORES,  Y  i  A  I>REVENCION  DELLOS. 


ON  estas  desvergüenzas  y  desacatos  a  la  magestad  real,  estuvo 


Francisco  Hernández  en  Pucará  los  días  que  allí  paró,  que  en  las 


escaramuzas  que  en  cada  día  y  en  cada  hora  se  hacían,  siempre 
ganaba  gente  y  caballos,  porque  muchos  soldados  bulliciosos  y  revol- 
tosos, jugando  a  dos  manos,  se  hacían  perdedizos,  que  en  las  escara- 
muras  (dando  a  entender  que  iban  a  pelear)  arremetían  con  los  ene 
migos,  y  viéndose  entre  ellos,  decían:  yo  me  paso  a  vosotros,  yo  me 
rindo,  y  entregaban  las  armas,  y  se  dejaban  llevar  presos  con  astucia 
y  cautela,  para  si  los  del  rey  venciesen  decir:  que  los  tiranos  lo  habían 
rendido  y  preso,  y  así  venciese,  el  tirano,  alegar  que  ellos  le  habían 
pasado  y  ayudado  a  ganar  la  victoria  y  la  tierra.  Sintiendo  algo  clesto 
los  oidores,  mandaron  cesar  las  escaramuzas  que  no  las  hubieren,  ni 
que  los  soldados  de  la  una  parte  se  hablasen  con  los  de  la  otra,  por 
parientes  o  amigos  que  fuesen:  porque  nunca  se  vio  buen  suceso  de 
las  tales  pláticas.  Viendo  Francisco  Hernández  que  las  escaramuzas  y 
las  pláticas  de  los  soldados  cesaban,  por  irritar  al  enemigo  envió  una 
noche  de  aquellas  a  su  maese  de  campo  y  capitán  Juan  de  Piedrahita. 
que  fuese  a  dar  una  arma  al  campo  de  su  magestad  con  ochenta  arca- 
buceros que  llevase  consigo,  y  que  viese  y  notase  con  qué  cuidado  o 
descuido  estaban  los  del  rey  para  darles  otras  muchas  armas  cada  no- 
che, y  desvelarlos  hasta  cansarlos  o  destruirlos.  Piedrahita  fué  con 
su  gente  y  vio  la  arma  como  mejor  pudo  y  supo:  pero  no  hizo  cosa  de 
importancia,  ni  los  del  rey  le  respondieron;  porque  vieron  que  todo 
era  un  poco  de  viento,  y  no  manera  de  pelear.  Piedrahita  se  volvió  y 
contó  a  Francisco  Hernández  y  a  los  suyos  grandes  bravatas  que  ha- 
bía hecho,  y  halló  los  del  Campo  real  sin  guarda  ni  centinela,  tan  des- 
cuidados y  dormidos,  que  si  llevara  doscientos  y  cincuenta  arcabu.ee- 


—  <)\  — 


ros.quc  él  los  desbaratara,  y  venciera,  y  trujera  preso  los  oidores  y  sus 
capitanes.  Y  con  esto  dijo  otras  muchas  cosas  al  mismo  tono,  según 
la  común  costumbre  de  soldados  parleros,  que  son  más  para  charla- 
tanes que  para  caudillos;  y  aunque  Piedrahita  fué  capitán  en  aquella 
tiranía,  y  le  sucedieron  lances  venturosos,  aquella  noche  no  hizo  más 
de  lo  que  se  ha  dicho,  y  parló  mucho  sobre  ello. 

Francisco  Hernández  Girón  con  las  nuevas  demasiadas  que  su 
maese  de  campo  Piedrahita  le  dió,  teniéndolas  por  ciertas,  y  también 
por  el  aviso  que  ciertos  soldados  que  de  los  de  el  rey  se  le  pasaron  le 
dieron, diciendo  que  el  campo  de  su  magestad  estaba  muy  necesitado, 
que  no  tenía  pólvora,  ni  mecha,  se  determinó  a  dar  batalla  al  ejército 
real  una  noche  de  aquellas.  Presumió  dar  batalla  a  sus  enemigos, 
pues  que  no  le  acometían  en  su  fuerte,  lo  cual  le  parecía  flaqueza  de 
ánimo  y  de  fuerzas,  y  que  los  tenía  ya  rendidos, pues  se  mostraban  tan 
cobardes  y  pusilánimes.  Llamó  a  sus  capitanes  a  consulta,  y  les  pro- 
puso su  pretensión,  persuadiéndoles  con  mucha  instancia  que  todos 
\  iniesen  en  ello;  porque  les  prometía  buen  suceso,  dándoles  a  entender 
que  así  lo  certificaban  sus  pronósticos  y  agüeros;  y  por  mejor  decir 
sus  hechicerías.  Sus  capitanes  lo  contradijeron  diciendo  que  no  tenía 
necesidad  de  dar  batalla,  sino  de  estarse  quedo,  pues  estaban  en  un 
lugar  fuerte  \  bien  acomodado  de  todo  lo  necesario,  bien  en  contra  de 
sus  enemigos  que  estaban  con  falta  de  bastimento  y  de  munición,  y 
que  si  quería  traerlos  a  mayor  necesidad,  podía  pasar  adelante  en  su 
camino  con  la  prosperidad  que  hasta  allí  había  traído,  y  llegar  a  los 
Charcas  y  recoger  cuanta  plata  había  por  aquella  tierra  para  pagar 
su  gente,  y  revolve  por  la  costa  adelante  hasta  entrar  en  la  ciudad  de 
los  Reyes,  pues  estaba  desamparada  y  sin  gente  de  guerra.  Que  sus 
enemigos  por  venir  faltos  de  cabalgaduras  y  con  falta  de  herrage  para 
las  que  traían,  no  le  podían  seguir  sino  era  escogiendo  los  pocos  que 
tenían  posibilidad  para  seguirle. y  que  a  estos  que  les  siguiesen  los  te- 
nía vencidos  cada  vez  que  quisiese  revolver  sobre  ellos.  Y  que  pues 
hasta  entonces  le  había  ido  bien.no  trocase  el  juego  para  perderlo,  que 
con  mucha  facilidad  se  solía  perder  en  la  batallas.  Que  se  acordase  de 
la  de  Chuquinca.  cuán  confiados  le  acometieron  sus  contrarios,  y 
cuan  fácilmente  y  en  cuán  breve  tiempo  se  vieron  perdidos.  Francisco 
Hernández  di  jo  que  él  estaba  determinado  de  dar  una  encamisada  con 
todo  su  ejército,  porque  no  quería  andar  huyendo  de  los  oidores,  y 
que  las  buenas  viejas  decían  que  allí  había  de  ser.  Que  les  pedía  y  ro- 
gaba que  no  le  contradijesen,  sino  que  se  apercibiesen  para  la  noche 
siguiente,  que  él  estaba  determinado  a  lo  dicho. 

Con  esto  se  acabó  la  consulta,  y  sus  capitanes  quedaron  muy  des- 
contentos viendo  que  contra  la  común  opinión  de  todos  ellos  acome- 
tía una  cosa  tan  peligrosa  y  dudosa.  Salieron  todos  muy  afligidos, 
porque  vieron  que  los  llevaba  a  perderse.  Y  el  general  aunque  los 
vió  y  halló  tan  contrario"»  de  su  parecer  y  determinación,  no  se  mudó, 
antes  en  contra  de  todos  ellos  quiso  seguir  el  consejo  y  pronóstico  de 


sus  hechicerías  y  encantamientos.  Dieron  orden  entre  todos  ellos,  que 
habían  de  salir  después  de  media  noche  al  ponerse  de  la  luna  encami- 
sados de  blanco,  porque  se  conociesen  unos  a  otros.  A  puesta  de  sol 
llamaron  a  recoger, y  hallaron  que  faltaban  dos  soldados  de  los  del  ma- 
riscal; sospecharon  que  se  hubiesen  ido  a  los  del  rey.  Pero  los  que  pre- 
tendían agradar  a  Francisco  Hernández  trujeron  nuevas  falsas,  di- 
ciendo que  el  uno  dellos,  que  era  de  más  crédito  y  reputación,  los  in- 
dios afirmaban  que  le  habían  encontrado  camino  de  los  Charcas;  y 
que  del  otro  soldado  de  menos  cuenta  decían  los  noveleros  que  no 
harían  caso  los  oidores,  ni  le  darían  crédito  a  lo  que  dijese,  porque  no 
era  hombre  de  talento.  Francisco  Hernández  se  satisfizo  con  estas 
novelas,  y  mandó  que  todos  se  apercibiesen  para  la  hora  señalada. 
Los  dos  soldados  huidos  ya  bien  tarde  fueron  a  parar  al  campo  de  su 
magestad,  y  dieron  aviso  de  la  determinación  del  enemigo,  y  que 
vendrían  aquella  noche  divididos  en  dos  partes  con  ánimo  y  presun- 
ción de  acometerle  en  su  fuerte,  pues  que  ellos  no  le  habían  acomet  ¡do 
en  el  suyo,  ni  osado  mirarles.  Los  oidores  y  sus  ministros  y  consejeros 
que  eran  los  vecinos  más  antiguos  de  todo  aquel  imperio,  que  por  la 
esperiencia  larga  de  tantas  guerras  como  habían  tenido,  eran  grandes 
soldados  de  mucha  milicia :  acordaron,  por  qué  el  fuerte  que  ha- 
bían hecho  donde  estaban  alojados  estaba  muy  ocupado  con  tiendas  y 
toldos,  y  lleno  de  cabalgaduras  e  indios,  que  antes  les  habían  de  estor- 
bar en  la  pelea  que  ayudarles.  Acordaron  sacar  la  gente  del  fuerte  y 
formar  sus  escuadrones  de  infantería  y  caballería  en  un  llano,  y  así  lo 
pusieron  por  obra,  aunque  entre  los  del  consejo  hubo  contradicción, 
diciendo,  que  un  cobarde  y  un  pusilánime,  mejor  pelearía  estando 
detrás  de  una  pared,  que  estando  al  descubierto  en  un  llano.  Con  esta 
razón  dijeron  otras  al  propósito, más  al  fin  sacaron  la  gente,  y  fué  per 
misión  de  Dios  y  misericordia  suya  que  le  sacasen,  corno  adelante  ve- 
remos. Formaron  un  hermoso  escuadrón  de  infantería  muy  bien  guar- 
necido de  picas  y  alabardas, y  su  arcabucería  puesta  por  mucha  orden, 
con  once  tiros  de  artillería  gruesa 


 «fó»  


CAPITULO  XXVtl 


FRANCISCO  HERNANDEZ  SALE  A  DAR  BATALLA.  VÜELVESE  RETIRANDO 
POR  HABER  ERRADO  LLURO.  TOMAS  VASQUEZ  SL  PASA  AL  REY. 
L'N  PRONOSTICO  QUL  LL  URANO  DIJO. 


L  tirano  llegada  la  hora  de  sus  agüeros  >  pronósticos,  salió  de  su 


fuerte  eon  ochocientos  infantes,  según  el  Palentino,  los  seiscien- 


tos arcabuceros  y  los  demás  piqueros,  y  muy  pocos  de  a  caballo, 
que  no  llegaban  a  treinta.  Por  otra  parte  envió  otro  escuadrón  de  los 
soldados  negros,  que  pasaban  de  doscientos  y  cincuenta.  Con  ellos 
fueron  setenta  arcabuceros  españoles  para  guiarles  y  adiestrarles  en 
lo  que  habían  de  hacer;  pero  no  les  enviaban  más  de  para  divertir  al 
escuadrón  real  ,  que  no  entendiese  cual  de  aquellos  dos  escuadrones  era 
el  de  Francisco  Hernández.  Mandaron  que  los  negros  acometiesen  el 
fuerte  de  los  oidores  por  delante,  porque  Francisco  Hernández  pen- 
saba acometerle  por  las  espaldas.  Con  esta  orden  caminaron  hacia  el 
campo  de  su  magestad  con  todo  el  silencio  posible,  y  las  mechas  tapa- 
das, porque  no  las  viesen.  Los  del  rey  estaban  en  sus  escuadrones  con 
todo  silencio  y  alerta. y  las  mechas  asimismo  cubiertas  para  ser  vistos. 
Los  negros  de  Francisco  Hernández  llegaron  al  fuerte  primero  que 
Francisco  Hernández  porque  tuvieron  menos  que  andar;  y  no  hallan- 
do quien  les  resistiese,  se  entraron  por  él,  matando  indios,  caballos  y 
muías,  y  cuanto  por  delante  topaban;  y  entre  los  indios  mataron  cinco 
o  seis  españoles,  que  de  cobardes  quedaron  escondidos.  Francisco 
Hernández  llegó  poco  después  al  fuerte,  y  encaró  a  él  toda  su  arcabu- 
cería, sin  que  los  de  su  magestad  respondiesen  con  arcabuz  alguno, 
hasta  que  los  tiranos  hubieron  disparado  todos  los  suyos.  Entonces 
dispararon  los  del  rey  su  arcabucería  y  artillería  del  puesto  donde  es- 
taban, que  los  enemigos  no  imaginaban  tal,  sino  que  estaban  en  su 
fuerte;  pero  los  unos  y  los  otros  hicieron  en  aquella  batalla  poco  más 
que  nada,  porque  era  de  noche  muy  oscura,  y  tiraban  a  tiento  sin 
verse  los  upos  a  los  otros.  Que  según  !a  arcabucería  que  tenían,  cjue. 


—  94  — 


Je  ambas  partes  pasaban  de  mil  y  trescientos  arcabuceros,  y  llegando 
tan  cerca  los  unos  de  los  otros  como  llegaron,  no  fuera  mucho  si  se 
vieran  quedar  todos  asolados  y  tendidos  en  el  campo.  El  tirano  vien- 
do que  había  errado  el  tiro,  se  dió  por  perdido,  y  así  todo  su  intento 
fué  retirarse  a  su  fuerte  con  el  mejor  orden  que  él  y  sus  ministros  pu- 
dieron dar.  Mas  no  fué  bastante  su  diligencia  para  que  no  se  le  que- 
dasen en  el  camino  más  de  docientos  soldados  de  los  del  mariscal 
que  soltaron  las  picas  y  alabardas  que  llevaban.  Los  soldados  de  su 
magestad  quisieron  arremeter  y  romper  del  todo  a  los  que  iban  hu- 
yendo. Mas  los  que  gobernaban  aquel  ejército  que  sin  el  general  y 
maese  de  campo  eran  otros  muchos  vecinos  de  aquel  imperio,  como  ya 
hemos  dicho,  no  consintieron  que  saliesen  de  su  orden,  sino  que  se 
estuviesen  quedos, y  fué  bien  acordado,  porque  de  una  banda  de  caba- 
llos que  entendiendo  que  los  enemigos  no  iban  para  pelear  ni  resistir, 
salieron  a  molestarles,  mataron  un  alférez,  y  hirieron  tres  vecinos  del 
Cosco,  que  fueron  Diego  de  Silva,  Antón  Ruiz  de  Guevara,  y  Diego 
Maldonado  el  rico.  Y  la  herida  Je  Diego  Maldonado  fué  tan  estraña 
que  se  hizo  incurable,  que  hasta  que  falleció,  y  que  fueron  once  o  doce 
años  Jespués  de  la  batalla,  la  tuvo  abierta  por  consejo  de  los  médicos 
y  cirujanos,  que  se  decían  que  en  cerrándola  se  había  de  mor-Lr. 
Con  estos  que  hirieron,  hicieron  los  tiranos  que  les  dejasen  pasar  sú 
camino,  y  así  fué  muy  bien  acordado  prohibir  que  no  salieran  los  del 
rey  a  pelear  con  ellos;  porque  si  salieran,  hubiera  mucha  mortandad 
de  ambas  partes.  Francisco  Hernández  entró  en  su  fuerte  bien  desfa- 
llecido de  su  ánimo,  soberbia  y  orgullo,  por  verse  engañado  de  lo  que 
tanto  confiaba,  que  eran  sus  hechicerías  ,  con  las  cuales  se  hacía  ven- 
cedor de  todos  sus  enemigos.  Mas  por  no  desanimar  los  suyos  mostró 
la  cara  alegre;  pero  no  pudo  disimular  tanto  que  no  se  le  viese  al  des- 
cubierto la  pena  que  en  el  corazón  tenía. 

No  hubo  más  pelea  en  aquella  batalla  de  la  que  se  ha  dicho,  que 
si  hubiera  la  que  el  Palentino  dice,  capítulo  cincuenta  y  cuatro,  no 
quedara  de  todos  ellos  hombre  a  vida.  Pruébase  lo  que  decimos  con 
lo  que  él  mismo  dice,  que  los  muertos  de  parte  de.  los  oidores  fueron 
cinco  o  seis,  y  hasta  treinta  los  heridos,  y  del  tiranodiez  muertos,  y 
muchos  heridos,  y  presos  &.'c.  Los  presos  fueron  los  que  se  quedaron  de 
los  del  mariscal ,  que  como  dijimos,  pasaron  Je  docientos,  y  de  los  de 
Francisco  Hernández  no  pasaron  de  quince.  Los  muertos  y  heridos 
que  se  hallaron  en  el  escuadrón  real  fueron  muertos  y  heridos  por  los 
suyos  mismos,  que  los  de  la  retaguardia  por  ser  la  noche  tan  obscura, 
hb -atinando  bien  donde  estaban  los  enemigos,  tiraban  a  tiento  por 
asombrarlos.  Y  así  mataron  y  hirieron  los  que  se  han  dicho,  y  fueron 
de  la  compañía  del  capitán  Juan  Ramón,  que  estaban  en  una  manga 
de  las  del  escuadrón.  Averiguóse  lo  dicho, porque  todas  las  heridas  de 
los  muertos  y  heridos  fueron  dadas  por  detias,  \  uno  de  los  difuntos 
fué  un  caballero  que  se  decía  Suero  de  Quiñones, hermano  de  Antonio 
de  Quiñones,  vecino  del  Cosco  y  un  primo  .hermano  uuyo,  qucoe 


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decía  Pedro  de  Quiñones,  fué  de  los  heridos.  El  día  siguiente  a  la  baj 
talla  no  hubo  cosa  alguna  de  ninguna  de  las  partes.  A  la  noche  se 
pusieron  los  del  rey  en  escuadrón  como  la  noche  pasada,  porque  tu- 
vieron nuevas  que  el  tirano  volvía  con  otra  encamisada,  a  enmendar 
el  yerro  en  la  noche  pasada,  a  tentar  si  acertaban  mejor  :  más  fué  no- 
vela de  quien  la  quiso  inventar,  porque  el  desdichado  de  Francisco 
Hernández  más  estudiaba  en  como  huirse  y  librarse  de  la  muerte, 
que  en  dar  batalla,  que  ya  estaba  desengañado  della  y  de  sus  abusio- 
nes. El  día  tercero  a  la  batalla,  por  no  mostrar  tanta  flaqueza, mandó 
a  sus  capitanes  y  soldados  que  saliesen  al  campo  y  provocasen  a  los 
enemigos,  que  escaramuzasen  con  ellos  porque  no  los  tuviesen  por 
rendidos.  Y  así  se  trabó  una  escaramuza  de  poco  momento,  pero  de 
mucha  importancia,  porque  el  capitán  Tomás  Vasquez,  y  diez  o  doce 
amigos  suyos  que  estaban  apercibidos  para  el  hecho,  se  pasaron  a  los 
de  su  magcstad,  y  llevaron  una  prenda  del  maese  de  campo  Juan  de 
Picdrahita.  que  era  una  celada  de  plata,  en  señal  de  que  haría  otro 
tanto;  y  que  no  lo  hacía  luego  por  llevar  más  gente  consigo.  Todo  esto 
dijo  Tomás  Vasquez  a  los  oidores,  deque  ellos  y  todo  su  ejército  reci- 
bieron grandísimo  contento  por  ver  perdido  al  tirano,  y  acabada  su 
desvergüenza,  porque  Tomás  Vasquez  era  el  pilar  más  principal 
que  le  sustentaba;  y  faltando  él,  no  había  que  hacer  caso  de  todo  los 
demás.  Los  de  la  escaramuza  se  recogieron  todos  a  sus  puestos,  y 
Francisco  Hernández  animando  los  suyos  porque  no  sintiesen  tanto 
la  pérdida  de  Tomás  Vasquez,  les  hizo  un  parlamento  breve  y  com- 
pendioso, como  lo  dice  el  Palentino,  capítulo  cincuenta  y  cinco,  por 
estas  palabras: 

Caballeros  y  señores,  bien  saben  todas  vuestras  mercedes,  como 
antes  de  agora  les  tengo  dicho  la  causa  y  razón  de  haber  yo  tomado 
esta  empresa;  y  las  cosas  que  pasaban  en  el  reino,  por  las  cuales  los 
hombres  eran  molestados  y  estaban  sin  remedio;  y  la  vejación  y, mo- 
lestia que  así  a  vecinos  como  a  soldados  se  hacía;  a  los  unos  quitán- 
doles sus  haciendas,  y  a  los  otros  las  grangerías  y  servicio.  Y  los  se- 
ñores vecinos  mis  compañeros,  que  lo  deseaban  y  querían  hacer,  me 
dejaron  al  mejor  tiempo,  y  agora  lo  ha  hecho  Tomás  Vasquez.  No 
tengan  vuestras  mercedes  pena  por  su  ausencia,  y  miren  que  un  hom- 
hre  era  y  no  más.  Y  no  se  fien  en  decir  que  tienen  perdón, que  con  él 
al  cuello  los  ahorcarán  otro  día.  Miren  bien  que  si  vuestras  mercedes 
se  reportan,  tenemos  hoy  mejor  juego  que  nunca;  porque  les  hago  sa- 
ber que  a  Tomás  Vasquez  y  u  todos  los  demás  que  se  fueron,  los  jus- 
ticiarán luego  que  yo  falte.  Y  no  me  pesa  por  mí.  que  uno  solo  soy;  y 
si  con  mi  muerte  librase  a  vuestras  mercedes,  yo  me  ofrezco  luego  al 
sacrificio  de  ella.  Pero  tengo  bien  entendido,  que  a  bien  librar,  quien 
se  escapare  de  la  horca  irá  afrentado  a  galeras.  Por  tanto,  consideren 
bien  tal  caso,  y  esforzándose,  anímense  unos  a  otros  a  pasar  adelante 
con  la  empresa,  pues  somos  quinientos,  que  dos  mil  no  nos  harán  daño 
sin  que  mayor  no  sea  el  suyo.  Y  pu.;s  el  negocio  tenemos  en  tan.  buen 


—  %  — 


punto,  y  tanto  nos  conviene,  miremos  bien  lo  que  nos  va,  y  lo  que 
será  de  cada  uno  si  yo  faltare.  Estas  y  otras  cosas  les  dijo  a  este  pro- 
pósito; empero  era  cierto  grande  la  tristeza  que  su  gente  sentía  por 
la  huida  de  Tomás  Yasquez,  &ic. 

1  lasta  aquí  es  del  Palentino.  V  lo  que  Francisco  Hernández  dijo, 
que  con  el  perdón  al  cuello  los  ahorcarían,  se  cumplió  mejor  que  los 
pronósticos  que  sus  hechiceros  le  dieron  a  él,  que  aunque  no  ahor- 
caron a  Tomás  Vasquez  ni  a  Piedrahita,  los  ahogaron  en  la  cárcel 
con  los  perdones  reales  que  la  cnancillería  les  había  dado  sellados 
con  el  sello  imperial,  que  los  tenían  en  sus  manos,  alegando  que  deli- 
tos perdonados  no  se  debían  ni  podían  castigar,  no  habiendo  delin- 
quido después  dellos.  Más  no  les  aprovechó  nada,  que  como  lo  dijo 
Francisco  Hernández  así  se  cumplió.  Y  esto  quede  aquí  dicho  antici- 
pado de  su  lugar,  porque  no  lo  repitamos  adelante. 


 4^1  


CAPÍTULO  XXVtll 


Francisco  Hernández  se  Muye  solo,  si)  m.vese  dl  campo  con  mas 

DE  CIEN  HOMBRES  YA  POR  OIRV  YIN.  EL  GENERAL  PABLO  DE  VIL 
NESES  LOS  SIGUE  Y  PRENDE  V  HACE  HS1K.IV  DELLOS: 


FRANCISCO  Hernández  quedo  tan  perdido  y  desamparado  tofi 
la  huida  de  Tomás  r.'asquez.  que  determinó  huirse  Je  los  suyos 
aquella  misma  noche;  porque  la  sospecha  se  le  entró  en  el  cora- 
zón y  en  las  entrañas,  y  se  le  apoderó  de  tal  manera  que  causó  en  él 
los  efectos  que  el  div  ino  Ariosto  pinta  della  en  el  segundo  de  los  cinco 
cantos  añadidos,  pues  le  hizo  temer  y  creer  que  los  más  suyos  le  que- 
rían matar  para  librarse  con  su  muerte  de  la  pena  que  todos  ellos 
merecían, por  haberle  seguido  \  servido  contra  la  magestad  real.  Tuvo- 
indicios  para  sospecharlo  y  creerlo,  como  lo  dice  el  Palentino,  capítulo 
cincuenta  y  cinco,  por  estas  palabras: 

Finalmente  Francisco  Hernández  determinó  huir  aquella  noche, 
porque  le  descubrieron  en  gran  puridad  y  secreto,  que  sus  capitanes 
le  trataban  la  muerte.  &c.  no  imaginando  ellos  tal,  sino  seguirle  y 
morir  todos  con  él,  como  adelante  lo  mostraron,  si  él  se  fiara  dellos  al 
presente  Y  fué  tan  rigurosa  la  sospecha,  que  aún  de  su  propia  muger 
con  ser  tan  noble  y  v  irtuosa,  no  le  consintió  fiarse,  ni  de  ninguno  de 
los  suyos.  p'>r  muy  amigo  y  privado  que  fuese.  Y  así  venida  la  noche 
dando  a  entender  a  su  muger  y  a  los  que  con  él  estaban,  que  iba  a  pro- 
veer ciertas  cosas  necesarias  a  su  ejército,  salió  de  entre  ellos  y  pidió 
un  caballo  que  llamaban  Almaraz,  porque  era  de  su  cuñado  fulano  de 
Almaraz.  Fué  de  los  buenos  caballos  que  allá  hubo:  subió  en  él.  y  . con 
decir  que  v  olv  ía  luego  se  partió  de  los  suyos  sin  saber  dónde  iba.  Y 
con  el  temor  de  creer  que  le  querían  matar  no  veía  la  hora  de  escaparse 
de  sus  propios  amigos  y  valedores,  ni  imaginaba  cosa  mas  segura  que 
la  soledad,  como  lo  dice  el  Palentino,  capítulo  alegado.  Así  se  fué  el 
pobre  Francisco  Hernández  sin  ninguna  compañía.  Dos  o  tres  de  los 
suyos  le  siguieron  por  el  rastro;  pero  él  sintiéndolos  a  pocos  pay;>  >  que 


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habían  andado.se  hurtó  dellos  y  se  fué  solo  por  una  quebrada  honda. 
Y  anduvo  por  ella  tan  a  ciegas  que  al  amanecer  se  halló  cerca  de  su 
fuerte,  y  reconociéndole  huyó  de  él.  y  fué  a  meterse  en  unas  sierras 
nevadas  que  por  allí  había. sin  saber  a  cual  parre  podían  salir;  al  fin 
por  la  bondad  del  caballo  salió  dellas  habiendo  pasado  mucho  peligro 
Je  ahogarse  en  la  nieve.  No  huho  más  ruido  del  que  se  ha  dicho  en  la 
salida  que  hizo  de  su  ejército:  y  decir  el  Palentino  que  tuvo  un  largo 
coloquio  con  su  muger  y  muchas  lágrimas  entre  ellos,  fué  relación  de 
quien  no  lo  sabía ;  que  la  sospecha  y  el  temor  de  la  muerte  no  le  daban 
lugar  a  que  dijese  a  nadie  que  se  iba  de  entre  ellos.  Su  teniente  gene- 
ral qie  había  quedado  en  el  real,  quiso  recoger  la  gente  y  seguir  a 
Francisco  Hernández.  Salió  con  cien  hombres  que  fueron  con  él,  que 
algunos  dellos  eran  de  los  más  prendados;  pero  otros,  que  también  lo 
eran  tanto  como  ellos,  y  aún  más,  que  fué  Piedrahita,  Alonso  Díaz  y 
el  capitán  Diego  ele  Gavilán,  y  su  hermano  Juan  de  Gavilán,  el 
capitán  Diego  Méndez,  el  alférez  Mateo  de  Sauz  y  otros  muchos  con 
ellos  de  la  misma  calidad  y  prendas,  sabiendo  que  Francisco  Hernán- 
dez era  ido,  se  fueron  al  ejército  real  diciendo  que  se  pasaban  del  ti- 
rano a  servir  a  su  magestad.  Fueron  bien  recebidos.y  a  su  tiempo  les 
dieron  a  cada  uno  su  provisión  de  perdón  real  de  todo  lo  pasado,  se- 
llada con  el  sello  real.  Los  oidores  y  toda  su  gente  estuvieron  aquella 
noche  puestos  en  escuadrón  para  esperar  lo  que  sucediese. 

El  día  siguiente  certificados  los  oidores  de  la  huida  de  Francisco 
Hernández  Girón,  y  de  todos  los  suyos,  proveyeron  que  el  general 
Pablo  de  Meneses  con  ciento  y  cincuenta  hombres  fuese  en  alcance 
de  los  tiranos  para  lo  prender  y  castigar.  El  general  por  salir  apriesa 
no  pudo  sacar  más  de  ciento  y  treinta  soldados:  con  ello  siguió  el  ras- 
tro de  los  huidos  y  acertó  seguir  el  de  Diego  de  Alvarado,  teniente 
general  de  Francisco  Hernández,  que  como  llevaba  cien  españoles  y 
más  de  veinte  negros,  se  puso  luego  por  donde  iban.  Y  a  ocho  o  nueve 
jornadas  que  fué  en  pos  de  ellos  los  alcanzó;  y  aunque  llevaba  me- 
nos gente  que  el  enemigo,  porque  se  le  habían  quedado  muchos 
soldados,  cuyas  cabalgaduras  no  pudieron  sufrir  las  jornadas  largas, 
se  le  rindieron  los  contrarios  sin  hacer  defensa  alguna.  El  general 
los  prendió  y  hizo  justicia  de  los  más  principales,  que  fueron  Diego 
de  Alvarado,  Juan  Cobo,  Diego  de  Villalba,  fulano  de  Lugones,  Al- 
bertos de  Orduña.  Bernardino  de  Robles,  Pedro  de  Sotelo,  Francisco 
Rodríguez  y  Juan  Enriquez  de  Orellana;  que  aunque  tenía  buen 
nombre  se  preciaba  de  ser  verdugo,  y  su  oficio  era  ser  pregonero. 
Fué  verdugo  (como  se  ha  dicho)  de  Francisco  de  Carvajal  y  del  licen 
ciado  Alvarado  que  tenia  presente.  El  general  Pablo  de  Meneses, 
le  dijo:  Juan  Henriquez,  pues  sabéis  bien  el  oficio,  dad  garrote  a  esos 
caballeros  vuestros  amigos,  que" los  señores  oidores  os  lo  pagarán.  El 
verdugo  se  llegó  a  un  soldado  que  él  conocía  y  en  voz  baja  le  dijo: 
que  creo  que  la  paga  ha  de  ser  mandarme  ahogar  después  que  yo  haya 
muerto  a  estos  mis  compañeros.  Como  lo  dijo  sucedió  el  hecho;  por- 


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que  habiendo  dado  garrote  a  los  que  hemos  nombrado  y  cortádoles 
las  cabezas,  mandaron  a  dos  negros  que  ahogasen  al  verdugo,  como  él 
lo  había  hecho  a  los  demás,  que  sin  los  nombrados  fueron  otros  once 
o  doce  soldados.  Pablo  de  Meneses  envió  al  Cosco  presos,  y  a  buen  re- 
caudo muchos  de  los  que  prendió,  y  nueve  cabezas  de  los  que  mandó 
matar.  Yo  las  vi  en  las  casas  que  fueron  de  Alonso  de  Hinojosa  don- 
de posaba  Diego  de  Alvarado  cuando  hacía  el  oficio  de  maese  de 
campo  y  teniente  general,  y  andaba  siempre  en  una  muía,  y  en  ella 
corría  a  unas  partes  y  a  otras  y  a  otras  haciendo  su  oficio,  por  seme- 
jar a  Francisco  de  Carvajal,  que  nunca  le  vi  a  caballo.  De  la  desver- 
güenza de  algunos  soldados  de  los  tiranos,  se  me  ofrece  un  cuento 
particular,  y  fué  que  otro  día  después  de  la  huida  de  Francisco  Her- 
nández, sentado  Garcilaso,  mi  señor,  a  su  mesa  para  comer  con  otros 
diez  y  ocho  o  veinte  soldados  que  siempre  comían  con  él,  que  todos 
los  vecinos  de  aquel  imperio, cada  cual  conforme  a  su  posibilidad  cuan- 
do había  guerra  hacían  lo  mismo.  Yió  entre  los  soldados  sentados  uno 
de  los  de  Francisco  Hernández,  que  había  sido  con  él  dende  los  prin- 
cipios de  su  tiranía,  y  usado  toda  la  desvergüenza  y  libertad  que  se 
puede  imaginar;  y  con  ella  se  fué  a  comer  con  aquellos  caballeros, 
y  era  herrador,  pero  en  la  gt  :rra  andaban  en  estofa  de  más  rico  .que 
todos  los  suyos.  Viéndole  mi  padre  sentado  le  dijo:  Diego  de  Madrid, 
que  así  se  llamaba  él,  ya  que  estáis  sentado,  comed  en  hora  buena 
con  estos  caballeros,  pero  otro  día  no  vengáis  acá;  porque  quien  ayer 
si  pudiera  cortarme  la  cabeza  fuera  con  ella  a  pedir  albricias  a  su 
general,  no  es  razón  que  se  venga  hoy  a  comer  con  estos  mis  señores, 
que  desean  mi  vida  y  mi  salud  y  el  servicio  de  su  magestad.  El  Madrid 
dijo:  señor  y  aún  ahora  me  levantaré  si  vuesa  merced  lo  manda.  Mi 
padre  respondió :  no  os  digo  que  os  levantéis;  pero  si  vos  lo  queréis 
hacer,  haced  lo  que  os  quisiéredes.  El  herrador  se  levantó  y  se  fué  en 
paz,  dejando  bien  que  mofar  de  su  desvergüenza.  Tan  odiados  como 
esto  quedaron  los  de  Francisco  Hernández;  porque  fué  aquella  tiranía 
muy  tirana  contra  su  magestad, que  pretendió  quitarle  aquel  imperio, 
y  contra  los  vecinos  dél,  que  desearon  matarlos  todos,  por  heredar 
sus  haciendas  y  sus  indios.  La  muger  de  Francisco  Hernández  quedó 
en  poder  del  capitán  Ruibarba,  y  los  oidores  mandaron  a  Juan  Ro- 
dríguez de  Villalobos,  que  se  encargase  de  su  cuñada  hasta  llevarla 
al  Cosco,  y  entregarla  a  sus  padres,  y  así  se  cumplió 





CAPITULO  XXIX 


I  I  MAESE  CAMPO  DON  PEDRO  PORTQCÁRRERO  VA  EN  BUSCA  DE  FRAN- 
CISCO HERNANDEZ.  OTROS  DOS  CAPITANES  VAN  A  LO  MISMO  POR 
OTRO  CAMINO.  Y  PRENDEN  AL  TIRANO  Y  LO  LLEVAN  A  LOS  REYES; 
Y  ENTRAN  EN  ELL  A  EN  MANERA  DE  TRIUNFO. 


EL  general  Pablo  de  Mencses,  habiendo  en\  iado  al  Cosco  los  pre- 
sos, y  las  cabezas  que  hemos  dieho.  no  hallando  rastros  de  Fran- 
cisco Hernández,  determinó  volverse  a  dar  cuenta  de  su  jornada 
a  los  oidores.  Los  cuales  habiendo  desperdigado  a  los  tiranos,  camina- 
ron a  la  ciudad  imperial,  de  donde  sabiendo  que  Francisco  Hernández 
iba  hacia  los  Reyes,  enviaron  al  maese  de  campo  don  Pedro  Portoca- 
rrero.  que  con  ochenta  hombres  fuese  en  pos  del  tirano  por  el  camino 
de  los  llanos.  Y  a  dos  capitanes  que  habían  venido  de  la  ciudad  de 
1  luanucu  con  dos  compañías  a  servir  a  su  magostad  en  aquella  gue- 
rra, mandaron  que  como  se  habían  de  volver  a  sus  casas,  fuesen  con 
sus  compañías  por  el  camino  de  la  sierra  en  seguimiento  del  tirano, 
porque  no  se  escapase  por  una  vía  ni  por  la  otra.  \  les  dieron  comisión 
para  que  hiciesen  justicia  de  los  que  prendiesen.  Los  capitanes  que 
eran  Juan  Teílo,  y  Miguel  de  la  Serna,  hicieron  lo  que  se  les  mandó, 
y  llevaron  ochenta  hombres  consigo.  En  la  ciudad  de  Huamanca 
supieron  que  Francisco  I  lerñandez  iba  por  los  llanos  a  Rimac;  fueron 
en  busca  del.  \  a  pocas  jornadas  tuvieron  nuevas  que  estaba  quince 
leguas  dcllos.  con  trecientos  hombres  de  guerra,  los  ciento  y  cincuenta 
arcabuceros.  Los  capitanes  caminaron  en  seguimiento  dellos,  que  no 
les  atemorizó  la  nueva  de  tanta  gente.  Otro  día  le  dijeron  los  indios 
que  no  eran  más  de  docientos,  y  así  lo  fueron  apocando  de  día  en  día, 
hasta  decir  que  no  eran  más  de  cien  hombres.  Las  nuevas  tan 
varias  \  diversas  que  los  indios  a  estos  dos  capitanes  dieron 
.leí  número  de  la  gente' que  Francisco  Hernández  llev  aba  no  fueron 
sin  fundamento.  F\>rquc  es  así,  que  luego  que  sus  soldados  supie- 
ron que  se  bahía  huido,  se  desperdigaron  por  diversas  partes,  co- 


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mo  gente  sin  caudillo1,  rimendo  de  veinte  en  veinte,  y  de  treinta 
en  treinta,  y  muchas  ciadr'ilIfJS  des-tas  fueron  a  parar  con  el;  de 
manera  que  se  vió  con  más  de  doscicWOS  soldados,  y  muchos  de- 
llos  fueron  de  los  del  mariscal,  que  le  habían  tomado  afición.  Pero 
como  iban  huyendo,  el  temor  de  los  contrarios  y  la  necesidad,  que  co- 
mo gente  huida  y  perdida  llevaban  de  lo  que  habían  menester,  les 
forzó  a  que  se  quedasen  por  los  caminos  a  esconderse  y  buscar  su  re- 
medio. Y  así  cuando  los  del  rey  llegaron  cerca  dellos  no  iban  más  de 
ciento.  Y  los  indios  en  la  primera  relación  dijeron  más  de  los  que  iban 
y  en  la  segunda  los  que  pocos  días  antes  caminaban;  y  en  la  última 
los  que  entonces  eran.  De  manera  que  si  Francisco  Hernández  no 
huyera  de  los  suyos,  sino  que  saliera  en  púhlico.  le  siguieran  muchos 
y  hubiera  más  dificultad  en  prenderlos  y  consumirlos.  Los  capitanes 
hallándose  tres  leguas  de  los  enemigos, por  certificarse  de  cuántos  eran 
enviaron  un  español  diligente  muy  ligero  que  con  un  indio  que  le 
guiase  fuese  a  reconocerlos  y  supiesen  cuántos  eran.  La  espía, habiendo 
hecho  sus  diligencias,  escribió  que  los  enemigos  serían  hasta  ochenta 
y  no  más.  Los  capitanes  se  dieron  priesa  a  caminar  hasta  que  llegaron 
a  vista  los  unos  de  los  otros,  y  fueron  a  ellos  con  sus  banderas  tendi- 
das, y  con  ochenta  indios  de  guerra  que  los  curacas  habían  juntado 
para  servir  a  los  españoles.en  lo  que  fuese  menester.  Los  enemigos 
viendo  que  iban  a  combatirles,  temiendo  los  caballos  que  los  capi- 
tanes llevaban,  que  eran  cerca  de  cuarenta,  se  subieron  a  un  cerro  a 
tomar  unos  paredones  que  en  lo  alto  había  para  fortificarse  en  ellos. 
I  „os  capitanes  los  siguieron  con  determinación  de  pelear  con  ellos 
aunque  los  enemigos  tenían  ventaja  en  el  sitio- pero  iban  confiados 
en  qu.-  entonces  llevaban  ya  docientos  indios  de  guerra,  apercibidos 
con  sus  armas,  que  ellos  mismos  se  habían  convocado,  con  deseo  de 
acabar  a  los  aucas,  que  así  llaman  a  los  tiranos.  Estando  ya  los  capi- 
tanes a  tiro  de  arcabuz  de  los  enemigos,  se  les  vinieron  cuatro  o  cinco 
dellos.  y  entre  ellos  un  alférez  de  Francisco  Hernández:  el  cual  les 
pidió  con  mucha  instancia  que  no  pasasen  adelante,  que  todos  les 
de  Francisco  Hernández  se  les  pasarían,  que  no  aventurasen  a  que  le> 
matasen  alguno  de  los  suyos,  pues  los  tenían  yé  rendidos.  Estando  en 
esto,  se  pasaron  otros  diez  o  doce  soldados,  aunque  los  indios  de  gue- 
rra los  maltrataron  a  pedradas,  hasta  que  los  capitanes  les  mandaron 
que  no  lo  hiciesen.  Lo  cual  visto  por  los  de  Francisco  Hernández  se 
pasaron  todos;  que  no  quedaron  con  él  sino  dos  solos,  el  uno  fué  su 
cuñado  fulano  de  Almaraz  y  el  otro  un  caballero  estremeño,  llamado 
Gómez  Suarez  de  Figueroa. 

Francisco  Hernández  viéndose  desamparado  de  todos  los  suyos, 
salió  de  el  fuerte  a  que  los  de  el  rey  le  matasen  o  hiciesen  dé!  lo  que 
quisiesen.  Lo  cual  visto  por  losados  capitanes,  arremetieron  con  todos 
los  suyos  al  fuerte  a  prender  a  Francisco  Hernández,  y  los  primeros 
que  llegaron  a  él  fueron  tres  hombres  nobles.  Esteban  Silvestre,  Gó- 
mez Arias  de  Avila,  y  Hernando  Pantoja  El  cual  asió  de  ja  celada  a 


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Francisco  Hernández,  y  queriendo  él  defenderse  con  su  espadzae 
asió  de  la  guarnición  Gómez  Arias,  diciendo  que  la  soltase;  y  no  q  ,»1 
riendo  Francisco  Hernández  soltarla,  le  puso  Estevan  Silvestreleu 
lanza  a  los  pechos,  diciendo  que  le  mataría  si  no  obedecía  a  Gomea 
Arias. 

Con  esto  le  rindió  la  espada  a  Gómez  Arias,  y  subió  las  ancas  del 
caballo  del  vencedor,  y  así  lo  llevaron  preso;  y  llegados  a  la  dormida, 
pidió  Gómez  Arias  que  le  hiciesen  alcaide  del  prisionero,  que  él  lo 
guardaría  y  daría  cuenta  dél.  Los  capitanes  lo  concedieron,  mandan- 
do que  le  echasen  prisiones,  y  señalando  soldados  que  lo  guardasen; 
y  'así  caminaron  hsta  salir  al  camino  de  la  sierra  para  ir  a  la  ciudad 
de  los  Reyes.  Los  capitanes  Miguel  de  la  Serna  y  Juan  Tello,  quisie- 
ron conforme  a  su  comisión, hacer  justicia  de  muchos  de  los  de  Fran- 
cisco Hernández  que  prendieron  en  aquel  viage.  Pero  viendo  gente 
noble  rendida  y  pobre,  se  apiadaron  dellos  y  los  desterraron  fuera  del 
reino  a  diversas  partes,  Y  porque  pareciese  que  entre  tanta  miseri- 
cordia habían  hecho  algo  de  rigor  de  justicia,  mandaron  matar  a  uno 
dellos,  que  se  decía  fulano  Guadramiros,  que  fué  de  los  de  don  Sebas- 
tián, y  fué  el  más  desvergonzado  de  los  que  anduvieron  con  Francisco 
Hernández,  y  así  pagó  por  todos  sus  compañeros.  La  fama  divulgó 
la  prisión  de  Francisco  Hernández  y  sabiendo  el  maese  de  campo, 
don  Pedro  Portocarrero,  y  el  capitán  Baltasar  Velasquez,  que  pocos 
días  antes  por  orden  de  los  oidores  habían  salido  del  Cosco  con  treinta 
soldados  y  dos  banderas  en  busca  de  Francisco  Hernández,  se  dieron 
priesa  a  caminar  por  gozar  de  la  victoria  agena,  e  ir  con  el  prisionero 
hasta  la  ciudad  dé  los  Reyes,  como  que  ellos  con  su  trabajo  y  dili- 
gencia le  hubiesen  preso.  Y  así  dándose  toda  la  priesa  que  pudieron, 
alcanzaron  los  capitanes  y  al  prisionero  pocas  leguas  antes  de  la  ciu- 
dad de  los  Reyes.  Entraron  en  ella  en  manera  de  triunfo,  tendidas  las 
cuatro  banderas.  Las  de  los  dos  capitanes  (por  haberse  hallado  en  la 
prisión  de  Francisco.  Hernández)  iban  en  medio  de  las  del  maese  de 
campo,  y  del  capitán  Baltasar  Velasquez;  y  el  preso  iba  en  medio  de 
las  cyatro  banderas,  y  a  sus  lados,  y  delante  dél  iban  los  tres  soldados 
ya  nombrados,  que  se  hallaron  en  prenderle.  Luego  se  seguía  la  infan- 
tería puesta  por  suborden,  por  sus  hileras,  y  así  mismo  la  caballería. 
A  lo  último  de  todos  iba  el  maese  de  campo  y  los  tres  capitanes. 
Los  arcabuceros  iban  haciendo  salva  con  sus  arcabuces,  con  mucha 
fiesta  y  regocijo  de  todos,  de  ver  acabada  aquella  tiranía  que  tanto 
mal  y  daño  causó  en  todo  aquel  imperio,  así  en  indios  como  españo- 
les: que  mirándolo  por  entero  y  cada  cosa  de  por  sí,  no  se  ha  escri- 
to la  décima  parte  del  mal  que  hubo. 


 «ft»  


CAPITULO  XXX 


LOS  OIDORES  PROVEEN  CORREGIMIENTOS.  TIENEN  UNA  PLATICA  MO- 
DESTA CON  LOS  SOLDADOS  PRETENDIENTES.  HACEN  JUSTICIA  DE 
FRANCISCO  HERNANDEZ  GIRON.  PONEN  SU  CABEZA  EN  EL  ROLLO. 
HURTALA  UN  CABALLERO  CON  LA  DE  GONZALO  PIZARRO  Y  FRAN- 
CISCO DE  CARVAJAL.  LA  MUERTE  EXTRAÑA  DE  BALTASAR  VELASQUEZ 

LOS  oidores  viniendo  de  Pucará,  donde  fué  la  pérdida  de  Fran- 
cisco Hernández  Girón,  pararon  en  la  ciudad  del  Cosco  algunos 
días  para  proveer  cosa  importante  al  gobierno  de  aquel  reino  que 
tan  sin  él  estuvo  más  de  un  año,  y  tan  sujeto  a  tiranos  tan  tiranos 
que  no  se  puede  bastantemente  decir.  Proveyeron  que  el  capitán 
Juan  Ramón  fuese  corregidor  de  la  ciudad  de  la  Plata,  donde  tenía 
su  repartimiento  de  indios;  y  que  el  capitán  don  Juan  de  Sandoval 
lo  fuese  de  la  ciudad  de  la  Plata  y  sus  provincias.  Y  que  Garcilaso 
de  la  Vega  fuese  corregidor  y  gobernador  de  la  ciudad  del  Cosco.  Dié- 
ronle  por  teniente  un  letrado,  que  se  decía  el  licenciado  Monjaraz, 
en  cuya  provisión  decían  los  oidores  que  fuese  teniente  de  aquella  ciu- 
dad durante  el  tiempo  de  la  voluntad  dellcs.  El  corregidor  cuando  vió 
la  provisión,  dijo:  que  su  teniente  había  de  estar  a  su  voluntad  y  no 
a  la  agena;  porque  cuando  no  hiciese  bien  su  oficio,  quería  tener  li- 
bertad para  despedirle  y  nombrar  otro  en  su  lugar.  Los  oidores  pasa- 
ron por  ello,  mandaron  enmendar  la  cláusula,  y  el  licenciado  Monja- 
raz mediante  la  buena  condición  y  afabilidad  de  su  corregidor,  go- 
bernó tan  bien,  que  pasado  aquel  trienio,  le  dieron  otro  corregimien- 
to no  menor;  bien  en  contra  de  lo  que  sucedió  a  su  sucesor  como  ade- 
lante diremos. 

Estando  los  oidores  en  aquella  ciudad  del  Cosco;  que  fueron 
pocos  días,  trataron  con  ellos  importunadamente  los  capitanes  y  sol- 
dados pretendientes  de  repartimientos  de  indios,  que  les  hiciesen 
mercedes  de  dárselos  por  los  servicios  que  en  aquella  guerra  y  en  las 
pasadas  habían  hecho  a  su  magestad.  Los  oidores  se  escusaron  por 
entonces  diciendo  que  aún  la  guerra  no  «ra  acabada  pues  el  tirano 
aún  no  era  preso,  y  que  había  mucha  gente  de  su  bando  derramada 


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por  iodo  el  reino.  Que  cuando  hubiese  entera  paz, ellos  tendrían  cuidado 
de  hacerles  mercedes  en  nombre  de  su  magestad,  y  que  no  hiciesen 
juntas  como  las  hacían, para  tratar  de  eso  ni  de  otra  cosa  que  parecía 
mal,  y  que  daban  ocasión  a  que  las  malas  lenguas  dijesen  de  ellos  lo 
que  quisiesen.  Con  esto  se  libraron  los  oidores  de  aquella  molestia, 
v  entretanto  tuvieron  la  nueva  de  la  prisión  de  Francisco  Hernández 
Girón,  >•  se  dieron  priesa  a  los  despachos  por  irse  a  la  ciudad  de  los 
Reyes,  y  hallarse  en  el  castigo  del  tirano.  Y  así  salió  el  doctor  Saravia 
seis  o  siete  días  antes  que  el  licenciado  Santillán,  ni  el  licenciado 
Mercado,  sus  compañeros.  Los  capitanes  que  eran  Juan  Tello  y  Mi- 
guel de  la  Serna  llevaron  a  Francisco  Hernández  su  prisionero  hasta 
la  cárcel  real  de  la  chancillería,  y  se  lo  entregaron  al  alcalde,  y  pidie- 
ron testimonio  dello,  y  se  les  dió  muy  cumplido.  Dos  o  tres  días  des- 
pués entró  el  doctor  Saravia,  que  también  se  dió  priesa  a  caminar  por 
hallarse  a  la  sentencia  y  muerte  del  preso,  la  cual  le  dieron  dentro 
de  ocho  días  después  de  la  venida  del  doctor,  como  lo  dice  el  Palen- 
tino, capítulo  cincuenta  y  ocho,  por  estas  palabras. 

Fuéle  tomada  su  confesión, y  al  fin  della  dijo  y  declaró  haber  sido 
de  su  opinión  generalmente  todos  los  hombres  y  mugeres,  niños  y 
viejos,  frailes  y  clérigos  y  letrados  del  reino.  Sacáronle  a  justiciar  a 
medio  día,  arrastrando,  metido  en  un  serón,  atado  a  la  cola  de  un  ro- 
cín, y  con  voz  de  pregonero  que  decía:  Esta  es  la  justicia  que  manda 
hacer  su  magestad  y  el  magnífico  caballero  don  Pedro  Portocarrero, 
maestre  de  campo,  a  este  hombre, por  traidor  a  la  corona  real,  y  albo- 
rotador de  estos  reinos,  mandándole  corlar  la  cabeza  por  ello,  y  fi- 
jarla en  el  rollo  dest a  cuidad,  y  que  sus  casas  sean  derribadas  y  sem- 
bradas de  sal,  y  puesto  en  ellas  un  mármol  con  un  rótulo  que  declare 
su  delito.  Murió  cristianamente,  mostrando  grande  arrepentimiento 
de  los  muchos  males  y  daños  que  había  causado. 

Hasta  aquí  es  de  aquel  autor  sacado  a  la  letra,  con  que  acaba  el 
capítulo  alegado.  Francisco  Hernández  acabó  como  se  ha  dicho; 
su  cabeza  pusieron  en  el  rollo  de  aquella  ciudad  en  una  jaula  de  hierro, 
a  mano  derecha  de  la  de  Gonzalo  Pizarra  y  la  de  Francisco  de  Carva- 
jal. Sus  casas  que  estaban  en  el  Cosco,  de  donde  salió  a  su  rebelión, 
no  se  derribaron,  ni  hubo  más  de  lo  que  se  ha  referido.  La  rebelión 
de  Francisco  Hernández,  desde  el  día  en  que  se  alzó  hasta  el  fin  de 
su  muerte,  duró  trece  meses  y  pocos  más  días. 

Decíase  que  era  caballero  del  hábito  de  San  Juan.  Su  muger  se 
metió  monja  en  un.  convento  de  la  ciudad  de  los  Reyes,  donde  vivió 
religiosamente.  Más  de  diez  años  después,  un  caballero  que  se  decía 
Gómez  de  Chaves,  natural  de  ciudad  Rodrigo,  aficionada  de  la  bon- 
dad, honestidad  y  nobleza  de  la  doña  Mencia  de  Almaraz,  imagi- 
nando que  le  sería  agradable  ver  quitada  del  rollo  la  cabeza  de  su 
marido  (no  teniendo  certificación  cual  de  aquellas  tres  era),  él  y  un 
amigo  suyo  llevaron  de  noche  una  escala,  y  alcanzaron  una  dellas 
pensando  que  era  la  de  Francisco  Hernández  Girón,  y  acei  tó  a  ser  |a 


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del  maese  de  campo  Francisco  de  Carvajal.  Luego  alcanzaron  otra, 
y  fué  la  de  Gonzalo  Pizarro.  Viendo  esto  aquel  caballero  dijo  al  com- 
pañero: Alcancemos  la  otra  para  que  acertemos;  ven  verdad  que, 
pues  así  lo  ha  permitido  Dios  nuestro  Señor,  que  no  ha  de  volver 
ninguna  dellas  donde  estaban.  Con  esto  se  las  llevaron  todas  tres,  y 
las  enterraron  de  secreto  en  un  convento  de  aquellos.  Y  aunque  la 
justicia  hizo  diligencia  para  saber  quién  las  quitó,  no  se  pudo  averi- 
guar; porque  el  hecho  fué  agradable  a  todos  los  de  aquella  tierra, 
porque  quitaron  entre  ellas  la  cabeza  de  Gonzalo  Pizarro,  que  les  era 
muy  penoso  verla  en  aquel  lugar.  Esta  relación  me  dió  un  caballero 
que  gastó  algunos  años  de  su  vida  en  los  imperios  de  Méjico  y  Perú, 
en  servicio  de  su  magestad,  con  oficio  real:  ha  por  nombre  don  Luis 
de  Cañaveral,  y  vive  en  esta  ciudad  de  Córdova.  Pero  al  principio  del 
año  de  mil  y  seiscientos  y  doce  vino  un  religioso  de  la  orden  del  será- 
fico padre  san  Francisco,  gran  teólogo,  nacido  en  el  Perú,  llamado 
fray  Luis  Gerónimo  de  Oré,  y  hablando  destas  cabezas,  me  di  jo,  que 
en  el  convento  de  San  Francisco  de  la  ciudad  de  los  Reyes  estaban  de- 
positadas cinco  cabezas,  la  de  Gonzalo  Pizarro,  la  de  Francisco  de 
Carvajal  y  Francisco  Hernández  Girón,  y  otras  dos  que  no  supo  decir 
cuyas  eran.  Y  que  aquella  santa  casa  las  tenía  en  depósito, no  enterra- 
das sino  en  guarda:  y  que  él  deseó  muy  mucho  saber  cuál  dellas  era 
la  de  Francisco  de  Carvajal,  por  la  gran  fama  que  en  aquel  imperio 
dejó.  Yo  le  dije  que  por  el  letrero  que  tenía  en  la  jaula  de  hierro,  pu- 
diera saber  cu. ti  de  ellas  era.  Dijo  que  no  estaban  en  jaulas  de  hierro 
sino  sueltas  cada  una  de  por  sí,  sin  señal  alguna  por  ser  conocidas. 
La  diferencia  que  ha\  de  la  una  relación  a  la  otra,  debió  de  ser  que 
los  religiosos  no  quisieron  enterrar  aquellas  cabezas  que  les  llevaron 
por  no  hacerse  culpados  de  lo  que  no  lo  fueron;  y  que  se  quedasen  en 
aquella  santa  casa,  ni  enterrados  ni  por  enterrar.  Y  que  aquellos  caba- 
lleros que  las  quitaron  del  rollo,  dijesen  a  sus  amigos  que  las  dejaron 
sepultadas;  y  as!  hube  ambas  relaciones  como  se  han  dicho.  Este  re- 
ligioso, fray  Luis  Gerónimo  de  Oré.  iba  dende  Madrid  a  Cádiz  con 
orden  de  sus  superiores  y  del  Consejo  Real  de  las  Indias,  para  des- 
pachar dos  docenas  de  religiosos,  o  ir  él  con  ellos  a  los  reinos  de  la 
Florida  a  la  predicación  del  santo  Evangelio  a  aquellos  gentiles.  No 
iba  certificado  si  iría  con  los  religiosos,  o  si  volvería  habiéndolos 
despachado.  Mandóme  que  le  diese  algún  libro  de  nuestra  Historia 
de  la  Florida,  que  llevasen  aquellos  religiosos  para  saber  y  tener  no- 
ticia de  las  provincias  y  costumbres  de  aquella  gentilidad.  Yo  le  ser- 
ví con  siete  libros;  los  tres  fueron  de  la  Florida,  y  los  cuatro  de 
nuestros  Comentarios,  de  que  su  paternidad  se  dió  por  muy  servido. 
La  divina  magestad  se  sirva  de  ayudarles  en  esta  demanda. para  que 
aquellos  idólatras  salgan  del  abismo  de  sus  tinieblas: 

Será  bien  digamos  aquí  la  muerte  del  capitán  Baltasar  Yelas- 
quez,  que  fué  estraña,  y  también  porque  no  vaya  sola  y  sin  compañía 
la  de  Francisco  Hernández  Girón.  Es  así,  que  algunos  meses  después 


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de  lo  dicho,  residiendo  Baltasar  Velasquez  en  la  ciudad  de  los  Reyes- 
tratándose  como  capitán  mozo  y  valiente,  le  nacieron  dos  postemas 
en  las  vedijas;  y  él  por  mostrarse  más  galán  de  lo  que  le  convenía,  no 
quiso  curarse,  de  manera  que  llegasen  a  madurar  y  abrirse  las  poste- 
mas que  es  lo  más  seguro.  Pidió  que  se  las  resolviesen  adentro:  sucedió 
que  al  quinto  día  le  dió  cáncer  allá  en  lo  interior,  y  fué  de  manera  que 
se  asaba  vivo.  Los  médicos,  no  sabiendo  qué  le  hacer,  le  echaban  vi- 
nagre por  refrescarle;  pero  el  fuego  se  encendía  más  y  más,  de  manera 
que  nadie  podía  sufrir  a  tener  la  mano  media  vara  alta  del  cuerpo, 
que  ardía  como  fuego  natural.  Así  acabó  el  pobre  capitán,  dejando 
bien  que  hablar  a  los  que  le  conocían,  de  sus  valentías  presentes  y 
pasadas,  que  se  acabaron  con  muerte  tan  rigurosa, 

Los  capitanes  y  soldados  pretendientes  que  quedaron  en  el  Cosco 
luego  que  supieron  la  prisión  y  muerte  de  Francisco  Hernández  Gi- 
rón, fueron  en  pos  de  los  oidores  a  porfiar  que  les  hiciesen  mercedes 
por  los  servicios  pasados.  Y  así  luego  que  estuvieron  de  asiento  en  la 
ciudad  de  los  Reyes,  volvieron  con  mucha  instancia  a  su  demanda, 
y  muchos  dellos  alegaban  diciendo;  que  por  haber  gastado  sus  ha- 
ciendas en  la  guerra  pasada, estaban  tan  pobres,  que  aún  para  el  gasto 
ordinario  no  les  había  quedado  nada.  Y  que  era  razón  y  justicia  cum- 
plirles la  palabra  que  les  habían  dado,  de  que  acabado  el  tirano  se  les 
haría  gratificación;  que  ya  él  era  muerto,  que  no  restaba  más  de  la 
paga,  y  que  della  (según  ellos  sentían)  había  poca  o  ninguna  cuenta. 
Los  oidores  respondieron:  que  no  era  de  los  leales  servidores  de  su 
magestad  pretender  sacar  con  fuerza  y  violencia  la  gratificación  que 
se  les  debía.  Que  ellos  y  todo  el  mundo  la  conocían,  que  por  horas  y 
momentos  esperaban  nuevas  de  que  su  magestad  hubiese  proveído 
visorey,  que  no  podía  ser  menos,  porque  no  convenía  que  aquel  im- 
perio estuviese  sin  él.  El  cual  si  hallase  repartido  lo  que  en  la  tierra 
había  vaco,  se  indignaría  contra  los  oidores  por  no  haberle  esperado, 
y  contra  los  pretendientes  por  haber  hecho  tanta  instancia  en  la 
paga;  y  todos  quedarían  mal  puestos  con  él.  Que  se  sufriesen  siquiera 
por  tres  o  cuatro  meses,  que  no  era  posible  sino  que  en  este  tiempo 
tuviesen  nuevas  de  la  venida  del  visorey.  Y  que  cuando  no  fuese  así, 
ellos  repartirían  la  tierra,  y  cumplirían  su  palabra,  que  bien  sentían 
la  falta  que  tenían  de  hacienda,  y  que  les  dolía  muy  mucho  no  poder- 
les socorrer  en  aquella  necesidad.  Pero  que  por  ser  el  plazo  tan  corto, 
o  por  no  desagradar  al  visorey,  se  debía  sufrir  la  necesidad  con  la 
esperanza  de  la  abundancia.  Que  hacer  otra  cosa  y  querer  violentar 
la  paga,  más  era  perder  méritos  que  ganar  la  gratificación  dellos. 
Con  estas  razones  y  otras  semejantes  templaron  los  oidores  la  furia 
de  los  pretendientes,  y  permitió  Dios  que  pocos  meses  después,  que 
no  fueron  más  de  seis,  llegase  la  nueva  de  la  ida  del  visorey.  Con  la 
cual  se  aplacaron  todos,  y  se  apercibieron  para  el  recebimiento  de 
su  escelencia,  que  de  los  que  fueron  al  Perú,  fué  el  primero  que  se 
llamó  así, 


LIBRO  OCTAVO 


Dice  como  celebraban  indios  y  españoles  la  fiesta  del  Santísimo  Sacramento  en 
la  ciudad  del  Cosco.  Un  caso  admirable  que  acaeció  en  ella.  La  elección  del 
marqués  de  Cañete  por  visorey  del  Perú.  La  provisión  de  nuevos  ministros . 
Las  prevenciones  que  hizo  para  atajar  motines.  La  muerte  de  los  vecinos 
que  siguieron  a  Francisco  Hernández  Girón,  y  la  de  Martín  de  Robles.  El 
destierro  de  los  pretendientes  a  España.  La  salida  de  las  montañas  por  vía 
de  paz  del  príncipe  heredero  de  aquel  imperio,  y  su  muerte  breve.  Los  deste- 
rrados llegan  a  España.  La  mucha  merced  que  su  magestad  les  hizo  Resti- 
tuyen sus  indios  a  los  herederos  de  los  que  mataron  por  tiranos.  La  ida  de 
Pedro  de  Orsua  a  las  Amazonas  La  elección  del  Conde  de  Nieva  por  visorey 
del  Perú.  El  fallecimiento  de  su  antecesor,  y  la  del  mismo  conde.  La  elección 
del  licenciado  Castro  por  gobernador  del  Perú.  Y  la  de  don  Francisco  de 
Toledo  por  visorey.  La  prisión  del  príncipe  Tupac  Amaru.  heredero  de  aquel 
imperio  Y  la  muerte  que  le  dieron.  La  venida  del  visorey  a  España  y  su  fin 
y  muerte  Contiene  veinte  v  un  capítulos 


CAPITULO  PRIMERO 


COMO  CELEBRABAN  INDIOS  Y  ESPAÑOLES  LA  FIESTA  DEL  SANTISIMO 
SACRAMENTO  EN  EL  COSCO.  UNA  PENDENCIA  PARTICULAR  QUE  LOS 
INDIOS  TUVIERON  EN  UNA  FIESTA  DE  AQUELLAS. 


ORQUE  la  historia  pide  que  cada  suceso  se  cuente 
en  su  tiempo  y  lugar,  ponemos  estos  dos  siguientes 
al  principio  de  este  libro  octavo,  porque  sucedieron 
3  en  el  Cosco  después  de  la  guerra  de  Francisco  Her- 
nández Girón,  y  antes  de  la  llegada  del  visorey  que 
|  los  de  aquel  reino  esperaban.  Guardando  pues  esta 
regla  decimos  que  la  fiesta  que  los  católicos  llamamos 
Corpus  Cristi,  se  celebraba  solemnísimamente  en  la 
ciudad  del  Cosco  después  que  se  acabaron  las  guerras 
que  el  demonio  inventó  en  aquel  imperio,  por  estor- 
bar la  predicación  de  nuestro  santo  Evangelio,  que 
la  postrera  fué  la  de  Francisco  Hernández  Girón,  v 


—  108  — 


plega  a  Dios  que  lo  sea.  La  misma  solemnísima  habrá  ahora,  y 
mucho  mayor;  porque  después  de  aquella  guerra,  que  se  acabó  al  fin 
del  año  de  quinientos  y  cincuenta  y  cuatro,  han  sucedido  cincuenta 
y  siete  años  de  paz  hasta  el  presente,  que  es  de  mil  y  seiscientos  once, 
cuando  se  escribe  este  capítulo. 

Mi  intención  no  es  sino  escribir  los  sucesos  de  aquellos  tiempos 
\  dejar  los  presentes  para  los  que  quisieren  tomar  el  trabajo  de  es- 
cribirlos. Entonces  había  en  aquella  ciudad  cerca  de  ochenta  vecinos, 
todos  caballeros  nobles,  hijosdalgo,  que  por  vecinos  (como  en  otra 
parte  lo  hemos  dicho)  se  entienden  los  señores  de  vasallos,  que  tienen 
repartimiento  de  indios.  Cada  uno  dellos  tenía  cuidado  de  adornar 
las  andas  que  sus  vasallos  habían  de  llevar  en  la  procesión  de  la  fiesta. 
Componíanlas  con  seda  y  oro,  y  muchas  ricas  joyas,  con  esmeraldas 
y  otras  piedras  preciosas.  Y  dentro  en  las  andas,  ponían  la  imagen  de 
nuestro  Señor  o  de  nuestra  Señora,  o  de  otro  santo  o  santa  de  la  devo- 
ción del  español,  o  de  los  indios  sus  vasallos.  Semejaban  las  andas  a 
las  que  en  España  llevan  las  cofradías  en  las  tales  fiestas. 

Los  caciques  de  todo  el  distrito  de  aquella  gran  ciudad  venían  a 
ella  a  solemnizar  la  fiesta,  acompañados  de  sus  parientes  y  de  toda  la 
gente  noble  de  sus  provincias.  Traían  todas  las  galas,  ornamentos  e 
invenciones  que  en  tiempo  de  sus  reyes  Incas  usaban  en  la  celebración 
de  sus  mayores  fiestas  (de  las  cuales  dimos  cuenta  en  la  primera  par- 
le de  estos  Comentarios) :  cada  nación  i  raía  el  blasón  de  su  linage, 
de  donde  se  preciaba  descender. 

Unos  venían  (como  pintan  a  Hércules)  vestidos  con  la  piel  del 
león,  v  sus  cabezas  encajadas  en  las  del  animal,  porque  se  preciaban 
descender  de  un  león.  Otros  traían  las  alas  Je  un  ave  muy  grande  que 
llaman  Cuntur,  puestas  a  las  espaldas,  como  las  que  pintan  a  los  án- 
geles, porque  se  precian  descender  de  aquella  ave.  Y  así  venían  otros 
con  otras  divisas  pintadas,  como  fuentes,  ríos,  lagos,  sierras,  montes, 
cuevas,  porque  decían  que  sus  primeros  padres  salieron  de  aquellas 
cosas.  Traían  oirás  divisas  est rañas,  con  los  vest idos  chapados  de 
oro  y  plata.  Otros  con  guirnaldas  de  oro  y  plata;  otros  venían  hechos 
mónstruos,  cotí  máscaras  feísimas,  y  en  las  manos  pelleginas  de  di- 
versos animales,  como  que  los  hubiesen  cazado,  haciendo  grandes 
ademanes,  fingiéndose  locos  y  tontos,  para  agradar  a  sus  reyes  de 
todas  maneras.  I 'nos  con  grandezas  y  riquezas,  y  otros  con  locuras  \ 
miserias;  y  cada  provincia  con  lo  que  le  parecía  que  era  mejor  inven- 
ción, de  más  solemnidad,  de  más  fausto,  de  más  gusto,  de  mayor  dis- 
parate y  locura;  que  bien  entendían,  que  la  variedad  de  las  cosas  de- 
leitaba la  vista,  y  añadía  gusto  y  contento  a  los  ánimos.  Con  las  cosas 
dichas  y  otras  muchas  que  se  pueden  imaginar,  que  yo  no  acierto  a 
escrebirlas,  solemnizaban  aquellos  indios  las  fiestas  de  sus  reyes.  Con 
las  mismas  (aumentándolas  todo  lo  más  que  podían)  celebraban  en 
mis  tiempos  la  fiesta  del  Santísimo  Sacramento,  Dios  verdadero,  re- 


—  n»  — 


Jcntur  y  Señor  nuestro.  Y  hacíanlo  con  grandísimo  contento,  como 
gente  ya  desengañada  de  las  vanidades  de  su  gentilidad  pasada. 

El  cabildo  de  la  iglesia  y  el  de  la  ciudad,  hacían  por  su  parte  a 
lo  que  convenía  a  la  solemnidad  de  la  fiesta.  Hacían  un  tablado  en  la 
hastial  de  la  iglesia,  de  la  parte  de  afuera  que  sale  a  la  plaza,  donde 
ponían  el  Santísimo  Sacramento  en  una  muy  rica  custodia  de  oro  y 
plata.  El  cabildo  de  la  iglesia  se  ponía  a  la  mano  derecha,  y  el  de  la 
ciudad  a  la  izquierda.  Tenía  consigo  a  los  Incas  que  habían  quedado 
de  los  de  la  sangre  real,  por  honrarles  y  hacer  alguna  demostración 
de  que  aquel  imperio  era  dellos. 

Los  indios  de  cada  repartimiento  pasaban  con  sus  andas,  con 
toda  su  parentela  y  acompañamiento,  cantando  cada  provincia  en 
su  propia  lengua  particular  materna,  y  no  en  la  general  de  la  corte, 
por  diferenciarse  las  unas  naciones  de  las  otras. 

Llevaban  sus  atambores,  flautas,  caracoles  y  otros  instrumentos 
rústicos  musicales.  Muchas  provincias  llevaban  sus  mugeres  en  pos 
de  los  varones,  que  les  ayudaban  a  tañer  y  cantar. 

Los  cantares  que  iban  diciendo  eran  en  loor  de  Dios  nuestro  Se- 
ñor, dándole  gracias  por  la  merced  que  les  había  hecho  en  traerlos 
a  su  verdadero  conocimiento:  también  rendían  gracias  a  los  espa- 
ñoles, sacerdotes  y  seculares,  por  haberles  enseñado  la  doctrina  cris- 
tiana. Otras  provincias  iban  sin  mugeres,  solamente  los  varones:  en 
fin,  todo  era  a  la  usanza  del  tiempo  de  sus  reyes. 

A  lo  alto  del  cementerio  que  está  siete  u  ocho  gradas  más  alto 
que  la  plaza,  subían  por  una  escalera  a  adorar  el  Santísimo  Sacra- 
mento en  sus  cuadrillas,  cada  una  dividida  de  las  otras  diez  o  doce 
pasos  en  medio,  porque  no  se  mezclasen  unas  con  otras  Bajaban  a  la 
plaza  por  otra  escalera  que  estaba  a  mano  derecha  del  tablado 
Entraba  cada  nación  por  su  antigüedad  (como  fueron  conquistadas 
por  los  Incas)  que  los  más  modernos  eran  los  primeros,  y  así  los  según 
dos  y  terceros,  hasta  los  últimos  que  eran  los  Incas.  Los  cuales  iban 
delante  de  los  sacerdotes  en  cuadrilla  de  menos  gente,  \  más  pobreza, 
porque  habían  perdido  todo  su  imperio,  y  sus  casas  y  heredades,  y 
sus  haciendas  particulares. 

Vendo  pasando  las  cuadrillas  como  hemos  dicho,  para  ir  en  pro- 
cesión,llegó  la  de  los  Cañaris.que  aunque  la  prov  incia  dellos  está  fuera 
del  distrito  de  aquella  ciudad,  van  con  sus  andas, en  cuadrilla  de  por 
sí,  porque  hay  muchos  indios  ele  aquella  nación  que  viven  en  ella, 
y  el  caudillo  dellos  era  entonces  don  Francisco  Chillchi,  cañari,  de 
quien  hicimos  mención  en  el  cerco, y  mucho  aprieto  en  que  el  príncipe 
Manco  Inca  tuvo  a  Hernando  Pizarro  y  a  los  suyos,  cuando  este  ca- 
ñari mató  en  la  plaza  de  aquella  ciudad  al  indio  capitán  del  Inca, 
que  desafió  a  los  españoles  a  batalla  singular  Este  don  Francisco  su- 
bió las  gradas  del  cementerio  muy  disimulado,  cubierto  con  su  manta 
\  las  manos  debajo  della,  con  sus  andas,  sin  ornamento  de  seda  ni 
oro,  más  de  que  iban  pintadas  de  diversos  colores,  y  en  los  cuatro  lieij- 


—  llo- 


ros del  chapitel,  llevaba  pintadas  cuatro  batallas  de  indios  y  espa- 
ñoles. 

Llegando  a  lo  alto  del  cementerio  en  derecho  del  cabildo  de  la 
ciudad,  donde  estaba  Garcilaso  de  la  Vega,  mi  señor,  que  era  corre- 
gidor entonces,  y  su  teniente  el  licenciado  Monjaraz,  que  fué  un  le- 
trado de  mucha  prudencia  y  consejo.  Desechó  el  indio  cañari  la  manta 
que  llevaba  en  lugar  de  capa,  y  uno  de  los  suyos  se  la  tomó  de  los  hom- 
bros, y  él  quedó  en  cuerpo  con  otra  manta  ceñida  (como  hemos  dicho 
que  se  la  ciñen  cuando  quieren  pelear  o  hacer  cualquiera  otra  cosa  de 
importancia) :  llevaba  en  la  mano  derecha  una  cabeza  de  indio  con- 
trahecha, asida  por  los  cabellos.  Apenas  la  hubieron  visto  los  Incas, 
cuatro  o  cinco  dellos  arremetieron  con  el  cañari  y  lo  levantaron  alto 
del  suelo  para  dar  con  él  la  cabeza  en  tierra.  También  se  alborotaron 
los  demás  indios  que  habían  de  la  una  parte  y  de  la  otra  del  tablado, 
donde  estaba  el  Santísimo  Sacramento;  de  manera  que  obligaron  al 
licenciado  Monjaraz  a  ir  a  ellos  para  ponerlos  en  paz.  Preguntó  a  los 
Incas  ¿porqué  se  habían  escandalizado?  El  más  anciano  respondió 
diciendo:  este  perro  auca,  en  lugar  de  solemnizar  la  fiesta,  viene  con 
esta  cabeza  a  recordar  cosas  pasadas  que  estaban  muy  bien  olvidadas. 

Entonces  el  teniente  preguntó  al  cañari,  ¿que  qué  era  aquello? 
Respondió  diciendo:  Señor,  yo  corté  esta  cabeza  a  un  indio  que  desa- 
fió a  los  españoles  que  estaban  cercados  en  esta  plaza  con  Hernando 
Pizarro,  y  Gonzalo  Pizarro,  y  Juan  Pizarro,  mis  señores,  y  mis  amos, 
y  otros  docientos  españoles.  Y  ninguno  dellos  quiso  salir  al  desafío  del 
indio,  por  parecerles  antes  infamia,  que  honra,  pelear  con  un  indio, 
uno  a  uno.  Entonces  yo  le  pedí  licencia  para  pedir  al  duelo,  y  me  la 
dieron  los  cristianos,  y  así  salí  y  combatí  con  el  desafiador;  y  le  vencí 
y  corté  la  cabeza  en  esta  plaza.  Diciendo  esto,  señaló  con  el  dedo  el 
lugar  donde  había  sido  la  batalla.  Y  volviendo  a  sus  respuesta,  dijo: 
estas  cuatro  pinturas  de  mis  andas,  son  cuatro  batallas  de  indios  y 
españoles,  en  las  cuales  me  hallé  en  servicio  dellos.  Y  no  es  mucho  que 
tal  día  como  hoy  me  honre  yo  con  la  hazaña  que  hice  en  servicio  de 
los  cristianos.  El  Inca  respondió,  perro  traidor,  ¿hiciste  tu  esa  hazaña 
con  fuerzas  tuyas,  o  en  virtud  deste  señor  Pachacamac  que  aquí 
tenemos  presente,  y  en  la  buena  dicha  de  los  españoles?  ¿no  sabes, 
que  tú  y  todo  tu  linage  érades  nuestros  esclavos,  y  que  no  hubiste 
esa  victoria  por  tus  fuerzas  y  valentía,  sino  por  la  que  he  dicho? 
Y  si  lo  quieres  esperimentar  ahora  que  todos  somos  cristianos,  vuél- 
vete a  poner  en  esa  plaza  con  tus  armas,  y  te  enviaremos  un  criado, 
el  menor  de  los  nuestros,  y  te  hará  pedazos  a  tí  y  a  todos  los  tuyos. 
¿No  sabes  que  en  esos  mismos  días  y  en  esta  misma  plaza,  cortamos 
treinta  cabezas  de  españoles,  y  que  un  Inca  tuvo  rendidas  dos  lanzas 
a  dos  hombres  de  a  caballo,  y  se  las  quitó  de  las  manos;  y  a  Gonzalo 
Pizarro  se  la  hubiera  de  quitar,  si  su  esfuerzo  y  destreza  no  le  ayudara? 
No  sabes  que  dejamos  de  hacer  guerra  a  los  españoles,  y  desampara- 
mos el  cerco,  y  nuestro  príncipe  se  desterró  voluntariamente  y  dejó 


—  111  — 


su  imperio  a  los  cristianos,  viendo  tantos  y  tan  grandes  maravillas 
como  el  Pachacamac  hizo  en  favor  y  amparo  dellos?  ¿No  sabes  que 
matamos  por  esos  caminos  de  Rimac  al  Cosco  (durante  el  cerco  desta 
ciudad)  cerca  de  ochocientos  españoles-  ¿Fuera  bien  hecho,  que  para 
honrarnos  con  ellas  sacáramos  en  esta  fiesta  las  cabezas  de  todos  ellos, 
y  la  de  Juan  Pizarro  que  matamos  allá  arriba  en  aquella  fortaleza1 
¿No  fuera  bien  que  miraras  todas  estas  cosas  y  otras  muchas  que  pu- 
diera yo  decir,  para  que  tú  no  hicieras  un  escándalo,  disparate  y  locura 
como  la  que  has  hecho?  Diciendo  esto  se  volvió  al  teniente,  y  le  dijo: 
Señor,  hágase  justicia  como  se  debe  hacer, para  que  no  seamos  baldo- 
nados de  los  que  fueron  nuestros  esclavos. 

El  licenciado  Monjaraz  habiendo  entendido  lo  que  el  uno  y  el 
otro  dijeron,  quitó  la  cabeza  que  el  cañari  llevaba  en  la  mano,  y  le 
mandó  desceñir  la  manta  que  llevaba  ceñida, y  que  no  tratase  más  de 
aquellas  cosas  en  público  ni  en  secreto, so  pena  que  lo  castigaría  rigu- 
rosamente Con  esto  quedaron  satisfechos  los  Incas  y  todos  los  indios 
de  la  fiesta,  que  se  habían  escandalizado  de  la  libertad  y  desvergüenza 
del  cañari,  y  todos  en  común,  hombres  y  mugeres,  le  llamaron  auca, 
auca,  y  salió  la  voz  por  toda  la  plaza.  Con  esto  pasó  la  procesión  ade- 
lante, y  se  acabó  con  la  solemnidad  acostumbrada.  Dícenme  que  en 
estos  tiempos  alargan  el  viaje  della  dos  tantos  más  que  solía  andar, 
porque  llegan  hasta  San  Francisco  y  vuelven  a  la  iglesia  por  muy  largo 
camino.  Entonces  no  andaba  más  que  el  cerco  de  las  dos  plazas  Cusi- 
pata  y  Haucaypata  que  tantas  veces  hemos  nombrado.  Sea  la  mages- 
tad  divina  loada,  que  se  digna  de  pasearlas  alumbrando  aquellos  gen- 
tiles, y  sacándoles  de  las  tinieblas  en  que  vivían. 


 «<?M  


OÁPITULO  II 


DE  UN  CASO  ADMIRABLE  QUE  ACAECIO  EN  EL  COSCO 

EL  seguí ido  suceso  es  el  que  veremos,  bien  estraño,  que  pasó  en  el 
Cosco  en  aquellos  años,  después  Je  la  guerra  de  Francisco  Her- 
nández Girón,  que  por  habérmelo  mandado  algunas  personas 
graves  y  religiosas  que  me  han  oído  contarlo,  y  por  haberme  dicho 
que  será  en  servicio  de  la  santa  Madre  iglesia  romana,  madre  y  Se- 
ñora nuestra,  dejarlo  escrito  en  el  discurso  de  nuestra  historia,  me 
pareció  que  yo  como  hijo,  aunque  indigno  de  tal  madre,  estaba  obli- 
gado a  obedecerle  y  dar  cuenta  del  caso,  que  es  el  que  se  sigue. 

Ocho  o  nueve  años  antes  de  lo  que  sé  ha  referido, se  celebraba  cada 
año  en  el  Cosco  la  fiesta  del  divino  san  Marcos,  como  podían  los  mo- 
radores de  aquella  ciudad.  Salía  la  procesión  del  convento  del  biena- 
venturado Santo  Domingo,  que  como  atrás  dijimos  se  fundó  en  la 
casa  y  templo  que  era  del  Sol  en  aquella  gentilidad  antes  que  el  Evan- 
gelio llegara  a  aquella  ciudad.  Del  convento  iba  la  procesión  a  una 
ermita  que  está  junto  a  las  casas  que  fueron  de  don  Cristóbal  Paullu. 
Inca.  Un  clérigo  sacerdote  antiguo  en  la  tierra,  que  se  decía  el  padre 
Porras,  devoto  del  bienaventurado  evangelista,  queriendo  solemnizar 
su  fiesta,  llevaba  cada  año  un  toro  manso  en  la  procesión, cargado  de 
guirnaldas  de  muchas  maneras  de  flores.  Yendo  ambos  cabildos,  ecle- 
siástico y  seglar,  con  toda  la  demás  ciudad,  el  año  de  quinientos  y 
cincuenta  y  seis,  iba  el  toro  en  medio  de  toda  la  gente  tan  manso  co- 
mo un  cordero,  y  así  fué  y  vino  con  la  procesión.  Cuando  llegaron  de 
vuelta  al  convento  (porque  no  cabía  toda  la  gente  en  la  iglesia)  hi- 
cieron calle  los  indios  y  la  demás  gente  común  en  la  plaza  que  está 
antes  del  templo.  Los  españoles  entraron  dentro, haciendo  calle  dende 
la  puerta  hasta  la  capilla  mayor  Ll  toro,  que  iba  poco  delante  de  los 
sacerdotes,  habiendo  entrado  tres  o  cuatro  pasos  del  umbral  de  la 
iglesia  tan  manso  como  se  ha  dicho,  bajó  la  cabeza  y  con  una  de  sus 
urinas  asió  por  la  orcajadura  a  un  español  que  se  decía  fulano  de 


Salazar,  y  levantándolo  en  alto  lo  echó  por  cima  de  sus  espaldas  y  dió 
con  él  en  una  de  las  puertas  de  la  iglesia,  y  de  allí  cayó  fuera  della  sin 
más  daño  de  su  persona.  La  gente  se  alborotó  con  la  novedad  del  toro 
huyendo  a  todas  partes,  más  él  quedó  tan  manso  como  había  ido  y 
venido  en  toda  la  procesión,  y  así  llegó  hasta  la  capilla  mayor.  La  ciu- 
dad se  admiró  del  caso;  e  imaginando  que  no  podía  ser  sin  misterio, 
procuró  con  diligencia  saber  la  causa.  Halló  que  seis  o  siete  meses  an- 
tes en  cierto  pleito  o  pendencia  que  el  Salazar  tuvo  con  un  eclesiás- 
tico,había  incurrido  en  descomunión, y  que  él  por  parecerle  que  no  era 
menester.no  se  había  absuelto  de  la  descomunión.  Entonces  se  absol- 
vió y  quedó  escarmentado  para  no  caer  en  semejante  yerro.  Yo  estaba 
entonces  en  aquella  ciudad,  y  me  hallé  presente  al  hecho,  vi  la  proce- 
sión y  después  oí  el  cuento  a  los  que  lo  contaban  mejor  y  más  larga- 
mente referido  que  lo  hemos  relatado. 


CAPITULO  III 


LA  ELECCION  DEL  MARQUES  DE  CAÑETE  POR  VISOREY  DEL  PERU.  SU 
LLEGADA  A  TIERRA-FIRME.  LA  REDUCCION  DE  LOS  NEGROS  FUGI- 
'      T1VOS.   LA   QUEMA   DE   UN   GALEON  CON  OCHOCIENTAS  PERSONAS 
DENTRO 


LA  magestad  imperial,  luego  que  supo  en  Alemana,  la  muerte  del 
visorey  don  Antonio  de  Mendoza,  proveyó  por  visorey  del  Perú 
al  conde  de  Palma.  El  cual  se  escusó  con  causas  justas  para  no 
¡Jceptar  la  plaza.  Lo  mismo  hizo  el  conde  de  Olivares,  que  asimesmo 
fue  proveído  para  visorey  de  aquel  gran  reino.  Sospecharon  los  india- 
ños  que  por  ser  la  carrera  tan  larga  hasta  llegar  allá  y  alejarse  tanto 
Qe  España  no  querían  aceptar  el  cargo;  aunque  un  visorey  de  los  que 
fueron  después  decía,  que  la  mejor  plaza  que  su  mlagestad  proveía 
\ra  el  visoreino  del  Perú,  si  no  estuviera  tan  cerca  Madrid  donde 
.'reside  la  corte.  Decía  esto, porque  le  parecía  que  en  muy  breve  tiempo 
'"llegaban  a  la  corte  las  nuevas  de  los  agravios  que  él  hacía.  Ultimamen- 
te proveyó  su  magestad  a  don  Andrés  Hurtado  de  Mendoza,  marqués 
de  Cañete,  guarda  mayor  de  Cuenca.  El  cual  aceptó  la  plaza  y  con 
las  provisiones  necesarias  se  partió  para  el  Perú,  y  llegó  al  Nombre 
de  Dios  donde  tomó  residencia  a  los  ministros  de  la  justicia,  y  a  los 
oficiales  de  la  hacienda  imperial.  Hizo  mercedes  a  ciertos  conquista- 
dores antiguos  de  aquellas  islas  de  Barlovento  y  Tierra-Firme,  como 
lo  dice  el  Palentino,  capítulo  segundo,  porque  los  halló  muy  pobres. 
Pero  no  fueron  las  mercedes  de  repartimientos  de  indios,  porque  ya 
en  aquellos  tiempos  eran  acabados  los  naturales  de  aquellas  tierras. 
Fueron  de  ayudas  de  costa  y  de  oficios  de  aprovechamiento.  Proveyó 
a  Pedro  de  Orsua,  que  era  un  caballero  noble,  gran  soldado  y  capitán 
que  en  el  nuevo  reino  había  hecho  grandes  conquistas  y  poblado  una 
ciudad,  que  llamaron  Pamplona.  Y  por  la  aspereza  de  un  juez  que 
fué  a  gozar  de  lo  que  Orsua  había  trabajado  por  alejarse  dél,  como  lo 
escribe  el  beneficiado  Juan  de  Castellanos,  se  fué  ¡i  vivir  al  Nombre 


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de  Dios,  donde  le  halló  el  visorey  don  Andrés  Hurtado  de  Mendoza; 
y  le  dió  comisión  para  que  diese  orden  y  traza  para  remediar  y  prohi- 
bir los  daños  que  los  negros  fugitivos  (que  llaman  cimarrones  y  viven 
en  las  montañas),  hacían  por  lo  caminos,  salteando  los  mercaderes  y 
caminantes,  robándoles  cuanto  llevaban,  con  muertes  de  muchos  de- 
llos  que  era  intolerable.  Y  no  se  podía  caminar  sino  en  escuadras  de 
veinte  de  arriba.  Y  el  número  de  los  negros  crecía  cada  día;  porque 
teniendo  tal  guarida  se  huían  con  mucha  facilidad,  y  sin  recebir  de 
sus  amos  agravio  alguno.  Para  lo  cual  declarando  aquel  autor  que 
no  escribe  nada  desto,  decimos  que  Pedro  de  Orsúa  hizo  gente  para 
conquistar  los  negros  cimarrones  (vocablo  del  lenguaje  de  las  islas  de 
Barlovento)  a  lo  cual  fueron  muchos  soldados  de  los  de  Francisco 
Hernández  Girón,  que  estaban  en  aquella  tierra,  dellos  huidos  y 
dellos  desterrados.  Y  el  visorey  los  perdonó  a  todos  los  que  se  halla- 
sen en  esta  jornada.  Los  negros  viéndose  apretados,  salieron  a  pedir 
partidos.  Y  por  bien  de  paz,  porque  así  convenía,  les  concedieron  que 
todos  los  que  hasta  tal  tiempo  se  hubiesen  huido  de  sus  amos  fuesen 
libres,  pues  ya  les  tenían  perdidos.  Y  que  los  que  de  allí  adelante  se 
huyesen,  fuesen  obligados  los  cimarrones  a  volverlos  a  sus  dueños, 
o  pagasen  lo  que  les  pidiesen  por  ellos.  Que  cualquiera  negro  o  negra 
que  fuese  maltratado  de  su  amo,  pagándole  lo  que  le  había  costado, 
le  diese  libertad.  Y  que  los  negros  poblasen  donde  viviesen  recogidos 
como  ciudadanos  y  naturales  de  la  tierra,  y  no  derramados  por  los 
montes.  Que  contratasen  con  los  españoles  todo  lo  que  bien  les  estu- 
viese. Todo  lo  cual  se  otorgó  de  la  una  parte  y  de  la  otra  por  vivir  en 
paz;  y  los  negros  dieron  sus  rehenes  bastantes,  con  que  se  aseguró 
todo  lo  capitulado. 

Con  los  rehenes  salió  el  rey  dellos,  que  se  decía  Ballano,  para 
entregarlas  por  su  propia  persona;  más  él  quedó  por  rehenes  perpe- 
tuos, porque  no  quisieron  soltarle.  Trujéronlo  a  España,  donde  fa- 
lleció el  pobre  negro.  Y  porque  poco  antes  de  este  viage  del  visorey 
sucedió  en  el  mar  Océano  un  caso  estraño,  me  pareció  dar  cuenta  dél, 
aunque  no  es  de  nuestra  historia:  Y  fué  que  Gerónimo  de  Alderete 
que  había  venido  de  Chile  a  España,  a  negocios  del  gobernador  Pe- 
dro de  Valdivia,  sabiendo  su  fin  y  muerte,  pretendió  la  misma  plaza, 
y  su  magestad  le  hizo  merced  della.  El  cual  llevó  consigo  una  cuñada 
suya,  muger  honesta  y  devota,  de  las  que  llaman  beatas.  Embarcóse 
en  un  galeón,  donde  iban  ochocientas  personas;  el  cual  iba  por  capi- 
tán de  otras  seis  naves.  Salieron  de  España  dos  meses  antes  que  el 
visorey.  La  beata  por  mostrarse  muy  religiosa, pidió  licencia  al  maes- 
tre del  galeón  para  tener  en  su  cámara  lumbre  de  noche,  para  rezar 
sus  devociones.  El  maestre  se  la  dio  porque  era  cuñada  del  goberna- 
dor. Navegando  con  tiempo  muy  próspero,  sucedió  que  un  médico 
que  iba  en  otro  navio,  fué  al  galeón  a  visitar  a  un  amigo  suyo,  que  por 
serlo  tanto  holgaron  de  verse  aunque  iban  ambos  en  la  armada.  Ya 
sobre  tarde  queriendo  volverse  el  médico  a  su  navio,  le  dijo  su  ami- 


—  116  — 


go:  no  os  vais  hermano, quedaos  acá  esta  noche, y  mañana  os  iréis,  que 
el  buen  tiempo  lo  permite  todo.  El  médico  se  quedó  y  la  barquilla 
en  que  iba  ataron  al  galeón  para  servirse  otro  día  della.  Sucedió  que 
aquella  noche  la  beata  después  de  rezar,  o  a  medio  rezar,  se  durmió 
con  la  lumbre  encendida,  con  tan  poca  advertencia  de  lo  que  podía 
suceder,  que  se  vió  luego  cuan  mal  hecho  es  quebrantar  cualquiera 
regla  y  orden  que  la  milicia  de  mar  o  tierra  tenga  dada  por  ley  para 
su  conservación.  Que  una  dellas  es,  que  jamás  de  noche  haya  otra 
lumbre  en  la  nao  sino  la  de  la  lantia.  so  pena  de  la  vida  al  maestre 
que  la  consintiera.  Sucedió  la  desgracia  que  la  lumbre  de  la  beata 
iba  cerca  de  la  madera  del  galeón, de  manera  que  el  fuego  se  encendió, 
y  se  descubrió  por  la  parte  de  afuera.  Lo  cual  visto  por  el  maestre 
viendo  que  no  tenía  remedio  de  apagarse,  mandó  al  marinero  que 
gobernaba,  que  arrimase  al  galeón  el  barco  que  iba  atado  a  él,  en  que 
el  medico  fué  el  día  antes.  Y  el  maestre  fué  al  gobernador  Alderete,  y 
sin  hacer  ruido  le  recordó  y  Jijo  lo  que  había  en  el  galeón.  Y  tomando 
un  muchacho  hijo  suyo,  de  los  que  llevaba  consigo,  se  fué  con  el  go- 
bernador al  barco,  y  entraron  dentro  los  cuatro  que  hemos  dicho,  y 
se  alejaron  del  galeón  sin  dar  voces  ni  hacer  otro  ruido,  porque  no 
recordase  la  gente  y  se  embarazasen  unos  a  otros,  y  se  ahogasen  todos. 
Quiso  por  aquella  vía  librarse  de  la  muerte,  y  dejarle  entregado  un 
hijo,  en  pena  de  haber  quebrantado  la  ley  que  tan  inviolablemente 
debía  guardar.  El  fuego  con  el  buen  alimento  que  en  los  navios  tenía 
de  brea  y  alquitrán  pasó  adelante  y  despertó  los  que  dormían.  Las 
otras  naos  de  la  armada  viendo  el  gran  fuego  que  había  en  la  capitana, 
se  acercaron  a  ella  para  recoger  la  gente  que  se  echase  a  la  mar.  Pero 
llegando  el  fuego  a  la  artillería  la  disparó  toda  de  manera  q'  los  navios 
huyeron  a  toda  priesa  de  temor  de  las  balas,  que  como  nao  capitana 
iba  bien  artillada  y  aprestada  para  lo  que  se  ofreciese.  Y  así  perecieron 
las  ochocientas  personas  que  iban  dentro,  dellos  quemados  del  fuego, 
y  dellos  ahogados  en  la  mar  ;  que  causó  gran  lástima  la  nueva  de  esta 
desgracia  a  todos  los  del  Perú.  Gerónimo  de  Alderete  luego  que  ama- 
neció entró  en  uno  de  sus  navios,  y  mandó  poner  estandarte  para  .,ue 
viesen  los  demás  que  habían  escapado  del  fuego  y  del  agua.  Y  dando 
orden  a  los  demás  navios  que  siguiesen  su  viage  al  Nombre  de  Dios: 
él  arribó  a  España,  a  pedir  nuevas  provisiones  de  su  gobernación,  y 
lo  demás  necesario  para  su  persona,  porque  todo  lo  consumió  el  fuego. 
"Y  así  volvió  a  seguir  su  camino  en  compañía  de  la  armada  en  que 
fué  el  marqués  de  Cañete  por  visorey  al  Per '  ;  como  lo  dice  el  Palen- 
tino.  aunque  no  cuenta  la  desgracia  del  galeón. 


CAPITULO  IV 


EL  VISOREY  LLEGA  AL  PERU.  LAS  PROVISIONES  QUE  HACE  DE  NUEVOS 
MINISTROS.  LAS  CARTAS  QUE  ESCRIBE  A  LOS  CORREGIDORES. 


EL  visorey  don  Andrés  Hurtado  de  Mendoza  salió  de  Panamá,  y 
con  buen  tiempo  llegó  a  Paita,  que  es  término  del  Perú,  donde 
despachó  provisiones  de  gobernación  para  el  reino  de  Quitu  y 
otras  partes  de  aquel  parage;  y  escribió  a  todos  los  corregidores  de 
las  ciudades  de  aquel  imperio.  Envió  un  caballero  deudo  de  su  casa, 
con  particular  embajada  a  la  chancillería  real  de  los  Reyes.  El  cual 
paró  en  la  ciudad  de  San  Miguel,  y  como  mozo  se  detuvo  en  ella,  con 
otros  caballeros  de  su  edad,  en  ejercicios  poco  o  nada  honestos.  Lo 
cual  sabido  por  el  visorey,  le  envió  a  mandar  que  no  pasase  adelante 
y  cuando  llegó  a  aquella  ciudad  mandó  que  le  prendiesen  y  trujesen 
a  España  preso;  porque  no  quería  que  sus  embajadores  y  criados  sa- 
liesen de  la  comisión  y  orden  que  les  daba.  Asimismo  envió  a  España 
a  don  Pedro  Luis  de  Cabrera,  y  a  otros  casados  que  tenían  sus  mugeres 
en  ella.  Aunque  es  verdad  que  la  culpa  más  era  de  las  mugeres  que 
no  de  sus  maridos;  porque  algunos  dellos  habían  enviado  por  las 
suyas  y  con  mucho  dinero  para  el  camino;  y  por  no  dejar  a  Sevilla 
que  es  encantadora  de  las  que  la  conocen,  no  quisieron  obedecer  a 
sus  maridos,  antes  procuraron  ellas  con  la  justicia,  que  se  los  enviasen 
a  España.  Que  por  no  ir  al  Perú  tres  dellas.cuyos  maridos  yo  conocí, 
perdieron  los  repartimientos  que  con  la  muerte  de  sus  maridos  here 
daban,  que  valían  más  de  cien  mil  ducados  de  renta.  Los  cuales  pu- 
diéramos nombrar;  pero  es  justo  que  guardemos  la  reputación  y  ho- 
nor de  todos  El  visorey  pasó  adelante  en  su  camino  con  la  mayor 
blandura  y  halago  que  pudo  mostrar,  haciendo  mercedes  y  regalos 
de  palabra  a  todos  los  que  le  hablaban  y  pedían  gratificación  de  sus 
servicios.  Todo  lo  cual  hacía  con  buena  maña  e  industria  para  que  la 
nueva  pasase  adelante  y  quietase  los  ánimos  de  los  que  podían  estar 
alterados  por  ¡os  delitos  e  indicios  pasados.  La  fama  entre  otras  cosas, 


publicó  entonces,  que  el  visorey  quería  hacer  un  particular  consejo 
de  cuatro  personas  principales  y  antiguas  en  el  reino,  que  fuesen  libres 
de  pasión  y  afición,  y  que  como  hombres  que  conocían  a  todos  los  de 
aquel  imperio,  y  sabían  los  méritos  de  cada  uno,  le  avisasen  y  dije- 
sen lo  que  debía  hacer  con  los  pretendientes,  porque  no  le  engañasen 
con  relaciones  fingidas.  Publicó  la  fama  de  los  que  habían  de  ser  del 
consejo.  El  uno  dellos  era  Francisco  de  Garay,  vecino  de  Huánuco, 
y  otro  Lorenzo  de  Aldana,  vecino  de  Arequepa,  y  Garcilaso  de  la  Vega 
y  Antonio  de  Quiñones  .vecinos  del  Cosco.  Y  era  notorio  que  cualquie- 
ra de  todos  cuatro  pudiera  muy  largamente  gobernar  el  Perú  y  más 
adelante.  Con  esta  novela  se  alentaron  y  regocijaron  todos  los  mora- 
dores de  aquel  imperio,  así  indios  como  españoles,  seglares  y  eclesiás- 
ticos, y  a  todas  voces  decían :  que  aquel  príncipe  venía  del  cielo,  pues 
con  tales  consejeros  quería  gobernar  el  reino. 

El  visorey  siguió  su  camino  hasta  la  ciudad  de  los  Reyes,  publi- 
cando siempre  que  iba  a  hacer  mercedes,  como  lo  dice  el  Palentino, 
capítulo  segundo,  por  estas  palabras:  Lo  que  más  se  estendía  su  fama 
era  que  hacía  grandes  mercedes,  y  que  no  tocaba  en  cosas  pasadas. 
Por  cuya  causa  acudió  a  Trujillo  gran  número  de  gente,  y  entre  ellos 
muchos  que  no  habían  sido  muy  sanos  en  servicio  del  rey.  Y  a  estos 
por  entonces  el  virey  les  hacía  buena  cara,  y  daba  a  entender  en  sus 
pláticas  que  aquellos  que  de  Francisco  Hernández  se  habían  pasado 
al  rey,  le  habían  dado  la  tierra.  Y  desta  suerte  los  descuidaba  tanto, 
que  en  el  Cosco  y  otras  partes,  vecinos  que  vivían  recatados  por  la 
pasada  dolencia,  que  estaban  en  sus  pueblos  de  indios,  y  cuando  ve- 
nían a  la  ciudad  era  con  mucha  compañía  y  gran  recato.  Con  este 
rumor  y  fama  se  comenzaron  a  descuidar,  &c. 

Hasta  aquí  es  de  aquel  autor.  Y  declarando  lo  que  en  esto  hubo, 
decimos :  que  todos  los  vecinos  del  Cosco  estaban  quietos,  y  sosegados, 
alegres  y  contentos  con  la  venida  del  visorey,  y  con  las  buenas  nuevas 
que  la  fama  publicaba  de  su  intención  y  deseos.  Solo  Tomás  Vasquez 
y  Piedrahita  eran  los  que  estaban  en  los  pueblos  de  sus  indios,  y  no 
residían  en  la  ciudad.  Y  esto  más  era  de  vergüenza  de  haber  seguido 
al  tirano  desde  el  principio  de  su  levantamiento,  que  no  de  miedo  de 
la  justicia,  porque  estaban  perdonados  en  nombre  de  su  magestad 
por  su  cnancillería  real  ;  porque  habían  hecho  aquel  gran  servicio  de 
negar  al  tirano  con  la  coyuntura  que  le  negaron,  que  fué  toda  su  per- 
dición y  acabamiento;  y  no  venían  a  la  ciudad  con  mucha  compañía 
ni  gran  recato,  como  lo  dice  aquel  autor,  sino  que  voluntariamente  se 
estaban  desterrados  en  sus  repartimientos  de  indios.  Que  en  más  de 
tres  años  (que  entonces  fué  corregidor  Garcilaso  de  la  Vega,  mi  se- 
ñor) yo  no  los  vi  en  ella,  sino  fué  sola  una  vez,  a  Juan  de  Piedrahita 
que  vino  de  noche  a  algún  negocio  forzoso,  y  de  noche  visitó  a  mi 
padre,  y  dió  cuenta  de  su  vida  solitaria;  pero  nunca  salió  aplaza 
de  día.  Por  lo  cual  me  espanto  que  se  escriban  cosas  tan  agenas  de  lo 
que  pasó.  Y  Alonso  Díaz  que  fué  el  otro  vecino  que  acompañó  a  Fran- 


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cisco  Hernández  Girón,  no  quiso  ausentarse  de  la  ciudad,  sino  vivir 
en  ella  como  solía.  Y  esto  es  lo  que  hubo  entonces  en  aquel  pueblo, 
y  no  tanto  escándalo,  como  las  palabras  de  aquel  autor  significan  y 
causan  a  los  oyentes. 

El  visorey  llegó  a  la  ciudad  de  los  Reyes  por  el  mes  de  julio  de 
mil  y  quinientos  y  cincuenta  y  siete  años,  donde  fué  recibido  como  con- 
venía a  la  grandeza  de  su  oficio  real,  y  a  la  calidad  de  su  persona  y 
estado,  que  era  señor  de  vasallos  con  título  de  marqués;  que  aunque 
los  visoreyes  pasados  tuvieron  el  mismo  oficio,  carecieron  de  título  y 
de  vasallos.  Y  habiendo  tomado  su  silla  y  asiento,  pasados  ocho  días, 
tomó  la  posesión  de  aquel  imperio  por  el  rey  don  Felipe  I  L  por  renun- 
ciación que  el  emperador  Carlos  V  hizo  en  su  magestad,  de  los  reinos 
y  señoríos  que  tenía.  Lo  cual  hizo  por  falta  de  salud  para  poder  gober- 
nar imperios  y  reinos  tan  grandes,  y  tratar  negocios  tan  importantes 
y  dificultosos,  como  los  que  se  ofrecen  en  semejantes  gobiernos.  La 
posesión  se  tomó  con  toda  la  solemnidad  y  ceremonias  y  acompaña- 
miento que  se  requería;  donde  se  halló  el  visorey,  y  la  audiencia  real; 
y  los  cabildos  seglar  y  eclesiástico  con  el  arzobispo  de  los  Reyes  don 
Gerónimo  de  Loaysa,  y  los  conventos  de  religiosos  que  entonces  había 
en  aquella  ciudad,  que  eran  cuatro:  el  de  nuestra  Señora  de  las  Mer- 
cedes, de  San  Francisco,  Santo  Domingo  y  San  Agustín.  Pasada  la 
ceremonia  en  la  plaza  y  por  las  calles,  fueron  a  la  iglesia  catedral, 
donde  el  arzobispo  dijo  una  misa  pontifical  con  gran  solemnidad. 
Lo  mismo  pasó  en  todas  las  demás  ciudades  de  aquel  imperio;  con  lo 
cual  mostró  cada  uno  conforme  su  posibilidad,  el  contento  y  regocijo 
que  recibieron  de  tal  auto.  Hubo  muchas  fiestas  muy  solemnes  de 
toros,  y  juegos  de  cañas,  y  muchas  libreas  muy  costosas;  que  era  y  es 
la  fiesta  ordinaria  de  aquella  tierra. 

El  visorey  don  Andrés  Hurtado  de  Mendoza,  luego  que  se  hubie- 
ron tomado  las  posesiones,  envió  corregidores  y  ministros,  de  justicia 
a  todos  los  pueblos  del  Perú.  Entre  ellos  fué  al  Cosco  un  letrado  na- 
tural de  Cuenca,  que  se  decía  Bautista  Muñoz,  que  el  visorey  llevó 
consigo.  El  licenciado  Altamirano  oidor  de  su  magestad,  que  no  quiso 
acompañar  el  estandarte  real  y  su  ejército  en  la  guerra  pasada,  fué 
por  corregidor  a  la  ciudad  de  la  Plata;  y  otros  fueron  a  las  ciudades 
Huamanca,  Arequepa  \  de  la  Paz,  donde  pasaron  cosas  grandes  :  algu- 
nas dellas  contaremos  en  el  capítulo  siguiente,  que  decirlas  todas  es 
muy  dificultoso. 


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CAPITULO  V 


LAS  PREVENCIONES  QUE  EL  VISOREY  HIZO  PARA  ATAJAR  MOTINES  Y 
LEVANTAMIENTOS.  LA  MUERTE  DE  TOMAS  VASQUEZ,  P1EDRAHITA 
Y  ALONSO  DIAZ,  POR  HABER  SEGUIDO  A  FRANCISCO  HERNANDEZ 
GIRON. 


EL  visorey,  como  lo  dice  el  Palentino  capítulo  segundo  de  su  ter- 
cera parte,  luego  que  entró  en  la  ciudad  de  los  Reyes,  mandó 
tomar  todos  los  caminos  que  salían  della  para  las  demás  ciuda- 
des de  aquel  imperio.  Puso  en  ellos  personas  de  quien  tenía  confianza, 
mandóles  que  con  mucho  cuidado  y  vigilancia  mirasen- y  catasen  así 
a  españoles  como  a  indios,  si  llevaban  cartas  de  unas  partes  a  otras. 
Lo  cual  mandó  que  se  hiciese  para  entender  si  se  trataba  de  alguna 
novedad  de  los  unos  a  los  otros.  Palabras  son  de  aquel  autor,  y  todo 
ló  que  vamos  diciendo  es  suyo,  y  yo  vi  mucha  parte  dello.  Asímesmo 
mandó  el  visorey  que  ningún  español  caminase  sin  licencia  particular 
de  la  justicia  del  pueblo  donde  salía,  habiendo  dado  causas  bastantes 
para  que  se  la  diesen.  Y  en  particular  mandó  que  no  viniesen  los  espa- 
ñoles a  la  ciudad  de  los  Reyes  con  achaque  de  ver  las  fiestas  y  regoci- 
jos que  en  ellas  se  hacían.  Aunque  en  esto  hubo  poco  afecto,  porque 
antes  que  el  visorey  llegara  a  aquella  ciudad  estaba  toda  llena  de  los 
pretendientes  y  de  los  demás  negociantes  que  esperaban  la  venida  del 
visorey;  que  luego  que  supieron  su  ida  acudieron  todos  a  hallarse 
a  su  recebimiento  y  festejarle  su  llegada.  Mandó  recoger  en  su  casa 
la  artillería  gruesa  que  había  en  aquella  ciudad  y  los  arcabuces  y 
otras  armas  que  pudo  haber.  Todo  lo  cual  se  hizo,  recelando  no  hu- 
biese algún  levantamiento;  que  según  lo  pasado,  estaba  aquella  tierra 
mucho  para  temer  semejantes  rebeliones;  pero  los  moradores  estaban 
ya  tan  cansados  de  guerras  y  tan  lastados,  que  no  había  que  temer- 
les. Y  dejando  al  visorey,  diremos  de  los  corregidores  que  envió  al 
Cosco  y  a  los  Charcas, 


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El  licenciado  Muñoz  llegó  a  la  ciudad  del  Cosco  con  su  provisión 
de  corregidor  de  aquella  ciudad,  la  cual  le  salió  a  recebir,  y  luego  que 
entró  en  ella,  Garcilaso,  mi  señor,  le  entregó  la  vara  de  justicia,  y 
con  ella  en  la  mano  le  preguntó  el  corregidor  nuevo,  ¿cuánto  valía 
el  derecho  de  cada  firma?  Fuele  respondido  que  no  lo  sabía,  porque 
no  había  cobrado  tal  derecho.  A  esto  dijo  el  licenciado  que  no  era 
bien  que  los  jueces  perdieran  sus  derechos  cualesquiera  que  fuesen. 
Los  oyentes  se  admiraron  de  oir  el  coloquio,  y  dijeron  que  no  era  de 
espantar  que  quisiese  saber  lo  que  le  podía  valer  el  oficio  fuera  del 
salario  principal;  que  de  España  a  Indias  no  iban  a  otra  cosa  sino  a 
ganar  lo  que  buenamente  pudiesen. 

El  corregidor  luego  que  tomó  la  vara  y  creó  sus  alguaciles,  envió 
dos  dellos  fuera  de  la  ciudad;  el  uno  a  prender  a  Tomás  Vasquez,  y 
el  otro  a  Juan  de  Piedrahita,  y  los  trujeron  presos  dentro  de  cinco  o 
seis  días,  y  los  pusieron  en  la  cárcel  pública.  Los  parientes  del  uno  y 
del  Otro,  procuraron  buscar  fiadores  que  les  fiasen, que  asistirían  en  la 
ciudad  y  no  se  irían  della.  Porque  les  pareció  que  la  prisión  era  para 
que  residiesen  en  la  ciudad,  y  no  en  los  pueblos  de  sus  indios.  A  uno 
de  los  que  hablaron  para  que  fiase  fué  mi  padre;  respondió  que  la 
comisión  que  el  corregidor  traía,  debía  de  ser  muy  diferente  de  la 
que  ellos  pensaban ;  que  para  que  residieran  en  la  ciudad  bastaba  man- 
dárselo con  cualquiera  pena  por  liviana  que  fuera,  y  no  hacer  tanta 
ostentación  de  enviar  por  ellos  y  traerlos  presos;  de  lo  cual  sospechaba 
que  era  para  cortarles  las  cabezas.  El  suceso  fué  como  lo  pronosticó 
Francisco  Hernández  Girón,  como  atrás  se  dijo;  porque  otro  día  ama- 
necieron muertos,  que  en  la  cárcel  le  dieron  garrote,  no  les  valiendo 
los  perdones  que  en  nombre  de  su  magestad  les  había  dado  la  cnanci- 
llería real.  Y  les  confiscaron  los  indios,  y  los  de  Tomás  Vasquez,  que 
era  uno  de  los  principales  repartimientos  de  aquella  ciudad,  dió  el 
visorey  a  otro  vecino  della,  natural  de  Sevilla,  que  se  decía  Rodrigo 
de  Esquivel  por  mejorarle,  que  aunque  tenía  repartimiento  de  indios, 
eran  pobres  y  de  poca  valía.  Lo  mismo  hicieron  de  los  indios  de  Pie- 
drahita, y  de  Alonso  Díaz,  que  también  le  mataron,  y  confiscaron  sus 
bienes  como  a  los  otros  dos.  No  hubo  más  que  esto  en  aquella  ciudad, 
de  la  ejecución  de  la  justicia  contra  los  rebeldes  en  la  guerra  pasada. 
El  licenciado  Muñoz  siguió  la  residencia  contra  sus  antecesores,  puso 
cuatro  cargos  al  corregidor.  El  uno  fué  que  jugaba  caña,  siendo  justi- 
cia de  aquella  ciudad.  Otro  cargo  fué  que  salía  algunas  veces  de  su 
casa  a  visitar  algunos  vecinos  suyos  sin  la  vara  en  la  mano,  que  era 
dar  ocasión  a  que  le  perdiesen  el  respeto  que  al  corregidor  se  le  debía. 
El  tercero  fué  que  consentía  que  en  las  Pascuas  de  Navidad  juga- 
sen en  su  casa  los  vecinos  y  otra  gente  principal  de  aquella  ciudad, 
y  que  él  siendo  corregidor  jugaba  con  ellos.  El  último  cargo  fué  que 
había  recebido  un  escribano  para  que  lo  fuese  de  la  ciudad,  sin  hacer 
otras  diligencias  que  la  ley  mandaba  en  semejante  caso.  Fuéle  res- 
pondido: que  jugaba  cañas,  porque  lo  había  hecho  toda  su  vida,  y  que 


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no  le  dejara  de  hacer  aunque  el  oficio  fuera  de  más  calidad  y  alteza. 
Al  segundo  cargo  se  le  respondió,  que  salía  algunas  veces  de  su  casa 
sin  la  vara  en  la  mano,  por  ser  tan  cerca  de  su  posada  la  visita  que  iba 
a  ser,  que  no  se  echaba  de  ver  en  la  vara;  y  que  sin  ella  y  con  ella  le 
tenían  y  hacían  el  respeto  que  le  debían;  porque  era  muy  conocido  en 
todo  aquel  imperio  y  fuera  dél,  y  que  no  hacía  delito  contra  la  vara 
eh  no  sacarla  en  la  mano.  Y  a  lo  del  jugar  en  su  casa  las  Pascuas.dijo, 
que  era  verdad  que  lo  consentía,  y  él  jugaba  con  los  que  iban  a  ella; 
porque  jugando  en  su  casa,  se  prohibían  y  escusaban  las  riñas,  y  pen- 
dencias que  el  juego  podía  causar  no  jugando  en  su  presencia:  como 
lo  hacía  el  juego  a  cada  paso,  aun  con  los  muy  altos  y  presuntuosos 
A  lo  del  escribano  dijo,  que  como  él  no  era  letrado  no  miró  en  lo  que 
la  ley  mandaba,  sino  en  que  la  ciudad  tenía  necesidad  de  un  oficio 
que  administrase  aquel  oficio.  Y  que  lo  que  él  procuró  fué  que  fuese 
hombre  fiel  y  legal,  cual  convenía  para  tal  ministerio-  y  que  así  ha- 
llaría que  lo  era,  y  toda  aquella  ciudad  lo  diría.  Al  licenciado  Mon- 
jaraz  que  fué  teniente  del  corregidor,  le  pusieron  otros  cargos  seme- 
jantes y  aún  más  livianos  que  la  residencia,  más  fué  por  decir  el  nuevo 
juez  que  la  había  tomado,  que  no  porque  hubiese  cargos  que  castigar 
ni  deudas  que  satisfacer;  y  así  los  dió  por  libres  de  todo. 


 «P*  


CAPITULO  VI 


LA  PRISION  Y  MUERTE  DE  MARTIN  DE  ROBLES,  Y  LA  CAUSA  POR  QUE 
LO  MATARON. 


L  licenciado  Altamirano,  oidor  de  la  cnancillería  real  de  la  ciudad 


de  los  Reyes,  fué  (como  atrás  se  dijo)  por  corregidor  de  la  ciudad 


de  la  Plata;  y  luego  que  llegó  a  su  corregimiento  prendió  a  Mar- 
tín de  Robles,  vecino  de  aquella  ciudad,  y  sin  hacerle  cargo  alguno, 
le  ahorcó  públicamente  en  la  plaza  della;  que  lastimó  a  toda  aquella 
tierra  porque  era  de  los  principales  vecinos  de  aquel  imperio,  y  tan 
cargado  de  años  y  vejez  que  ya  no  podía  traer  la  espada  en  la  cin- 
ta, y  se  la  traía  un  muchacho  indio  que  andaba  tras  él.  Lastimó  mu- 
cho más  su  muerte  cuando  se  supo  la  causa,  que  la  cuenta  el  Palentino 
en  el  capítulo  dos  de  su  tercera  parte,  como  se  sigue: 

El  visorey  escribió  al  licenciado  Altamirano  una  carta  misiva 
para  que  justiciase  a  Martín  de  Robles,  y  publicase  que  había  sido 
la  ocasión  que  habían  certificado  o  dicho  al  visorey  que  estando  Mar- 
tín de  Robles  en  conversación  había  dicho:  vamos  a  Lima  a  poner 
en  crianza  al  virev  que  viene  descomedido  en  el  escrebir  (propio  dicho 
de  Martín  de  Robles,  aunque  no  hubiera  causa  ni  color  para  decirlo) 
y  mucho  aún  la  común  afirman  que  Martín  de  Robles  nunca  tal  dijo; 
algunos  afirmaron  que  lo  que  incitó  al  virey  más  que  esta  pequeña 
ocasión,  fué  haber  sido  Martín  de  Robles  tan  culpado,  en  la  prisión 
y  muerte  de  Vasco  Nuñez  Vela,  visorey  del  Perú,  &c. 

Hasta  aquí  es  de  aquel  autor,  y  declarando  este  paso  que  está 
oscuro  y  confuso  decimos:  que  Martín  de  Robles  dijo  aquellas  pala- 
bras pero  por  otro  término;  y  las  causas  para  decirlas  fueron  las  cartas 
que  el  visorey.  como  atrás  dijimos,  escribió  dende  Pavia  a  todos  los 
corregidores  de  aquel  imperio;  haciéndoles  saber  su  venida,  que  todos 
los  sobre-escritos  de  las  cartas  decían:  al  noble  señor  el  corregidor  de 
tal  parte.  Y  dentro  en  la  casa  hablaba  de  vos  con'cualquiera  que  fuese. 
Esta  manera  de  escrebir  causó  admiración  en  todo  el  Perú,  porque 
en  aquellos  tiempos  y  mucho  después,  hasta  que  salió  la  pragmática 
de  las  cortesías,  los  hombres  nobles  y  ricos  en  aquella  tierra  escrebían 
a  sus  criados  con  el  título  noble,  y  decían  en  el  sobre-escrito  al  muy 


—  Í24  — 


noble  señor  fulano,  y  dentro  hablaban  a  uno  de  vos  y  a  otros  de  él. 
cohforme  a  ia  calidad  del  oficio  en  que  servían.  Pues  como  las  cartas 
del  visorey  iban  tan  de  otra  suerte,  los  maldicientes  y  hombres  faci- 
nerosos, que  deseaban  alteraciones  y  revueltas,  tomaron  ocasión  para 
murmurar,  mofar  y  decir  lo  que  se  les  antojaba.  Porque  los  visoreyes 
y  gobernadores  pasados  escribían  con  respeto  y  miramiento  Je  ia« 
calidades  y  méritos  de  cada  uno.  Y  así  no  falto  quién  dijese  a  mi  padre 
(que  era  entonces  corregidor  en  la  imperial  ciudad  del  Cosco)  ¿que 
cómo  se  podía  llevar  aquella  manera  de  escrebir'1  Mi  padre,  respondió: 
que  se  podía  llevar  muy  bien, porque  el  visorey  no  escrebía  a  Garcilaso 
de  la  Vega,  sino  al  corregidor  del  Cosco  que  era  su  ministro:  que  ma- 
ñana o  esotro  día  le  escrebiría  a  él,  y  verían  cual  diferente  era  la  una 
carta  de  la  otra.  Y  así  fué  que  dentro  de  ocho  días  después  que  el 
visorey  llegó  a  Rimac,  escribió  a  mi  padre  con  el  sobre-escrito  que  de- 
cía: al  muy  magnífico  señor  Garcilaso  de  la  Vega,&c.  Y  dentro  habla- 
ba como  pudiera  hablar  con  un  hermano  segundo:  tanto  que  admiró 
a  todos  los  que  la  vieron.  Yo  tuve  ambas  las  cartas  en  mis  manos, 
que  entonces  yo  servía  a  mi  padre  de  escribiente  en  todas  las  cartas 
que  escrebía  a  diversas  partes  de  aquel  imperio,  y  así  respondió  a  es- 
tas dos  por  mi  letra.  Volviendo  ahora  al  cuento  de  Martín  Robles,  e 
así  que  una  de  aquellas  primeras  cartas  fué  al  corregidor  de  los  Char- 
cas con  la  cual  hablaron  los  mofadores  muy  largo,  y  entre  otras  cosas 
dijeron  que  aquel  visorey  iba  muy  descomedido, pues  escrebía  de  aque- 
lla manera  a  todos  los  corregidores,  que  muchos  dellos  eran  en  calidad 
y  cantidad  tan  buenos  como  él.  Entonces  dijo  Martín  de  Robles,  dé- 
jenlo llegar  que  acá  le  enseñaremos  a  tener  crianza.  Díjolo  por  donai- 
re, que  en  menores  ocasiones,  como  lo  ha  dicho  el  Palentino  decía 
mayores  libertades,  no  perdonando  amigo  alguno  por  muy  amigo  que 
fuese,  ni  aún  a  su  propia  muger.  Que  pudiéramos  contar  en  prueba  de 
esto  algunos  cuentos  y  dichos  suyos, si  no  fueran  indecentes  e  indignos 
de  quedar  escritos.  Baste  decir  que  reprendiéndole  sus  amigos  la  li- 
bertad de  sus  dichos,  porque  los  más  dellos  eran  perjudiciales  y  ofen- 
sivos, y  que  se  hacía  malquisto  con  ellos,  respondía  que  él  tenía  por 
menor  pérdida'la  de  un  amigo  que  la  de  un  dicho  gracioso  y  agudo,  di- 
cho a  su  tiempo  y  coyuntura,  y  así  perdió  el  triste  la  vida  por  ellos. 
Que  la  prisión  del  visorey  Blasco  Nuñez  Vela,  que  el  Palentino  dice 
que  fué  la  causa,  estaba  ya  olvidada,  que  habían  pasado  trece  años 
en  medio.  Y  en  aquel  tiempo  Martín  de  Robles  hizo  muchos  servicios 
a  su  magestad;  y  que  en  muy  grande  coyuntura  con  mucho  riesgo 
suyo  se  huyó  de  Gonzalo  Pizarro  al  presidente  Gasea,  y  sirvió  en  aque- 
lla guerra  hasta  el  fin  delta,  y  así  se  lo  pagó  bien  el  presidente  Gasea 
como  se  ha  dicho.  Asimismo  sirvió  en  la  guerra  de  don  Sebastián  y 
en  la  de  Francisco  Hernández  Girón,  en  las  cuales  gastó  gran  suma 
de  oro  y  plata  de  su  hacienda;  y  todos  sus  delitos  pasados  estaban  ya 
perdonados  en  nombre  de  su  magestad,  así  por  su  presidente  Gasea, 
como  por  los  oidores  de  aquella  chancillería  real. 


CAPITULO  VII 


LO  QUE  EL  VISOREY  HIZO  CON  LOS  PRETENDIENTES  DE  GRATIFICACION 
DE  SUS  SERVICIOS.  COMO  POR  ENVIDIOSOS  Y  MALOS  CONSEJEROS 
ENVIO  DESTERRADOS  A  ESPAÑA  TREINTA  Y  SIETE  DELLOS. 


EN  otro  paso  de  aquel  capítulo  segundo,  hablando  del  visorey  don 
Andrés  Hurtado  de  Mendoza,  dice  el  Palentino  lo  que  se  sigue: 
So  color  de  fiestas  y  regocijos  recogió  en  su  casa  toda  la  artillería 
y  arcabuces  y  otras  armas  que  había.  Luego  que  todo  esto  hubo  he- 
cho y  proveído,  revocó  los  poderes  y  perdones  que  los  oidores  habían 
dado,  y  dió  tiempo  a  muchas  personas  ansí  capitanes  como  soldados, 
acometiéndolos  con  alguna  gratificación  en  remuneración  de  sus  ser- 
vicios. Y  como  entendió  que  tenía  gran  punto,  y  asimismo  porque  le 
dijeron  que  decían  alguna  palabras  de  mal  sonido,  mandó  prender  a 
muchos,  y  a  un  mismo  tiempo  en  su  propia  casa  (con  buena  maña 
que  para  ello  se  tuvo)  de  donde  luego  los  mandó  llevar  con  buena 
guarda,  al  puerto  y  Callao  de  Lima  para  los  enviar  a  España.  Publi- 
cando enviar  a  los  unos  para  su  magestad  que  allá  los  gratificase  de 
us  servicios,  porque  en  el  Perú  no  convenía.  Y  a  otros  para  que  con 
sel  destierro  fuesen  castigados.  Y  aconsejándole  algunas  personas  y 
persuadiéndole  que  enviasen  con  ellos  la  información  de  sus  culpas, 
así  de  las  palabras  que  habían  dicho  como  de  las  obras  que  habían 
hecho  (si  algunos  eran  culpados)  no  lo  quiso  hacer,  diciendo  que  no 
querían  ser  su  fiscal  sino  intercesor,  para  que  de  su  magestad  fuesen 
bien  recebidos.  y  aprovechados  y  honrados,  &c. 

Hasta  aquí  es  de  aquel  autor.  Y  porque  son  pasos  de  la  historia 
que  conviene  declarar  para  que  se  entiendan  como  pasaron,  porque 
aquel  autor  los  dejó  oscuros,  diremos  historialmente  el  suceso  de  cada 
cosa.  Es  así  que  el  recoger  de  los  arcabuces  y  otras  armas  que  el 
autor  dice  que  el  visorey  mandó  recoger  en  su  casa,  los  oidores  antes 
que  el  visorey  fuera  allá  lo  habían  mandado  a  todos  los  corregidores 
de  aquel  imperio.  Mi  padre  como  uno  de  ellos,  los  mandó  apregonar 


126  —       •  -  - '    -  - 


en  su  jurisdicción, y  muchos  caballeros  y  soldados  principales  muy  ser- 
vidores de  su  magestad,  entregaron  los  arcabuces  y  las  demás  armas 
que  tenían,  pero  de  la  gente  común  no  tenían  nadie;  y  si  alguno  acu- 
día era  con  el  desecho  y  con  lo  inútil  que  él  y  sus  amigos  tenían. 
Por  lo  cual  escribió  Garcilaso  mi  señor,  a  la  chancillería  real  lo  que 
pasaba,  avisando  que  aquello  más  era  perder  que  ganar;  porque  los 
amigos  del  servicio  real  quedaban  desarmados,  y  los  no  tales  se  tenían 
sus  armas.  Por  lo  cual  mandaron  los  oidores  que  de  secreto  se  las  vol- 
viesen a  sus  dueños,  y  así  se  hizo.  Y  esto  fué  lo  del  recoger  las  armas 
que  aquel  autor  dice.  Y  lo  del  revocar  los  poderes  y  perdones  que  los 
oidores  habían  dado  a  los  que  siguieron  a  Francisco  Hernández, 
fué  para  que  los  justiciasen,  como  se  hizo  y  se  ha  contado.  Y  el  tiento 
que  dice  que  el  visorey  dió  a  muchas  personas  así  capitanes  como  sol- 
dados, acometiéndoles  con  alguna  gratificación  en  remuneración  de 
sus  servicios.  Es  así  que  a  muchos  de  los  pretendientes,  de  los  cuales 
atrás  hemos  hecho  mención,  les  ofreció  alguna  gratificación  pero 
muy  tasada,  no  conforme  a  los  méritos  dellos;  que  había  de  ser  con 
condición  que  se  habían  de  casar  luego;  pues  habían  muchas  mugeres 
españolas  en  aquella  tierra.  Y  que  aquello  le  mandaba  su  magestad 
que  hiciese  y  cumpliese  para  que  todo  aquel  reino  se  sosegase,  y  viviese 
en  paz  y  quietud.  Y  a  muchos  de  los  pretensores  les  señalaron  las  mu- 
geres con  quien  habían  de  casar;  que  como  el  visorey  no  las  conocía, 
las  tenía  a  todas  por  muy  honradas  y  honestas:  pero  muchas  dellas 
no  lo  eran.  Por  lo  cual  se  escandalizaron  los  que  habían  de  servir  por 
mugeres,  rehusando  la  compañía  dellas,  porque  las  conocían  de  muy 
atrás;  y  esto  bastó  para  que  los  émulos  y  enemigos  de  los  pretendien- 
tes envidiosos  de  sus  méritos  y  servicios,  llevasen  chismes  y  nove- 
las al  visorey,  muy  ecandalosas  y  perjudciales  contra  los  soldados 
pretensores.  Por  lo  cual  dice  aquel  autor,  que  como  el  visorey  entendió 
que  tenían  gran  punto,  y  así  mismo  porque  le  dijeron  que  decían  al- 
gunas palabras  de  mal  sonido,  mandó  prender  a  muchos  y  llevar  con 
buena  guarda  al  puerto  y  Callao  de  Lima  para  los  enviar  a  España, 
publicando  enviar  a  los  unos  para  que  su  magestad  allá  los  gratificase 
de  sus  servicios  porque  en  el  Perú  no  convenía;  y  a  otros  para  que  con 
el  destierro  fuesen  castigados,  &c. 

Fueron  treinta  y  siete  los  que  prendieron  y  embarcaron,  que  eran 
los  más  calificados  y  los  más  notorios  en  el  servicio  de  su  magestad; 
y  en  prueba  desto  decimos  que  uno  dellos  fué  Gonzalo  Silvestre,  de 
cuyos  trabajos  y  servicios  se  hizo  larga  relación  en  nuestra  Historia 
de  la  Florida,  y  en  esta  se  ha  hecho  lo  mismo.  En  la  batalla  de  Chu- 
quinca,  como  en  su  lugar  se  dijo,  le  mataron  un  caballo  que  pocos 
días  antes  les  daba  Martín  de  Robles  por  él  doce  mil  ducados.  De  la 
misma  calidad  y  de  más  antigüedad  en  aquel  reino  eran  muchos  de- 
llos, que  holgara  tener  la  copia  de  todos.  Y  aunque  el  Palentino  dice 
que  enviaran  a  otros  para  que  con  el  destierro  fuesen  castigados,  rió 
desterraron  a  ninguno  dellos  por  delitos,  que  todos  eran  beneméritos! 


—  127  — 


También  dice,  que  aconsejándole  algunas  personas  y  que  persua- 
diéndole que  enviase  con  ellos  la  información  de  sus  culpas,  así  de 
las  palabras  que  habían  dicho  como  de  las  obras  que  habían  hecho, 
(  si  algunos  eran  culpados)  no  lo  quiso  hacer,  diciendo  que  no  quería 
ser  fiscal  sino  intercesor,  para  que  de  su  magestad  fuesen  bien  recebi- 
dos,  aprovechados  y  honrados,  &c. 

Verdad  es  que  no  faltó  quien  dijese  al  virey  esto  y  mucho  más, 
de  grandes  alborotos  y  motín  que  aquellos  soldados  pretendían  hacer 
por  la  corta  y  mala  paga  que  por  sus  muchos  y  grandes  servicios  se  le 
ofrecía  y  prometía.  Pero  también  hubo  otros  que  le  suplicaron  no 
permitiese  tal  crueldad  en  lugar  de  gratificación.  Que  el  destierro  del 
Perú  a  España  era  castigo  más  riguroso  que  la  muerte,  cuando  ellos 
la  merecieran,  porque  iban  pobres  habiendo  hecho  tantos  servicios 
a  su  magestad  y  gastado  sus  haciendas  en  ellos.  Asimismo  le  dijeron, 
que  a  la  persona  e  oficio  del  visorey  no  convenía  que  aquellos  hombres 
fuesen  a  España  como  los  enviaba,  porque  su  magestad  los  había  de 
oir  y  dar  crédito  a  lo  que  le  dijesen.  Pues  no  podía  el  virey  enviar  en 
contra  dellos  cosa  mal  hecha  que  hubiesen  hecho  contra  el  servicio 
de  su  magestad,  sino  gastado  en  él  sus  vidas  y  haciendas.  Y  que  mu- 
chos dellos  llevaban  heridas  que  les  habían  dado  en  las  batallas,  en 
que  habían  peleado  en  servicio  de  su  rey,  y  que  se  las  habían  de  mos- 
trar en  prueba  de  sus  trabajos  y  lealtad.  A  lo  cual  el  virey,  alterado 
y  escandalizado  con  las  maldades  y  sospechas  de  motines  y  rebeliones 
que  le  habían  dicho,  respondió  con  enojo:  que  no  se  le  daba  nada  de 
enviarlos  como  iban,  porque  así  convenía  al  servicio  de  su  rey,  y  a 
la  quietud  de  aquel  imperio,  y  que  no  hacía  caso  de  lo  que  podían  de- 
cir ni  llevar  contra  él  cuando  volviesen  de  España  al  Perú;y  a  lo  mis- 
mo dicen  los  maldicientes  que  dijo:  un  año  de  gastar  en  ir  y  otro  en 
negociar, y  otro  en  volver;  y  cuando  traigan  en  su  favor  las  provisiones 
que  quisieren,  con  besarlas  y  ponerlas  sobre  mi  cabeza,  y  decir  que 
las  obedezco  y  que  el  cumplmiento  dellos  no  ha  lugar,  les  pagaré. 
Y  cuando  vuelvan  por  sobrecartas  y  las  traigan,  habrán  gastado  otros 
tres  años  y  de  aquí  a  seis  Dios  sabe  lo  que  habrá.  Con  esto  despidió 
a  los  buenos  consejeros  y  envió  los  pretendientes  presos  a  España, 
tan  pobres  y  rotos  que  el  mejor  librado  dellos  no  traía  mil  ducados 
para  gastar.  Y  aún  eso  fué  vendiendo  el  caballo  y  el  vestido,  y  eso 
poco  de  muebles  y  ajuar  que  tenían;  que  aunque  algunos  dellos  te- 
nían posesiones  y  ganado  de  la  tierra  para  sus  grangerías  y  ayuda  de 
costa,  estaban  lejos  de  donde  lo  tenían,  y  lo  dejaron  desamparado  y 
lo  perdieron  todo.  Que  aunque  quedaba  en  poder  de  amigos,  la  dis- 
tancia de  España  al  Perú  dá  lugar  y  ocasiones  para  que  se  pierda  lo 
que  desta  manera  se  deja.  Que  lo  digo  como  esperimentado,  que  una 
heredad  que  yo  dejé  en  mi  tierra  encomendada  a  un  amigo,  no  faltó 
quien  se  la  quitó  y  se  la  consumió. 

Así  les  acaeció  a  estos  pobres  caballeros  que  dejaron  sus  haciendas, 
que  alguno  dellos  cuando  vine  a  España  me  preguntaron  por  las  perso- 


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ñas  a  quien  las  dejaron,  para  saber  si  eran  vivos  y  lo  que  pudieran 
haber  hecho  de  sus  haciendas.  Yo  supe  darles  poca  cuenta  dellas, 
porque  mi  poca  edad  no  daba  lugar  a  saber  de  haciendas  agenas. 
Como  se  ha  referido,  salieron  del  Perú  los  pretendientes  de  mercedes 
reales  por  sus  servicios:  dejarlos  hemos  en  su  camino  hasta  su  tiempo, 
y  diremos  otras  cosas  que  en  aquella  misma  sazón  sucedieron  en 
aquel  imperio,  con  su  natural  señor. 


'«fofr  


CAPITULO  VIII 


EL  VISOREY  PRETENDE  SACAR  DE  LAS  MONTAÑAS  AL  PRINCIPE  HEREDE- 
RO DE  AQUEL  IMPERIO  Y  REDUCIRLO  AL  SERVICIO  DE  SU  MAGES- 
TAD.  LAS  DILIGENCIAS  QUE  PARA  ELLO  SE  HICIERON. 


L  visorey  envió  aquellos  caballeros  a  España  de  la  manera  que  se 


ha  dicho  por  envidiosos  y  malos  consejeros,  que  para  ello  hubo, 


que  le  incitaron  y  atemorizaron  para  que  así  lo  hiciese,  diciéndole 
que  los  pretendientes  eran  los  que  alborotaban  la  tierra,  y  a  ellos  se- 
guían los  demás  soldados  de  menos  cuenta;  y  que  echándolos  del  reino 
cesaban  los  escándalos  y  alborotos  q'  hasta  entonces  habían  pasado.  El 
virey  lo  permitió,  porque  según  las  tiranías  pasadas,  tantas  y  tan  crue- 
les era  de  temer  no  hubiese  otros  escándalos ;  y  quiso  asegurarse  dellos ; 
y  entendió  en  otras  cosas  que  asimismo  tocaban  a  la  quietud  de  aquel 
imperio.  Escribió  al  licenciado  Muñoz  corregidor  del  Cosco,  y  a  doña 
Beatriz  Coya,  para  que  tratasen  en  dar  orden  y  manera,  como  traer 
y  reducir  a  que  el  príncipe  Sayri  Tupac  que  estaba  en  la  montaña,  sa- 
liese de  paz  y  amistad  para  vivir  entre  los  españoles,  y  que  se  le  haría 
larga  merced  para  el  gasto  de  su  casa  y  familia.  Todo  esto  se  trató  con 
la  Coya,  la  cual  era  hermana  del  padre  de  aquel  príncipe,  heredero 
legítimo  de  aquel  imperio,  hijo  de  Manco  Inca,  a  quien  mataron  los 
españoles  que  él  había  librado  de  poder  de  sus  enemigos,  como  se  re- 
firió, en  el  capítulo  sétimo  del  libro  cuarto  desta  segunda  parte.  La 
infanta  doña  Beatriz,  por  ver  a  su  sobrino  en  aquella  su  ciudad  (aun- 
que no  fuese  para  restituirle  en  su  imperio)  recibió  con  mucha  volun- 
tad y  amor  el  orden  y  mandato  del  visorey.  Despachó  un  mensajero 
acompañado  de  indios  de  servicio  a  las  montañas  de  Vilca  Pampa, 
donde  el  Inca  estaba.  El  embajador  era  pariente  de  los  de  la  sangre 
real,  porque  la  embajada  fuese  con  autoridad  e  fuese  bien  recebida. 
El  cual  por  hallar  quebrados  los  caminos  y  los  puentes,  pasó  mucho 
trabajo  en  su  viage:  al  fin  llegó  donde  estaban  las  primeras  guardas,  v 
les  dió  avisó  del  recaudo  que  llevaba  para  el  Inca.  Entonces  se  jun- 


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raron  ios  capitanes  y  gobernadores,  que  como  tutores  gobernaban  ai 
príncipe  que  aún  no  había  llegado  a  la  edad  suficiente  para  tomar  la 
borla  colorada,  que  como  se  ha  dicho  era  señal  de  corona  real.  Los  ca- 
pitanes, habiendo  oído  al  mensajero, temiendo  no  fuese  falso,  aunque 
era  pariente,  eligieron  otro  mensagero  que  fuese  de  parte  del  Inca  y 
de  sus  gobernadores  al  Cosco  a  certificarse  de  la  embajada,  porque 
temían  engaño  de  parte  de  los  españoles,  acordándose  de  la  muerte 
de  Atahuallpa  y  de  los  demás  sucesos  pasados.  Mandaron  que  el 
mensagero  de  la  Coya  doña  Beatriz  y  los  indios  que  con  él  fueron, 
se  quedasen  entre  ellos  como  en  rehenes,  hasta  que  volviese  el  que 
ellos  enviaban.  Al  cual  dieron  comisión  para  que  habiéndose  certifi- 
cado de  la  infanta  doña  Beatriz  que  no  había  engaños  en  estos  tratos, 
hablase  al  corregidor  del  Cosco  y  a  cualquiera  otra  persona  que  fuese 
menester  para  certificarse  de  lo  que  le  convenía  saber,  para  perder  el 
temor  que  tenían  de  que  la  embajada  era  falsa.  Y  que  pidiese  al  corre- 
gidor y  a  doña  Beatriz  que  le  enviase  a  Juan  Sierra  de  Leguízamo  su 
hijo,  y  de  Mancio  Sierra  de  Leguízamo,  de  los  primeros  conquista- 
dores, para  que  le  asegurasen  del  temor  y  sospecha  que  podían  tener, 
y  que  no  volviese  sin  él ;  porque  de  otra  manera  todo  lo  daban  por  fal- 
sedad y  engaño.  El  corregidor  y  la  infanta  holgaron  mucho  con  el 
mensagero  del  Inca,  y  con  él  enviaron  a  Juan  Sierra,  para  que  como 
pariente  tan  cercano  asegurase  al  Inca  y  a  todos  los  suyos  que  no  ha- 
bía engaño  en  lo  que  con  él  se  trataba,  y  que  todos  los  suyos  holga- 
rían de  verle  fuera  de  aquellas  montañas.  Entretanto  que  en  el  Cosco 
se  trataba  de  lo  que  se  ha  dicho,  el  visorey  deseando  ver  acabada  esta 
empresa,  haciéndosele  largo  que  se  negociase  por  agena  inteligencia  y 
cuidado,  envió  un  fraile  de  la  orden  de  Santo  Domingo,  que  el  Palen- 
tino llama  fray  Melchor  de  los  Reyes,  y  con  él  fué  un  vecino  del 
Cosco  que  se  decía  Juan  de  Betanzos,  marido  de  doña  Angelina,  hija 
del  Inca  Atahuallpa,  de  la  cual  atrás  hecimos  mención.  Juan  de  Be- 
tanzos presumía  de  gran  lenguaraz  en  la  lengua  general  de  aquella 
tierra;  y  así  por  esto,  como  por  el  parentesco  de  su  muger  con  el  prín- 
cipe Sayri  Tupac,  mandó  el  virey  que  fuese  en  compañía  del  fraile, 
para  que  fuese  intérprete  y  declarase  las  cartas  y  provisiones  y  cual- 
quiera otro  recaudo  que  llevasen.  Estos  dos  embajadores  por  cumplir 
el  mandato  del  virey,  se  dieron  priesa  en  su  camino  y  procuraron  en- 
trar donde  estaba  el  Inca  por  el  término  de  la  ciudad  de  Huamanca, 
porque  por  aquel  puesto  está  la  entrada  de  aquellas  montañas,  más 
cerca  que  por  otra  parte  alguna.  Y  por  esto  llamaron  los  españoles  a 
aquella  ciudad  San  Juan  de  la  Frontera,  porque  era  frontera  del  Inca, 
y  porque  los  primeros  españoles  que  entraron  en  ella  (cuando  la  con- 
quista de  aquel  imperio)  fué  día  de  San  Juan.  Pero  por  mucho  que  lo 
procuraron  no  pudieron  entrar,  porque  los  indios  capitanes  y  gober- 
nadores del  Inca,  temiendo  a  los  españoles  no  procurasen  tomarlos 
de  sobresalto  y  prender  a  su  príncioe,  tenían  cortados  los  caminos  de 
tyl  suerte  que  de  ninguna  manera  podían  entrar  donde  ellos  estaban. 


—  131  — 


Lo  cual  visto  por  el  fraile  y  Juan  de  Betanzos,  pasaron  por  el  camino 
real  otras  veinte  leguas  adelante,  a  ver  si  hallaban  paso  por  Antahuay- 
11a;  más  tampoco  les  fué  posible  hallarlo.  Todo  lo  cual  supo  el  corregi- 
dor del  Cosco  por  aviso  de  los  indios,  y  escribió  a  los  embajadores  que 
no  trabajasen  en  vano,  sino  que  fuesen  al  Cosco,  donde  se  daría  orden 
de  lo  que  se  hubiese  de  hacer.  En  el  capítulo  siguiente  diremos,  saca- 
do a  la  letra  lo  que  en  este  paso  escribe  el  Palentino,  donde  se  verá  el 
recato  de  los  indios,  su  maña  y  astucia  para  descubrir  si  había  en  la 
embajada  algún  engaño  o  trato  doble,  con  otras  cosas  que  hay  que 
notar  de  parte  de  los  indios. 


 - 


CAPITULO  IX 


LA  sospecha  y  temor  que  los  gobernadores  del  principe  tuvie- 
ron CON  LA  EMBAJADA  DE  LOS  CRISTIANOS  LA  MAÑA  Y  DILI- 
GENCIA QUE  HICIERON  PARA  ASEGURARSE  DE  SU  RECELO. 

DICE  aquel  autor  en  el  libro  tercero,  capítulo  cuarto,  de  su  his- 
toria, lo  que  se  sigue:  venidos  pues  al  Cosco,  trataron  el  licen- 
ciado Muñoz  y  doña  Beatriz  que  fuesen  delante  los  embajadores 
con  su  hijo  Juan  Sierra  al  Inga,  y  que  quedasen  siempre  atrás  (y  en 
parte  segura)  el  fraile  y  Betanzos.  Y  así  siendo  de  este  acuerdo  par- 
tieron de1  Cosco  tres  días  antes  el  fraile  y  Betanzos,  diciendo  aguar- 
darían en  el  camino.  Empero  queriendo  ganar  la  honra  de  primeros 
embajadores,  se  adelantaron  hasta  dó  está  la  puente  que  llaman  de 
Chuquichaca,  donde  comienza  la  jurisdicción  del  Inga.  Y  pasada  la 
puente  con  harto  trabajo,  los  indios  de  guerra  que  allí  estaban  por 
guarda  del  paso,  los  tomaron  y  detuvieron  sin  los  hacer  otro  daño; 
'salvo  que  no  los  consintieron  pasar  adelante,  ni  volver  atrás.  Y  así 
estuvieron  detenidos  hasta  otro  día  que  llegó  Juan  Sierra  con  los  em- 
bajadores y  con  otros  diez  indios  que  por  mandado  del  Inga  habían 
salido  en  busca  de  sus  embajadores.  Y  mandó  que  Juan  Sierra  entrase 
con  ellos  seguramente,  y  no  otra  persona  alguna.  Finalmente  que 
Betanzos  y  los  frailes  quedaron  detenidos;  y  Juan  Sierra  y  los  emba- 
jadores pasaron  adelante.  Empero  habían  andado  bien  poco,  cuando 
también  fueron  detenidos,  hasta  dar  mandado  al  Inga  de  su  venida. 
Sabiendo  el  Inga  que  Juan  Sierra  venía,  y  siendo  informado  que  el 
fraile  y  Betanzos  venían  por  embajadores  del  virey,  envió  un  capitán 
con  doscientos  indios  de  guerra  armados,  caribes  (que  son  indios  gue- 
rreros que  se  comen  unos  a  otros  en  guerra)  para  que  diese  al  capitán 
(que  era  su  general)  el  mandado  y  embajada  que  traía.  Llegado  el 
general  les  dió  la  bienvenida,  y  no  qiuso  oírlos  hasta  otro  día,  que  ve- 
nido el  Juan  Sierra  se  lo  reprendió  por  venir  acompañado  de  cristia- 
nos. Juan  Sierra  se  disculpó  diciendo  que  aquello  había  sido  por  con- 
sejo y  mandado  del  corregidor  del  Cosco  y  de  su  tía  doña  Beatriz. 


—  131  — 


Y  diole  la  embajada  que  para  el  Inga  traía,  y  le  declaró  y  leyó  las 
cartas  de  su  madre  y  del  corregidor,  y  la  qüe  el  virey  había  escrito  a 
doña  Beatriz.  Habiendo  dado  Juan  Sierra  su  embajada, hicieron  venir 
en  aquel  lugar  a  Betanzos  y  a  los  frailes, y  les  pidieron  la  misma  razón 
que  a  Juan  Sierra,  por  ver  si  en  algo  diferían. 

Ellos  mostraron  la  provisión  del  perdón  y  les  dieron  la  embajada 
que  traían, junto  con  un  presente  que  el  virey  enviaba  al  Inga  de  cier- 
tas piezas  de  terciopelo  y  damasco,  y  dos  copas  de  plata  dorada*  \ 
otras  cosas.  Hecho  esto,  el  general  y  capitanes  mandaron  a  dos  indios, 
que  a  todo  habían  sido  presentes,  fuesen  luego  a  dar  relación  al  Inga; 
el  cual  habiendo  bien  entendido,  dió  por  respuesta  que  luego  se  vol- 
viesen de  allí,  sin  los  hacer  algún  daño,  con  sus  cartas,  provisión  y 
presente,  porque  él  no  quería  cosa  alguna  más  de  que  el  virey  hiciese 
su  voluntad,  porque  él  también  haría  la  suya  como  hasta  allí  lo  había 
hecho.  Estando  \  a  de  partida  Juan  Sierra  y  los  demás,  llegaron  otros 
dos  indios  con  mandado  que  todos  entrasen  a  dar  al  Inga,  y  a  sus  ca- 
pitanes la  embajada  que  traían.  Estando  ya  no  más  que  cuatro  leguas 
del  Inga,  llegó  mandado  que  Juan  Sierra  fuese  solo  con  los  recados, 
y  que  a  los  demás  avisasen  de  lo  necesario  para  su  partida. 

Otro  día  Juan  Sierra  se  partió  para  el  Inga,  y  estando  a  dos  leguas 
de  donde  estaba,  le  vino  mandado  que  se  detuviese  allí  dos  días;  y 
por  otra  parte  fueron  mensageros  para  que  Betanzos  y  los  frailes  se 
volviesen.  Pasados  los  dos  días  el  Inga  envió  por  Juan  Sierra,  y  venido 
ante  él  lo  recibió  con  mucho  amor  y  como  a  deudo  principal  suyo. 

Y  Juan  Sierra  le  dió  y  esplicó,  lo  mejor  que  pudo,  su  embajada  y  re- 
caudos. El  Inga  mostró  holgarse  mucho  con  la  embajada;  empero 
dijo  que  él  solo  no  era  parte  para  efectuarlo,  a  causa  que  no  era  señor 
jurado  ni  tenía  poder  para  ello  por  no  haber  recibido  la  borla,  que  es 
como  la  corona  entre  los  reyes,  por  no  tener  edad  cumplida.  Y  que  era 
necesario  que  esplicase  la  embajada  a  sus  capitanes;  y  habiéndolo 
hecho  se  mandó  por  ellos  que  fray  Melchor  de  los  Reyes  viniese  a 
esplicar  la  embajada  del  virey.  El  cual  fué  gratamente  oído,  y  bien 
recibido  el  presente  que  traía.  Y  dieron  los  capitanes  por  respuesta 
que  el  fraile  y  Juan  Sierra  aguardasen  por  la  respuesta  hasta  que  ellos 
entrasen  en  su  consulta.  Y  después  de  haberlo  entre  sí  consultado  se 
resumieron,  que  ellos  habían  de  mirar  tal  negocio  despacio  y  consul- 
tar sus  guacas  para  la  resolución.  Y  que  en  el  inter  Juan  Sierra  y  el 
fraile  con  dos  capitanes  suyos,  fuesen  a  Lima  y  besasen  las  manos  al 
virey  de  parte  del  Inga,  y  tratasen  le  hiciese  mercedes,  pues  los  rei- 
nos naturalmente  les  pertenecían  por  herencia  y  sucesión.  Y  así  par- 
tieron de  aquel  asiento  y  viniérone  por  Andahuailas  a  la  ciudad  de 
los  Reyes, y  entraron  en  la  ciudad  por  junio,  día  del  Señor  San  Pedro. 
Los  indios  capitanes  dieron  su  embajada  al  virey,  y  fueron  bien  reci- 
bidos y  hospedados.  Estuvieron  en  Lima  estos  dos  capitanes  ocho 
días.  Y  en  este  tiempo  se  vieron  muchas  veces  con  el  virey  sobre  dar 
corte  en  las  mercedes  y  cosas  que  a|  Inga  se  habían  de  dar  para  salir 


—  134  — 


de  paz  y  dar  la  obediencia  al  virey.  El  virey  lo  consultó  con  el  arro- 
bispo  y  oidores :  acordó  de  darle  para  sus  gastos  (y  que  como  señor  se 
pudiese  sustentar)  diez  y  siete  mil  castellanos  de  renta  para  él  y  sus 
hijos,  con  encomienda  de  los  indios  del  repartimiento  de  Francisco 
Hernández,  con  el  valle  también  de  Yucay,  indios  del  repartimiento 
de  don  Francisco  Pizarro,  hijo  del  marqués.y  con  más  unas  tierras  en- 
cima de  la  fortaleza  del  Cosco  para  hacer  su  morada  y  casa  de  sus 
indios.  Con  este  acuerdo  y  determinación  se  hizo  y  libró  provisión 
en  forma,  y  se  la  dió  a  Juan  Sierra  para  que  él  solo  fuese  con  los  capi- 
tanes y  con  cierto  presente  al  Inga.  Y  en  la  provisión  se  contenía  que 
aquello  le  daba  con  tal  que  el  Inga  saliese  de  sus  pueblos  do  residía, 
dentro  de  seis  meses,  que  se  contaban  de  la  data  de  la  provisión,  que 
fué  a  cinco  de  julio.  Ya  cuando  llegó  Juan  Sierra  había  el  Inga  reci- 
bido la  borla,  y  mostró  holgarse  en  estremo  con  los  despachos  del 
virey,  &?c. 

Hasta  aquí  es  de  Diego  Hernández,  y  yo  holgué  de  sacarlo, 
como  él  lo  dice,  porque  no  pareciese  que  diciéndolo,  yo  encarecía  el 
trato  y  recato  de  los  indios  más  de  lo  que  de  suyo  lo  era.  Ahora  será 
bien  declarar  algunos  pasos  de  los  que  aquel  autor  ha  dicho.  El  pri- 
mero sea  de  los  caribes,  que  dice  que  se  comían  unos  a  otros  en  tiempo 
de  guerra.  Lo  cual  se  usó  en  el  imperio  de  Méjico  en  su  gentilidad  an- 
tigua; pero  en  el  Perú  no  hubo  tal,  porque  como  se  dijo  en  la  primera 
parte,  los  Incas  vedaron  severísimamente  el  comer  carne  humana. 
Y  así  aquel  autor  lo  dice  conforme  a  la  usanza  de  Méjico,  y  no  a  la 
del  Perú.  La  renta  que  dieron  al  Inca  no  llegó  a  los  diez  y  siete  mil 
pesos,  porque  el  repartimiento  de  Francisco  Hernández,  como  atrás 
dijimos,  valía  103  pesos  de  renta.  Y  lo  que  dice  que  le  dieron  en  el 
valle  de  Yucay,  otro  repartimiento  que  fué  de  su  hijo  del  marqués  don 
Francisco  Pizarro,  fué  casi  nada ;  porque  como  aquel  valle  era  tan  ame- 
no, estaba  todo  él  repartido  entre  los  españoles  vecinos  del  Cosco, 
para  viñas  y  heredades  como  hoy  las  tienen.  Y  así  no  dieron  al  Inca 
más  de  nombre  y  título  de  señor  de  Yucay,  y  lo  hicieron  porque  aquel 
valle  era  el  jardín  más  estimado  que  los  Incas  tuvieron  en  su  imperio, 
como  atrás  se  dijo;  y  así  lo  tomó  este  príncipe  por  gran  regalo.  Y 
esto  que  el  Palentino  escribe  está  anticipado  de  su  tiempo  y  lugar, 
porque  la  cédula  de  la  merced  de  los  indios  se  la  dieron  al  mismo  Inca 
cuando  fué  a  la  ciudad  de  los  Reyes  a  visitar  al  visorey.y  darle  la  obe- 
diencia que  le  pedían.  Que  lo  que  Juan  Sierra  le  llevó  entonces  no  fué 
la  cédula  de  mercedes,  sino  la  provisión  de  perdón  que  al  príncipe 
hacían,  sin  decir  de  qué  delitos,  y  grandes  promesas  que  que  se  le  ha- 
bía de  dar  para  su  gasto  y  sustento  de  su  casa  y  familia,  sin  decir  qué 
repartimiento  ni  cuánta  renta  se  le  había  de  dar.  En  el  capítulo  si- 
guiente pondremos  sucesivamente  como  pasó  el  hecho,  que  esto  que 
se  adelantó  no  fué  sino  por  mostrar  de  mano  agena  el  recato,  la  astu- 
cia.sospecha  y  temor  que  aquellos  capitanes  tuvieron  para  oir  aquella 
embajada,  y  entregar  a  su  príncipe  en  poder  de  los  españoles. 


CAPITULO  X 


LOS  GOBERNADORES  DEL  PRINCIPE  TOMAN  Y  MIRAN  SUS  AGÜEROS  Y 
PRONOSTICOS  PARA  SU  SALIDA.  HAY  DIVERSOS  PARECERES  SOBRE 
ELLA.  EL  INCA  SE  DETERMINA  SALIR.  LLEGA  A  LOS  REYES.  EL  VI- 
SOREY  LE  RECIBE.  LA  RESPUESTA  DEL  INCA  A  LA  MERCED  DE  SUS 
ALIMENTOS. 


OS  capitanes  y  tutores  del  Inca  consultaron  entre  ellos  la  salida 


y  entrega  de  su  príncipe  a  los  españoles.  Cataron  sus  agüeros  en 


sus  sacrificios  de  animales  y  en  las  aves  del  campo,  diurnas  y 
nocturnas,  y  en  los  celages  del  aire  miraban, si  aquellos  días  se  mostra- 
ba el  sol  claro  y  alegre,  o  triste  y  oscuro,  con  nieblas  y  nublados,  para 
tomarlo  por  agüero  malo  o  bueno.  No  preguntaron  nada  al  demonio, 
porque  como  atrás  se  ha  dicho,  perdió  la  habla  en  todo  aquel  imperio 
luego  que  los  Sacramentos  de  nuestra  santa  madre  iglesia  romana  en- 
traron en  él;  y  aunque  sus  agüeros  pronosticaban  buenos  sucesos, 
hubo  diversos  pareceres  entre  los  capitanes;  porque  unos  decían  que 
era  bien  que  el  príncipe  saliese  a  ver  su  imperio,  a  gozar  dél.  y  que  tc- 
dos  los  suyos  viesen  su  persona,  pues  lo  deseaban  tanto.  Otros  decían 
que  no  había  para  qué  pretender  novedades,  que  ya  el  Inca  estaba 
desheredado  de  su  imperio,  y  que  los  españoles  lo  tenían  repartido 
entre  sí  por  pueblos  y  provincias,  y  que  no  se  lo  habían  de  volver. 
Y  que  sus  vasallos  antes  habían  de  llorar  de  verlo  desheredado  y  po- 
bre: que  aunque  el  virey  prometía  de  darle  con  que  se  sustentase  su 
casa  y  familia,  mirasen  que  no  era  más  que  palabras:  porque  no  decía 
qué  provincias  o  qué  pane  de  su  imperio  le  había  de  dar.  Y  que  no 
habiendo  de  ser  la  dádiva  conforme  a  su  calidad,  que  mejor  le  estaba 
morir  desterrado  en  aquellas  montañas  que  salir  a  ver  lástimas.  Y  que 
lo  que  más  se  debía  temer  era,  que  no  se  hiciesen  los  españoles  de  su 
príncipe  lo  que  los  pasados  hicieron  de  su  padre,  que  en  lugar  de 
agradecerle  los  beneficios  y  regalos  que  les  hacía,  habiéndolos  librado 
de  sus  enemigos  y  de  la  muerte  que  les  pretendían  dar,  s,e  la  diesen 


—  13b  — 


ellos  tan  sin  causa  y  sin  razón  como  se  la  dieron,  jugando  el  Inca  con 
ellos  a  la  bola  por  aliviarles  de  la  melancolía  y  tristeza  perpetua  que 
aquellos  españoles  consigo  tenían.  Y  que  se  acordasen  de  lo  que  ha- 
bían hecho  con  Atahuallpa,  que  lo  mataron  ahogándolo  atado  a  un 
palo;  y  que  de  tal  gente  ahora  y  siempre  se  debía  temer  no  hiciesen 
otro  tanto  con  su  príncipe. 

Estos  hechos  y  otros  semejantes  que  los  españoles  habían  hecho 
con  caciques  y  con  indios  principales,  que  ellos  bien  sabían,  y  nosotros 
hemos  dejado  de  escribir  por  no  decirlo  todo,  trujeron  a  la  memoria 
aquellos  capitanes,  y  luego  fueron  a  dar  relación  a  su  Inca  de  las  dos 
opiniones  que  entre  ellos  había  acerca  de  su  salida. 

Lo  cual  oído  por  el  príncipe,  recordado  con  la  muerte  de  su  padre 
y  de  su  tío  Atahuallpa,  se  arrimó  al  parecer  segundo.de  que  no  saliese 
de  su  guarida  ni  se  entregase  a  los  españoles.  Y  entonces  dijo  el  prín- 
cipe lo  que  el  Palentino  dijo  atrás:  que  habiendo  bien  entendido,  dió 
por  respuesta,  que  luego  que  se  volviesen  de  allí,  sin  los  hacer  algún 
daño,  con  sus  cartas,  provisión  y  presente;  porque  él  no  quería  cosa 
alguna  más  de  que  el  virey  hiciese  su  voluntad;  porque  él  también 
haría  la  suya,  como  hasta  allí  lo  había  hecho,  &c. 

Pero  como  Dios  nuestro  Señor  por  su  infinita  misericordia  tenía 
determinado  que  aquel  príncipe  y  su  muger,  hijos  y  familia  entrasen 
en  el  gremio  de  su  Iglesia  católica  romana,  madre  y  Señora  nuestra, 
le  trocó  la  mala  voluntad,  que  el  parecer  negativo,  con  el  temor  de  su 
muerte  y  perdición  le  había  puesto  en  la  contraria;  de  tal  manera, 
que  en  muy  breve  tiempo  se  aplacó  de  su  cólera  y  enojo,  y  mudó  el 
temor  en  esperanza  y  confianza  que  hizo  de  los  españoles,  para  salir 
y  entregarse  a  ellos  como  el  mismo  Palentino  (prosiguiendo  la  razón 
que  la  cortamos  arriba)  dice:  que  estando  ya  de  partida  Juan  Sierra 
y  los  demás,  llegaron  otros  dos  indios  con  mandado  que  todos  entrasen 
a  dar  al  Inga  y  a  sus  capitanes  la  embajada  que  traían,  &c. 

Así  pasó,  como  aquel  autor  lo  dice,  aunque  antepuestos  algunos 
pasos,  y  pospuestos  otros.  Yo  lo  escribo  como  una  y  muchas  veces  lo 
contaron  a  mi  madre  los  indios  parientes,  que  salieron  con  este  prínci- 
pe, que  la  visitaban  a  menudo.  Y  porque  no  alarguemos  tan- 
to el  cuento  decimos,  que  habiéndose  aplacado  el  príncipe  de 
su  cólera,  dijo:  yo  quiero  salir  a  ver  y  visitar  al  virey,  siquiera  por 
favorecer  y  amparar  los  de  mi  sangre  real.  Pero  sus  capitanes  todavía 
le  suplicaron  e  importunaron  que  mirase  por  su  salud  y  vida,  y  no  la 
pusiese  en  tanto  riesgo.  El  Inca  repitió  que  estaba  determinado  en  lo 
que  decía;  porque  el  Pachacamac  y  su  padre  el  Sol  se  lo  mandaban. 
Los  capitanes  entonces  miraron  en  sus  agüeros  como  atrás  dijimos;  y 
no  los  hallando  contrarios  como  ellos  quisieran, obedecieron  a  su  prín- 
cipe, y  salieron  con  él  y  fueron  hasta  la  ciudad  de  los  Reyes.  Por  el 
camino  salían  los  caciques  e  indios  de  las  provincias  por  do  pasaba  a 
reeebirle  y  festejarle  como  mejor  podían;  pero  eran  más  sus  fiestas 
para  llorarlas  que  para  gozarlas,  según  la  miseria  de  lo  presente,  a 


—  137  — 


la  grandeza  de  lo  pasado.  Caminaba  el  príncipe  en  unas  andas,  aun- 
que no  de  oro  como  las  traían  sus  antepasados.  Llevábanlas  sus  in- 
dios, que  sacó  trecientos  de  los  que  tenía  consigo  para  su  servicio. 
No  quisieron  sus  capitanes  que  llevasen  las  andas  los  indios  que  es- 
taban ya  repartidos  entre  los  españoles  porque  eran  ágenos;  y  por 
aviso  y  consejo  de  los  mismos  capitanes  se  quitó  el  príncipe  luego  que 
salió  de  su  término  la  borla  colorada,  que  era  la  corona  real;  porque 
le  dijeron  que  estando  desposeído  de  su  imperio  tomarían  a  mal  los 
españoles  que  llevase  la  insignia  de  la  posesión  dél.  Así  caminó  este 
príncipe  hasta  llegar  a  la  ciudad  de  los  Reyes.  Luego  fué  a  visitar  al 
virey,  que,  (como  lo  dice  el  Palentino  por  estas  palabras)  le  estaba 
esperando  en  las  casas  de  su  morada.  Recibióle  el  virey  amorosamen- 
te, levantándose  a  él,  y  sentándose  a  par  de  sí.  Y  en  las  pláticas  con 
que  se  recibieron,  y  después  pasaron  hasta  que  se  despidió,  fué  del  vi- 
rey y  de  los  oidores  juzgado  el  Inga  por  acuerdo  de  buen  juicio;  y 
que  mostraba  bien  ser  descendiente  de  aquellos  señores  Ingas,  que 
tan  prudentes  y  valerosos  fueron,  &c.  Hasta  aquí  es  de  aquel  autor 
sacado  a  la  letra. 

Dos  días  después  le  convidó  el  arzobispo  de  aquella  ciudad  a 
comer  en  su  casa,  y  fué  orden  de  los  magnates  para  que  sobre  mesa  el 
arzobispo  don  Gerónimo  de  Loaysa  le  diese  de  su  mano  la  cédula  de 
la  merced  que  se  le  hacía,  porque  fuese  más  estimada  y  mejor  recebida ; 
aunque  no  faltaron  maliciosos  que  dijeron  que  no  había  sido  la  traza 
sino  para  que  pagase  en  oro  y  plata  y  esmeraldas  las  albricias  del  re- 
partimiento de  indios  que  le  daban.  Más  él  lo  pagó  con  una  matemáti- 
ca demostración  que  hizo  delante  del  arzobispo  y  de  otros  convidados 
que  con  él  comieron.  Y  fué  que  alzados  los  manteles,  trujo  el  maestre 
sala  en  una  gran  fuente  de  plata  dorada  la  cédula  del  visorey,  de  las 
mercedes  que  se  hacían  al  Inga  para  el  sustento  de  su  persona  y  fami- 
lia. Y  habiéndolas  oído  el  príncipe,  y  entendídolas  bien,  tomó  la  sobre- 
mesa que  tenía  delante,  que  era  de  terciopelo  y  estaba  guarnecido 
con  un  fleco  de  seda,  y  arrancando  una  hebra  de  fleco,  con  ella  en  la 
mano,  dijo  al  arzobispo:  todo  este  paño  y  su  guarnición  era  mío;  y 
ahora  me  dan  este  pelito  para  mi  sustento  y  de  toda  mi  casa.  Con  esto 
se  acabó  el  banquete,  y  el  arzobispo  y  los  que  con  él  estaban  quedaron 
admirados  de  ver  la  comparación  tan  al  propio. 


 «ft»  


CAPITULO  XI 


EL  PRINCIPE  SAYR1  TUPAC  SE  VUELVE  AL  COSCO,  DONDE  LE  FESTEJARON 
LOS  SUYOS.  BAUTIZASE  EL  Y  LA  INFANTA  SU  MUGER.  EL  NOMBRE 
QUE  TOMO  Y  LAS  VISITAS  QUE  EN  LA  CIUDAD  HIZO. 

PASADOS  algunos  días  que  aquel  príncipe  estuvo  en  la  ciudad  de 
los  Reyes,  pidió  licencia  al  visorey  para  ir  al  Cosco:  diéronsela 
con  muchos  ofrecimientos  para  lo  Je  adelante.  El  Inca  se  f u<\  y 
por  el  camino  le  hicieron  los  indios  mochas  fiestas  semejantes  a  las 
pasadas.  A  la  entrada  de  la  ciuaad  de  Huamanca  los  vecinos  dell  1 
salieron  a  recebirle,  y  le  hicieron  fiesta,  dándole  el  parabién  de  la  sa- 
lida de  las  momañas  y  le  acompañaron  hasta  la  posada  donde  le  te- 
nían hecho  el  alojamiento. 

Otro  día  fué  a  visitarle  un  vecino  de  aquella  ciudad,  que  se  decía 
Miguel  Astete,  y  le  llevó  la  borla  colorada  que  los  reyes  Incas  traían 
en  señal  de  corona,  y  se  la  presentó  diciéndole,  que  se  la  había  quitado 
al  rey  Atahuallpa  en  Cassamarca  cuando  le  prendieron  los  españoles; 
y  que  él  se  lo  restituía  como  a  heredero  de  aquel  imperio.  El  príncipe 
lo  recibió  con  muestras,  aunque  fingidas  de  mucho  contento  y  agra- 
decimiento, y  quedó  fama  que  se  la  había  pagado  en  joyas  de  oro  y 
plata.  Pero  no  es  de  creer, porque  antes  le  fué  la  borla  odiosa  que  agra- 
dable, según  después  en  su  secreto  él  y  los  suyos  la  abominaron  por 
haber  sido  de  Atahuallpa.  Dijeron  sus  parientes  al  príncipe,  que  por 
haber  hecho  Atahuallpa  la  traición,  guerra  y  tiranía  al  verdadero  rey 
que  era  Huáscar  Inca,  había  causado  la  pérdida  de  su  imperio.  Por 
tanto  debía  quemar  la  borla  por  haberla  traído  aquel  auca  traidor 
que  tanto  mal  y  daño  hizo  a  todos  ellos.  Esto  y  mucho  más  contaron 
los  parientes  a  mi  madre  cuando  vinieron  al  Cosco. 

El  príncipe  salió  de  Huamanca,  y  por  sus  jornadas  entró  en  su 
imperial  ciudad,  y  se  aposentó  en  las  casas  de  su  tía  la  infanta  doña 
Beatriz,  que  estaban  a  las  espaldas  de  las  de  mi  padre,  donde  todos 
los  de  su  sangre  real,  hombres  y  mugeres,  acudieron  a  besarles  las  ma- 


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nos  y  darles  la  bienvenida  a  su  imperial  ciudad.  Yo  fui  en  nombre  de 
mi  madre  a  pedirle  licencia  para  que  personalmente  fuera  a  besárselas. 
Halléle  jugando  con  otros  parientes  a  uno  de  los  juegos  que  entre  los 
indios  se  usaban,  de  que  dimos  cuenta  en  la  primera  parte  de  estos 
Comentarios.  Yo  le  besé  las  manos, y  le  di  mi  recaudo.  Mandóme  sen- 
tar y  luego  trujeron  dos  vasos  de  plata  dorada,  llenos  de  brebage  de 
su  maíz,  tan  pequeños,  que  apenas  cabía  en  cada  uno  cuatro  onzas  de 
licor.  Tomólos  ambos,  y  de  su  mano  me  dió  el  uno  dellos,  él  bebió  el 
otro  y  yo  hice  lo  mismo ;  que  como  atrás  se  dijo  es  costumbre  muy  usa- 
da entre  ellos  y  muy  favorable  hacerlo  así.  Pasada  la  salva  me  dijo: 
¿porqué  no  fuiste  por  mí  a  Villca  Pampa?  Respondíle :  Inca,  como  soy 
muchacho  no  hicieron  caso  de  mí  los  gobernadores.  Dijo,  pues,  yo 
holgara  más  que  fueras  tú  que  no  los  padres  que  fueron  (entendiendo 
por  los  frailes  que  como  oyen  decir  el  padre  fulano  y  el  padre  zutano, 
los  llaman  comunmente  padres).  Dile  a  mi  tía  que  le  beso  las  manos, 
y  que  no  venga  acá,  que  yo  iré  a  su  casa  a  besárselas  y  darle  la  norabue- 
na de  nuestra  vista. 

Con  esto  me  detuvo  algún  espacio  preguntándome  de  mi  vida  y 
ejercicios:  después  me  dió  licencia  para  que  me  fuese,  mandándome 
que  le  visitase  muchas  veces.  A  la  despedida  le  hice  mi  adoración  a  la 
usanza  de  los  indios  sus  parientes,  de  que  él  gustó  muy  mucho,  y  me 
dió  un  abrazo  con  mucho  regocijo  que  mostró  en  su  rostro.  En  el  Cos- 
co estaban  juntos  todos  los  caciques  que  hay  de  allí  a  los  Charcas, 
que  son  docientas  leguas  de  largo,  y  más  de  ciento  y  veinte  de  ancho. 
En  aquella  ciudad  hicieron  los  indios  fiestas  de  más  solemnidad  y 
grandeza  que  la  de  los  caminos :  dellas  con  mucho  regocijo  y  de  alegría 
de  ver  su  príncipe  en  la  ciudad;  y  dellas  con  tristeza  y  llanto  mirando 
su  pobreza  y  necesidad, que  todo  cupo  en  aquel  teatro.  Durante  aque- 
llas fiestas  pidió  el  príncipe  el  Sacramento  del  Bautismo.  Había  de 
ser  el  padrino  Garcilaso,  mi  señor,  que  así  estaba  concertado  de  mu- 
cho atrás;  pero  por  una  enfermedad  que  le  dió,  dejó  de  hacer  el  oficio 
de  padrino,  y  lo  fué  un  caballero  de  los  principales  y  antiguo  vecino 
de  aquella  ciudad,  que  se  decía  Alfonso  de  Hinojosa,  natural  de  Tru- 
jillo.  Bautizóse  juntamente  con  el  Inca  Sayri  Tupac  la  infanta  su 
muger,  llamada  Cusi  Huarcay.  El  Palentino  dice,  que  era  hija  de 
Huáscar  Inca,  habiendo  de  decir  nieta,  porque  para  ser  hija,  había 
de  tener  por  lo  menos  treinta  y  dos  años;  porque  Atahuallpa  prendió 
a  Huáscar  año  de  mil  y  quinientos  y  veinte  y  ocho,  y  los  españoles 
entraron  en  aquel  imperio  año  de  treinta,  y  según  otros,  de  treinta 
y  uno;  y  el  bautismo  de  aquella  infanta  y  del  Inca  su  marido,  se  cele- 
bró año  de  cincuenta  y  ocho, casi  al  fin  dél.  Y  conforme  a  esta  cuenta 
había  de  tener  la  infanta  más  de  treinta  años;  pero  cuando  se  bautizó 
no  tenía  diez  y  siete  cumplidos,  y  así  fué  yerro  del  molde  decir  hija 
por  decir  nieta;  que  lo  fué  del  desdichado  Huáscar  Inca,  de  las  legíti- 
mas en  sangre.  Era  hermosísima  muger,  y  fuéralo  mucho  más,  si  el 
color  trigueño  no  le  quitara  parte  de  la  hermosura;  como  lo  hace  a 


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las  mugeres  de  aquella  tierra,  que  por  la  mayor  parte  son  de  buenos 
rostros.  Llamóse  don  Diego  Sayri  Tupac:  quiso  llamarse  Diego  poi  - 
que de  su  padre  y  de  sus  capitanes  supo  las  maravillas  que  el  glorioso 
Apóstol  Santiago  hizo  en  aquella  ciudad  en  favor  de  los  españoles 
cuando  el  Inca  su  padre  los  tuvo  cercados.  Y  de  los  cristianos  supo  que 
aquel  santo  se  llamaba  Diego;  y  por  sus  grandezas  y  hazañas  quiso 
tomar  su  nombre.  Hicieron  los  vecinos  de  aquella  ciudad  el  día  de  su 
bautismo  mucha  fiesta  y  regocijo  de  toros  y  cañas  con  libreas  muy 
costosas;  soy  testigo  dellas  porque  fui  uno  de  los  que  las  tiraron.  Pa- 
sadas las  fiestas  de  indios  y  españoles,  y  la  visita  de  los  caciques  se 
estuvo  el  Inca  algunos  días  holgando  y  descansando  con  los  suyos, 
en  los  cuales  visitó  la  fortaleza,  aquella  tan  famosa  que  sus  antepasa- 
dos labraron.  Admiróse  de  verla  derribada  por  los  que  la  debían  sus- 
tentarla para  mayor  honra  y  gloria  dellos  mismos;  pues  fueron  para 
ganarla  de  tanto  número  de  enemigos  como  la  historia  ha  referido. 
Visitó  asimismo  la  iglesia  catedral,  y  el  convento  de  nuestra  Señora 
de  las  Mercedes,  y  el  de  San  Francisco,  y  el  de  Santo  Domingo.  En 
los  cuales  adoró  con  mucha  devoción  al  Santísimo  Sacramento,  lla- 
mándole Pachacamac,  Pachacamac.  Y  a  la  imagen  de  nuestra  Se- 
ñora, llamándola  Madre  de  Dios,  aunque  no  faltaron  maliciosos  que 
dijeron  cuando  le  vieron  de  rodillas  delante  del  Santísimo  Sacramento 
en  la  iglesia  de  santo  Domingo,  que  lo  hacía  por  adorar  al  Sol  su  padre, 
y  a  sus  antepasados,  cuyos  cuerpos  estuvieron  en  aquel  lugar.  Visitó 
asimismo  las  casas  de  las  vírgenes  escogidas  dedicadas  al  Sol.  Pasó 
los  sitios  de  las  casas  que  fueron  de  los  reyes  sus  antepasados;  que  ya 
los  edificios  estaban  todos  derribados,  y  otros  en  su  lugar,  que  los 
españoles  habían  labrado.  Estos  pasos  no  los  anduvo  todos  en  un  día, 
ni  en  una  semana,  sino  en  muchas,  tomándolo  por  ejercicio  y  entrete- 
nimiento para  llevar  la  ociosidad  que  tenía.  Gastó  algunos  meses  en 
este  oficio;  después  se  fué  al  valle  de  Yucay,  más  por  gozar  de  la  vista 
de  aquel  regalado  jardín,  que  fué  de  sus  antepasados,  que  por  lo  que 
a  él  le  dieron.  Allí  estuvo  eso  poco  que  vivió  hasta  su  fin  y  muerte, que 
no  llegaron  a  tres  años.  Dejó  una  hija,  la  cual  casó  el  tiempo  adelante 
con  un  español  que  se  decía  Martín  García  de  Loyola,  de  quien  dire- 
mos en      lugar  lo  que  hizo  y  como  feneció. 


 40*  


CAPITULO  XII 


EL  YISOREY  HACE  GENTE  DE  GUARNICION  DE  INFANTES  Y  CABALLOS 
PARA  SEGURIDAD  DE  AQUEL  IMPERIO  LA  MUERTE  NATURAL  DL 
CUATRO  CONQUISTADORES. 


EL  visorey  habiendo  echado  del  Perú  los  pretendientes  de  repar- 
timientos de  indios,  y  mandado  degollar  a  los  que  siguieron  a 
Francisco  Hernández  Girón,  y  habiendo  reducido  al  príncipe 
heredero  de  aquel  imperio  al  servicio  de  la  católica  magestad,  que  fue- 
ron cosas  grandiosas.  Hizo  gente  de  guarnición  de  hombres  de  armas  e 
infantes  para  guarda  y  seguridad  de  aquel  imperio  y  de  la  cnancillería 
real  y  de  su  persona.  Llamó  lanzas  a  la  gente  de  a  caballo  y  arcabuces 
a  los  infantes;  dió  a  cada  lanza  mil  pesos  de  salario  cada  año,  con  car- 
go de  mantener  caballo  y  armas,  y  fueron  sesenta  lanzas  las  que  eligió 
a  docientos  arcabuceros  con  quinientos  pesos  de  salario,  cada  uno  con 
obligación  de  tener  arcabuz,  y  las  demás  armas  de  infante.  Los  unos 
y  los  otros  fueron  elegidos  por  soldados  de  confianza  que  en  todas 
ocasiones  harían  el  deber  en  el  servicio  de  su  magestad;  aunque  los 
maldicientes  hablaban  en  contra.  Decían  que  muchos  dellos  pudiera 
el  visorey  haciendo  justicia  enviar  a  galeras  por  las  rebeliones  en  que 
se  hallaron  con  Francisco  Hernández  Girón  y  don  Sebastián  de  Cas- 
tilla, y  por  las  muertes  que  en  pendencias  particulares  que  unos  con 
otros  habían  tenido,  se  habían  hecho;  más  todo  se  calló  y  cumplió 
como  el  visorey  lo  mandó.  El  cual  viendo  el  reino  pacífico  y  perdidos 
los  temores  y  recelos  que  de  nuevos  motines  y  rebeliones  había  tenido, 
pues  los  que  le  habían  dado  por  facinerosos,  estaban  fuera  de  la  tierra, 
vivía  con  más  quietud  y  descanso.  Dió  en  ocuparse  en  oficios  de  la 
república  y  en  el  gobierno  della,  y  las  horas  que  desto  le  vacaban, 
las  gastaba  en  entretenerse  honestamente  en  cosas  de  placer  y  con- 
tento, a  que  no  ayudaba  poco  un  indiezuelo  de  catorce  o  quince  años 
que  dió  en  ser  chocarrero  y  decía  cosas  muy  graciosas.  Tanto  que  se 
lo  pix^entaron  al  visorey.  y  él  holgó  de  recebirle  en  su  servicio,  y  gus- 


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taba  mucho  de  oírle  a  todas  horas  los  disparates  que  decía,  hablando 
parte  dellos,  en  el  lenguage  indio,  y  parte  en  el  español.  Y  entre  otros 
disparates  de  que  el  visorey  gustaba  mucho  era,  que  por  decirle  vuesa 
escelencia,  le  decía  vuesa  pestilencia,  y  el  virey  lo  reía  mucho.  Aun- 
que los  maldicientes  que  le  ayudaban  a  reir,  (en  sus  particulares  con- 
versaciones) decían  que  este  apellido  le  pertenecía  más  propiamente 
que  el  otro;  porque  las  crueldades  y  pestilencia  que  causó  en  los  que 
mandó  matar  y  en  sus  hijos  con  la  confiscación  que  les  hizo  de  sus 
indios,  y  por  la  peste  que  echó  sobre  los  desterrados  a  España,  pobres 
y  rotos,  que  fuera  mejor  mandarlos  matar,  y  que  el  nombre  escelencia 
era  muy  en  contra  destas  hazañas.  Con  estas  razones  y  otras  tan  mali- 
ciosas, glosaban  los  hechos  del  visorey  los  del  Perú,  que  no  quisieran 
que  hubiera  tanto  rigor  en  el  gobierno  de  aquel  imperio. 

Entre  estos  sucesos  tristes  y  alegres  que  en  aquel  reino  pasaban, 
falleció  el  mariscal  Alonso  de  Alvarado  de  una  larga  enfermedad, 
que  tuvo  después  de  la  guerra  de  Francisco  Hernández,  que  padeció 
mucha  tristeza  y  melancolía  de  haber  perdido  la  batalla  de  Chu- 
quinca,  que  nunca  más  tuvo  un  día  de  placer  y  de  contento;  y  así. 
se  fué  consumiendo  poco  a  poco  hasta  que  se  acabó  estrañamente. 
Que  por  ser  cosa  rara  me  pareció  contarla,  y  fué  que  estando  ya  para 
espirar  lo  pasaron  de  su  cama  a  un  repostero  que  estaba  en  el  suelo 
con  la  cruz  de  ceniza,  como  lo  manda  la  religión  militar  del  hábito 
de  Santiago.  Y  en  estando  un  espacio  de  tiempo  sobre  el  reportero, 
parecía  que  mejoraba  y  volvía  en  sí;  por  lo  cual  lo  volvieron  a  su  cama. 
Y  estando  otro  espacio  en  ella  volvía  a  desmayar, como  que  se  iba  fe- 
neciendo^' obligaba  a  los  suyos  a  que  lo  volviesen  a  poner  en  el  repos- 
tero, donde  volvía  a  mejorar  y  tomar  aliento.  De  manera  que  lo  vol- 
vían a  la  cama,  donde  volvía  a  empeorar  hasta  volverlo  al  repostero. 
Desta  manera  anduvieron  con  él  casi  cuarenta  días,  con  mucho  tra- 
bajo de  los  suyos  y  lástima  del  enfermo,  hasta  que  acabó.  Poco  tiem- 
po después  falleció  su  hijo  mayor,  por  cuya  muerte  vacó  el  reparti- 
miento de  indios  que  tenía  de  merced  del  emperador.  Su  magestad 
por  los  muchos  servicios  que  su  padre  le  había  hecho,  hizo  merced 
dellos  al  hijo  segundo,  que  fué  merced  que  se  ha  hecho  a  pocos  en 
aquel  imperio. 

Al  fallecimiento  del  mariscal  don  Alonso  de  Alvarado  sucedió  el 
de  Juan  Julio  de  Ojeda,  hombre  noble,  de  los  principales  vecinos  del 
Cosco,  y  de  los  primeros  conquistadores.  Casó  con  doña  Leonor  de 
Tordoya,  sobrina  de  Garcilaso  de  la  Vega,  hija  de  un  primo  hermano 
suyo:  hubieron  a  don  Gómez  de  Tordoya  que  heredó  sus  indios. 
Pocos  meses  después  sucedió  el  de  Garcilaso  de  la  Vega,  mi  señor, 
que  a  causa  de  otra  larga  enfermedad,  que  duró  dos  años  y  medio 
con  largas  crecientes  y  menguantes.  Que  parecía  ya  estar  libre  de 
toda  pasión  y  subía  a  caballo, y  andaba  por  la  ciudad  como  hombre  de 
entera  salud;  pero  pasados  tres  o  cuatro  meses  en  la  mayor  confianza, 
volvía  el  mal  de  nuevo  y  lo  derribaba,  y  lo  tenía  otros  tantos  meses 


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encerrado  en  su  casa,  que  no  salía  della,  y  así  duró  la  enfermedad 
aquel  largo  tiempo  hasta  que  le  acabó.  Mandóse  enterrar  en  el  con- 
vento de  San  Francisco,  y  porque  entonces  se  usaban  en  aquella 
ciudad  entierros  muy  solemnes,  que  para  tres  paradas  que  hacían  en 
la  calle,  hacían  otros  tres  túmulos  altos,  donde  mientras  se  cantaba 
el  responso  ponían  el  cuerpo  difunto,  y  otro  túmulo  más  alto  hacían 
en  la  iglesia,  donde  lo  ponían  mientras  se  celebraba  el  divino  oficio. 
Por  parecerle  esto  cosa  prolija,  mandó  que  a  su  entierro  no  se  hiciese 
nada  de  aquello,  sino  que  llevasen  un  repostero  y  lo  tendiesen  en  el 
suelo  y  sobre  él  un  paño  negro  y  sobre  él  pusieran  el  cuerpo,  y  lo 
mismo  se  hiciese  en  la  iglesia,  la  cual  se  cumplió  todo  como  lo  dejó 
mandado.  Y  pareció  tan  bien  a  la  ciudad,  que  de  allí  adelante  cesó 
el  trabajo  que  hasta  entonces  tenían  en  hacer  sus  túmulos.  Venido  yo 
a  España,  alcancé  bula  de  su  Santidad  para  que  me  trujesen  sus  hue- 
sos, y  así  lo  sacaron  de  aquel  convento,  y  me  los  trujeron,  e  yo  los  puse 
en  la  iglesia  de  S.  Isidro,  collación  de  Sevilla,  donde  quedaron  sepul- 
tados a  gloria  y  honra  de  Dios  nuestro  Señor,  que  se  apiade  de  todos 
nosotros.  Amén. 

Un  año  después  sucedió  en  Arequepa  la  muerte  de  Lorenzo  de 
Aldana;  falleció  de  otra  larga  y  grave  enfermedad;  no  fué  casado  ni 
tuvo  hijos  naturales.  En  su  testamento  dejó  por  su  heredero  al  reparti- 
miento de  indios  que  tuvo,  para  que  con  la  herencia  pagasen  parte 
de  los  tributos  venideros.  Este  caballero  fué  hombre  noble,  y  de  los 
segundos  conquistadores  que  entraron  en  el  Perú  con  don  Pedro  de 
Alvarado.  Poco  tiempo  después  de  la  guerra  de  Gonzalo  Pizarro  pa- 
saron a  aquella  tierra  dos  caballeros  mozos  parientes  suyos,  aunque 
no  cercanos:  recibiólos  en  su  casa,  y  tratólos  como  a  hijos.  Al  cabo 
de  más  de  tres  años  que  los  tuvo  consigo,  pareciéndole  que  sería  bien 
que  se  encaminasen  a  tener  algún  caudal  de  suyo,  les  envió  a  decir  con 
su  mayordomo:  que  en  aquella  tierra  se  usaba  grangear  los  hombres 
por  nobles  que  fuesen,  mientras  no  había  guerra  ni  nuevos  descubri- 
mientos, que  si  gustsban  dello,  que  él  les  ofrecía  luego  diez  mil  pesos, 
que  son  doce  mil  ducados,  para  que  entrasen  en  su  grangería,  porque 
entendiesen  en  algo  y  no  anduviesen  tan  ociosos,  sino  que  ganasen 
algún  caudal  para  adelante.  Envióles  a  decir  esto  con  intención  de 
hacerles  gracia  de  aquella  cantidad.  Ellos  recibieron  muy  mal  el  re- 
caudo y  la  ofrenda,  y  dijeron  que  eran  caballeros  y  que  no  se  habían 
de  hacer  mercaderes,  comprando  y  vendiendo  cosa  alguna,  que  era 
infamia  dellos.  Y  aunque  el  mayordomo  les  dijo  que  aquel  trato  y 
contrato  se  usaba  entre  los  españoles  por  nobles  que  fuesen,  porque 
no  era  medir  varas  de  paños  ni  sedas  en  las  tiendas,  sino  manejar  y 
llevar  ropa  de  indios,  y  la  yerba  cuca  y  bastimentos  de  maíz  y  trigo 
a  las  minas  de  Plata  de  Potocsi,  donde  se  ganaba  mucho  dinero;  y 
que  no  lo  habían  de  hacer  ellos  por  sus  personas,  sino  sus  criados  los 
indios  yanacunas  que  eran  de  toda  su  confianza  y  bondad.  A  esto  res- 
pondieron que  de  ninguna  manera  lo  habían  ellos  de  hacer, porque  eran 


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caballeros,  y  que  preciaban  más  su  caballería  que  cuanto  oro  y  plata 
había  en  el  Perú;  y  así  lo  debían  hacer  todos  los  caballeros  como  ellos; 
porque  todo  esotro  era  menosprecio  y  afrenta.  Con  esta  respuesta 
volvió  el  mayordomo  a  su  señor,  y  le  dijo,  que  preciaban  tanto  los 
parientes  su  caballería,  que  de  muy  mala  gana  le  habían  oído  la  emba- 
jada. Entonces  con  mucha  mesura  dijo  Lorenzo  de  Aldana:  ¿si  tan 
caballeros,  para  qué  tan  pobres;  si  tan  pobres,  para  qué  tan  caballeros? 
Con  esto  se  acabó  la  pretensión  de  Lorenzo  de  Aldana  en  sus  parien- 
tes, y  ellos  volvieron  con  necesidad  como  yo  los  vi;  aunque  el  comer 
y  vestir  no  les  faltaba,  porque  si  venían  de  Arequepa  al  Cosco,  posa- 
ban en  casa  de  Garcilaso  mi  señor,  donde  les  daba  lo  necesario,  y  si 
iban  a  otras  ciudades,  iban  a  parar  a  casas  de  caballeros  estremeños, 
que  entonces  bastaba  ser  cualquiera  de  la  patria,  para  ser  recebidos 
y  tratados  como  hijos  propios. 

Estos  cuatro  caballeros  que  hemos  referido, fueron  de  los  conquis- 
tadores y  ganadores. del  Perú,  y  murieron  todos  cuatro  de  su  muerte 
natural.  No  sé  si  se  hallarán  por  la  historia  que  hayan  fallecido  otros 
cuatro  conquistadores  a  semejanza  destos,  sino  que  los  más  acabaron 
con  muertes  violentas,  como  se  podrá  notar  en  el  discurso  de  lo  que 
se  ha  escrito.  El  fallecimiento  de  estos  varones  dió  pena  y  sentimiento 
en  todo  aquel  imperio,  porque  fueron  ganadores  y  pobladores  dél, 
y  por  sí  cada  uno  deltos  de  mucha  calidad,  virtud  y  bondad,  como  lo 
fueron  todos  ellos. 

Aunque  no  hubiera  ley  de  Dios,  que  manda  honrar  a  los  padres, 
la  ley  natural  lo  enseña,  aún  a  la  gente  más  bárbara  del  mundo,  y 
la  inclina  a  que  no  pierda  ocasión  en  que  pueda  acrecentar  su  honra; 
por  lo  cual  me  veo  yo  en  este  paso  obligado  por  derecho  divino,  hu- 
mano y  de  las  gentes,  a  servir  a  mi  padre,  diciendo  algo  de  las  muchas 
virtudes  que  tuvo,  honrándolo  en  muerte,  ya  que  en  vida  no  lo  hice 
como  debiera.  Y  para  que  la  alabanza  sea  mejor  y  menos  sospecho- 
sa,pondré  aquí  una  oración  sobre  un  elogio  que  después  de  muerto  hizo 
de  su  vida  un  religioso  varón,  que  la  sabía  muy  bien,  para  consuelo 
de  sus  hijos,  parientes,  y  amigos,  y  ejemplo  de  caballeros.  Y  no  pongo 
aquí  su  nombre  por  haberme  mandado  cuando  me  lo  escribió  que  no 
lo  publicase  en  su  nombre,  y  habérselo  yo  prometido;  aunque  me  es- 
tuviera mejor  nombrarle,  porque  con  su  autoridad  quedara  la  de  mi 
.padre  más  calificada.  No  pondré  el  exordio  de  la  oración,  ni  las  digre- 
siones oratorias  que  la  hacían  mayor,  antes  las  cortaré  todas  por  atar 
el  hilo  de  la  narración  historial,  y  ser  breve  en  esta  tan  piadosa  disgre- 
sión. 

ORACION  FUNEBRE  DE   UN   RELIGIOSO  A  LA  MUERTE  DE  GARCILASO, 
MI  SEÑOR. 

En  Badajoz,  ciudad  bien  conocida  en  España  por  su  antigüedad 
y  nobleza,  fundada  de  los  romanos  en  tiempo  de  Julio  Cesar  en  la 
frontera  de  Portugal,  de  la  parte  de  Estremadura;  nació  entre  otros 


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caballeros  que  le  ayudaron  a  ganar  el  Nuevo  Mundo,  Garcilaso  de  la 
Vega,  de  padres  nobilísimos,  descendientes  por  línea  recta  de  varón 
del  esforzado  caballero  Garci-Perez  de  Vargas,  de  cuyas  gloriosas' 
hazañas  y  de  sus  legítimos  sucesores,  y  de  las  del  valeroso  caballero 
Gómez  Suares  de  Figueroa,  primer  conde  de  Feria,  su  bisabueh  ,  \ 
de  Iñigo  López  de  Mendoza  (de  quien  descienden  los  duques  del  In- 
fantado) hermano  de  su  bisabuela  materna,  y  de  Alonso  de  Vargas, 
señor  de  Sierra  Brava,  su  abuelo,  y  de  Alonso  de  Hinostrosa  de  Var- 
gas, señor  de  Valde-Sevilla,  su  padre,  y  ascendientes,  se  pudiera  muy 
bien  honrar  y  preciar  si  le  faltaran  virtudes, y  hazañas  propias  con. que 
poderse  ilustrar, a  sí  y  a  su  linage.o  fuera  uno  de  los  nobles, que  restri- 
bando en  la  honra  y  fama  que  sus  mayores  les  ganaron  con  esfuerzo, 
valor,  industria,  virtud  y  hechos  más  que  humanos,  viven  de  manera 
que  comparada  su  vida  con  la  de  ellos,  ninguna  otra  cosa  les  queda 
de  nobleza  que  la  jactancia  de  ella  y  la  afrenta  de  haber  degenerado 
de  los  que  si  fueran  como  ellos  son,  estuvieran  sepultados.en  el  olvido. 
Por  lo  cual  dejando  los  ilustres  hechos  de  sus  progenitores,  que  no  le 
sirvieran  de  más, que  de  un  estímulo  ardiente  que  le  incitó  a  no  dege- 
nerar de  quién  era,  trataré  de  los  propios  suyos  de  que  tanto  se  deben 
honrar  y  preciar  sus  hijos,  pues  son  tales,  que  si  a  sus  ascendientes 
les  faltara  nobleza,  él  se  la  pudiera  dar  muy  grande  e  ilustrar  su  casa, 
por  desconocida  que  fuese.  No  es  mi  intento  contar  por  menudo  las 
buena  partes  naturales  de  que  Dios  le  dotó  desde  niño,  el  buen  agrado 
de  su  condicón,  la  hermosura  de  su  rostro,  la  gallardía  de  su  persona-, 
la  agudeza  de  su  ingenio,  y  la  facilidad  en  aprender  lo  que  sus  ayos  y. 
maestros  le  enseñaban.  Ni  tampoco  las  flores  bellas  que  brotó  siendo 
aún  tierna  rama  de  tan  generoso  tronco,  del  valor,  prudencia,  equidad 
y  moderación  que  después  había  de  tener.  Con  cuya  verdad  y  suave 
olor  recreaba,  entretenía  y  aficionaba  a  sus  iguales.  "1'  aún  era  admi- 
ración a  sus  mayores  (como  lo  testifican  en  este  Nuevo  Mundo)  los 
que  en  el  viejo,  siendo  mozos  muy  de  cerca  le  comunicaron,  cuando 
sin  haberle  apuntado  el  bozo, estaba  cubierto  de  canas  su  maduro  jui- 
cio. Solo  diré  con  brevedad  algo  de  lo  que  se  notó  en  él  desde  que  pasó 
al  Perú  con  el  adelantado  don  Pedro  de  Alvarado,  y  otros  muchos  ca-! 
balleros  de  su  patria,  el  año  de  treinta  y  uno,  hasta  el  de  cincuenta  a 
nueve  en  que  murió.  .  . 

Era  Garcilaso  de  la  Vega  mancebo  de  vienticinco  años,  lindo. gá- 
nete de  ambas  sillas,  bien  ejercitado  en  las  armas,  diestro  en  jugar 
dellas,  por  haberse  impuesto  en  la  paz  sin  ver  al  enemigo,  en  lo. que 
después  había  de  hacer  al  tiempo  de  la  guerra,  a  que  de  su.  voluntad 
se  ofreció  en  las  nuevas  conquistas  del  Perú,  para  las  cuales  fué  desde. 
España  señalado  por  capitán  de  infantería,  y  el  primero  que.  con  este 
título  pasó  a  estas  partes  por  las  muchas  que  él  tenía  para.dar  buena 
cuenta  de  sí  en  semejantes  cargos.  Y  dióla  tan  buena,  que  si  a  mí  no 
me  ciega  la  pasión  y  no  me  deslumhra  el  gran  resplandor  de  sfis  haza- 
ñas, ellas  fueron  tales  que  no  sé  quien  deba  honrarse  de  quién,  o  él 


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de  sus  antepasados  o  sus  antepasados  de  él;  porque  las  cosas  insignes 
que  a  cada  uno  dellos  dieron  fama  inmortal,  todas  estas  se  hallaron 
juntas  en  Garcilaso  de  la  Vega,  muy  en  su  punto.  Porque,  ¿qué  cosa 
se  pudiera  decir  en  alabanza  dellos.  que  no  lo  diga  yo  con  más  justo 
título, en  la  de  este  invencible  capitán1  Alaba  España. en  Garci-Perez 
de  Vargas  la  fortaleza  en  sufrir  trabajos  imcomparables  por  su  ley  y 
por  su  rey  ;  la  grandeza  de  ánimo  en  los  peligros,  la  industria  en  com- 
penderlos.  la  presteza  en  acabarlos,  la  ciencia  y  el  uso  del  arte  mili- 
tar con  que  mereció  que  el  Santo  Rey  don  Fernando  le  honrase  tanto, 
que  le  diese  las  armas  de  Castilla  para  orla  y  ornato  de. las  suyas,  y 
que  le  atribuyese  a  él  la  toma  de  Sevilla,  y  esta  noble  ciudad  le  pusiese 
aquel  tan  celebrado  elogio  sobre  una  de  sus  puertas,  grabado  en  duro 
mármol,  que  el  tiempo  largo  ha  gastado  o  envidia  ha  desaparecido. 
Hércules  me  edificó,  Julio  César  me  cercó  de  muros,  y  cercas  largas,  el 
rey  santo  me  ganó  con  Carci-Perez  de  Vargas:  honra  es  por  cierto  bien 
debida  al  valor  de  su  persona.  Mas  la  que  da  el  Perú  a  Garcilaso 
de  la  Vega  es  muy  superior;  porque,  ¿qué  lengua  podrá  contar  los 
trabajos  que  padeció,  los  peligros  a  que  se  puso,  la  hambre,  sed,  can- 
sancio, frío  y  desnudez  que  padeció,  las  tierras  nunca  vistas  que  an- 
duvo y  las  inmensas  dificultades  que  venció?  Testigo  de  esto  la 
navegación  que  hizo  desde  Nicaragua  a  Puerto  Viejo,  por  debajo  de 
la  Tórrida  Zona,  abrasándose  de  calor  y  secándose  de  sed,  después  de 
haber  atravesado  el  inmenso  mar  Océano  hasta  allí,  desde  Sevilla. 
Testigos  son  los  inciertos  llanos  y  enriscados  montes  de  Quito,  cami- 
nando ya  por  desiertos  inhabitables,  pereciera  él  y  sus  compañeros 
por  falta  de  agua, si  en  las  yupas  o  cañaverales  no  se  la  tuviera  guarda- 
da aquel  que  la  hace  salir  huyendo  de  las  peñas,  con  que  se  refrescó 
su  campo,  y  por  habérseles  acabado  el  bastimento,  sustentándose  de 
yerbas,  después  de  haberse  comido  sus  caballos,  que  valían  entonces 
a  cuatro  y  a  cinco  mil  ducados  cada  uno;  ya  subiendo  por  sierras  ne- 
vadas, donde  se  helaron  sesenta  compañeros;  ya  hendiendo  por  sel- 
vas y  bosques  tan  cerrados,  que  era  menester  abrir  a  mano,  lo  que  el 
pie  había  de  pisar;  ya  caminando  a  la  vista  de  horribles  volcanes,  cu- 
yas cenizas  los  cubrían,  cuyos  truenos  los  atronaban,  cuyos  fuego  y 
abrazadoras  piedras  les  impedían  el  paso,  y  cuyos  humos  los  cegaban. 
Mas  nada  le  detenía  para  que  no  pasase  adelante  con  su  esforzada  com- 
pañía, ayudado  de  Dios  que  lo  alentaba  y  favorecía  para  mayores 
cosas.  Testigo  es  de  su  valor  y  fortaleza  la  conquista  que  hizo  a  la 
tierra  que  llamaron  los  suyos  la  Buenaventura,  que  por  tal  la  tenían 
ellos  en  ir  Garc  ilaso  de  la  Vega  por  su  descubridor  y  capitán  de  docien- 
tos  y  cincuenta  soldados  españoles,  los  mejores  del  Perú,  que  en  sa- 
biendo que  él  estaba  señalado  por  capitán  deste  descubrimiento, 
cada  cual  pretendía  ir  con  él,  anteponiendo  el  trabajo  al  descanso,  la 
guerra  a  la  paz.  lo  dudoso  a  lo  cierto,  los  indios  montaraces  a  los  ren- 
didos y  tributarios,  y  la  tierra  desconocida  a  la  que  ya  les  era  como 
propia  y  sabida;  tanta  era  la  opinión  y  buen  concepto  que  todos  de 


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este  esforzado  capitán  tenían.  Más  ¿quién  podrá  referir  lo  que  en  esta 
jornada  padeció  por  aumentar  la  fé  de  Jesucristo,  por  estender  el  pa- 
trimonio real  y  monarquía  de  España  y  por  ilustrar  más  el  nombre  de 
su  persona  y  descendencia?  Bien  los  relataran  si  hablar  pudieran  los 
encumbrados  cerros  y  pantanosos  llanos  que  quedaron  ufanos  con 
sus  huellas.  Las  fieras  salvaginas  que  huyendo  de  sus  lucientes  armas 
en  ninguna  parte  se  tenían  por  seguras.  Los  espesos  bosques  que  siendo 
más  difíciles  de  romper  que  fuertes  murallas,  se  vieron  aportillados 
de  sus  robustos  brazos.  Los  caudalosos  ríos  que  vadeados  de  gente 
estrangera,  murmurando  de  su  atrevimiento,  tal  vez  se  llevaba  con- 
sigo a  los  menos  animosos  o  más  desgraciados, el  furioso  caudal  de  sus 
corrientes.  Los  caimanes  carniceros  de  a  veinte  y  cinco  y  de  a  treinta 
pies  en  largo,  que  de  temor  se  escondían  debajo  de  las  aguas  y  hurtaban 
el  cuerpo  a  los  que  le  temían  no  le  sacasen  el  alma.  Más,  pues,  ellos  no 
pueden  contar  lo  que  yo  sé  muy  bien  sentir,  diré  de  paso  lo  que  pasó 
el  capitán  y  su  noble  compañía;  porque  si  por  menudo  se  hubiera  de 
contar  todo,  sería  hacer  un  grande  libro,  y  yo  lo  dejo  para  los  que  es- 
criben su  historia.  Esta  tierra  inhabitable,  llena  de  montañas,  de  in- 
creíble espesura,  poblada  de  árboles  silvestres  tan  grandes  como  gran- 
des torres;  porque  hay  muchos  dellos  cuyos  troncos  tienen  de  diáme- 
tro más  de  cinco  varas,  y  de  circunferencia  diez  y  seis,  pues  no  lo 
pueden  abarcar  ocho  hombres.  De  unos  a  otros  hay  tanta  maleza  que 
imposibilitan  a  los  hombres  y  animales  de  poner  el  pie  en  el  suelo,  ni 
dar  un  paso  adelante  sin  muy  grande  trabajo;  porque  su  dureza  resis- 
te el  fuerte  acero,  y  su  humedad  fría  engendra  culebras  espantosas, 
monstruosos  zapos,  lagartos  fieros,  ponzoñosos  mosquitos  y  otras  sa- 
bandijas asquerosas.  Los  ríos  caudalosos  inundan  la  tierra  con  las 
crecientes  y  avenidas  que  causan  los  perpetuos  aguaceros,  y  dejan 
toda  la  tierra  empantanada  y  llena  de  un  mal  olor  y  gruesos  vapores 
que  ni  aún  pájaros  pueden  pasar  por  allí  volando.  Por  esta  tierra  aden- 
tro más  de  cien  leguas  anduvo  Garcilaso  con  los  suyos  más  de  un  año, 
a  los  principios  con  la  esperanza  de  la  buenaventura  que  buscaban, 
a  los  medios  con  varios  efectos  de  la  mala  que  hallaban,  y  a  los  fines 
con  necesidad  estrema  de  volverse;  porque  de  entre  pocos  días  que 
emprendió  esta  jornada  la  faltaron  los  manteminientos  que  llevaban 
indios  de  servicio  y  se  vieron  todos  forzados  a  comer  yerbas  y  raíces, 
zapos  y  culebras  que  le  sabían  al  capitán  mejor  que  gazapos.  Dentro 
de  pocos  meses  se  hallaron  desnudos  en  carnes,  porque  como  se  echa- 
ban en  el  suelo  húmedo,  con  los  vestidos  mojados,  ya  de  lluvias  del 
cielo,  ya  de  los  ríos  de  la  'ierra,  se  les  pudrieron  en  los  cuerpos  y  se 
rasgaron  por  el  continuo  ludir  con  los  ganchos,  con  las  ramas,  con  los 
riscos,  con  las  zarzas  y  espinas  y  con  los  árboles,  a  cuyas  cimas  su- 
bían trepando  con  mucho  trabajo  por  descubrir  alguna  población,  ya 
veces  hallaban  en  lo  alto  al  sol  cual  q'  una  gruesa  culebra  enroscada  q' 
les  hacía  bajar  más  que  de  paso,  dejándose  con  la  priesa  no  solo  parte 
del  vestido,  más  de  la  carne.  Crecían  con  el  tiempo  los  trabajos,  dis- 


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minuíanse  las  fuerzas,  faltaba  la  salud  a  los  más  fuertes,  y  el  buen  ca- 
pitán no  desmayaba  un  punto,  ni  faltaba  a  sus  obligaciones;  porque 
siendo  en  todo  mayor,  era  en  el  trabajo  igual,  en  el  amor  hermano,  y 
en  la  solicitud  padre;  acariciaba  a  los  unos,  socorría  a  los  otros;  a  estos 
alababa,  a  aquellos  entretenía,  y  a  todos  era  ejemplo  de  valor,  de  pa- 
ciencia, de  caridad,  siendo  el  primero  en  los  trabajos,  el  postrero  en  el 
descanso,  y  hecho  en  todo  al  gusto  de  todos.  Quebrábale  el  corazón 
no  poder  socorrer  a  muchos  de  sus  soldados  que  perecían  de  hambre: 
veíalos  flacos,  descoloridos,  sin  jugo,  sin  sángrelas  sienes  hundidas, 
los  ojos  desencajados,  las  mejillas  caídas,  el  estómago  seco,  los  huesos 
de  la  piel, sola :cubiertos,  hechos  unos  esqueletos,  sin  poder  dar  un  solo 
paso  ni  aún  echar  la  voz.  tQué  haría  el  buen  capitán  viendo  un  espec- 
táculo tan  triste,  que  sentiría,  qué  diría1  La  misma  muerte  le  fuera 
menos  grave  por  ver  padecer  tales  trabajos  a  los  que  le  hacían  compa- 
ñía en  los  suyos.  Levantaba  el  corazón  a  Dios  (que  las  manos  apenas 
podía  de  pura  flaqueza),  pedíale  misericordia  para  sí  y  para  los  suyos, 
y  juntamente  mandó  degollar  los  caballos  que  llevaba,  no  reservando 
sino  cual  y  cual  de  los  mejores.  Y  con  la  carne  dellos  les  dió  un  refresco 
y  pasó  adelante,  porque  temía  menos  el  morir  que  el  volver  atrás, sin 
haber  hecho  cosa  digna  de  memoria.  No  tenía  ya  soldados,  sino  una 
imagen,  o  sombra  de  hombres  muertos,  como  vemos,  de  hombres 
helados  de  frío,  cubiertos  de  llagas,  llenos  los  pies  de  grietas  sin  fuerzas, 
sin  vestidos,  sin  armas,  que  parecían  la  hez  del  mundo;  y  con  estos 
infantes  y  su  ánimo  le  parecía  que  sería  fácil  conquistar  nuevas  provin- 
cias. Más  viendo  poco  después  que  se  le  iban  muriendo,  no  solo  los 
indios,  sino  también  los  españoles,  y  que  se  le  quedaban  a  docenas, 
los  soldados,  tan  desflaquecidos  \  macilentos,  que  no  parecían  sino 
un  vivo  retrato  de  la  muerte;  y  requerido  de  los  oficiales  del  rey  se 
resolvió  de  dar  la  vuelta  ,  más  para  saber  por  dónde  o  cómo,  subíase 
a  un  árbol  de  los  mayores  y  más  descollados,  como  solía  para  descu- 
brir tierra, cuando  al  amanecer  tendida  en  ella  su  gente  descansaba;  y 
estendiendo  la  vista  cuanto  pudo,  no  pudo  descubrir  sino  montañas  y 
más  montañas  como  las  presentes  y  las  pasadas;  y  alzando  los  ojos 
al  cielo  de  donde  les  había  de  venir  el  remedio,  lo  pedía  al  padre  de  las 
misericordias,  por  Jesucristo  su  hijo  y  nuestro  bien.  Y  no  fué  vana  su 
oración,  porque  luego  oyó  recios  graznidos  de  papagayos,  y  mirando 
vió  una  gran  banda  dellos  que  después  de  haber  volado  grande  rato 
se  abatieron  todos  de  golpe  al  suelo, juzgó  el  pruden.e  capitán  que  allí 
había  población,  o  por  lo  menos  maíz,  de  que  estas  aves  son  muy  go- 
losas; y  marchando  hacia  aquel  parage  anduvieron  ocho  leguas  en 
treinta  días,  por  entre  la  maleza  de  aquellos  cerrados  bosques,  abrién- 
dolos a  fuerza  de  brazos;  y  al  fin  dellos  salieron  a  puerto  de  claridad 
y  encontraron  gente:  la  cual  se  aficionó  grandemente  al  capitán, 
porque  con  ir  en  carnes,  lleno  de  garranchos  y  rasguños,  seco  y  flaco, 
parecía  en  su  talle,  semblante,  autoridad  y  gentil  disposición,  hombre 
principal.  Rogábale  el  cacique  que  se  qtiedase  con  él  o  lo  llevase  con- 


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sigo.  Dábale,  cuanto  tenía,  regalábalo,  servíalo;  y  en  treinta  días  que 
allí  se  detuvo  ganó  de  suerte  a  todos  aquellos  bárbaros  que  acudieron 
a  sus  soldados  y  a  él. obedeciéndoles  como  a  señores  y  acomodándolos 
como  a  hermanos,  de  todo  lo  mejor  que  pudieron.  Y  a  la  partida  se 
fué  con  el  capitán, el  cacique, y  otros  muchos  indios,  así  para  mostrar- 
les el  camino  como  para  regalarlos  en  él  hasta  los  primeros  valles  de 
Puerto  Viejo,  donde  con  muchas  lágrimas  se  despidieron  del  capitán, 
que  llegó  al  puerto  con  poco  más  de  ciento  y  sesenta  soldados,  ha- 
biéndosele muerto  de  hambre  y  mal  pasar,  más  de  ochenta  españoles, 
sin  los  indios  ,  lo  cual  en  muchos  años  no  acababan  de  contar  los  com- 
pañeros de  sus  trabajos,  los  testigos  de  su  fortaleza,  los  pregoneros  de 
sus  virtudes.  He  referido  en  pocas  palabras  y  con  menos  diré  lo  que 
resta,  siendo  todo  lo  dicho  nada  comparado  con  lo  que  después  pade- 
ció,hizo  y  mereció.  Porque  en  sabiendo  que  el  marqués  don  Francisco 
Pizarro  le  tenían  los  indios  cercado  en  Lima,  su  atrevido  valor  y  gran- 
deza de  ánimo  le  hizo  olvidar  de  sí,  de  su  comodidad,  de  su  sustento 
y  de  su  vida,  y  partir  luego  como  un  rayo  a  socorrerle.  De  Lima  fué 
a!  Cosco  con  Alonso  de  Alvarad"  a  apacigua^  la  ierra,  qu'etar  los  in- 
dios rebelados,  y  favorecer  a  los  hermanos  del  marqués.  Tuvo  varias 
bataUas  en  el  camino  con  los  indios  en  Pachacamac  en  la  puente 
Rumichaca,  y  a  cada  paso  en  cualquier  lugar  áspero,  porque  en  los 
llanos  temían  a  Garcilaso  y  más  a  los  caballos  que  por  ir  siempre  en  los 
delanteros  y  hacer  gran  riza  en  ellos, ya  le  conocían.  Y  el  refrigerio  que 
le  estaba  esperando  en  el  Cosco  después  de  tantas  peleas  y  heridas 
que  recibió,  fué  una  larga  prisión  en  que  le  tuvo  Diego  de  Almagro, 
porque  seguía  las  partes  de  la  justicia.de  la  razón  del  marqués.  En  la 
cual,  padeciendo,  no  mostró  menos  valor  que  en  el  campo  peleando. 
Libre  ya  de  estos  trabajos,  se  ofreció  a  otros  mayores  y  tales  como  los 
de  Buenaventura,  porque  fué  con  Gonzalo  Pizarro  a  la  conquista  y 
descubrimiento  del  Collao  y  de  los  Charcas  que  están  docientas  leguas 
del  Cos jo  hacía  Mediodía.  Lra  esta  gente  muy  belicosa  y  tan  atre- 
vida, que  siete  indios  en  carnes  cada  cual  con  su  solo  arco  y  aljaba, 
acometieron  a  Gonzalo  Pizarro  y  a  Garcilaso.  y  a  otros  dos  compañe- 
ros que  iban  a  caballo  y  muy  bien  armados,  con  tanto  denuedo  y  v  a- 
lor q'  les  dieron  bien  en  q'  entender;  y  Si  bien  quedaron  cuatro  dellos 
muertos,  tres  de  los  nuestros  salieron  mal  heridos  y  el  caballo  del 
cuarto.  Tal  era  la  gente  de  esta  provincia,  y  tales  las  refriegas  que  te- 
nían con  los  españoles;  y  al  fin  los  vinieron  a  poner  en  tal  aprieto, 
q'  fallándoles  socorro  del  marqués  perecieran  todos  a  manos  de  aque- 
llos bárbaros,  sino  sintieran  el  favor  del  cielo  peleando  el  glorioso  San- 
tiago por  ellos:  visiblemente,  armado  en  su  caballo,  y  acaudillando  el 
pequeño  escuadrón  cristiano,  con  cuyo  socorro  se  animaron,  y  Gar- 
cilaso más  particularmente, habiendo  gran  matanza  en  los  enemigos, 
por  lo  cual  le  dieron  el  repartimiento  de  indios  que  tuvo  primero  en 
Chuquisaca  llamado  Tapac-ri,  que  vino  a  valer  más  de  cuarenta  mi! 
pesos  ensayados  de  renta  en  cada  un  año,  que  hacen  más  de  cuarenta 


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y  ocho  mil  ducados.  Con  el  cual  dejó  las  armas  que  había  siete  años 
manejado,  con  tanta  gloria  de  Dios,  y  aumento  de  nuestra  santa  fe;  y 
de  un  esforzado  Pompeyo.se  trocó  en  repúblico  Catón.  Ya  se  imagina- 
ba libre  de  rebatos. seguro  de  enemigos,  lejos  de  batallas,  apartado  de 
peligros  y  en  tiempo  de  coger  el  fruto  de  sus  trabajos.  Más  ¡oh  espe- 
ranzas engañosas!  ¡Oh  instable  rueda  de  la  inconstante  fortuna!  Ape- 
nas descansado  había  dos  años,  cuando  por  la  desgraciada  y  violenta 
muerte  del  marqués  don  Francisco  Pizarro  y  el  levantamiento  de  don 
Diego  de  Almagro  el  Mozo,  fué  forzado  a  tomar  las  armas  que  ape- 
nas había  dejado,  y  a  refrescar  las  heridas  mejor  curadas.  Suenan  los 
pífanos  y  cajas,  júntase  en  el  Cosco  la  gente,  convócanse  de  varias 
partes  los  fieles  vasallos  de  su  magestad,  señálase  general,  maese  de 
campo,  capitanes  y  los  demás  ministros;  sale  por  capitán  de  caballos 
Garcilaso,  hace  una  muy  lucida  compañía;  y  él  y  Gómez  de  Tordoya 
su  primo  hermano,  caballero  del  hábito  de  Santiago  y  maese  de  cam- 
po del  ejército  imperial  van  a  dar  la  obediencia  en  nombre  del  Cosco 
al  licenciado  Vaca  de  Castro  su  gobernador,  como  los  dos  caballeros 
más  calificados  y  cuerdos  de  aquella  ciudad.  Confírmalos  en  sus  oficios 
aprueba  todo  lo  hecho,  y  mándales  ir  en  busca  de  don  Diego  de  Al- 
magro. En  esta  empresa  se  mostró  este  capitán  muy  gran  servidor  de 
su  magestad,  aficionando  las  voluntades  de  todos  a  su  servicio;  muy 
gran  caballero,  haciendo  grandes  gastos  de  su  hacienda  en  sustentar, 
vestir  y  armar  a  muchos  hombres  nobles.  Gran  soldado  peleando  va- 
lerosamente en  la  batalla  de  Chupas,  de  donde  salió  muy  mal  herido; 
más  dióle  el  gobernador  en  nombre  de  su  magestad  un  buen  reparti- 
miento de  indios:  y  tras  desto,  Dios  nuestro  Señor,  entera  salud  para 
que  mejor  se  echase  de  ver  cuan  leal  vasallo  era  del  emperador; 
porque  viniendo  poco  después  el  virey  Blasco  Nuñez  Vela,  y  haciendo 
Gonzalo  Pizarro  gente  contra  él,  al  parecer  (con  justo  título)  Garci- 
laso incitó  a  muchos  vecinos  del  Cosco,  para  que  se  fuesen  a  servir  al 
virey,  y  así  lo  hicieron  con  mucho  trabajos  y  peligros  de  la  vida,  des- 
amparando sus  mugeres,  sus  hijos,  sus  casas  y  sus  haciendas;  y  cuando 
llegaron  a  Lima  ya  estaba  preso  el  virey  y  la  audiencia.de  parte  de 
Pizarro.  ¡Santo  Dios,  qué  grande  golpe  de  fortuna  fué  este  para  Gar- 
cilaso! Saqueáronle  sus  casas  sin  dejar  estaca  en  pared.  Acometie- 
ron a  quemarlas,  cañonearonselas  con  piezas  de  batir;  echaron  deltas 
los  indios  e  indias  de  servicio,  mandándoles  so  pena  de  la  vida  que  no 
entrasen  más  en  ellas.  La  muger  y  los  hijos  corrieron  grande  riesgo 
de  ser  degollados,  y  perecieran  de  hambre  si  los  Incas  y  Pallas  no  les 
acudieran  de  secreto;  y  si  un  cacique  vasallo  suyo  llamado  don  García 
Pauqui,  no  les  diera  cincuenta  hanegas  de  maíz  con  que  se  susten- 
taron ocho  meses  que  les  duró  la  persecución.  Quejábanse  de  Garci- 
laso sus  amigos;  hacíanle  autor  de  su  total  ruina  y  perdición;  veíanse 
en  desgracia  de  Pizarro,  ausentes  de  sus  casas,  confiscados  sus  bienes, 
a  riesgo  sus  indios,  sus  personas,  sus  vidas,  sus  honras,  y  él  muy  con- 
tento de  haber  hecho  lo  que  debía.  Porque  es  muy  propio  de  la  forta- 


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ieza  la  magnanimidad  que  consiste  en  hacer  cosas  grandes  llenas  de 
semejantes  peligros,  y  alegrarse  de  verse  en  ellos  aún  con  pérdida  de 
todas  las  cosas  temporales,  si  bien  no  dejó  de  congojarse  y  afligirse 
cuando  vido  a  todos  sus  compañeros  presos  y  a  algunos  ahorcados 
por  el  caso,  y  asimismo  privado  de  sus  indios  y  tan  perseguido  y 
buscado  de  Carvajal  para  quitalle  la  vida,  que  le  obligó  a  estar  escon- 
dido más  de  cuatro  meses  en  el  hueco  de  una  sepultura  del  convento- 
de  Santo  Domingo,  hasta  que  Gonzalo  Pizarro  le  perdonó;  si  bien  le 
quitó  cuanto  poseía,  y  le  trajo  consigo  como  a  un  principal  prisionero 
tres  años,  sin  dejarle  apartar  de  sí  ni  en  la  mesa,  ni  en  la  casa  ni  en  la 
tienda,  ni  en  parte  alguna,  temeroso  de  perder  tan  gran  soldado  y 
consejero;  y  este  recato  aún  fué  mayor  cuando  le  aconsejó  Garcilaso 
que  se  rindiese  al  presidente  Gasea,  como  se  lo  había  prometido  a  él 
y  al  licenciado  Cepeda  en  algunas  ocasiones.  Y  no  queriendo  cumplirle 
la  palabra,  él  buscaba  ocasiones  de  huirse;  más  no  tuvo  ocasión  de 
hacerlo  hasta  la  batalla  de  Sacsahuana,  que  fué  el  primero  que  se  pasó 
al  ejército  imperial  y  el  que  abrió  el  camino  e  incitó  a  los  demás  que 
hiciesen  lo  mismo,  desamparando  a  Gonzalo  Pizarro  y  obligándole  a 
que  él  hiciese  lo  que  los  suyos,  y  se  rindiese.  Dándole  con  este  hecho 
al  Rey  de  España  todo  el  Perú,  que  sin  duda  lo  perdiera,  si  Gonzalo 
Pizarro  ganara  la  victoria.  Por  lo  cual  le  hizo  merced  el  presidente 
Gasea  de  un  buen  repartimiento  de  indios,  que  tuvo  mientras  vivió, 
y  le  valía  treinta  mil  ducados  de  renta.  Dejó  otros  muchos  sucesos  en 
que  mostró  su  fortaleza;  callo  lo  que  hizo  en  la  rebelión  de  don  Sebas- 
tián de  Castilla;  no  cuento  lo  que  pasó  en  el  levantamiento  de  Fran- 
cisco Hernández  Girón ;  aunque  en  entrambos  sirvió  a  su  magestad  con 
cargo  de  capitán  de  caballos  sin  quitarse  las  armas,  hasta  dejar  toda 
la  tierra  quieta,  y  a  los  traidores  rendidos  y  muertos;  porque  en  todos 
sus  esforzados  hechos  fué  siempre  muy  semejante  a  sí  mismo,  y  digno 
descendiente  e  imitador  de  Garci-Perez  de  Vargas.  Porque  si  aquel 
insigne  caballero\sirvió  a  su  rey  en  la  conquista  de  una  provincia, 
este  ilustre  capitán  sirvió  al  suyo  en  las  conquistas  de  un  mundo 
entero.  Si  aquel  puso  a  riesgo  su  vida  dentro  de  su  tierra  por  echar  a 
los  moros  del  Andalucía:  éste  dejó  su  patria,  pasó  mares,  rompió 
montes,  descubrió  tierras,  domó  naciones  en  fiereza  bárbaras  y  en 
muchedumbre,  innumerables,  por  sujetarlas  a  Dios  y  a  su  rey,  y  des- 
terrar los  demonios  y  su  adoración  de  tantas  provincias.  Si  aquel  ayu- 
dó a  ganar  a  la  más  rica  ciudad  de  España,  que  es  Sevilla,  este  ayudó 
a  conquistar  y  a  poblar,  no  solo  el  más  rico  imperio  de  el  mundo,  sino 
al  que  ha  enriquecido  a  todo  el  universo.  Si  aquel  ilustró  sus  armas 
con  las  de  Castilla,  este  matizó  las  suyas  con  su  sangre,  y  las  acrecentó 
con  las  de  los  Incas.  Si  aquel  emparentó  con  la  casa  real  de  España, 
estese  dignó  de  emparentar  con  la  imperial  del  Cosco.  Y  finalmente 
si  aquel  fué  ayudado  de  Dios  para  salir  victorioso  de  lo«  moros,  este 
lo  fué  tmbién  del  mismo  Dios  y  de  su  Apóstol  Santiago  para  alcanzar 
tantas  victorias  de  los  indios,  para  entablar  el  Evangelio,  para  redu- 


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cirios  bárbaros  y  apaciguar  los  españoles,  mostrándose  en  rodas  oca- 
siones fuerte,  magnánimo  y  diligente,  sin  declinar  a  la  mano  derecha 
de  la  temeridad,  pertinacia,  crueldad,  arrogancia,  ira  o  ambición;  ni 
a  la  izquierda  del  temor,  facilidad,  y  flogería,  o  pusalanimidad.  Nunca 
la  avaricia  le  inclinó  a  despojar  los  rendidos  ni  a  saquear  los  rebeldes; 
nunca  la  sensualidad  le  trajo  de  la  melena  a  sus  vicios  y  torpes  deleites: 
nunca  la  comodidad  y  regalo  le  acortó  los  pasos  de  sus  intentos  y  jor- 
nadas; ni  el  mismo  trabajo  pudo  acabar  con  él  que  tomase  algún  des- 
canso, que  no  fuese  común  a  todos;  por  lo  cual  y  por  los  muchos  servi- 
cios hechos  a  su  rey,  le  nombraron  los  oidores  por  corregidor  del 
Cosco,  acabada  la  rebelión  de  Francisco  Hernández  Girón;  parecién- 
doles  que  nadie  mejor  que  Garcilaso  haría  aquél  oficio  en  tiempos  tan 
revueltos  y  calamitosos.  Habíanse  gastado  los  propios  en  la  guerra. 
La  juventud  estaba  estropeada,  las  mieses  alzadas,  el  ganado  perdido, 
las  cacerías  quemadas,  los  cortijos  desiertos,  las  casas  y  templos  sa- 
queados, tantos  viejos  sin  hijos,  tantos  niños  sin  padre,  tantas  matro- 
nas viudas,  tantas  doncellas  desamparadas,  las  leyes  oprimidas,  la 
religión  olvidada,  todo  puesto  en  grande  confusión,  llanto,  lágrimas  y 
desconsuelo;  y  con  solo  este  medio  les  parecía  a  los  oidores  que  po- 
nían remedio  a  tantos  males.  Y  no  se  engañaron,  porque  en  tomando 
la  vara  Garcilaso,  se  convirtió  en  vara  misteriosa  de  virtud,  de  justi- 
cia, de  religión.  Pidió  a  nuestro  Señor,  el  nuevo  juez,  le  diese  luz  para 
acertar,  y  su  Magestad  le  ilustró  la  prudencia  natural  y  adquisita, 
con  la  sobrenatural  y  práctica;  de  manera  que  pudiera  ser  ejemplo 
de  gobernadores  cristianos.  Armóse  con  el  temor  santo  de  Dios,  a 
quien  había  de  dar  estrecha  residencia:  dióse  a  leer  las  leyes  comunes, 
propias  y  municipales.  Escogió  teniente  docto,  cuerdo,  esperimentado 
y  temeroso  de  Dios.  Con  el  cual,  y  con  otros  grandes  letrados, siempre 
se  aconsejaba.  Entró  en  el  gobierno  de  su  república,  cual  sabio  médico 
en  hospital  general,  donde  hay  enfermos  de  todas  enfermedades, 
aplicándoles  la  medicinas  que  eran  menester  para  sanar  el  gusto  estra- 
gado y  las  llagas  y  dolencias  viejas.  Sangraba  a  unos  con  livianas  penas 
v  lampaba  a  otros  con  saludables  avisos,  purgaba  a  estos  volviendo 
por  ellos,  y  untaba  aquellos  hablándoles  con  apacibilidad  y  buen  tér- 
mino, entrándoseles  por  sus  puertas,  y  mostrándoseles  más  padre  que 
juez.  Con  lo  cual  hacía  estar  a  raya  de  los  ciudadanos  y  soldados  que 
por  no  darle  un  enojo  disimulaban  ellos  muchos  suyos.  Vez  hubo  que 
cierto  soldado  principal  dejó  de  matarse  con  otro  que  le  había  dado 
ocasión,  y  metió  mano  contra  él;  y  la  razón  que  dió  para  no  hacerlo, 
fué  no  dar  pesadumbre  y  enojo  a  tan  buen  corregidor,  que  sentía  mu- 
cho castigar  desórdenes  semejantes;  y  tenía  por  mejor  prevenir  los 
delitos,  que  castigarlos  después  de  hechos.  Hacíase  amar  antes  que 
temer;  no  se  airaba  ni  se  aceleraba  en  los  negocios;  teniendo  a  la  ira 
por  enemiga  del  consejo,  y  a  la  aceleración  por  madre  del  engaño. 
Era  en  sus  palabras  blando  y  comedido  ;  en  sus  reprensiones  reportado 
y  tan  medido,  que  nunca  se  le  oyó  palabra  injuriosa  ni  mal  criada. 


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Quitaba  a  sus  subditos  la  cargas,  los  tropiezos,  las  ocasiones  de  atro- 
pellar  las  leyes,  de  agraviar  a  sus  prógimos.  de  dar  mal  ejemplo  á  la 
ciudad,  y  para  esto  buscaba  como  buen  padre  medios  suaves  V  fáci- 
les. Uno  de  los  cuales  fué  acomodando  ért  eí  Cosco  lá  sagrada  religión 
de  San  Francisco,  a  cuyos  sarttos  hijos  amparó  él  y  los  demás  vecinos 
con  sus  limosnas;  de  suerte  que  en  dos  días  con  sus  noches,  les  dieron 
más  de  veinte  y  dos  mil  ducados,  con  que  compraron  el  sitio  y  lo  que 
con  él  estaba  labrado.  Y  el  corregidor  les  dió  la  posesión,  y  ellos  a  él 
por  sus  dineros  la  capilla  mayor  para  su  entierro,  donde  pusieron  sus 
armas  en  memoria  de  este  beneficio.  Y  no  fué  menor  el  que  hizo  a  los 
indios  labrándoles  el  hospital  que  hoy  tienen  en  esta  imperial  ciu- 
dad, para  cuya  obra  salió  Garcilaso  a  pedir  limosna,  y  la  primera  tarde 
que  la  pidió  en  compañía  del  padre  fray  Antonio  de  San  Miguel, 
guardián  de  San  Francisco,  juntó  entre  solos  sus  amigos  principales 
(que  tenía  indios)  treinta  y  cuatro  mil  y  docientos  ducados.  Cosa  que 
admiró  mucho  y  manifestó  más.cuán  bien  quisto  estaba  este  caballero 
entre  sus  ciudadanos.  Más  que  maravilla,  si  nunca  dejó  de  hacer  lo 
que  debía,  ni  por  temor  de  los  más  poderosos  que  no  había  menester, 
ni  por  cudicia  de  los  cohechos,  que  nunca  recibió,  ni  por  amor  parti- 
cular que  a  todos  lo  tenía;  ni  por  odio.no  se  le  conoció. 'Antes  siendo 
uno  se  hacía  muchos,  cual  cada  uno  lo  había  menester.  Con  lo  cual  te- 
nía ganados  a  los  altos  y  a  los  bajos,  a  los  ricos  y  a  los  pobres,  a  los 
sabios  y  a  los  ignorantes ;  y  en  fin, a  los  buenos  y  a  los  malos.de  quienes 
hacía  por  bien  lo  que  quería,  y  quería  lo  que  les  estaba  bien  a  todos. 
¿Quién  pacificó  la  ciudad  y  entabló  en  ella  las  leyes,  justas  ordenanzas1 
Garcilaso.  ¿Quién  deshizo  los  bandos  y  parcialidades  de  hombres 
inquietos  que  intentaron  varias  veces  perturbar  la  paz1  Garcilaso. 
¿Quién  reprimió  los  insolentes  motines  de  soldados  temerarios?  Gar- 
cilaso. ¿Quién  sosegó  las  turbulentas  hondas  y  repentinas  avenidas  de 
enemistades  no  pensadas1  Garcilaso.  Muchos  ejemplos  pudiera  traer; 
más  sirva  uno  para  todos.  Andaba  en  el  Cosco  un  caballero  principal 
y  mozo  de  los  quejosos,  sin  razón  del  presidente  Gasea,  llamado  Fran- 
cisco de  Añasco,  hombre  animoso,  valiente,  atrevido,  sagaz  y  astuto, 
deseoso  de  novedades,  y  resuelto  de  arriesgar  su  vida  y  la  de  sus  ami- 
gos (que  tenía  muchos)  a  trueque  de  desagraviarle  o  hacerle  señor  de 
la  tierra,  como  Francisco  Hernández  Girón  lo  había  intentado.  Ya 
se  preparaba  de  armas,  ya  alistaba  su  gente,  ya  nombraba  capitanes, 
ya  les  prometía  montes  de  oro,  que  los  de  plata  le  parecían  peo.  Ya 
se  rugía  entre  muchos  la  rebelión, cuando  lo  vino  a  saber  el  corregidor, 
y  de  secreto  se  enteró  del  caso,  más  no  se  dió  por  entendido  dél,  antes 
trató  con  más  facilidad  al  caballero.  Envióle  a  llamar,  convidóle  con 
su  casa,  trajóle  a  ella,  aderezóle  un  cuarto,  sentóle  a  su  mesa,  entre- 
teníase con  él.  Y  a  ocho  de  los  caballeros,  amigos  y  deudos  que  honra- 
ban su  posada  (siendo  sus  ordinarios  huéspedes)  ordenó,  que  al  disi- 
mulo, remudándose,  nunca  se  apartasen  dos  dellos  del  lado  del  dicho 
caballero,  cuando  él  no  le  tuviese  consigo.  Y  haciéndose  así,  el  astuto 


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gobernador  obligaba  con  beneficios  a  que  declarasen  y  redujesen  las 
demás  cabezas  de  la  conjuración,  si  bien  les  andaba  muy  a  las  inme- 
diatas sin  perder  punto  que  fuese  de  prov  echo  con  los  secretos  avisos 
que  de  ordinario  tenía  de  lo  que  se  pensaba,  cuanto  y  mas  de  lo  que 
se  hacía.  Los  que  no  conocían  la  prudente  sagacidad  y  sagaz  prudencia 
del  corregidor,  y  temían  alguna  novedad  por  lo  que  oían,  murmura- 
ban dél,  porque  ya  les  parecía  que  veían  salir  con  mano  armada  y 
temerario  furor  a  los  amotinados,  que  saqueban  las  casas,  que  mata- 
ban sus  dueños,  que  deshonraban  sus  hijas  y  mugeres,  que  abrasaban 
la  ciudad.  Acudían  al  corregidor  y  suplicábanle  que  no  permitiese 
ver  muertos  ante  sus  ojos  por  su  remisión,  a  los  que  había  perdonado 
el  furor  de  tantas  guerras  civiles;  requiriéndole  que  conservase  la 
vida  de  los  ciudadanos,  que  mirase  por  la  honra  de  las  mugeres  y 
volviese  por  la  de  Dios,  que  defendiese  la  hacienda  real,  la  pública, 
la  particular,  y  que  conservase  la  ciudad  que  se  le  había  encomendado. 
El  agradecía  los  avisos  con  palabras  comedidas,  y  les  rogaba  que  se 
quietasen  que  presto  verían  las  esperanzas  de  los  inquietos  frustradas, 
y  todo  quieto  como  lo  vieron;  porque  dentro  de  muy  pocos  días  re- 
dujo a  mejor  parecer  a  los  soldados  honrados,  y  a  los  más  inquietos 
los  esparció  por  el  reino,  y  al  caballero  que  desasosegaba  la  gente, 
después  de  haberle  tenido  cuarenta  días  en  su  casa  regalado  como  a 
hijo,  le  afeó  su  mal  intento,  y  amenazándole  con  castigo  riguroso 
sino  se  enmendaba,  le  dió  un  caballo  de  los  de  su  caballeriza  y  trecien- 
tos pesos  de  su  hacienda,  y  lo  envió  como  desterrado  a  Quito,  qui- 
nientas leguas  de  allí,  con  que  fué  muy  agradecido  el  Añasco  viendo 
que  en  lugar  de  darle  la  muerte,  le  daba  la  vida  y  le  acomodaba  tan 
honradamente.  De  lo  cual  luego  que  tuvieron  aviso  el  presidente  y 
oidores,  loaron  el  hecho  y  la  gran  prudencia  del  corregidor,  que  como 
esperimentado  había  prevenido  el  daño  que  se  podía  seguir  si  hiciera 
ruido  prendiendo  al  caudillo,  haciendo  pesquisas  de  los  culpados  y 
proceso  contra  ellos,  fulminando  sentencias  rigurosas,  y  ejecutando 
castigos  ejemplares,  porque  no  sirviera  de  más, que  de  irritar  y  mover 
a  otros  a  que  prosiguiesen  lo  comenzado,  y  con  blandura  y  secreto  se 
atajaron  los  daños  que  tales  desórdenes  amenazaban.  Este  fué  el  fin 
de  los  temores  y  el  principio  de  la  quietud  que  en  el  tiempo  de  su  go- 
bierno hubo  en  aquella  ciudad;  la  cual  respetaba  a  su  corregidor  como 
a  un  hombre  venido  del  cielo,  y  con  mucha  razón  por  cierto:  porque 
su  religión  era  muy  grande,  su  piedad  muy  notoria,  el  deseo  del  bien 
común  extraordinario,  su  buen  ánimo  para  con  todos  conocido  de 
todos,  su  agudeza  en  interpretar  las  leyes  justas.su  solicitud  en  des- 
pachar los  pleitos  increíble,  y  su  apacibilidad  y  buen  agrado  en  sa- 
tisfacer a  los  pleiteantes  muy  de  padre  y  amigo.  Pues  ya  si  hubiéramos 
de  decir  algo  de  su  liberalidad,  misericordia,  rectitud,  compasión,  se- 
ría nunca  acabar.  ¿Cuándo  se  le  pidió  algo  puesto  en  razón,  que  él  no 
lo  concediese?  ¿Qué  hombre  noble  vido  necesitado  que  no  le  ofreciese 
su  casa  y  le  diese  cuanto  había  menester?  ¿Qué  pobre  le  pidió  limos- 


—  ;5?  — 


na  que  se  fuese  las  manos  vacías1  ¿Qué  viuda,  qué  huérfano,  qué  per- 
sona desvalida  le  pidió  justicia  que  dél  no  la  alcanzase1  ¿Quién  se  quiso 
valer  de  sus  favores  que  no  fuera  dél  favorecido1  Bien  saben  esto  y 
lo  publican  los  caballeros  que  en  su  casa  comían  y  cenaban,  pues  de 
ordinario  estaba  llena  de  huéspedes  a  quien  no  solo  sustentaba,  sino 
también  vestía  y  daba  caballos  de  su  caballeriza  en  que  ruasen.  Bien 
lo  lloran  las  viudas,  religiosas  y  pobres  vergonzantes  a  quien  de  secre- 
to socorría  con  muy  buenas  limosnas,  sin  las  que  se  repartían  a  su 
puerta  que  eran  muchas.  Bien  lo  sienten  los  huérfanos  y  menores 
de  quien  gustaba  ser  tutor  por  ampararlos,  y  porque  no  se  desperdi- 
ciasen o  consumiesen  con  pleitos  y  engaños  las  haciendas.  Y  vez  hubo 
que  después  de  haber  alimentado  cinco  años  a  sus  huérfanos,  hijos 
de  Pedro  del  Barco,  vecino  del  Cosco,  uno  de  los  que  ahorcó  Carva- 
jal porque  se  huyeron  con  Garcilaso;  y  descargándole  la  justicia  de  la 
tutela  cinco  mil  y  quinientos  ducados  por  los  alimentos,  no  los  quiso 
recebir  en  cuenta  sino  pagarlos,  dando  por  razón  que  eran  hijos  de 
su  amigo,  y  que  él  no  contaba  nada  por  el  comer  a  los  que  en  su  casa 
comían.  Bien  le  echan  menos  los  presos  y  pleitantes,  a  quienes  despa- 
chaba con  toda  suavidad  y  blandura  posible,  sin  llevarles  derechos 
por  las  firmas.  Si  eran  las  causas  civiles,  las  mediaba  y  componía  co- 
mo juez  arbitrio  y  amigo:  si  las  penas  eran  pecuniarias,  perdonaba  su 
parte;  si  los  delitos  eran  criminales,  moderaba  las  sentencias  y  hacía 
que  su  teniente  no  llevara  las  cosas  por  todo  rigor  de  justicia,  para  que 
no  exasperase  la  gente,  pues  no  estaban  quietos  los  ánimos  de  muchos 
soldados  descontentos,  que  pretendían  escándalos  y  alborotos  con 
cualquiera  pequeña  ocasión.  Más,  cuanto  era  de  blando  en  las  causas 
civiles  y  criminales,  tanto  era  de  riguroso  en  castigar  cualquier  desa- 
cato que  a  Dios  se  hiciese  en  su  santo  templo.  Sirva  de  ejemplo  lo  que 
pasó  a  cierto  vecino  del  Cosco  (más  noble  que  sufrido)  que  con  un 
procurador  hubo  palabras  entre  los  dos  diciéndolas  el  vecino  malas, 
y  volviéndolas  peores  el  procurador.  Aquel  metió  mano  a  su  espada, 
éste  porque  no  la  tenía  huyó,  y  entróse  en  la  iglesia  sin  parar  hasta  el 
altar  mayor:  siguióle  el  vecino  para  matarle  y  hiriérale  por  lo  menos, 
si  no  le  detuvieran  dentro  de  la  misma  capilla  mayor  los  que  acudie- 
ron al  ruido.  Entre  los  cuales  se  halló  uno  de  los  alcaldes  ordinarios, 
y  conociendo  de  la  causa, le  sentenció  al  vecino  por  desacato  al  Santísi- 
mo Sacramento,  en  cuatro  arrobas  de  aceite,  que  valían  entonces 
más  de  cien  ducados,  y  en  cuatro  arrobas  de  cera,  y  en  docientos  es- 
cudos para  el  servicio  del  altar.  Apeló  el  vecino  de  la  sentencia  para 
el  corregidor,  el  cual  sintió  mucho  no  haber  sido  juez  de  aquella  causa, 
y  de  que  el  alcalde  hubiese  andado  tan  corto,  y  así  dijo :  si  yo  le  senten- 
ciara no  fuera  la  pena  menos  de  doce  mil  ducados.  Por  qué  ¿dónde  se 
sufre  que  predicando  nosotros  a  estos  indios  gentiles. que  aquel  Señor 
que  está  en  la  Iglesia,  es  el  Dios  verdadero,  hacedor,  y  criador  del 
universo  y  redentor  nuestro1  ¿Que  tengamos  tanto  desacato, que  en- 
tremos en  su  casa  con  la  espada  desnuda,  y  lleguemos  hasta  su  apo- 


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Sentó  que  es  ia  ca¡1ilia  rtiaVor'  a  matar  üh  horribfe1  ¿Corrió  ríos  creerán 
los  indios  io  que  predicarrios  viendo  nuestros  hechos  tárt  ert  contra, 
pues  tenían  estos  bárbaros  tanto  respeto  á  ia  Casa  del  Sol,  qüe  ellos 
adoraban  por  Dios,  que  para  entrar  erl  eÜa  se  descalzaban  doeien- 
tos  pasos  antes  de  llegar  a  ella?  Por  lo  cual  le  condenó  ert  otro  tarlto 
más,  de  lo  que  decía  la  sentencia  del  alcalde,  y  la  pagó  el  vecino  con 
gusto,  viendo  que  no  se  regía  por  pasión  sino  por  razón  y  por  eso  mis- 
mo le  lloran  todos  y  sienten  su  pérdida.  Pero  más  en  particular  los 
indios  vasallos  suyos  la  testifican  bien,  y  con  lágrimas  copiosas  y 
tiernos  gemidos  manifiestan  la  falta  que  les  hace  su  señor,  en  quien 
tenían  padre,  defensor  y  amparo;  porque  si  enfermaban  algunos  en 
el  Cosco  de  los  del  servicio  personal,  los  hacía  curar  en  su  casa  como 
a  hijos.  De  los  tributos  se  contentaba  en  una  de  sus  provincias  con  la 
quinta  parte,  porque  debiéndole  dar  tantas  cabezas  de  ganado  de  la 
tierra  y  de  cerda  que  cada  cual  se  vendía  en  la  plaza  de  la  ciudad  por 
quince  pesos,  se  contentaba  él  con  que  le  diesen  tres  pesos  no  más  por 
cada  cabeza.  Los  Huamampallpas,  que  están  cuarenta  leguas  del  Cos- 
co, tenían  obligación  de  ponerle  cada  año  en  su  casa  una  gran  partida 
de  trigo,  el  cual  traían  a  cuestas,  y  por  hacerles  bien  su  señor,  concertó 
con  ellos  que  llevasen  el  trigo  que  él  cogía  en  un  cortijo  suyo  diez  y 
seis  leguas  de  la  ciudad,  que  estaba  en  el  mismo  camino  por  donde  los 
indios  venían  de  su  tierra;  y  por  solamente  el  porte  les  descontaba 
otro  tanto  trigo.de  lo  que  ellos  estaban  obligados  a  darle.  Esos  mismos 
indios  y  los  Cotaneras,  le  habían  de  dar  cada  año  tantos  vestidos  de 
indios  poniendo  ellos  la  lana,  y  se  la  daba  su  amo  en  tanta  cantidad, 
que  les  sobraba  della  para  sí.  Y  cada  cuatro  meses  le  debían  traer 
cierto  número  de  cestos  llenos  de  la  yerba  Cuca,  y  él  por  aliviarles 
del  trabajo  para  que  no  le  trujesen  acuestas,  y  por  que  no  gastasen 
tanto  en  su  sustento  (sin  tener  obligación)  les  daba  a  cada  uno  media 
hanega  de  maíz  y  les  prestaba  sus  carneros  de  carga  en  que  ellos  lleva- 
,sen  su  comida  y  trujesen  la  Cuca;  cosas  que  no  sé  yo  las  haya  hecho 
con  sus  indios  ninguno  otro  señor  de  vasallos.  Y  así  los  de  este  caba- 
llero se  esmeraban  tanto  en  servirle,  con  un  amor  extraordiario  que  la 
ropa  que  hacían,  y  la  Cuca  que  beneficiaban  era  la  mejor  del  reino. 
Mucho  he  oído  y  leído  del  amor  de  señores  de  vasallos  para  con  sus 
subditos,  más  nada  tiene  que  ver  con  lo  dicho.  Mucho  he  sabido  de 
su  agradecimiento,  por  servicios  recebidos,  más  ninguno  mayor  que 
el  que  ahora  diré.  Estimó  en  tanto  Garcilaso  el  servicio  que  le  hizo  su 
vasallo  don  Garcia  Pauqui.  dando  cincuenta  hanegas  de  maíz  a  su 
familia  cuando  se  vió  en  el  aprieto  que  dijimos,  que  hizo  libre  y  franco 
al  dicho  cacique,  y  a  los  lugares  de  su  señorío  de  cualquier  tributo 
que  estuviesen  obligados  a  pagarle;  contentándose  con  que  le  diesen 
algunas  frutas,  como  guayabas,  limas  y  pimientos  verdes  para  su 
comer  en  señal  de  vasallage.  ¿Y  a  este  señor  no  habían  de  amar  -  ¿No 
habían  de  servir1  ¿No  habían  de  echar  menos  y  llorar  después  de 
muerto1  Llórenle  que  razón  tienen,  pues  también  le  lloran  los  esfor- 


—  157  — 

zados  varones  que  ven  con  su  muerte  quebrada  una  firme  columna 
de  la  fortaleza;  llórenle  los  prudentes  repúblicos,  pues  perdieron  en 
él  un  rico  depósito  de  la  prudencia  civil;  llórenle  los  gobernadores  y 
jueces,  pues  les  ha  faltado  un  vivo  retrato  de  la  justicia;  llórenle  fi- 
nalmente todos  los  buenos,  pues  con  su  falta  les  falta  un  raro  ejempio 
de  templanza  en  la  comida,  en  la  bebida,  en  el  sueño  y  en  el  trato  de 
su  persona,  siendo  para  los  suyos  muy  liberal,  y  para  los  estraños  muy 
cumplido;  de  continencia,  con  que  tenía  a  raya  sus  deseos  y  pasiones; 
de  clemencia  con  que  moderaba  el  ánimo  irritado  a  la  venganza,  y 
le  inclinaba  a  hacer  bien  a  todos;  de  modestia  con  que  se  hacía  querer 
y  estimar,  dando  a  cada  cual  más  honra  de  la  que  se  debía;  de  urbani- 
dad y  recato  en  el  decir  mal  de  nadie,  pues  ni  aún  consentía  que  esto 
en  su  presencia  se  hiciese,  cortando  luego  la  plática,  escusando  lo 
malo  y  alabando  lo  bueno,  de  moderación,  aún  en  la  muerte,  manda- 
do por  su  testamento  que  cuando  le  llevasen  a  enterrar,  pusiesen  el 
cuerpo  en  el  suelo  sobre  un  paño  para  decir  los  responsos,  usándose 
entonces  en  el  Cosco  hacer  tan  grandes  túmulos  en  tres  partes  diver- 
sas de  la  calles  por  donde  pasaba  el  entierro  de  los  hombres  principa- 
les, donde  subían  la  caja,  parando  todos  al  responso  un  grande  espa- 
cio; y  con  el  buen  ejemplo  de  Garcilaso  le  imitaron  todos  de  allí  ade- 
lante y  le  imitan  hasta  hoy.  Pues  ya  ¿qué  diré  de  las  virtudes  propias 
del  verdadero  cristiano?  Ya  vimos  que  por  la  fe  de  Cristo  y  por  su 
aumento  se  puso  a  tantos  peligros  y  riesgos  de  la  vida;  defendiéndola 
con  su  sangre, la  cual  sustentó  por  toda  su  vida  no  solo  poniendo  sacer- 
dotes virtuosos,  doctos  y  celosos  para  la  enseñanza  y  doctrina  de  sus 
indios,  y  procurando  de  su  parte  cuanto  podía,  que  esta  santa  fé  se 
dilatase  hasta  los  fines  de  la  tierra;  sino  también  con  el  ejemplo, 
cumpliendo  lo  que  ella  nos  manda,  y  creyendo  firmísimamente  lo 
que  nos  enseña,  y  acompañándolas  con  obras  santas  de  religión  y  pie- 
dad. Oía  de  ordinario  misa  y  mandaba  decir  muchas  por  las  ánimas 
del  purgatorio,  y  en  solo  una  fiesta  que  les  hacía  cada  año  gastaba 
seiscientos  ducados.  ¿Quién  podrá  explicar  la  grandeza  de  su  firme 
esperanza  y  encendida  caridad1  El  Señor  que  se  las  dió  solo  lo  sabe, 
de  las  cuales  nos  descubrió  grandes  señales  todo  el  tiempo  de  su  vida, 
y  más  en  particular  dos  años  y  medio  antes  de  su  muerte,  los  cuales 
tomó  Dios  para  labrarle  para  el  cielo,  por  medio  de  una  larga  enfer- 
medad que  le  duró  todo  este  tiempo,  sino  derribado  siempre  en  la 
cama, a  lo  menos  la  mayor  parte  de  la  temporada,  para  que  mejor  se 
dispusiese  y  despacio  se  preparase,  como  lo  hizo,  confesándose  a 
menudo  con  el  padre  guardián  de  San  Francisco,  fray  Antonio  de  San 
Miguel,  que  a  solo  él  confesaba  en  aquella  ciudad,  y  solía  decir  que 
ojalá  fuera  él  como  el  que  estaba  en  aquella  cama.  En  la  cual  ya  que 
no  podía  echar  mano  a  la  espada,  empuñar  la  lanza  ni  hacer  heroicas 
hazañas  en  la  guerra,  echaba  mano  a  la  bolsa  haciendo  bien  a  todos, 
y  empuñaba  la  cruz  con  Cristo  crucificado,  pidiéndole  misericordia  y 
perdón,  hacía  obras  heroicas  de  caridad,  de  paciencia  y  humildad 


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cristiana,  en  medio  Je  una  grande  paz  de  su  alma,  causada  de  buena 
conciencia,  y  más  de  la  confianza  que  tenía  en  los  merecimientos  de 
Cristo  nuestro  Señor.  Aquí  se  aumentaron  las  limosnas,  aquí  las  ora- 
ciones, misas  y  devociones,  aquí  el  sufrimiento  y  paciencia  en  los  do- 
lores, aquí  la  esperanza  del  perdón  \  la  confianza  de  verse  en  la  gloria, 
aquí  los  deseos  afectuosos  y  encendidos  de  que  se  cumpliese  en  él  la 
Noluntad  de  Dios,  y  de  Jar  la  vida  por  su  amor  como  la  dió  después 
de  haber  recibido  todos  los  sacramentos  a  los  cincuenta  y  nueve  años 
de  su  edad,  con  sentimiento  universal  del  Cosco  y  de  todo  el  Perú, 
y  con  mucha  razón;  porque  muriendo  Garcilaso  cayó  un  fuerte  ba- 
luarte de  la  religión  cristiana,  murió  el  esfuerzo  de  la  guerra,  el  orna- 
mento de  la  paz,  la  honra  de  los  nobles,  el  modelo  de  los  jueces,  el 
padre  de  la  patria,  el  reparo  de  los  pobres,  el  amigo  de  los  buenos,  el 
espanto  de  los  malos,  y  finalmente  el  amparo  de  los  naturales.  Más 
mientras  todos  hacen  el  justo  sentimiento  de  su  muerte,  él  está  gozan- 
do de  la  eterna  vida,  mientras  qué  sus  amigos  se  espantan  y  dicen 
¿Es  posible  que  aquel  varón  y  esfuerzo  de  España  es  vencido?  ¿Qué 
aquella  luz  y  resplandor  de  la  casa  de  Vargas  está  apagado?  ¿Qué  la 
apacibilidad  y  cortesanía  del  Perú  se  acabó?  ¿Y  qué,  la  firme  coluna 
de  este  imperio  se  ha  caído  -  El  riéndose  de  todo  lo  del  suelo, teniendo 
su  esfuerzo  por  flaqueza,  su  luz  y  resplandor  por  tinieblas,  su  sabidu- 
ría y  discreción  por  ignorancia,  y  su  firmeza  por  instabilidad,  triunfa 
glorioso  en  el  cielo  con  la  inestimable  corona  de  gloria,  de  que  goza  y 
gozará  para  siempre.  Amén. 


CAPITULO  XIII 


que  Trata  de  los  pretendientes  que  vinieron  desi errados  a 
españa,  y  la  mucha  merced  que  su  magestad  les  hizo.  don 
garcia  de  mendoza  va  por  gobernador  a  chile,  y  el  lance 
que  le  sucedio  con  los  indios. 


lOLVIENDO  a  los  pretensores  de  repartimientos  de  indios  que 


atrás  dejamos,  que  venían  desterrados  a  España,   decimos  que 


llegaron  a  ella  bien  fatigados  de  la  pobreza  y  hambre  que  traían; 
presentáronse  en  la  corte  ante  la  magestad  del  rey  don  Felipe  segundo  , 
causáronle  mucha  lástima,  así  con  la  presencia,  como  con  la  relación 
que  le  hicieron  de  la  causa  porque  venían  desterrados  y  tan  mal  para- 
dos. Su  magestad  les  consoló  con  hacerles  mercedes  en  Indias  a  los 
que  quisieran  volver  a  ellas, dándoles  allá  la  renta  librada  en  su  tesoro 
y  caja  real,  porque  no  tuviesen  que  ver  con  el  visorey  de  aquel  imperio. 
Y  a  los  que  quisieran  quedarse  en  España,  les  hizo  mercedes  conforme 
a  sus  servicios  y  calidad,  dando  a  unos  más  y  a  otros  ménos,  como  yo 
lo  hallé  cuando  vine  a  España,  que  fué  poco  después  de  lo  que  se  ha 
referido.  Libróseles  la  renta  en  la  Casa  de  la  Contratación  de  Sevi- 
lla; al  que  le  cupo  menos,  fueron  cuatrocientos  y  ochenta  ducados  de 
renta,  y  de  allí  fueron  subiendo  las  mercedes  a  seiscientos  y  ocho- 
cientos y  a  mil  y  a  mil  docientos  ducados  a  los  mejorados,  por  todos 
los  días  de  su  vida.  Poco  después  sabiendo  su  magestad  las  pláticas 
que  en  la  ciudad  de  los  Reyes  habían  pasado, acerca  de  los  desterrados, 
por  escusar  algún  motin  que  podía  suceder  por  la  aspereza  del  go- 
bernador, proveyó  por  visorey  del  Perú  a  don  Diego  de  Acevedo, 
caballero  muy  principal  de  toda  virtud  y  bondad,  de  quien  descienden 
los  condes  de  Fuentes.  El  cual  solicitando  su  viage,  falleció  de  enfer- 
medad, lo  cual  sabido  en  el  Perú  lastimó  muy  mucho  a  todos  los  de 
aquel  imperio,  que  a  hombres  graves  y  antiguos  en  la  tierra  les  oí 
decir:  porque  no  merecíamos  tal  visorey  se  lo  llevó  Dios  temprano 
al  cielo.  Por  no  haber  pasado  este  caballero  al  Perú  no  está  en  la  lista 
de  los  visoreyes,  que  han  ido  a  aquel  reino.  Entretanto  que  en  la  corte 


—  160  — 


de  España  pasaba  lo  que  se  ha  dicho,  el  visorey  del  Perú  proveyó  por 
gobernador  y  capitán  del  reino  de  Chile  a  su  hijo  don  García  de  Men- 
doza, porque  con  la  muerte  de  Gerónimo  de  Alderete,  estaba  sin  go- 
bernador. El  cual  falleció  en  el  camino,  poco  antes  de  llegar  a  Chile, 
de  congoja  y  tristeza,  de  ver  que  por  causa  de  su  cuñada,  y  suya,  hu- 
biesen perecido  ochocientas  personas  que  murieron  en  su  galeón. 
Consideraba  que  si  aquella  muger  no  fuese  su  cuñada,  no  le  diera  li- 
cencia el  maestre  para  tener  lumbre  en  su  aposento,  de  donde  se  causó 
todo  aquel  mal  y  daño.  La  provisión  de  don  García  de  Mendoza  fué 
muy  acepta  a  los  del  Perú;  ofreciéronse  muchos  vecinos  y  soldados 
principales  a  hacer  con  él  la  jornada ;  porque  entendían  que  ganaban 
méritos  en  el  servicio  de  su  magestad  y  del  visorey  por  acompañar  a 
su  hijo.  Proveyó  que  el  licenciado  Santillán,  oidor  de  aquella  cnanci- 
llería, fuese  por  lugar  teniente  y  gobernador  de  su  hijo,  y  a  él  se  lo 
pidió  le  hiciese  gracia  de  aceptarlo.  Hízose  para  esta  jornada  grandí- 
simo aparato  en  todo  aquel  reino,  de  armas  y  caballos,  vestidos  y 
otros  ornamentos,  que  costaron  mucho  dinero  por  la  carestía  de  las 
cosas  de  España.  Proveyó  así  mismo  el  visorey  otras  tres  conquistas: 
envió  por  capitanes  dellas  a  tres  caballeros  principales,  el  uno  llamado 
Gómez  Arias,  y  el  otro  Juan  de  Salinas,  el  tercero  Antón  de  Aznayo: 
cada  uno  dellos  hizo  sus  diliegencias  para  cumplir  bien  con  el  oficio 
que  llevaba. 

Don  García  de  Mendoza  fué  a  su  gobernación,  y  llevó  mucha 
gente  muy  lucida,  y  habiendo  tomado  la  posesión,  trató  de  ir  con  bre- 
vedad a  la  conquista  y  sujeción  de  los  indios  araucos,  que  estaban 
muy  soberbios  y  altivos  con  las  victorias  que  de  los  españoles  habían 
ganado.  La  primera  de  Pedro  de  Valdivia  y  otras  que  hubieron  des- 
pués, según  lo  escriben  en  verso  los  poetas  de  aquellos  tiempos,  que 
fuera  mejor  escrebirlas  en  prosa,  porque  fuera  historia,  y  no  poesía, 
y  se  les  diera  más  crédito.  - 

Entró  el  gobernador  en  las  provincias  rebeladas  con  mucha  y 
muy  lucida  gente,  y  grande  aparato  de  todo  lo  necesario  para  la  gue- 
rra, particularmente  de  armas  y  munición  y  mucho  bastimento, 
porque  los  enemigos  tenían  alzados  los  suyos.  A  pocas  jornadas  que 
hubo  entrado,  le  armaron  los  indios  una  brava  emboscada:  echáronle 
por  delante  un  escuadrón  de  cinco  mil  indios  de  guerra,  con  orden  de 
que  no  aguardasen  a  pelear  ni  llegasen  a  las  manos,  sino  que  con  la 
mejor  orden  y  mayor  diligencia  que  pudiesen  poner,  se  fuesen  reti- 
rando de  día  y  de  noche,  porque  los  españoles  no  los  alcanzasen  y  les 
obligasen  a  pelear.  Los  españoles  teniendo  nuevas  por  sus  corredores, 
que  aquel  ejército  de  indios  iba  delante  dellos,  y  que  no  los  esperaban, 
dieron  orden  en  seguirlos,  aunque  con  recato,  sin  desmandarse  a 
parte  alguna,  porque  el  gobernador  luego  que  entró  en  aquel  reino, 
tuvo  aviso  de  los  españoles  de  la  tierra,  de  las  mañas,  trazas  e  ardides 
de  guerra,  que  aquellos  indios  tenían  y  usaban  con  los  españoles: 
unas  veces  acometiendo,  y  otras  huyendo  como  mejor  les  estaba,  y 


convenía.  Pero  no  le  aprovechó  al  gobernador  el  aviso,  porque  se 
cebó  en  ir  en  pos  de  los  enemigos  con  deseo  de  hacer  una  gran  matanza 
en  ellos,  porque  los  demás  sintiendo  el  ánimo  belicoso  que  llevaba, se 
rindiesen  y  perdiesen  la  soberbia  que  habían  cobrado.  Con  este  ánimo 
siguió  aquel  escuadrón  un  día  y  una  noche.  Los  enemigos  que  que- 
daron en  la  celada,  viendo  al  gobernador  algo  alejado  de  su  real,  don- 
de había  dejado  todo  lo  que  llevaba,  salieron  de  la  emboscada,  y  no 
hallando  contradición,  robaron  todo  lo  que  hallaron,  sin  dejar  cosa 
alguna,  y  se  fueron  con  ello  libremente.  La  nueva  de  la  pérdida  llegó 
al  gobernador,  y  le  obligó  a  dejar  los  que  seguía,  y  volver  a  buscar  los 
que  le  habían  saqueado :  más  no  le  aprovecharon  sus  diligencias, que  los 
enemigos  se  habían  puesto  en  cobro  por  no  perder  el  despojo.  La  nueva 
de  este  mal  suceso  llegó  al  Perú,  casi  juntamente  con  la  nueva  de  la 
llegada  del  gobernador  a  su  gobernación;  tanto,  que  se  admiró  toda 
la  tierra  que  en  tan  breve  tiempo  hubiera  sucedido  una  cosa  tan  haza- 
ñosa para  los  indios  y  de  tanta  pérdida  para  los  españoles,  porque  no 
les  quedó  de  armas,  ni  ropa  más  de  la  que  tenían  vestida.  El  viso- 
rey  proveyó  el  socorro  con  gran  diligencia,  porque  llegase  más  aina. 
Gastóse  mucha  suma  de  oro  y  plata  de  la  hacienda  real,  de  que  hubo 
murmuración,  como  lo  dice  el  Palentino,  libro  tercero,  capítulo  segun- 
do; aunque  lo  dice  acerca  del  primer  gasto  que  se  hizo  para  que  el  go- 
bernador fuese  a  Chili,  y  no  cuenta  este  segundo  gasto,  ni  el  hecho  de 
los  indios  que  lo  causó,  que  también  fué  causa  de  la  murmuración. 
Porque  dijeron  que  por  socorrer  el  visorey  a  su  hijo,  había  mandado 
hacer  una  y  dos  y  más  veces  aquellas  demasías  de  gastos  en  la  hacien- 
da real.  De  lo  sucesos  de  aquel  reino  de  Chile  no  diremos  más  que  hi 
muerte  de  Loyola,  porque  no  son  de  nuestra  historia  :  lo  que  se  ha  di- 
cho fué,  porque  el  gobernador  salió  del  Perú  por  orden  de  su  padre  el 
visorey.  Los  que  quisieren  escrebir  los  sucesos  de  aquel  reino  tienen 
bien  que  decir,  según  la  guerra  tan  larga  que  en  él  ha  habido,  entre 
indios  y  españoles  de  cincuenta  y  ocho  años  a  esta  parte, que  ha  que  se 
rebelaron  los  indios  araucos,  que  fue  al  fin  del  año  de  mil  y  quinientos 
y  cincuenta  y  tres,  y  ha  corrido  la  mayor  parte  del  año  de  mil  y  seis- 
cientos y  once  cuando  escribimos  esto.  Podrán  contar  la  muerte  las- 
timera del  gobernador  Francisco  de  Yillagra,  con  la  de  doscientos 
españoles  que  iban  con  él,  que  pasó  en  la  loma  que  llaman  de  su  nom- 
bre, Villagra.  Podrán  decir  asímesmo  la  muerte  del  maese  de  campo 
don  Juan  Rodulfo,  y  la  de  otros  docientos  hombres  que  con  él  iban; 
y  los  mataron  en  la  ciénaga  de  Puren,  que  holgara  yo  tener  la  relación 
entera  destos  hechos,  y  de  otros  tan  grandes  y  mayores,  que  en  aquel 
reino  belicoso  han  pasado,  para  ponerlos  en  mi  historia.  Pero  donde 
ha  habido  tanta  bravosidad  de  armas,  no  faltará  la  suavidad  y  belle- 
za de  las  letras  de  sus  propios  hijos,  para  que  en  tiempos  venideros 
florescan  en  todo  aquel  famoso  reino  como  yo  lo  espero  en  la  Divina 
Magestad. 


CAPITULO  XIV 


HACEN  RESTITUCION  DE  SUS  INDIOS  A  LOS  HEREDEROS  DE  LOS  QUE. 
MATARON  POR  HABER  SEGUIDO  A  FRANCISCO  HERNANDEZ  GIRON, 
LA  IDA  DE  PEDRO  DE  ORSUA  A  LA  CONQUISTA  DE  LAS  AMAZONAS 
Y  SU  FIN  Y  MUERTE,  Y  LA  DE  OTROS  MUCHOS  CON  LA  SUYA. 


L  visorey  don  Andrés  Hurtado  de  Mendoza,  viendo  los  preten- 


dientes que  él  había  desterrado  del  Perú,  que  volvían  con  grandes 


mercedes  que  su  magestad  les  había  hecho,  libradas  en  el  tesoro 
de  su  arca  real,  de  las  tres  llaves,  bien  en  contra  de  lo  que  él  había 
imaginado,  que  pensó  que  ninguno  dellos  volviera  allá,  se  admiró  del 
suceso;  y  mucho  más  cuando  supo  que  también  había  proveído  su 
magestad  nuevo  visorey  que  le  sucediera  :  pesóle  de  lo  pasado,  y  trocó 
el  rigor  que  en  el  gobierno  hasta  allí  había  habido,  con  toda  la  suavi- 
dad y  mansedumbre,  que  buenamente  se  puede  decir.  Y  asi  procedió 
hasta  su  fin  y  muerte;  de  tal  manera  que  los  que  lo  notaban,  decían 
públicamente,  que  si  como  acabara,  empezara,  que  no  hubiera  ha- 
bido tal  gobernador  en  el  mundo.  Viendo  el  reino  la  mansedumbre 
de  el  visorey,  sosegada  la  tierra  y  trocada  la  furia  y  rigor  de  los  jue- 
ces en  afabilidad  y  quietud,  se  atrevieron  los  agraviados  de  la  justicia 
pasada,  a  pedir  satisfacción  de  los  males  y  dañes  que  habían  recebido 
Y  así  los  hijos  y  herederos  de  los  vecinos,  que  por  haber  seguido  la 
tiranía  de  Francisco  Hernández  Girón  justiciaron,  pusieron  sus  de- 
mandas ante  los  oidores,  presentaron  las  provisiones  de  perdón  que 
a  sus  padres  se  habían  dado,  y  siguieron  su  justicia  hasta  que  en  vista 
y  revista  alcanzaron  sentencia  en  favor  dellos,  en  que  les  mandaban 
volver, y  restituir  los  repartimientos  de  indios  que  les  habían  quitado, 
y  cualquiera  otra  confiscación  que  les  hubiesen  hecho.  Y  así  les  vol- 
vieron los  indios,  aunque  el  visorey  lo  había  repartido  y  dado  a  otros 
españoles,  mejorando  a  unos  con  mejores  repartimientos  que  los  que 
tenían;  y  dando  a  otros  nuevos  repartimientos  que  no  los  tenían. 
De  lo  cual  quedó  el  visorey  en  gran  confusión,  así  porque  le  revocaban 


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todo  cuanto  en  este  particular  había  hecho,  quitando  a  unos  j  dando 
a  otros,  como  por  hallarse  en  grande  afán  y  congoja  para  haber  de 
satisfacer  con  nuevas  mercedes  a  los  desposeídos  de  las  que  él  les  ha- 
bía hecho.  Todo  esto  que  hemos  dicho  vi  yo  en  el  Cosco,  y  lo  mismo 
pasó  en  las  demás  ciudades  donde  se  ejecutaron  los  rigores  de  la  jus- 
ticia pasada,  como  en  Huamanca,  Arequepa,  los  Charcas  y  el  Pueblo 
Nuevo.  V  ista  la  sentencia  de  la  restitución  a  los  herederos  de  los  muer- 
tos por  justicia,  y  que  se  había  revocado  todo  lo  que  en  este  parti- 
cular por  orden  y  mandato  del  visorey  se  había  hecho,  tomaron  oca- 
sión los  españoles  para  decir  que  el  castigo  y  rigor  pasado,  no  había 
sido  por  orden  de  su  magestad  ni  de  su  Real  Consejo  de  las  Indias, 
sino  que  el  visorey  lo  había  hecho  de  su  voluntad  y  albedrío,  por  ha- 
cerse temer  y  asegurarse  de  algún  motín,  como  los  pasados,  que  él 
temiese. 

Procediendo  el  visorey  en  su  gobierno  con  la  suavidad  y  blandu- 
ra que  hemos  dicho,  concedió  la  jornada  y  conquista  de  las  Amazonas 
del  río  Marañón.que  atrás  dijimos, que  Francisco  de  Orellana,  negando 
a  Gonzalo  Pizarra  vino  a  España,  y  pidió  a  su  magestad  la  dicha  con- 
quista, y  acabó  en  el  camino  sin  llegar  donde  pretendía.  Dióla  el  vi- 
sorey a  un  caballero  llamado  Pedro  de  Orsua,  que  yo  conocí  en  el 
Perú,  hombre  de  toda  bondad  y  virtud,  gentil  hombre  de  su  persona 
y  agradable  a  la  vista  de  todos.  Fué  dende  el  Cosco  hasta  Quitu  reco- 
giendo los  soldados  que  pretendían  salir  a  nuevas  conquistas,  porque 
en  el  Perú  ya  no  había  en  qué  medrar,  porque  todo  él  estaba  repartido 
entre  los  más  antiguos  y  beneméritos  que  había  en  aquel  imperio. 
Recogió  asímesmo  Pedro  de  Orsua  las  armas  y  bastimento  que  pudo 
para  su  conquista;  a  todo  lo  cual  los  vecinos  y  los  moradores  de  aque- 
llas ciudades  acudieron  con  mucha  liberalidad  y  largueza,  y  todo  buen 
ánimo,  porque  la  bondad  de  Pedro  de  Orsua  lo  merecía  todo.  Del 
Cosco  salieron  con  él  muchos  soldados,  y  entre  ellos  un  Fernando  de 
Guzman,  que  yo  conocí,  que  era  muy  nuevo  en  la  tierra,  recién  lle- 
gado de  España,  y  otro  soldado  más  antiguo  que  se  decía  Lope  de 
Aguirre,  de  ruin  talle,  pequeño  de  cuerpo  y  de  perversa  condición  y 
obras,  como  lo  refiere  en  sus  Elegías  de  varones  ilustres  de  Indias, 
el  licenciado  Juan  de  Castellanos,  clérigo  presbítero,  beneficiado  de 
la  ciudad  de  Tunja  en  el  Nuevo  Reino  de  Granada  :  en  las  cuales  Ele- 
gías gasta  seis  cantos  de  su  verdadera  y  galana  historia,  aunque  es- 
crita en  verso.  En  ellas  cuenta  las  jornadas  de  Pedro  de  Orsua,  que 
llevaba  más  de  quinientos  hombres  bien  armados  y  aderezados  con 
muchos  y  buenos  caballos.  Escribe  su  muerte  que  se  la  dieron  sus  pro- 
pios compañeros  y  los  más  allegados  a  él,  por  gozar  de  una  dama  her- 
mosa, que  Orsua  llevaba  en  su  compañía.  Pasión  que  ha  destruido  a 
muy  grandes  capitanes  en  el  mundo,  como  al  bravo  Aníbal  y  a  otros 
tales.  Los  principales  autores  de  la  muerte  de  Orsua  fueron  don  Fer- 
nando de  Guzmán  y  Lope  de  Aguirre, y  Salduendo,  que  era  apasionado 
por  la  dama,  sin  otros  muchos  que  aquel  autor  nombra.  Y  dice  como 


aquellos  traidores  alzaron  por  rey  a  su  don  Fernando,  y  él  era  tan  dis- 
creto, que  consintió  en  ello  y  holgó  que  le  llamasen  rey,  no  habiendo 
reino  que  poseer,  sino  mucha  mala  ventura,  como  a  él  le  sucedió, 
que  también  lo  mataron  los  mismos  que  le  dieron  el  nombre  de  rey. 
Aguirre  se  hizo  caudillo  dellos, y  mató  en  veces  más  de  docientos  hom- 
bres, saqueó  la  isla  Margarita,  donde  hizo  grandísimas  crueldades. 
Pasó  a  otras  islas  comarcanas,  donde  fué  vencido  por  los  moradores 
dellas;  y  antes  que  se  rindiese,  mató  una  hija  suya  que  consigo  lleva- 
ba, no  por  otra  causa,  más  de  que  poi  que  después  de  él  muerto  no  la 
llamasen  hija  del  traidor.  Esta  fué  la  suma  de  sus  crueldades,  que  cier- 
to fueron  diabólicas;  y  este  fin  tuvo  aquella  jornada  que  se  principió 
con  tanto  aparato  como  yo  vi  parte  del. 


CAPITULO  XV 


EL  CONDE  DE  NIEVA  ES  ELEGIDO  POR  VISOREY  DLL  PERL'.  LN  M  EN  SA- 
CIE RO  QUE  ENVIO  A  SI'  ANTECESOR.  EL  FALLECIMIENTO  DEL  MAR- 
QUES DE  CAÑETE  Y  DEL  MISMO  CONDE  DE  NIEVA  LA  VENIDA  DE 
DON  GARCIA  DE  MENDOZA  A  ESPAÑA.  LA  ELECCION  DEL  LICENCIA- 
DO CASTRO  POR  GOBERNADOR  DEL  PERL 


NTRE  tanto  que  pasaban  estos  sucesos  en  el  Perú,  y  la  mortan- 


dad de  los  de  Orsua  en  el  río  grande  de  las  Amazonas,  la  magestad 


real  del  rey  don  Felipe  II  no  se  olvidaba  de  proveer  nuevo  gober- 
nador para  aquel  su  imperio.  Que  luego  que  falleció  el  buen  de  don 
Diego  de  Acevedo,  proveyó  a  don  Diego  de  Zúñiga  y  Yelasco,  conde 
de  Nieva  por  visorey  del  Perú.  El  cual  despachándose  a  toda  diligen- 
cia, salió  de  España  por  enero  de  quinientos  y  sesenta  años,  y  entró 
en  el  Perú  por  abril  de  el  mismo  año.  Dende  Paita  que  ya  es  dentro 
en  su  jurisdicción,  envió  un  criado  suyo  con  una  carta  breve  y  com- 
pendiosa para  el  visorey  don  Andrés  Hurtado  de  Mendoza,  que  su- 
piese su  ida  a  aquel  imperio,  y  se  desistiese  del  gobierno  y  de  cual- 
quiera otra  cosa  que  a  él  perteneciese.  El  visorey  don  Andrés  Hurtado 
de  Mendoza,  sabiendo  la  ida  del  mensagero,  mandó  se  le  proveyese 
todo  lo  necesario  para  los  caminos,  con  mucha  abundancia  y  mucho 
regalo.  Y  en  la  ciudad  de  los  Reyes  le  tuvo  apercibida  una  muy  hon- 
rada, y  una  muy  buena  dádiva  de  joyas  de  oro  y  plata,  y  otras  preseas 
que  valían  de  seis  a  siete  mil  pesos  arriba.  Todo  lo  cual  perdió  el  men- 
sagero,porque  llevaba  orden  que  no  le  llamase  escelencia,  sino  señoría, 
y  en  la  carta  hablaba  de  la  misma  manera.  Lo  cual  recibió  a  mal  el 
visorey  don  Andrés  Hurtado  de  Mendoza,  de  que  el  sucesor  quisiese 
triunfar  dél  tan  al  descubierto  y  tan  sin  razón  y  justicia.  De  la  cual 
melancolía  se  le  causó  un  accidente  de  poca  salud,  y  se  la  fué  quitando 
de  día  en  día,  y  la  edad  que  era  larga  no  pudiendo  resistir  al  mal, 
feneció  antes  que  el  nuevo  visorey  llegara  a  la  ciudad  de  los  Reyes. 
Al  cual  no  le  fué  mejor,  porque  pasados  algunos  meses  después  de 
haber  tomado  la  posesión  de  su  silla  con  la  solemnidad  que  de  otros 
se  ha  dicho,  se  le  siguió  la  muerte  por  un  caso  estraño,  que  él  mismo 
lo  procuró  y  apresuró  para  que  más  aína  llegase  su  fin  y  muerte.  El 


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suceso  de  la  cual,  por  ser  odioso  es  razón  que  no  se  diga;  y  así  pasare- 
mos adelante  dejando  esto  tan  confuso  como  queda. 

Don  García  de  Mendoza  que  era  gobernador  en  Chile,  sabiendo 
el  fallecimiento  del  virey  su  padre,  se  dió  priesa  a  salir  de  aquel  reino 
y  venir  al  Perú,  y  dar  orden  en  su  venida  a  España.  Todo  lo  cual  hizo 
con  mucha  diligencia,  de  manera  que  los  murmuradores  decían,  que 
la  salida  del  reino  de  Chile  con  tanta  priesa,  más  había  sido  por  huir 
de  los  araucos  que  le  habían  asombrado,  que  no  por  acudir  a  la  muer- 
te de  su  padre  ni  a  sus  negocios;  y  que  con  la  misma  priesa  había  sa- 
lido del  Perú  por  no  verse  en  jurisdicción  agena.  El  cual  se  vino  a 
España,  donde  estuvo  hasta  que  volvió  a  aquel  imperio  a  ser  gober- 
.nador  de  él,  e  impuso  el  tributo  de  las  alcabalas,  que  hoy  pagan  los 
españoles  y  los  indios.  Estos  de  sus  cosechas,  y  aquellos  de  sus  tratos 
y  cont ratos.  Este  paso  se  anticipó  de  su  tiempo  y  lugar  por  ser  par- 
ticular, que  mi  intención  no  se  estiende  a  escrebir  más  de  hasta  la 
muerte  del  príncipe  heredero  de  aquel  imperio,  hermano  segundo  de 
Don  Diego  Sayri  Tupac,  de  cuya  salida  de  las  montañas  y  de  su  bau- 
tismo, fin  y  muerte  dijimos  atrás.  Y  con  este  propósito  vamos  abre- 
viando la  historia,  para  ver  ya  el  fin  della. 

La  magestad  del  rey  don  Felipe  II,  luego  que  supo  la  desgraciada 
muerte  del  visorey  don  Diego  de  Zúñiga,  conde  de  Nieva,  proveyó  al 
licenciado  Lope  García  de  Castro,  que  era  de  el  Consejo  real  y  supre- 
mo de  las  Indias.de  quien  atrás  hicimos  mención,  cuando  hablamos 
de  mis  pretensiones,  por  los  servicios  de  mi  padre,  y  la  contradicción 
que  entonces  me  hizo.  Proveyóle  por  presidente  y  gobernador  general 
de  todo  aquel  imperio,  para  que  fuese  a  reformar  y  apaciguar  los  acci- 
dentes que  las  muertes  tan  breves  de  aquellos  dos  visoreyes  hubiesen 
causado.  Porque  el  licenciado  Lope  García  de  Castro  era  hombre  de 
gran  prudencia,  caudal  y  consejo  para  gobernar  un  imperio  tan  gran- 
de como  aquel.  Y  así  fué  a  toda  diligencia,  y  gobernó  aquellos  reinos 
con  mucha  mansedumbre  y  blandura, y  se  volvió  a  España  dejándolos 
en  toda  paz  y  quietud:  y  volvió  a  sentarse  en  su  silla,  donde  vivió 
con  mucha  honra  y  aumento,  y  falleció  como  buen  cristiano. 

Mis  amigos  viendo  este  gran  personage  en  su  silla  en  el  Consejo 
supremo  de  las  Indias,  me  aconsejaban  que  volviese  a  mis  pretensio- 
nes acerca  de  los  servicios  de  mi  padre  y  de  la  restitución  patrimonial 
de  mi  madre.  Decían  que  ahora  que  el  licenciado  Castro  había  vis- 
to el  Perú,  que  fué  lo  que  mi  padre  ayudó  a  ganar,  y  fué  de  mis  abuelos 
maternos,  me  sería  muy  buen  padrino  para  que  me  hicieran  merce- 
des, ya  que  la  otra  vez  me  había  sido  contrario,  para  que  me  las  nega- 
ran como  atrás  se  refirió. 

Pero  yo  que  tenía  enterradas  las  pretensiones  y  despedida  la 
esperanza  dellas,  me  pareció  más  seguro  y  de  mayor  honra  y  ganancia 
no  salir  de  mi  rincón.  Donde  con  el  favor  divino  he  gastado  el  tiempo 
en  lo  que  después  acá  se  ha  escrito,  aunque  no  sea  de  honra  ni  prove- 
cho: sea  Dios  loado  por  todo. 


CAPITULO  XVI 


LA  ELECCION  DE  DON  FRANCISCO  DE  TOLEDO  POR  VIRREY  DE  EL  PERU. 
LAS  CAUSAS  QUE  TUVO  PARA  SEGUIR  Y  PERSEGUIR  AL  PRINCIPE 
INCA  TUPAC  AN4ARU.  Y  LA  PRISION  DEL  POBRE  PRINCIPE. 


AL  licenciado  Lope  García  de  Castro,  presidente  y  gobernador 
general  del  imperio  llamado  Perú,  sucedió  don  Francisco  de  To- 
ledo, hijo  segundo  de  la  casa  del  conde  de  Oropesa.  Fué  elegido 
por  su  mucha  virtud  y  cristiandad,  que  era  un  caballero  que  recibía 
el  Santísimo  Sacramento  cada  ocho  días.  Fué  al  Perú  con  nombre  y 
título  de  visorey:  fué  recebido  en  la  ciudad  de  los  Reyes  con  la  sole- 
nidad  acostumbrada.  Gobernó  aquellos  reinos  con  suavidad  y  blan- 
dura: no  tuvo  rebeliones  que  aplacar,  ni  motines  que  castigar.  Pa- 
sados dos  años  poco  más  o  menos  de  su  gobierno,  determinó  sacar  de 
la  montaña  de  Villcapampa  al  príncipe  Tupac  Amaru,  legítimo  here 
dero  de  aquel  imperio,  hijo  de  Manco  Inca,  y  hermano  de  don  Diego 
Sayri  Tupac,  de  quien  hemos  dado  larga  cuenta  en  este  octavo  libro 
Pertenecíale  la  herencia, porque  su  hermano  mayor  no  dejó  hijo  varón 
sino  una  hija,  de  la  cual  diremos  adelante.  Deseó  el  virey  sacarle  po 
bien  y  afabilidad  (a  imitación  del  visorey  don  Andrés  Hurtado  de 
Mendoza)  por  aumentar  su  reputación  y  fama, que  hubiese  hecho  una 
cosa  tan  grande  y  heroica,  como  reducir  al  servicio  de  la  católica  ma- 
gestad  un  príncipe  tal,  que  andaba  fugitivo  metido  en  aquellas  mon- 
tañas. Para  lo  cual  intentó  seguir  al  visorey  pasado,  por  algunos  ca- 
minos de  los  que  aquel  llevó  y  anduvo.  Y  envió  mensageros  al  prínci- 
pe diciéndole  y  amonestándole  que  saliese  a  vivir  entre  los  españoles, 
como  uno  dellos,  pues  ya,  todos  unos,  que  su  magestad  le  haría  mer- 
cedes,como  las  hizo  a  su  hermano, eran  para  el  sustento  de  su  persona  y 
casa.  No  le  salieron  al  visorey  las  diligencias  de  provecho  alguno,  ni 
de  esperanza,  porque  el  príncipe  no  correspondió  a  ellas,  porque  al  vi- 
sorey le  faltaron  muchos  de  los  ministros,  así  indios  como  españoles, 
que  en  aquel  particular  sirvieron  y  ayudaron  a  su  antecesor.  Y  de 
parte  del  príncipe  también  hubo  dificultades  para  no  aceptar  partido 
alguno,  porque  los  parientes  y  vasallos  que  consigo  tenía,  escarmen- 
tados de  la  salida  de  su  hermano,  y  de  la  poca  merced  que  le  hicieron, 
y  de  lo  poco  que  vivió  entre  los  españoles,  haciendo  de  todo  ello  senti- 


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miento  y  queja,  como  que  los  españoles  la  hubiesen  causado,  aconse- 
jaron a  su  Inca, que  en  ninguna  manera  saliese  de  su  destierro,  que  me- 
jor le  estaba  vivir  en  él,  que  morir  entre  sus  enemigos.  Esta  determi- 
nación de  aquel  príncipe  supo  el  visorey  de  los  indios,  que  entraban 
y  salían  de  aquellas  montañas,  así  de  los  que  él  envió  como  de  los  in- 
dios domésticos  que  vivían  con  los  españoles;  que  lo  dijeron  a  sus  amos 
más  claro  y  descubierto,  y  todo  fué  a  oídos  del  visorey.  El  cual  pidió  pa- 
recer y  consejo  a  sus  familiares,  los  cuales  le  aconsejaron,  que  pues 
aquel  príncipe  no  había  querido  salir  por  bien,  lo  sacase  por  fuerza, 
haciéndole  guerra  hasta  prenderle  y  aún  matarle,  que  a  la  magestad 
católica  se  le  haría  mucho  se/vicio,  y  para  todo  aquel  reino  sería  gran 
beneficio.  Porque  aquel  Inca  estaba  cerca  del  camino  real  que  va  del 
Cosco  a  Huamanca  y  a  Rimac :  que  sus  indios  y  vasallos  salían  a  sal- 
tear y  robar  a  los  mercaderes  españoles  que  pasaban  por  aquel  cami- 
no, y  hacían  otras  grandes  insolencias  como  enemigos  mortales.  De- 
mas  desto  dijeron  los  consejeros  que  aseguraría  aquel  imperio  de  le- 
vantamientos: que  aquel  mozo  como  heredero,  con  el  favor  y  ayuda 
de  los  indios  Incas  sus  parientes,  que  vivían  entre  los  españoles,  y  de 
los  caciques  sus  vasallos  y  de  los  mestizos,  hijos  de  españoles  y  de 
indias,  podía  hacer  siempre  que  lo  pretendiese,  que  todos  holgarían 
de  la  novedad,  así  los  indios  vasallos,  como  los  parientes,  por  ver  los 
unos  y  los  otros  restituido  a  su  Inca,  y  los  mestizos  por  gozar  de  los 
despojos  que  con  el  levantamiento  podían  haber;  porque  todos  (aun- 
que se  quejaban)  andaban  pobres-y  alcanzados  de  lo  necesario  para 
la  vida  humana. 

Sin  esto  le  dijeron  que  con  la  prisión  de  aquel  Inca,  se  cobraría 
todo  el  tesoro  de  los  reyes  pasados,  que  según  la  pública  voz  y  fama, 
lo  tenían  escondido  los  indios;  y  una  de  las  joyas  era  la  cadena  de  oro 
que  Huayna  Capac  mandó  hacer  para  la  solemnidad  y  fiesta  que  se 
había  de  celebrar  al  poner  nombre  a  su  hijo  primogénito  Huáscar  Inca, 
como  atrás  queda  referido.  Dijeron  que  aquella  pieza  y  todo  el  demás 
tesoro  era  de  la  magesrad  católica,  pues  era  suyo  el  imperio  y  todo 
lo  que  fué  de  los  Incas  pasados,  que  lo  ganaron  los  españoles  sus  vasa- 
llos, con  sus  armas  y  poder;  sin  esto  le  dijeron  otras  muchas  cosas 
para  incitar  al  visorey  a  que  le  prendiese. 

Volviendo  a  las  acusaciones  que  al  príncipe  hacían,  decimos, 
que  es  verdad  que  muchos  años  antes  en  vida  de  su  padre  Manco 
Inca,  hubo  algo  de  robos  en  aquel  camino,  que  sus  vasallos  hicieron, 
pero  no  a  los  mercaderes  españoles,  que  no  tenían  necesidad  de  sus 
mercadurías,  sino  a  los  indios  o  castellanos  que  de  una  parte  a  otra 
llevaban  a  trocar  y  vender  ganado  natural  de  aquella  tierra.  Que  la 
necesidad  de  no  tener  su  Inca  carne  que  comer, les  forzaba  a  saltearla; 
porque  en  aquellas  bravas  montañas  no  se  cría  ganado  alguno  manso, 
sino  tigres,  leones  y  culebras  de  a  veinte  y  cinco  y  treinta  pies  de  lar- 
go, sin  otras  malas  sabandijas  que  aquella  región  de  tierra,  y  otras 
de  su  suerte,  (de  las  cuales  hemos  hecho  larga  mención  en  la  historia) 


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no  dan  otro  fruto.  Por  lo  cua!  su  padre  deste  príncipe  mandó  hacer 
algunos  robos  en  el  ganado,  diciendo,  que  todo  aquel  imperio  y  cuanto 
en  él  había  era  suyo,  que  quería  gozar,  como  quiera  que  pudiese,  de 
lo  que  tanta  falta  tenía  para  su  comer;  esto  pasó  mientras  vivió  aquel 
Inca.  Que  yo  me  acuerdo  que  en  mis  niñeces,  oí  hablar  de  tres  o  cua- 
tro saltos  y  robos  que  sus  vasallos  habían  hecho,  pero  muerto  el  Inca 
cesó  todo  aquel  alboroto  y  escándalo. 

El  visorey,  movido  con  estos  consejos  y  avisos,  determinó  hacer 
guerra  a  aquel  príncipe  como  quiera  que  pudiese  hasta  prenderle;  por- 
que le  parecía  que  según  los  consejeros  decían,  que  era  gran  inconve- 
niente que  aquel  Inca  viviese  en  frontera  y  enemistad  de  los  españoles, 
alborotando  la  tierra,  salteando  los  caminos  y  robando  los  mercade- 
res. Todo  lo  cual  era  de  mucho  desasosiego,  y  poca  y  ninguna  segu- 
ridad para  aquel  reino,  y  que  los  indios  según  decían  los  espías,  anda- 
ban inquietos  viendo  su  príncipe  tan  cerca  dellos,  y  que  no  pudiesen 
gozar  dél  ni  servirle  como  quisieran.  Convencido  el  visorey  con  estas 
persuasiones,  nombró  por  capitán  de  la  jornada  a  un  caballero  que 
se  decía  Martín  García  Loyola,  que  años  atrás  en  ocasiones  grandes 
había  hecho  muchos  servicios  a  su  magestad.  Mandóle  hacer  gente, 
echando  fama  que  era  para  ir  a  socorrer  al  reino  de  Chile,  donde  los 
araucos  traían  muy  apretad- >s  a  los  españoles  q'  en  aquel  reino  vivían. 
Juntáronse  para  la  jornada  más  de  docientos  y  cincuenta  hombres, 
y  con  toda  brevedad  fueron  a  Yillcapampa.  bien  apercibidos  de  armas 
ofensivas  y  defensivas.  Pudieron  entrar  en  aquellas  bravas  montañas, 
porque  dende  que  salió  el  príncipe  don  Diego  Sayri  Tupac,  se  habían 
allanado  y  facilitado  todos  los  caminos  que  entraban  y  salían  de  aquel 
puesto,  sin  que  hubiese  contradicción  alguna. 

El  príncipe  Tupac  Amaru  sabiendo  la  gente  de  guerra  que  entra- 
ba en  su  distrito,  no  asegurándose  del  hecho,  se  retiró  más  de  vein- 
te leguas  por  un  río  abajo.  Los  españoles  viendo  su  huida,  hicieron 
apriesa  muy  grandes  balsas  y  le  siguieron.  El  príncipe  considerando 
que  no  podía  defenderse  porque  no  tenía  gente,  y  también  porque  se 
hallaba  sin  culpa,  sin  imaginación  de  alboroto,  ni  otro  delito  que  hu- 
biese pensado  hacer,  se  dejó  prender.  Quiso  más  fiarse  de  los  que  iban 
a  prenderle,  que  perecer  huyendo  por  aquellas  montañas  y  rios  gran- 
des que  salen  al  rio  que  llaman  de  la  Plata.  Entregóse  al  capitán 
Martín  García  Loyola  y  a  sus  compañeros,  con  imaginación  que  antes 
habrían  lástima  de  él,  de  verlo  desamparado,  y  le  darían  algo  para 
sustentarse,  como  hicieron  a  su  hermano  don  Diego  Sayri  Tupac; 
pero  que  no  le  querrían  para  matarle  ni  hacerle  otro  daño,  porque  no 
había  hecho  delito;  y  así  se  dió  a  los  españoles.  Los  cuales  se  reco- 
gieron todos  los  indios  e  indias  que  con  él  estaban,  y  a  la  infanta  su 
muger.y  a  dos  hijos  y  una  hija  que  tenían;  con  los  cuales  volvieron  los 
españoles  y  su  capitán,  y  entraron  en  el  Cosco  muy  triunfantes  con 
tales  prisioneros,  donde  los  esperaba  el  visorey,  que  sabiendo  la  pri- 
sión del  pobre  príncipe,  se  fué  a  ella  para  recebirlos  allí. 


CAPITULO  XVII 


EL  PROCESO  CONTRA  EL  PRINCIPE  Y  CONTRA  LOS  INCAS  PARIENTES  DE 
LA  SANGRE  REAL,  Y  CONTRA  LOS  MESTIZOS  HIJOS  DE  INDIAS  Y  DE 
CONQUISTADORES  DE  AQUEL  IMPERIO. 


UEGO  que  vieron  preso  al  príncipe,  le  criaron  un  fiscal  que  le  acu- 


sase sus  delitos;  el  cual  le  puso  los  capítulos  que  atrás  apuntamos, 


que  mandaba  a  sus  vasallos  y  criados  q'  saliesen  de  aquellas  mon- 
tañas a  saltear  y  robar  a  los  caminantes  mercaderes,  principalmente  a 
los  españoles, que  los  tenía  a  todo  por  enemigos;  que  tenía  hecho  trato 
y  contrato  con  los  Incas  sus  parientes,  que  vivían  entre  los  españoles 
que  a  tal  tiempo  y  en  tal  día,  concertándose  con  los  caciques,  señores 
de  vasallos  que  habían  sido  de  sus  padres  y  abuelos,  se  alzasen  y  ma- 
tasen cuantos  españoles  pudiesen.  También  entraron  en  la  acusación 
los  mestizos  hijos  de  los  conquistadores  de  aquel  imperio  y  de  las 
indias  naturales  dél.  Pusiéronles  por  capítulo,  que  se  habían  conju- 
rado con  el  príncipe  Tupac  Amaru,  con  los  demás  Incas  para  alzarse 
con  el  reino;  porque  algunos  de  los  mestizos  eran  parientes  de  los 
Incas  por  vía  de  sus  madres,  y  estos  en  su  conjuración  se  habían  que- 
jado al  príncipe  Inca  diciendo,  que  siendo  hijos  de  conquistadores 
de  aquel  imperio,  y  de  madres  naturales  de  él,  que  algunas  dellas  eran 
de  la  sangre  real,  y  otras  muchas  eran  mugeres  nobles,  hijas  y  sobrinas 
y  nietas  de  los  curacas,  señores  de  vasallos.  Y  que  ni  por  los  méritos 
de  sus  padres,  ni  por  la  naturaleza  y  legítima  de  la  hacienda  de  sus 
madres  y  abuelos,  que  no  les  había  cabido  nada,  siendo  hijos  de  los 
más  beneméritos  de  aquel  imperio,  porque  los  gobernadores  habían 
dado  a  sus  parientes  y  amigos  lo  que  sus  padres  ganaron,  y  había 
sido  de  sus  abuelos  maternos,  y  que  a  ellos  los  dejaron  desamparados 
necesitados  a  pedir  limosna  para  poder  comer,  o  forzados  a  saltear 
por  los  caminos  para  poder  vivir,  y  morir  ahorcados.  Que  su  alteza  el 
príncipe  se  doliese  dellos,  pues  que  eran  naturales  de  su  imperio  v 
los  recibiese  en  su  servicio,  y  admitiese  en  su  milicia,  que  ellos  harían 


—  171  — 


como  buenos  soldados  hasta  morir  todos  en  la  demanda.  Todo  esto 
pusieron  en  la  acusación  de  los  mestizos,  prendieron  todos  los  que  en 
el  Cosco  hallaron  de  veinte  años  arriba,  que  pudieran  ya  tomar  armas. 
Condenaron  algunos  dellos  a  cuestión  de  tormento,  para  sacar  en  lim- 
pio lo  que  se  temía  en  confuso. 

En  aquella  furia  de  prisión,  acusación  y  delitos,  fué  una  india  a 
visitar  su  hijo  que  estaba  en  la  cárcel :  supo  que  era  de  los  condenados 
a  tormento.  Entró  como  pudo  donde  estaba  el  hijo  y  en  alta  voz  le 
dijo:  sabido  hé  que  estás  condenado  a  tormento,  súfrelo  y  pásalo 
como  hombre  de  bien  sin  condenar  a  nadie,  que  Dios  te  ayudará  y 
pagará  lo  que  tu  padre  y  sus  compañeros  trabajaron  en  ganar  esta 
tierra  para  que  fuese  de  cristianos,  y  los  naturales  de  ella  fuesen  de 
su  iglesia.  Muy  bien  se  os  emplea  que  todos  los  hijos  de  los  conquis- 
tadores muráis  ahorcados,  en  premio  y  paga  de  haber  ganado  vuestros 
padres  este  imperio.  Otras  muchas  cosas  dijo  a  este  propósito,  dando 
grandísimas  voces  y  gritos  como  una  loca  sin  juicio  alguno,  llamando 
a  Dios  y  a  las  gentes  que  oyesen  las  culpas  y  delitos  de  aquellos  hijos 
naturales  de  la  tierra,  y  de  los  ganadores  della.  Y  que  pues  los  querían 
matar  con  tanta  razón  y  justicia  como  se  decían  que  temían  para  ma- 
tarlos, que  matasen  también  a  sus  madres,  que  la  misma  pena  mere- 
cían por  haberlos  parido,  y  criado  y  ayudado  a  sus  padres  los  españo- 
les (negando  a  los  suyos  propios)  a  que  ganasen  aquel  imperio  todo 
lo  cual  permitía  el  Pachacamac.  por  los  pecados  de  las  madres  que 
fueron  traidoras  a  su  Inca  y  a  sus  caciques  y  señores  por  amor  a  los 
españoles.  Y  que  pues  ella  se  condenaba  en  nombre  de  todas  las  de- 
más, pedía  y  requería  a  los  españoles  y  al  capitán  dellos,  que  con  toda 
brevedad  ejecutasen  y  pusiesen  por  obra  su  voluntad  y  justicia,  y  la 
sacasen  de  pena,  que  todo  se  lo  pagaría  Dios  muy  largamente  en  este 
mundo  y  en  el  otro.  Diciendo  estas  cosas  y  otras  semejantes  a  grandes 
voces  y  gritos, salió  de  la  cárcel  y  fué  por  las  calles  con  la  misma  voce- 
ría, de  manera  que  alborotó  a  cuantos  la  oyeron.  Y  valió  mucho  a 
los  mestizos  este  clamor  que  la  buena  madre  hizo;  porque  viendo  la 
razón  que  tenía,  se  apartó  el  visorey  de  su  propósito  para  no  causar 
más  escándalo.  Y  así  no  condenó  ninguno  de  los  mestizos  a  muerte, 
pero  dióles  otra  muerte  más  larga  y  penosa  que  fué  desterrarlos  a  di- 
versas partes  del  Nuevo  Mundo,  fuera  de  todo  lo  que  sus  padres 
ganaron.  Y  así  enviaron  muchos  al  reino  de  Chile,  y  entre  ellos  fué 
un  hijo  de  Pedro  del  Barco,  de  quien  se  ha  hecho  larga  mención  en 
la  Historia,  que  fué  mi  condiscípulo  en  la  escuela,  y  fué  pupilo  de  mi 
padre,  que  fué  su  tutor.  Otros  enviaron  al  Nuevo  Reino  de  Granada, 
y  a  diversas  islas  de  Barlovento,  y  a  Panamá  y  a  Nicaragua, y  algunos 
aportaron  a  España,  y  uno  dellos  fué  Juan  Arias  Maldonado,  hijo  de 
Diego  Maldonado  el  Rico.  Estuvo  desterrado  en  España  más  de  diez 
años,  y  yo  le  vi  y  hospedé  dos  veces  en  mi  posada  en  uno  de  los  pue- 
blos deste  obispado  de  Cordóva  donde  yo  vivía  entonces;  y  me  contó 
mucho  de  lo  que  hemos  dicho,  aunque jio  sejdice  todo.  Ál  cabo  de 


—  172  — 


largo  tiempo  de  su  destierro,  le  dió  licencia  el  supremo  Consejo  real 
de  las  Indias  por  tres  años,  para  que  volviese  al  Perú  a  recoger  su  ha- 
cienda, y  volviese  a  España  a  acabar  con  ella  la  vida.  A  su  partida, 
pasando  con  su  mujer  por  donde  yo  estaba  (que  se  había  casado  en 
Madrid)  me  pidió  que  le  ayudase  con  algo  de  ajuar  y  ornamento  de 
casa,  que  iba  a  su  tierra  muy  pobre  y  falto  de  todo.  Yo  me  despojé 
de  toda  la  ropa  blanca  que  tenía,  y  de  unos  tafetanes  que  había  he- 
cho a  la  soldadesca,  que  eran  como  banderas  de  infantería  de  muchos 
colores,  y  un  año  antes  le  había  enviado  a  la  corte  un  caballo  muy 
bueno  que  me  pidió,  que  todo  ello  llegaría  a  valer  quinientos  ducados. 
Y  acerca  dellos  me  dijo;  hermano,  fialos  de  mí  en  que  llegando  a  nues- 
tra tierra  os  enviaré  dos  mil  pesos  por  el  caballo  y  por  este  regalo  que 
me  habéis  hecho.  Yo  creo  que  él  lo  hiciera  así;  pero  mi  buena  fort  una 
lo  estorbó, que  llegando  a  Paita,  que  es  término  del  Perú,  de  puro  con- 
tento y  regocijo  de  verse  en  su  tierra  espiró  dentro  de  tres  días.  Per- 
dóneseme la  digresión  que  por  ser  cosa  de  mis  condiscípulos  me  atre- 
ví a  tomar  licencia  para  contarlas.  Todos  los  que  fueron  así  desterra- 
dos perecieron  en  el  destierro,  que  ninguno  dellos  volvió  a  su  casa. 


 4$o*  


CAPITULO  XVIII 


EL  DESTIERRO  QUE  SE  DIO  A  LOS  INDIOS  DE  LA  SANGRE  REAL  Y  A  LOS 
MESTIZOS.  LA  MUERTE  Y  FIN  QUE  TODOS  ELLOS  TUVIERON.  LA 
SENTENCIA  QUE  DIERON  CONTRA  EL  PRINCIPE,  Y  SU  RESPUESTA, 
Y  COMO  RECIBIO  EL  SANTO  BAUTISMO. 


/"I  los  indios  de  la  sangre  real,  que  fueron  treinta  y  seis  varones,  los 
(1  más  notorios  y  propincuos  del  linage  de  los  reyes  de  aquella  tie- 
rra, desterraron  a  la  ciudad  de  los  Reyes  mandándoles  que  no 
saliesen  della  sin  licencia  de  los  superiores.  Con  ellos  enviaron  los  dos 
niños  hijos  del  pobre  príncipe,  y  la  hija,  todos  tres  tan  de  poca  edad, 
que  el  mayor  dellos  no  pasaba  de  los  diez  años.  Llegados  los  Incas  a 
Rimac,  el  arzobispo  della  don  Gerónimo  de  Loaysa  apiadándose  de- 
llos llevó  la  niña  a  su  casa  para  criarla.  Los  demás  desterrados  vién- 
dose fuera  de  su  ciudad,  de  sus  casas  y  naturaleza,  se  afligieron  de 
tal  manera,  que  un  poco  mas  de  dos  años  murieron  treinta  y  cinco 
>■  entre  ellos  los  dos  niños.  Demás  de  la  aflicción,  les  ayudó  a  pere- 
cer tan  presto  la  región  de  aquella  ciudad,  que  está  en  tierra  caliente 
y  costa  de  la  mar  que  llaman  los  llanos,  que  es  temple  muy  diferente 
de  lo  que  llaman  sierra.  Y  los  naturales  de  la  sierra  como  lo  dijimos  en 
la  primera  parte  desta  historia,  enferman  muy  presto  en  entrando  en 
los  llanos,  como  si  entrasen  en  tierra  apestada,  y  así  acabaron -breve- 
mente aquellos  pobres  Incas.  A  los  tres  que  quedaron,  que  uno  dellos 
fué  don  Carlos  mi  condiscípulo  hijo  de  don  Cristóbal  Paullu,  de  quien 
muchas  veces  hemos  hecho  mención,  mandó  la  chancillería  (de  lás- 
t  ima  que  les  tuvo)  que  se  volviesen  a  sus  casas ;  más  ellos  iban  tan  gas- 
tados  de  su  mala  ventura,  que  dentro  de  año  y  medio  se  murieron 
todos  tres.  Pero  no  por  esto  quedó  entonces  consumida  la  sangre  real 
de  aquella  tierra,  porque  quedó  un  hijo  de  don  Carlos  susodicho,  de 
quien  dimos  cuenta  en  el  último  capítulo  de  la  primera  parte  destos 
Comentarios, que  vino  a  España  a  recebir  grandes  mercedes  como  en 
el  Perú  se  las  prometieron.  El  cual  falleció  al  fin  del  año  de  mil  y  seis- 
cientos y  diez  en  Alcalá  de  Henares,  de  cierta  pesadumbre  que  tuvo 


—  174  — 


de  verse  recluso  en  un  convento,  por  cierta  pasión  que  tuvo  con  otro 
Je  su  mismo  hábito  Je  Santiago.  Fa!i»ció  en  muy  breve  tiempo  Je 
melancolía,  Je  que  habienJo  estajo  ocho  meses  recluso  por  la  misma 
causa  en  otro  convento,  lo  encarcelaran  ahora  Je  nuevo.  Dejó  un  hijo, 
niño  Je  tres  o  cuatro  meses,  legitimaJo  para  que  hereJara  la  merceJ 
que  su  magestaJ  le  había  hecho  en  la  Contratación  Je  Sevilla;  el  cual 
murió  dentro  del  año,  y  así  se  perdió  toda  la  renta  con  la  muerte  del 
niño  para  que  en  todo  se  cumpliesen  los  pronósticos  que  el  gran  Huayna 
Capac  echó  sobre  los  de  su  sangre  real,  y  sobre  su  imperio. 

En  el  reino  de  Méjico  que  tan  poderosos  fueron  aquellos  reyes 
en  su  gentilidad  (como  lo  escribe  Francisco  Lpez  de  Gomara  en  su 
historia  general  de  las  Indias)  no  ha  habido  escándalo  alguno  en  la 
sucesión  del  reino,  porque  era  por  herencia  de  padre  a  hijo,  sino  por 
elección  de  los  vasallos;  que  muerto  el  poseedor,  elegían  los  grandes 
del  reino  al  que  les  parecía  más  digno  y  capaz  para  ser  rey.  Y  así 
después  que  lo  ganaron  los  españoles,  no  ha  habido  pretensor  ni  alte- 
ración que  apaciguar  en  este  particular ;  porque  muerto  el  rey  no  había 
quien  aspirase  la  sucesión  del  reino;  sino  a  la  gracia  y  elección  de  los 
electores.  Pero  en  mi  tierra  ha  habido  escándalos  causados  más  por 
la  sospecha  que  de  los  legítimos  herederos  se  ha  tenido,  que  por  la 
culpa  dellos,  como  lo  fué  el  deste  príncipe,  que  tenemos  presente, 
que  le  sentenciaron  a  muerte,  cortada  la  cabeza  con  voz  de  pregonero, 
que  fuese  publicando  sus  tiranías  y  las  traiciones  que  con  los  suyos», 
indios  y  mestizos,  tenía  concertadas  de  hacer  en  el  levantamiento  de 
aquel  imperio,  contra  la  corona  y  servicio  de  su  magestad  católica 
del  rey  don  Felipe  11,  rey  de  España  y  Emperador  del  Nuevo  Mundo. 
Notificáronle  la  sentencia  brevemente,  que  no  le  dijeron  más  de  que 
le  mandaban  cortar  la  cabeza;  pero  no  le  dijeron  las  causas  por  que. 
Respondió  el  pobre  Inca,  que  él  no  había  hecho  delito  alguno  paro  me- 
recer la  muerte, que  se  contentase  el  visorey  de  enviarlo  preso  y  a  buen 
recaudo  a  España,  y  que  holgaría  muy  mucho  de  besar  la  mano  a  su 
señor  el  rey  don  Felipe,  y  que  con  esto  se  aseguraba  el  visorey  y  todos 
los  suyos  de  cualquier  temor  y  sospecha  que  hubiesen  tenido  o  pu- 
diesen tener,  de  que  se  quería  alzar  y  levantar  con  aquel  reino.  Cosa 
tan  agena  de  todo  buen  entendimiento,  como  lo  mostraba  la  imposi- 
bilidad del  hecho.  Que  pues  su  padre  no  había  podido  con  docientos 
mil  hombres  de  guerra  sujetar  a  docientos  españoles,  que  tuvo  cerca- 
dos en  aquella  misma  ciudad,  que  no  era  de  imaginar  que  él  preten- 
diese rebelarse  contra  ellos,  habiendo  tanto  número  de  moradores  en 
cada  pueblo  de  cristianos  sin  los  que  había  derramados  por  todo  aquel 
imperio.  Que  si  él  hubiera  hecho  o  imaginado  hacer  algún  delito  contra 
los  españoles,  que  no  se  dejara  prender,  que  huyera  a  más  lejos  donde 
no  le  alcanzaran,  pero  que  viéndose  inocente  y  sin  culpa,  esperó  a  los 
que  iban  a  prenderle  y  vino  con  ellos  de  buena  gana, entendiendo  que  le 
llamaban  y  sacaban  de  las  montañas  donde  estaba,  para  hacerle  algu- 
na merced  como  se  la  hicieron  a  su  hermano  don  Diego  Sayri  Tupac. 


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Que  él  apelaba  de  la  sentencia  para  el  rey  de  Castilla.su  señor,  y  para 
el  Pachacamac  ;  pues  no  se  contentaba  el  visorey  de  gozar  de  su  impe- 
rio, y  ser  señor  dél,  pues  le  bastaba,  sino  que  ahora  le  quisiese  quitar 
la  vida  tan  sin  culpa  como  él  sé  hallaba.  Con  lo  cual  dijo  que  recibiría 
la  muerte  contento  y  consolado,  pues  se  la  daban  en  lugar  de  la  resti- 
tución que  de  su  imperio  le  debían.  Con  esto  dijo  otras  cosas  de  mucha 
lástima,  con  que  indios  y  españoles  lloraron  tiernamente  de  oir  pala- 
bras tan  lastimeras. 

Los  religiosos  de  aquella  ciudad  del  Cosco  acudieron  al  príncipe 
a  enseñarle  la  doctrina  cristiana,  y  a  persuadirle  que  se  bautizase  a 
ejemplo  de  su  hermano  don  Diego  Sayri  Tupac,y  de  su  tío  Atahuallpa. 
A  lo  cual  dijo  el  príncipe,  que  holgaba  muy  mucho  de  bautizarse  por 
gozar  de  la  ley  de  los  cristianos:  de  la  cual  su  abuelo  Huaynacapac 
les  dejó  dicho,  que  era  mejor  ley  que  la  que  ellos  tenían.  Por  tanto 
quería  ser  cristianos,  y  llamarse  don  Felipe,  siquiera  por  gozar  del 
nombre  de  su  Inca,  y  de  su  rey  don  Felipe,  ya  que  no  quería  el  visorey 
que  gozase  de  su  vista  y  presencia,  pues  no  quería  enviarlo  a  España. 
Con  esto  se  bautizó  con  tanta  tristeza  y  llanto,  de  los  circunstantes 
como  hubo  de  fiesta  y  regocijo  en  el  bautismo  de  su  hermano  don 
Diego  Sayri  Tupac,  como  atrás  se  dijo. 

Los  españoles  que  estaban  en  aquella  imperial  ciudad,  así  reli- 
giosos^como  seculares,  aunque  oyeron  la  sentencia  y  vieron  todo  lo 
que  se  ha  dicho,  y  mucho  más  que  no  lo  acertamos  a  decir  por  escusar 
proligidad.  no  imaginaron  que  se  ejecutara  la  sentencia  por  parecerles 
un  hecho  ageno  de  la  humanidad  y  clemencia,  que  con  un  príncipe 
desheredado  de  un  imperio  tal  y  tan  grande  se  debía  tener  y  usar,  y 
que  a  1  a  magestad  del  rey  don  Felipe  no  le  sería  agradable,  antes  gra- 
ve y  enojoso  el  no  dejarle  ir  a  Lspaña.  Más  el  visorey  estaba  de  dife- 
rente parecer,  como  luego  se  verá. 


CAPITULO  XIX 


LA  EJECUCION  DE  LA  SENTENCIA  CONTRA  EL  PRINCIPE.  LAS  CONSULTAS 
QUE  SE  HACIAN  PARA  PROHIBIRLA.  EL  V1SOREY  NO  QUISO  OIRLAS. 
EL  BUEN  ANIMO  CON  QUE  EL  INCA  RECIBIO  LA  MUERTE 


DETERMINADO  el  visorey  de  ejecutar  su  sentencia,  mandó 
hacer  un  tablado  muy  solemne  en  la  plaza  mayor  de  aquella 
ciudad,  y  que  se  ejecutase  la  muerte  de  aquel  príncipe,  porque 
así  convenía  a  la  seguridad  y  quietud  de  aquel  imperio.  Admiró  la 
nueva  desto  a  toda  la  ciudad,  y  así  procuraron  los  caballeros  y  reli- 
giosos graves  de  juntarse  todos,  y  pedir  ai  visorey  no  se  hiciese  cosa 
tan  fuera  de  la  piedad, que  le  abominaría  todo  el  mundo  donde  quiera 
que  se  supiese;  y  que  su  mismo  rey  se  enfadaría  dello.  0ue  se  comen- 
tase con  enviarlo  a  España  en  perpetuo  destierro,  que  era  más  largo 
tormento  y  más  penoso  que  matarlo  brevemente.  Estas  cosas  y  otras 
platicaban  los  de  aquella  ciudad,  determinados  de  hablar  al  visorey 
con  todo  el  encarecimiento  posible,  hasta  hacerle  requerimiento  y 
protestaciones  para  que  no  ejecutase  la  sentencia.  Más  él  que  tenía 
espías  puestas  por  la  ciudad  para  que  le  avisasen  como  tomaban  la 
sentencia  los  moradores  della,  y  qué  era  lo  que  platicaban  y  trataban 
acerca  della,  sabiendo  la  junta  que  estaba  hecha  para  hablarle  y  re- 
querirle. Mandó  cerrar  las  puertas  de  su  casa,  y  que  su  guardia  se 
pusiese  a  la  puerta  y  no  dejase  entrar  a  nadie  so  pena  de  la  vida. 
Mandó  asimismo  que  sacasen  al  Inca  y  le  cortasen  la  cabeza  con  toda 
brevedad,  porque  se  quietase  aquel  alboroto,  que  temió  no  se  le  qui- 
tasen de  las  manos. 

Al  pobre  príncipe  sacaron  en  una  muía  con  una  soga  al  cuello, 
y  las  manos  atadas,  y  un  pregonero  delante  que  iba  pregonando  su 
muerte  y  la  causa  della,  que  era  tirano,  traidor  contra  la  corona  de  la 
magestad  católica.  El  príncipe  oyendo  el  pregón,  no  entendiendo  el 
lenguage  español,  preguntó  a  los  religiosos  que  con  él  iban:  ¿qué  era 


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lo  que  aquel  hombre  iba  diciendo1  Declaráronle  que  le  mataban  por 
que  era  auca  contra  el  rey,  su  señor.  Entonces  mandó  que  le  llamasen 
a  aquel  hombre  y  cuando  le  tuvo  cerca,  le  dijo:  no  digas  eso  que  vas 
pregonando  pues  sabes  que  es  mentira,  que  yo  no  he  hecho  tr&iciórt, 
ni  he  pensado  hacerla  como  todo  el  mundo  lo  sabe.  Di  que  me  matan 
porque  el  visorey  lo  quiere,  y  no  por  mis  delitos,  que  no  he  hecho  nin- 
guno, contra  él  ni  contra  el  rey  de  Castilla;  yo  llamo  al  Pachacamac, 
que  sabe  que  es  verdad  lo  que  digo:  con  esto  pasaron  adelante  los 
ministros  de  la  justicia.  A  la  entrada  de  la  plaza  salieron  una  gran 
banda  de  mugeres  de  todas  edades,  algunas  dellas  de  su  sangre  real, 
y  las  demás  mugeres  hijas  de  los  caciques  de  la  comarca  de  aquella 
ciudad:  y  con  grandes  voces  y  alaridos, con  muchas  lágrimas  (que  tam- 
bién las  causaron  en  los  religiosos  y  seculares  españoles)  le  dijeron :  Inca 
¿por  qué  te  llevan  a  cortar  la  cabeza,  qué  traición,  qué  delito  has  he- 
cho para  merecer  tal  muerte?  Pide  a  quien  te  la  dá  que  mande  matar- 
nos a  todas,  pues  somos  tuyas  por  sangre  y  naturaleza,  que  más  que 
contentas  y  dichosas  iremos  en  tu  compañía,  que  quedar  porsiervas 
y  esclavas  de  los  que  te  matan.  Entonces  temieron  que  hubiera  algún 
alboroto  en  la  ciudad  según  el  ruido,  grita  y  vocería  que  levantaron 
los  que  miraban  la  ejecución  de  aquella  sentencia,  tan  no  pensada  ni 
imaginada  por  ellos.  Pasaban  de  trescientas  mil  ánimas  las  que  esta- 
ban en  aquellas  dos  plazas,  calles/ventanas  y  tejados,  para  poderla 
ver.  Los  ministros  se  dieron  priesa  hasta  llegar  al  tablado'  donde  el 
príncipe  subió  y  los  religiosos  que  le  acompañaban,  y  el  verdugo  en 
pos  dellos  con  su  alfange  en  la  mano.  Los  indios  viendo  su  Inca  tari 
cercano  a  la  muerte,  de  lástima  y  dolor  que  sintieron  levantaron  mur- 
mullo, vocería,  gritos  y  alaridos;  de  manera  que  no  se  podían  oir. 
Los  sacerdotes  que  hablaban  con  el  príncipe  le  pidieron  que  mandase 
callar  aquellos  indios.  El  Inca  alzó  el  brazo  derecho  con  la  mano  abier- 
ta, y  la  puso  en  derecho  del  oído,  y  de  allí  la  bajó  poco  a  poco  hasta 
ponerla  sobre  el  muslo  derecho.  Con  lo  cual  sintiendo  los  indios  que 
les  mandaba  callar,  cesaron  de  su  grita  y  vocería, y  quedaron  con  tanto 
silencio  que  parecía  no  haber  ánima  nacida  en  toda  aquella  ciudad. 
De  lo  cual  se  admiraron  mucho  los  españoles,  y  el  visorey  entre  ellos, 
el  cual  estaba  a  una  ventana  mirando  la  ejecución  de  su  sentencia. 
Notaron  con  espanto  la  obediencia  que  los  indios  tenían  a  su  príncipe, 
que  aún  en  aquel  paso  la  mostrasen, como  todos  lo  vieron.  Luego  cor- 
taron la  cabeza  al  Inca;  el  cual  recibió  aquella  pena  y  tormento  con 
el  valor  y  grandeza  de  ánimo  que  los  Incas  y  todos  los  indios  nobles 
suelen  recebir  cualquier  inhumanidad  y  crueldad  que  les  hagan  ,  co- 
mo se  habrán  visto  algunas  en  nuestra  Historia  de  la  Florida,  y  en 
esta  y  otras  que  en  la  guerra  que  en  Chile  han  tenido  y  tienen  los 
indios  araucos  con  los  españoles,  según  lo  han  escrito  en  verso  los  au- 
tores de  aquellos  hechos,  sin  otros  muchos  que  se  hicieron  en  Méjico 
y  en  el  Perú,  por  españoles  muy  calificados,  que  yo  conocí  algunos 
dellos;  perodejamoslos.de  decir  por  no  hacer  odiosa  nuestra  Historia. 


—  178  — 


Demás  del  buen  ánimo  con  que  recibió  la  muerte  aquel  pobre 
príncipe  (antes  rico  y  dichoso,  pues  murió  cristiano)  dejó  lastimados 
los  religiosos  que  le  ayudaron  a  llevar  su  tormento,  que  fueron  los 
de  San  Francisco,  nuestra  Señora  de  las  Mercedes,  de  Santo  Domin- 
go, y  San  Agustín;  sin  otros  muchos  sacerdotes  clérigos;  los  cuales 
todos  de  lástima,  de  tal  muerte,  en  un  príncipe,  tal  y  tan  grande,  llo- 
raron tiernamente  y  dijeron  muchas  misas  por  su  ánima.  Y  se  conso- 
laron con  la  magnanimidad  que  en  aquel  paso  mostró, y  tuvieron  que 
contar  de  su  paciencia  y  actos, que  hacía  de  buen  cristiano,  adorando 
las  imágenes  de  Cristo  nuestro  Señor,  y  de  la  Virgen  su  madre,  que 
los  sacerdotes  le  llevaban  delante.  Así  acabó  este  Inca,  legítimo  here- 
dero de  aquel  imperio,  por  línea  recta  de  varón, dende  el  primer  Inca 
Manco  Capac,  hasta  él ;  que  como  lo  dice  el  padre  Blas  Valera,  fueron 
más  de  quinientos  años,  y  cerca  de  seiscientos.  Este  fué  el  general 
sentimiento  de  aquella  tierra,  y  la  relación  nacida  de  la  compasión 
y  lástima  de  los  naturales,  y  españoles.  Puede  ser  que  el  visorey  haya 
tenido  más  razones  para  justificar  su  hecho. 

Ejecutada  la  sentencia  en  el  buen  príncipe,  ejecutaron  el  destie- 
rro de  sus  hijos,  y  parientes, a  la  ciudad  de  los  Reyes,  y  el  de  los  mesti- 
zos a  diversas  partes  del  Nuevo  Mundo  y  Viejo,  como  atrás  se  dijo. 
Que'lo  antepusimos  de  su  lugar, por  contar  a  lo  último  de  nuestra  obra 
y  trabajo, lo  más  lastimero  de  todo  lo  que  en  nuestra  tierra  ha  pasado 
y  hemos  escrito;  porque  en  todo  sea  tragedia,  como  lo  muestran  los 
finales  de  los  libros  desta  segunda  parte  de  nuestros  Comentarios. 
Sea  Dios  loado  por  todo. 


CAPITULO  XX 


LA  VENIDA  DE  DON  FRANCISCO  DE  TOLEDO  A  ESPAÑA.  LA  REPRENSION 
QUE  LA  MAGESTAD  CATOLICA  LE  DIO,  Y  SU  FIN  Y  MUERTE.  Y  L\  DEL 
GOBERNADOR  MARTIN  GARCIA  DE  LOYOLA. 


PORQUE  no  vaya  sola  y  desacompañada  la  muerte  del  Inca 
don  Felipe  Tupac  Amaru,  será  razón  demos  cuenta  brevemente 
de  la  que  tuvo  el  visorey  don  Francisco  de  Toledo.  El  cual  cum- 
plido el  término  de  su  visoreynado  que  fué  muy  largo  (que  según  dicen 
pasó  de  los  diez  y  seis  años)  se  vino  a  España  con  mucha  prosperidad 
y  riqueza,  que  fué  pública  voz  y  fama  que  trujo  más  de  quinientos 
mil  pesos  en  oro  y  plata.  Con  esta  riqueza  y  la  buena  fama  della,  entró 
en  la  corte,  donde  pensó  ser  uno  de  los  grandes  ministros  de  España, 
por  los  muchos  servicios  que  imaginaba  haber  hecho  a  la  magestad 
católica,  en  haber  extirpado  y  apagado  la  real  sucesión  de  los  Incas 
reyes  del  Perú,  para  que  nadie  pretendiese  ni  imaginase  que  le  perte- 
necía la  herencia  y  sucesión  de  aquel  imperio.  Y  que  la  corona  de 
España  la  poseyese  y  gozase  sin  recelo  ni  cuidado,  de  que  hubiese 
quien  pretendiese  pertenecerle  por  vía  alguna.  También  imaginaba 
que  se  le  habían  de  gratificar  las  muchas  leyes  y  ordenanzas  que  dejaba 
hechas  en  aquellos  reinos,  así  para  el  aumento  de  la  hacienda  real  en 
el  beneficio  de  las  minas  de  plata  y  del  azogue  (donde  mandó  que  por 
su  vez  acudiesen  tantos  indios  de  cada  provincia  a  trabajar  en  las 
dichas  minas)  pagándoseles  a  cada  uno  su  jornal,  como  por  las  que 
mandó  en  servicio  y  regalo  de  los  españoles  moradores  de  aquellos  rei- 
nos, que  los  indios  habían  de  hacer  y  guardar  pagándoseles  el  valor 
de  aquellas  cosas,  que  habían  de  criar  y  guardar  para  tal  servicio  y 
regalo.  Que  por  ser  cosas  largas  y  prolijas,  las  dejamos  de  escribir. 

Con  estas  imaginaciones  de  tan  grandes  méritos,  entró  a  besar 
la  mano  al  rey  don  Felipe  Segundo.  La  católica  magestad  que  tenía, 
larga  y  general  relación  y  noticia  de  todo  lo  sucedido  en  aquel  imperio, 
y  en  particular  de  la  muerte  que  dieron  al  príncipe  Tupac  Amaru, 
y  del  destierro  en  que  condenaron  a  sus  parientes  más  cercanos, 
donde  perecieron  todos.  Recibió  al  visorey  no  con  el  aplauso  que  él 
esperaba,  sino  muy  en  contra,  y  en  breves  palabras  le  dijo  :  Que  se 


—  .180  — 


fuese  a  su  casa,  que  su  magestad  no  le  había  enviado  al  Perú  para  que 
matase  reyes,  sino  que  sirviese  a  reyes.  Con  esto  se  salió  de  la  presen- 
cia real,  y  se  fué  a  su  posada  bien  desconsolado  del  disfavor  que  no 
imaginaba.  Al  cual  se  añadió  otro  no  menor,  y  fué  que  no  faltaron 
émulos  que  avisaron  al  Consejo  de  la  hacienda  real,  que  sus  criados  y 
ministros  habían  cobrado  su  salario, pesos  por  ducados,  que  como  eran 
cuarenta  mil  ducados,  tomaban  cada  año  cuarenta  mil  pesos,  y  que 
por  el  largo  tiempo  que  el  visorey  había  asistido  en  el  gobierno  de 
aquel  imperio,  pasaban  de  ciento  y  veinte  mil  ducados, los  que  se  ha- 
bían hecho  de  daño  y  agravio  a  la  hacienda  real.  Por  lo  cual  los  del 
consejo  della  mandaron  embargar  todo  el  oro  y  plata  que  don  Fran- 
cisco de  Toledo  traía  del  Perú,  hasta  que  se  averiguase  y  sacase  en 
claro  lo  que  pertenecía  a  la  real  hacienda.  Don  Francisco  de  Toledo 
viendo  el  segundo  disfavor  que  igualaba  con  el  primero, cayó  en  tanta 
tristeza  y  melancolía,  que  murió  en  pocos  días. 

Resta  decir  el  fin  que  tuvo  el  capitán  Martín  García  Loyola, 
que  le  sucedió  como  se  sigue.  Al  cual  en  remuneración  de  haber  preso 
al  Inca  y  de  otros  muchos  servicios  que  a  la  corona  de  España  había 
hecho,  le  casaron  con  la  infanta  sobrina  deste  mismo  príncipe,  hija 
de  su  hermano  Sayri  Tupac,  para  que  gozase  del  repartimiento  de 
indios  que  esta  infanta  heredó  de  su  padre  el  Inca.  Y  para  mayor 
honra  y  satisfación  suya  y  servicio  de  la  magestad  católica, le  eligieron 
por  gobernador  y  capitán  general  del  reino  de  Chile,  donde  fué  con 
muy  buena  compañía  de  caballeros  y  soldados  españoles.  Y  gobernó 
aquel,  reino  algunos  meses  y  años  con  mucha  prudencia  y  discreción 
suya  y  gusto  de  sus  compañeros,  aunque  con  mucho  trabajo  y  pesa- 
dumbre'de  todos  ellos  por  la  guerra  continua  que  los  indios  enemigos 
sustentaban;  y  hoy  (que  ya  es  entrado  el  año  de  mil  y  seiscientos  y 
trece)  sustentan,  habiéndose  rebelado  y  alzado  el  año  de  mil  y  qui- 
nientos y  cincuenta  y  tres,  sin  haber  dejado  las  armas  en  todo  este 
largo..tiempo,  como  en  otras  partes  lo  hemos  apuntado.  Sirviendo  el 
gobernador  Loyola  en  este  ejercicio  militar,  fué  un  día  de  aquellos 
(como  otras  muchas  veces  lo  habían  hecho)  a  visitar  los  presidios  que 
estaban  en  frontera  de  los  rebelados.  Los  cuales  presidios  servían  de  re- 
primir a  los  enemigos  que  no  saliesen  a  hacer  daño  en  los  indios  do- 
mésticos que  estaban  en  servicio  de  los  españoles.  Y  habiendo  proveí- 
do todos  los  presidios  de  armas,  munición  y  bastimento,  se  vol- 
vía al  gobierno  de  las  ciudades  pacíficas  que  en  aquel  reino  había. 
Y  pareciéndole  (como  era  así)  que  estaba  ya  fuera  de  los  términos  de 
los  enemigos,  despidió  doscientos  soldados  que  en  su  guarda  traía,  y 
les  mandó  que  se  volviesen  a  sus  plazas  y  fortalezas  Y  él  se  quedó 
con  otros  treinta  caballeros  entre  ellos  capitanes  viejos  u  soldados 
aventajados  de  muchos  años  de  servicio.  Hicieron  su  alojamiento  en 
un  llano  muy  hermoso,  donde  armaron  sus  tiendas  para  descansar 
y  regalarse  aquella  noche  y  las  venideras,  vengarse  de  las  malas  no- 
ches, que  en  la  visita  de  la  frontera  y  presidios  habían  sufrido  y  pasa- 


—  181  - 


do; porque  los  indios  de  guerra  andaban  tan  vigilantes  y  solícitos, 
que  no  les  permitían  hora  de  descanso  para  dormir  ni  comer. 

Los  indios  araucos  y  los  de  otras  provincias  comarcanas  a  ellos, 
de  los  que  están  rebelados  (que  fueron  vasallos  de  los  Incas)  venida 
la  noche  fueron  algunos  dellos  como  espías  a  ver  lo  que  hacían  los  es- 
pañoles, si  dormían  con  centinelas  o  sin  ellas,  y  hallándolos  con  todo 
el  descuido  y  olvido  de  sí  propios,  que  sus  enemigos  podían  desear; 
hicieron  señas  llamándose  unos  a  otros  con  graznidos  de  aves  y  ladri- 
dos de  animales  nocturnos, para  no  ser  sentidos.  Las  cuales  señas  ellos 
de  continuo  traen  por  señas  y  contra  señas,  para  lo  que  se  les  ofre- 
ciere en  semejantes  pasos.  Oyendo  las  señas, en  un  punto  se  juntó  una 
gran  banda  de  indios,  y  con  todo  el  silencio  posible  entraron  en  el 
alojamiento  de  los  españoles,  y  hallándolos  dormidos,  desnudos  en 
camisa,  los  degollaron  todos.  Y  los  indios  con  la  victoria  se  llevaron 
los  caballos  y  las  armas,  y  todo  el  demás  despojo  que  los  españoles 
traían. 

Este  fin  tuvo  el  gobernador  Martín  García  Loyola,  que  dió  harta 
lástima  en  el  reino  de  Chile,  y  ocasión  en  todo  el  Perú  a  que  indios  y 
españoles  hablasen  de  su  fallecimiento,  y  dijesen  que  la  fortuna  ha- 
bía encaminado  y  ordenado  sus  hechos  y  negocios,  de  manera  que  los 
vasallos  del  príncipe  que  él  prendió,  lo  matasen  en  venganza  de  la 
muerte  que  a  su  Inca  dieron.  Pues  teniendo  a  las  espaldas  y  tan  cerca 
enemigos  tan  crueles  deseosos  de  la  destruición  y  muerte  de  los  es- 
pañoles, se  durmiesen  de  manera  que  se  dejasen  matar  todos  sin  ha- 
cer resistencia  alguna,  siendo  como  eran  capitanes  y  soldados  tan 
prácticos  y  veteranos  en  aquella  tierra. 

El  gobernador  Martín  García  Loyola  dejó  una  hija  habida  en 
su  muger  la  infanta,  hija  del  principe  don  Diego  Sayri  Tupac.  La  cual 
hija  trujeron  a  España,  y  la  casaron  con  un  caballero  muy  principal, 
llamado  donjuán  Enriquez  de  Borja.  La  católica  magestad  demás  del 
repartimiento  de  indios  que  la  infanta  heredó  de  su  padre,  le  ha  hecho 
merced  (según  me  lo  han  escrito  de  la  corte)  de  título  de  marquesa  de 
Oropesa.que  es  un  pueblo  que  el  visorey  don  Francisco  de  Toledo  fun- 
dó en  el  Perú,  y  le  llamó  Oropesa  porque  quedase  memoria  en  aquella 
tierra  de  la  casa  y  estado  de  sus  padres  y  abuelos.  Sin  esta  merced 
y  títulos  me  dicen  que  entre  los  ilustrísimos  señores  presidentes  del 
Consejo  Real  de  Castilla  y  de  Indias  y  el  confesor  de  su  magestad  y 
otros  dos  oidores  del  mismo  consejo  de  Indias,  se  trata  y  consulta  de 
hacerle  grandes  mercedes  en  gratificación  de  los  muchos  y  señalados 
servicios  que  su  padre  el  gobernador  hizo  a  su  magestad,  y  en  restitu- 
ción de  su  herencia  patrimonial.  A  lo  cual  me  dicen,  que  no  sirven 
poco  nuestros  Comentarios  de  la  primera  parte  por  la  relación  suce- 
siva que  ha  dado  de  aquellos  reyes  Incas.  Con  esta  nueva  me  doy  por 
grat  ificado  y  remunerado  del  trabajo  y  solicitud  de  haberlos  escrito, 
sin  esperanza  (como  en  otra  parte  lo  hemos  dicho)  de  galardón  al- 
guno. 


CAPITULO  XXI 


EL  FIN  DEL  LIBRO  OCTAVO  ULTIMO  DE  LA  HISTORIA. 


HABIENDO  dado  principio  a  esta  nuestra  Historia  con  el  princi- 
pio y  origen  de  los  Incas,  reyes  que  fueron  del  Perú,  y  habiendo 
dado  larga  noticia  de  sus  conquistas  y  generosidades,  de  sus  vi- 
das y  góbiernos  en  paz  y  en  guerra,  de  ia  idolatría  que  en  su  gentili- 
dad tuvieron,  como  largamente  con  el  favor  divino  lo  hicimos  en  la 
primera  parte  destos  Comentarios,  con  que  se  cumplió  la  obligación 
que  a  la  patria  y  a  los  parientes  maternos  se  les  debía.  Y  en  esta  se- 
gunda, como  se  ha  visto,  se  ha  hecho  larga  relación  de  las  hazañas  y 
valentías  que  los  bravos  y  valerosos  españoles  hicieron  en  ganar  aquel 
riquísimo  imperio;  con  que  asimismo  he  cumplido  (aunque  no  por 
entero)  con  la  obligación  paterna  que  a  mi  padre  y  a  sus  ilustres  y 
generosos  compañeros  debo,  me  pareció  dar  término  y  fin  a  esta  obra 
y  trabajo,  como  lo  hago  con  el  término  y  fin  de  la  sucesión  de  los  mis- 
mos reyes  Incas,  que  hasta  el  desdichado  Huáscar  Inca  fueron  trece, 
los  que  dende  su  principio  poseyeron  aquel  imperio  hasta  la  ida  de  los 
españoles.  Y  otros  cinco  que  después  sucedieron,  que  fueron  Manco 
Inca  y  sus  dos  hijos,  don  Diego  y  don  Felipe  y  sus  dos  nietos,  los  cua- 
les no  poseyeron  nada  de  aquel  reino  más  de  tener  derecho  a  él.  De 
manera  que  por  todos  fueron  diez  y  ocho  los  sucesores  por  línea  recta 
de  varón  del  primer  Inca  Manco Capac,  hasta  el  último  de  los  niños, 
que  no  supe  como  se  llamaron.  Al  Inca  Atahuallpa  no  le  cuentan  los 
indios  entre  sus  reyes,  porque  dicen  que  fué  auca. 

De  los  hijos  transversales  destos  reyes,  aunque  en  el  último  ca- 
pítulo de  la  primera  parte  destos  Comentarios,  dimos  cuenta  cuantos 
descendientes  había  de  cada  rey  de  los  pasados,  que  ellos  mismos  me 
enviaron  (como  allí  lo  dije)  la  memoria  y  copia  de  todos  ellos,  con  po- 
der cumplido  a  don  Melchior  Carlos  y  a  don  Alonso  de  Mesa  y  a  mí, 
para  que  cualquiera  de  nosotros  la  presentara  ante  la  católica  mages- 
tad  y  ante  el  supremo  real  consejo  de  las  Indias,  para  que  se  les  hicie- 


—  183  — 


ra  merced  (siquiera  porque  eran  descendientes  de  reyes)  de  libertarles 
de  las  vejaciones  que  padecían.  Y  yo  envié  a  la  corte  los  papeles  y  la 
memoria  (que  vinieron  a  mí  dirigidos)  a  los  dichos  don  Melchior 
Carlos  y  don  Alonso  de  Mesa.  Más  el  don  Melchior,  teniendo  sus 
pretensiones  por  la  misma  vía,  razón  y  derecho  que  aquellos  Incas,  no 
quiso  presentar  los  papeles  por  no  confesar  que  había  tantos  de  aque- 
lla sangre  real.  Por  parecerle  que  si  lo  hacíale  quitarían  mucha  parte 
de  las  mercedes  que  pretendía  y  esperaba  recibir.  Y  así  no  quiso  ha- 
blar en  favor  de  sus  parientes,  y  él  acabó  como  se  ha  dicho  sin  prove- 
cho suyo  ni  ageno.  Pareciéndome  dar  cuenta  de  este  hecho  para  mi 
descargo;  porque  los  parientes  allá  donde  están  sepan  lo  que  pasa, 
y  no  se  me  atribuya  a  descuido  o  malicia  no  haber  yo  hecho  lo  que 
ellos  me  mandaron  y  pidieron.  Que  yo  holgara  haber  empleado  la  vida 
en  servicio  de  los  que  también  lo  merecen;  pero  no  me  ha  sido  más  po- 
sible, por  estar  ocupado  en  escrebir  esta  Historia.que  espero  no  haber 
servido  menos  en  ella  a  los  españoles  que  ganaron  aquel  imperio, 
que  a  los  Incas  que  lo  poseyeron. 

La  Divina  Magestad,  Padre,  Hijo  y  Espíritu  Santo,  tres  personas 
>■  un  solo  Dios  verdadero,  sea  loada  por  todos  los  siglos  de  los  siglos, 
que  tanta  merced  me  ha  hecho  en  querer  que  llegase  a  este  punto. 
Sea  para  gloria  y  honra  de  su  nombre  divino,  cuya  infinita  miseri- 
cordia, mediante  la  sangre  de  nuestro  Señor  Jesucristo,  y  la  interce- 
sión de  la  siempre  virgen  María  su  madre,  y  de  toda  su  corte  celes- 
tial, sea  en  mi  favor  y  amparo,  ahora  y  en  la  hora  de  mi  muerte, 
Amen  Jesús,  cien  mil  veces  Jesús. 

L  A  U  S     D  E  O 


TESTAMENTO 

y  Codicilos  del  Inca  Garcilaso  de  la  Vega 
Otorgados  en  la  Ciudad  de  Córdova  el  año  de 
1616  en  los  días  18,  19,  20,  21  y  22  del  mes  de  abril. 


EL  TESTAMENTO  DEL  INCA  GARC1LASO  DE  LA  VEGA 


PROTOCOLO  DEL  ESCRIBANO  DON  GONZALO  FERNANDEZ   DE  CORDON' A . 
AÑO  1616;  FOLIO  CCCCLXV1I. 


TESTAMENTO 


«Sepan  quantos  esta  carta-testamento  Dieren  como  yo  garcía  laso 
inga  de  la  bega  clérigo  que  por  otro  nombre  me  solía  llamar  Gómez 
Suarez  de  Figueroa  hijo  natural  de  garcilaso  de  la  bega  difunto  natu- 
ral de  la  civdad  de  Badaxoz  vecino  que  soy  de  la  civdad  de  cordoua  en 
la  collación  de  santa  maría  estando  enfermo  del  cuerpo  e  sano  de  la 
boluntad  en  mi  buen  seso  juizio  memoria  y  entendimiento  natural 
tal  qual  dios  nuestro  señor  fué  serbido  de  me  dar  creyendo  como  ver- 
daderamente creo.  En  el  misterio  de  la  santísima  trenidad  padre  hijo 
y  espíritu  santo  tres  personas  y  vn  solo  dios  berdadero  que  bive  y 
rreyna  por  siempre  sin  fin  amen  y  en  todo  aquello  que  tiene  y  crehe  la 
santa  madre  iglesia  de  Roma  temiéndome  de  la  muerte  ques  natural 
de  la  qual  persona  que  en  este  mundo  bibe  no  se  puede  escusar  porque 
es  mejor  Remedio  que  yo  pueda  aver  este  mi  escrito  y  ordenado  mi 
testamento  mostrando  por  el  mi  postrimera  boluntad  por  ende  otorgo 
que  hago  y  ordeno  este  mi  testamento  a  onor  e  rreverenzia  de  dios 
nuestro  señor  y  de  la  gloriosa  siempre  birgen  santa  maria  su  bendita 
madre  a  la  qual  suplico  sea  intercesora  con  nuestro  señor  Jesucristo 
su  preszioso  hixo  que  por  los  méritos  de  su  sagrada  pasión  perdone  mi 
anima  e  la  llebe  consigo  a  su  santa  gloria  de  paraíso  para  donde  fue 
criada  e  mi  cuerpo  mando  a  la  tierra  de  donde  fué  formado. 

quando  dios  nuestros  señor  fuere  serbido  que  de  mi  acaezca  fina- 
miento mando  que  mi  cuerpo  sea  sepultado  en  la  iglesia  catedral  de 
cordoua.  En  la  capilla  que  yo  e  rredificado  que  se  dize  de  las  bendi- 
tas animas  del  purgatorio. 


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quiero  y  es  mi  boluntad  que  mi  entierro  sea  llano  sin  pompa  nin- 
guna. 

El  dia  de  mi  entierro  si  fuera  hora  del  entierro  y  sino  otro  dia 
luego  siguiente  digan  por  mi  anima  en  la  dicha  mi  capilla  que  es  en  la 
iglesia  catedral  una  misa  de  réquiem  cantada  con  su  bigilia  v  en  fin 
de  nuebe  dias  me  digan  otra  misa  de  Réquiem  cantada  con  su  bigilia 
y  se  de  la  limosna. 

mando  que  digan  por  mi  anima  las  misas  de  san  amador  en  la 
iglesia  e  monasterio  que  pareziere  a  mis  albaceas  y  se  dé  la  limosna. 

mando  que  digan  por  mi  anima  las  misas  del  destierro  de  nuestra 
señora  en  la  iglesia  e  monasterio  que  pareziere  a  mis  albaceas  y  se  de 
la  limosna. 

mando  que  digan  por  mi  anima  las  misas  de  la  luz  Rezadas  en  la 
iglesia  e  monasterio  que  pareziere  a  mis  albaceas  y  se  de  la  limosna. 

mando  que  digan  por  las  animas  de  mis  padres  ya  difuntos  y  de 
las  personas  a  quien  puedo  tener  algún  cargo  de  conzienzia  por  todo 
ello  se  digan  trezientas  misas  rezadas  en  las  iglesias  e  monasterios 
que  paresziere  a  mis  albaceas  y  se  de  la  limosna. 

mando  que  se  den  a  la  cera  con  que  se  acompaña  el  santísimo 
Sacramento  de  la  iglesia  catedral  de  cordoua  ocho  Reales  de  limosna 
en  Reberenzia  de  Los  santos  sacramentos  que  a  he  recibido  y  espero 
Recivir. 

mando  que  den  a  la  obra  de  la  iglesia  catedral  de  cordoua  dos 
Reales  de  limosna. 

mando  que  se  den  en  las  iglesias  e  monasterio  de  la  santísima 
trenidad  y  de  la  merced  a  cada  vna  vn  Real  para  ayuda  de  la  Redin- 
zion  de  cristianos  cautibos  que  están  en  tierra  de  moros. 

mando  a  las  casas  y  ermitas  de  nuestra  señora  de  la  fuensanta 
santo  anton  san  lázaro  e  san  Sebastian  y  nuestra  señora  del  carmen  y 
al  convento  la  merced  e  bitoria  a  cada  casa  de  estas  quatro  marabedis 
de  limosna  por  ganar  sus  perdones. 

mando  que  den  a  beatriz  de  bega  mi  criada  durante  los  dias  e 
años  de  su  bida  ochenta  ducados  de  rrenta  en  cada  vn  año  y  mas  le 
den  La  dicha  Renta  vn  año  después  de  los  días  de  la  vida  de  la  dicha 
Beatriz  de  bega  para  que  la  susodicha  haga  y  disponga  de  ellos  lo  que 
quisiere  a  su  boluntad  y  lo  mando  en  pago  y  rremunerazion  de  los 
servizios  que  la  susodicha  me  ha  fecho  y  en  la  mejor  manera  que  puedo 
y  a  lugar  de  derecho  con  que  no  a  de  poner  pleito  a  mis  erederos  y  el 
día  que  lo  pusiere  le  Reboco  esta  manda. 

mando  que  den  a  diego  de  bargas  vezino  de  Cordoua  que  yo  e 
criado  durante  los  dias  e  años  de  su  bida  ochenta  ducados  en  cada  vn 
año  de  nenia  mientras  bibiere  y  mas  le  den  la  dicha  Renta  vn  año 
después  de  los  días  de  la  bida  de  dicho  diego  de  vargas  para  quel  suso- 
dicho haga  e  disponga  della  a  su  boluntad  y  si  la  dicha  beatriz  de 
vega  a  quien  yo  mando  otros  ochenta  ducados  cada  año  fallesziere 
antes  quel  dicho  diego  de  bargas  en  tal  caso  quiero  y  es  mi  boluntad 


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quel  dicho  diego  de  bargas  siendo  bivo  goze  y  llebe  para  s¡  durante 
los  dias  e  años  de  su  vida  de  los  dichos  ochenta  ducados  que  asi  abra 
de  llebar  [a  dicha  beatriz  de  bega  por  su  vida  y  mas  vn  año  después 
de  los  dias  del  dicho  diego  de  vargas  a  de  aber  y  llebar  los  dichos 
ochenta  ducados  de  Renta  para  quel  susodicho  haga  dellos  lo  que  qui- 
siere para  q*  lo  llebe  y  cobre  para  si  por  bia  de  alimentos  y  se  los  man- 
do en  la  mejor  manera  bia  e  forma  que  puedo  y  de  derecho  a  lugar. 

digo  V  declaro  que  yo  tengo  e  poseo  por  mi  esciaba  cautiba  suje- 
ta a  sugezion  e  serbidumbre  a  marina  de  cordoua  y  en  pago  e  Remu- 
neración de  los  buenos  serbizios  que  me  a  fecho  quiero  y  es  mi  bolun- 
tad  Que  después  de  mis  dias  la  dicha  marina  de  cordoua  quede  libre 
y  horra  de  la  sugeClon  e  cautiberio  en  que  a  estado  y  le  doy  poder  cum- 
plido para  que  después  de  filis  dias  pueda  estar  e  parezer  en  juicio  y 
hacer  contratos  e  testamentos  y  mandar  sus  bienes  libremente  a  quien 
quisiere  y  por  bien  tubiere  y  hacer  todo  aquello  que  toda  persona 
libre  puede  y  debe"  hacer  y  demás  de  la  dicha  libertad  mando  que  le 
den  a  la  dicha  marina  de  cordoua  cinquenta  ducados  de  Renta  cada 
año  durante  los  dias  e  años  de  su  bida  y  mas  le  den  vn  año  después  que 
la  dicha  marina  de  cordoua  sea  falleszida  para  que  la  susodicha  haga 
dello  lo  que  quieiere  lo  qual  todo  le  mando.  En  la  mexor  manera  via 
e  forma  que  puedo  y  de  derecho  a  lugar. 

mando  que  den  a  el  lizenciado  cristoval  de  luque  bernaldino  pres- 
bítero vezino  de  la  billa  de  montilla  veynte  mili  marabedis  de  Renta 
cada  año  durante  los  dias  e  años  de  la  bida  del  susodicho  y  mas  a  de 
cobrar  los  dichos  veynte  mili  maravedís  vn  año  después  que  el  suso- 
dicho sea  falleszido  para  que  el  dicho  lizenciado  chrístoual  de  luque 
bernaldino  haga  e  disponga  dellos  lo  q'  quisiera  a  su  boluntad  lo  qual 
le  mando  por  el  cuidado  y  trabaxo  quel  susodicho  a  tenido  en  la 
cobranza  de  mi  hazienda  y  buenas  obras  que  de  el  he  Recivido  y  en 
la  mejor  manera  que  puedo  y  de  derecho  a  lugar  con  que  aquel  suso- 
dicho no  ha  de  poner  pleito  a  mis  herederos  e  bienes  que  yo  dejare  y 
si  lo  pusiere  1c  Reboco  esta  manda. 

Y  las  dichas  mandas  que  por  este  mi  testamento  hago  a  los  di- 
chos beatriz  de  bega  y  diego  de  bargas  y  marina  de  cordoua  y  el  Li- 
zenciado cristoual  de  luque  bernaldino  aya  de  ser  y  sea  durante  los 
dias  e  años  de  las  bidas  de  los  susodichos  y  vn  año  después  de  muertos 
y  fa.llesziendo  a  de  legar  el  dicho  usufructo  según  y  de  la  manera  que 
ba  declarado  En  cada  partida  que  se  a  de  cumplir  e  guardar  la  qual 
dicha  Renta  e  mandas  se  a  de  pagar  a  las  dichas  personas  cada  año 
en  dos  pagas  de  seis  en  seis  meses  la  mitad  de  la  Renta  que  yo  dejare 
de  mi  hazienda  y  en  fallesziendo  las  dichas  personas  a  de  benir  la  di- 
cha hazienda  con  lo  demás  que  yo  dejare  para  los  efectos  e  según  y 
de  la  manera  que  lo  declarare  por  este  mi  testamento 

mando  que  den  a  maria  de  prados  guerffana  de  padre  y  madre 
que  yo  he  criado  y  sera  de  hedad  de  diez  años  poco  mas  o  menos  y  la 
tengo  en  mi  casa  que  si  la  susodicha  tuviere  boluntad  de  entrarse  en 


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vn  conbento  a  ser  monja  de  la  Renta  que  Rentare  la  dicha  mi  hazienda 
quiero  se  le  de  para  el  dote  de  ser  monja  seiszientos  ducados  que  a  de 
aber  y  llebar  el  dicho  conbento  donde  la  susodicha  entrare  lo  qual  se 
a  de  pagar  a  tal  cobento  donde  la  dicha  maria  de  prados  proffesare  de 
la  Renta  de  la  hazienda  que  yo  dejare  y  se  a  de  pagar  dentro  de  dos 
años  en  fin  de  cada  año  treszientos  ducados  y  demás  dello  mando  a  la 
dicha  maria  de  prados  cinquenta  ducados  para  la  mas  Ropa  y  ajuar 
para  que  entre  en  dicho  conbento  y  esta  manda  de  seiszientos  e 
cinquenta  ducados  hago  a  la  susodicha  con  que  aya  de  entrar  monxa 
y  si  no  quisiere  entrar  ni  ser  monxa  En  tal  caso  destos  seiszientos  e 
cinquenta  ducados  no  a  de  aber  ni  se  le  an  de  dar  a  la  susodicha  ni  a 
otra  persona  por  ella  cosa  alguna  de  ellos  ni  a  de  tener  derecho  a  pedir 
ni  cobrar  ninguna  cosa  y  si  la  dicha  maria  de  prados  no  quiere  ser 
monxa  de  cuya  cavsa  no  puede  llevar  ni  cobrar  cosa  alguna  de  la 
manda  que  yo  le  hago  En  tal  caso  quiero  q'  se  le  de  a  la  dicha  maria 
de  prados  de  mis  bienes  y  hazienda  y  Renta  que  yo  dejare  dozcientos 
y  cinquenta  ducados  para  que  con  ellos  pueda  tomar  estado  de  casada 
o  Religiosa  como  quisiere  de  forma  que  se  declara  que  si  entrare  mon- 
ja solo  a  de  llevar  los  dichos  seiszientos  e  cinquenta  ducados  como  va 
declarado  y  si  de  casada  o  Religiosa  a  de  llevar  solo  los  dichos  do- 
zientos  e  cinquenta  ducados  porque  por  ninguna  via  a  de  tener  dere- 
cho por  esta  clausula  a  pedir  ni  cobrar  mas  que  sola  vna  manda  y  se 
los  mando  por  el  amor  e  holuntad  que  le  tengo  y  en  la  mexor  manera 
bia  e  forma  que  puedo  y  de  derecho  a  lugar. 

mando  que  den  a  ffrancisco  sevillano  que  yo  e  tenido  en  mi  casa 
dozientos  ducados  en  dineros  con  los  quales  y  con  los  bestidos  y  cal- 
zados e  comidas  avales  dado  se  aya  de  contentar  y  contente  por  en- 
tero pago  y  satisffazion  de  todo  el  tiempo  que  me  a  serbido  sin  que 
ponga  pleito  a  mi  hazienda  y  erederos  de  ella  y  si  en  Razón  dello  pu- 
siere pleito  o  pidiere  alguna  cosa  En  tal  caso  el  dia  que  pusiere  el  dicho 
pleito  o  pidiere  algo  le  Reboco  esta  manda  E  no  se  le  den  y  si  el  dicho 
ffrancisco  sebillano  se  inclinare  y  quisiere  ser  sacristán  en  la  capilla  que 
yo  e  Redifficado  En  la  santa  iglesia  de  cordoua  que  se  dize  de  las  ani- 
mas de!  purgatorio  quiero  y  es  mi  uoluntad  quel  susodicho  sea  tal  sa- 
cristán en  la  dicha  capilla  con  que  a  de  tener  y  tenga  obligación  pres- 
cisa  de  guardar  e  cumplir  todas  las  condiziones  que  adelante  se  dirán 
y  por  Razón  del  trabajo  que  a  de  tener  en  la  asistencia  y  lo  demás  de 
ser  tal  sacristán  quiero  q'  se  le  de  de  la  Renta  q'  rrentare  mi  hazienda 
quarenta  ducados  cada  vn  año  para  quel  susodicho  con  ellos  compre 
bino  y  ostias  para  dar  a  todos  los  sacerdotes  que  en  la  dicha  capilla 
dijeren  misa  sin  que  pida  ni  llebe  otra  cosa  alguna  y  estos  quarenta  e 
seis  ducados  cada  año  quiero  que  se  le  den  e  paguen  por  los  tercios  de 
cada  año  y  todo  ello  en  laforma  susodicha  lo  mando  En  la  mejor  ma- 
nera bia  e  fforma  que  puedo  y  de  derecho  a  lugar. 

digo  y  declaro  que  yo  e  de  dejar  algún  memorial  o  memoriales 
ffirmado  de  mi  nombre  e  del  lizenciado  andres  fernandez  de  bonilla 


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Racionero  de  la  santa  iglesia  de  cordoua  ansi  de  misas  que  quiero  que 
se  digan  por  mi  anima  como  de  mandas  grazíosas  que  quiero  que  se 
den  como  devdas  que  yo  mande  cobrar  o  pagar  e  otras  cosas  qualesquier 
quiero  y  es  mi  voluntad  que  paresziendo  el  dicho  memorial  o  memoria- 
les ffirmados  de  mi  nombre  o  del  dicho  lizenciado  andres  fernandez 
de  bonilla  se  guarden  e  cumplan  en  todo  y  por  todo  según  y  como  En 
ellos  se  contubiere  y  como  si  cada  cosa  dellos  fueran  escritos  y  orde- 
nados En  este  mi  testamento  y  de  cada  cosa  dellos  se  hiziera  carga  y 
espezial  menzíon  y  se  an  de  tener  por  mis  memoriales  Los  que  mis 
albaceas  o  qualquiera  dellos  ysibieren  y  presentaren. 

digo  y  declaro  que  de  presente  yo  tengo  e  poseo  por  mis  bienes  y 
hacienda  dos  censos  impuestos  sobre  bienes  de  su  escelencia  del 
señor  marques  de  priego  vno  dellos  de  contia  de  siete  mil!  y  dozientos 
ducados  de  principal  y  el  otro  de  dos  mili  y  ochozientos  ducados  de 
principal  que  ambos  montan  a  diez  mili  ducados  e  mas  tengo  seis- 
zientos  e  ochenta  ducados  de  principal  de  otro  censo  ynpuesto  sobre 
bienes  de  juan  abarca  de  paniagua  boticario  bezino  de  cordoua  y  mas 
tengo  otro  censo  de  seis  mili  Reales  de  principal  ynpuesto  sobre  bienes 
del  lizenciado  anton  garzia  de  pineda  presbítero  bezino  de  cordoua 
diffunto  y  tengo  otros  censos  menudos  y  otros  bienes  hago  esta  decla- 
ración para  que  se  sepa. 

digo  e  declaro  que  yo  conpre  de  la  obra  e  ffabrica  de  la  santa  igle- 
sia de  cordoua  vn  sitio  para  capilla  y  entierro  el  qual  yo  e  Redifficado 
y  labrado  y  adonde  he  de  ser  sepultado  y  mi  yntenzion  e  boluntad  a 
sido  y  es  de  que  la  dicha  capilla  sea  de  la  advocazion  de  las  animas  del 
purgatorio  y  para  el  dicho  effeto  e  para  aumento  del  culto  dibino  y 
que  mi  anima  y  las  que  están  en  pena  de  purgatorio  Reciban  suffragio 
quiero  y  es  mi  boluntad  que  la  dicha  capilla  sea  coleturia  de  misas 
para  que  en  ella  se  digan  cada  dia  perpetuamente  para  siempre  jamas 
todas  las  misas  que  se  pudieren  decir  coniforme  la  Renta  que  vbiere 
E  yo  dejare  de  la  dicha  mi  hazienda  por  la  horden  e  fforma  y  con  los 
cargos  e  grabamenes  e  condiziones  que  de  yuso  se  dirá. 

primeramente  que  toda  la  hazienda  que  yo  dejare  después  de 
mis  dias  se  eche  En  renta  zierta  y  segura  e  bien  parada  a  elezion  y 
parezer  de  los  señores  patrones  que  yo  e  de  nombrar  para  este  mi  tes- 
tamento y  de  la  Renta  que  tengo  de  presente  de  mis  censos  y  de  la 
que  nuebamente  se  echare  de  ella  se  saque  la  Renta  que  yo  mando  se 
de  y  pague  a  las  personas  que  la  an  de  aber  durante  su  bida  como  lo 
declaro  por  este  testamento  y  la  demás  que  fincare  e  la  que  fuere 
vacando  toda  ella  sea  vn  cuerpo  de  hazienda  L.a  qual  dicha  Renta  se  a 
de  gastar  y  distribuir  por  la  horden  e  fforma  siguiente. 

de  la  Renta  de  la  dicha  hazienda  se  aya  de  sacar  e  saque  la  canti- 
dad que  fuere  menester  para  el  gasto  de  vna  lanpara  que  a  de  arder 
en  la  dicha  capilla. 

de  la  dicha  rrenta  se  a  de  sacar  cada  año  quarenta  ducados  que 
yo  mando  se  den  a  ffrancisco  sebillano  cada  año  por  ser  sacristán  de 


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la  dicha  capilla  a  el  qual  mientras  el  suso  dicho  quisiere  serlo  quiero 
v  mi  holuntad  lo  sea  y  los  llebe  e  cobre  y  mas  se  le  den  a  el  dicho 
ffrancisco  sebillano  cada  vn  año  seis  ducados  para  que  de  bino  y 
ostias  a  todos  los  sacerdotes  que  entraren  a  dezir  misas  En  la  dicha 
capilla  Los  quales  dichos  quarenta  y  seys  ducados  se  le  an  de  pagar 
por  los  tercios  de  cada  vn  año. 

otro  si  quiero  y  es  mi  boluntad  que  faltando  el  dicho  francisco 
sebillano  e  no  queriendo  ser  tal  sacristán  de  la  dicha  capilla  En  tal 
caso  los  señores  patronos  que  yo  he  de  nombrar  tengan  poder  y  entera 
mano  e  facultad  de  nombrar  e  nombren  vna  persona  que  asista  por 
sacristán  en  la  dicha  capilla  a  el  qual  le  señalen  el  salario  que  aya  de 
aber  cada  año  y  les  pareziere  meresze  por  que  yo  lo  dexo  en  quanto  a 
e!  nombramiento  y  al  salario  en  mano  de  los  dichos  señores  patronos 
para  que  por  lo  quellos  hizieren  se  este  y  pase. 

Otro  si  quiero  y  es  mi  boluntad  que  yo  e  de  nonvrar  tengan  poder 
e  facultad  cumplida  E  yo  se  la  doy  de  nombrar  vna  persona  que  sea 
lega  llana  e  abonada  que  sirva  de  ser  mayordomo  de  la  dicha  capilla 
para  cobrar  la  Renta  que  Rentare  la  dicha  mi  hazienda  y  pagar  y  dis- 
tribuir lo  que  yo  dejare  hordenado  a  el  qual  dicho  mayordomo  Los 
dichos  señores  patronos  le  señalen  de  salario  que  yo  le  señalo  aya  e 
llebe  doze  mili  marauedis  en  cada  vn  año  por  el  trabajo  quen  ello  a 
de  tener  de  cobrar  e  pagar  de  los  quales  se  haga  pagado  da  la  Renta 
que  asi  cobrare  de  mi  hazienda  y  en  las  quentas  quel  tal  mayordo- 
mo diere  se  le  Recivan  e  pasen  en  quenta. 

Otro  si  quiero  y  es  mi  boluntad  que  de  la  Renta  que  Rentare  la 
dicha  mi  hazienda  della  se  saque  lo  que  fuere  necesario  para  el  gasto 
de  hornamentos  e  favrica  de  la  dicha  mi  capilla  coniforme  lo  tasaren 
y  les  paresziere  a  los  señores  patronos  que  yo  e  de  nombrar  e  por  lo 
que  los  hizieren  quiero  que  se  le  este  y  pase. 

y  Je  la  demás  rrenta  que  quedare  liquida  sacado  todo  lo  susodicho 
quiero  se  gaste  e  distribuya  en  que  se  hagan  dezir  En  la  dicha  mi  capi 
lia  codas  ¡as  missas  rezadas  que  se  pudieran  decir  y  alcanzare  la  di- 
cha rrenta  por  los  sacerdotes  virtuosos  y  buenos  cristianos  que  tuvie- 
ren mas  necesidad  dando  y  pagando  a  cada  vno  de  limosna  por  cada 
misa  que  dijere  cinquenta  y  dos  marabedis  las  quales  misas  que  asi 
se  an  de  dezir  an  de  ser  por  mi  anima  y  de  las  animas  que  están  en  pe- 
na de  purgatorio  y  en  acabando  de  dezir  la  dicha  misa  rrezada  cada  sa- 
cerdote q'  la  dijere  a  de  dezir  vn  Responso  Rezado  por  mi  anima  y  de 
las  de  purgatorio  y  eche  agua  bendita  sobre  la  dicha  mi  sepultura  y 
quiero  y  es  mi  boluntad  que  si  para  el  dezir  de  las  dichas  mizas  ocu- 
rrieren muchos  sacerdotes  a  las  dezir  y  la  Renta  que  vbiere  no  alcan- 
zare para  tantas  en  tal  caso  Doy  poder  e  facultad  a  los  señores  patro- 
nos que  yo  e  de  nombrar  para  que  ellos  nonbren  y  elijan  los  sacerdo- 
tes que  les  pareziere  que  las  digan  con  que  por  ningún  caso  ni  ffor- 
ma  ayan  de  llebar  ni  lleben  mas  que  los  dichos  cinquenta  e  dos  mara- 
vedís de  limosna  para  cada  vno. 


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Y  para  el  poder  gastar  y  dar  la  limosna  de  las  dichas  misas  quiero 
y  es  mi  holuntad  quel  mayordomo  que  fuere  de  la  dicha  mi  capilla  de 
a  el  sacristán  della  todos  los  maravedís  que  fueren  menester  y  el  tal 
sacristán  a  de  tener  obligazion  precisa  E  yo  se  la  pongo  a  que  todas 
las  misas  q'  asi  se  di  jeren  y  pagaren  la  limosna  dellas  a  de  tomar  carta 
de  pago  del  tal  sacerdote  que  las  dijere  para  quyo  effeto  a  de  tener  vn 
libro  grande  enquadernado  vlanco  donde  a  de  Rezivir  las  tales  cartas 
de  pago  las  quales  an  de  ser  para  su  descargo  En  la  quenta  que  diere 
de  lo  que  así  se  le  ubiere  Entregado  por  el  dicho  mayordomo. 

quiero  y  es  mi  boluntad  y  mando  que  el  día  de  todos  los  santos 
en  la  tarde  y  el  día  siguiente  que  sea  conmorazion  de  los  ffieles  di- 
funtos perpetuamente  para  sienpre  xamas  se  cubra  la  dicha  mi  sepul- 
tura questa  en  la  dicha  capilla  poniendo  vna  tumba  con  vn  paño  negro 
con  sus  candeleros  a  los  lados  e  doze  cirios  que  ardan  mientras  se  di- 
zen  las  bisperas  de  los  diffuntos  y  otro  dia  la  misa  de  requien  e  mando 
que  los  capellanes  de  la  veyntena  de  la  santa  iglesia  de  cordoua  me 
digan  en  la  dicha  capilla  el  dia  de  los  santos  por  la  tarde  vna  vigilia 
cantada  e  otro  dia  una  misa  de  Requien  cantada  por  mi  anima  y  las 
demás  animas  del  purgatorio  y  se  les  de  de  limosna  por  este  offizio 
quinze  Reales  y  esto  a  de  ser  en  cada  vn  año  perpetuamente  para  sien- 
pre jamas. 

quiero  y  es  mi  boluntad  que  todas  las  misas  que  se  pudieren  de- 
zir  de  la  Renta  de  la  dicha  mi  hazienda  se  digan  por  mi  anima  y  por 
las  animas  de!  purgatorio  dentro  de  la  dicha  mi  capilla  y  nunca  se  di- 
gan ffuera  della  ni  puedan  ser  llebadas  a  la  coleturia  por  mandamiento 
de  ningún  perlado  provisor  ni  bisitador  ni  otro  ningún  Juez  eclesiásti- 
co porque  mi  intenzion  y  deliberada  boluntad  es  que  todas  las  dichas 
misas  se  digan  dentro  de  la  dicha  capilla  donde  yo  me  e  de  enterrar 
E  no  en  otro  lugar  y  si  sucediere  que  alguna  bez  o  bezes  en  tienpo  de 
bisita  de  la  dicha  capilla  vbiere  algunas  misas  por  dezir  no  puedan  de- 
zirse  fuera  sino  que  se  traigan  sacerdotes  que  las  digan  dentro  de  la 
dicha  mi  capilla  como  dicho  es  y  en  este  particular  pido  e  suplico 
a  los  señores  deán  y  cabildo  de  la  santa  iglesia  de  cordoua  a  quien  yo 
e  de  dejar  por  mis  patronos  amparen  y  defiendan  lo  susodicho  sobre 
qMes  encargo  las  conzienzias  porque  esta  es  mi  determinada  boluntad. 

Uen  quiero  y  es  mi  boluntad  que  abiendo  de  hazer  nombramiento 
los  señores  patronos  que  an  de  ser  de  los  sacerdotes  que  an  de  dezir 
misas  En  la  dicha  mi  capilla  den  vna  memoria  a  el  sacristán  que  fuere 
della  para  que  sepa  quien  son  y  en  el  horden  de  dezir  misa  el  tal  sacer- 
dote dirá  primero  el  que  viniere  primero  sin  que  en  esto  aya  porfía  ni 
pesadumbre  sino  toda  paz  y  quietud  y  después  de  aber  dicho  misa 
todos  los  sacerdotes  que  la  an  de  dezir  por  mi  anima  y  por  las  animas 
del  purgatorio  quisieren  otros  sacerdotes  dezir  misa  En  la  dicha  mi 
capilla  por  su  debozion  mando  que  se  les  de  hornamentos  y  ostia 
y  bino  y  quel  mí  sacristán  ques  o  fuere  En  la  dicha  mi  capilla  les  ayude 
a  dezir  misa 


—  194  — 


y  después  de  los  dias  de  la  vida  del  dicho  ffrancisoo  sebillano  los 
señores  patronos  que  fueren  de  la  dicha  capilla  y  colecturía  de  misas 
quiero  que  todas  las  bezes  que  se  offreziere  nonhren  sacristán  para  el 
servizio  della  el  qual  quiero  que  sea  persona  de  buena  bida  e  fama  y 
estos  nombrado  y  nonbrados  y  el  dicho  ffrancisco  sebillano  cada  vno 
dellos  en  su  tienpo  a  de  ser  obligado  y  obligados  mientras  fuere  tal 
sacristán  a  benir  todos  los  dias  a  la  dicha  capilla  y  tenerla  abierta  por 
la  mañana  desde  que  comience  la  canpana  que  llama  a  prima  hasta 
que  ayan  dicho  misa  todos  los  sacerdotes  que  1?.  an  de  dezir  por  mi  yn- 
tenzion  y  en  este  particular  suplico  a  los  señores  mis  patronos  tengan 
espezial  cuidado  en  ber  que  se  guarde  y  cunpla  porque  asi  es  mi 
voluntad. 

otro  si  quiero  y  es  mi  boluntad  que  la  dicha  sacristía  no  sea  co- 
latiba  ni  lo  pueda  ser  En  ningún  tienpo  sino  que  los  señores  patronos 
que  fueren  desta  memoria  y  coletuda  la  puedan  dar  y  den  cada  año 
al  que  mejor  la  sirbiere  y  mas  virtuoso  fuere  y  el  tal  sacristán  que  así 
fuere  nonvrado  se  le  entregue  por  el  señor  bisitador  toda  la  plata  y 
ornamentos  y  las  demás  alhajas  y  cosas  que  vbiere  en  la  dicha  capilla 
todo  ello  por  ynbentario  y  antes  que  se  le  entregue  el  tal  sacristán  que 
asi  se  nonbrare  por  los  dichos  señores  mis  patronos  sea  obligado  de 
dar  ffianzas  legas  llanas  y  abonadas  a  contento  del  dicho  señor  bisi- 
tador y  señores  patronos  y  ante  escribano  publico  y  con  ello  se  le  en- 
tregue los  dichos  bienes  y  no  de  otra  manera. 

otro  si  quel  sacristán  que  fuere  de  la  dicha  capilla  a  de  ser  obli- 
gado de  tener  muy  linpios  los  ornamentos  y  vien  aderezado  el  altar  y 
los  dias  mas  solenes  a  de  sacar  e  poner  los  hornamentos  mas  Ricos  y 
a  de  tener  aderzada  la  lampara  de  manera  que  perpetuamente  para 
sienpre  jamas  arda  de  dia  y  de  noche  y  para  todas  las  misas  que  en  la 
dicha  capilla  se  dijeren  a  de  ser  obligado  de  dar  a  los  sacerdotes  bino 
y  ostias  sin  les  llebar  cosa  alguna  a  los  que  dijeren  misa  y  avnque  por 
vna  clavsula  deste  mi  testamento  deje  ordenado  que  los  señores  mis 
patronos  señalasen  a  el  tal  sacristán  el  salario  que  asi  abra  de  aber 
agora  quiero  quel  tal  sacristán  que  asi  fuere  nombrado  aya  de  llebar 
y  llebe  y  le  señalo  de  rrenta  cada  vno  año  quarenta  e  cinco  ducados 
para  su  salario  e  dar  bino  y  ostias  como  eata  dicho  los  quales  se  los  den 
libres  de  toda  distribuzion  y  se  le  paguen  por  los  tres  terzios  de  el 
año  cada  quatro  meses  la  terzia  parte* 

yten  mando  que  para  la  fabrica  de  la  dicha  capilla  se  saque  lo 
que  fuere  menester  y  le  pareziere  a  los  señores  mis  patronos  que  asi  e 
de  nombrar  de  lo  qual  se  conpre  seis  aRobas  de  aceite  cada  año  las 
quales  se  entreguen  al  sacristán  para  que  de  dia  y  de  noche  arda  la 
lanpara  de  la  dicha  mi  capilla  y  demás  desto  de  la  Renta  se  a  de  con- 
prar  ornamentos  los  que  fueren  menester  y  se  a  de  aderezar  el  tejado 
y  la  bobeda  de  la  capilla  e  pagar  los  derechos  del  bisitador  cada  e 
quando  que  se  bisite  la  dicha  capilla  y  si  sucediese  que  algún  año  la 
Renta  que  yo  dejo  situada  para  fabrica  no  fuere  suffiziente  por  offre- 


-  195  - 


cerse  algún  Reparo  que  sea  costoso  mando  que  se  saque  del  globo  de 
mi  Renta  lo  que  fuere  menester  para  la  dicha  obra  e  rreparo  siendo 
obra  forzosa  a  parecer  de  los  dichos  señores  patronos. 

quiero  y  es  mi  boluntad  que  en  la  dicha  mi  capilla  o  en  la  sacristía 
de  la  iglesia  catedral  o  en  la  contaduría  della  se  haga  vn  archibo  cierto 
y  siguro  donde  estén  este  mi  testamento  y  todas  las  escrituras  de  cen- 
sos que  yo  tengo  y  de  toda  mi  hazienda  y  que  quando  ffuere  menester 
alguna  escritura  para  cobrar  algún  censo  se  entregue  a  el  mayordome 
quedando  en  e!  mismo  archibo  con  la  mayor  brebedad  posible  y  so 
ponga  en  el  libro  la  Razón  de  como  se  trujo. 

declaro  que  el  mayordomo  que  fuere  de  la  dicha  mi  capilla  los 
señores  patronos  della  le  an  de  dar  poder  para  cobrar  la  Renta  de  la 
dicha  mi  hazienda  el  qual  dicho  mayordomo  a  de  dar  quenta  en  la 
bisita  de  la  dicha  capilla  y  también  tendrá  a  su  cargo  el  pagar  las  man- 
das de  por  bida  que  yo  mando  se  den  por  este  mi  testamento. 

porque  mi  deseo  es  que  para  mayor  bien  de  las  santas  animas  del 
purgatorio  y  que  se  digan  mas  misas  y  que  esta  mi  memoria  y  obra  pia 
no  baya  En  ningún  tienpo  En  disminuzion  mando  que  si  algún  censo 
se  Redimiere  de  los  que  yo  dejo  que  sea  de  a  menos  de  a  veynte  mili 
el  millar  se  buelba  a  ynponer  a  Razón  de  veynte  o  como  coRiere  la 
ynpusizion  de  censos  coniforme  a  los  tienpos  y  porque  la  Renta  no  se 
disminuya  y  cesen  las  misas  por  el  tienpo  que  fuere  necesario  para  su- 
plir lo  que  faltare  de  suerte  que  sienpre  aya  la  misma  Renta  y  lo  mis- 
mo se  haga  si  en  algún  tiempo  se  perdiese  algún  censo  mando  se  ynpon- 
ga  otro  de  la  propia  contia  sacando  lo  que  Rentare  lo  demás  de  mi 
hazienda  porque  como  tengo  dicho  quiero  que  sienpre  aya  la  misma 
Renta  sin  diminuzion  En  el  principal  della 

y  si  algún  censo  o  censos  de  los  que  yo  dejo  o  los  que  adelante  se 
ynpusieren  se  Redimieren  mando  quel  principal  dello  se  deposite  en 
eprsona  muy  abonada  e  sigura  a  parezer  de  los  dichos  señores  mis  pa- 
tronos y  quel  tal  depositario  de  ffianza  abonada  para  bolver  lo  que  asi 
Reciviere  en  deposito  y  suplico  a  los  señores  mis  patronos  que  con 
mucha  brebedad  se  buelba  a  ynponer  en  otro  censo  zierto  y  siguro  so- 
bre buenos  bienes  y  las  fianzas  e  mayor  siguridad  que  bieren  conbiene 
de  forma  que  este  seguro  y  zierto  el  principal  y  Renta  e  que  se  conpre 
posesiones  lo  que  mas  los  dichos  señores  mis  patronos  bieren  que 
conbiene  para  el  pro  y  aumento  desta  obra  pia  sobre  que  en  esto  les 
encargo  las  conzienzias. 

otro  si  quiero  y  es  mi  boluntad  que  si  algún  señor  beneffiziado 
de  el  cabildo  de  la  santa  iglesia  de  cordoua  dinidad  canónigo  Racio- 
nero entero  o  medio  rracionero  tubiere  por  bien  de  enterrarse  en  la 
dicha  mi  capilla  de  las  animas  del  purgatorio  que  me  hará  en  ello  mu- 
cha merced  fabor  y  onRa  y  asi  quiero  que  se  entierren  que  sera  muy 
grande  benefizio  para  las  animas  del  purgatorio  y  lo  mismo  se  aya  de 
entender  y  entienda  si  qualquier  señor  ynquisidor  fiscal  juez  de  bienes 
o  secretario  que  quisieren  enterrarse  en  la  dicha  capilla  lo  puedan  ha- 


i  96  - 


zer  porque  como  e  dicho  es  nnRa  e  labor  para  mi  y  heneffizlo  para  \af> 
animas  del  purgatorio  y  en  particular  dejo  nonbrado  al  señor  lizcn- 
ciado  antonio  de  cea  clcligo  presbítero  que  pueda  enterrarse  En  la 
dicha  capilla  y  onrraiia  como  cosa  su^a. 

declaro  que  todos  los  clérigos  sacerdotes  que  asi  dijeren  misa  eil 
la  dicha  mi  capilla  por  mi  anima  y  demás  de!  purgatorio  se  conformeri 
en  todo  con  el  misal  Romano  ansi  en  el  dezir  misa  de  dia  como  en  lo 
demás  que  sea  necesario  y  antes  de  desnudarse  los  ornamentos  diga 
cada  vno  el  dicho  Responso  Rezado  sobre  mi  sepoltura  por  mi  anima 
V  de  las  de  purgatorio  echando  agua  bendita  sobre  mi  sepoltura. 

E  para  dotazion  desta  obra  pía  e  coleturia  de  misas  de  la  dicha 
capilla  dejo  todos  los  censos  que  de  presente  tengo  con  mas  la  dicha 
mi  hazienda  que  yo  dejare  a  el  tienpo  de  mi  fin  e  muerte  que  toda  ella 
quiero  se  haga  ynbentario  por  que  la  e  de  dejar  a  la  dicha  capilla  y 
obra  pia  de  misas  por  mi  heredera  vnibersal. 

Y  para  que  esta  dicha  capilla  y  memoria  y  coleturia  de  misas  se- 
gún dicho  es  permanezca  y  sienpre  perdure  y  sea  amparada  nonbro  y 
señalo  por  patronos  della  a  los  señores  deán  e  cabildo  de  la  santa  igle- 
sia de  cordoua  que  de  presente  son  e  fueren  de  aqui  adelante  perpetua- 
mente para  siempre  jamas  y  a  el  señor  don  f francisco  de  corral  caba- 
llero de  la  orden  de  señor  santiago  vezino  y  veynte  y  quatro  de  la 
civdad  de  coreloua  por  todos  los  dias  e  años  de  mi  bida  y  de  quien  yo 
e  Recivido  muy  hvenas  obras  a  los  qvales  \  mildemente  les  pido  e  su- 
plico aceten  este  patronazgo  y  miren  por  esta  capilla  e  memorial  obra 
pia  y  la  defiendan  y  amparen  en  todo  porque  en  Ello  harán  muy  gran 
servizio  a  dios  nuestro  señor  y  a  las  benditas  animas  de  purgatorio  y 
a  mi  me  harán  particular  merced   sobre  que  en  todo  ello  les  en- 
cargo las  conzienzias. 

E  para  cumplir  e  pagar  este  mi  testamento  y  todo  lo  en  el  conte- 
nido nonbro  y  señalo  por  mis  albaceas  testamentarios  v  ejecutores 
del  a  Don  ffrancisco  de  coRal  caballero  de  la  horden  de  santiago  veinte 
y  quatro  de  cordoua  y  a  el  lizenziado  andres  fernandez  de  vonilla  Ra- 
cionero de  la  santa  iglesia  de  cordoua  y  a  miguel  de  herrera  bezinos  de 
cordoua  todos  tres  juntamente  y  a  cada  vnodellosde  por  si  ¡nsolidum 
doy  poder  cumplido  para  que  Entren  en  mis  bienes  y  dellos  vendan 
cunplan  e  paguen  este  mi  testamento  y  lo  en  el  contenido  sobre  que  les 
encargo  las  conzienzias  el  qual  poder  quiero  que  les  dure  todo  el  tien- 
po e  anos  que  bastare  su  cumplimiento  avnque  sea  pasado  el  año  qve 
el  derecho  da  e  concede  a  los  albaceas  y  asi  mismo  quiero  cunplan  los 
dichos  memoriales  que  yo  dejare. 

El  rremanente  que  quedare  y  ffincare  de  todos  mis  bienes  Rai- 
zes  E  muebles  títulos  derechos  e  aziones  lo  que  asi  fuere  quiero  y  es 
mi  boluntad  que  lo  aya  y  ereda  mi  anima  e  las  animas  de  pena  de  pur- 
gatorio en  dicha  mi  capilla  para  que  con  la  Renta  de  la  dicha  mi  ha- 
zienda se  digan  de  misas  en  la  dicha  mi  capilla  e  gasto  de  fabrica  y  or- 
namentos della  y  lo  demás  que  yo  dexo  hordenado  por  este  mi  testa- 


—  197  — 


mentó  a  la  qual  dicha  capilla  y  mi  anima  en  los  casos  dichos  estables- 
co  e  ynstituyo  por  tales  mis  herederos  ligitimos  y  lo  mando  en  la  me- 
jor manera  bia  e  fforma  que  puedo  y  de  derecho  a  lugar. 

y  doy  poder  cumplido  a  los  dichos  señores  patronos  tan  pleno  y 
bastante  como  de  derecho  se  rrequiere  para  la  administrazion  e  todo 
lo  demás  que  ffuere  necesario  en  la  administrazion  de  la  dicha  capilla 
e  obra  pia  de  coletuda  y  hacer  en  ello  todo  aquello  que  yo  pudiera 
hazer. 

Reboco  y  anulo  e  doy  por  ningunos  e  de  ningún  balor  y  efeto 
todos  quantos  testamentos  mandas  y  codizilos  que  yo  aya  fecho  e 
otorgado  antes  de  este  que  otro  alguno  no  quiero  que  haiga  saibó  este 
ques  mi  testamento  e  testimonio  de  mi  postrimera  boluntad  el  qual 
otorgue  ante  el  escribano  publico  del  numero  de  cordoua  e  testigos 
de  \  uso  escritos  que  es  fecha  e  otorgada  esta  carta  en  la  civdad  de 
cordoua  En  casa  de!  otorgante  a  diez  y  ocho  dias  del  mes  de  abril  año 
del  nacimiento  de  nuestro  salbador  Jesucristo  de  mili  e  seiszientos  \ 
diez  y  seis  años  y  a  el  otorgamiento  de  lo  qual  fueron  presentes  por 
testigos  Juan  diaz  vellido  cirujano  e  Rodrigo  fernandez  de  cordoua 
escribano  Real  y  andres  de  bergara  E  miguel  de  herrera  vezinos  de  la 
dicha  civdad  de  cordoua  e  por  aquel  dicho  otorgante  dijo  que  no  puede 
firmar  por  cavsa  de  su  enfermedad  lo  firmaron  dos  testigos  en  el  rre- 
gistro  a.e¡  qual  yo  el  presente  escribano  conozco  testado  patr|  de  = 
Rodrigo  fernandez  de  cordoua  =  rubrica  =  Juan  diaz  vellido  =  gon- 
Zrtlo  fernandez  de  cordoua  escribano  publico  De  cordoua  = 


— m— 


eoDieiLos 


i 

PROTOCOLO  DE  GONZALO  FERNANDEZ  DE  CORDOVA — AÑO   161b  =  fol. 
CCCCLXXIX. 


Codicilo.  =  Sepan  quantos  esta  carta  de  codizilo  vieren  como 
yo  garcia  lasoyngadela  bega  clérigo  bezino  de  la  civdad  de  cordoua 
en  la  collazion  de  santa  maria  estando  en  mi  juizio  memoria  y  enten- 
dimiento natural  tal  qual  dios  nuestro  señor  fue  serbido  de  me  dar 
creyendo  como  verdaderamente  creo  en  el  misterio  de  la  santísima 
trenidad  padre  hijo  y  espíritu  santo  tres  personas  en  vn  solo  dios  ver- 
dadero que  bibe  y  rreyna  por  siempre  sin  fin  amen  y  en  todo  aquello 
que  tiene  y  crehe  la  santa  madre  iglesia  de  Roma  otorgo  y  conozco  y 
digo  que  por  quanto  ayer  diez  y  ocho  dias  de  este  mes  de  abril  yo  hize 
mi  testamento  ante  el  presente  escribano  y  ziertos  testigos  agora  por 
este  codizilo  declaro  y  ordeno  lo  siguiente 

mando  que  den  a  diego  pabon  mi  criado  que  sera  de  hedad  de 
honce  años  seis  mili  marabedis  en  dineros  en  pago  de  tiempo  de  dos 
años  que  a  questa  en  mi  casa  e  serbizio. 

mando  que  se  de  a  ffrancisco  sebillano  y  a  beatriz  de  bega  y  a 
marina  de  cordoua  y  a  maria  de  prados  mis  criados  que  tengo  en  mi 
casa  las  camas  En  que  duermen  e  las  arcas  que  tubieren  suyas  conozi- 
das  y  mas  les  mando  a  todos  quatro  los  susodichos  todo  el  trigo  y 
harina  y  tocino  y  bino  que  yo  dejare  en  mi  casa  al  tienpo  de  mi  fin  e 
muerte  para  que  lo  partan  entre  si  ygualmente  y  lo  mando  en  la  me- 
jor manera  que  puedo  y  de  derecho  a  lugar  esto  que  lo  ayan  demás  de 
las  mandas  que  les  tengo  fechas  por  mi  testamento. 

digo  y  declaro  que  por  el  dicho  testamento  que  yo  hize  mande 
que  vbiese  vn  sacristán  en  la  dicha  mi  capilla  y  por  primero  sacristán 


-  Í99£— 


nombro  a  francisco  sebillano  y  que  vbiese  cada  año  quarenta  ducados 
de  su  salario  y  seis  ducados  para  ostias  e  bino  después  del  el  sacristán 
que  fuese  nonbrado  de  la  dicha  capilla  vbiese  para  su  salario  y  bino  y 
ostias  cada  año  quarenta  e  cinco  ducados  agora  quiero  y  es  mi  volun- 
tad que  el  dicho  ffrancisco  sebillano  y  los  demás  sacristanes  que  des- 
pués del  fueren  ayan  e  lleven  cada  año  de  salario  quarenta  ducados 
y  demás  dello  se  les  de  doze  ducados  cada  año  para  ostias  e  bino  que 
a  de  dar  a  todos  los  sacerdotes  que  dijeren  misa  en  la  dicha  capilla 
como  lo  declaro  por  el  dicho  mi  testamento. 

quiero  y  es  mi  boluntad  que  a  los  dichos  francisco  sebillano  y 
beatriz  de  bega  e  marina  de  cordoua  e  maria  de  prados  y  diego  pabon 
mis  criados  se  les  de  de  comer  de  los  bienes  y  hazienda  que  yo  dejare 
ticnpo  de  dos  meses  después  que  yo  sea  falleszido  y  lo  mando  en  la  me 
jor  manera  que  de  derecho  a  lugar. 

mando  que  cobren  de  Juan  bautista  de  herrera  ziento  e  veynte 
Reales  de  los  dozcientos  Reales  que  le  preste  aora  dos  años  porque 
los  ochenta  Reales  Restantes  yo  se  los  Remito  e  mando  en  la  mejor 
manera  que  de  derecho  a  lugar  quiero  y  es  mi  boluntad  que  sea  mayor- 
domo de  la  dicha  mi  capilla  ffrancisco  sebillano  bezino  de  cordoua  que 
yo  e  criado  mientras  el  susodicho  vibiere  y  quisiere  serlo  dando  fian- 
zas para  ello  asi  de  bezinos  de  cordoua  como  de  bezinos  de  la  billa  de 
baena  y  en  caso  quel  suso  dicho  no  quiera  ser  tal  mayordomo  ni  die- 
re las  dichas  ffianzas  quiero  que  sea  mayordomo  de  la  dicha  capilla 
Sebastian  de  herrera  bezino  de  cordoua  dando  las  dichas  ffianzas  y  to- 
das ellas  an  de  ser  a  contento  y  satisfazion  de  los  señores  deán  y  ca- 
bildo de  la  santa  iglesia  de  cordoua  a  quien  yo  e  nonbrado  por  pa- 
tronos de  la  dicha  capilla. 

digo  y  declaro  que  de  todas  e  qualesquier  quentas  que  yo  e  tenido 
hasta  oy  con  miguel  de  herrera  vezino  de  cordoua  solo  me  resta  de- 
biendo quatrozientos  Reales  de  que  me  hizo  vna  cédula  que  tengo  En 
mi  poder  y  si  alguna  cosa  mas  me  debe  yo  se  lo  suelto  Remito  y  perdono 
porq"ue  solo  se  an  de  cobrar  estos  quatrozientos  Reales. 

mando  que  den  a  marina  garzia  natural  de  la  villa  de  montilla 
treynta  Reales  para  ayuda  de  sus  nezecidades. 

mando  que  cobren  del  mesonero  del  mesón  de  vile  (sic)  que  al 
potro  ziento  e  veinte  Reales  quel  suso  dicho  salió  a  pagármelos  por 
Juan  gomez  de  oliba  haRiero  bezino  de  oliba  de  balenzia  que  me  los 
debia. 

digo  y  declaro  que  yo  e  tenido  e  tengo  a  mi  estada  miguel  de  he- 
rrera vezino  de  cordoua  y  en  Remunerazion  della  quiero  que  querién- 
dose enterrar  el  y  doña  veatriz  de  Ribera  su  mujer  y  alonso  de  herrera 
y  Sebastian  de  herrera  e  francisco  de  herrera  en  el  vuelo  a  dicha  mi 
capilla  se  Entierren  solo  todos  cinco  los  suso  dichos  sin  que  otra  persona 
hijo  o  nieto  tengan  derecho  a  ello. 

mando  que  den  a  mayor  de  los  Reyes  pintor  vezino  de  cordoua 
seis  mili  marabedis  para  lo  quel  quisiere   o  a  sus  herederos  del  suso 


—  200  — 


dicho  el  qual  dicho  mayor  de  los  Reyes  es  padre  del  lizenciado  Luis 
fernandez  presbítero. 

digo  y  declaro  que  yo  tengo  tres  sepolturas  terrizas  en  la  nave  e 
fuera  de  mi  capilla  ques  en  la  dicha  iglesia  catedral  la  vna  dellas  quiero 
la  aya  e  tome  para  si  Juan  chamico  gaRido  ministril  en  la  santa  igle- 
sia de  cordoua  a  quien  yo  se  la  tengo  dada  e  las  otras  dos  quiero  sean 
para  todos  los  dichos  mis  criados  que  por  este  mi  codizilio  declaro  que 
tengo  para  que  los  dichos  mis  criados  se  entierren  en  ellas  ellos  e  sus 
descendientes. 

y  en  todo  lo  demás  dejo  y  se  queda  en  su  fuerza  y  entero  vigor 
el  dicho  testamento  y  para  que  todo  lo  en  el  contenido  y  en  este  mi 
codizilo  se  guarde  y  cunpla  en  todo  e  por  todo  como  en  el  se  contiene 
y  se  lo  otorgue  ansi  ante  e  presente  escribano  y  testigos  fecha  e  otor- 
gada esta  carta  en  la  dicha  civdad  de  cordoua  a  diez  y  nuebe  dias  del 
mes  de  abril  de  mili  e  seiszientos  y  diez  y  seis  años  y  porque  dicho 
otorgante  dijo  no  puede  firmar  por  cavsa  de  su  enfermedad  lo  ffirmaron 
dos  testigos  en  el  rregistro  que  yo  e!  escribano  conozco  testigos  el  .li- 
zenciado pedro  de  arjona  y  el  lizenciado  don  Luis  fernandez  de  salas 
presbítero  y  bartolome  sanchez  canalejo  varbero  vezinos  de  la  dicha 
civdad  de  cordoua  ~=  pedro  de  arjona  =  Rubrica  bartolome  sanchez 
canalejo  =  Rubrica  =  gonzalo  fernandez  de  cordoua  escribano  pu- 
blico de  cordoua  =  derechas  dos  Reales  doy  fe  — 


11 


PROTOCOLO  DE  GONZALO  FERNANDEZ  DE  CORDOVA. — AÑO  1616 — folio 
CCCCLXXXI. 


Codicilo.—  Sepan  quantos  esta  carta  de  codizilio  vieren  como 
yo  garzialaso  ynga  de  la  bega  clérigo  vezino  de  la  civdad  de  cordoua 
en  la  collazion  de  santa  maria  estando  enfermo  del  cuerpo  e  sano  de  la 
boluntad  En  mi  buen  seso  juizio  memoria  y  entendimiento  natural 
tal  qual  dios  nuestro  señor  fue  serbido  de  me  dar  creyendo  como  ver- 
daderamente creo  En  el  misterio  de  la  santísima  trenidad  padre  y  hijo 
y  espíritu  santo  tres  personas  y  vn  solo  dios  verdadero  que  vive  y  rrey- 
na  por  sienpre  sin  fin  amen  y  en  todo  aquello  que  tiene  y  crehe  la  santa 
madre  iglesia  de  Roma  otorgo  e  conozco  y  digo  que  por  quanto  yo 
hize  y  otorgue  mi  testamento  ante  el  presente  escribano  y  ciertos  tes- 
tigos En  la  dicha  civdad  de  cordoua  a  diez  y  ocho  dias  deste  mes  de 
abril  y  año  de  la  fecha  desta  agora  por  este  mi  codizilio  declaro  y  or- 
deno lo  siguiente. 


—  201  — 


digo  que  por  vna  clavsula  del  dicho  mi  testamento  yo  nombro 
por  patronos  de  mi  capilla  de  las  animas  del  purgatorio  a  los  señores 
deán  y  cabildo  de  la  santa  iglesia  de  cordoua  declaro  que  el  dicho  pa- 
dronazgo  se  entienda  cabildo  pleno,  dinidades  canónigos  Razioneros 
enteros  e  medios  que  como  tales  patronos  cada  vno  año  nonbren«dos 
señores  benefiziados  que  sean  contadores  para  que  puedan  pedir  e 
tomar  quentasael  mayordomo  y  sacristán  de  la  dicha  mi  capilla  y  des- 
pués de  tomarlas  en  otro  cabildo  se  haga  Relazion  del  estado  de  la 
hazienda  y  de  como  se  a  cunplido  las  obligaziones  declaradas  en  el 
dicho  mi  testamento  y  en  el  dicho  segundo  cabildo  an  de  nonbrar  por 
votos  secretos  un  señor  benefiziado  del  dicho  cabildo  el  qual  a  de  ser 
.  administrador  por  tienpq  de  vn  año  que  vn  año  a  de  ser  vn  señor  canó- 
nigo y  otro  año  lo  a  de  ser  vn  señor  Racionero  y  en  este  cabildo  donde 
se  nonvrare  administrador  se  a  de  dar  ce  la  Renra  de  mi  hazienda  de 
*  administrazion  a  los  presentes  E  ynteresantes  dozientos  Reales  y  a  el 
administrador  que  cada  año  fuese  an  de  dar  ducados  de  propina  y  es- 
to suplico  a  los  señores  deán  e  cabildo  lo  aceten  en  esta  (forma  y  que 
asi  se  guarde  que  a  ello  siendo  necesario  les  doy  Entera  mano  e  poder 
cumplido  vastante  de  derecho  porque  asi  es  mi  boluntad. 

digo  y  declaro  que  demás  de  los  alvaceas  que  por  el  dicho  mi  tes- 
tamento nombre  y  nombro  agora  que  sea  mas  mi  aluacea  don  manvel 
cortes  de  mesa  canónigo  de  la  santa  iglesia  de  cordoua  al  qual  junta- 
mente con  los  demás  y  cada  vno  ynsolidun  cunplan  el  dicho  mi  testa- 
mento e  loen  el  contenido  y  en  los  dichos  mis  codicilios  y  memoriales 
que  dejare. 

quiero  y  es  mi  boluntad  que  después  que  yo  sea  fallezido  los  qua- 
tro  años  primeros  sea  administrador  de  la  dicha  capilla  e  coleturia  el 
lizenciado  andres  fernandez  de  bonilla  Racionero  de  la  santa  iglesia 
de  cordoua  al  qual  le  pido  lo  acete  y  vse  del  dicho  cargo  atento  quel 
sabe  mi  yntenzion  e  boluntad  y  lo  el  (he)  comunicado  con  el  y  para 
el  podello  ser  le  doy  entera  mano  poder  e  facultad  cunplida  y  hago 
este  nombramiento  en  la  mejor  manera  que  de  derecho  a  lugar. 

otro  si  digo  que  si  el  dicho  lizenciado  andres  fernandez  de  bonilla 
quisiere  dezir  misa  en  la  dicha  mi  capilla  la  diga  todos  los  días  e  años 
de  su  bida  y  sea  antepuesto  a  los  demás  sacerdltes  que  a  ella  binieren 
-  y  aya  y  llene  los  cinquenta  e  dos  maravedís  de  limosna  por  cada  vna 
que  dijere  como  lo  mando  por  el  dicho  mi  testamento  y  si  no  quisiere 
dezilla  tenga  entera  mano  e  facultad  de  nonbrar  vn  clérigo  sacerdote 
que  la  diga  llebando  la  dicha  limosna  porque  para  ello  le  doy  poder 
y  facultad  y   el  tal  nonvrado  sea  prebeligiado  y  antepuesto  a  otros. 

y  en  todo  lo  demás  dejo  y  se  queda  en  su  fuerza  y  entero  vigor 
el  dicho  testamento  y  codizilio  que  yo  asi  e  fecho  para  que  todo  lo  en 
ellos  contenido  y  en  este  mi  codizilio  se  guarde  y  cunpla  en  todo  como 
en  ellos  se  contiene  y  lo  otorgue  asi  ante  el  presente  escribano  y  tes- 
tigos que  es  fecha  y  otorgada  esta  carta  en  la  ciudad  de  cordoua  a 
veinte  dias  del  mes  de  abril  de  mili  e  seiszientos  e  diez  y  seis  años  a  el 


—  202  — 


otorgamiento  de  lo  qual  fueron  testigos  ffrancisco  Romero  mercader 
de  libros  y  miguel  de  herrera  mercader  y  alonso  de  herrera  y  Sebastian 
de  herrera  bezinos  de  cordoua  e  por  el  otorgante  firmaron  dos  testi- 
gos porque  dijo  q'  no  puede  firmar  por  cavsa  de  su  Enffermedad  a  el 
qual  yo  el  presente  escribano  conozco. — francisco  Romero — Rúbrica 
— testigo  Alonso  de  herrera — Rúbrica — gonzalo  fernandez  de  cordo- 
ua— derechos  Registro  escritvra  dos  Reales. 


III 


PROTOCOLO    DE  GONZALO  FERNANDEZ  DE  CORDOVA. — AÑO    161b.  folio 

ccclxxxii  vuelto. 


Codiciho. — Sepan  quantos  esta  carta  bieren  como  yo  garzia 
lazo  ynga  de  la  bega  clérigo  vezino  de  la  ciudad  de  cordoua  en  la  co- 
llazion  de  santa  maria  estando  enffermo  de  cuerpo  y  sano  de  la  bo- 
luntad  en  mi  vuen  seso  juizio  memoria  y  entendimiento  natural  tal 
qual  dios  nuestro  señor  fue  serbido  de  me  dar  creyendo  como  verda- 
deramente creo  en  el  misterio  de  la  santísima  trenidad  padre  y  hijo  y 
espíritu  santo  tres  personas  y  vn  solo  dios  verdadero  que  bibe  y  rreyna 
por  sienpre  sin  fin  amen  y  en  todo  aquello  que  tiene  y  crehe  la  santa 
madre  iglesia  de  Roma  otorgo  y  conozco  y  digo  que  por  quanto  yo 
hize  y  otorgue  mi  testamento  ante  el  presente  escribano  y  ziertos  tes- 
tigos en  la  dicha  ciudad  de  cordoua  a  diez  y  ocho  dias  de  este  mes  de 
abril  y  año  de  la  fecha  y  en  el  hize  ciertos  mandos  agora  por  este  mi 
codizilio  declaro  y  ordeno  lo  siguiente. 

digo  y  declaro  que  por  una  clavsula  del  dicho  mi  testamento  deje 
dispuesto  y  ordenado  que  en  mi  capilla  de  las  animas  de  purgatorio 
se  dijesen  todas  las  misas  que  se  pudiesen  dezir  y  se  diese  a  cinquenta 
y  dos  maravedís  de  limosna  a  cada  sacerdote  de  cada  vna  y  que  los  se- 
ñores deán  e  cabildo  de  la  santa  iglesia  de  cordoua  nonbrase  sacer- 
dotes que  les  dijesen  que  abran  de  ser  los  mas  virtuosos  proves  agora 
digo  y  declaro  que  los  sacerdotes  que  an  de  decir  misa  an  de  ser  los  q' 
los  nonbrare  el  administrador  que  cada  año  a  de  nonbrar  el  cauildo 
como  patrón  de  la  dicha  obra  pia  juntamente  con  el  dicho  don  ffran- 
cisco de  coRal  a  quien  yo  e  nonbrado  por  patrón  y  los  tales  sacerdo- 
tes nombrados  an  de  dezir  las  dichas  misas  como  fueren  acudiendo  a 
la  dicha  capilla  y  que  los  dichos  patronos  ayan  cumplido  con  nonbrar 
los  sacerdotes  que  les  ps.reziere  sin  que  vusquen  ni  sean  obligados  a 
saver  quales  son  mas  proves  ni  mas  virtuosos  porque  cualesquier  sa- 
cerdotes que  las  digan  las  dichas  misas  estoy  contento  porque  sino 


—  203  — 


acuJieren  los  tales  nonbrados  doy  entera  mano  y  ffacultad  a  el  sacris- 
tán ques  o  fuere  de  la  dicha  capilla  que  busque  otros  sacerdotes  que 
digan  las  dichas  misas  en  lugar  de  los  nonbrados  que  no  vbieren  be- 
nido 

digo  y  declaro  que  por  vna  clavsula  del  dicho  mi  testamento  yo 
nonvre  por  vno  de  mis  patronos  de  la  dicha  capilla  e  coleturia  de  mi- 
sas a  don  ffrancisco  de  coRal  caballero  de  la  orden  de  santiago  veinte 
y  quatro  de  cordoua  que  lo  fuese  durante  los  dias  de  su  bida  declaro 
quel  dicho  patronadgo  a  de  ser  por  los  dias  del  dicho  don  Francisco 
y  después  de  sus  dias  an  de  ser  patronos  juntamente  con  los  dichos 
señores  deán  y  cabildo  y  administrador  en  nombre  el  hijo  y  nieto  y 
bisnieto  y  los  demás  sucesores  de  linia  rreta  del  dicho  don  francisco 
de  coRal  que  tu\  icre  e  poseyere  mi  casa  y  mayoradgo  cada  vno  en  su 
tiempo  y  vno  en  pos  de  otro  para  sienpre  jamas  por  linia  rreta  de  ba- 
rón y  no  de  otra  manera. 

digo  \  declaro  que  cristoval  de  luque  bernaldino  presbítero  ve- 
zin  o  de  la  villa  de  m<  milla  acudido  a  la  cobranza  y  administrazion 
de  mi  hazienda  que  tengo  en  la  villa  de  montijla  sobre  el  estado  de 
pliego  agora  le  pido  que  mientras  bibiera  acuda  a  la  dicha  cobranza 
juntamente  con  el  mayordomo  que  fuere  de  la  dicha  capilla  anparan- 
do  a  mis  criados  que  yo  tubiere  e  dejare  como  lo  confio  y  estoy  zierto 
que  lo  hará  como  quien  es. 

digo  y  declaro  que  yo  soy  pal  ron  de  la  capellanía  que  doto  e  fun- 
do la  vuena  memoria  del  capitán  don  Alonso  de  bargas  e  figueroa  mi 
tío  que  se  sirve  en  la  iglesia  parroquial  del  señor  santiago  de  la  villa 
de  montilla  en  la  capilla  del  nacimiento  E  yo  como  tal  patrón  nonbre 
por  capellán  della  a  el  licenciado  Cristoval  de  luque  bernaldino  pres- 
bítero vezino  de  la  dicha  villa  y  conforme  a  la  fundazion  de  dicha  ca- 
pellanía tengo  facultad  de  nonbrar  patrón  de  ella  por  tanto  otorgo 
que  para  después  de  mis  días  nonvro  por  patrón  de  la  dicha  capella- 
nía a  el  dicho  lizenciado  cristoval  de  luque  bernaldino  para  que  sea 
tal  patrón  e  durante  su  bida  pueda  proveer  y  hazer  tal  nonbramíento 
de  capellán  todas  las  bezes  que  fuere  necesario  y  se  offresziere  y  des- 
pués de  la  dias  déla  bida  del  dicho  lizenciado  Cristoval  de  luque  ber- 
naldino quiero  y  nombro  por  patrón  de  la  dicha  capellanía  a  los  seño- 
res deán  y  cabildo  pleno  dinidades  y  canónigos  y  Racioneros  enteros 
y  medios  de  la  santa  iglesia  de  cordoua  para  que  como  tales  patronos 
puedan  vsar  e  vsen  del  dicho  cargo  nonbrando  el  capellán  e  capellanes 
que  sirban  la  dicha  capellanía  con  que  les  >uplico  y  pido  quel  capellán 
o  capellanes  que  sirban  la  dicha  capellanía  con  que  les  suplico  y  pi- 
do quel  capellán  o  capellanes  que  asi  fueren  nonbrados  por  el  dicho 
cabi'do  sean  naturales  de  la  villa  de  montilla  y  asistente  En  ella  el 
mas  diño  y  benemérito  que  se  hallare  poniendo  para  el  dicho  nonbra- 
miento  editos  En  la  dicha  villa  de  montilla  o  sea  preferido  el  mas 
prove  y  virtuoso  que  se  opusiere  el  qual  nonvramiento  hago  en  la 
mejor  manera  que  de  derecho  a  lugar. 


—  "204  — 


mando  que  den  a  beatriz  de  la  bega  my  criada  que  tengo  en  mi 
casa  rodo  el  aderezo  de  cozina  sartenes  calderos  cazos  asadores  mo- 
rillos y  ollas  de  cobre  alnafes  y  tinajas  y  mesa  de  banco  y  cadena  y 
quatro  sillas  de  granada  y  todo  el  lienzo  de  sabanas  colchones  y  almo- 
hadas y  camas  e  candiotas  y  bidrios  y  Redomas  y  todo  el  píete  y  be- 
driado  y  esteras  y  arcos  eceto  vna  las  que  quitare  el  lizenciado  andres 
fernandez  de  bonilla  Razionero  mi  albacea  lo  cual  le  mando  de  mas 
de  lo  que  le  tengo  mandado  por  mi  testamento  y  lo  mando  en  la  me- 
jor manera  que  de  derecho  a  lugar. 

mando  que  se  haga  quenta  con  gregorio  munoz  jurado  de  cordo- 
ua  y  con  los  herederos  de  Juan  gimenes  de  bonilla  En  Razón  de  los 
gastos  que  e  fecho  de  la  labor  de  las  capillas  y  lo  que  yo  les  alcanzare 
se  cobre  y  si  yo  debiere  algo  se  pague  y  para  le  hazer  de  la  quenta  lo 
cometo  a  el  lizenciado  andres  fernandez  de  bonilla  Razionero  de  la 
santa  iglesia  de  cordoua  vno  de  mis  albaceas  y  por  lo  que  hiziere  se 
este  y  pase. 

declaro  que  en  la  dicha  capilla  se  a  de  poner  ornamentos  y 
otras  cosas  pertenezientes  a  el  ornato  della  quiero  que  en  esto  se  este 
y  pase  por  lo  qua!  dicho  lizenciado  andres  fernandez  de  bonilla  orde- 
nare sin  que  ninguna  cosa  lo  ynpida  ni  baya  a  la  mano  dello  mis  patro- 
nes ni  albaceas  porque  yo  se  lo  remito  y  le  doy  entera  mano  y  facultad. 

y  en  todo  lo  demás  dejo  y  se  queda  en  su  ffuerza  y  entero  vigor 
de  dicho  testamento  y  codizilios  que  e  fecho  para  que  lo  contenido  en 
todos  ellos  y  en  este  codizilio  se  guarde  e  cunplan  y  lo  otorgue  asi  ante 
el  presente  escribano  y  testigos  fecha  e  otorgada  esta  carta  en  la  ciu- 
dad de  cordoua  a  veinte  y  vn  dias  del  mes  de  abril  de  mili  e  seiszientos 
e  diez  y  seis  años  testigo  el  lizenciado  pedro  ximenes  de  alcalá  pres- 
bítero y  luis  de  bargas  ministril  y  diego  ximenez  y  Juan  de  jaén  clé- 
rigo vezinos  de  cordoua  y  lo  firmaron  dos  testigos  por  el  otorgante 
porque  dijo  no  puede  firmar  por  cavsa  de  su  enfermedad  que  yo  el 
escribano  conozco — testado  sillas — entre  Renglones — estando — pedio 
ximenes  de  alcalá — Rúbrica — luis  de  vargas — Rúbrica — gonzalo 
fernandez  de  cordoua  escribano  publico  de  cordoua — Recibe  de  de- 
rechos dos  Reales  doy  fe. 


PROTOCOLO  DE  GONZALO  FERNANDEZ  DE  CORDOVA  — Año   1616 — folio 
CCCCLXXXV1I. 


Codicilo. — Sepan  quantos  esta  carta  de  codizilio  vieren  como 
yo  garzia  laso  de  la  bega  clérigo  vezino  que  soy  de  la  civdad  de  cordo- 
ua en  la  collazion  de  santa  maria  estando  enfermo  del  cuerpo  y  sano 


—  205  — 


de  la  boluntad  en  su  buen  seso  juizio  memoria  y  entendimiento  na- 
tural tal  qual  dios  nuestro  señor  fue  serbido  de  me  dar  creyendo  co- 
mo verdaderamente  en  el  misterio  de  la  santísima  trenidad  padre  y 
hijo  y  espíritu  santo  tres  personas  y  vn  solo  dios  verdadero  que  vibe 
y  rreyna  por  siempre  sin  fin  amen  y  en  todo  aquello  que  tiene  y  cre- 
he  la  santa  madre  iglesia  de  Roma  otorgo  y  conozco  y  digo  que  por 
quanto  en  diez  y  ocho  dias  de  este  mes  de  abril  y  año  de  la  fecha  yo 
hize  e  otorgue  mi  testamento  ante  el  presente  escribano  y  ziertos  tes- 
tigos por  el  qual  hize  ziertas  mandas  y  legados  agora  por  esta  carta 
de  mi  codizilio  declaro  y  ordeno  lo  siguiente. 

digo  y  declaro  que  por  vna  clavsula  de  mi  testamento  yo  dejo 
por  mis  patronos  de  la  capilla  y  coletuda  de  misas  de  las  animas  de 
purgatorio  costruta  En  la  santa  iglesia  de  cordoua  a  los  señores  deán 
e  cabildo  pleno  de  la  santa  iglesia  de  cordoua  y  a  don  ¡"francisco  de 
coRal  caballero  de  la  horden  de  santiago  por  los  dias  de  su  bida  y  por 
otra  clavsula  de  vn  codicilio  que  hize  declare  que  el  dicho  patronadgo 
fuese  por  los  dias  de  la  vida  del  dicho  don  francisco  y  de  su  hijo  y  nietos 
y  descendientes  por  linia  Reta  de  barón  que  poseyesen  su  casa  e  ma- 
yoradgo  vno  en  pos  de  otro  como  mas  largamente  se  declara  por  el 
dicho  testamento  y  codizilios  y  por  lo  que  ambos  hiziesen  se  estuviere 
agora  por  este  mi  codizilio  declaro  que  si  algún  censo  o  censos  de  los 
ynpuestos  o  que  se  ynpusieren  adelante  o  que  sea  para  conprar  ha- 
zienda  o  posesiones  o  para  el  nonbramiento  de  sacerdotes  que  digan 
misas  En  la  dicha  mi  capilla  o  para  el  gasto  de  la  fabrica  della  o  para 
el  ber  y  visitar  de  la  dicha  capilla  e  tomare  las  quentas  e  nonbramiento 
de  mayordomo  y  todo  lo  demás  del  pro  y  benefizio  de  la  dicha  capilla 
coleturia  de  misas  que  dejo  fundadas  este  y  pase  por  lo  que  los  dichos 
dos  mis  patronos  dijeren  conbiene  se  haga  y  los  dichos  señor  deán  e 
cabildo  pleno  y  administrador  en  su  nonbre  y  el  dicho  don  ffrancisco 
de  coRal  y  sus  sucesores  que  son  y  fueren  como  tales  patronos  no  se 
conformaren  en  cualquier  caso  o  cosa  que  se  offresca  asi  de  las  decla- 
radas en  el  dicho  mi  testamento  como  en  las  que  adelante  se  offrezie- 
ren  En  tal  caso  por  evitar  pleitos  debates  y  diferenzias  que  se  podrían 
offrezer  quiero  y  es  mi  boluntad  por  que  lo  en  razón  de  qualquier  cosa 
e  de  todo  ello  se  este  y  pase  por  lo  que  dijere  hordenare  y  determinare 
los  dichos  señores  deán  e  cabildo  pleno  por  lo  que  asi  hiziere  y  orde- 
nare asi  En  todo  lo  susodicho  como  en  nonbrar  depositario  para  el 
dinero  que  se  rredimiere  e  lo  vbiere  quiere  se  este  y  pase  en  el  dicho 
caso  de  discordia  por  lo  cual  dicho  cabildo  hordenare  porque  asi  es 
mi  determinada  voluntad. 

y  en  todo  lo  demás  dejo  y  se  queda  en  su  ffuerza  e  bigor  el  dicho 
mi  testamento  y  codizilios  que  asi  e  fecho  y  otorgado  para  que  todo 
lo  en  ellos  contenido  y  en  este  mi  codizilio  y  declaración  se  guarde  y 
cunpla  como  en  el  se  contiene  y  lo  otorgue  asi  ante  el  escribano  pu- 
blico del  numero  de  cordoua  y  testigos  de  yuso  escritos  que  es  fecha  e 
otorgada  esta  carta  En  la  civdad  de  cordoua  a  veinte  y  dos  dias  del 


—  206  — 


mes  de  abril  de  mili  e  seiszientos  e  diez  y  seis  años  siendo  presentes 
por  testigos  el  lizenciado  miguel  perez  canas  beras  presbítero  vezino 
de  la  villa  de  montilla  y  andres  de  atenzia  e  ffrancisco  sebillano  E 
Juan  de  campos  estudiante  vezinos  de  la  civdad  de  cordoua  e  porquel 
otorgante  dijo  que  no  puede  ffirmar  por  cavsa  de  su  enfermedad  lo 
firmaron  dos  testigos  en  el  rregistro  a  el  qual  yo  el  presente  escribano 
conozco — Miguel  perez  cañas  veras— Rúbrica — Andres  de  atencia 
Rúbrica— gonzalo  fernandez  de  cordoua  escribano  publico  De  cor- 
doua Recibí  de  derechos  rregistro  escritura  dos  Reales. 


 «%»  


INVENTARIO 


PROTOCOLO  DE  GONZALO  FERNANDEZ  DE  CORDON' A — Año   1616 — folíO 
DI. 


Ynbentario. — En  la  civdad  de  cordoua  a  veinte  y  seis  dias  del 
mes  de  abril  de  mili  e  seiszientos  y  diez  y  seis  años  ante  Luis  abarca 
alcalde  hordinario  dé  la  dicha  civdad  de  cordoua  por  don  juan  de  guz- 
man  corregidor  de  la  dicha  civdad  de  cordoua  y  su  tierra  por  el  Rey 
nuestro  señor  parezieron  don  ffrancisco  de  coRal  caballero  de  la  hor- 
den  de  santiago  veinte  y  quatro  de  cordoua  y  el  lizenciado  andres 
fernandez  de  bonilla  Razionero  de  la  santa  iglesia  de  cordoua. 

y  dijeron  que  garzia  laso  de  la  bega  clérigo  vezino  de  cordoua  hizo 
e  otorgo  su  testamento  ante  el  presente  escribano  y  codizilios  por  los 
quales  les  nombro  por  sus  albaceas  y  que  son  benidos  a  hazer  ynben- 
tario de  los  vienes  que  dejo  atento  que  es  fallesziclo  y  pasado  desta 
presente  vida  por  tanto  En  la  mejor  manera  via  e  fforma  que  pueden 
y  a  lugar  a  derecho  atento  que  a  tres  dias  quel  dicho  garzia  laso  de  la 
bega  falleszio  hacían  y  hizieron  el  dicho  ynbentario  por  la  horden  e 
fforma  siguiente. 

un  plato  entre  mediano  de  plata 

vna  salvilla  de  plata  dorada 

vn  salero  de  plata  sobredorada 

dos  pimenteros  de  plata  dorados 

vn  azucarero  de  plata. 

vna  sortija  de  horo  esmaltada  con  una  piedra  de  diamante 
vn  Relox  con  su  campanilla  y  pesas  y  caja  de  madera  y  clavos 
para  cogallo 

vna  escritura  de  censo  contra  los  bienes  de  su  excelencia  el  señor 
marques  dé  pliego  de  contia  de  siete  mili  y  dozientos  ducados  de  prin- 
cipal la  qual  escritura  paso  ante  benito  cruz  escribano  publico  de  se- 


—  208  — 


billa  su  fecha  a  siete  dias  del  mes  de  marzo  del  año  pasado  de  mili  e 
quinientos  y  sesenta  e  vno  años. 

otra  escritura  de  censo  contra  los  bienes  de  su  escelencia  el  señor 
marques  de  pliego  de  contia  de  dos  mili  y  hochocientos  ducados  de 
principal  y  paso  escritura  ante  Rodrigo  fernandez  escribano  publico 
de  montilla  su  fecha  a  siete  dias  del  mes  de  henero  del  año  pasado  de 
mili  e  quinientos  y  sesenta  y  dos  años. 

otra  escritura  de  censo  contra  Juan  abarca  de  caRion  boticario 
y  andres  abarca  de  paniagua  presbítero  vezinos  de  cordoua  de  contia 
de  dozientos  e  cinquenta  y  cinco  mili  maravedís  de  principal  De  que 
paso  escritura  ante  alonso  Rodríguez  de  la  cruz  escribano  publico  de 
cordoua  su  fecha  En  la  dicha  ciudad  de  cordoua  a  veynte  e  nuebe  días 
del  mes  de  mayo  del  año  pasado  de  mili  y  seiszientos  e  vno  años 

otra  escritura  de  censo  de  seis  mili  Reales  de  principal  ynpuesto 
sobre  bienes  de  anton  garzia  de  pineda  clérigo  presbítero  diffunto  ve- 
zíno  de  cordoua  que  paso  ante  gonzalo  de  palma  escribano  publico 
de  cordoua  su  fecha  a  veynte  y  nuebe  dias  del  mes  de  agosto  del  año 
pasado  de  mili  e  seiszientos  y  onze  años  Los  quales  dichos  censos 
están  en  favor  de  garzia  laso  de  la  bega. 

vna  escritura  de  obligación  otorgada  por  doña  ysabel  de  carabajal 
mujer  de  alonso  de  hinestrosa  vezina  de  badajoz  en  que  se  obligo  de 
pagar  a  garzia  laso  de  la  bega  treszientos  y  cinquenta  ducados  la  qual 
paso  ante  garzia  alonso  escribano  publico  de  la  dicha  civdad  de  bada- 
joz su  fecha  en  ella  quatro  dias  del  mes  de  noviembre  del  año  pasado 
de  mili  e  quinientos  y  setenta  y  quatro  años. 

una  escritura  de  poder  e  cezion  en  cavsa  propia  otorgada  por 
alonso  Rodríguez  de  sanabia  como  tutor  de  doña  gerónima  de  la  bega 
y  alonso  de  sanabia  en  que  le  dieron  poder  para  cobrar  de  la  hazienda 
de  don  alonso  de  bargas  treszientos  e  sesenta  e  siete  mili  y  hochocien- 
tos marabedis  la  qual  paso  ante  sancho  garzia  escribano  publico  de 
badaxoz  su  fecha  en  ella  a  diez  y  seis  de  jullio  del  año  pasado  de  mili 
y  quinientos  y  ochenta  e  seis  años. 

vna  escritura  de  testamento  otorgada  por  don  alonso  de  bargas 
capitán  de  su  magestad  que  paso  ante  Juan  martinez  de  cordoua  es- 
cribano publico  de  montilla  su  fecha  en  montilla  en  diez  dias  de  marzo 
del  año  pasado  de  mili  y  quinientos  y  setenta  años. 

vna  escritura  de  concordia  otorgada  por  garzia  laso  de  la  bega 
y  alonso  diaz  de  balcazar  vezino  de  la  villa  de  las  posadas  para  quel 
dicho  garzia  laso  cobrase  ziertos  marabedis  la  qual  paso  ante  alonso 
Rodríguez  de  la  cruz  escribano  publico  su  fecha  a  veinte  y  ocha  dais 
del  mes  de  agosto  del  año  pasado  de  mili  e  quinientos  e  noventa  e  dos 
años. 

vna  escritura  por  la  qual  el  señor  Don  fray  diego  de  mardones 
obispo  de  cordoua  vendió  a  garzia  laso  de  la  bega  vna  capilla  En  la 
iglesia  catedral  de  cordoua  la  qual  paso  ante  el  presente  escribano  su 


—  209  — 


lecha  en  la  dicha  civdad  a  diez  y  ocho  de  setienbre  de  mili  e  seiszientos 
y  doze  años. 

vna  escritura  de  testamento  otorgada  por  don  alonso  de  bargas 
capitán  de  su  magestad  ques  treslado  sinple. 

vna  escritura  otorgada  por  don  felipe  basques  de  vreta  escultor 
vezino  de  cordoua  en  que  se  obligo  de  hacer  la  hechura  de  vn  cristo 
para  la  capilla,  del  dicho  garzia  laso  la  cual  paso  ante  el  presente  es- 
cribo en  nuebe  de  jullio  de  mili  e  seiszientos  y  año  catorze  años  y  en. 
ella  están  cartas  de  pago  de  lo  que  a  Recibido  el  dicho  felipe  bazquez. 

otra  escritura  otorgada  por  francisco  Romero  librero  y  el  dicho 
garzia  laso  por  la  qual  el  dicho  francisco  Romero  se  obligo  de  ynpri- 
mir  un  libro  segunda  parte  de  comentarios  Reales  que  paso  ante  el 
presente  escribano  en  veinte  y  tres  de  otubre  de  mili  e  seiszientos  y 
catorze  años  y  en  ella  están  cartas  de  pago  de  lo  que  a  Recivido  el  di- 
cho francisco  Romero 

otra  escritura  otorgada  por  gazpar  martinez  cerrajero  y  el  dicho 
garzia  laso  de  la  bega  en  quel  dicho  gaspar  martinez  se  obligo  de  hazer 
vna  Reja  para  la  capilla  del  dicho  garzia  y  paso  ante  el  presente  es- 
cribano su  fecha  en  cinco  de  marzo  de  mil  seiszientos  y  catorze  con 
cartas  de  pago  en  ella  de  lo  que  a  Recibido  el  dicho  gazpar  martinez 
ceRajero. 

vna  cédula  del  lizenciado  andres  Rodríguez  de  bonilla  Racio- 
nero de  la  santa  iglesia  de  cordoua  por  la  qual  Recibió  en  deposito 
del  dicho  garzia  laso  de  la  bega  cinco  mili  y  dozientos  e  treinta  e  vn 
Reales  y  medio  En  Reales  de  plata  y  escudos  de  horo  su  fecha  de  la 
dicha  cédula  en  veinte  y  vn  dias  deste  mes  de  abril  y  año  de  la  fecha. 

dos  colchones  de  lienzo  con  lana 

quatro  sabanas  de  Rúan 

otras  quatro  sabanas  de  lienzo  casero 

dos  cobertores  vlancos 

dos  almohadas  blancas  labradas  de  seda  carmesí. 

otras  dos  almohadas  de  lienzo  casero  traydas 

quatro  colchones  de  lienzo  de  cama  de  criados 

seis  cobertores  para  las  camas  de  Los  criados 

cinco  sabanas  de  lienzo  para  la  cama  de  los  criados 

quatro  almohadas  para  la  cama  de  los  criados 

un  paño  azul  y  otro  paño  de  escarlatina  para  camas  de  criados 

diez  y  ocho  fanegas  de  trigo  poco  más  o  menos 

quatro  tinajas  pequeñas 

quatro  candiotas  dos  grandes  e  dos  pequeñas  con  algún  bino 

tocino  y  medio  de  cordoua 

vna  tinaja  con  aceitunas 

cinco  panos  de  corte  de  boscaje 

dos  panos  de  corte  de  lampazos 

vn  escritorio  grande  con  un  píe 

vn  coffre  baReteado 


—  210  — 


tres  arcas  entre  medianas  de  borne 

otras  tres  arcas  de  madera 

dos  arcas  biejas 

vna  escribanía  de  camino 

cinco  camas  de  madera  de  tablas  con  dos  bancos  cada  vna 

seis  sillas  grandes  negras 

quatro  sillas  granadinas 

tres  mesas  de  banco  y  cadena 

dos  bufetes  de  nogal 

vn  aRima  de  madera  con  dos  bancos  y  tablas 

dos  escabelillos 

vn  taburete 

vna  artesa 

vna  tabla  de  horno 

vn  estante  de  poner  papeles 

dos  atriles 

vn  atril  de  pie 

vna  media  hanega  con  su  Raedera 

vna  pala  para  trigo 

tres  sartenes 

vn  dormillo  de  cobre 

vn  cazo  pequeño  de  cobre 

dos  calderas  vna  grande  y  una  pequeña 

dos  cubos  de  madera 

tres  asadores 

tres  candiles 

vn  candelero  de  axofar 

dos  alnafes  de  hieRo 

dos  ollas  de  cobre 

vna  cobertera  de  cobre 

vna  cuchara  de  hieRo 

dos  escaleras  de  madera 

vna  azada  y  vn  azadón 

vn  Rodillo  sin  astil 

vn  jocino 

vna  cuchara  de  deRetir  plomo 

vn  Rallo  para  hazer  perdigones 

dos  moldes  para  hazer  perdigones 

quatro  moldes  para  hazer  pelotas 

vna  talega  con  algunos  hieRos  de  alcabuz 

vn  frasco  de  cuerno  blanco  gravado  con  su  cordón 

otro  ffrasco  de  cuerno  con  su  cordón 

dos  ffrasquillos  de  hieRo  para  polvorín 

dos  bolsas  para  el  campo  que  echan  perdigones 

dos  alcabuces  de  Rueda  el  vno  de  dos  gatillos 

vna  ballesta  de  bodoques  con  sus  gaffas  . 


—  211  — 


vn  al  tange  pequeño 
vna  hacha  de  arma* 
vna  celada  grabada 
vna  bisarma 

vna  montera  con  casco  dentro 

vna  corneta  grande  de  montero  con  cordón 

vn  caenadillo  con  seis  tornillos  e  aldaba 

vnas  espuelas  con  coReas  negras 

siete  esteras  de  esparto 

niñeo  camisas  de  lienzo 

zinco  canarios  con  sus  aveesorios  jaulas  vazias 
veinte  y  tres  platos  de  plata 

y  los  dichos  don  ffrancisco  de  coRal  y  lizenciado  andres  Rodrí- 
guez de  bonilla  Razionero  de  la  santa  iglesia  de  cordoua  como  tales 
albazeas  ante  el  dicho  luis  abarca  alcalde  hordinario  en  cordoua  dije- 
ron q'  hazian  e  hizieron  ynventario  publico  E  solene  de  todos  Los  di- 
chos bienes  papeles  y  escrituras  q'  sean  hallado  en  casa  del  dicho  gar- 
zia  laso  de  la  bega  y  por  sus  bienes  hazian  e  hizieron  el  dicho  ynven- 
tario publico  y  solene  y  Juraron  por  dios  y  por  santa  maria  e  por  la 
señal  de  la  cruz  y  En  forma  de  derecho  queste  ynventario  es  zierto  e 
verdadero  y  cada  e  quando  a  su  notizia  biniere  aver  dejado  mas  bie- 
nes los  pondrán  por  ynventario  y  harán  otro  de  nuebo  y  lo  pidieron 
por  testimonio  y  el  dicho  alcalde  se  lo  mando  dar  y  yo  el  escribano  se 
lo  di  en  el  dicho  dia  mes  y  año  dicho  y  los  dichos  albaceas  pidieron  que 
se  de  en  deposito  a  f francisco  sebillano  clerico  vecino  de  cordoua  en  la 
collazion  de  santa  maria  criado  del  dicho  garzia  laso  de  la  bega  otor- 
go que  de  todos  los  dichos  vienes  y  escrituras  según  dicho  es  Enbin- 
tariados  otorgo  que  se  constituía  e  constituyo  por  depositario  dellos 
de  los  quales  vienes  y  escrituras  se  gun  dicho  es  se  otorgo  por  contento 
pagado  y  entregado  a  toda  su  boluntad  sobre  lo  qual  Renunzio  la 
esebzion  de  la  cosa  no  bista  derechos  y  leyes  de  la  entrega  prueba  e 
paga  della  como  en  ella  se  contiene  y  los  otros  derechos  y  leyes  que 
desto  tratan  y  se  obliga  de  tener  los  dichos  bienes  en  deposito  y  de 
manifiesto  y  de  dallos  a  quien  y  cada  quando  por  la  juzticia  desta 
civdad  le  fueron  pedidos  y  demandados  e  por  otro  juez  y  no  dándolos 
pagare  su  balor  y  mas  caer  E  yncuRir  en  las  penas  de  los  deposita- 
rios que  no  dan  quenta  de  los  depósitos  que  son  a  su  cargo  y  para  ello 
obligo  su  persona  y  bienes  E  por  espezial  y  espresa  obligación  y  por 
ella  el  que  tiene  para  conprar  de  la  hazienda  del  dicho  garzia  laso  de 
la  bega  dozeientos  ducados  que  le  mando  por  su  testamento  para  no 
disponer  dellos  si  no  ffuere  con  el  cargo  desta  ypoteca  e  puedan  ser 
exigidos  en  poder  de  qualquier  tercero  poseedor  y  la  obligazion  espe- 
zial no  perjudique  a  la  general  ni  por  el  contrario  dio  poder  a  las  jus- 
tizias  de  su  magestad  para  su  execucion  paga  y  cunplimiento  como 
por  cosa  pasada  en  cosa  juzgada  y  Renunzio  las  leyes  de  su  defensa  y 
1  a  general  e  confeso  ser  mayor  de  beynte  e  cinco  años  e  no  tener  padre 


—  212  — 


tutor  ni  curador  y  que  Rige  su  persona  como  persona  libre  y  firmo  el 
dicho  alcalde  y  alhaceas  y  depositario  a  los  quales  yo  el  escribano 
conozco  siendo  testigos  Juan  de  campos  estudiante  y  Juan  lopez  cas- 
tellano y  diego  de  bargas  vezinos  de  cordoua  y  andres  martin  naba- 
Ro  vezino  de  montilla  estanteen  cordoua — testado  r  p  r — luis  de 
abarca  alcalde — Rúbrica — Don  francisco  ¿e  Corral  Rúbrica— lizen- 
ciado  Andres  de  bonilla — Rúbrica  francisco  seuillano — Rúbrica  Gon- 
zalo fernandez  de  cordoua  escribano  publico  de  cordoua. 

En  la  civdad  de  cordoua  a  veinte  y  seis  dias  del  mes  de  abril  de 
mil  seiszientos  y  diez  y  seis  años  ante  luis  abarca  alcalde  ordinario 
de  la  civdad  de  cordoua  por  don  Juan  de  guzman  coRegidor  de  la  di- 
cha civdad  de  cordoua  y  su  tierra  por  el  rrey  nuestro  señor  pareszio 
el  lizenciado  andres  fernandez  de  bonilla  Razionero  de  la  santa  iglesia 
de  cordoua  y  vezino  della  y  dijo  q'  garzia  laso  ynga  de  la  bega  cleri§o 
vezino  de  cordoua  en  el  testamento  que  hizo  y  otorgo  ante  el  presente 
escribano  de  bajo  de  el  qual  falleszio  por  una  clausula  del  deja  horde- 
nado  que  todos  los  memoriales  que  parezieren  firmados  de  su  nonbre 
o  del  lizenciado  andres  fernandez  de  bonilla  Racionero  se  guardasen 
y  cunpliesen  como  si  fuese  escrito  en  su  testamento  quel  dicho  garzia 
laso  hizo  e  ordeno  vn  memorial  de  cosas  que  queria  se  guardase  y  por 
que  no  podia  firmar  Rogo  a  el  dicho  lizenciado  andres  fernandez  de 
vonilla  lo  firmase  por  El  cual  lo  ysibio  y  presento  ante  el  dicho  alcal- 
de; y  =  atento  que  fue  la  boluntad  del  dicho  garzia  laso  de  la  bega 
pidió  a  el  dicho  alcalde  mando  se  guarde  y  cumpla  y  q'  del  se  den  todos 
los  traslados  que  se  pydieren  E  jura  por  dios  y  santa  maria  en  forma  de 
derecho  ser  todo  lo  contenido  en  el  dicho  memorial  zierto  e  verdadero 
y  que  fue  la  boluntad  del  dicho  garzia  laso  de  la  bega  e  pidió  justizia 
su  tenor  del  dicho  memorial  dize  asi — Lizenciado  andres  de  bonilla. 

El  dicho  luis  abarca  alcalde  hordinario  en  cordoua  abiendo  bisto 
el  dicho  pedimiento  y  juramento  y  memorial  mando  que  todo  lo  con- 
tenido em  el  dicho  memorial  se  guarde  cunpla  y  ejecute  por  ultima 
boluntad  del  dicho  garzia  laso  de  la  bega  y  que  del  se  den  todos  los 
traslados  que  se  pidieren  en  los  quales  y  en  esto  dijo  que  ynterponia 
e  ynterpuso  su  decreto  y  autoridad  judizial  para  que  valga  y  haga  fe 
en  juizio  y  ffuera  del  y  ansi  lo  proveyó  E  mando  y  lo  firmo  siendo 
testigos  Juan  de  canpos  estudiante  y  ffrancisco  sebillano  vezinos  de 
cordoua  y  andres  martin  navaRo  vezino  de  montilla  estante  en  cor- 
doua— luis  de  abarca — Rúbrica — gonzalo  fernandez  de  cordoua  es- 
cribano de  cordoua — deue  los  derechos  El  memorial  obra,  después 
de  las  diligencias  anteriores,  unido  al  mismo  protocolo,  en  el  folio 
DV1 — y  dice  asi: 


MEMORIAL 


QUE  IO  GARC1LASO  INCA  DE  LA  VEGA  QUIERO  SE  GUARDE  COMO  MI  TES 
TAMENTO. 


Digo  y  declaro  que  lo  que  pasa  en  el  negocio  alonso  diaz  de  velca- 
zar  becino  de  las  posadas  i  rejidor  del  dicho  pueblo  es  lo  que  se  sigue 
que  io  tube  amistad  con  gonzalo  silvestre  su  tio  dende  el  año  de  mil  i 
quinientos  i  cinquenta  i  dos  poco  mas  o  menos  i  en  todo  este  tiempo 
fue  mi  deudor  siempre  porque  gastava  muncho  i  no  le  vastava  su 
hacienda  i  asi  quando  murió  me  devia  ochocientos  ducados  por  escri- 
tura publica  la  cual  escritura  con  otras  dos  cédulas  firmadas  de  mano 
del  dicho  gonzalo  silvestre  el  qual  me  pidió  las  cédulas  i  que  me  queda- 
re con  la  escritura  que  casi  contenia  lo  propio  que  las  cédulas,  un  dia 
de  aquellos  me  enbio  a  pedir  las  cédulas  i  q'  me  quedase  con  la  escri- 
tura i  io  por  hacerle  amistad  le  enbie  las  cédulas  i  la  escritura  i  se  las 
llevo  el  dicho  alonso  diez  de  velcazar  su  sobrino  i  viéndose  Libre  de 
esta  deuda  caso  con  ella  al  dicho  Alonso  diaz  i  le  dio  quanto  tenia  para 
pagarme  a  mi  i  todo  esto  jurara  ser  verdad  el  dicho  alonso  diaz  que 
era  ministro  i  farante  de  una  parte  a  otra — mando  que  se  siga  i  hagan 
dilijencias  donde  conviniere  y  se  procuren  cobrar  estos  ochocientos 
ducados  haciendo  para  ello  todas  las  diligencias  que  convengan  i  asi 
lo  mando  i  es  mi  boluntad. 

iten  mando  se  den  cinquenta  reales  a  el  padre  frai  Pedro  ximenez 
religioso  de  la  orden  de  san  francisco. 

Digo  que  io  le  di  para  que  me  guardase  en  esta  mi  enfermedad  a 
el  racionero  andres  de  bonilla  cierta  cantidad  de  dineros  en  oro  i 
plata  como  costava  por  una  cédula  que  hizo  del  recibo  quiero  i  es  mi 
voluntad  que  aquella  cantidad  no  se  gaste  ni  consuma  sino  que  se  in- 
ponga en  renta  para  mas  aumento  de  mi  obra  pia. 

es  mi  voluntad  de  perdonar  i  perdono  a  francisco  de  zea  impresor 
de  libros  lo  que  pareciere  deverme  por  una  cédula  que  contra  el  tengo 


i  mando  no  se  le  pida  antes  se  le  entregue  la  dicha  cédula  i  esto  por 
le  hacer  bien  e  Limosna. 

mando  se  de  luto  a  todos  los  criados  de  mi  casa  i  por  la  buena 
voluntad  que  tengo  a  Juan  chamico  ministril  de  la  santa  iglesia  de 
cordoua  se  le  de  Luto  si  lo  quisiere. 

Digo  que  en  la  deuda  que  deve  Juan  Abarca  de  rastra  de  los  co- 
rridos del  censo  que  contra  el  tengo  que  se  este  i  pase  por  lo  que  ffran- 
cisco  sebillano  dijere  esta  asentado  en  el  libro  de  quenta  que  con  el 
dicho  Juan  abarca  tengo  en  que  están  todas  las  partidas  recibidas  des- 
de La  ultima  carta  de  pago  que  io  di  hasta  que  10  muera. 

iten  por  quanto  io  dejo  nonbrados  dos  maiordomos  de  mi  capilla 
para  que  el  primero  sea  francisco  sevillano  i  después  de  el  a  Sebastian 
de  herrera  vecino  de  cordova  aora  declaro  quiero  i  es  mi  boluntad  que 
después  de  estos  dos  maiordomos  sea  maiordomo  mi  compadre  Juan 
chamico  ministril  de  la  santa  iglesia  de  cordova  sin  que  por  este  non- 
bramiento  pare  perjuicio  a  los  dos  primeros  nombrados  i  que  en  caso 
que  el  suso  dicho  sea  maiordomo  sea  obligado  a  dar  fianza  a  conten- 
te de  los  señores  patronos  de  mi  capilla  i  obra  pia  i  todas  las  cosas 
contenidas  en  este  memorial  quiero  i  es  mi  boluntad  se  cunplan  y 
guarden  como  mi  testamento  fecho  en  cordova  a  benti  dos  dias  del 
mes  de  abril  de  mil  seiscientos  i  dieciseis  años  y  porque  io  el  dicho  gar- 
ci  laso  inca  de  la  vega  agravado  por  la  enfermedad  no  puedo  firmar 
ruego  i  pido  a  el  Racionero  Andrés  de  bonilla  firme  este  memorial 
por  mi  1  en  mi  nonbre — Licenciado  Andrés  de  bonilla — Rubrica 





ORDENANZA  1) 

de  Tambos  y  Caminos  reales  Expedida  por  el 
Licenciado  Don  Cristóbal    Vaca  de  Castro 
Comisionado  Regio  ante  los  gobernadores 
de  Nueva  Castilla  y  Nueva  Toledo. 
.   Año  de  1543., 


tlj  Por  el  subido  valor  histórico  que  tiene  este  documento  de  los  pri- 
meros años  de  la  Conquista,  con  cuyos  datos  se  puede  reconstruir  la  red  vial 
délos  Incas,'y,"en'gran  parte,  el  mapa  administrativo  del  Imperio,  lo  damos 
como  valisso  apéndice  a  la  obra  del  primer  historiador  clásico  del  Perú. 


ORDENANZAS  DE  TAMBOS  DISTANCIAS  DE  UNOS  A 
OTROS,  MODO  DE  CARGAR  LOS  INDIOS  Y  OBLIGA- 
CIONES DE  LA  JUSTICIAS  RESPECTIVAS  HECHAS  EN 
LA  CIUDAD  DEL  CUSCO  EN  31  DE  MAYO  DE  1543. 


En  la  Ciudad  del  Cusco  de  estos  Reynos  del  Piru  en  primero  dia 
del  mes  de  Junio  año  del  Nascimiento  de  nuestro  Salbador  Jesu- 
Christo  de  mil  y  quinientos  y  quarenta  y  tres  años  estando  juntos  en 
Cabildo  y  Ayuntamiento  el  Ilustre-Señor  Licenciado  Cristóbal  Baca 
de  Castro  Cavallero  de  la  Orden  de  Santiago  del  Consejo  Real  de 
S.  M.  su  Governador  y  Capitán  General  en  estos  Reynos  y  Provincias 
de  la  Nueba  Castilla  y  nueboTok-do  llamado  Piru  &a.  Y  los  Señores 
Justicia  y  Regidores  de  la  dicha  Ciudad  como  lo  han  de  uso  y  de  cos- 
tumbre de  se  ayuntar  para  las  cosas  tocantes  y  cumplideras  al  servicio 
de  S,  M.  y  bien  y  pro  común  de  la  dicha  ciudad  conviene  a  saver  el 
Licenciado  Antonio  de  La  Gama  Teniente  General  y  Gavriel  de  Rojas 
y  Pedro  de  los  Rios.  Alcaldes,  y  Antonio  Altamirano.  y  Francisco 
Maldonado.y  Diego  Maldonado  de  Alamos.  Regidores,  y  en  presen- 
cia de  mi  Gomes  de  Chaves,  Escrivano  Publico  y  del  Concejo  de  la 
dicha  ciudad  el  dicho  Señor  Governador  dijo:  que  por  quanto  en  estos 
dichos  Reynos  ha  ávido  y  ay  gran  diminución  de  los  Indios  naturales 
ansi  por  estar  los  Tambos  de  los  caminos  despoblados  y  ansi  los  de  la 
Sierra  como  los  de  los  Llanos  y  también  por  los  cargar  como  los  han 
cargado  hasta  ahora  y  en  mucho  numero  y  con  cargas  exesibas  y  lar- 
gas jornadas  por  los  vecinos  estantes  y  avitantes  en  estos  dichos  Rey- 
nos  y  por  otros  daños  y  malos  tratamientos  y  robos  que  les  hacen  su 
señoría  en  cumplimiento  de  lo  que  para  el  remedio  de  ello  S.  M.  le 
mando  y  encargo  aviendolo  vien  visto  y  mirado  informadose  de  los 
muchos  males  y  daños  que  sobre  ello  ha  ávido  y  de  los  remedios  que 
para  ello  se  devian  poner  havia  hecho  ciertas  ordenanzas  las  quales 
el  les  mostraba  para  que  les  constase  de  la  utilidad  y  provecho  que 
de  ellas  se  seguia  en  bien  y  conservación  de  la  tierra  y  naturales  de 


-  218  — 


ella  quales  quería  mandar  pregonar,  cumplir,  y  executar  su  tenor  de 
las  quales  son  las  siguientes 

El  Lisenciado  Christobal  Baca  de  Castro  Cavallero  de  la  Orden 
de  Santiago  del  Consejo  Real  de  S.  M.  Governador  y  Capitán  Gene- 
ral en  estos  Reynos  y  Provincias  de  la  Nueva  Castilla  y  Nueba  Toledo 
llamado  Piru  por  S.  M.  82a.  Por  quanto  en  estos  dichos  Reynos,  y 
Provincias  ha  ávido  y  ay  gran  diminución  de  los  Indios  Naturales  y 
assi  lo  he  visto  por  vista  de  ojos  hiñiendo  de  la  Ciudad  de  Quito  a  esta 
Ciudad  del  Cusco  por  los  llanos  y  la  maior  parte  de  la  Sierra  que  son 
400  leguas  que  son  mas  los  lugares,  y  Tambos,  y  sitios  de  los  Indios 
que  están  despoblados  y  quemados  que  no  los  ha  entablado,  y  que 
demás  de  las  guerras  y  alteraciones  que  ha  ávido  en  estos  Reynos  ay 
entre  los  Naturales  como  después  que  se  gano  de  Españoles  que  ha 
sido  la  maior  causa  ha  ávido  otra  muy  prinsipal  que  es  cargar  los  In- 
dios en  mucho  numero  y  con  cargas  exesibas  y  largas  jornadas,  pol- 
los Christianos  Españoles  becinos  estantes  en  estos  Reynos  queriendo 
proveer  en  esto  ansi  por  la  necesidad  tan  grande  que  ay  de  haserlo 
para  la  conservación  de  los  Naturales  y  que  no  se  acaben  de  perder 
del  todo  como  por  cumplir  con  lo  que  serca  de  esto  me  fué  mandado 
por  la  Sacra  Cesárea  Católica  Magestad  del  Emperador  nuestro  Se- 
ñor cuyo  Capitulo  de  la  instrucción  que  me  fué  dada  es  del  tenor  si- 
guiente : 

I  por  que  por  experiencia  ha  parecido  que  a  causa  de  llebar  en  la 
Provincia  dicha  los  Españoles  los  Indios  cargados  de  unos  Pueblos  a 
otros  con  cargas  inmoderadas  an  muerto  y  mueren  muchos  tenéis 
mui  especial  cuidado  de  dar  orden  como  cese  semejante  daño  casti- 
gando a  los  que  exedieren  y  para  que  mejor  podáis  veer  en  ello  bereis 
las  Ordenanzas  que  en  la  dicha  Provincia  ay  hechas  serca  de  lo  suso 
dicho  y  ansi  daréis,  y  quitareis  de  ellas  las  que  os  pareciere  que  com- 
biene  y  embiareis  un  treslado  de  ellas  al  nuestro  Consejo  para  que  en 
el  se  bea  y  entre  tanto  probeereis  que  se  guarde  y  cumpla  lo  que  vos 
mandaredes,  y  visto  que  las  Ordenanzas  que  ha  ávido  en  estas  Pro- 
vineras  cerca  de  lo  susodicho  no  son  suficientes  para  que  cesasen  los 
dichos  males  e  incombenientes  como  no  han  cesado  hasta  ahora  en 
cumplimiento  y  Provisión  de  lo  susodicho  hago  y  ordeno  las  siguientes : 

Primeramente  porque  la  causa  principal  porque  reci- 
Que  en  los  ben  los  Indios  daño,  muertes  y  diminución  en  el  car- 
^e^ha0  an^dé  Sar'üs  es  Por  n0  estar  l°s  Tambos  antiguos  del  tiempo 
haberaya,ram-  ^e  Guaynacaba  y  sus  antepasados  poblados  como  es- 
bos  señalados,  taban  quando  estos  Reynos  se  ganaron  y  reduxieron 

al  servicio  y  obediencia  de  S.  M.  siendo  en  sus  tiempos 
los  Indios  cargados  se  mandaban  o  daban  a  otros  o  havia  bastimentos 
o  lo  necesario  en  depósitos  para  los  dichos  Indios  sin  que  lo  llevasen 
sobre  las  dichas  cargas,  y  por  no  estar  al  presente  assi  los  dichos  Tam- 
bos les  falta  lo  susodicho  o  an  de  llevar  o  llevan  su  comida  sobre  las 


—  219  — 

dichas  cargas  y  pasan  muchas  jornadas  con  las  cargas  hasta  parte  po- 
blada es  necesario  que  ante  todas  cosas  esto  se  remedie  y  provea  por 
ordenansa  y  Provisión  u  otro  si  porque  esto  no  se  puede  haser  por  to- 
dos estos  Reynos  sino  en  los  Caminos  Reales  por  donde  se  andaban 
estas  Provincias  en  el  tiempo  de  los  señores  pasados  combiene  señalar 
los  dichos  Caminos  a  donde  estaban  poblados  los  dichos  tambos  y 
porque  demás  de  lo  susodicho  combiene  assi  porque  por  experiencia  se 
avisto  q'  por  salir  los  caminantes  de  los  caminos  reales  rancheando 
los  Indios  y  es  causa  porque  anden  baldíos  por  la  tierra  y  de  que  los 
Indios  hayan  muerto  o  maten  muchos  Españoles  por  ende  para  evi- 
tar lo  susodicho  y  proveiendo  sobre  ello  Ordeno  y  mando  que  de  aquí 
adelante  se  camine,  y  anden  estos  Reynos  por  todos  los  caminantes 
por  los  caminos  y  Tambos  siguientes. 


Del  Cusco  al 


Primeramente  el  camino  que  se  ha  de  caminar  y  por 
ti  nh  i  (i  Mo  ^on^e  an  ^e  'r  °  heñir  de  esta  Ciudad  del  Cusco  para 
bina  o  Quis-  'a  vl,la  Je  1;1  Plata  que  es  en  la  Provincia  de  las  Char- 
picanchi.  cas  an  de  ir  al  Tambo  de  Mohina  y  porque  el  dicho 
Tambo  esta  quemado  y  en  el  asiento  de  el  no  hay 
agua  y  en  su  lugar  esta  poblado  y  será  el  primer  Tambo  el  de  Quispi- 
canchi  en  el  qual  han  de  servir  los  Pueblos  e  Indios  de  Quispicanchi 
que  son  de  Pedro  de  los  Ríos  y  el  Pueblo  de  Omaques  de  la  Iglesia 
y  del  Tesorero  Alonso  Riquelme  y  el  Pueblo  de  Pija  ques  de  Her- 
nando Machicao,  y  los  Pueblos  de  Tablamarca.  y  Caycay.  y  Cama 
con  el  Cacique  Gualpacona  ques  de  Alonso  de  Mesa  con  todos  los 
otros  indios  del  dicho  Gualpacona  que  sirven  al  dicho  Alonso  de 
Mesa  dos  Pueblos  del  Repartimiento  de  Diego  Mendes,  uno  que  .se 
llama  Pillara  y  otro  que  se  llama  Casnaysimas  de  los  Indios  susodi- 
chos a  mi  Theniente  pareciere  que  los  Indios  que  allí  cerca  tienen 
el  Repartimiento  de  Gonzalo  de  los  Nidos  sirvan  y  contribuían  en 
el^^ho  Tambo  lo  provea  lo  qual  se  cumpla  según  \  de  la  manera 
que  el  dicho  teniente  lo  proveyere. 


De  Quiapí-  'ten  del  dicho  Tambo  de  Quispicanchi  se  ha  de  ir  al 
canchi  a  Vr-  Tambo  de  Yrcos  que  es  de  Bustinza  en  el  qual  han  de 
cos*  servir  los  Indios  de  dicho  Bustinza    exepto  un  Poble- 

zuelo  que  se  llama  Hapi  y  ansí  mismo  an  de  serbir  en  el  dicho  Tambo 
los  Indios  de  Sallu..  y  Singalla  y  Llareta  que  son  del  Tesorero  Alonso 
Riquelme  y  dos  Poblezuelos  del  Repartimiento  de  Villa  Castin  uno 
que  se  llama  Cuyo  y  otro  Camachura  y  los  Indios  del  Pueblo  Coscopa 
que  son  de  Pedro  de  los  Ríos,  y  el  Pueblo  de  Andaguaylillas  que  es  de 
Juan  de  Porras  y  el  Pueblo  Guaro  que  es  de  Baptista  y  los  Pueblos 
Muña  Pata  y  Chícollo  que  pertenecen  a  Don  Pedro  Puerto  Carrero 
y  los  Pueblos  de  Llataquibar,  Ormudo  de  que  se  sirve  Gabriel  de  Ro- 
jas y  los  Parientes  de  Diego  Maldonado. 


—  220  — 


Y  del  dicho  Tambo  de  \  reos  se  ha  de  ir  al  cambo  de 
d  DeIv  tamb°  Quiquijana  en  el  qual  an  de  servir  codos  los  Indios  que 
Quiquijana.     a"'  t[enQ  Carrera  y  los  de  Delgado  q    fueron  de  Picón 

y  el  Pueblo  huyu  los  Indios  de  su  circunferencia  que  se 
llama  ...  y  Paupire  que  son  de  Lorenzo  de  la  Gama  y  Llequi  y  sus  In- 
dios, que  son  de  Francisco  Flores  Gibra  León  y  los  Pueblos  de  Fran- 
cisco Sánchez  que  se  llaman  Ocongaca  y  Bamba  Chulla,  y  Barba- 
chullo  o  quirocancha  concribuian  en  este  dicho  cambo  los  Indios  de 
Marcín  de  Florencia  que  escan  cabe  los  de  Gabriel  de  Rojas.  Se  pro- 
vea lo  que  sea  con  parezer  de  mi  Tenience. 

Y  del  dicho  Tambo  de  Quiquijana  se  ha  de  ir  al  Tam- 
anaa^an^a    ^°  ^C  ^an8a^a  clue  es  v'e  Ped>'°  de  los  Ríos  en  el  qual 

lia"51  *    an"a    an  de  serbir  los  Indios  el  mismo  Pueblo  y  los  de  Acopia 
y  checachupi  con  codo  lo  a  el  sujeco  de  que  se  sirve 

Alonso  de  Toro. 

Y  del  dicho  Tambo  de  Cangalla  se  ha  de  ir  al  Tambo 
De  Cangalla  ^e  Compapaca  en  el  qual  an  de  servir  los  Indios  del 

mismo  Pueblo  que  es  de  Alonso  de  Meza  y  de  Fermin 
de  Andia  y  los  Pueblos  de  que  se  sirve  cermeño  el  Rio  arriba  y  el  Pue- 
blo de  Tinca  que  es  de  Diego  de  Narvaes 

Y  del  dicho  Tambo  de  Compapaca  se  ha  de  ir  al  Tam- 

a?a  a°Cacha  ^°  ^  ^acna  en  e'  ^ua^  an  de  servir  todos  los  Pueblos 
p  '  de  Terrazas  que  escan  a  la  redonda,  y  cerca  del  dicho 

Tambo. 

Y  del  dicho  Tambo  de  Cacha  se  ha  de  ir  a  Chiguana 
SicuaniaCha  *  ^  a'^'  ^an  ^e  servir  los  Indios  de  Juan  de  Porras  y  los 

pueblos  Sicuani  que  son  de  Francisco  Sánchez. 

Y  del  dicho  Tambo  de  Sicuani  se  ha  de  ir  al  Tambo 
a  Lurifcache*  Lurucache  en  el  qual  an  de  servir  los  Indios  del  mismo 

Pueblo  que  son  de  Francisco  Sánchez  y  el  Pueblo  ma- 
maguasi  que  es  de  Marcín  de  Salas. 


De  Luruca- 


Y  del  dicho  Cambo  de  Lurucache  se  ha  de  ir  a  Chun- 
gara esca  despoblado   muchos  dias  ha;  mando  que  se 
che    a  Chun-  b     .  ,    ,  r    ,  .  ,.      ...  .      .    ,.  ¿T 

gara.  pueble  luego  y  q  vengan  a  residir  allí  los  indios  Natu- 

rales  del  dicho  Pueblo  de  Chungara  que  son  agora  de 
N.  de  Salas  y  que  vengan  a  residir  y  residan  en  el  dicho  Pueblo  60 
Indios  de  los  Pueblos,  Horuro  y  Nuñoa  que  son  Pueblos  del  Reparti- 
mienco  de  Gonzalo  de  los  Nidos,  los  quales  dichos  60  Indios  solían 
anciguamence  escar  poblados  y  residían  en  el  dicho  Tambo  el  qual  di- 
cho Tambo  asi  mismo  mando  que  sirban  y  hagan  Mita  otro  Pueblo 


—  221  — 


del  dicho  N.  de  Salas  que  se  llama  Llalli  que  son  indios  canas  y  e' 
Pueblo  Copil  que  es  de  villa  castin  el  qual  dicho  Puehio  e  tambo  man- 
do que  se  pueble  luego. 

Y  del  Tambo  de  Chungara  al  Pueblo  y  Tambo  de  Aya- 
ra^A^itufiré  hu'rc  9ue  cs  cle  Francisco  de  Villacastin  en  el  qual 
han  de  servir  todos  los  Indios  del  dicho   Pueblo  y  lo 
a  el  sujeto  y  los  Pueblos  Hururu  y  Asillo  como  lo  a  el  sugeto. 

Aquí  se  apartan  los  dos  caminos  a  la  redonda  de  la  laguna  que 
se  llama  Omasuyo  o  Hurcosuyo. 


Y  del  Tambo  de  Ayahuire  se  ha  de  ir  al  Pueblo  de 
De  Ayahuire  pupuja  que  es  un  lugar  de  Chuquichache  en  el  qual 

a  Pupuja.  r    •   .  ,         i.!  11.  o 

sus  caciques  han  de  poblar  y  proveer  de  Indios,  Bas- 
timentos, y  cosas  necesarias  para  los  caminantes 

Y  del  dicho  Tambo  de  Pupuja  se  ha  de  ir  al  Tambo 
Chuquicachea  Je  Chuquicache  en  el  qual  dicho  Tambo  han  de  ser- 
vir los  Pueblos  e  Indios  sugetos  al  dicho  Tambo. 

Y  del  dicho  Tambo  de  Chuquicache  se  ha  de  ir  al  Pue- 
De  Quiqui-  hlo  de  Guancani  ques  agora  de  Francisco  hernande- 

canÍCa  °Uan"  en  el  qual  dicho  Puebl°  >'  Tambo  han  de  servir  todas 
las  aldeas  y  lugares  a  el  sugetas. 


Y  del  dicho  Pueblo  y  Tambo  de  Guancani  se  ha  de  ir 
al  Pueblo  y  Tambo  de  Moho  que  es  del  Capitán  Fran- 
cisco Carabajal  en  el  qual  han  de  servir  los  Indios  del 
mismo  Pueblo,  y  las  aldeas  y  lugares  a  ellas  sugetos. 


De  Guancani 
a  Moho. 


De  Moho 
Guaycho. 


Y  del  dicho  Tambo  de  Moho  se  ha  de  ir  al  Pueblo  y 
Tambo  de  Guaycho  en  el  qual  an  de  servir  como  arri- 


Y  del  dicho  Pueblo  y  Tambo  de  Guaycho  an  de  ir  al 
Pueblo  y  Tambo  de  Carabuco  que  es  del  Capitán  Fran- 
cisco de  Carabajal  en  el  qual  dicho  Pueblo  an  de  servir 
los  Indios  del  mismo  Pueblo  y  las  aldeas  y  lugares  a  él  sugetos. 


De  Guaycho 
Carabuco. 


l  del  dicho  Tambo  y  Pueblo  de  Carabuco  se  tiene 
eo  a  Achacad  ^  ir  al  Puebl°  Y  Tambo  de  Achacache  que  es  del  re- 
che,  partimiento  del  Marques  que  haya  gloria  en  el  qual 

han  de  servir  el  dicho  Pueblo  y  todas  las  aldeas  y  luga- 
res a  el  sugetos. 


-  222  — 


Y  del  dicho  Pueblo  de  Achacache  se  ha  de  ir  al  Pueblo 
che  a  Guarina  y  Tambo  de  Guarina  que  es  del  Repartimiento  del 

dicho  Marques  en  el  qual  ha  de  servir  el  mismo  Pue- 
blo y  las  aldeas  &a. 

Y  del  dicho  Tambo  v  Pueblo  de  Guarina  se  ha  de  ir 
a  ?uc?ranriÍna  al   Puebl°  >'  Tambü   de  Piaran!  que  es  del  dicho 

Marques  en  el  que  an  rde  sevir  como  lo  de  arriba. 

Y  del  dicho  Pueblo  de  Pucarani  se  ha  de  ir  al  Pueblo 
aUa'r"8111  y  Tambo  de  Llaja  que  es  del  dicho  Marques  en  el 

qual  an  de  servir  los  Indios  del  mismo  Pueblo  &a. 


De  Laja 
Oyaehea. 


Y  del. dicho  Pueblo  y  Tambo  de  Laja  se  tiene  de  ir  al 
Pueblo  y  Tambo  de  Oyaehea  que  es  del  dicho  Mar- 
ques en  el  qual  an  de  servir  los  de  el  &a. 


Y  del  dicho  Tambo  de  Oyaehea  se  tiene  de  ir  al  Pueblo 
De  Oyaehea  Tambo  de  Cajamarca  que  es  de  los  del  dicho  Mar- 
Cajamarea.  .        ,  ,        ,  . 

ques  en  el  qual  han  de  servir  según  dicho  es. 


Y  del  dicho  Tambo  y  Pueblo  de  Cajamarca  se  tiene  de 
De  Cajamar-  ¡r  a]  Pueblo  y  Tambo  de  Hayo  Hoyo  que  es  de  Anto- 
nio Altamirano  en  el  qual  han  de  servir  los  mismos 
Indios  de  el  según  lo  dicho. 


ca  a  Hayo  Ho 

yo. 


Y  del  dicho  Pueblo  v  Tambo  de  Havohayo  se  ha  de  ir 
De  Hayo  Ho-  a,  pueblo  Jambo  de  Pipica  ques  del  dicho  Antonio 
yo  a  Pipica.        .,  "  i        j  ■    i  t  j 

Altamirano  en  el  qual  an  de  servir  los  mismos  Indios 

del  Pueblo  qual  dicho  es  y  si  alguno  de  los  Pueblos  de  Gabriel  de  Rojas 
fuere  obligado  a  servir  en  el  dicho  Tambo,  Mando  que  sirva  en  el  se- 
gún o  fueren  obligados  conforme  a  la  orden  de  Guaynacaba. 


De  Pipica  a 
Car  a  eolio. 
Desde  este 
Tambo  de  Ca- 
racollo  para 
adelante  a  to- 
dos los  demás 
que  son  Suras 
y  Charcas  ha 
de  tener  po- 
blados la  villa 
de  Plata. 

De  Carato 
lio  a  Parla. 


Y  del  dicho  Pueblo  y  Tambo  de  Pipica  se  ha  de  ir  al 
Pueblo  y  Tambo  de  Caracollo  que  es  en  los  términos 
y  jurisdicción  de  la  dicha  villa  de  Plata,  del  qual  dicho 
Tambo  se  sirve  Manjares  en  el  qual  an  de  servir  los  In- 
dios dicho  Pueblo  y  todos  los  otros  Pueblos  o  aldeas 
que  tiene  por  allí  el  dicho  Manjares  y  todos  los  otros 
Pueblos  que  son  obligados  a  servir  en  el  dicho  Tambo. 


Y  del  Pueblo  y  Tambo  de  Caracollo  se  ha  de  ir  al  de 
Paria  que  es  del  repartimiento  de  Pedro  del  Barco  en 
el  qual  dicho  Pueblo  an  de  servir  los  Indios  del  dicho 


—  223  — 


Pueblo  con  las  aldeas  y  lugares  a  el  sugetas  con  otros  Pueblos  del  re- 
partimiento del  dicho  Pedro  del  Barco  que  están  por  allí  cerca. 

^  del  dicho  Pueblo  y  Tambo  se  ha  de  ir  a  Butambo 
De  Paria  a  qUe  esta  despoblado,  el  qual  dicho  Tambo  se  llama 
Butambo     o  ¿uanachuspa  esta  despoblado  v  av  mucha  necesidad 

(i  uaná  chuspa  Vi    j  j  ■  -r  ■ 

que  este  poblado  mando  a  mi  1  emente  y  en  su  ausen- 
cia a  los  Alcaldes  Ordinarios  de  la  dicha  Villa  de  Plata  que  hagan  po- 
blar luego  el  dicho  Tambo  y  por  que  el  Repartimiento  de  Alonso  Ri- 
quelme  esta  cerca  de  allí  fuera  de  camino  real  si  a  las  dichas  Justicias 
les  pareciere  que  el  dicho  repartimiento  tenga  poblado  y  proveído  el 
dicho  Tambo  provean  en  ello  por  manera  que  el  dicho  Tambo  este 
siempre  poblado  conforme  a  lo  contenido  en  estas  ordenanzas. 


Achayanta 
Chuquiavo. 


icho  e^ 


Y  del  dicho  Tambo  de  Guachulpa  se  ha  de  ir  al  Pue- 
blo y  Tambo  de  Chayanta  que  es  del  repartimiento 
del  dicho  Gonzalo  Pizarro  en  el  qual  an  de  servir  según 


Y  del  dicho  Pueblo  de  Chuquiabo  se  a  de  ir  al  Pueblo 
De  Chuquia-  Tambo  de  Pocoata  que  es  del  dicho  Gonzalo  Piza- 
bo  a  Pocoata.  ,        ,         ,  .    .      ,    , .       ,  .  „ 

rro  en  el  qual  an  de  servir  los  Indios  del  mismo  Pue- 
blo según  dicho  es. 


De  Pocoata 
Macha. 


Y  del  dicho  Pueblo  de  Pocoata  se  ha  de  ir  al  Pueblo 
de  Macho  que  es  del  dicho  Gonzalo  Pizarro  en  el  qual 
an  de  servir  los  Indios  según  dicho  es. 


Y  del  dicho  Pueblo  y  Tambo  de  Macha  se  a  de  ir  al 
Pueblo  y  Tambo  de  Caracara  que  es  del  dicho  Gonzalo 
Pizarro  en  el  qual  an  de  servir  los  Indios  del  mismo 
Pueblo  con  todo  lo  a  él  sugeto. 


De  Macha  a 
Caracara. 


De  Caracara 


Y  del  dicho  Pueblo  de  Caracara  se  tiene  de  ir  a  Moro- 
moro  que  es  del  Gonzalo  Pizarro  en  el  qual  an  de  ser- 
vir los  Indios  del  mismo  Pueblo  con  todo  a  el  sugeto. 


moro  a  la  villa 
de  Plata. 


Y  del  dicho  Pueblo  de  Moromoro  se  tiene  de  ir  a  la  di- 
De     Moro-  cha  villa  de  Plata  otro  si  demás  del  dicho  camino  Real 
que  va  señalado  de  esta  ciudad  del  Cusco  a  la  Villa- de 
Plata,  pueden  ir  por  el  camino  antiguo  que   se  toma 
de  Ayahuire  como  sera  declarado. 

Donde  se  di- 
viden los  dos  En  el  Pueblo  de  Ayahuire  por  razón  de  la  Laguna 
íes^'e^Coilao  se  dividen  ^os  caminos  el  que  llaman  de  Omasuyo  y  el 
para  la   villa  9ue  ^e  uso  esta  declarado,  y  el  otro  que  se  llama  de 
d»  Plata.  Hurcosuyo  es  el  siguiente. 


—  224  — 


El  primer  Tambo  del  dicho  Pueblo  de  Avahuiri  es 
p,°ar1iyaVÍrÍ  *  el  Pueblod*  Pucaranien  el  qual  ande  servirlos  Indios 

del  dicho  Pueblo  y  los  del  de  Quipa  que  son  de  Gon- 
zalo Pizarro  o  mas  todas  las  otras  aldeas  y  lugares  que  suelen  servir 
en  el  dicho  Tambo  y  un  Pueblo  de  Setiel  que  se  llama  Angara  y  el 
Pueblo  Asangaro  como  antiguamente  solían. 

Y  del  Pueblo  v  Tambo  de  Pucará  an  de  ir  al  Pueblo  v 
Nic^uUCaraa  Tambo  de  Nicasu  que  es  de  Francisco  Maldonado  en 

el  qual  han  de  servir  los  Indios  del  dicho  Pueblo  y  lo 
demás  que  dicho  es. 

Y  del  dicho  Pueblo  de  Nicasu,  se  tiene  de  ir  al  Tambo 
CamataCaSU  *  y  Puebl°  Je  Camata  que  es  del  repartimiento  de  Her- 
nando Bachicao  el  qual  dicho  Tambo  se  ha  de  poblar 

luego  porque  esta  despoblado  muchos  dias  y  an  de  servir  en  el  Pueblo 
de  Xullaca  con  las  aldeas  y  lugares  sugetas  a  el  que  son  de  Hernando 
Bachicao. 

Y  del  dicho  Tambo  de  Camata  se  tiene  de  ir  al  Pueblo 
a  Caracato**1  C'e  Caracoto  clue  es  de    Antón   Ruiz  en  el  qual  an  de 

servir  los  Indios  del  dicho  Pueblo  y  los  del  Pueblo 
Canche  que  es  del  dicho  Antón  Ruiz  y  del  Repartimiento  que  hera 
de  Diego  de  Almagro  con  las  aldeas  y  lugares  a  el  sugetas. 

Y  del  dicho  Pueblo  v  Tambo  de  Caracoto  se  ha  de  ir 
aPau^lrcoía  al  Puebl°  de  Paucarcolla  en  el  qual  an  de  servir  los 
a  '  Indios  del  dicho  Pueblo  y  las  aldeas  y  lugares  del  y  el 
Pueblo  de  Guaca  que  es  del  Capitán  Guebara. 

Y  del  dicho  Pueblo  de  Paucarcolla  se  tiene  de  ir  al  Pue- 
De  Paucar-  |^|0  j£  puno  ¿,uc  cs  je  y|a-Uelas  en  el  qual  an  de  servir 

colla  a  Puno.     ,      ,     ,.       .  .    , .  ,      „     ,  ,  ,        .  ,  . 

los  Indios  del  dicho  Pueblo  con  las  aldeas  a  el  sugetas 

y  mas  otro  Pueblo  de  Mazuelas  que  esta  alli  junto  y  se  llama  Icho. 

Y  del  dicho  Pueblo  de  Puno  se  tiene  de  ir  a  Chucuito 
Cn^eJuc-110  a  que  es  L'e'  Repartimiento  de  S.  M.  en  el  qual  an  de 

servir  los  Indios  del  dicho  Pueblo  según  dicho  es. 

Y  del  Pueblo  de  Chucuito  an  de  ir  a  Acora  que  es  del 
De  Chucui-  jjcino  Repartimiento  de  S.  M.  en  el  qual  an  de  servir 

to  a  Acora.  ,    ,    ,     A     i  i  j.  i 

el  dicho  Pueblo  según  dicho  es. 

Y  del  dicho  Pueblo  de  Acora  se  tiene  de  ir  a  Hilavi  que 
HüaviA°0ra  a  es  de'  RePart-'m'ent0  de  S.  M.  en  el  qual  an  de  servir 

el  dicho  Pueblo  v  todas  las  aldeas  &a. 


—  225  — 


Y  del  dicho  Pueblo  de  Hilavi  se  tiene  Je  ir  al  Pueblo 
De  Hilavi  a  d    x   m  cp    ,         ,  an  de  MfV,    d  djcho  pueblo  v  al- 

Xulli.  iii 

deas  y  lugares  a  el  sugecas. 

Y  del  Pueblo  de  Xulli  se  tiene  de  ir  a  Pumata  que  es 
De    Xulli  a  je|  jjc(-,0  Repartimiento  de  S.  M.  en  el  qual  an  de 

Pomata.  ...  .  . 

servir  según  dicho  es  en  lo  demás. 


De  Pomata 
a  Sepita. 


Y  del  Pueblo  de  Pumata  se  tiene  de  ir  al  pueblo  de 
Sepita  que  es  del  dicho  repartimiento  de  S.  M.  en  el 
qual  an  de  servir  el  dicho  Pueblo  según  dicho  es. 


Y  del  dicho  Pueblo  de  Sepita  se  pasa  la  puente  del 
Machaca *  desaguadero  de  la  Laguna  y  se  tiene  de  ir  al  Pueblo 

de  Machaca  que  es  del  Repartimiento  del  Marques 
en  el  qual  han  de  servir  el  dicho  Pueblo  y  aldeas  con  los  lugares  a  el 
sugetos. 


De  Machaca 
Caquiaviri. 


Y  del  dicho  Pueblo  de  Machaca  se  tiene  de  ir  al  Pue- 
blo de  Caquiavire  que  es  del  dicho  repartimiento  del 
Marques  en  el  qual  an  de  servir  según  dicho  es. 


Y  del  dicho  Pueblo  de  Caquiaviri  se  tiene  de  ir  al  Pue- 
De  Caciya-  pío  de  Caquicora  que  es  del  dicho  Pueblo  del  Marques 
bire  a  Caqui-  d  Jicho  Pueblo  con  ]as  aideas  v  lugares  sugetos  a  el 
cora.  . 

han  de  servir.. 

Adonde    se  Otro  si  del  dicho  Pueblo  Caquicora  atraviesan  al  Ca- 

~°ma   ,en~  el  mino  Real  de  Omasuvo  en  un  día  y  del  dicho  Pueblo 

Collao  la  Tra-  „  -  .  _ 

besia  o  Cami-  Caquicora  se  pasa  el  Rio  y  se  toma  el  Camino  para 

no    para    las  ir  a  las  Minas  de  Plata  de  los  Charcas  de  porco  de  pla- 

Minas  de  Pía-  ta  para  las  quales  han  de  ir  por  los  Tambos  siguientes. 

ta  de  Porco  de 

los  Charcas. 


De  Caquico 
ra  a  Callapa. 


Y  del  dicho  Pueblo  de  Caquicora  se  tiene  de  ir  al  Pue- 
blo de  Callapa  que  es  de  Antonio  Altamirano  en  el 
qual  an  de  servir  los  Indios  del  dicho  Pueblo  y  las  al- 
deas según  dicho  es  o  de  los  lugares  que  están  al  1  i  cerca  que  son  del 
dicho  Altamirano. 

Y  del  dicho  Pueblo  de  Callapa  se  tiene  de  ir  al  Pue- 
a  Totora  UaPa       ^e  Totora  que  es  Carangas  del  qual  se  sirve  Reta- 

moso  y  Mendieta  an  de  servir  en  el  los  Indios  del  mis- 
mo Pueblo  y  las  .Ideas  y  lugares  a  el  sugetas  el  qual  dicho  Pueblo  es 
el  primero  de  los  términos  y  jurisdicciones  de  la  villa  de  Plata. 


—  226  — 


Y  del  dicho  Pueblo  de  Totora  se  tiene  de  ir  al  Pueblo 
De  Totora  a  jc  Chuquicota  de  que  se  sirve  Mendieta  en  el  qual 
Chuquicota.       .    ,      nM  ...  M 

dicho  Pueblo  han  de  servir  los  mismos  Indios  del  Pue- 
blo y  los  de  las  aldeas  y  lugares  a  el  sugetos. 


De  Chuqui. 
cota  a  Colque 


De  Colque  i 
Andamarca. 


Y  del  dicho  Pueblo  de  Chuquicota  se  tiene  de  ir  al  Pue- 
blo de  Colque  en  el  qual  an  de  servir  los  Indios  del 
mismo  Pueblo  y  todo  lo  a  el  sugeto. 

Y  del  dicho  Pueblo  de  Colque  an  de  ir  al  Pueblo  de 
Andamarca  en  el  qual  an  de  servir  los  Indios  del  dicho 
Pueblo  y  lo  a  el  sugeto. 


Y  del  dicho  Pueblo  de  Andamarca  se  ha  de  ir  al  Puc- 
?_*     A".da*  klo  de  Churimarca  que  es  el  postrero  de  los  Carangas 
en  el  qual  an  de  servir  los  Indios  del  dicho  Pueblo  y 
lo  a  el  sugeto. 


marca  a  Chu 
rlmarca 


De  Churi- 
marca a  A  u 
llaga. 


Y  del  dicho  Pueblo  de  Churimarca  an  de  ir  al  Pueblo 
de  Aullaga  que  es  de  Alonso  de  Hinojosa  en  el  qual  an 
de  servir  los  Indios  del  dicho  Pueblo  y  las  otras  aldeas 
de  que  se  sirve  el  dicho  Hinojosa. 


Y  del  dicho  Pueblo  de  Aullaga  se  tiene  de  ir  al  Tambo 
De  Aullaga  de  Hernando  de  Aldana  que  es  en  la  Provincia  de  los 
a  donde  Alda-  ¿ichos  Aullagas  en  el  qual  an  de  serv„.  todos  \os  Indjos 

que  allí  tiene  el  dicho  Hernando  de  Aldana. 


De  donde  Al- 


Y  del  dicho  Pueblo  se  tiene  de  ir  al  Pueblo  Porco  que 

es  donde  están  las  Minas  de  Plata  de  los  Charcas  v  de 
daña  a  Porco.  ,       .    .  .      ...  , 

las  dichas  minas  van  a  la  villa  de  Plata. 

E  l   camino  Otro  si  porque  en  este  teecho  de  Camino  av  trabesia 

para  ir  y  venir  Jc  despoblado  mando  que  mi  Teniente  provea  si  hu- 
de   la  villa  de  ,  ,       ,    ,  -r      u       i      i  j 

Plata  a  la  de  viere  Pueblos  de  hazer  un  I  ambo  v  los  Indios  mas  cer- 

Arequipa.  canos  vengan  allí  a  servir. 

Otro  si  para  venir  de  la  dicha  Villa  de  Plata  a  la  villas 

to°epunoqUÍ"  de  AreQuiPa  se  ha  de  venir  P°r  los  caminos  Realea 
susodichos  ansta  la  puente  del  Desaguadero  y  de  la 
dicha  Puente  por  todos  los  Pueblos  del  Rey  hata  Chucuito. 


Y  del  dicho  Pueblo  de  Chucuito  se  ha  de  ir  al  Pueblo 


De  Puno  a 


h  oun  r-oii-io  ¿'e  Puno  ^ue  es  cle'  dicho  Mazuelas  en  el  qual  an  de 
D     servir  los  Indios  susodichos  del  dicho  Repartimiento. 


-  227  — 


Y  del  dicho  Pueblo  de  Puno  se  ha  de  ir  al  Pueblo  de 
De    Hatun  Hatun  Collao  en  el  qual  an  de  servir  los  Indios  del  di- 

Coiiao  a  Ca-  ch  Puehi()  y  |as  (Hras  aldeas  .  ufares  sugetos  a  el 
huana.  '     .      ,  6  ñ 

que  sirven  a  Delgado. 

Y  del  dicho  Pueblo  de  Hatun  Collao  se  ha  de  ir  a  Cahuana  Pueblo 

del  Capitán  Peranzures  en  qual  dicho  Pueblo  han  de  servir  los  Indios 

del  dicho  Pueblo,  y  los  Indios  del  Pueblo  Tocona  que  son  del  dicho 

Peranzures  y  los  Indios  del  Xaquixaguana  que  son  de  Garcia  Manuel 

de  Carbajal  con  todas  las  aldeas  o  lugares  sugetos  a  los  dichos  Pueblos. 

Y  del  dicho  Pueblo  de  Xaquixaguana  se  ha  de  ir  a  la 
De  Xaquixa-  dicha  Villa  de  Arequipa  v  por  quanto  algunas  personas 

íufpa*  *  QUe  VaP  3  13  d¡cha  Vílla  anS¡  Je  'a  Plata  COm°  dC  CSta 

Ciudad  del  Cusco  quieren  atrabezar  desde  el  pueblo  de 

Xaquixaguana  no  se  ven  Indios  ni  bastimentos  a  ninguna  ni  alguna 
persona  y  que  todas  las  personas  que  hubieren  de  ir  a  la  dicha  Vi- 
lla de  Arequipa  sean  obligados  atra vezar  desde  el  dicho  Pueblo  de 
Caguana  y  no  por  otra  parte  alguna  solas  penas  contenidas  en  estas 
ordenanzas. 


El  camino  Y  de  esta  Ciudad  del  Cusco  al  Tambo  de  Quispican- 
de  y  esta  cha  y  del  Tambo  de  Quispicancha  al  de  Urcos  y  de 
Ciudad  d  e  l  Cieos  a  Quiquijana,  en  los  quales  dichos  Tambos  tie- 
Cusco  a  la  Vi-  nen  e  servir  los  Caciques  Pueblos  e  Indios  que  están 
lia  de  Arequi-  declarados, 
pa. 

Y  del  Tambo  de  Quiquijana  se  tiene  de  ir  al  Pueblo  de  Poma- 
cancha  que  es  de  Antonio  Altamirano  en  el  qual  dicho  Pueblo  han 
de  servir  los  Indios  de  Altamirano;  y  los  del  Capitán  Guebara  que 
fueron  de  Juan  Basquez  y  los  que  fueron  de  Vicente  de  Bejar,  de  Juan 
Julio  (de  Ojeda),  y  los  Pueblos  de  Sangarara  y  Acos  con  los  otros 
Poblezuelos  de  Pedro  de  los  Rios.  y  otros  Poblezuelos  de  Cermeño 
que  se  llaman  Chicara  o  Chácara. 

Y  del  tambo  de  Pomacancha  se  tiene  de  ir  al  Tambo  de  Yanaoca 
en  el  qual  an  de  servir  todos  los  Indios  y  Pueblos  que  por  alli  tiene 
Diego  de  Narvaez.  y  los  de  Peralonso  Carrasco  y  los  de  Villalobos. 

Y  del  Tambo  de  Yanaoca  se  tiene  de  ir  a  Tambo  de  Juan  de  Fi- 
gueroa  que  se  dice  Cora  en  el  qual  an  de  servir  los  Indios  del  dicho 
Juan  de  Figueroa. 

Y  del  dicho  Tambo  de  Juan  de  Figueroa  se  tiene  de  ir  a  un  Po- 
blezuelo  despoblado  que  esta  entre  Hatuncana  y  el  dicho  Tambo  de 
Juan  de  Figueroa  el  qual  dicho  poblezuelo  y  Tambo  despoblado  es 
obligado  a  tener  poblado  don  Cristoval  con  los  Indios  de  Hatun  Cana. 
Mando  que  se  pueble  luego  y  se  pasen  a  el  el  numero  de  Indios  que 
pareciere  que  son  necesarios  para  el  servicio  del  dicho  Tambo  en  el 


—  228  — 


qual  an  de  serv  ir  los  Indios  de  Don  Christoval  que  estuvieren  mas  a 
proposito. 

Y  del  dicho  Tambo  se  ha  de  ir  al  Pueblo  de  Hatun  Cana  en  el 
qual  an  de  servir  los  Indios  del  mismo  Pueblo  con  los  otros  Indios  que 
por  alli  tiene  Don  Christoval  porque  desde  el  dicho  Tambo  hasta  la 
Villa  de  Arequipa  hay  cinco  o  seis  jornadas  de  despoblado  tierra  mui 
fria  y  muy  pobre  de  Leña  y  sin  ningunos  bastimentos  y  no  es  justo 
que  los  Indios  atrabiesen  con  cargas  el  dicho  despoblado  Mando  que 
el  dicho  Pueblo  o  Pueblos  Canas  se  tome  el  camino  por  los  Collaguas 
por  el  qual  ay  poblado  una  noche  si,  otra  no  y  es  poco  lo  que  se  rodea. 

Los  Tambos  Item  por  quanto  están  dichos, y  declarados  los  caminos 
es  de^Hatun  ^ea'es  c'ue  se  an  ^e  caminar  de  esta  Ciudad  del  Cusco 
Cana  adeian-  a  'a  Villa  de  Plata  de  los  Charcas,  o  a  las  Minas  de 
te  han  de  te-  Plata,  o  a  la  Villa  de  Arequipa  y  los  Tambos  que  an 
ner  pobladas  Je  estar  poblados  en  todos  los  dichos  Caminos  y  los 
la  villa  de  Are-  ]n¿j¡os  que  han  je  servir  en  cada  Tambo,  y  porque  ay 
quipa  para  los         ,  ,      •  ^  \  ' 

quales  caml-  muchas  trabesias,  y  otros  Caminos  que  se  suelen  Ca- 
nos sean  des-  minar.  Mando  que  ninguna  persona  pueda  caminar, 
de  estos  di-  ni  camine  por  otra  parte  sino  alguna  fuere  por  los  di- 
chos Colla-  chos  Caminos  v  tambos  q' están  señalados  so  las  penas 
guas.  -  .  .     ,  , 

en  estas  ordenanzas  contenidas  las  quales  se  egecuten 

luego  en  la  persona  o  personas  que  lo  contrario  hiziere,  empero  por 
quanto  en  el  Camino  Real  de  Omasuyo  por  donde  han  de  ir  y  venir 
los  que  fueren  a  la  Villa  de  Plata  esta  despoblado  el  Tambo  de  Chun- 
gara el  qual  yo  he  mandado  poblar  según  que  de  suso  es  dicho  y  por- 
que del  Pueblo  de  Ayahuire  hasta  Lurucache  es  todo  despoblado  doy 
Usencia  para  que  hasta  este  poblado  el  dicho  Pueblo  o  Tambo  de 
Chungara  puedan  ir  y  caminar  las  personas  que  quisieren  por  el  Ca- 
mino de  Hurcosuyo  hasta  el  dicho  Pueblo  de  Ayahuire  y  de  alli  en 
qualquier  tiempo  pueda  ir  el  que  caminare  por  uno  de  los  Caminos 
Reales  por  el  que  quisiere. 

Otro  si  porque  en  tiempo  de  Inbierno  el  Camino  de  Hurcosuyo 
desde  el  Pueblo  de  Ayahuire  hasta  Puno  ay  muchas  alnegas,  esteros, 
o  brazos  de  Rios,  y  en  el  dicho  tiempo  es  trabajoso  de  caminar  por 
alli  en  tal  caso  doy  lisencia  para  que  se  pueda  caminar  y  camine  des- 
de el  dicho  Pueblo  de  Ayahuire  a  Quipa  y  de  Quipa  a  Lampa,  y  de 
Lampa  a  Tocona, y  de  Tocona  a  Hatun  Collao,  y  del  Pueblo  de  Puno 
que  es  en  el  dicho  Camino  Real. 

Otro  si  de  esta  Ciudad  del  Cusco  para  ir  a  la  Ciudad  de  los  Re- 
yes o  a  la  Villa  de  San  Juan  de  la  Victoria  se  tiene  de  ir  por  el  Camino 
Real  y  Tambos  siguientes. 

El  camino  ^  ^e  esta  Ciudad  del  Cusco  el  primer  Tambo  ha  de 
para  ir  o  venir  ser  en  Xaquijaguana  en  el  qual  an  de  servir  los  Indios 
d«l  Cusco  a  la  del  mismo  Pueblo  v  el  Pueblo  de  Anta,  y  el  Tambo  de 


—  229  — 


Ciudad  de  los  Qui  y  el  de  Cenca  v  el  Je  Mayo  y  el  Je  Alac  y  Tomi- 
Reyes  o  villa  bamba  y  Quico.  y  Guarocorgo,  que  son  del  reparti- 
ré ufvioto^ia!  miento  de  Hernando  Pizarra,  y  Je  Gonzalo  Pizarro, 
v  su  hermano,  y  el  Pueblo  Maras  y  los  Pueblos  Husco- 
11o  o  Pimapata  que  son  de  la  Casa  del  Señor  Santo  Domingo  con  los 
otros  Poblezuelos  que  allí  tiene  la  Jicha  Casa,  y  mas  otros  dos  poble- 
zuelos  que  están  alli  junto  que  son  de  Martin  Sánchez  o  mas  los  Po- 
blezuelos Je  Chiyches  que  son  Je  Gabriel  Je  Rojas. 

Y  Jel  Jicho  Tambo  Je  Xaquijaguana  se  tiene  Je  ir  al  Tambo  Je 
Limatambo  en  el  qual  an  Je  serbir  los  Pueblos  Aymara  y  Guallua  que 
son  Jel  PaJre  Martin  Sánchez  Je  Olave  y  los  Pueblos  Je  Patati  y 
Parco  que  son  Je  Diego  MalJonaJo,  y  el  Pueblo  Chonta  y  Guamaruro 
y  Surinta  o  Matara  que  son  Je  Mazuelas  y  el  Pueblo  Callaraca  que  es 
Je  Juan  Julio  Je  (OjeJa)  y  el  Pueblo  Picoy  que  es  Jel  Tesorero  Alonso 
Riquelme,  \  el  Pueblo  Marani  que  es  Jel  Jicho  Tesorero  Alonso  Ri- 
quelme  o  Je  Diego  MalJonaJo. 

Y  Jel  Jicho  Tambo  Je  Limatambo  se  tiene  Je  ir  al  Tambo  Je 
Guarina  en  el  qual  han  Je  servir  los  InJios  y  Pueblos  siguientes,  Pito- 
calla  o  Cacho  o  Tilca  que  son  Je  Antonio  Ruiz  Je  Guebara,  cotomalca 
o  Ayaranga  o  Bambate  que  son  Je  Setiel  y  tojos  los  Pueblos  alJeas 
y  lugares  que  tiene  el  fator  Ulan  Suarez  Je  Carbajal  en  la  Provincia 
Je  Cotabamba  que  es  Je  la  o.tra  parte  Jel  Rio  Je  Apunma. 

Y  del  dicho  Tambo  de  Apurima  se  tiene  de  ir  al  Tambo  de  Cura- 
guas! en  el  qual  an  Je  servir  los  InJios  Je  los  Pueblos  Chotocopa, 
Carpata.  Camacanche  que  son  Je  Orbaneja  con  tojos  los  otros  In- 
Jios que  sirven  a  Orbaneja  y  los  Pueblos  Curaguasi,  o  Hurco  Aymara 
o  Laya,  y  los  Ingas  que  son  tojos  Je  PeJro  Je  León  y  los  Pueblos 
Chuquitambo  o  L'rcos  que  son  Je  HernanJo  Pizarro. 

Y  Jel  Jicho  Pueblo  Je  Curaguasi  se  tiene  Je  ir  al  Tambo  Je  Aban- 
cay  en  el  qual  han  Je  servir  los  Pueblos  Coya  y  Curac  o  Vichulca  o 
Tasmara,  o  Surco  o  Tamaran  que  son  Je  Peralonso  Carrasco  o  Ca- 
ramba, o  Guayllabamba  o  huchuri  que  son  Je  Juan  RoJriguez  con 
tojos  los  otros  Je  Peralonso  o  Juan  RoJriguez  o  Pancorvo  y  toJos  los 
Pueblos  alJeas  y  lugares  que  tiene  el  Capitán  Garcilaso  Je  la  otra 
parte  Jel  Rio  que  fueron  Jel  Obispo  que  haya  gloria 

Y  Jel  Jicho  Tambo  Je  Cabana  se  ha  Je  ir  a  Cochacajas  en  el 
qual  an  Je  servir  el  poblezuelo  que  esta  en  Cochacajas  o  Mayo  y  to- 
jos los  otros  Pueblos  Jel  Repartimiento  Je  CanJia  que  es  ahora  Jel 
Capitán  Peranzure». 

^  Jel  Jicho  Tambo  Je  Cochacajas  se  tiene  Je  ir  al  Tambo  Je 
Curimba  en  el  qual  han  Je  servir  los  Pueblos  Curamba  Guaguaya- 
congo  o  Huayllabamba  y  Pongo  y  los  Mitimaes  Quichuas  que  están 
alli  cerca  Je  Curamba  con  tojos  los  otros  Poblezuelos  o  Ingas  Jel  re- 
repartimiento Je  AJonso  Dalba  que  es  agora  Je  Plaza 

Y  Jel  Jicho  Pueblo  Je  Curamba  se  tiene  Je  ir  al  Pueblo  y  Tam- 
b  )  Je  AnJahuaylas  en  el  qual  han  de  servir  los  Pueblos  Andaguayla 


—  230  — 

y  Oponguanche  o  Chuquicocha  o  Yilar  Puraychita.  que  son  Pueblos 
de  Diego  Maldonado  con  todo  lo  a  el  sugeto  y  los  Indios  de  Diego  de 
Silva  y  de  Céspedes  y  de  Orihuela,  o  de  Andrés  Enamorado. 

Y  del  Pueblo  \  Tambo  de  Andahuaylas  se  tiene  de  ir  al  Tambo 
de  Vramarca  en  el  qual  han  de  servir  los  Indios  del  Pueblo  Huriba  o 
Tambo  o  baybamba  Vingui,  o  Callo  o  Chachapoya  o  Caceviro  o  Inga 
q'  son  del  repartimiento  q'  solia  ser  del  Padre  Sosa  y  de  Gabriel  de 
(de  Rojas)  tal  el  qual  dicho  Tambo  es  el  primero  de  la  jurisdicción  de 
la  Villa  de  S.  Juan  ele  la  Frontera  v  ansi  mismo  han  de  servir  en  el 
los  Indios  de  Bolean  o  de  Andillca. 

Y  del  dicho  Tambo  de  Vramarca  se  tiene  de  ir  al  Tambo  de  Yilcas 
en  el  qual  an  de  servir  los  I  ndios  de  Mañueco  o  de  Palomino,  o  de  Bas- 
co de  Guébara  y  de  Juan  .Alonso  que  son  Soras  o  Quiguas,  o  Lucanas 
o  Quichuas  según  v  de  la  manera  que  los  dichos  Indios  solían  servir 
en  el  dicho  Tambo  el  qual  dicho  Pueblo  y  Tambo  de  Yilcas  mando 
que  se  pueble  luego  y  que  vengan  a  residir  en  el  numero  de  los  Miti- 
maes que  antiguamente  solian  residir  en  el  dicho  Pueblo. 

Y  del  dicho  Pueblo  o  Tambo  de  Vilcas  se  tiene  de  ir  al  Tambo  de 
Chupas  en  el  qual  an  de  servir  los  Indios  del  dicho  Pueblo  de  Chupas 
y  el  Pueblo  Cavinas,  o  Acos  o  Paucarpata  y  todos  los  Cañares,  y 
Chachapoyas  que  hay  por  alli  y  si  pareciere  al  Teniente  o  Alcaldes 
de  la  Villa  de  Guamanga  que  sirvan  los  Indios  de  Pedro  Diaz  lo  man- 
den asi. 

Y  del  dicho  Tambo  de  Chupas  han  de  ir  a  San  Juan  de  la  \  ic- 
toria. 


El    camino  Otro  si  desde  la  Villa  de  San  Juan  de  la  Victoria  para 

uvictorra"  aC  "'  8  la  Ciudad  de  los  Re>'es  se  ha  de  "'  todo  el  camino 
ra  ia  'ciudad  ^ea''  >'  el  primer  Tambo  saliendo  de  la  Villa  ha  de- 
de  Lima  y  vi-  ser  el  Tambo  de  Yangar  en  e!  qual  han  de  servir  los 
lia  de  Guanu-  Indios  Mitimaes  de  Diego  Gabilan. 

de  la  Frontera  Y  desde  el  dÍCh°  Tamb°  de  Yangar  han  de  ir  al 
de  los  Cha-  Tambo  que  dicen  Marses  han  de  servir  en  el  los  In- 
chapoyas.  dios  de  Chrisostomo  de  Honti veros  con  unos  Indios 
Quechuas  que  están  cabe  pulca  mas  acá  que  son  de  Juan  de  Berrio. 

Y  desde  Marse  han  de  ir  al  Tambo  de  Parcos  en  el  qual  han  de 
servir  los  Indios  de  Balboa  y  los  de  vasco  suares  y  ciertos  Indios  An- 
garaes  que  tiene  el  dicho  Balboa. 

Y  desde  el  dicho  Tambo  de  Parcos  han  de  ir  al  Tambo  de  Picoy 
en  el  qual  an  de  servir  los  Indios  de  Villalobos  y  del  dicho  Chrisostomo 
de  Hontiveros  los  que  tiene  un  principal  suyo  que  se  llama  Tomeya- 
guata. 

Y  del  dicho  Tambo  de  Picoy  han  de  ir  adonde  dicen  Acó  y  han 
de  servir  álli  los  Indios  de  Miguel  Estete  \  el  Casique  principal  del 
dicho  Hont  iberos. 


—"231  — 


\  desde  allí  han  dé  ir  al  Tambo  que  dicen  Llacaja  Paraleanga 
que  es  lea  con  los  Indios  de  Doña  Inés  Muñoz  mujer  de  Francisco 
Martin  de  Alcántara  en  el  qual  han  de  servir  los  dichos  Indios. 

Y  desde  allí  han  de  ir  a  Patán  que  cae  en  los  Indios  del  Capitán 
Lorenzo  de  Aldana  donde  han  de  servir  los  Indios  del  dicho. 


Este  Tambo  Y  desde  alli  han  de'  ir  al^Tambo  de  Jauja  donde  han 
aparta  "íi  ca  Je  servir  los  lncl'os  de  Gómez  de  Carabantes  y  Rodrigo 
mino  para  la  ^e  -Plazuelas  y  ciertos  Indios,  y  Abios  Mitimars  que 
villa   de  Gua-  alli  están. 

nuco  y  Ciu-  Y  desde  Jauja  han  de  ir  al  l  ambo  de  Chupayco 
d  a  d  d  e  la  jünc]e  ^an  de  servir  los  Indios  de  Maria  de  Escobar 
Frontera     de        ,,-  ■    ,  .  ■    T  ■ 

los  Chaehapo-  i  "e  rrancisco  de  Herrera  vezinos  de  Lima, 
yas. 

Y  de  alli  han  de  ir  al  Tambo  de  Pariacaca  donde  han  de  servir 
los  Indios  de  la  dicha  Maria  de  Escobar  y  de  Juan  Fernandes  y  tam- 
bién de  Francisco  Ampuero. 

Y  después  de  alli  han  de  ir  al  Tambo  de  Huarochiri  donde  han 
de  servir  los  Indios  mismos  de  Guarochiri  que  son  de  Sebastian 
Sánchez  de  Merlo. 

Y  desde  Guarochiri  han  de  ir  al  Chondal  donde  han  de  servir  los 
Indios  del  dicho  Huarochiri  o  de  la  dicha  Doña  Inés  Muñoz  mujer  del 
dicho  Francisco  Martin  de  Alcántara 

Y  desde  el  Chondal  an  de  ir  a  Natin  ques  donde  dicen  Sotechum- 
hes  donde  han  de  servir  ciertos  Indios  Ingas  que  alli  tiene  el  Tesorero 
Alonso  Riquelme. 

Y  desde  alli  se  ha  de  ir  a  la  Ciudad  de  los  Reyes  donde  se  acaba 
el  dicho  Camino. 

Otro  si  para  ir  o  venir  de  esta  dicha  Ciudad  del  Cusco  a  la  Ciu- 
dad de  la  Frontera  de  los  Chachapoyas  o  a  la  Cudad  de  León  se  tiene 
de  ir  por  el  dicho  Camino  Real  q"  de  suso  esta  declarado  de  esta  Ciu- 
dad a  San  Juan  de  la  Victoria  y  de  la  Villa  de  San  Juan  al  Tambo  de 
Jauja  desde  donde  se  aparta  el  Camino  para  la  dicha  Ciudad  de  los 
Chachapoyas  o  Villa  de  Guanuco,  y  el  primer  Tambo  donde  se  ha  de 
ir  desde  el  dicho  asiento  de  Jauja  es  del  asiento  de  Tarama  y  de  alli 
todo  el  Camino  Real  hasta  las  dichas  Ciudades  o  Villa,  Mando  a  mis 
Tenientes  que  hagan  poblar  los  dichos  Tambos  cada  uno  en  su  ju- 
risdicción conforme  a  lo  contenido  en  estas  Ordenanzas. 


Otro  si  para  ir  o  benir  de  la  Ciudad  de  los  Reyes  a  la 
Villa  de  Arequipa  se  tiene  de  ir  de  la  dicha  Ciudad  al 
Tambo  de  Pachacama  en  el  qual  han  de  servir  los  In- 
nir  de  la  ciu-  dios  de  Hernán  Gonzales  y  Bernardo  Ruiz. 
dad  dé  los  Re-  y  jel  dicho  Tambo  de  Pachacama  se  tiene  de  ir  al 
Tambo  de  Chillca  en  el  qual  an  de  servir  los  Indios  de 
Alconchel. 


El 

por  donde 
ha  de  ir  o 


yes  a  la  villa 
de  Arequipa. 


—  232  — 


Y  del  dicho  Tambo  de  Chillca  se  ha  de  ir  al  Tambo  de  Lámar 
en  el  qual  han  de  servir  los  Indios  del  mismo  Tambo  que  son  de  Na- 
varro. 

"l  del  dicho  Tambo  de  la  Mar  se  tiene  de  ir  al  Guaico  en  el  qual 
han  de  servir  los  dichos  Indios  del  dicho  Navarro. 

Y  del  dicho  Tambo  del  Guarco  se  tiene  de  ir  al  Tambo  que  esta 
sobre  el  Rio  Lunaguana  en  el  qual  dicho  Tambo  han  de  servir  los  In- 
dios de  Chincha  que  son  Mitimaes  que  están  en  el  dicho  Rio  e  Indios 
de  Diego  de  Agüero. 

Y  del  dicho  Tambo  del  dicho  Rio  se  tiene  de  ir  a  Chincha  que  es 
de  S.  M. 

Iden  del  dicho  Tambo  de  Chincha  se  ha  de  ir  a  Cangalla  donde 
han  de  servir  los  Indios  de  Pedro.  .  .  .  y  los  de  Palomino  y  los  de  Alon- 
so Martin  de  Don  Benito  y  todos  los  Indios  del  dicho  Tambo. 

Y  del  dicho  Tambo  de  Cangalla  se  tiene  de  ir  al  Tambo  de  lea 
un  de  servir  en  el  los  Indios  de  Rivera  y  los  de  la  mujer  de  Juan  de 
Barrios. 

Y  del  dicho  Tambo  de  lea  se  tiene  de  ir  al  primer  Valle  de  Lanas- 
ca  el  qual  ha  de  estar  siempre  poblado  el  Tambo  y  prov  eído  por  razón 
de  que  ay  dose  leguas  de  despoblado  del  Tambo  a  otro  en  el  qual  han 
de  servir  los  Indios  del  mismo  valle 

Y  del  dicho  Tambo  del  primer  valle  se  ha  de  ir  al  Tambo  del  Co- 
llao  que  es  en  el  tercero  valle  de  Lanasca  en  el  qual  han  de  servir 
los  Indios  del  mismo  valle. 

Y  del  dicho  Tambo  del  Collao  se  tiene  de  ir  al  Pueblo  de  Lanasca 
en  el  qual  an  de  servir  los  Indios  del  dicho  Pueblo. 

Y  del  dicho  Pueblo  principal  de  Lanasca  se  ha  de  ir  a  Apoloma 
que  es  otro  valle  de  la  dicha  Nasca  en  el  qual  an  de  servir  los  Indios 
del  dicho  Valle  de  la  dicha  Nasca  que  son  del  behedor  Garcia  de  Sal- 
cedo. 

Y  del  dicho  Valle  de  Apoloma  se  ha  de  ir  al  Tambo  de  Hacari  que 
es  de  Pedro  de  Mendoza  en  el  qual  han  de  servir  los  Indios  del  dicho 
pueblo. 

Y  del  dicho  Tambo  de  Acari  se  ha  de  ir  al  Tambo  del  segundo 
valle  de  Hacari  que  se  dice  Taqui  que  es  del  dicho  Mendoza  en  el 
qual  han  de  servir  los  Indios  del  dicho  valle. 

Y  del  dicho  Tambo  de  Mendoza  que  se  llama  Taqui  se  ha  de  ir 
a  Vilcaroca  que  es  de  Salcedo  en  el  qual  dicho  Tambo  han  de  servir 
los  Indios  del  dicho  Salcedo. 

Y  del  dicho  Valle  o  Tambo  de  Vilcaroca  se  ha  de  n  a  Tico  en  el 
qual  han  de  servir  los  Indios  de  Juan  López  de  Recalde. 

Y  del  dicho  Tambo  Atico  se  ha  de  ir  a  un  Pueblo  de  Pescadores 
que  esta  cerca  de  la  Mar  que  es  de  Salcedo  en  el  qual  han  de  servir 
los  Indios  del  dicho  Pueblo  y  los  que  están  en  el  valle  arriba  del  dicho 
Salcedo  de  Alarcon. 

Y  del  dicho  Pueblo  de  Pescadores  se  ha  de  ir  a  Ocoña  en  el  qual 


—  233  — 


han  de  servir  los  Indios  del  mismo  valle  que  son  de  diego  de  Alarcon, 
o  de  Salcedo. 

Y  del  dicho  Tambo  de  Ocoña  se  ha  de  ir  a  Camana  en  el  qual 
han  de  servir  los  Indios  de  todo  el  valle  que  son  de  Gómez  de  León  y .  . 

.  .  .  .Manuel  de  Carvajal  y  de  Ramírez  y  todos  los  Indios  sugetos  al 
dicho  Tambo. 

Y  del  dicho  Tambo  de  Camana  se  ha  de  ir  a  9  leguas  de  despo- 
blado a  otro  valle  de  que  se  sirve  Gómez  de  León  que  se  llama  Ciguas 
en  el  qual  an  de  servir  los  Indios  del  dicho  Gómez  y  los  que  tiene  en 
el  dicho  valle. 

Y  del  dicho  Tambo  de  siguas  se  tiene  de  ir  al  valle  y  Tambo  de 
Vitor  de  que  se  sirve  Cornejo  en  el  qual  han  de  servir  los  Indios  del 
dicho  valle. 

Y  del  dicho  valle  de  Vitor  se  tiene  de  ir  a  la  villa  de  Arequipa. 

Otro  si  para  ir  a  la  Ciudad  de  los  Reyes  a  la  de  Truji- 
El    camino  H0  se  tiene  de  ir  al  Tambo  de  Don  Domingo  de  la  pre- 
por  donde   se  ga  gn  e,        ,  hap  Je  s£rvjr  1qs  ¡ndjos  dd  djcho  Don  Do_ 
ha  de  ir  o  ve-  P  .         „    _     T  • 

nir  de  la  ciu-  ming°  de  que  se  sirve  ahora  Dona  Inés,  mujer  que  fue 
dad  de  los  Re-  de  Francisco  con  los  otros  Indios  que  suelen  servir  en 
yes  a    la   de  el  dicho  Tambo. 

Trujillo  y  s„       y  del  dicho  Tambo  se  tiene  de  ir  al  Tambo  pintado 
en  el  qual  han  de  servir  unos  Indios  del  dicho  Tambo 
y  los  de  los  Frailes  y  los  de  Aliaga  y  los  de  Barba,  y  otros  Indios  de 
que  se  sirve  ahora  Ventura  Beltran. 

Y  del  dicho  Tambo  pintado  se  tiene  de  ir  al  Tambo  Guaurua  en 
el  qual  han  de  servir  los  Indios  del  dicho  Tambo  de  que  se  sirve  el  Sr. 
Gobernador. 

Y  del  dicho  Tambo  de  Guaurua  se  ha  de  ir  al  Tambo  de  Supe 
en  el  qual  han  de  servir  los  Indios  del  dicho  Tambo  de  que  se  sirvé  él 
dicho  Sr.  Gobenador. 

Y  del  dicho  Tambo  de  Supe  se  ha  de  ir  al  Tambo  de  la  Barranca 
en  el  qual  han  de  servir  los  Indios  del  dicho  Tambo. 

Y  del  dicho  Tambo  de  la  Barranca  han  de  ir  al  Tambo  Parmon- 
ga  en  el  qual  han  de  servir  los  Indios  del  dicho  Tambo. 

Y  del  dicho  Tambo  de  Parmonga  se  ha  de  ir  al  Tambo  de  Guar- 
mey,  en  el  qual  han  de  servir  los  Indios  de  que  se  sirve  don  Martin 
lengua. 

Y  del  dicho  Tambo  se  ha  de  ir  al  de  Casma  en  el  qual  han  de  ser- 
vir los  Indios  de  Miguel  de  la  Serna  y  los  del  Portuguez  y  los  demás 
que  suelen  servir  en  el  dicho  Tambo. 

De    este  Y  Jel  dicho  Tambo  se  ha  de  ir  al  de  Guambacho  en  el 

Ca*mab  °l  o^  ^Ua'  ^an  ^e  servir  'os  Indios   de  Quadrado  y  los  de 

Tambos     d  e  Marcos  de  Escobar  y  los  de  los  Frailes  de  la  dicha 

adelante  han  Ciudad  de  Trujillo. 


—  234  — 


de  tener  Po-  Y  del  dicho  Tambo  de  Guambacho  se  ha  de  ir  al  Tam- 

daÍdeTruji-  bo  de  Santa  en  el  qual  han  de  servir  los  Indlos  de  Gra~ 
I1C>  biel  Holguin  y  los  Indios  de  Alonso  González. 

Y  del  dicho  Tambo  de  Santa  se  ha  de  ir  al  de  Suo. 

Y  del  dicho  Suo  se  ha  de  ir  al  de  Guañape  en  el  qual  han  de  ser- 
vir los  Indios  del  dicho  Tambo  que  se  sirve  el  dicho  Lozano. 

Y  de  Guañape  se  ha  de  ir  a  Trujillo. 

Otro  si  en  el  camino  que  se  ha  de  llevar,  o  Tambos  que  han  de  es- 
tar poblados  desde  la  Ciudad  de  Trujillo  hasta  la  villa  de  San  Miguel 
son  los  siguientes. 

De  la  dicha  Ciudad  se  ha  de  ir  al  Tambo  de  Chicama  en  el  qual 
han  de  servir  los  Indios  de  Diego  de  Mora  y  Francisco  de  Fuentes. 

Y  del  dicho  Tambo  de  Chicama,  se  tiene  de  ir  al  Tambo  de  Pa- 
casmayo  el  qual  han  de  servir  los  Indios  de  Diego  de  Mora  y  los  de 
Pedro  González,  y  de  Catalina  Pérez  viuda  de  Pedro  de  Villafranca. 

Y  del  dicho  Tambo  se  tiene  de  ir  al  de  Zaña  donde  han  de  servir 
los  Indios  de  Rodrigo  de  Paez  y  de  Sayabedra  su  compañero. 

Y  del  dicho  se  ha  de  ir  al  de  Collique  en  el  qual  servirán  los  de 
Blas  de  Atirencia  y  Francisco  Luiz  de  Alcántara  y  de  los  de  Miguel 
de  Velasco  y  los  que  fueren  obligados  a  servir  en  el. 

Y  del  dicho  de  Collique  se  tiene  de  ir  al  de  Sinto  que  es  de  Diego 
de  Vega  en  el  que  servirán  los  de  este  y  los  que  solian  servir  a  Diego 
Berdejo. 

De  e  s  t  e  Y  del  dicho  Tambo  de  Vega  se  tiene  de  ir  a  Tucume 
Tambo  ade-  en  el  ]  han  ¿&  serv¡r  [os  [n¿[os  de  Francisco  Za- 
lante      todos         , .        ,  ,     ,         D   ,  , 

los  demás  ha  mudio  y  los  menores  de  Juan  Koldan. 
de  tener   Po-  Y  de  alli  se  tiene  de  ir  a  J ayanca  en  donde  servirán  los 
blados  la  ciu-  Je  Francisco  Lobo  y  de  Diego  Gutiérrez. 

d*eidC  S'  MÍ~        Y  de  alH  Se  ha  de  ir  al  de  MotuPe  en  el  <lual  servi" 
ran  los  Indios  que  fueren  obligados  a  servir  en  el. 

Y  de  alli  se  tiene  de  ir  al  Tambo  que  dizen  de  Quiros  en  el  qual 
han  de  servir  todos  los  Indios  que  son  obligados  a  servir  en  el. 

Y  de  alli  se  tiene  de  ir  a!  de  Ala  a  donde  servirán  los  Indios  que 
a  el  fueren  obligados. 

Y  de  alli  se  ira  a  Paur  a  donde  servirán  los  que  a  el  fueren  obli- 
gados. 

Y  de  Paur  se  ira  a  la  Ciudad  de  San  Miguel. 

De  la  dicha  Villa  de  San  Miguel  se  tiene  de  ir  al  Tam- 
El  camino  bo  de  Zapatera  en  el  qual  han  de  servir  los  Indios  de 
nevar6  d*  ta  Juan  Ru¿'°  v  'os  demás  que  son  obligados. 
Ciudad  s.  Mi-  ^  ^e  se  ira  a'  Tambo  Malinche  en^l  qual  ser- 
guel  a  Tum-  viran  los  I  ndios  de  Salcedo  y  los  que  fueren  a  el  obliga- 
bes.  Jos. 


—  235  — 


Y  de  Malinche  se  ira  al  Tambo  grande  en  el  qual  han  de  servir 
los  Indios  que  fueren  obligados  a  el. 

Y  de  alli  se  ha  de  ir  al  de  Posechos  en  el  qual  servirán  los  Indios 
de  Santiago  y  los  de  Andrés  Duran  y  los  de  Lucena  y  los  otros  que  a 
el  fueren  obligados. 

Y  de  alli  se  ira  al  de  Solana  en  el  que  servirán  los  Indios  de  Alba- 
rracin  con  todos  los  que  a  el  fueren  obligados. 

Y  de  Solana  se  ha  de  ir  al  de  Tumbes  en  el  que  servirán  los  Indios 
del  Pueblo  que  son  de  Sebastian  dé  la  Gama. 

El    camino  Otro  si  para  ir  de  la  Ciudad  de  los  Reyes  a  la  de  Quito 

Uevar  ^e^Ciu*  SC  C'ene  ^e  'r  Por  to^°  e'  cam'no  R-ca'  que  sa'e  de  'a 
dad  de  los  Re-  dicha  Ciudad  de  los  Reyes  hasta  la  villa  de  San  Mi- 
yes  a  Quito,  guel  por  los  Tambos  de  suso  contenidos.  De  la  dicha 
villa  de  San  Miguel  se  ha  de  ir  por  todo  el  camino  Real  por  Zaganacbe 
o  Carrochamba  y  Tomebamba  y  todo  el  camino  Real  hasta  Quito- en 
el  qual  se  han  de  poblar  todos  los  Tambos  que  estaban  poblados  en  el 
tiempo  en  que  se  conquistaron  y  poblaron  de  Españoles  estos  Reynos 
los  quales  dichos  Tambos  mando  a  los  Tenientes  mios  de  la  dicha 
ciudad  o  villa  hagan  luego  poblar  conforme  a  lo  contenido  en  estas 
Ordenanzas  cada  uno  de  los  dichos  Tenientes  los  que  estuvieren  en 
su  jurisdicción. 

Otro  si  para  mejor  efecto  y  cumplimiento  de  lo  suso- 
Paraqueios  dicho  y  porque  poco  aprovecharía  mandar  caminar 
Tambos  estén  pQr  |QS  ¿¡c^qs  cam¡nos  y  Tambos  no  estando  poblados 


poblados  den- 
tro de  60  días 


abastecidos  como  es  necesario.  Ordeno  y  mando 
después  d  e  que  los  vecinos  que  al  presente  tienen  depositados  los 
pregonadas  es-  Caciques  e  Indios  en  los  Tambos  de  suso- contenidos 
tas  ordenan-  0  jeciaracios  y  los  que  de  aqui  adelante  los  pusieren  de- 
positados o  en  otra  cualquier  manera  los  tuvieren  . a  su 
cargo  y  a  los  caciques  de  los  tales  Tambos  indios  o  repartimientos  y 
a  todos  los  otros  que  tienen  Indios  que  solian  servir  en  los  dichos 
Tambos  en  tiempo  de  Guaynacaba  Señor  antepasado  y  los  mismos 
Indios  que  alli  solian  servir  y  que  declarados  van  en  los  dichos  Capí- 
tulos que  pueblen  y  tengan  poblados  y  bastecidos  de  Comida  para 
los  Caminantes  que  pasaren  y  que  hubieren  en  la  Provincia  de  cada 
Tambo  y  que  no  sean  obligados  a  dar  Carne  a  los  Yanaconas,  ni  a  los 
Indios  ni  Indias  que  los  Españoles  llevaren  consigo  y  que' ássi' mismo 
tengan  en  los  dichos  Tambos,  Agua,  Leña  y  Yerba  de  Indios  como 
de  antes  solian  estar  en  dichos  Tambos  para  llevar  las  cargas  que 
adelante  se  dirá  que  puede  llevar  cada  uno  de  Camino  de  manera  que 
no  haya  falta  ni  tenga  lugar  ni  collor  los  que  pasaren  de  irlo  a  ran- 
chear ni  tomar  de  los  Naturales  ni  los  maltratar  y  por  falta  de  Leña 
quemar  los  dichos  Tambos  y  otros  como  hasta  aqui  se  ha  hecho  los 
quales  dichos  Tambos  mando  que  los  tales  vezinos  tengan  poblados  y 


—  236  — 


probeidos  según  y  de  la  manera  que  dicho  es  dentro  de  sesenta  dias 
primeros  siguientes  los  quales  corran  y  se  cuenten  en  cada  una  de 
las  Ciudades  y  Villas  de  estos  Reynos  desde  el  dia  que  en  qual- 
quier  de  ellas  estas  dichas  Ordenanzas  fueren  pregonadas  y  que  si 
dentro  de  los  dichos  60  dias  no  los  tubieren  poblados  paguen  de  pena 
cada  uno  300  pesos  y  si  a  los  90  no  los  tuvieren  poblados  paguen  de 
pena  doblado  y  a  los  4  meses  privación  de  Indios  que  queden  vacos  y 
que  la  pena  susodicha  sea  la  mitad  para  la  Cámara  y  la  otra  mitad 
para  el  Juez  y  denunciador. 

Otro  si  por  cuanto  en  los  dichos  Tambos  o  en  la  maior 
Para  que  se  parte  de  ellos  están  quemadas  las  casas  de  aposentos 
hagan  todas  g  en  e|jos  so|ja  aver  y  por  se,.  como  son  mu¡  nece- 
las  casas  de  , 
los  Tambos  sanas  Para  Que  se  aposenten  o  alberguen  los  caminan- 
dentro  de  4  tes  Españoles  e  indios  que  caminan  y  porque  de  no 
meses.  estar  hechas  las  dichas  casas  y  bohios,  adolezen  y  mue- 

ren, y  han  muerto  muchos  de  los  dichos  Naturales,  or- 
deno y  mando  que  en  todos  los  susodichos  Tambos,  y  a  cada  uno 
dcllos  adonde  estuvieren  hechas  casas  y  aposentos  los  dichos  Due- 
ños e  Indios  de  suso  declarados  en  la  Ordenanza  antes  de  esta  sean 
obligados  a  haser  y  hagan  las  Casas  que  faltaren  en  los  dichos  Tam- 
bos de  las  q'  antiguamente  solían  estar  hechas  en  cada  uno  de  ellos  o 
las  que  fueren  necesarias  para  aposentos  de  la  gente  que  caminaren 
con  Caballeriza  para  las  bestias  y  recuas  que  llevaren  las  quales  di- 
chas casas  tengan  hechas  dentro  de  4  meses  primeros  siguientes  de 
como  estas  Ordenanzas  fueren  pregonadas  en  cada  una  de  las  ciuda- 
des o  Villas  de  estos  Reynos  y  si  dentro  del  dicho  tiempo  no  las  hi- 
rieren los  tales  vezinos  dueños  de  los  dichos  Tambos,  o  Indios  o  no 
tuvieren  hechas  caygan  en  pena  de  300  pesos  aplicados  como  dicho  es 
en  la  Ordenanza  antes  de  esta  y  mas  que  los  jueces  pueden  hazer  y 
hagan  a  su  costa  y  suspenderles  los  dichos  Indios  que  tuviere  el  tal 
vezino  hasta  que  tengan  hechas  las  dichas  casas,  e  mas  a  qualquier 
Juez  en  cuio  termino  fuere  que  no  ejecutare  lo  susodicho  cayga  e  in- 
curra en  pena  de  300  pesos  para  la  Cámara  de  S.  M.  que  le  sea  de 
ello  hecho  cargo  al  fin  de  su  oficio. 

Otro  si  Por  quanto  Cuaynacaba  Señor  que  fue  destos 
Para  que  sir-  Reynos  y  los  otros  que  fueron  tenian  repartido,  y 
van  en    cada  orjenacj0  tocja  \a  tierra  Pueblos,  aldeas  y  lugares  de 
Tambo  losln-  .      ,     ..  .  .       .        ,  ,  , 

dios  que  anti-  'os  '"dios  naturales  que  ha  vían  de  servir  en  los  dichos 
guamente  caminos  en  cada  uno  de  los  Tambos  y  porque  ahora 
suelen  servir.  no  se  podría  ordenar  en  otra  manera  mejor  de  como  los 

dichos  señores  lo  tenian  proveído  y  ordenado  y  porque 
assi  conviene  que  se  haga  al  presente  porque  de  otra  manera  no  po- 
drían estar  los  dichos  Tambos  hechos  poblados  y  proveídos  como  de 
suso  ba  ordenado  y  proveído  mando  que  lo  suso  dicho  que  en  tiempo 


—  237  — 


de  los  otros  señores  se  guardaba  se  guarde  y  cumpla  de  aqui  adelan- 
te e  que  en  cada  uno  de  los  dichos  Tambos  que  de  suso  ban  de- 
clarados sirvan  los  Casiques  e  Indios,  Pueblos,  Aldeas  y  lugares  que 
solian  servir  en  los  dichos  Tambos,  depósitos  y  provisión  de  ellos 
assi  los  Casiques  y  Pueblos  que  de  suso  van  declarados  en  las  parti- 
das de  los  dichos  Tambos  como  todos  los  otros  que  solian  servir  aun- 
que aqui  no  bayan  declarados  assi  en  el  hazer  las  Casas  como  en  la 
Provisión  e  Indios  que  en  ellos  ha  de  estar  según  y  como  ba  decla- 
rado y  de  la  manera  que  tenían  costumbre  de  hacer  y  hacian  sirvien- 
do en  tiempo  que  estos  Reynos  se  ganaron  v  reducieron  al  servicio  de 
S.  M. 

Otro  si  porque  según  la  falta  que  hay  de  Indios  de 
Ju^ticia^ue*  eSt3S  ProvinciaS  Por  las  razones  declaradas  no  pares- 
da8  '"mandar  cen  bastar  recaudo  para  la  edificación  y  población  y 
servir  en  los  bastimento  de  los  dichos  Tambos  mandar  que  lo  hagan 
Tambos  a  los  y  cumplan  los  Indios  que  solian  servir  en  los  dichos 
Pueblos  de  In-  Jambos  en  tiempo  de  los  Señores  pasados  destos  Rev- 
dios  que  pares-  ,  .  .  J 

clere  que  oom-  nos  y  PorQue  los  pocos  que  ahora  ay  para  suplir  y 
biene  de  mas  proveer  lo  susodicho  y  que  por  el  bien  de  lo  proveído 
de  los  Yanaco-  es  general  de  todos  los  Indios  destos  Reynos  y  por  esto 
ñas  de  la  Or-  van  en  jos  Jjchos  Capítulos  señalados  algunos  mas 
denanza  antes  ...         ^     .  ,     . .  .  & 

de  esta  Indios  y  Casiques  para  el  dicho  servicio  que  solían 

servir  ordeno  y  mando  que  demás  de  los  suso  dicho 
los  Tenientes  y  Alcaldes  puedan  señalar  y  apremiar  a  los  más  caci- 
ques e  Indios  que  les  paresciere  que  sirvan  en  las  obras  y  población  y 
la  demás  Provisión  de  los  dichos  Tambos  de  suso  declarados  según 
convengan  a  la  sustentación  de  ellos. 

Otro  si  por  quanto  en  los  Capítulos  suso  dichos  se 
Para  que  las  provee  que  los  vezinos  y  personas  que  tienen  los  di- 
JantÍCl^i  e^o  c^os  'ndios  encomendados  hagan  y  cumplan  lo  con- 
cumplir1 6  1  o  ler|ido  en  los  Capítulos  susodichos  en  la  Provisión  y 
contenido  en  servicio  de  los  dichos  Tambos  lo  mismo  se  manda  a  los 
la  Ordenanza  Caciques  e  Indios  que  ban  señalados  en  los  dichos  Ca- 
antes  de  esta  pitu|os  que  cumplan  lo  en  ellos  mandado  y  Ordenan- 
a  los  Caciques  -..  ,  .  .,  . 

e  indios  de  zas  susodichas  contenido  so  pena  que  el  que  no  cum- 
Tambos.  pliere  dentro  del  termino  de   suso  declarado  que  las 

Justicias  de  qualquier  Pueblo  donde  acaeciere  se  lo 
hagan  cumplir  con  las  penas  que  conviniere  poner  y  ejecutar  assi  a 
los  Caciques  e  Indios  declarados  como  a  los  que  mas  les  parescie- 
re que  deben  servir  como  dicho  es  por  la  vía  que  mejor  les  paresciere 
0ara  que  mejor  se  guarde  y  cumpla  lo  susodicho. 


Para  que  Otro  si  porque  lo  suso  dicho  ha  e  tenga  mejor  efecto 
ninguna  per-  ordeno  y  mando  que  si  algún  vezino  o  otra  persona. 


—  238  — 


sona  impida  el  impidiere  a  los  dichos  Indios  con  palabras  o  en  otra 
servicio  de  los  qualqUjer  manera  por  el  mismo  caso  los  vezinos  que 
Indios   de  los  ,'  ...  ,  j  i 

dichos  Tam-  '°  impidieren  incurran  en  las  penas  contenidas  en  la 
bos.  primera  Ordenanza  aplicada  como  en  ella  se  contiene 

o  si  fuere  estanciero  o  persona  que  tuviere  los  Indios  a 
cargo  por  otro  pague  los  pesos  y  si  no  los  tuviere  le  sean  dados  cien 
azotes  publicamente  en  la  Ciudad  o  Villa  que  lo  tal  acaesciere  y  de- 
je ejecutar  la  dicha  pena. 

Otro  si  porque  para  ejecución  de  lo  susodicho  o  por- 
Para  que  re-  que  los  Españoles  no  puedan  hacer  daño  en  los  dichos 
sidan  Espano-  7ambos  n¡  hazer  a  los  Naturales  agravio  alguno  y 
les  en  los  Tam-  ir-~,  r  ,  ,  , 

bos  y  los  ten-  'os  c-spanoles  y  Caminantes  hallen  el  recaudo  y  pro- 
gan  proveídos,  visión  suso  dicho  conviene  que  haya  en  los  Tambos 
principales  de  los  dichos  Caminos  Españoles  que  ten- 
gan guarda  de  los  Indios  para  la  ejecución  de  las  dichas  Ordenanzas 
ordeno  y  mando  que  todos  los  vezinos  dueños  de  los  Indios  o  sitios 
de  an  de  estar  los  dichos  Tambos  nombrados  dentro  de  los  dichos  60 
dias  después  que  estas  Ordenanzas  fueren  publicadas  tengan  un  Es- 
pañol para  el  efecto  suso  dicho  el  qual  tenga  cargo  de  la  guarda  de  los 
Inidos  y  del  cumplimiento  de  las  dichas  Ordenanzas  los  quales  Espa- 
ñoles tengan  puestos  a  lo  menos  en  los  Tambos  siguientes  porque  en 
todos  no  se  pueden  tener  por  la  falta  de  Españoles  y  costa  y  gasto 
grande  que  recrecerá  a  los  Españoles  que  tienen  encomendados  los  In- 
dios. En  el  Tambp  de  Vrcos  ha  de  haver  un  Alguasil  el  qual  ha  de  tener 
cargo  del  dicho  Tambo,  de  Quispicancha  o  Quiquijana,  y  Cangalla. 

En  el  Tambo  de  Aecha  ha  de  haver  otro  Alguasil  el  qual  ha  de 
tener. cargo  del  dicho  Tambo  y  de  los  Tambos  de  Compapata,  Chi- 
cuana  y  Lurucache. 

Y  en  el  Pueblo  de  Ayaviri  ha  de  haver  otro  alguasil  el  qual  ha 
de  tener  cargo  del  dicho  Tambo  y  de  los  Tambos  Parapuja  que  es 
un  lugar  de  Chiquiacacha  y  del  Tambo  de  Pucará. 

En  el  Pueblo  de  Guancani  ha  de  haver  otro  Alguasil  el  qual  ha 
de  tener  cargo  del  dicho  Tambo  y  de  los  de'Chiquicache,  Moho,  Guay- 
cho  y  Carabuco. 

En  el  Pueblo  de  Pucani  que  es  en  el  Repartimiento  del  Marques 
que  haya  gloria  ha  de  haver  otro  Alguasil  el  qual  ha  de  tener  cargo  del 
dicho  Tambo  y  de  los  de  Achacache.Guarina,  Guaque  y  Tiaguanaco. 

En  él  Pueblo  de  Cajamarca  ha  efe  haber  otro  Alguasil  el  qual  ha 
de  tener  cargo  del  dicho  Tambo  y  de  los  de  Llaja,  Covacha,  Hayo  Ha- 
yo, y  de  Tijica. 

En  el  Pueblo  de  Paria  ha  de  haber  otro  Alguasil  el  qual  ha  de 
tener  cargo  del  dicho  Tambo  y  del  de  Caracollo  y  de  Guanachulpa. 
En  el  Pueblo  de  Pocoata  del  Repartimiento  de  Gonzalo  Pizarro, 


—  239  — 


el  qual  ha  de  tener  cargo  de  todos  los  Tambos  del  dicho  Gonzalo  Pi- 
zarra que  están  en  el  camino  Real  que  ban  hasta  la  Villa  de  Plata. 

Otro  si  por  el  camino  de  Orcosuyo  que  se  aparta  de  Ayabiri  ha 
de  haver  un  Alguacil  en  el  Pueblo  de  Caracoto  el  qual  ha  de  tener  car- 
go del  dicho  Tambo  y  de  los  de  Nicasu,  Camoata,  y  Paucarcolla  y 
también  Puno. 

Otro  si  en  el  Pueblo  de  Chucuito  ha  de  haver  otro  Alguasil  el 
qual  ha  de  tener  a  cargo  los  Tambos  de  Acora  y  Hilavi. 

En  el  Pueblo  de  Cipita  ha  de  haver  otro  Alguasil  el  qual  ha  de 
tener  cargo  de  los  Pueblos  y  Tambos  de  Juli,  Pomata  e  Hilavi. 

En  el  Pueblo  y  Tambo  de  Cacyabiri  ha  de  haber  otro  Alguasil 
el  qual  ha  de  tener  cargo  del  Tambo  de  Caquyngora  y  Machaca  y 
Callapa. 

En  el  Pueblo  y  Tambo  de  Baclia  que  es  en  los  Carangas  ha  de 
haber  otro  Alguasil  que  tenga  cargo  del  dicho  Tambo  y  de  todos  los 
otros  de  los  dichos  Carangas. 

En  el  Pueblo  principal  de  Vllaga  ha  de  haver  otro  Alguasil  que 
tenga  cargo  del  dicho  Tambo  y  de  los  de  Aullagas. 

En  el  Pueblo  de  Cahuana  ha  de  haber  otro  Alguasil  que  tenga 
cargo  del  dicho  Tambo  y  de  los  de  Tacana,  Chica,  Caguana  y  Hatun 
Collaó, 

Otro  si  eri  el  caminó  de  esta  Ciudad  del  Cusco  a  la  ciudad  de  Are- 
quipa demás  del  Alguasil  que  ha  de  residir  en  Vrcos  ha  de  haber  otro 
en  el  Pueblo  de  Pomacanche  y  el  qual  ha  de  tener  cargo  del  dicho  Tam- 
bo y  de  los  de  Changürara  y  de  Yanaoca  o  del  Pueblo  de  Narbaes. 

Otro  si  en  el  Pueblo  de  Pomacanche  y  en  el  de  Hatum  cana  ha  de 
haber  otro  Alguasil  que  tenga  cargo  de  todos  los  Pueblos  dichos  antes. 

Otro  si  en  el  Pueblo  prinzipal  de  los  Collaguas  ha  de  haver  otro 
Alguasil  que  tenga  cargo  de  todos  los  Tambos  que  hay  en  todo  el 
Camino  hasta  llegar  a  la  dicha  Ciudad  de  Arequipa. 

Otro  si  en  el  camino  de  esta  Ciudad  a  la  Villa  de  San  Juan  de  la 
Frontera  ha  de  haber  un  Alguasil  en  el  Tambo  principal  de  apurima 
el  qual  ha  de  tener  cargo  de  el  y  de  los  Jaquijaguana,  Limatambo, 
Curaguasi  y  Abancay. 

Otro  si  en  el  Pueblo  de  Andahuaylas  ha  de  haber  otro  que  tenga 
cargo  del  dicho  Tambo  y  de  los  Tambos  de  Cochacaja  y  Curamba. 

Otro  si  en  el  assiento  de  Vilcas  ha  de  haber  otro  que  tenga  a  cargo 
el  dicho  Tambo  y  el  de  Vramarca  hasta  la  Villa  de  S.  Juan. 

Otro  si  desde  la  dicha  Villa  hasta  la  Ciudad  de  los  Reyes  ha  de 
haver  un  Alguacil  en  Parcos  y  otro  en  Jauja  y  otro  en  Guaruchire,  los 
quales  han  de  tener  cargo  de  los  Tambos  del  dicho  Camino,  según  y 
de  la  manera  que  por  mis  Tenientes  fueren  repartidos. 

*  Otro  si  porque  al  presente  no  estoy  informado  en  que  Tambos 
combendra  poner  Alguasiles  en  todos  los  otros  caminos  que  salen  de 
la  Ciudad  de  los  Reyes  para  las  otras  Ciudades  y  Villas  que  en  estos 
Reynos  están  pobladas.  Mando  a  mis  Tenientes  que  cada  uno  los 


—  240  — 


ponga  en  su  jurisdicción  en  tal  manera  que  cada  Alguasil  tenga  cargo 
de  tres  o  quatro  Tambos  mas  o  menos  como  a  los  dichos  mis  Tenien- 
tes les  paresciere  que  conviene  so  pena  de  Doscientos  pesos  de  oro  para 
la  Cámara  de  S.  M. 

Otro  si  porque  en  cada  uno  de  los  dichos  Tambos  no  puede  haber 
Español  como  se  contiene  en  la  Ordenanza  antes  de  esta  y  aunque 
conbenia  averio  como  dicho  es  para  mejor  remedio  ordeno  y  mando 
que  los  Españoles  que  han  de  estar  en  los  Tambos  declarados  visiten 
los  otros  Tambos  que  de  suso  llevaran  señalados,  y  declarados  de  su 
pertenencia  o  resida  algún  tiempo  del  año  en  cada  uno  como  de  suso 
ba  declarado  so  pena  de  pagar  los  daños  que  por  culpa  suya  se  hizieren 
en  el  Tambo  donde  havia  de  residir  al  tiempo  que  de  el  faltare. 

Otro  si  porque  lo  contenido  en  la  Ordenanza  antes  de  esta  mejor 
se  cumpla  por  ser  tan  necesario  mando  que  los  dueños  de  los  dichos 
Tambos  donde  han  de  estar  los  dichos  Españoles  sean  obligados  a 
poner  el  tol  Español  en  los  dichos  Tambos  y  lo  tengan  puesto  dentro 
de  los  dichos  60  dias  so  pena  de  300  pesos  a  cada  uno  y  las  otras  conte- 
nidas en  las  Ordenanzas  antes  de  esta  aplicada  como  en  ella  se  declara 
y  que  los  Pueblos  y  Señores  de  los  Casiques  comarcanos  a  donde  no 
estubiere  puesto  Español  sean  obligados  a  contribuir  en  la  paga  y  sa- 
larios que  llebare  el  tal  Español  y  los  demás  Indios  que  al  Tambo  hu- 
bieren de  servir  y  se  declararen  por  los  Tenientes  o  Justicias  so  pena 
de  suspenzion  de  Indios  y  se  sirva  de  ellos  el  dueño  del  Tambo  que 
pusiere  el  Español  hasta  que  paguen  sus  partes  no  les  pidiendo  Oro 
ni  Plata. 


Otro  si  por  quanto  demás  de  lo  proveído  por  las  Orde- 
Paraquelas  nanzas  y  Capítulos  de  suso  contenidos  para  que  cesen 
personas  que  j     robos  fuerzas  y  daños  y  malos  tratamientos  suso 
tubieren   car-  J  • 

go  délos  Tam-  dichos,  conviene  y  es  cosa  muy  necesaria  que  los  bspa- 
bos  trayan  ba-  ñoles  que  tuvieren  de  residir  y  residiesen  en  los  dichos 
ra  de  Justicia  Tambos  tengan  vara  de  Justicia  porque  el  remedio 
ciíe* de^cSm-  Je  '°  susoclicho  consiste  en  la  ejecución  de  lo  conte- 
po.  nido  en  estas  ordenanzas  y  en  que  los  dichos  Naturales 

tengan  perzona  que  los  ampare  y  defienda  que  por 
ninguna  persona  les  sea  hecho  algún  mal  tratamiento  y  porque  lo  suso 
dicho  se  pueda  cumplir  y  ejecutar  ordeno  y  mando  que  cada  uno  de 
los  Españoles  que  hubieren  de  residir  y  residieren  en  los  dichos  Tam- 
bos pueda  traer  y  trayga  vara  de  Justicia  dS  Alguasil  de  Campo  en 
los  Caminos,  Pueblos,  Aldeas  y  lugares  de  los  dichos  Naturales  que 
por  este  Capitulo  doy  facultad  y  lizenzia  para  que  cada  uno  de  los 
tales  Españoles  que  han  de  residir  en  los  dichos  Tambos  y  tener  cargo 
de  ellos  pueda  traer  la  dicha  bara  de  Justicia  usar  y  ejercer  el  dicho 
oficio  y  cargo  de  Alguasil  del  Campo  y  para  que  haga  guardar  lo  con- 
tenido en  estas  Ordenanzas  que  toca  al  buen  tratamiento  de  los  Na- 
turales y  la  orden  que  se  ha  de  tener  con  las  personas  que  caminaren 


los  quales  dichos  alguaciles  puedan  cada  uno  prender  y  prendan  sin 
que  para  ello  se  les  de  ni  sea  necesario  Otro  mandamiento  de  Juez  al1 
guno  y  pueda  ejecutar  en  las  tosas  según  y  de  ¡a,  manera  que  eh  estas 
ordenanzas  ba  declarado  la  qual  dicha  Vara  de  Justicia  de  a  las  tales 
personas  el  Teniente  de  Governador  y  cada  uno  de  los  Españoles  suso 
dichos  de  los  quales  y  de  cada  uno  de  ellos  se  reziba  juramento  que 
bien  y  diligentemente  uzaran  el  ofizio  y  cargo  conforme  a  lo  q'  se  les 
manda  o  a  la  facultad  que  para  ello  se  Ies  da  por  estas  Ordenanzas  y 
el  dicho  Teniente  de  Governador  de  las  tales  varas  a  perzonas  abiles  y 
sufisientes  para  usar  el  dicho  ofizio  el  qual  dicho  juramento  se  asiente 
por  ante  escribano  y  por  el  asiento  de  el  no  lleve  ningunos  derechos. 

Otro  si  porque  podría  ocurrir  algún  casso  en  que  el 
Para  que  se  dicho  Alguasil  no  pudiese  ejecutar  con  su  sola  perzo- 
j  unten  los  Al-  na  en  taj         ordeno  y  mando  que  el  tal  Alguasil  va- 
guaciles      de  ,  ■  V-       _  ,  & 

Campo  para  Va  en  seguimiento  del  hspanol  o  caminante  que  con- 
ejecutar quán-  tra  lo  contenido  en  estas  Ordenanzas  pasare  hasta  el 
do  el  uno  solo  otro  Tambo  siguiente  donde  estuviere  otro  Alguasil  al 
hazer  pudiere  qual  mando  que  ejecute  lo  que  constare  haber  hecho 
contra  lo  contenido  en  estas  Ordenanzas  y  caso  que 
hubiere  duda  en  la  Probanza  o  balga  por  probanza  el  dicho  del  Al- 
guazil  del  Tambo  pasado  con  su  juramento  concurriendo  en  el  dicho 
de  qualquier  Indio  con  su  juramento  assi  mismo. 

Otro  si  porque  los  tales  Alguaziles  y  personas  que  pue- 
Para    que  jan  mejor  ejecutar  lo  en  estas  Ordenanzas  contenido 
ninguna  per-  .      ,  ,  .  , 

sona  haga  a  >  Pr°veer  assi  a  la  provizion  y  las  cosas  necesarias  de 
los  Alguaciles  los  Españoles  y  caminantes,  y  bien  de  los  Indios  na- 
de Campo  turales  conbiene  que  sean  obedezidos  y  no  mal  tra- 
mnguna  fuer-  tacjos  orcjeno  y  mando  que  ninguna  perzona  de  qual- 
za  ni  agravio.  ■.  .  , 

quier  tstado  y  condizion  que  sea  no  haga  a  ninguno 

de  los  dichos  Alguaziles  fuerza,  agravio,  ni  resistencia  ni  maltrata- 
miento alguno  y  que  por  ninguna  vía,  ni  manera  le  impida  la  eje- 
cución y  cumplimiento  de  lo  contenido  en  estas  ordenanzas,  y  eje- 
cución de  sus  oficios  so  pena  que  el  que  lo  contrario  hiziere  en  qual- 
quier de  los  dichos  casos  cayga  e  incurra  en  las  penas  en  el  que 
caen  los  que  van  contra  la  Justicia  establecida  por  derecho  y  Leyes  de 
los  Reynos  de  S.  M. 

Para  ue  se  (^tro  si  Porque  Para  se  poder  caminar  los  dichos  Ca- 
li a  gan  las  m'n°s  que  de  suso  ban  señalados  sin  peligro  y  los 
Puentes  y  a-  caminantes  no  tengan  causa  de  se  desbiar  ni  salir  de 
derezen  los  ellos  ni  hazer  daño  a  los  Indios  ni  recibirlo  ellos  hay 
caminos  den-  necesidad  muv  grande  de  aderezar  los  dichos  cami- 
tro  de  4  meses  u      o  t  u     j  i 

nos  y  muchos  Pasos  que  están  quebrados  y  si  en  el 

tiempo  que  se  conquistaron  estos  Reynos  y  el  Inga  y  los  otros  Seño- 


—  242  — 


res  de  ellos  se  rebelaron  y  aizáron  del  servicio  de  S.  KA.  contra  ios  Con- 
quistadores y  pobladores  que  cortaron  muchos  caminos  y  dezhizié- 
ron  calzadas  y  Puentes  y  también  se  ha  hecho  lo  mismo  en  las  otras 
alteraciones  pasadas  que  ha  havido  en  estos  Reynos  y  gente  de  Gue- 
rra que  en  ellos  han  andado  unos  contra  otros  como  por  los  Indios 
para  su  defensa  y  ha  hazer  daño  a  los  Christianos  y  ansi  mismo  han 
quebrado  muchas  puentes  que  están  todavía  por  hazer  y  los  caminos 
por  remediar  y  por  esto  se  han  ahogado,  y  despeñado  muchas  gentes 
assi  Españoles  como  Indios  naturales  y  otras  bestias  y  ganados  por 
evitar  lo  susodicho  ordeno  y  mando  que  todos  los  caminos  malos  pa- 
sos, calzadas  y  Puentes  de  los  dichos  Rios,  aderezen  y  renueben  las 
dichas  perzonas  y  vezinos  que  tienen  encomendados  los  dichos  In- 
dios en  cuya  pertenencia  estuvieren  o  fueren  obligados  a  adobarlos, 
y  hacerlo  como  hazian  en  tiempo  de  los  Ingas  Señores  pasados  y  las 
puentes  en  esta  manera  que  las  que  solian  estar  de  Crisnejas  se  hagan 
assi  y  las  que  pudieren  hazer  de  madera  se  hagan  de  manera  que  estén 
sufisientes  y  seguras  para  el  paso  de  los  caminantes,  lo  qual  hagan 
y  cumplan  dentro  de  4  meses  después  que  estén  publicadas  estas  Or- 
denanzas y  lo  tengan  todo  siempre  assi  reparado  so  pena  de  incurrir 
en  pena  de  la  primera  ordenanza  susodicha  aplicada  como  en  ella  se 
contiene  y  que  los  dichos  Españoles  y  Alguaziles  que  han  de  estar 
en  los  dichos  Tambos  puedan  juntar  todos  los  Caziques  que  fueren 
obligados  y  suelen  hazer  los  dichos  Caminos  y  Puentes  para  lo  que 
se  les  da  por  esta  Ordenanza  entera  facultad  y  poder, 

Para  ue  se  ^tro  s'  Proveiendo  demás  de  lo  susodicho  que  el  re- 
den Indios  en  medio  prinzipal  de  los  Naturales  y  causa  porque  se 
cada  Tambo  a  hazen  estas  Ordenanzas  de  cargar  los  Indios  por 
los  caminan-  quanto  los  Españoles  que  hasta  ahora  an  caminado 
tes"  assi  por  los  Caminos  Reales  como  fuera  dellos  han  car- 

gado Indios  en  número  exesivo  a  su  voluntad  y  sobre  ello  han  muer- 
to muchos  y  otros  se  han  muerto  con  las  cargas  o  inmoderado  paso 
y  porque  aunque  en  los  tiempos  pasados  tenían  por  costumbre  lle- 
var la  carga  de  los  Señores  y  Principales,  Capitanes  y  gente  de 
Guerra  ahora  que  son  de  tan  Católico  Príncipe  y  Señor  no  es  justo 
que  tengan  tan  gran  carga  o  servicio  personal  como  en  tiempo  de  los 
dichos  señores  que  no  conosian  a  Dios  maiormente  que  en  aquel 
tiempo  heran  las  cargas  moderadas  y  los  tambos  poblados  y  cerca 
unos  de  otros  y  recibían  poco  daño  para  ebitar  lo  suso  dicho  y  pro- 
veer en  adelante  Ordeno  y  mando  pasados  los  60  días  desde  que  es- 
tas Ordenanzas  han  de  tener  cumplido  efecto  en  adelante  a  los  Es- 
pañoles u  otras  qualquier  perzonas  que  caminaren  se  les  de  en  cada 
uno  de  los  Tambos  para  llebar  sus  cargas  los  Indios  siguientes. 


Al  de  Cavallo  cinco  y  al  que  caminare  a  pie  tres  In- 
El   numero  dios  que  es  suficiente  para  lo  que  de  carryr\o  les  es  ne- 


—  243  — 


de  Indios  que  cesarlo  y  conbeniente  llebar  porque  hasta  aquí  líe- 
se ha  de  dar  a  hahan  en  mucha  mas  cantidad  de  cosas  cada  uno 
cada   persona  ..  ,     ,.  , 

que  caminare  ^ue  P0£"a  escusar  y  ansí  mesmo  Indios  cargados  con 
cosas  de  sus  Yanaconas  propios  y  las  Indias  e  Indios 
Yanaconas  suias  sin  carga  y  que  para  cosa  alguna  de  Yanacona,  ni 
India  no  se  pueda  dar  ni  de  Indio  de  carga  so  pena  que  qualquier  per- 
zona  de  Pie  o  de  Cavallo  que  más  tomare  pierda  las  cargas  que  en 
ellos  echare  y  cayga  en  pena  de  30  pesos  de  Oro  por  cada  Indio  apli- 
cados según  dicho  es. 

Otro  si  por  cuanto  hasta  aqui  entre  los  otros  daños  que 
Para  que  no  Se  hazian  en  cargar  los  dichos  Indios  hera  uno  en  He- 
se cargue  nin-  bar  jas  ind¡as  par¡das  con  careas  porque  les  hera  for- 
guna      India  ,  ,      , .  ,  ,.  ,r 

parida  ni  pre-  zado  de  mas  de  la  dicha  carga  llebar  enzima  a  su  cria- 
ñada.  tura  y  ha  acontecido  matar  algunas  sus  hijos  y  por  la 

mucha  carga  o  por  escusar  el  traba  jo,  y  por  evitar  tan 
gran  daño,  ordeno  y  mando  de  aquí  en  adelante  en  ninguna  manera 
ni  via  alguna  por  necesidad  que  se  ofresca  al  caminante  ni  a  otra  per- 
sona no  pueda  cargar  ni  cargue  India  preñada,  ni  parida  so  pena  en  la 
Ordenanza  antes  de  esta  contenida,  y  el  Español  que  estubiere  en 
los  Tambos  si  diere  India  preñada  o  parida  para  la  dicha  carga  pa- 
gue la  dicha  pena  doblada. 

Otro  si  después  las  Ordenanzas  dichas  esta  proveído 
Para  que  los  que  los  Tambos  estén  poblados  y  haya  en  ellos  Indios 
barer?  Va*  "as  -  corni¿la  Para  Que  l°s  Indios  no  pasen  cargados  largas 
no  pasen  del  j°<"nadas,  Ordeno  y  mando  que  todas  y  qualquier  per- 
primer  Tambo  zona  que  assi  llebaren  los  dichos  Indios  cargados 
con  cargas  no  lo  pasen  desde  donde  se  los  dieren 
mas  de  hasta  otro  Tambo  poblado,  so  pena  de  perder  las  cargas  y  30 
pesos  de  Oro  por  cada  Indio  que  assi  pasare  aplicado  en  la  manera 
que  dicha  es. 

Otro  si  porque  en  esta  tierra  y  Provincias  los  Españoles  y  Chris- 
tianos  usan  a  traer  consigo  muchas  Yanaconas  para  su  servicio  tan 
inmoderadamente  que  se  recrece  gran  daño  a  los  Naturales  y  porque 
se  ha  visto  por  expiriencia  que  los  dichos  Yanaconas  hazen  mas  daño 
o  robos  a  los  Indios  naturales  y  los  quales  queman  los  Buhyos,  y  Tam- 
bos y  Pueblos  y  demás  desto  caminaron  tantos  Indios  (sic)  sin  serles 
necesario  tanta  copia  por  manera  que  todos  quantos  se  les  quisieren 
llegar  los  traen  consigo  a  costa  de  los  Indios  naturales 
Los  Yanaco-  Mando  que  de  aqui  adelante  ninguno  que  caminare 
ñas   que   han         ¿a  u  ¡  j,  b    ¿    camino  mas  de  e|  de  pie  dos 

de  llebar  cada  £.  ,  ,       „       _  . 

uno  de  los  Ca-   '  anaconas,  y  el  de  a  Cavallo  4  que  sirvan  y  porque  en 
minantes.       estos  Reynos  se  haze  Pan  y  se  ha  de  comer  cada  dia 
pueda  llebar  y  llebe  dos  Indias  assi  el  de  a  pie  como  el 
de  a  Caballo  y  si  mas  llebare  pague  por  cada  uno  diez  pesos  de  pena 


-  ¿44  - 


aplicados  como  dicho  es  y  que  en  los  dichos  Tambos  no  sean  obligados 
9  les  dar  comida  al  Guia  y  assi  se  manda  a  los  Alguaziles  y  Estan- 
cieros lo  hagan  y  cumpldB: 

_,  ,  ,  Otro  si  porque  hasta  ahora  ha  ávido  rriuchá  disolu'zidri 
El    servicio       ,         ,  ,  ,,  i  .  .  .     ..  ,  ,       i  , 

que  han  de  >'  desorden  que  los  negros  lleban  consigo  rrtuchas  ln- 
llebar  y  tener  dias  para  vicios  y  cosas  feas  y  otras  so  color  que  son 
los  negros  que  menester  para  hazerles  Pan  y  comida,  y  para  esto  a 
Caminaren.  acaecido  tomar  los  tales  negros  a  los  Indios  sus  mugeres 
y  ranchearlas  para  servirse  dellas  y  para  remedio  de  lo  suso  dicho  ha- 
viendo  respeto  a  que  en  esta  tierra  no  se  puede  caminar  sin  llebar 
alguna  India  que  haga  Pan,  ordeno  y  mando  que  ningún  negro  que 
fuere  de  camino  pueda  llebar  ni  llebe  mas  de  una  India  aunque  bayan 
dos,  y  si  fueran  tres  puedan  llebar  dos  Indias  para  que  les  hagan  Pan 
y  que  estando  los  dichos  negros  con  los  amos  en  los  Pueblos  no  tengan 
ninguna  India  sino  que  las  de  sus  amos  les  hagan  Pan  y  sus  amos  sean 
obligados  a  ello  so  pena  que  el  negro  que  la  Uebare  caiga  en  pena  de 
cien  azotes  que  se  les  darán  publicamente  en  qualquier  Tambo  que 
sea  tomado,  o  en  Villa  o  lugar  de  esta  Govemacion, 

Otro  si  porque  en  las  entradas  de  nüebos  descubrí- 
sa^é^de'la  m'entos  >'  conquistas  ansi  las  Capitanes,  y  gente  de 
tierra  ningu*  Guerra  de  Pie  y  de  Cavallo  que  con  ellas  van  y  lleban 
nos  Indios  ni  muchos  Indios  cargados  y  muchas  piezas  Yanaconas 
se  Uebena  los  con  muchas  cargas  y  los  lleban  en  cadena  en  los  tiem- 
mientos1  b  1 1    Pos  pasados  y  les  sacan  de  su  naturaleza  y  se  mueren 

muchos  por  alia  y  de  los  que  quedan  buelben  pocos  y 
esto  no  se  puede  proveer  ni  remediar  como  conviene  sino  es  prohi- 
viendolo  del  todo  y  porque  assi  conviene  al  servicio  de  nuestro  Señor 
y  de  S.  M.  y  bien  de  los  Naturales  de  estas  Provincias, ordeno  y  man- 
do que  en  todas  las  nuebas  conquistas  y  descubrimientos  que  de  aqui 
en  adelante  se  hizieren  en  tiempo  alguno  ningún  Capitán  ni  gente  de 
Guerra  que  con  el  baya  de  Pie  y  de  Cavallo,  ni  otra  persona  que  sal- 
ga fuera  de  estos  Reynos  pueda  llebar  ni  lleve  Indio  ni  India  assi 
mismo  por  ninguna  via  ni  manera  cargado  y  descargado  so  pena  q' 
el  que  tuviere  Indios  los  haya  perdido  por  el  mismo  casso  y  si  no  los 
tubiere  pierda  la  mitad  de  sus  bienes  y  desterrado  perpetuamente  de 
estas  Provincias  y  que  los  Españoles  dueños  de  los  Casiques  en  que 
están  encomendados  se  los  puedan  quitar  sin  caer  en  pena  alguna  y 
mando  a  todos  y  qualquier  Justicias  que  tengan  cuidado  de  la  ejecu- 
ción y  cumplimiento  de  este  Capitulo  so  pena  de  privación  de  sus 
oficios  y  la  mitad  de  sus  bienes  para  la  Cámara  de  S.  M.  y  lo  en  es- 
ta Ordenanza  contenido  no  se  entiende  en  si  algún  Yanacona  o  In- 
dio que  hubiere  estado  dias  con  algún  español  quisiere  ir  con  el, 'este 
tal  lo  puede  llebar  con  tanto  que  ante  todas  cosas  lo  trayga  ante  las 
Justicias  del  Pueblo  mas  comarcano  para  que  delante  de  ella  pues- 


—  245  — 


to  en  su  libertad  diga  si  quiere  ir  con  el  dicho  Español,  y  se  guarde 
lo  que  el  dicho  Indio  dijere. 

Otro  si  porque  podría  ser  que  por  algunos  Españoles 
Para  que  los  je  jos  que  nan  ¿e  estar  en  los  dichos  Tambos  diesen 
Alguaziles  m  mgs  ^  jog  j^p,^  cjnco  Indios  al  de  a  Cavallo  v  tres 
otra   perzona  _  J. 

no  p  u  e  d  a  n  al  de  a  Fie  o  por  los  Dueños  de  los  mismos  Casiques 
dar  más  In-  a  que  están  encomendados  y  por  los  mismos  caciques 
dios  de  los  alquilando  los  Indios  por  dineros,  según  hasta  aqui  se 
contenidos  en      i-    i  i  r~       —  i  a 

estas  or  d  e  13  hazer  Por  algunos  Españoles  y  Casiques  por  lle- 
nanzas.  bar  ellos  para  si  la  paga  es  necesario  probeer  sobre 

ello,  Ordeno  y  mando  que  ninguno  de  los  que  tuvie- 
ren los  dichos  Indios  encomendados,  y  los  Españoles  que  estuvieren 
en  los  dichos  Casiques  no  puedan  dar  ni  den  mas  Indios  de  los  que 
de  suso  ban  declarados  por  dinero,  alquilándolos  ni  de  otra  manera 
alguna  so  pena  de  30  pesos  de  oro  por  cada  Indio  la  tercia  parte  pa- 
ra la  Cámara  de  S.  M.  y  las  dos  partes  para  el  denunciador  y  para  el 
Juez  que  lo  sentenciare  y  en  la  misma  pena  incurra  el  Alguazil  o  Es- 
pañol que  los  consintiere  dar  a  los  Indios. 

Otro  si  porque  como  dicho  es  la  demasía  e  inmoderada 
Para  que  las  carga  que  los  Españoles  y  caminantes  han  echado  y 
Indios  sea^n  ecnan  a  'os  dichos  Indios  y  también  si  se  iba  o  enfer- 
todas  de30li-  maba  y  si  alguno  que  llebaba  la  dicha  carga  los  Espa- 
bras.  ñoles  la  echaban  a  los  otros  que  llebaban    ha  hecho 

gran  daño  a  los  Naturales  proveiendo  acerca  de  esto 
Mando  que  de  aquí  adelante  la  carga  que  se  diere  a  los  dichos  Indios 
v  llebaren  no  pese  mas  de  30  libras  y  si  mas  pesare  lo  tenga  perdido  el 
dueño  y  que  sea  del  q'  la  tomare  y  que  los  dichos  Españoles  que  estu- 
vieren en  los  dichos  Pueblos  lo  egecuten  assi  y  que  los  dichos  Tam- 
bos ni  alguno  de  ellos  no  sean  obligados  a  dar  Indios  para  las  tales 
cargas. 

Otro  si  porque  se  pueda  mejor  averiguar  si  la  tal  carga 
Para  que  en  pese  mas  de  las  dichas  30  libras  y  mejor  se  guarde  y 
los  Tambos  aber¡gUe  lo  contenido  en  la  Ordenanza  antes  de  esta 
Romana8*  °  >  Para  egecutar  la  pena  de  ella  mando  que  en  los  ta- 
les tambos  suso  dichos  donde  han  de  estar  y  residir 
Españoles  Alguaciles  sean  obligados  a  tener  peso,  y  Romana  dentro 
de  4  meses  primeros  siguientes  so  pena  de  zien  pesos  de  Oro,  la  ter- 
cia parte  para  la  Cámara  de  S.  M.  y  las  dos  partes  para  el  denun- 
ciador y  Juez  que  lo  sentenciare. 

Otro  si  porque  es  justo  que  los  Indios  que  llevaren  las 
Para  que  los  cargas  Je  \os  Españoles  caminantes  lleben  alguna  gra- 
Indios  que     . , .       .  .  , 

llebaren  las  tincacion  y  visto  que  en  oro,  ni  en  plata  no  se  podría 
cargas  se  les  hacer  por  no  haber  moneda  en  estos  Reynos  ni  con- 


—  246  — 


pague  su  tra-  venir  que  se  haga  Mando  que  sean  pagados  en  Coca 
vajo-  que  ellos  tienen  por  cosa  de  mas  calidad,  que  oro,  ni 

plata,  o  en  Agi,  o  en  chaquira  de  España  que  ellos  tienen  en  mucho, 
o  si  fuere  en  Coca  o  Agi  se  de  un  puñado  a  cada  Indio  de  carga  to- 
mado por  el  Alguasil  y  los  Españoles  que  residieren  en  el  Tambo  por 
el  prinzipal  de  los  Indios  a  falta  de  Alguasil  y  si  en  Chaqüira  lo  que 
se  señalare  o  al  Alguazil  le  pareciere. 


pueda  nadie 
caminar 
Chamacas 


enfermo  que 
no  pudiere  ca- 
minar a  Cava- 


Otro  si  porque  en  estas  partes  ay  costumbre  por  qual- 
Para  que  no  quier  libiana  causa  de  andar  en  andas,  o  chamaca  asi 
hombres  como  mujeres  y  en  otra  manera  que  los  Indios 
los  lleban  a  cuestas  y  que  es  mucho  trabajo  para  los 
en  Andas.  Indios  naturales  y  esto  esta  probeydo  por  ordenanza 
mando  que  de  aqui  adelante  se  guarde  so  pena  de  cien 

pesos. 

que  en  los  Tambos  no  sean  obligados  a  dar  Indios 
Para  que  el  para  lo  suso  dicho,  y  esto  en  caso  de  enfermedad  que 
no  pueda  el  que  la  tubiere  caminar  cabalgado  y  mando 
que  no  se  pueda  dar  licenzia  ni  dispensar  contra  la  di- 
llo  se  les  den  cha  ordenanza  sino  en  caso  de  enfermedad  evidente  y 
Indios  en  que  notoria, 
lleben. 

Otro  si  por  quanto  por  ordenanza  esta  proveido  que 
Para  que  no  jos  mercacleres  no  carguen  Indios  con  mercaderías 
se  de   ningún  .     •        .  . °.  .  , 

Indio  a  los  mando  que  de  aquí  adelante  se  guarde  y  cumplan  so 
mercaderes.     pena  que  qualquiera  perzona    que    cargare  Indios 

con  Mercadería  cayga  en  pena  de  30  pesos  por  cada 
Indio,  y  de  perder  las  cargas  la  mitad  para  la  Cámara  de  S.  M.  y  la 
otra  mitad  para  el  denunciador  y  Juez  que  lo  sentenciare  y  que  en 
los  dichos  Tambos  no  sean  obligados  a  darles  Indios  algunos,  y  el  Es- 
tanciero, o  Español  que  se  los  diere  cayga  e  incurra  en  la  pena  con- 
tenida en  la  ordenanza  antes  de  esta  puesta  quando  se  diere  Indios 
y  no  los  huvieren  de  dar. 

Otro  si  por  quanto  podria  ser  que  algunas  perzonas 
Para  que  los  je  jas      e  cam¡naren  no  se  querrán  contentar  con  los 
caminantes  se  ,       .  .  ,  ~.  , 

contenten'con  bastimentos  que  esta  prove-ido  por  estas  Ordenanzas 
los  bastimen-  que  se  les  den  y  quisiesen  ir  o  embiar  a  tomar  de  los 
tos  que  se  les  Pueblos  ¿&  Indios  bastimentos,  o  Indios  para  car- 
han  de  dar  en  0  otras  COsas,  ordeno  y  mando  que  todas  las  per- 
los  Tambos.      °  .  i       l  „• 

zonas  que  caminaren  se  contenten  con  los  bastimen- 
tos, e  Indios  que  se  les  han  de  y  que  ninguna  ni  alguna  perzona  rio 
sea  osado  de  ir  ni  embiar  ni  baya  ni  embie  a  los  Pueblos  ni  Casas  de 
lso  Indios  a  tomar  ni  tome  de  ellas  ninguna  cosa  pues  que  en  los  di- 


—  247  — 


chos  Tambos  se  Ies  manda  dar  todo  lo  que  huvieren  menester,  y  si 
alguna  perzona  fuere  o  embiare  a  los  dichos  Pueblos  y  Casas  a  to- 
mar y  tomare  alguna  ropa  o  ganado  bastimentos  u  otra  cosa  alguna 
por  el  mismo  caso  la  tal  persona  pague  con  las  setenas  la  mitad  de  la 
qual  dicha  pena  sea  para  la  Cámara  de  S.  M.  y  la  otra  mitad  para  los 
Indios  y  Juez  que  lo  sentenciare  y  denunciador,  y  lo  que  assi  se  hu- 
viere  tomado  se  pague  a  los  dichos  Indios  demás  de  la  dicha  pena,  y 
si  no  tubiere  de  donde  le  sean  dados  cien  azotes  publicamente. 

Otro  si  ordeno  y  mando  que  ninguno  Español  ni  ca- 
para que  no  minante  no  tome  ni  llebe  de  un  Tambo  cosa  alguna 
lleben    bastí-      ra  acjeiante  comida  ni  Provisión,  so  la  pena  conte- 
mentos  de  un     .  ,  ,     „    ,  ,  .  , 

tambo  a  otro.  niL'a  en  'a  Ordenanza  antes  de  esta  exepto  que  si  de 
un  Tambo  a  otro  huviere  mas  de  una  jornada  pueda 
llebar  de  comer  hasta  el  otro  Tambo  conforme  a  las  jornadas  que 
hubiere  no  lo  tomando  mas  que  el  Español  e  Indios  que  estubieren  en 
el  dicho  Tambo  sean  obligados  a  se  lo  dar  y  proveer. 

Otro  si  por  quanto  hasta  ahora  muchas  perzonas  que 
Para  que  no  caminaban  han  tenido  costumbre  de  echar  a  los  Indios 
se  eche  a  los      e  nec,an  en  cadenas  v  hazerlos  dormir  en  Sepos  y 
Indios  cadena  .  ...  .  .    ,  ,., 

ni  otra  prisión  Porque  1°  susu  dicho  es  en  mucho  perjuicio  de  la  liber- 
alguna.  tad  de  los  Naturales  y  castigo  á  los  que  tal  hizieren  de 

que  a  sucedido  que  los  tales  Indios  por  verse  libres  an 
muerto  algunos  Españoles  de  manera  que  por  todas  vías  conviene 
proveer  en  el  remedio  por  lo  qual  ordeno  y  mando  que  perzona  alguna 
de  qualquier  Estado  o  condision  que  sea  no  sea  osado  de  aqui  adelan- 
te de  echar  Indio  alguno  ni  India  en  cadena  y  Sepo  ni  lo  llebe  ni 
tenga  atado  en  manera  alguna  de  Camino  ni  en  poblado,  so  pena  que 
por  cada  vez  que  en  qualquiera  cosa  de  las  susodichas  lo  contrario 
hiziere  cayga  e  incurra  en  pena  de  cien  pesos  de  oro  por  la  primera  vez 
y  por  la  segunda  doblado  la  mitad  para  la  Cámara  de  S.  M.  y  la  otra 
mitad  para  el  denunciador  y  juez  que  lo  sentenciare  y  por  la  tercera 
desterrado  perpetuamente  de  estos  Reynos,  y  si  tubiere  Indios  los 
pierda  y  si  no  tubiere  de  que  pagar  la  dicha  pena  le  sean  dados  cien 
azotes  publicamente. 


Para  que  los  Otro  si  por  quanto  algunas  personas  de  las  que  cami- 
Indios  que  lie-  nan  mu]  [¡v¡anas  cosas  maltratan  a  los  Indios  con 
baren  las  car-  ,  ,  ,  , 

gas  sean  bien  Pa'os  e  Hiriéndolos  y  haziendoles  otros  malos  trata- 
tratados,  miemos  proveindo  sobre  ello  para  que  de  aquí  adelan- 
te Ordeno  y  mando  que  ninguna  perzona  sea  osado 
de  hazer  mal  tratamiento  a  Indio  ni  India,  que  baya  con  las  dichas 
cargas  dándoles  malos  tratamientos  y  si  lo  contrario  hiziere  hiriendo 
o  maltratando  a  Indio  alguno  sea  castigado  conforme  al  mal  trata- 
miento que  les  hiziere  por  la  Justicia  del  termino  del  tal  lugar  en  don- 


—  248  — 


de  cometiere  en  el  qual  la  Justicia  ponga  mucha  diligencia  y  haga 
Justicia  so  pena  de  privazion  de  Ofizio  y  que  no  pueda  haver  otro  y 
de  50  pesos  de  Oro  por  cada  vez  para  la  Cámara  de  S.  M.  y  sea 
obligado  a  dar  cuenta  de  esto  en  fin  de  su  ofizio. 

Para  que  Otro  si  porque  como  dicho  es  conviene  que  Españoles 
ninguna  per-  nj  Caminantes  no  anden  como  hasta  aqui  por  las  par- 
sona    camine  ,  ,  .  ,      ,  . 

fuera  del  ca-  tes  Y  lugares  que  han  querido  de  que  se  recresia  gran 
mino  Real.  daño  a  los  Indios  y  muertes  de  Españoles  y  por  esto 
se  ha  dado  la  orden  susodicha  de  señalar  caminos  y  poblar  Tambos  y 
aderezar  las  Puentes  y  malos  pasos  de  ellos.  Ordeno  y  mando  q'  pa- 
sados los  dichos  60  dias  después  de  la  publicación  de  estas  Ordenan- 
zas y  tiempo  en  que  lo  dichos  Tambos  han  de  estar  poblados  y  los  di- 
chos caminos  aderezados  Mando  que  ninguna  perzona  de  ningún 
Estado  ni  condizion  que  sea  no  ande  vaya  ni  camine  por  otros  Cami- 
nos ni  partes  algunas  de  estos  Reynos  sino  por  los  suso  dichos  decla- 
rados pues  son  sufisientes  y  abastezidos,  y  por  ellos  se  puedan  an- 
dar todos  estos  Reynos,  Ciudades, Villas  y  lugares  de  ellos,  para  toda 
negociación,  trato  y  conveniencia  y  que  si  fuere  por  otros  caminos 
mas  de  por  los  susodichos  declarados  no  pueda  llebar  ni  llebe  Indio 
alguno  cargado  so  pena  que  pierda  la  carga  que  llebare  y  de  20  pesos 
por  cada  Indio  aplicados  en  la  forma  q'  dicho  es  y  mando  que  nin- 
gunos Caziques  ni  Indios  Estanzieros  y  Españoles  sean  obligados  a  les 
dar  ningún  mantenimiento  sino  fuera  pagándolo  1.°  como  valiere  y 
se  consertare  con  el  Dueño  de  tal  mantenimiento  y  si  lo  tomare  por  su 
autoridad  lo  pague  por  las  sentenzias  aplicadas  y  según  y  como  en  la 
otra  Ordenanza  se  aplica  y  que  demás  de  lo  susodicho  a  la  perzona  que 
andubiere  fuera  de  los  dichos  Caminos  Reales  se  les  de  pena  arbitra- 
ria por  las  Justicias  conforme  a  la  calidad  de  sus  perzonas  y  distanzia 
de  Tierra  que  huviere  andado  fuera  de  los  dichos  Caminos  Reales  y 
que  contra  lo  en  esta  Ordenanza  contenido  los  Tenientes  de  Governa- 
dor  ni  otras  Justizias  no  puedan  dar  ni  den  lizencias  y  si  las  dieren  que 
no  balgan  y  todavía  cayga  e  incurra  en  la  pena  susodicha  exepto  en 
los  casos  que  adelante  serán  contenidos  y  declarados. 

Otro  si  por  quanto  en  estos  Reynos  ha  ávido  y  hay  muchos  Espa- 
ñoles y  otras  perzonas  que  andan  por  los  Pueblos  de  los  Indios  baga- 
bundos  tomándoles  sus  mugeres  e  hijos  ganados  y  obejas  o  Carneros 
y  Ropa,  y  haziendoles  otros  malos  tratamientos,  y  aunque  las  tales 
perzonas  pudieran  haver  ido  a  buscar  de  comer  con  los  capitanes  e  q' 
yo  en  nombre  de  S.  M.  e  embiado  a  conquistar  y  poblar  y  muchos  en 
sus  oficios  y  otro  vivir  con  perzonas  no  lo  han  querido  hazer  y  porque 
de  lo  suso  dicho  podria  resultar  en  los  dichos  naturales  que  se  rebela- 
sen del  servicio  de  S.  M.  o  que  matasen  algunos  Españoles  no  pudien- 
do  sufrir  dichos  malos  tratamientos  como  otras  muchas  vezes  lo  han 
hecho  y  porque  a  mi  el  Governador  de  estos  Reynos  en  nombre  de  S. 
M.  combiene  proveer  como  sesen  los  daños  y  la  tierra  no  benga  en 


-  249  - 


diminución  antes  se  aumente  y  pasifique  OrJeno  y  mando  que  de 
aqui  adelante  no  pueda  andar  ni  ande  ningún  Español  ni  otra  persona 
bagabundo  viviendo  viciosamente  por  ninguno  de  los  Pueblos,  Aldeas 
>•  lugares  de  los  dichos  naturales,  y  si  alguna  perzona  andubiere  baga- 
bundo por  los  dichos  Pueblos  y  qualquiera  de  ellos  por  el  mismo  caso 
le  sean  dados  cien  azotes  por  las  calles  publicas  de  la  Ciudad  o  Villa 
donde  se  ejecutare  la  dicha  pena  y  si  la  tal  perzona  fuere  de  calidad 
que  no  se  le  deban  dar  sea  desterrado  de  estos  Reynos  perpetua- 
mente y  los  Alguaciles  de  Campo  pongan  mucha  diligencia  en  prender 
las  tales  perzonas  y  ansi  presos  los  embien  a  buen  recaudo  a  la  tal 
Ciudad  o  Villa,  y  si  no  los  pudieren  prender  lo  hagan  luego  saber  a  las 
Justicias  para  que  la  dicha  Justicia  provea  como  se  prenda  o  se  ejecu- 
te en  el  la  dicha  pena  e  que  todavía  sean  obligados  a  pagar  los  daños 
y  que  serca  de  los  dichos  daños  sean  recebidos  los  Indios  siendo  dos. 
o  de  aqui  adelante  por  su  juramento,  'i  por  esta  ordenanza  se  da  po- 
der a  los  Alguaciles  para  que  por  sus  perzonas  puedan  ejecutar  !.i  dicha 
pena. 


P  a 


Otro  si  por  quanto  ay  algunas  perzonas  que  con  poco 

que  temor  de  Dios  nuestro  Señor  v  en  menosprecio  de  la 
ninguna  per-    .       .  .     „  .  ,  •    ,  , 

sona  tome  ga-  Justicia  Keal  se  salen  de  los  Pueblos  que  están  pobla- 
nado  de  las  dos  de  Españoles  y  se  ban  fuera  de  camino  50  o  60  le- 
Estancias  de  guas  mas  o  menos  como  a  ellos  les  parece  a  las  Estan- 
tes Indios.  cias  de  Ganados  que  los  naturales  tienen  en  los  despo- 
blados del  qual  dicho  ganado  toman  la  cantidad  que  les  parece  y  lo 
lleban  a  hender  donde  mejor  les  parece  y  sobre  ello  algunas  vezes 
aeacze  que  las  tales  perzonas  matan  a  los  pastores  y  porque  lo  susodi- 
cho es  en  mucho  perjuicio  de  los  naturales  y  menosprecio  de  la  Justi- 
cia Ordeno  y  mando  que  ninguna  ni  alguna  persona  no  sea  osado  de 
aqui  adelante  de  tomar  ni  tome  de  las  Estancias  de  los  dichos  Indios 
ni  de  ninguno  de  los  Pueblos,  aldeas  y  lugares  de  los  dichos  naturales 
ningún  ganado  en  poca  ni  mucha  cantidad  y  si  lo  tomare  sea  obliga- 
do a  lo  pagar  y  pague  con  las  Zetenas  y  si  no  pudiere  pagar  las  dichas 
setenas  le  sean  dados  cien  azotes  y  desterrado  de  estos  Reynos  perpe- 
tuamente y  el  tal  ganado  se  saque  de  la  perzona  o  perzonas  en  cuto 
poder  estubiere  y  se  buelba  y  restituía  al  Indio  o  Indios  a  quien  se 
hubiere  tomado,  y  los  Alguaciles  del  Campo  a  quien  los  tales  Indios 
dieren, mandado  de  lo  suso  dicho  pongan  mucha  diligencia  en  pren- 
der a  la  tal  perzona  y  ansi  presa  la  embien  a  buen  recaudo  con  todos 
sus  vienes  a  la  Justicia  de  la  Ciudad  o  Villa  en  cutos  términos  fuere 
preso  porque  allí  le  cas'  iguen. 

Para  que  Otro  si  por  quanto  para  mejor  se  pueda  aberiguar  que 

ninguna   per-  perS()nas  son  [as  que  van  comra  |as  cosas  contemJas 

sona    camine  r  ..  .     _.  , ,     ,  , 

sin  Usencia  de  cn  esta  dlcha  Ordenanza  y  para  remedio  de  que  la  gente 

la  Justicia.  no  ande  bagabundo  por  los  Pueblos  de  los  Indios  es 


cosa  mui  necesaria  que  las  personas  que  hubieren  Je  caminar  antes 
que  salgan  del  Pueblo  de  Christianos  donde  estuvieren  saquen  licensia 
de  la  Justicia  para  que  la  dicha  Justicia  sepa  quien  va  o  donde  quiere 
ir  y  si  combiene  darle  la  dicha  licensia  o  no,  Ordeno  y  mando  que  todas 
las  perronas  que  hubieren  de  caminar  de  diez  leguas  arriba  de  la  tal 
Ciudad,  o  Villa  donde  hubieren  de  partir  sean  obligados  a  sacar  y 
saquen  licensia  para  ello  del  Governador  o  de  su  lugar  Teniente  y  si 
en  tal  Pueblo  no  huvicre  Teniente  de  Governador  se  saque  de  uno  de 
los  Alcaldes  Ordinarios  la  qual  dicha  licensia  vaya  refrendada  de  Es- 
cribano o  Alguazil,  y  por  ella  no  se  llebe  ningunos  derechos  el  Juez  ni 
el  Escribano  y  en  cada  Ciudad  o  Villa  haya  un  libro  que  tenga  el 
Escribano  en  que  se  asienten  las  dichas  Usencias  y  a  quien  se  dan 
y  para  donde  van,  y  el  dia,  y  el  mes,  y  año  para  que  mejor  se  pueda 

averiguar  quien  de  los  que  parten  de  lo  contenido  en  estas 

Ordenanzas  y  si  alguna  perzona  después  Je  pregonadas  estas  Orde- 
nanzas caminare  sin  la  dicha  Usencia  por  el  mismo  caso  cayga,  e 
incurra  en  las  penas  en  que  caen  los  que  andan  baldíos  por  la  tierra  Je 
siso  ccritcnidcs  y  que  no  se  le  Jen  ni  puedan  dar  Indios  para  las 
cargas  que  llebare  y  que  el  que  caminare  con  la  dicha  Usencia  sea  obli- 
gado a  la  mostrar,  y  precentar  ante  la  Justicia  de  la  Ciudad  o  villa 
pDr  donde  pasare  luego  que  llegare  para  que  la  tal  Justicia  sepa  que 
va  con  Usencia  y  también  sepa  quienes  o  quantos  van  para  que  si  no 
estubieren  proveídos  los  Tambos  por  donde  ha  de  pasar  para  tantos 
los  hagan  proveer  y  que  no  haziendo  lo  suso  dicho  la  tal  J  usticia  pueda 
ejecutar  en  la  tal  persona  la  dicha  pena  la  qual  dicha  Usencia  a  de 
dar  el  Escribano  de  Concejo 

Otro  si  porque  seria  gran  daño,  y  no  cosa  justa  que 
Para  que  no  Jando  los  Indios  la  dicha  comida  estubiesen  por  su 
se    detengan  pasatiempo  los  Caminantes  mucho    en  un  lambo, 
los  Caminan-   '      .  .  .    ,       .  ,.       .  . 

tes  en  los  Ordeno  y  mando  que  ninguno  de  los  dichos  Españoles 
Tambos  más  ni  caminantes  que  puedan  detener  ni  detengan  ni  este 
de  una  noche,  en  ningún  Tambo  mas  del  dia  q'  llegare  hasta  otro  dia 
por  la  mañana  ni  las  personas  que  en  los  T  ambos  estu- 
bieren sean  obligados  a  darles  mas  de  dos  comidas  sin  paga  y  que  si 
mas  estubiere  sea  obligado  a  pagar  los  bastimentos  que  huviere  me- 
nester a  voluntad  y  como  se  consertare  con  los  Indios  o  Españoles 
que  ay  estubieren  y  con  todo  no  pueda  estar  mas  de  tres  dias  sino 
fuere  por  enfermedad  que  le  sobrevenga  con  la  qual  no  pueda  cami- 
nar y  dase  facultad  y  manda  a  los  Españoles  que  estuvieren  en  los  di- 
chos Tambos  que  pasado  el  dicho  tiempo  lo  hagan  salir  de  los  dichos 
Tambos  so  pena  de  cien  pesos  aplicados  en  la  forma  y  manera  que  di- 
cho es. 


Para  que  no 
incurra  en  pe 


Otro  si  porque  podia  ser  que  alguno  de  los  dichos  ca 
minantes  se  detubiesen  en  los  dichos  Tambos  por  falte 
de  no  les  dar  los  Indios  los  Caciques  o  Españoles  qut 


—  251  — 


detenga  en  al-  en  ellos  residiere  Ordeno  y  mando  que  en  tal  caso  pue- 
Tambos*  'or  Ja  estai  en  el  ciicno  Tambo  hasta  tanto  que  los  dichos 
no^arfe  In-  caciques  o  Españoles  le  diesen  Indios  para  las  car- 
dios.  •  gas  que  de  suso  ban  declaradas  sin  que  por  ello  cayga 
o  incurra  en  la  pena  de  la  ordenanza  antes  de  esta  contenida.  Y  man- 
do a  los  Alguaziles  que  tengan  especial  cuidado  de  tener  Indios  para 
las  dichas  cargas  porque  los  Españoles  no  se  detengan  en  daño  de  di- 
chos Indios. 

Otros  si  porque  los  dichos  Alguaziles  que  han  de  resi- 
Paraquelos  J¡r  en  los  Tambos  estén  mejor  aparejados  de  los  Indios 
denUaSauxiiios  C|ue  ^ueren  necesarios  para  las  cargas  y  servicio  de  los 
unos  a  otros.  clue  caminaren  Ordeno  y  mando  que  los  dichos  Algua- 
ziles se  den  abios  unos  a  otros  de  la  gente  que  viniere 
en  tal  manera  que  el  Tambo  de  atrás  donde  llegaren  algunos  cami- 
nantes le  haga  saber  luego  el  mismo  dia  q'  llegaren  al  Tambo  de  ade- 
lante para  que  aquella  noche  se  sepa  en  el  para  quantas  personas  se 
han  de  aparejar  Indios  porque  los  tales  caminantes  no  se  detengan 
por  falta  de  ellos. 

Otro  si  porque  quanto  assi  en  la  guerra  que  los  natura- 
Par  a    que  [es  rubieron  entre  si,  como  contra  los  Españoles  y  des- 
mnguna  per-      es  £n  |as  aiterac¡ones  qUe  ]os  dichos  Españoles  unos 

sona  no  ponga  r  .  ,  ,         *\       n  ,, 

fuego  a  ningu-  con  otros  an  tenido  se  an  quemado  muchos  Pueblos 
nacasaniapo-  de  los  naturales  y  aposentos  y  Tambos  de  todos  los 
sentó  de  los  Caminos  Reales  y  por  qualquier  falta  de  leña  que  ten- 
bioTbOS°P"e"  ^an  ^e  carmno  'os  Españoles  o  Yanaconas  suyos  des- 
hacen los  dichos  Tambos  para  quemar,  y  porque  aho- 
ra yo  he  mandado  reformar  los  dichos  Pueblos  y  tornar  a  hazer  de 
nuebo  las  casas  de  ellos  y  los  aposentos  y  Tambos  de  los  dichos  Ca- 
minos Reales  Ordeno  y  mando  que  de  aqui  adelante  ninguna  perzo- 
na  de  qualquier  estado  y  Condición  que  sea  no  sea  osado  de  quemar 
ni  poner  fuego  a  ninguna  de  las  dichas  casas  délos  Pueblos,  Indio  o 
Christiano,  o  Yanacona,  u  otra  qualquier  perzona,  quemare  o  pusiere 
fuego  a  alguna  de  las  dichas  casas  cayga  e  incurra  en  pena  de  muerte 
la  qual  dicha  pena  mando  que  se  ejecute  en  la  perzona  o  perzonas 
que  en  ella  incurrieren 
b 

Para  que  los  Otro  si  porque  demás  de  los  dichos  daños  y  Trabajos 
indios  que  lie-  haran  en  ha2er  los  dichos  Españoles  v  los  dichos 
garen    carga-  ..  .       .       ,.  r 

dos  al  Tambo  'no'rs  con  Henar  las  dichas  cargas  hazen  otro  y  es  que 
buelban  des-  después  de  llegados  al  Tambo  los  Indios  con  las  cargas 
cargados  al  Va  que  alli  les  den  otros  entregan  los  que  lleban  a  los 
Tambo  donde 
salieron. 


Caminantes  que  llegan  para  que  los  buelban  cargad 


i  los  Tambos  donde  salieron  y  aun  muchas  vezes  en 
:1  camino  los  truecan  y  en  parte  donde  an  andado  los  Indios  muchas 


-  252  - 


jornadas  por  ser  despoblado  de  manera  que  acontece  andar  los  dichos 
Indios  cargados  treinta  leguas  y  bolber  otras  treinta  en  partes 
donde  ay  falta  de  Tambos  por  ende  para  remedio  de  lo  susodicho  Or- 
deno y  mando  que  de  aqui  adelante  los  Indios  que  llegaren  cargados 
a  un  Tambo  ni  los  Indios  de  aquel  Tambo,  ni  el  Español  o  Españoles 
que  ay  estubieren,  ni  los  caminantes  que  ay  vinieren  no  los  tomen  para 
tornarlos  cargados  a  los  Tambos  donde  salieron  por  manera  alguna, 
so  pena  de  treinta  pesos  porque  si  los  consintiere  llebar  por  cada  Indio 
aplicados  como  dicho  es  mas  que  si  en  medio  del  Camino  de  Tambo  a 
Tambo  se  toparen  Caminantes,  y  se  quisieren  trocar  los  dichos  Indios 
lo  pueden  hazer,  pues  tienen  tanto  camino  para  el  Tambo  de  adelante 
como  para  el  suyo  donde  salieron  mas  que  si  fueren  cerca  del  Tambo 
donde  se  toparen  no  se  pueda  hacer  el  trueque  so  las  dichas  penas. 

Para  que  no  Otro  si,  por  quanto  después  que  estos  ReynOS  Se 
se  tomón  in-  reducieron  a\  servieio  de  Oíos  nuestro  Señor  y  al  de 
dios  ni  Indias  ,,  , 

para  hacer  S-  M-  los  Españoles  y  otras  perzonas  que  en  ellos  han 
Yanaconas.  residido  v  residen  tienen  por  costumbre  de  tomar  los 
hijos  c  hijas  de  los  naturales  y  cortarles  el  cabello  y 
Debatios  consigo  para  que  les  sirvan  de  Yanaconas  y  porque  demás 
del  agravio  que  de  lo  susodicho  reciben  los  Padres  de  los  tales  mu- 
chachos y  mujeres  resulta  en  los  tales  Yanaconas  son  los  que  des- 
pués ranchean  y  roban  a  los  dichos  naturales  Ordeno  y  mando  que 
de  aqui  adelante  ninguna  ni  alguna  persona  no  sea  osado  de  tomar  ni 
tome  ninguno  ni  alguno  de  los  tales  muchachos  ni  muchachas  mujer 
ni  otro  Yndio  alguno  para  hacerle  Yanacona  y  si  alguna  perzona  le 
tomare  cayga  e  incurra  en  pena  de  cien  azotes,  y  si  fuere  perzona  a 
quien  no  se  le  deben  dar  sea  desterrado  de  estos  Rc\  nos  por  tiempo  de 


Paraqueios  Otro  si  porque  el  cumplimiento  v  execucion  de  lo  pro- 

Alguaziles  del  vekj0  csUls  Ordenanzas  es  muj  necesario  para  la 
Campo  ejeeu-  .  n 

ten  y  no  disi-  sustentación  y  reformación  de  estos  Reynos  y  porque 
mulen  con  ha\  mucha  necesidad  de  castigar  y  penar  a  todas  las 
ninguna  per-  personas  que  en  qualquiera  manera  lucren  v  pasaren 
sona-  contra  el  tenor  y  forma  de  ellas  y  podría  ser  que  los 

Alguaziles  de  Campo  que  han  de  residir  en  los  Tambos  y  los  Estancie- 
ros que  residieren  en  los  Pueblos  de  los  Indios,  por  amistad  o  interés, 
0  por  negligencia  dejasen  de  avisar  a  las  Justicias  en  cuios  términos 
estubieren  de  algunas  perzonas  Je  las  que  encierra  en  las  penas  las 
Ordenanzas  contenidas  Ordenó  y  mando  que  ninguno  ni  alguno  de  los 
dichos  Alguaziles  ni  estancieros  no  disimulen,  ni  puedan  encubrir,  ni 
encubran  ninguna  persona  que  fuere  contra  lo  contenido  en  las  dichas 
Ordenanzas,  o  en  qualquier  de  ellas  que  todas  o  cada  una  de  las  veces 
que  supieren  que  alguna  perzona  o  perzonas  hayan  incurrido  en  al- 
guna de  las  dichas  penas  lo  hagan  saver  con  toda  la  brevedad  que 


—  253  — 


fuere  possible  a  las  Justicias  que  residieren  en  los  Pueblos  de  Españo- 
les mas  cercanos  adonde  tubieren  noticia  que  los  tales  Alguaziles  o 
estancieros  que  va  la  tal  persona, y  si  alguno  de  los  susodichos  lo  encu- 
briere o  no  lo  hizieren  luego  saber  por  sus  Cartas,  o  Yanaconas,  o  con 
el  primer  Español  que  por  alli  pasare  por  el  mismo  caso  el  tal  Algua- 
zil  o  Estanciero  incurra  en  la  pena  que  por  estas  Ordenanzas  cayo  e 
incurrió  el  Español  que  contra  ellas  fuere 

Otro  si  por  quanto  en  una  de  las  Ordenanzas  de  suso 
Para  que  las  contenidas  se  manda  que  ninguna  perzona  no  pueda 
personas  que  caminar  ni  camine  fuera  do  I.  s  Caminos  Reales,  Man- 
can» n  a  r  e  n  ' 
por  mandado  do  1ue  la  perzena  o  perzonas  que  por  mandado  del 
de  la  Justicia  Govcrnador,  o  de  sus  lugares  Tenientes  o  de  otra  qual- 
puedan  cami-  qUier  Justicia  fuere  a  cosa  que  conbenga  al  servicio  de 
nar  fuera  de  g  M  0  g  h)  ejecucion  Je  |a  justiciai  ias  perzonas  tales 
los     caminos  ,  ,      ,    .  .  .  . 

Reales.  puedan  caminar  por  donde  les  pareciere  que  combiene 

para  la  ejecución  de  lo  que  les  fuere  mandado  sin  incu- 
rrir por  ello  en  ninguna  pena. 

Otro  si  por  quanto  muchos  de  los  vezinos  tienen  sus 
repartimientos  fuera  de  los  Caminos  Reales  declaro 
y  mando  que  los  tales  vezinos  y  la  persona  que  em- 
biaren  puedan  ir  y  vallan  ellos  por  el  camino  acostum- 
brado sin  incurrir  en  ninguna  pena. 

Otro  si  por  quanto  la  gente  y  ganados  y  bastimentos 
que  fueren  a  las  minas  de  Oro  y  plata  an  ele  ir  atrabe- 
zando  por  la  tierra  mando  que  las  tales  perzonas,  gen- 
te, recua,  y  ganado  pueda  ir  y  baya  por  el  Camino  o 
Camine  s  que  les  pareciere  que  les  conviene  sin  incu- 
rrir en  ninguna  pena  con  tanto  que  solamente  se  le  de 
la  dicha  comida  y  numero  de  Indios  al  vezino  o  perso- 
na Español  que  ansi  fuere  a  las  Minas  que  de  suso  di- 
cho es,  y  a  los  Yanaconas  q'  consigo  puede  flebar  y  que  a  toda  la  otra 
gente  que  llebaren  no  se  les  de  Indios  para  cargas  ni  comida,  ni  la  pue- 
dan torrfór  ni  tomen  los  que,  pasaren  de  los  Pueblos  Indios  ni  Tam- 
bos por  donde  pasaren  exepto  si  no  fuere  pagándolo  luego  porque  a 
tanta  copia  de  gente  no  es  razón  que  los  Indios  den  los  dichos  man- 
tenimientos. Y  mando  que  la  dicha  gente,  y  Requas  hagan  todo  buen 
tratamiento  por  donde  quiera  que  fueren  a  los  dichos  naturales,  y  si 
po  los  hizieren  incurran  en  las  penas  que  en  estas  Ordenanzas  ciuedan 
contenidas  conforme  al  delito  que  cometieren  y  si  acaesciere  ir  algún 
Christiano  a  las  dichas  Minas  en  este  tal  se  le  den  Indios  para  las  car- 
gas y  comida  conforme  a  lo  que  esta  proveído  que  se  de  a  los  Cami- 
nantes. 


Para  que  los 
vezinos  vaian 
a  los  Pueblos 
que  tienen  de 
positados  por 
los  caminos 
que  suelen  ir. 


Para  que  la 
gente  y  gana- 
dos que  fue- 
ren a  las  Mi- 
nas puedan  a- 
travezar  por 
los  Caminos 
que  quisieren 


—  254  — 


Para  quede  Otro  si  por  quanto  por  lo  mucho  que  va  en  la  concer- 
Ciiudad  °  vacion  de  los  naturales  en  la  guarda  y  ejecución  de  es- 

VUla  salga  ca-  ..  ,        „    ,  "  j  .1 

da  un  año  dos  tas  dichas  Ordenanzas  comhiene  que  ademas  de  los 
vezes  veedores  dichos  Alguaziles  de  los  Tambos  y  Campo  hayan  vee^ 
a  Visitar  los  dores  o  Visitadores  que  vean  como  se  cumple  y  guarda 
Tambos*1  °  S  y  '°  contenido  en  estas  Ordenanzas  y  en  lo  que  hallaren 
que  no  se  ha  guardado  y  cumplido  lo  hagan  guardar, 
cgecuten  las  penas  Ordeno  y  mando  que  de  cada  una  de  las  Ciuda- 
des o  Villas  de  estos  Reynos  sea  obligada  a  Visitar  los  Tambos  su- 
sodichos de  sus  términos  y  pertenencias,  y  para  ello  embien  dos  per- 
zi  ñas  de  confianza  de  cada  una  de  las  dichas  Ciudades  y  Villas  en  ca- 
da un  año  de  seis  en  seis  meses  y  en  este  año  que  salgan  después  de 
cumplidos  los  sesenta  días  de  la  publicación  de  estas  Ordenanzas  de 
1<  s  quales  vaya  uno  por  una  parte  de  la  tal  Ciudad  o  Villa  y  otro  por 
la  otra  parte  por  manera  que  venidos  los  unos  visitadores  a  los  seis 
meses  salgan  otros  dos,  y  ansi  mismo  se  haga  del  dicho  tiempo  adelan- 
te los  quales  dichos  Visitadores  provean  el  Teniente  de  Governador 
con  acuerdo  y  parecer  del  Cabildo, y  sean  perzonas  aviles  y  de  confian- 
za y  juren  que  egecutaran  y  cumplirán,  y  que  harán  cumplir  y  egecu- 
tar  lo  contenido  en  estas  Ordenanzas  y  que  no  disimularan  ninguna 
cesa  de  lo  en  ellas  contenido,  y  cada  uno  de  los  quales  pueda  llebar 
y  llcbe  consigo  un  Escrivano  del  Rey  ante  quien  visite  y  haga  las  con- 
denaciones que  huviere  de  hazer  y  si  no  hubiere  Escribano  del  Rey  el 
Tcriente  de  Governador  de  poder  a  una  perzona  para  lo  que  sea  en  la 
dicha  Visitación  Y  que  el  tal  Visitador  pueda  llebar  bara  de  Justicia. 

La  orden  que  Otra  si  los  Visitadores  que  salieren  de  cada  una  de  las 
visitar  lo* vee"  c'icnas  Ciudades  o  Villas  a  visitar  irán  a  cada  uno  de 
dore;_  los   Tambos  y  tomaran  juramento  de  los  Alguaziles 

que  residieren  en  ellos  so  cargo  del  qual  les  manden 
declarar  y  declaren  como  han  cumplido,  y  egecutado  las  dichas  Orde- 
nanzas y  que  perzonas  han  ido  contra  lo  en  ellas  contenido  y  como  sa- 
ben que  las  han  cumplido,  y  guardado  los  otros  Alguaziles  de  los 
otros  Tambos  Comarcanos  y  harán  llamar  y  parecer  ante  si  a  todos 
los  Caziques  que  sirbieren  y  sean  obligados  a  servir  en  el  dicho  Tambo 
y  ansi  parecidos  uno  a  otro  les  preguntaran  el  Tratamiento  que  les 
hizo  el  dicho  Alguazil  o  si  an  dado  o  les  mandan  dar  mas  Indios  de 
les  que  son  obligados  a  dar  y  si  han  sido  maltratados  o  robados  de 
otra  perzona  alguna  y  si  hallare  q'  el  tal  Alguazil  u  otra  perzona  ha 
hecho  algún  agravio,  o  mal  tratamiento  a  los  dichos  Caciques  o  qual- 
quicr  de  ellos  lo  asentara  por  ante  Escribano  y  lo  que  pudiere  casti- 
gar o  ejecutar  conforme  a  estas  Ordenanzas  lo  ejecutara  y  castigara  y 
de  lo  que  no  pudiere  castigar  ni  ejecutar  trayga  la  razón  de  ello  para 
que  el  Teniente  de  Governador  lo  castigue  y  ejecute,  y  lo  mande  cas- 
tigar y  ejecutar  de  manera  que  en  todo  se  cumpla  y  guarde  lo  con- 
tenido en  estas  Ordenanzas. 


-  255  — 


Para  que  los  Otro  si  los  tales  Visitadores  y  cada  uno  Je  ellos  visi- 
Visitadores  vi  taran  [  puentes  v  Caminos  que  son  obligados  a  vi- 
siten    de  los  1  i     j   ,      .  .  ,    ,  , 

términos  de  la  Mtar  en  sus  términos  e  donde  huviere  necesidad  de  re- 
Ciudad  o  Villa  parar  y  adovar  alguna  cosa  de  ellos  lo  mandaran  adovar 
donde  saliere,  y  reparar  a  los  dichos  Caciques  a  los  quales  encargaran 
y  mandaran  que  siempre  tengan  proveídos  los  Tambos  de  los  Indios 
y  bastimentos  necesarios  y  si  hallaren  q'  alguno  de  ellos  es  o  ha  sido 
re  miso  en  el  proveer  y  servir  de  los  dichos  Tambos  o  en  el  de  reparar 
de  los  Caminos  y  puentes  lo  castigaran  por  manera  que  los  dichos  Ca- 
ciques tengan  especial  cuidado  de  servicio  y  proveimiento  de  los  diches 
Tambos  y  de  tener  siempre  hechas  y  aderezadas  las  puentes  y  Cami- 
nos Reales  como  por  estas  Ordenanzas  esta  proveído  y  mandado  los 
quales  dichos  V  isitadores  y  cada  uno  de  ellos  sea  obligado  a  llebar  y 
llebe  un  traslado  autorizado  de  estas  Ordenanzas  el  qual  se  pague  de 
las  condenaciones  que  el  tal  V  isitador  pusiere  para  que  conforme  a  lo 
en  ellas  contenido  haga  la  Visitación  y  ejecute  y  castigue  a  todas  las 
personas  que  hubieren  exedido  y  pasado  contra  el  tenor  y  forma  de 
lo  en  ellas  contenido. 


Otro  si  que  luego  que  buelban  los  tales  Visitadores 
veedor  es**  'ue  acaDacio  su  tiemP°  sean  obligados  a  dar  cuenta  ante 
salierena  visi*  e'  Escribano  que  llebaren  al  Teniente  o  Cabildo  que 
tar  trayganre  los  embiaren  de  todo  lo  que  hubieren  fecho,  hallado 
lacion-de  la  vi-  y  castigado  v  les  fue  encomendado  y  a  su  cargo  so  pe- 
sitacion  y    la  serán  castigados  por  el  Teniente  como  les  pare- 

den  al  Tenien-     .  .  ,  •  i  i  j 

te  de  Gover-  ciere  segun  «  negligencia  que  los  tales  visitadores 
nador.  cometieren. 

Otro  si  mando  que  dentro  de  tres  meses  después  que 
Que  dentro  fueren  venidos  los  dichos  Visitadores  v  dada  su  cuenta 
de  tres  meses  ,       ...        ~r-     •  i  i      i      j-  i         r--   ,j  j„ 

que  fuerenve.  los  dichos  Tenientes  de    tedas  las  dichas  Ciudades, 

nidos  unos  vi-  V  illas  >  lugares  cada  uno  en  su  jurisdicción  y  rn  su 
sitadores  de  ausencia  los  Alcaldes  sean  obligados  a  remediar  y  eje- 
visitar  salgan  cmar  t(.Jas  las  crsas  que  [cs  jiches  Visitadores  dieren 
en  su  cuenta  que  han  hecho  en  los  dichos  Tambos  y 
provincia  centra  lo  contenido  en  estas  dichas  Ordenanzas,  sopeña 
de  cien  pesos  de  oro  para  la  Cámara  de  S.  M.  por  cada  cosa  que  deja- 
ren de  ejecutar  de  las  que  asi  trugeren  los  dichos  Visitadores  que  se 
han  cometido  contra  las  dichas  Ordenanzas. 

Otro  si  porque  todos  los  remedios  que  por  estas  Orde- 
Para  quede  nanzas  se  ponen  v  proveen  no  son  tan   bastantes  que 
aqui  a  dos  o  toc[avia  no  reciban  los  naturales  trabajo   o   fatiga  en 
tres  años    no  .  ,.  ,  .  _„„  r„i».„ 

se  carguen  se  cargar  y  lo  susodicho  se  permite  porque  por  falta 
ningunos"  In-  de  bestias,  y  otras  cosas  necesarias  no  se  podrían  andar 


—  256  - 


dios  en  los  lia-  estas  tierras  y  Provincias  al  presente  sin  Jar  tiempo 
nos   n:  - 
sierra. 


la  para  se  apersihir  Ordeno  y  mando  que  lo  susodicho  de 


poderse  cargar  los  dichos  Indios  en  la  qual  y  modera- 
ción susodicha  se  entiende  en  todo  lo  que  llaman  Sierra  en  estos  Rey- 
nos  por  tres  años  y  en  los  llanos  por  dos  porque  han  rezivido  mas 
daño  por  la  continuidad  de  los  que  vienen  de  España  y  de  fuera  de  es- 
tos Reynos,  mando  que  en  el  dicho  tiempo  de  los  dichos  tres  años  to- 
dos los  vezinos  y  estantes  en  estas  tierras  se  provean  de  bestias,  de 
Carneros  y  1"  que  fuere  necesario  para  en  que  llebar  sus  cargas  y  lo 
necesario  de  Camino  pues  es  tiempo  bastante  para  ello. 

Otro  si  porque  so  color  de  una  Provizion  dada  por  la 
Para  que  no  Audiencia  v  Chancilleria  Real  que  reside  en  tierra 
so  puedan  car-  ,.  .  . 

gar  los  Indios  firme  en  clue  se  Provee  que  las  mercaderías  que  vienen 
desde  los puer  a  estos  Reynos  las  pueden  llebar  en  los  Indios  de  los 
tos  de  Mar  a  Pueblos  y  Puertos  siendo  Je  su  voluntad  v  pagándose- 
los Pueblos  de  i0  muchos  de  los  Españoles  que  tienen  Indios  enco- 

Espanoles.  ,    ,      ,  .  .       ..  . 

menJaJos  los  traen  y  mucha  parte   Je   ellos  en  los 

Puertos  a  traer  las  dichas  mercaderías  diziendo  que  los  Indios  lo  ha- 
zen  de  su  voluntad  y  lleban  los  Dueños  el  provecho  y  contentan  con 
alguna  poca  cosa  a  los  dichos  Indios  de  que  se  recrece  morir  muchos 
de  ellos  que  andan  a  la  dicha  carga  en  especial  los  que  son  de  la  Sierra 
\  andan  en  los  llanos  y  Puertos  porque  es  tierra  muy  caliente  y  ellos 
Je  fria  y  por  evitar  el  dicho  daño  y  que  socolor  Je  lo  susodicho  no 
vengan  los  Indios  en  diminución  y  no  mueran  como  hasta  aquí,  Or- 
deno y  mando  que  dentro  de  cuatro  meses  después  que  estas  Orde- 
nanzas lucren  pregonadas  en  las  ciudades  donde  huviere  puertos  se 
provean  los  que  tuvieren  necesidad  Je  traer  las  dichas  mercaderías 
de  bestias  y  de  ay  adelante  no  se  pueda  cargar  ni  cargue  Indio  algu- 
no con  carga  ni  mercadería  de  los  dichos  Puertos  a  los  Pueblos  ni 
Estancias  so  pena  de  perder  la  mercadería  que  en  los  tales  Indios  se 
trugere  y  de  treinta  pesos  por  cada  Indio  al  que  lo  contrario  hiziere 
aplicada  según  y  como  se  aplican  las  penas  en  estas  ordenanzas  con- 
tenidas y  la  misma  pena  a  los  juezes**y  Justicias  que  no  ejecutaren 
lo  en  esta  Ordenanza  contenido. 


Otro  si  no  embargante  que  estas  Ordenanzas  se  han 
Para  que  los  <je  pregonar  en  todas  las  Ciudades  lo  contenido  en  las 
Tenientes  de  d¡cnas  Ordenanzas  por  manera  que  se  ha  de  hacer  por 
Governador  y         -r  aiii         x  ,  ii 

los  Alcaldes  su  1  enante  Alcalde  o  Ministros  de  Justicia  puesto 
bagan  cum-  que  arribase  provee  y  se  les  encarga  la  guarda  de  estas 
plir  y  guardar  dichas  Ordenanzas  por  lo  mucho  que  en  la  ejecución  Je 
ellas  va  manJo  a  los  Tenientes  Je  Governador  y  Alcal- 
de de  las  dichas  Ciudades,  Villas  y  lugares  de  estos 
Reynos  que  tengan  especial  cuidado  y  diligencia  en  hazer  cumplir 
guardar  y  ejecutar  estas  dichas  Ordenanzas  y  todo  lo  en  ellas  y  en  cada 


estas  Orde 
lianzas. 


—  257  - 


una  de  ellas  contenido  sin  embargo  de  qualquier  apelación  o  aplica- 
ciones que  de  lo  en  ellas  proveído,  y  mandado  se  interpongan  su 
autoridad  y  decreto  judicial  so  la  pena  que  se  pone  y  declara  en  las 
dichas  Ordenanzas  y  mas  de  cien  castellanos  para  la  Cámara  de 
S.  M.  por  cada  articulo  que  dejaren  de  ejecutar  apersihiendoles  que 
se  les  ponga  por  Capitulo  y  cargo  en  las  residencias  que  de  aqui 
adelante  se  les  tomaren  con  lo  que  son  fechas  y  acabadas  en  la 
dicha  Ciudad  del  Cusco  a  postrero  dia  del  mes  de  Mayo  de  mil  qui- 
nientos y  quarenta  y  tres  años. — -El  Lisenciado  Vaca  de  Castro  =  Por 
mandado  de  Su  Señoría  =  Francisco  Paez  =  Ansi  vistas  y  leydas  por 

mi  el  dicho  Escribano  las  dichas  Ordenanzas  y  enten- 
Paraqueen  Jijas.  .  .  .y  Villas  en  estos  Reynos  y  caJa  una  ha  Je 
todos    los  tener  un  traslaJo  autentico  para  mejor  cumplimiento 
Tambos     aya    .    ,  .,  w     J  J r 

Aranzel  su-  Je  lo  en  ellas  contenido.  ManJo  al  bscnbano  ante  quien 
mariame  n  t  e  pasan  estas  OrJenanzas  que  las  ha  Je  Jar  signaJas 
délo  contení-  que  saque,  sumarios  y  Aranzel  Je  la  Sumaria  Je  ellas 
do    en    estas  £n  b  caJa  Tambo  y  manj0  a  tüJos  los  Espa- 

Ordenanzas.  r  .      jí.  „  ' 

noles  que  estubieren  en  los  dichos   1  ambos  tengan  el 

Jicho  sumario  y  Aranzel  puesto  en  una  Tabla  para  que  los  que  pasa- 
ren sepan  lo  que  han  Je  guardar  y  el  pueda  mejor  ejecutar  lo  en  estas 
OrJenanzas  contenido  so  pena  que  el  Alguacil  o  Español  que  no  lo 
tuhiere  en  el  Jicho  Tambo  pague  treinta  pesos  Je  Oro  aplicados  en  la 
manera  q«e  dicha  es,  y  al  Escrivano  que  no  la  diere  pague  la  dicha 
pena. 

Rebocaron  Otro  si  por  estas  Ordenanzas  se  rebocan  y  doy  por  run- 
de todas   las  otras  qualesquiec  que  se  hayan  hecho  v  Ücen- 

Ordena  n  z  a  s  '           '          1                            i      i  i 

que  asta  aho-  e,as  JaJas  por  el  Marques  para  se  cargar  los  Indios  en 

ra  estaban  he-  manera  alguna  ni  por  perzona  alguna  y  tojo  lo  cerca 

chas  para  po-  Je  esto  hecho  proveiJo  y  manJaJo  que  lo  conteniJo 

der  cargar  los  en  estas  Ordenanzas  se  guarde  como  en  ellas  se  con- 

Indios.  .                           a  ., 

tiene  so  las  penas  en  ellas  contenidas. 

Otro  si  porque  el  GovernaJor  no  pueJe  estar  en  todas  partes  para 
poder  ejecutar  por  su  perzona  y  miraJas  por  los  Jichos  Señores  Jus- 
ticia y  RegiJores  Jixeron  que  ellos  las  obeJecian  y  obeJecieron  por 
quanto  eran  muy  útiles  provechosas  y  convenientes  para  el  servicio 
Je  Dios  nuestro  Señor  y  Je  S.  M.  y  Jescargo  Je  su  real  conciencia  y 
bien  unibersal  y  conservación  Je  los  naturales  Je  estas  provincias  y 
que  havian  recibiJo  y  recibían  mucha  merceJ  en  ello  y  suplicaban  y 
suplicaron  a  S.  M.  las  manJase  confirmar  y  que  si  hera  necesario  para 
ello  alguna  aprovacion  Jel  Jicho  CabilJo  como  mejor  poJian  y  havia 
lugar  en  Jerecho  las  aprobaban  y  aprobaron  como  en  ellas  se  contiene 
y  ansi  suplicaban  al  señor  Governador  las  hiziese  desde  luego  pregonar 
cumplir  y  ejecutar  \r  q'  yo  el  Jicho  Escribano  Jeje  un  traslaJo  Je  ellas 
en  el  Libro  y  Arca  Jel  Jicho  CabilJo  y  de  como  paso  si  era  necesario 
lo  pedian  por  testimonio  y  lo  firmaron  de  sus  nombres  y  q'  en  quanto 


—  258  — 


por  estas  Ordenanzas  no  se  dejan  libertad  a  los  verínos  q'  tienen  Iri- 
dios encomendados  que  suplicaban  iodos  |uhtos  a  su  iéñpria  tyfae  sé 
puedan  servir  de  los  dichos  sus  Indios  los  tales  que  los  tieneH  ehcft" 
mendados  según  y  como  se  suelen  servir  en  las  grangerias  y  servicio 
de  los  tales  Indios  y  como  hasta  aqui  se  ha  hecho  pues  ellos  tienen  cui- 
dado de  su  buen  tratamiento  como  a  perzonas  a  quienes  les  esta  enco- 
mendado el  buen  tratamiento  de  los  dichos  Indios.  —  I  luego  Su  Seño- 
ría dijo  que  el  lo  vera  y  proveerá  lo  q'  mas  convenga  de  hazer  para  el 
primer  dia  de  Cabildo  =  I  después  de  lo  susodicho  en  dos  dias  del  di- 
cho mes  de  Junio  el  dicho  Señor  ( íovernador  respondiendo  a  lo  pedido 
y  suplicado  por  el  dicho  Cabildo  acerca  del  servicio  de  los  Indios  de 
los  vezinos  dijo  que  mandaba  y  mando  que  los  dichos  Vezinos  y  cada 
uno  de  ellos  quando  fueren  de  camino  o  para  proveer  sus  casas  se  pue- 
dan  servir  y  sirban  cada  uno  de  ellos  de  los  Indios  q'  tubiere  deposi- 
tados conforme  a  las  Ordenanzas  que  hasta  ahora  cerca  dello  estaban 
hechas  por  el  Governador  Don  Francisco  Pizarro  que  haya  gloria  con 
tanto  q' en  el  peso  de  las  cargas  y  tratamiento  de  los  Indios  guarde  lo 
contenido  en  las  Ordenanzas  y  con  que  en  los  Tambos  no  se  Íes  de  a 
los  dichos  vezinos  mas  de  los  dichos  cinco  o  tres  dias  y  comida  párá 
sus  perzonas  y  las  piezas  como  arriba  ba  declarado  y  si  mas  quisieren 
sean  obligados  a  lo  pagar  y  q'  assi  lo  mandaba  y  mando  y  lo  firmo  de 
su  nombre  el  dicho  Sr.  Governador — El  Licenciado  Vaca  de  Castro  = 
Por  mandado  de  Su  Señoría  =  Francisco  Paez  =  Y  después  de  lo  suso- 
dicho en  quatro  dias  del  dicho  mes  de  Junio  del  dicho  año  estando  los 
dichos  Señores  Justicia  y  regimiento  en  su  Cabildo  visto  lo  que  su 
Señoría  provee  sobre  lo  que  fue  pedido  dijeron  que  besaban  las  manos 
de  su  Señoría  por  la  merced  que  les  hazian  y  que  lo  aprobaban  y  lo 
aprobaron  como  dicho  tienen  y  lo  firmaron  de  sus  nombres  =  Grabiel 
de  Rojas  =  Antonio  Altamirano  =  Fernando  Salcedo  =  Francisco  Mal- 
donado  =  Diego  Maldonado  de  Alamos — Juan  Julio  de  Hojeda. 

Y  después  de  lo  susodicho  en  la  dicha  Ciudad  del  Cusco  en  7 
dias  del  mes  de  Junio  del  dicho  año  de  mil  y  quinientos  y  quarenta  y 
tres  por  ante  mi  Juan  de  Vayllo  Escribano  de  S.  M.  y  por  voz  de  Pedro 
Fernandez  Pregonero  publico  en  la  Plaza  Mayor  de  esta  Ciudad  del 
Cusco  fueron  pregonadas  estas  Ordenanzas  la  maior  parte  de  ellas  en 
presencia  de  muchas  gentes  que  alli  se  hallaron  siendo  testigos  Pedro 
de  Miranda  y  Sebastian  de  Venabente  y  Juan  de  la  Torre  =  Y  después 
de  lo  susodicho  en  la  dicha  Ciudad  del  Cusco  en  ocho  dias  del  mes  de 
Junio  del  dicho  año  por  ante  mi  Juan  de  Vayllo  Escribano  de  S.  M.  = 
Y  después  de  lo  suso  dicho  en  la  dicha  Ciudad  del  Cusco  en  ocho  dias 
del  mes  de  Junio  del  dicho  año  por  ante  mi  el  dicho  Juan  de  Vayllo 
Escribano  y  por  voz  del  dicho  Pedro  Fernandez  pregonero  publico 
fueron  acabadas  de  pregonar  estas  Ordenanzas  en  la  Plaza  publica  de 
esta  Ciudad  de  verbo  ad  verbum  como  en  ellas  se  contiene  en  presen- 
cia de  mucha  gentes  que  alli  se  hallaron  presentes  siendo  testigos  Gó- 
mez de  Chavez  Escribano  publico  de  esta  Ciudad  y  Antonio  Altami- 


—  ¿59  — 


rano  vezino  de  ella  y  Pedro  de  Zaabedra  estantes  en. la  dicha  Ciudad 
pÓS  ante  mi=Juan  de  Vayllo  Escrivano  de  S.M.  Y  después  de  lo  su- 
sodicho en  la  dicha  Cuidad  del  Cusco  en  27  de  Agosto  de  dicho  año 
el  Señor  Covernador  haviendo  visto  estas  dichas  Ordenanzas  para 
poner  en  ejecución  la  población  de  los  Tambos  y  los  Indios  q'  an  de 
serbir  en  ellos  dijo:  que  por  quanto  en  los  Tambos  que  han  de  estar 
poblados  desde  esta  Ciudad  hasta  la  Villa  de  S.  Juan  de  la  Victoria 
esta  uno  que  se  dize  Limatambo  en  el  qual  es  informado  que  hay  pocos 
Indios  que  sirvan  en  el  por  cuia  causa  en  el  dicho  Tambo  no  podra  ha- 
ver  en  el  servicio  competente  que  en  estas  dichas  Ordenanzas  se  de- 
clara por  tanto  mandaba  y  mando  que  sirban  en  el  dicho  Tambo  so- 
lamente de  Leña  Maiz  Agua  y  Yerba,  y  no  de  otra  cosa  y  que  no  den 
Indios  porque  vistos  los  pocos  Indios  que  hay  comarcanos  al  dicho 
Tambo  no  pueden  serbir  de  otra  cosa — Otro  si  por  quanto  en  el  Tam- 
bo de  Curaguasi  ansi  mismo  están  declarados  los  Yndios  que  han  de 
servir  en  el  y  se  olvidaron  los  Indios  que  al  presente  tiene  Ascencio 
de  Meza  vezino  de  esta  Ciudad  que  heran  de  Magallanes  que  mandaba 
>'  mando  que  estos  dichos  Indios  sirban  en  el  dicho  Tambo  de  Cura- 
guasi juntamente  con  los  demás  que  están  declarados  en  las  dichas 
Ordenanzas  que  han  de  servir  al  dicho  Tambo  lo  qual  mando  siendo 
testigos  el  Capitán  Grabiel  de  Rojas,  Antonio  Altamirano  y  Hernando 
Bachicao  Vezinos  de  esta  Ciudad. — En  la  Ciudad  del  Cusco  en  seis 
dias  del  mes  de  Mayo  de  mil  y  quinientos  y  quarenta  y  uno  años  este 
dia  los  magníficos  Señores  Justicia  y  Regimiento  de  esta  Ciudad  se 
juntaron  a  Cabildo  y  aiuntamiento  para  entender  en  las  cosas  cum- 
plideras al  servicio  de  Dios  nuestro  Señor  y  de  S.  M.  y  haviendolo  de 
ser  al  bien  común  de  la  dicha  Ciudad  según  lo  tiene  de  costumbre  com- 
biene  a  saber  Alonso  de  Toro  Teniente  de  Governador  y  Tomas  Vas- 
quez  Alcalde,  y  Diego  de  Silva  y  Juan  Ajarasco  (?)  y  Francisco  Mu- 
zuelas,  y  Juan  Julio  de  Ojeda,  y  Juan  Vazan  de  Tapia,  Regidores  de 
dicha  Ciudad,  y  Francisco  Quispe  Indio  de  ella  y  Diego  Altamirano 
Alcalde,  y  ante  mi  el  Escribano  de  S.  M.  y  Escribano  del  Juzgado  y 
del  Cabildo  de  esta  Ciudad  y  sus  Ministros  dijeron  que  por  quanto  en 
las  Ordenanzas  adelante  dichas  ay  una  oja  escrita  de  los  que  han  de 
servir  en  el  Tambo  de  Quiquijana  y  por  ella  aparece  que  fue  obligado 
a  les  asistir  los  Indios  En  las  Ordenanzas  fechas  las  quales  es  esta  que 
se  sigue. 

Y  del  Tambo  de  \  reos  se  ha  de  ir  al  Tambo  de  Quiquijana  en  el 
qual  han  de  servir  los  Indios  que  al  1  i  tiene  Carrera  y  los  de  Delgado 
que  fueron  de  Picón  y  el  Pueblo  Huyo  que  es  de  Bustinza,  y  los  Pue- 
blos de  Villacastin  uno  que  se  llama  Chuno  y  otro  que  se  llama  Ca- 
xalxa  y  los  Pueblos  de  Franco  Sánchez  que  se  llaman  Ocongata  y  Bam- 
bachuUa  y  Querocancha  y  los  Pueblos  Picoy,  y  Quispe,  y  Sayba  y 
Guanan  y  Guascarquiba  que  son  de  Diego  Maldonado  y  si  pare- 
cieren que  contribuyan  en  este  dicho  Tambo  los  Indios  de  Nicolás  de 


—  260  - 


Florencia  que  están  cabe  los  de  Grabiel  de  Rojas  se  provea  lo  que  sea 
con  parecer  de  mi  Teniente. 

Y  por  quanto  en  esta  Ordenanza  ansi  parecen  que  están  todavía 
sirviendo  de  Cavildo  y  puesto  que  lea  y  sirban  otros  Indios  de  los  que 
están  declarados  en  las  borraduras  y  señaladas  y  en  quanto  al  servicio 
del  dicho  Tambo  mandaban  y  mandaron  que  según  de  lo  que  en  estas 
Ordenanzas  ha  sido  contenido  sea  nulo  y  las  borraduras  y  por  estar 
suspenzos  a  nos  por  nos  estar  enmendado  han  havido  del  si  el  Cabildo 
y  lo  mandaron. 

lten  mandaron  que  en  el  Tambo  de  Yanaoca  y  en  el  Camino  que 
va  de  esta  Ciudad  a  la  Villa  de  Arequipa  sirban  el  Pueblo  Acopi  y  el 
Pueblo  de  Caguana  que  es  de  Pedro  de  los  Rios  por  quanto  en  la  Orde- 
nanza que  atraz  o  entre  renglones  parecen  estar  testados  en  los  de  esta 
Ciudad  y  para  ello  mandaron  dar  sus  mandamientos  necesarios  =  Alon- 
so de  Toro  =  Tomas  Vasquez=  )uan  Julio  de  Hojeda=Juan  Ajarasco 
=  Francisco  Máznelas  =  Juan  Basan  ele  Tapia. 


 4%fr  


INDICE 


LIBRO  SEPTIMO 

Pag. 

Capiiulo  primf.ko. — Con  la  nueva  del  riguroso  castigo 


que  en  los  Charcas  se  hacía, se  conjura  Francisco  Her- 
nández Girón  con  ciertos  vecinos  y  soldados  para  re- 
belarse en  aquel  reino   5 

Cap.  II.  Francisco  Hernández  se  rebela  en  el  Cosco.  Los 
sucesos  de  la  noche  de  su  rebelión.  La  huida  de  mu- 
chos vecinos  de  aquella  ciudad   9 

Cap.  III.  —  Francisco  Hernández  prende  al  corregidor,  sale 
a  la  plaza,  suelta  los  presos  de  la  cárcel,  hace  matar 
a  don  Baltasar  de  Castilla  y  al  Contador  Juan  de  Cá- 
ceres    13 

Cap.  IV.  —  Francisco  Hernández  nombra  maese  de  campo 
y  capitanes  para  su  ejéicito.  Dos  ciudades  le  envían 
embajadores.  El  número  de  los  vecinos  que  se  huye- 
ron a  Rimac   17 

Cap.  V. — Cartas  que  se  escriben  al  tirano,  y  c!  destierra 

al  corregidor  del  Cosco   20 

Cap.  VI. — Francisco  Hernández  se  hace  elegir  procurador 
y  capitán  general  de  aquel  imperio.  Los  oidores  eli- 
gen ministros  para  la  guerra.  El  mariscal  hace  lo  mis- 
mo   23 


-  262  — 


Pag. 


Cap.  VII. — Los  capitanes  y  ministros  que  los  oidores  nom- 
braron para  la  guerra.  Los  pretensores  para  el  oficio 
de  capitán  general.  Francisco  Hernández  sale  del  Cos- 
co para  ir  contra  los  oidores   27 

Cap.  VIII.  Juan  de  Vera  de  Mendoza  se  huye  de  Fran- 
cisco Hernández.  Los  del  Cosco  se  van  en  busca  del 
mariscal.  Sancho  Ougarte  hace  gente  y  se  nombra  ge- 
neral de  ella.  Fl  mariscal  le  reprime.  Francisco  Her- 
nández llega  a  Huamanca.  Tópanse  los  corredores  de! 


un  campo  y  del  otro   31 

Cap.  IX. — Tres  capitanes  de!  rey  prenden  a  otro  del  tira- 
no y  a  cuarenta  soldados.  Remítenlos  a  ur.o  de  los 
oidores.  Francisco  Hernández  determina  acometer 
al  ejército  real;  húyensele  muchos  de  los  suyos   35 

Cap.  X. — Francisco  Hernández  se  retira  con  su  ejército. 
En  el  de  su  magestad  hay  mucha  confusión  de  parece- 
res. Un  motín  que  hubo  en  la  ciudad  de  Piura,  y  co- 
mo se  acabó   38 

Cap.  XI. — Sucesos  desgraciados  en  el  un  ejército  y  en  el 
otro.  La  muerte  de  Ñuño  Mendiola  capitán  de  Fran- 
cisco Hernández,  y  la  de  Lope  Martín,  capitán  de  su 
magestad    41 

Cap.  XII. — Los  oidores  envían  gente  en  socorro  de  Pablo 
de  Meneses.  Francisco  Hernández  revuelve  sobre  él 
y  le  dá  un  bravo  alcance.  La  desgraciada  muerte  de 
Miguel  Cornejo.  La  lealtad  de  un  caballo  con  su  dueño  44 

Cap.  XIII. — Deponen  los  oidores  a  los  dos  generales.  Fran- 
cisco Hernández  llega  a  Nanasca.  Un  espía  doble  le 
da  aviso  de  muchas  novedades.  El  tirano  hace  un  ejér- 
cito de  negros   48 

Cap.  XIV. — El  mariscal  elige  capitanes  para  su  ejército. 
Llega  al  Cosco.  Sale  en  busca  de  Francisco  Hernán 
dez.  La  desgraciada  muerte  de!  capitán  Diego  de  Al- 
mendras    51 

Cap.  XV.     El  mariscal  tiene  aviso  del  enemigo.  Envía 


gente  contra  ó!.  Armase  una  escaramuza  entre  los  dos 


263  — 


Pag. 


bandps.  El  parecer  de  todos  los  de!  rey  que  no  se  de 

la  batalla  al  tirano   55 

Cap.  XVI. --Juan  de  Piedrahita  da  un  arma  al  campo  del 
mariscal.  Rodrigo  de  Pineda  se  pasa  al  rey.  persfiadc 
a  dar  batalla.  Las  contradicciones  que  sobre  ello  hu- 
bo.  La  determinación  de  el  maricsal  para  darla   58 

Cap.  XVII. — El  mariscal  ordena  su  gente  para  dai  la  ba- 
talla. Francisco  Hernández  hace  lo  mismo  pa^a  de- 
fenderse. Los  lances  que  hubo  en  la  pelea.  La  muert». 
de  muchos  hombres  principales   61 

Cap.  XVIII.  Francisco  Hernández  alcanza  victoria.  El 
mariscal  y  ios  suyos  huyen  de  la  batalla.  Muchon  dc- 
llos  matan  los  indios  por  los  caminos   65 

Cap.  XIX. — El  escándalo  que  la  pérdida  de!  mariscal  cau- 
só en  el  campo  de  su  magestad.  Las  provisiones  que 
los  oidores  hicieron  para  remedio  del  daño.  La  discor- 
dia que  entre  ellos  hubo,  sobre  ir  o  no  ir  con  el  ejérci- 
to real.  La  huida  de  un  capitán  del  tirano  a  los  del  rey  69 

Cap.  XX. — Lo  que  Francisco  Hernández  hizo  después  de 
la  batalla.  Envía  ministros  a  diversas  partes  del  reino 
a  saquear  las  ciudades.  La  plata  que  en  el  Cosco  ro- 
baron a  dos  vecinos  della   72 

Cap.  XXL— El  robo  que  Antonio  Carrillo  hizo  y  su  muer- 
te. Los  sucesos  de  Piedrahita  en  Arequepa.  La  vic- 
toria que  alcanzó  por  las  discordias  que  en  ella  hubo. .  75 

Cap.  XXI I .--  Francisco  Hernández  huye  de  entrar  en  el 

Cosco.  Lleva  su  muger  consigo   78 

Cap.  XXIII. — El  ejército  real  pasa  el  rio  Amancay  y  el  de 
Apurimac  con  facilidad.  La  cual  no  se  esperaba;  sus 
corredores  llegan  a  la  ciudad  del  Cosco   81 

Cap.  XXIV. — El  campo  de  su  magestad  entra  en  el  Cos- 
co y  pasa  adelante.  Dase  cuenta  de  como  llevaban 
los  indios  la  artillería  a  cuestas. Llega  parte  de  la  mu- 
nición al  ejército  real   83 

Cap.  XXV.  —El  campo  de  su  magestad  llega  donde  el 
enemigo  está  fortificado.  Hay  escaramu¿;  s  y  malón 
sucesos  en  los  de  la  parte    real   88 


—  264  - 


Pag. 


Cap.  XXVI. — Cautelas  de  malos  soldados.  Piedrahita  da 
armas  a!  ejército  rea!.  Francisco  Hernández  determi- 
na dar  batalla  a  los  oidores,  y  la  prevención  dellos. ...  90 

Cap.  X^VI  I.—  Francisco  Hernández  sale  a  dar  batalla. 
Vuélvese  retirando  por  haber  errado  el  tiro.  Tomás 
Vasquez  se  pasa  al  rey.  Un  pronóstico  que  el  tirano 
dijo    93 

Cap.  XXVI II. —  Francisco  Hernández  se  huye  solo.  Su 
maebe  de  campo  con  más  de  cien  hombres  va  por  otra 
vía.  Fl  general  Pablo  de  Meneses  los  sigue  y  prende, 
y  hace  justicia  de  ellos   97 

Cap.  XXIX.  -  FI  maese  decampo  don  Pedro  Portocarrcro 
va  en  busca  de  Francisco  Hernández.  Otros  dos  capi- 
tanes van  a  lo  mismo  por  otro  camino,  y  prenden  al 
tirano  y  lo  llevan  a  los  Reyes,  y  entran  en  ella  a  ma- 
nera de  triunfo   I  00 


Cap.  XXX. — Los  oidores  proveen  corregimientos.  Tienen 
una  plática  molesta  con  los  soldados  pretendientes. 
Hacen  justicia  de  Francisco  Hernández  Girón.  Ponen 
su  cabeza  en  el  rollo.  Húrtala  un  caballero  con  !a  de 
Gonzalo  Pizarro  y  Francisco  de  Carvajal.  La  muerte 
estraña  de  Baltasar  Vclasquez  

LIBRO  OCTAVO 


Capitulo  prkmf.ro. — Cómo  celebraban  indios  y  españoles 
la  fiesta  del  Santísimo  Sacramento  en  el  Cosco.  Una 
pendencia  particular  que  los  indios  tuvieron  en  una 
fiesta  de  aquellas   107 

Cap.  II.  -De  un  caso  admirable  que  acaeció  en  el  Cosco  112 

Cap.  III. — La  elección  del  marqués  de  Cañete  por  visorey 
del  Perú.  Su  llegada  a  Tierra-Firme.  La  redución  de 
los  negros  fugitivos.  La  quema  de  un  galeón  con  ocho- 
cientas personas  dentro   114 

Cap.  IV. — El  visorey  llega  al  Perú,  las  provisiones  que  ha- 
ce de  nuevos  ministros.  Las  cartas  que  escribe  a  los 
corregidores    H  7 


265  - 


Pag. 


Cap.  V.  Las  prevenciones  que  el  visorey  hizo  para  ata- 
jar motines  y  levantamientos.  La  muerte  de  Tomás 
Vasq.uez.  Piedrahita  y  Alonso  Díaz  por  haber  seguido 

a  Francisco  Hernández  Girón   |  2() 

Cap.  VI.- -La  prisión  y  muerte  de  Martín  de  Robles,  y  la 

causa  porque  lo  mataron   123 

Cap.  VIL — Lo  que  el  visorey  hizo  con  los  pretendientes 
de  gratificación  de  sus  servicios.  Como  por  envidiosos 
y  malos  consejeros  envió  desterrados  a  España  trein 

ta  y  siete  de  ellos   125 

Cap.  VIII. —  El  visorey  pretende  sacar  de  las  montañas 
al  príncipe  heredero  de  aquel  imperio  y  reducirlo  al 
3ervicio  de  su  magestad.   Las  diligencias  que  para  ello 

se  hicieron   I  26 

Cap.  IX. —  La  sospecha  y  temor  que  los  gobernadores  del 
príncipe  tuvieron  con  la  embajada  de  los  cristianos. 
La  maña  y  diligencias  que  hicieron  para    asegurar  de 

su  recelo   127 

Cap.  X.-— Los  gobernadores  del  príncipe  toman  y  miran 
sus  agüeros  y  pronósticos  para  su  salida.  Hay  diversos 
pareceres  sobre  ella.  El  Inca  se  determina  salir 
a  los  Reyes.  El  visorey  le  recibe:  la  respuesta  del  In- 
ca a  la  merced  de  sus  alimentoe   |35 

Cap.  XI. — El  príncipe  Sayri  Tupac  se  vuelve  al  Cosco 
donde  le  festejaron  los  suyos. Bautízanse  él  y  la  infan- 
ta sn  mujer.  El  nombre  que  tomó  y  las  visitas  que  en 

la  ciudad  hizo   1  38 

Cap.  XII. — El  visorey  hace  gente  de  guarnición  de  infan- 
tes y  caballos  para  la  seguridad  de  aquel  imperio.  La 

muerte  natural  de  cuatro  conquistadores   141 

Cap.  XIII.  -Que  trata  délos  pretendientes  que  vinieron 
desterrados  a  España.  La  mucha  merced  que  su  ma- 
gestad les  hizo.  Don  García  de  Mendoza  va  por  go- 
bernador de  Chile.  El  lance  que  les  sucedió  con  los 

indios   157 

Cap.  VX.  -Hacen  res  itución  de  sus  indios  a  los  herede- 


ros  de  los  que  mataron  por  haber  seguido  a  Francisco 
Hernández  Girón.  La  ida  de  Pedro  de  Orsúa  a  !a 
conquista  de  las  Amazonas.  Su  fin  y  muerte  y  la  de 
otro?-  muches  con  la  suya.  

ai-.  XV.  El  conde  de  Nieva  elegido  por  visorey  de!  Pe- 
rú. Un  mensage  que  envió  a  su  antecesor.  El  falleci- 
miento del  marqués  de  Cañete  y  del  mismo  conde  de 
Nieva.  La  venida  de  don  García  de  Mendoza  a  Espa- 
ña La  elección  del  licenciado  Castro  pnr  gobernador 
ele!  Perú  

ap.  XVI.  La  elección  de  don  Francisco  de  Toledo  por 
visorrey  del  Perú.  Las  causas  que  tuvo  para  seguir  y 
perseguir  al  príncipe  Inca  Tupac  Amaru.  Y  ¡a  pri 
sión  del  pobre  príncipe  

ap.  XVII.  El  proceso  contra  el  príncipe  y  contra  los 
Incas  parientes  de  la  sangre  rea!  y  contra  los  mesti- 
zos hijos  de  indias  y  de  conquistadores  de  aquel  im- 
perio   

ap.  XVIII.  El  destierro  que  se  dió  a  los  indios  de  !a 
sangre  rea!  y  a  los  mestizos.  La  muerte  y  fin  que  to- 
dos eüos  tuvieron.  La  sentencia  que  dieren  contra  el 
príncipe,  y  su  respuesta.  Y  como  recibió  el  santo  bau- 
tismo   

\p.  XIX.  —La  ejecución  de  la  sentencia  contra  el  prín- 
cipe. Las  consultas  que  se  hacían  para  prohibirla.  El 
visarey  no  quiso  oirías.  E!  buen  ánimo  con  que  el  In- 
ca recibió  la  muerte  

^p.  XX.  -La  muerte  de  don  Martín  García  Loyola.  La 
venida  de  don  Francisco  de  Tolerla  a  España.  La  re- 
presión que  ¡a  magestad  católica  le  dió  y  su  fin  y 
muerte     


267  - 


Pag. 


Cap.  XXI.     Fin  de!  übro  octavo,  último  de  !a  Historia.    .  182 

Testamento"del    Inca  Garcilaso  de  la  Vega   185 

Codicilos    200 

Inventario   207 

Memorial    213 

Ordenanza  de  Tambos  y  caminos  reales    expedida  por  el 

Lic.  Don  Cristóbal  Vaca    de    Castro   215 


Lista  de  los  suscnptores 
a  la  Colección  de  Documentos  Históricos 
del  Perú 


Supremo  Gobierno 
H.  Concejo  Provincial  fio  Lima 
Beneficencia  del  Callao 
Universidad  Mayor  de  San  Marros 
Facultad  de  Letras 
Facultad  de  Ciencias 
Facultad  de  Medicina 
Profesores  de  Jurisprudencia 
Sociedad  Geográfica  de  Lima 
Escuela  de  Ingenieros 
Escuela  Normal  de  Preceptores 
Biblioteca  dp  la  Escuela  Militar 
Colegio  de  Guadalupe 
Federación  de  Universitarios  del 
Peni 

Cuerpo  de  ingenieros  de  Minas 

Señor  Presidente  de  la  República 


Aljovin  Miguel  I  >r. 
Alejos  C. 
AspiUaga  Antero 
Alvarez  Sáez  Jorge 
Avendaño  Leónidas  Dr. 
Alcántara  Cesar  A. 
Angulo  Domingo  Fr. 

Alayza  y  Paz  soldán  Francisco 
Alvarado  L. 
Ayarza  Víctor 
Alaiza  y  Roel  Carlos 
Anlunes  Cayetano 
Astete  y  Concha  Rnrique 

Blanco  Galindo  Carlos      (l.a  Paz) 
Barreda  y  Laos  Felipe  Dr. 
Barreto  Anselmo  Dr. 


Bentín  Ricardo 
Bernales  José  Carlos 
Beas  Lizardo 
Benvenutto  M. 
Basadre  Carlos 
Borja  García  y  U.  H. 
Borja  G.  Ernesto 
Biblioteca  Municipal  de  Puno 
Biblioteca  del  Estado  Mayor  de 
Ejército 

Barreto  Benjamín  Dr (Buenos  Aires) 
Boza  Ernesto  G. 
Bustillos  Enrique 
Balarezo  Román 

Biblioteca  Ministerio  de  Fomento 
Biblioteca  Pública  (Arequipa) 
Bonilla  M.  C 
Britisb  Museum 

Ballivián  Manuel  Vicente  (La  Par) 
("áceres  S.  A. 

Cano  Washington  (  Arequipa) 

castro  Fr.  Gregorio  ('  'hispo 

Castillo  Daniel  I.  Dr. 

Cornejo  Mariano  H.  Dr. 

i  '.áceres  Zoila  Aurora 

Cúneo  N  idal  Rómulo 

Cazorla  José  Alberto 

Calvo  Pérez  Manuel 

Cassinelli  Pablo 

Corta  Fr.  Ladislao  de 

Casimir  Cipriano 

Cosío  José  Gabriel  Dr. 

CastañónJosé  Dr. 

Cancino  J.  T.  Dr. 

Cana  val  Mansueto  Dr. 

Cáceres  Vega  Fiay  Inocencio 

(Buenos  Aires) 


García  Arturo  Dr. 
García  Irigoyen  David  Dr. 
Gardini  Federico 
Gagüulffi  Pascual 
González  ülaechea  M.  Dr. 
Gamio  Ignacio 
Giraldo  Santiago  Dr. 
(lirón  Manuel  N 
Garland  Antonio 
Garay  Juan  H.  (Canónigo.) 
Goytizolo  Enrique 
i  lómez  Téodomiro 
(¡usmán  Alfredo 


Carbajal  Ascención 
Cornejo  Gustavo  Dr. 
Concha  Carlos  Dr. 
('.aparó  Muñiz  J.  L. 
Carcovich  Aouiles 
'"entro  Cerreño 
Castro  y  Sánchez  J.  A. 
cámara  de  Senadores 
«     «  Diputados 
Casanova  .luán  Antonio  (Ganóng.) 
Calle  .luán  .losé  Dr. 
Club  de  la  Unión 
club  Nacional 
carmona  Nicanor  M. 
Convento  de  Santo  Domingo 
Convento  Je  San  Francisco 
Chopitea  J.  Ignacio 
Costa  y  Cavero  Ramón 
Costa  y  l.aurent  F 


("hirif  Hermanos 


Dávalus  Lissón  Pedro 
Director  Colegio  Alemán 
Dirección  General  de  Correos 
Director  Colegio  de  Guadalupe. 
Dávila  Fernández  1 1.  Dr. 
Denegrí  Luis  Frnesto 


Eléspuru  Juan  N  .  Gruí. 
Elguera  Federico 
Encinas. I.  A. Dr. 
Eguiguren  Luto  A.  l  >r. 
EinfeldtCarlos  * 

Fscomel  Edmundo  Dr.  -  Arequipa. 
Fsporto  Nicolás  F. 
Bscuelá  Nacional  (i'e  Helias  .Arles 
Ezeta  S.  M. 

Falconí  Teófilo  Dr. 
Festini  Esther  Dra. 
Flórez  Ricardo  Dr. 
Ferreyros  Manuel  O". 
Facultad  de  Filosofía  y  Letras 

(Buenos  Aires.) 
Fernández  Concha  Aurelio  Dr. 

García  y  Lastres  Aurelio 
Gálvez  Aníbal  Dr. 
Gamarra  Hernández  Enrique 
García  Calderón  E. 


Hurtado  Pedro  Dr.  [párroco] 
Hessler  Michelsen 
Herrer  a  Genaro  Dr. 
Herrera  Fortunato  L.  Dr. 
Havvard  Cari 

Haenflein  Edmond  Henriques 

Ibérico  Rodríguez  M. 
Izcue  José  Augusto 
Irigoyen  Pedro  Dr. 
Ibarra  Manuel 

izaguine  Bcrnardino  (Kdo  1'.) 
Ibarra  Miguel  BliSi  0 

Jancke  F. 
JcrJ  Ricardo 

Lavalle  Juan  Bautista  de  Dr. 
Luvalle  y  García  José  A.  Jng. 
Leguía  A — (Chiclayo) 
Leguia  y  Martínez  Germán  Dr. 
I. arco  A. 

La  Jara  y  Ureta  José  Marín,  I  Ir. 
Loayza  Francisco  A. 
Library  of  the  University  oJ  Illi- 
nois—Urbana 
Laico  llenera  Alberto  (Trujillo) 
l.afonc  une  vedo  Samuel  A. 

(Buenos  Aires) 

1  oayza  Miguel  S  V 
Loayza  Luis 
López  Lizardo 
Luna  Ricardo  José 
Llerena  Enrique 

Mackay  John  A 

Morales  Macedo  Carlos  Dr. 

Menéndez  Julio  Dr. 


Means  Ainsworth  P. 

Michelsen  Cari. 

Maldonado  Angel  Dr. 

Mac-Leajn  Ricardo 

Muro  Felipe  S. 

Mendoza  Valdemaro 

Molina  Wenceslao  Dr. 

Maitinelli  Enrique  Dr. 

\laccagno  Luis 

Morales  Juste 

Mackehenie  y  i  ¡arcía  Carlos 

Ministerio  de  Relaciones  Exteriores 

Malpartida  Elias 

Museo  Histórico  Nacional 

Museo  La  Plata  (Argentina) 

Molinari  Diego  Luis  .Ministerio 

RR.  EE.  Buenos  Aires) 
Miranda  Caialido  S.  Ing. 
Masías  Doctor 
Morozini  r;esar.  Doctor 
Mendoza  del  Solar  José  A(  Arequipa) 

Napanga  Agüero  C.  l  >r. 
Nortbwestern  University  Library 
Xovella  Andrés 

Olazahal  Benigno  F  Dr.  (SicuanO 
Ontaneda  J  NI 

Olaechea  Abel  S. 
Ocaña  Antonio  B 
ÓViedo  Pedro  F.  Dr. 
Osma  Felipe  de  Dr. 
Orfiz  de  Zevallos  C.  L. 
Ortega  J.  Y. 
Osores  Arturo  Dr. 
Arzobispo  de  Lima  Htmo.  Sr. 
Obispo  de  Huarás  Utnio.  Sr. 
deTrujiUo  Htmo.Sr. 

,,      de  Ayacucho  Htmo  Sr. 

.,  de  Chachapoyas  lltmo.  Sr. 
Osma  Pedro  Dr. 

Peña  Natalio  (Oruro-Bolivia) 
Paredes  Rigoberto  (Oruro) 
Pimentel  Garlos  R 
Pazos  Várela  .)    F.  Dr 
Paz  Soldán  Luis  Felipe  Dr. 
Prat  Florentino  Rdo  P. 
Prado  y  Ugarteche  Javier  Dr. 
Prado  Mariano  Ignacio  Dr. 
Piérola  Carlos  de 
Paz  Soldán  Carlos  E.  Dr. 
Porras  Melitón  Dr. 


Pando  Edelmira  del 
Philipps  Belisari"  Dr. 
Polo  José  Toribio  bija) 
Portal  Ismael 

Pinzas  Teobaldo 

Portocarrero  V.  M. 

Forras  y  Berrnaechea  Raúl  I  >i. 

Podesta  Luis 

Pazos  Várela  Hernán  Dr. 

Peña  Barrenechea  Ricardo 

Peña  y  Prado  Juan  M. 

Pérez  Valvin  Ascencio 

Paz  Soldán  J¡  P. 

Palomino  y  Salcedo  Leónidas 

Peña  Enrique  (Buenos  Aires1 

Pizarro  José  R  Cral. 

Puente  Benjamín  (General) 

Quintana  Tobias  N. 
Quiroga  Adolfo  Dr. 

Restrepo  y.Saiiz  Dr.  (.Colombia] 

Ramírez  Barinaga  M  A.  Dr. 

Riva  Agüero  José  Dr. 

Reine  re  Carlos  Rv.  P. 

Rodó  Matilde 

Romero  Eleodoro  Dr, 

RosayMaria 

Ramos  Liborio 

Rodríguez  José  Enrique 

Ráez  Luis  A. 

Ritchic  John 

Rebagliati  Raúl  Dr. 

Ruiz  Albino  José 

Rojas  Franco  S. 

Rey  de  Castro  A.  L>. 

Ramos  Enrique  del  C. 

Ramírez  Carlos  A.  1  >r. 

Ramos  Murga  Hartolomé 

Ruiz  Bravo  Pedro 

Rosell  E  (Cuzco) 

Romero  Sotomayor  Salvador 

Supr.  Convento  de  La  Merced 
Supr.  Colegio  Recoleta 

„        ,,  Jesuítas 

„        ,     S.  Agustín 

,.      ,,    Sto.  Domingo 
Supr.dc  la  Congregación  de  los  pp. 

Redentoristas 

,,    Colegio  de  la  Merced 
Solano  Alberto 
Soto  Isaac 


Sociedad  de  Ingenieros 

Salazar  G.  R. 

Segura  José  María 

Samanez  Juan  Gnio. 

Swayne  y  Mendoza  Guillermo 

Sevilla  Ricardo  Coronel 

Sbaw  E.Alejandro  Dr(BueuosAires) 

Sousa  Aurelio  Dr. 

Solar  Amador  Dr. 

Sivirichi  Francisco  Dr 

áotomayor  M. 

Seminario  Manuel  H. 

Sánchez  Rafael 

Sanche;  Luis  Alberto 


L'rteaga  Raúl  Rdo  P. 
Ugarte  Angel  Dr. 
Uceda  C.  E.  Dr. 
Ugarteche  Tizón  Pedro 

Vara  Cadillo  Saturnino  Dr. 
Vegas  García  Ricardo 
Várela  y  Orhegoso  Luis  Dr. 
Villarán  V.  Manuel  Dr. 
Valdeavellano  Fausto 
Valdez  de  la  Torre  Garlos  Dr. 
Valcárcel  Luis  Dr. 
Valdizán  Hermilio  Dr. 
Vásquezy  Romero  s. 
V  idal  Tomás 


Tassara  M. 

Tassara  GHcerio 

Tudela  y  Várela  Francisco  Dr. 

Thol  Juan  Dr. 

Talleri  y  Haim-ri  Angela 

Trillo  A.  V. 

Torres  Luis  M. 


Wiesse  Garlos  Dr. 
Webster  Smith  I. 


Yuycliud  Moisés  A. 
Ynfanle  Luis  G. 


Ureta  Alberto 

U.  y  Ghávez  Moisés 


Zapata  Ernesto 
Zúñiga  Andrés. 


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